"La dificultad no debe ser un motivo para desistir sino un estímulo para continuar"

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Tristram Shandy - Laurence Sterne

Laurence Sterne Tristram Shandy La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy Título original: The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman Laurence Sterne, 1759 Traducción: Javier Marías Ilustración de portada: Staircase Group de Charles Willson Peale INTRODUCCIÓN de Andrew Wright I Tristram Shandy es una obra ante la que difícilmente se puede reaccionar de manera moderada, y siempre, desde su aparición, los lectores han respondido ante ella bien con entusiasmo bien con desazón. De un lado, la novela de Sterne ha suscitado los más vehementes arrebatos: al igual que Byron dos generaciones después, un día Sterne (tras la publicación de los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy) se despertó con la noticia de que era famoso. De repente se vio transportado desde la oscuridad de Yorkshire a la celebridad de Londres, que lo encumbró y agasajó como asimismo haría París cuando, más adelante, el novelista viajó a Francia. Tristram Shandy convirtió a Sterne en una figura de culto, y como tal ha quedado. De otro lado, la novela ha provocado las más fervientes desaprobaciones. La figura dominante de las décadas centrales del siglo XVIII en Inglaterra, Samuel Johnson, despachó Tristram Shandy de un plumazo: «Nada extravagante permanecerá, y Tristram Shandy no lo ha hecho», díjole a su biógrafo Boswell en 1776. Y no fue el doctor Johnson el único de los contemporáneos de Sterne en relegarle prematuramente al olvido con una especie de esperanzada rotundidad en la que las ganas de ver cumplidos los propios deseos dan paso al bon mot. Un panfletista anónimo escribió la siguiente «carta» al autor de Tristram Shandy en 1760: «¡Oh, Sterne! Estás cubierto de costras(1), y es tal la lepra de tu mente que no podrás curarla, como se cura la lepra del cuerpo, ni sumergiéndote nueve veces en las aguas del Jordán». De hecho, la consideración de la novela como algo empalagoso o indecente (o ambas cosas a la vez) persistió basta bien entrado el siglo XIX. En un célebre artículo, Thackeray atacó a la sombra de Sterne en términos de inusitada vehemencia: «Sterne no ha escrito una sola página en la que no asome algo que mejor estaría proscrito: una corrupción latente, como el atisbo de una presencia impura». La observación de Thackeray data de 1851, y Sterne era muchos menos importante para los Victorianos de lo que desde entonces ha pasado a ser: no es exagerado decir que, de todos los novelistas ingleses de primera fila del siglo XVIII, ha sido Sterne el que ha ejercido un influjo más penetrante en la literatura del siglo XX: James Joyce, Virginia Woolf, Samuel Beckett y Michael Butor son tan sólo los ejemplos más ilustres de esta influencia. Dicho de otra manera, Sterne habla al siglo XX en un idioma que le es más accesible, emplea formas que se le acomodan mejor que las de Defoe, Richardson, Fielding y Smollett. Y, sin embargo, Sterne no es ninguna broma. Sin duda pertenece a la tradición dieciochesca tanto como las demás figuras de envergadura literaria de su tiempo. De no haber sido por los logros de sus predecesores, Sterne jamás habría podido escribir Tristram Shandy. Defoe y Richardson y Smollett trataban de particularidades, de los detalles domésticos de la vida cotidiana; y Sterne reduce este método a un absurdo parcial o aparentemente loco. Fielding proclamaba ser un historiador (en oposición a los mendaces escritores de romances, sobre todo a los escritores de romances franceses del siglo XVII); y Sterne llevó la noción de historia como evaluación crítica (más que como idealización) a unos extremos que no parecerían tan trastocados si no hubiera antípodas con los que comparar su esfuerzo. Pero Sterne es tradicional no sólo por poner la tradición cabera abajo: lo es además por centrar su mirada en lo que de excéntrico hay en la conducta humana. Pues el siglo XVIII inglés cultivaba y disfrutaba de la extravagancia. En el espléndido logro formal que, en lo referente a la versificación, fue el pareado heroico (el pentámetro rimado de Dryden, Pope y tantos otros), hay, junto a un severo rigor formal, una alternancia y un jugueteo dentro de las exigencias voluntariamente limitadoras de la forma que resultan de una fluidez maravillosa. Y Pope, sin duda el mejor de todos ellos, fue capaz de introducir una enorme originalidad en la convención del pareado, al igual que su contemporáneo J. S. Bach lo consiguiera en la composición musical. Y, como Pope, Sterne tomó una tradición y la utilizó para hacer una obra de arte profundamente original. Pero mientras Pope se las arreglaba bien dentro de unos límites voluntariamente impuestos, Sterne decidió romper los moldes y edificar su novela sobre los pedazos que, una vez coronada con éxito la subversión, quedaron esparcidos a sus pies. En este sentido, la excentricidad de Sterne es mucho más evidente y llamativa que la de Pope y sus contemporáneos. Y, en este mismo sentido, Sterne obraba dentro de una tradición que él reconocía plenamente, la de la miscelánea o «bolsa ilustrada de plagios y préstamos»; y en ella sus héroes eran Rabelais, Robert Burton y Jonathan Swift. Sterne se acercó al enciclopedismo con tanta naturalidad como Burton, pero era menos culto que Rabelais y menos desesperado que Swift. Y, sin embargo, la afinidad entre las mentes de los cuatro escritores es patente. E incluso existe una afinidad todavía más estrecha, como reconocerán con prontitud los lectores de la traducción española: la afinidad con Cervantes, a quien Sterne hace referencia repetida y admirativamente en Tristram Shandy. De esta afinidad se hablará más adelante. Sterne pertenece también a la tradición en tanto que principal defensor de la doctrina o religión (amo casi debería llamársela) de la sensibilidad: Viaje sentimental (1768) vino a tocar en un nervio internacional: la epistemología que propone (en el más encendido de los apóstrofes) no era nueva en modo alguno; es, por el contrario, la suprema articulación de un movimiento filosófico y literario que ya llevaba tomando impulso muchos años: ¡Adorada sensibilidad! ¡Inagotable manantial de cuanto en nuestras alegrías es precioso o en nuestras penas valioso! Encadenas a tu mártir a su lecho de paja, y eres tú quien al CIELO lo eleva. ¡Fuente eterna de nuestros sentimientos! Aquí siento tu huella y es tu «divinidad lo que se agita en mi interior»; no es que en algunos momentos lánguidos y tristes «mi alma se contraiga y sobresalte ante la destrucción», ¡mera pompa de las palabras!, sino que siento alegrías y cuitas generosas que están más allá de mí; ¡todo procede de ti, gran, gran SENSORIO del mundo! Por lo menos desde los tiempos de las Características de los hombres, maneras, opiniones y épocas (1711) del Conde de Shaftesbury, que contenía los argumentos para un sentido moral basado en el sentimiento, éste adquirió una importancia que con posterioridad ya no ha vuelto a perder, aunque (casi no hace falta decirlo) se lo haya considerado a luces muy diferentes según los tiempos; en el siglo XVIII tomó un giro morboso, produciendo no sólo Las penas del joven Werther (1774) (y Goethe fue un ardiente admirador de Sterne), sino además una verdadera lluvia de novelas góticas durante el último tercio del siglo en Inglaterra. II Sterne nació en 1713 de Roger Sterne, un joven abanderado del ejército, y Agnes, née Hebert, hija de un proveedor que acompañaba al regimiento en que servía Roger. La familia Sterne había descollado de manera intermitente durante un periodo de años bastante extenso y, entre otros personajes notables, había dado un arzobispo y un director del Jesus College de Cambridge. Y así, mientras de un lado Roger Sterne era un segundón empobrecido en una época de estricta adherencia al principio de la primogenitura, al mismo tiempo, y en virtud de los derechos inherentes a su nacimiento, era un caballero de buena familia. Pero su mujer pertenecía a otra clase. Con posterioridad se han hecho ciertos esfuerzos por conferirle algún grado de nobleza, pero el documentado biógrafo de Sterne Arthur Cash ha demostrado que se trataba de la hija (como el propio Sterne admitió) de «un Conocido Vivandero» y no de la de una persona de abolengo. Aunque de niño pasó algunos años en Irlanda, donde vivía la familia de su madre, la influencia irlandesa parece haber sido en Sterne mucho menos considerable que la inglesa. Sterne se formó en Yorkshire, donde fue al colegio (y donde prosiguió su carrera, ya de adulto). En Cambridge se matriculó en Jesus College. Tomó las órdenes, se casó y se estableció en Yorkshire, donde permaneció, llevando la vida normal de un sacerdote protestante, hasta que a la edad de cuarenta y seis años se hizo famoso. Sterne se casó, pero su matrimonio no fue dichoso. Su carrera de sacerdote fue mediocre, aunque cumplió regularmente con su deber; y los sermones que publicó tienen, si no el sabor de la piedad más profunda, sí un cierto espíritu práctico en su manera de aproximarse a las cuestiones relacionadas con el comportamiento y unas muy atractivas gracia y claridad de expresión: amén de ocasionalmente, como en los ejemplos publicados en el presente volumen, la fuerza concentrada de su ingenio. Pero su carrera literaria no empezó en serio basta la aparición, en 1760, de los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy. Fue inmediatamente acogido por las figuras literarias y políticas londinenses y convertido en el centro de un torbellino de renombre y fama; hasta llegó a cenar en Windsor Castle. Cuando fue a Francia en 1762, también allí fue aclamado. Una segunda visita a Europa en 1765-66 le proporcionó el material para su otra obra mayor, Viaje sentimental, que fue publicada en 1768, no mucho antes de su muerte. III A pesar de que así lo proclama el narrador, Tristram Shandy, de hecho, no comienza ab ovo. Y tampoco empieza in medias res. Propiamente, y de manera violenta, comienza in flagrante delicto. Se inicia como una broma sexual, y como tal sigue hasta que, nueve volúmenes después, la cock-and-bull story(2) acaba sin ninguna conclusión. La novela trata del conocimiento, y el matiz sexual es perfectamente característico: uno de los sentidos del verbo inglés «to know (al igual que en el «conocer» español) es «tener conocimiento carnal o relaciones sexuales con alguien». El juego de palabras es, por supuesto, de doble intención, ya que la novela trata de cómo se llega a conocer cualquier cosa, trata de la realidad más intensamente que la mayoría de las obras de este género, y la poco concluyente conclusión queda, más que afirmada, simplemente expuesta: el hombre es un misterio y el mundo es inescrutable; los modos ordinarios de aprehensión y análisis son absolutamente inadecuados a las tareas que se pretende lleven a cabo; la vida misma es inefable, ineluctable, y sin duda trágica, redimida sólo en la medida en que la redención es posible a través de la risa, que se burla del misterio; del amor, que lo acepta; y del arte, que lo recrea. La narración estrictamente cronológica es tan falsa para con la complejidad de la vida como lo es una epistemología basada en el «zigzagueo transversal» (en frase del tío Toby, utilizada en otro contexto) de la teoría lockiana de la asociación de ideas. Contra la manera convencional de contar historias, y haciendo un uso fuertemente irónico de la epistemología de Locke, Sterne describe la figura de un círculo, y puede decirse que la estructura de la novela es periférica. Si bien tanto el lector como Sterne están poco más cerca de un entendimiento del fondo de la cuestión al final de la novela que al principio, al menos los errores y falsedades por que ordinariamente seguían los hombres en sus vidas se han visto desacreditados, y la magnitud de las dificultades que la vida en general presenta ha sido puesta de manifiesto. El ensayo de todas las hipótesis ha terminado en fracaso, pero el circulo ha quedado trabado durante el empeño; el esfuerzo mismo ha llevado a la configuración de una obra de arte. «No son las cosas mismas», dice el epígrafe de Epicteto, «sino las opiniones sobre las cosas, las que perturban a los hombres». Y una de las tareas de Tristram Shandy es aprehender o reaprehender el sentido de las cosas en tanto que cosas. Se trata de una novela científica concebida con el espíritu de esa buena fortuna azarosa e inesperada que en inglés se llama serendipity: el único acercamiento que un científico que se respete a sí mismo puede justificadamente hacer. La novela está escrita en primera persona, se sobreentiende que por el héroe epónimo del relato, cuya «doble prerrogativa de narrador y comentador, de observador y testigo material, de escritor y filósofo» (en palabras de Henri Fluchère) se mantiene a lo largo de todo el libro. Y la actitud es, necesariamente, una actitud de «constante vigilancia». El tono, por otra parte, es de una seguridad que resulta algo impertinente e incluso llena de dobleces; es la seguridad del sacerdote: Tristram se dirige a los lectores de su obra llamándoles indiferentemente buena gente, señor, señora y milord; e incluso permite que dichos lectores aparezcan como interlocutores: «—¿Cómo ha podido usted, señora, estar tan distraída durante la lectura del último capítulo? Le he dicho a usted en él que mi madre no era papista. —¡Papista! Usted no me ha dicho tal cosa, señor. —Señora, le ruego que me permita volver a repetírselo una vez más…» (Volumen I, capítulo 20). Estos apóstrofes, reiterados con enorme frecuencia, acaban por tener la fuerza de las declaraciones categóricas y rotundas, y propician un estilo lleno de familiaridad cuyo propósito no es crear intimidad ni desprecio, sino distanciamiento, de tal modo que el espectáculo de Tristram Shandy no pueda tomarse excesivamente a pecho, es decir, con demasiada literalidad. Los apóstrofes son además divertidos, y los fines curativos de la risa (un lugar común de la psicología inglesa del siglo XVIII) quedan bien explícitos en la misma dedicatoria: «Vivo en un continuo esfuerzo para guardarme, por medio de la alegría, de los achaques de una salud precaria y otros males de la vida: firmemente persuadido de que cada vez que un hombre sonríe, pero mucho más cuando se ríe, se le añade algo a este Fragmento de Vida». Tristram Shandy es una obra juguetona escrita en una época en la que el arte estaba considerado como una diversión refinada y el examen de ideas se miraba con respeto y aprobación. En un ensayo excelente, D. W. Jefferson coloca la novela dentro de la tradición del ingenio ilustrado, y afirma que «los lectores modernos, sobre todo los de mentalidad puritana o racionalista, malentienden con frecuencia» las obras escritas en el seno de dicha tradición, «al haber perdido la noción de una tradición cristiana en la que fuera posible tanta latitud». La observación es seguramente más aplicable a los lectores ingleses que a los españoles. La historia del engendramiento de Tristram es una historia de coitus interruptus: «—Perdona, querido, dijo mi madre, ¿no te has olvidado de darle cuerda al reloj? —¡Por D——! gritó mi padre lanzando una exclamación pero cuidándose al mismo tiempo de moderar la voz; ¿Hubo alguna vez, desde la creación del mundo, mujer que interrumpiera a un hombre con una pregunta tan idiota?» (I, 1). La teoría de que los homúnculos o espermatozoides depositados por el padre de Tristram en el momento del coito se hallaban «confundidos más allá de la descripción» es, de hecho y muy característicamente, una conclusión especulativa del propio Walter Shandy; pero no es más que uno de los desastres que acompañan a la venida de Tristram al mundo, si bien todos son emblemáticos de las dificultades, calamidades y accidentes que forman la condición humana. Tristram Shandy, según su propio relato, es desafortunado desde el mismísimo instante de su concepción; y su mala suerte incluye el lugar de nacimiento (Shandy Hall en vez de Londres, donde su madre habría gozado de mejor asistencia obstétrica), la ineptitud del doctor Slop, la estupidez de Susannah, la doncella, causante de que se le bautice con el nombre de Tristram (el más desgraciado del mundo) en vez de Trismegisto, por el que Walter Shandy se había decidido finalmente; e incluso la fecha de nacimiento, 5 de noviembre, que trae a la memoria la conspiración y la traición: el 5 de noviembre de 1605 un puñado de fanáticos católicos intentó volar las dos Cámaras del Parlamento mientras se encontraban allí reunidos los pares y los comunes; la conspiración fue descubierta y frustrada; pero desde entonces se la ha conmemorado con la quema de la efigie de Guy Fawkes, fuegos artificiales y la siguiente tonada infantil, que todo niño inglés conoce: Procurad recordar La conspiración y traición de la pólvora Del cinco de noviembre; No sé de ninguna razón Por la que la traición de la pólvora Debiérase nunca olvidar.(3) «He sido», dice Tristram, «el continuo juguete de lo que el mundo llama Fortuna» (I, 5), y este lamento, dicho ligeramente pero profundamente sentido, pretende suscitar una reacción de simpatía en sus lectores, que están igualmente a merced de la Fortuna. Porque Tristram no es un héroe puro y simple. De hecho comparte las candilejas con Yorick, el párroco engendrado a partes iguales por Cervantes y Shakespeare, que es capaz de hacer bromas a costa de la muerte, que tiene la nobleza de Don Quijote en tanto que por naturaleza su corazón es generoso y que también participa del espíritu práctico de Sancho Panza cuando, por ejemplo, halla mejor solución que conservar el caballo que todo el mundo le coge prestado. Y, por encima de todo, Yorick tiene la sabiduría del bufón shakespeariano en tanto que atraviesa las máscaras de la solemnidad. «Yorick tenía por naturaleza una antipatía y una aversión invencibles hacia la seriedad; no hacia la seriedad como tal; pues cuando se requería seriedad él era el más serio o grave de los mortales durante días y semanas enteras; sino que era un acérrimo enemigo de ella cuando se la afectaba, y sólo le declaraba la guerra abierta cuando aparecía como tapadera para la ignorancia o la sandez… La misma esencia de la seriedad era la maquinación, y, en consecuencia, el engaño» (I, 11). Pero la gloria mundana se muestra esquiva con Yorick. Y cuando su amigo Eugenius trata de consolar al párroco en su lecho de muerte hablándole de las probabilidades venideras de que sobre él recaiga una mitra de obispo, Yorick declara que su cabeza se encuentra demasiado machacada por los golpes del mundo como para que ninguna mitra se ajuste a ella. Y sin embargo a Walter Shandy, que no tiene nada de héroe, tampoco le va mejor. Su teoría de los nombres de pila es de una lógica maravillosa, o al menos es un maravilloso bordado en el que él imagina ver la metodología de la racionalidad. Entre sus cualidades se bailan la elocuencia, la ignorancia y la pedantería. Su volubilidad le ha valido una cierta reputación de retórico competente, pero no ha leído a Cicerón, ni a Quintiliano, ni a ninguno de los modernos. Walter Shandy es un hombre serio pero la realidad le sobrepasa. La filosofía se inmiscuye siempre, y, así, la puerta sigue chirriando un año sí y otro también cuando una sola gota de aceite podría haberla hecho callar. El tío Toby, por su parte, cabalga sobre un caballo de juguete(4) porque es incapaz de relatarle a nadie el sitio de Namur. No sabe hablar lo bastante bien para describirlo. Pero la dificultad del tío Toby con las palabras es tan sólo una muestra de las dificultades en que se encuentran todos los seres humanos, por muy clara que tengan la cabeza y por bien que sepan hablar. Mientras es absolutamente cierto, que «mi tío Toby… con frecuencia acababa por embrollar aún más a sus visitas y, a veces, por embrollarse él mismo también» (II, 1), a la vez la naturaleza del lenguaje es tal que determinadas ambigüedades especialmente tercas en su ambigüedad confunden hasta a las personas de mayor lucidez e inteligencia. Tal es la afirmación hecha por el narrador: «la veleidosa utilización de las palabras… ha dejado perplejos a los entendimientos más preclaros y eminentes» (II, 2). La solución del tío Toby es radical; divorcia las palabras de su significado. Como dice Sigurd Burckhardt, «se halla inmerso en su creación de una manera tan total que las palabras no tienen para él ningún sentido fuera de aquélla; vive en una metáfora tan envolvente y tangible que ya no es capaz de verla como tal metáfora». Incluso dejando de lado las dificultades de comunicación, el curso de la vida es tan complejo como para no poder reducirlo a la relación cronológica; ni, de hecho, a la narración, del tipo que sea y como quiera que esté enfocada. La única esperanza de fidelidad a la experiencia estriba en una obra que sea al mismo tiempo digresiva y progresiva. En cuanto a su alcance, en realidad el mundo no es mayor que «un pequeño circulo… (inscrito en el gran círculo que es éste [el mundo]) de cuatro millas inglesas de diámetro» (1,7): tal es el universo de la partera, de Shandy Hall, y sobre todo (en su forma de caballo de juguete del tío Toby) del sitio de Namur. Esto último es un cómico microcosmos en el que la especulación y la acción tienen poca o ninguna relación entre si, en el que las batallas se libran sin derramamiento de sangre, sin derrota, sin victoria y sin fin. Pero también es un mundo en el que el amor y el arte existen realmente, y en el que la alegría y la recreación salvan a las almas de la desesperación. El sermón leído por el cabo Trim en Tristram Shandy fue escrito por el reverendo Laurence Sterne, y él mismo lo predicó en York en julio de 1750. La cita de Hebreos, 13. 18., es «pues confiamos en que tenemos buena conciencia» (II, 17),y hace hincapié en la idea, perfectamente ortodoxa e irrecusable, de que la conciencia que no está fundada en la fe es indigna de confianza. En Tristram Shandy, sin embargo, se la eleva (al igual que el sermón de Yorick) hasta un nivel cómico, siendo interrumpida la declamación no sólo por el declamador, sino también por el católico doctor Slop y el estíptico Walter Shandy; y, así, se convierte no ya en un vehículo de instrucción moral y religiosa en sí, sino en una caja de resonancia para las opiniones de los oyentes y por tanto en una exposición de sus caracteres. La manera de presentar el sermón no socava la seriedad de la cuestión que Sterne in propria persona había planteado desde el púlpito casi una década antes, pero pone de manifiesto las dificultades que acompañan a dicha instrucción, debidas principalmente a las dificultades del lenguaje y a los caprichos de los seres humanos, que (todos sin excepción) se parecen en mayor o menor grado al padre de Tristram en su reductividad idiosincrásica: «Mr. Shandy, mi padre, señor, no veía nunca nada desde la perspectiva que otros adoptaban; él adoptaba la suya propia». (II, 19). Y así, el epígrafe del volumen III es una adaptación de Sterne del Policraticus de John of Salisbury, quien declara que «mi propósito ha sido siempre pasar de las bromas a la más digna seriedad»; y Sterne traspone el latín del filósofo escolástico de la siguiente manera: «fuit propositi semper, a jocis ad sería, a seriis, vicissim ad jocos transire», aproximadamente: «mi propósito ha sido siempre pasar de lo festivo a lo serio y de lo serio a lo festivo otra vez». Lo cierto es que aquí como en el resto de Tristram Shandy las cuestiones serias son tratadas con levedad por el narrador y las bromas son tratadas con seriedad por al menos algunos personajes. En eso consiste la auténtica mezcla shandiana, así como su sabor. El tío Toby está preocupado por sus campañas militares, el doctor Slop por inanidades médicas, Trim por el amor, y Walter Shandy por… las narices. La gracia está en que la conexión entre ellos, la conexión sexual, solamente la establecen Tristram y el lector. Mientras, evidentemente, la vacua conjetura sucede a la especulación igualmente sin objeto, el asunto verdadero de la vida sigue adelante. Y cuando todos los personajes están ocupados o dormidos, Tristram escribe el Prefacio del Autor, en parte un ataque maligno contra los críticos de Sterne, en conjunto una defensa ardiente del método shandiano de narración ingeniosamente asistemática: Detesto las disertaciones prefabricadas, y considero la mayor estupidez del mundo oscurecer (al establecer una) las hipótesis que se van a manejar mediante la colocación en línea recta de una serie de palabras altisonantes y opacas, una detrás de otra, entre el propio concepto y el del lector, cuando por lo demás, con toda probabilidad, si uno se tomara la molestia de mirar a su alrededor, vería seguramente algo (de pie o suspendido en el aire) capaz de aclarar la cuestión al instante. (III, 20). Y, sin duda, es a fin de subrayar la naturaleza de las dificultades por lo que Sterne recurre al expediente de las páginas jaspeadas, de las páginas en negro, de las páginas en blanco y de las páginas omitidas, todas las cuales ofrecen una prueba ocular de los extremos a que él, como autor, se ve llevado cuando los límites del lenguaje ya han sido alcanzados. La erudita disquisición sobre las narices va precedida por la solemne declaración de que «con esa palabra no quiero decir ni más ni menos que Nariz» (III, 31). Es ésta, sin duda, una de las observaciones más manifiestamente doble-intencionadas de todo Tristram Shandy, rodeada como se encuentra de vociferantes advertencias para que la palabra sea tomada en su sentido simbólico sexual, al igual que en Rabelais, a quien el narrador invoca como testigo en el transcurso de la disquisición. Pues Tristram recurre al cuento de Slawkenbergius: una fábula de marcado sabor rabelaisiano, un relato de groserías fálicas narrada por un personaje cuyo mismo nombre significa «orinal de excrementos». Contado sin más, trata en tono solemne sobre un hombre con una gigantesca nariz; visto desde una perspectiva más amplia, es una sátira cabal del género romance, con sucesos increíbles, personajes crédulos e incrédulos y coincidencias de tal magnitud que se las da enteramente por supuestas. Llegado a Estrasburgo, el héroe ha estado «en el Promontorio de las Narices; y la que he conseguido es, gracias a Dios, una de las más hermosas y robustas que jamás le baya tocado en suerte a hombre alguno» (IV, 0). Cada página insiste en la alusión sexual, y lo hace con tanta fuerza que casi está fuera de lugar considerar el relato lascivo. Es, casi en cada línea, abiertamente obsceno. Porque el cuento de Slawkenbergius es más que una sátira del romance: también lo es de los modos de argumentación escolásticos, y (de manera más general) es un ataque contra la lógica misma. El relato acaba con la vuelta de Diego, el héroe de la larga nariz, a España y a su Julia; y con la consiguiente decepción de los estrasburgueses, que han aguardado con héctico frenesí el regreso del joven. «El comercio y la manufactura no han cesado de decaer y decrecer gradualmente desde entonces; pero no por ninguna de las causas que los cerebros mercantiles han apuntado: pues se debe tan sólo a que los estrasburgueses han tenido desde aquel día la cabera tan llena de Narices que han carecido de tiempo para ocuparse de sus negocios» (IV, 0). El cuento de Slawkenbergius es una demostración de que los imperativos sexuales tiñen basta las fachadas más severamente racionales de la naturaleza humana, y de que la naturaleza humana es irrevocablemente física. Igualmente vigoroso, y con el mismo propósito, es el tratamiento del tema de los bigotes. La palabra bigotes, dice Tristram, «se convirtió en algo indecente: tras dar los últimos coletazos quedó absolutamente inservible para el uso» (V, 1). Resulta tentador llegar a la sombría conclusión de que lo que le ocurre a esta palabra es síntoma de la corrupción del lenguaje en general. Pero esa sería una conclusión ajena al mundo a que Sterne da vida en su novela. Una explicación del asunto más en consonancia con el festivo y al mismo tiempo sutilmente clarificador designio de la obra seria que el uso y abuso del lenguaje traiciona las motivaciones humanas en sus elementos primordiales (de entre los que sobresalen con agudeza los constreñidores hechos de la sexualidad). El lenguaje no es meramente una tapadera para la concupiscencia, sino una máscara más o menos elaborada de falso recato, un magnífico ejemplo (aunque tan sólo un ejemplo) de los disfraces con que los seres humanos se engañan a sí mismos y tratan de engañarse mutuamente. ¿Es que acaso no es de todo el mundo sabido… que hace algunos siglos las Narices corrieron, en la mayor parte de Europa, la misma suerte que ahora han corrido los Bigotes en el reino de Navarra? El mal, en aquella ocasión, no se extendió de hecho a más palabras, pero, ¿acaso no han estado ya siempre, desde entonces, las camas, los traveseros, los gorros de dormir y los orinales a un paso de la perdición? ¿Y las trusas, las aberturas de las sayas, las manivelas de las bombas de agua, los tapones, las espitas? ¿Acaso no siguen en peligro por culpa del mismo proceso asociativo? Dadle rienda suelta a la castidad, por naturaleza la más apacible y mansa de todas las virtudes, y se convertirá en un león rampante y rugidor. (V, 1). Semejante pasaje debe más que hacernos desear un lenguaje puro. Nos hace regocijarnos con el propio y festivo acercamiento de Sterne a los problemas de la comunicación y las relaciones humanas. Incluso la muerte, cuyo aguijón hace verdadero daño, es transfigurada por Sterne (sin, no obstante, convertirla en una simple broma). La noticia del fallecimiento de Bobby afecta de muy diversas maneras a los habitantes de Shandy Hall: desde Susannah, que espera hacerse con ciertos vestidos de su señora cuando ésta se ponga de luto, hasta Walter Shandy, que echa mano de cuantos sabios proverbios guarda su bien surtida memoria sobre el tema de la muerte. «La filosofía tiene una buena sentencia para cada cosa. Para la Muerte dispone de una colección completa: lo malo fue que todas se agolparon a la vez en la mente de mi padre, de tal suerte que resultaba muy difícil hilarlas de forma que de allí pudiera salir algo coherente. Y en consecuencia, mi padre tomó la resolución de irlas diciendo a medida que se le fueran ocurriendo» (V, 3). Inevitablemente este tema lleva o revierte sobre el sexo: el clímax de esta reflexión sobre la muerte se halla contenido en un breve pero concluyente capítulo en el que Walter Shandy saca a relucir que Cornelio Galo murió haciendo el amor. Eso es lo que indican los asteriscos. «—Si era con su mujer, dijo mi tío Toby, no había nada de malo en ello. —Hasta ahí ya no alcanzan mis conocimientos, respondió mi padre» (V, 4). La vida y las opiniones de Tristram Shandy sufren una cierta aceleración con las teorías que sobre la educación expone Mr. Shandy en su Tristra-paedia, un intento de escritura que no le resulta nada fácil, quizá porque el documento representa la última oportunidad para el único hijo y heredero que le queda con vida, ya seriamente amenazado por las desgracias de su «engendramiento,… nariz y… nombre» (V, 16). Como no podía por menos de ser así, y de manera un tanto hilarante, el programa educativo de la Tristra-paedia va conformándose a un ritmo tan lento que resulta enteramente inútil para la instrucción de Tristram: «lo desgraciado del caso fue que durante todo ese tiempo a mí se me olvidó por completo y se me dejó abandonado a los cuidados de mi madre; y además sucedió otra cosa que fue casi tan grave como ésta: la primera parte de la obra, a la que mi padre había consagrado la inmensa mayoría de sus esfuerzos, se fue convirtiendo, por el mismo retraso que iba sufriendo, en algo enteramente inútil; cada día que pasaba, una o dos páginas se le quedaban anticuadas y perdían su relevancia» (V, 16). Las desventuras podrán parar aquí; pero en lugar de ello acaece la más peligrosa de todas hasta el momento: la circuncisión de Tristram, producida por el bastidor de la ventana cuyas piezas de plomo habían sido sustraídas afín de hacer con ellas las ruedas de una de las cureñas del campo de bolos del tío Toby. Y así, prácticamente todos, a excepción de Walter Shandy, quedan involucrados en la cuasi-emasculación del heredero de la casa. Esta circunstancia suscita expresiones de pesar y eruditas (o al menos pedantes) disquisiciones sobre los aspectos religioso y médico de la circuncisión, concluyendo con un retorno a la Tristra-paedia y la exposición, a cargo de Walter Shandy, de sus teorías lingüísticas. Su visión de la función de los verbos auxiliares concuerda perfectamente con su no del todo articulada idea de que la existencia del lenguaje no tiene por objeto la comunicación o la formulación, sino el mantenimiento de las palabras en juego: «Bien, el uso de los Auxiliares inmediatamente pone al espíritu a trabajar por sí solo sobre los materiales que le van llegando; y la versatilidad de esta gran máquina lo capacita para desenredar lo que está enredado, para abrirle a la investigación nuevos caminos y para hacer que cada idea engendre a su vez millones de ellas» (V, 42). Si nos limitáramos a contar «La historia de Le Fever», sería un relato sentimental interpolado del género habitual; si nos limitáramos a consignar las reacciones de los oyentes, nos parecería que el tipo de tejido con que se imbrica en la narración principal goza de numerosos antecedentes. Pero la historia de Le Fever prácticamente no existe por sí misma. Su inicio y su desenlace están relatados en una sola frase: «yo era el abanderado de Breda cuya mujer fue muerta de la manera más desdichada por un disparo de mosquete mientras yacía entre mis brazos en mi tienda» (VI, 7). Pues bien, mucho después, ya en su lecho de muerte, Le Fever se convierte en el objeto de las caritativas atenciones del tío Toby; y es el tío Toby quien, tras la muerte del padre, se ocupa del hijo de Le Fever, lo envía a la escuela y lo protege. La historia de Le Fever es, de hecho y en realidad, la historia de la sentimental generosidad del tío Toby, y queda imbricada en la narración principal cuando el hijo, Billy Le Fever, es recomendado por Toby a Walter Shandy como preceptor de Tristram. Pero lo que hace tan shandiana la serie de paréntesis que conforman la historia de Le Fever es su combinación de sentimiento, obscenidad y comedia. La postura de Le Fever en el momento de morir su mujer tiene lo bastante de las tres cosas como para no poderse pasar por alto sin considerar su contexto sexual; y, lo que es aún más importante, el mismo momento de la muerte de Le Fever es presentado con esa especie de elevada frivolidad que constituye el sello característico de Sterne: La sangre y los espíritus de Le Fever, que se estaban enfriando y adormeciendo en su interior, que se replegaban hacia su última ciudadela, el corazón, se reagruparon de repente, y por unos instantes le desapareció el velo de los ojos; elevó basta el rostro de mi tío Toby la mirada anhelante y acto seguido la dirigió hacia el de su hijo: y aquel lazo de unión, delgado y tenue como era, no se rompió jamás. Al instante la naturaleza retrocedió nuevamente: el velo volvió a ocupar su lugar, el pulso se alteró, se detuvo, siguió su marcha, vibró, volvió a detenerse, latió, se detuvo… ¿He de continuar? No. (VI, 10). Este tono se mantiene, aunque en un grado ya no tan elevado, durante la narración del sermón fúnebre de Yorick, en cuyo margen el párroco se había hecho a sí mismo un elogio al escribir la palabra «Bravo», si bien más tarde tachara modestamente la exclamación. Hacia el final de Tristram Shandy las bromas empiezan a decaer, y las repeticiones, las digresiones, las formas circulares pierden la fuerza de la novedad. Está muy bien que se nos diga que el método que tiene Tristram de comentar un libro es el más religioso de todos… «pues empiezo por escribir la primera frase, y acto seguido me encomiendo a Dios Todopoderoso para que me ayude con la segunda» (VIII, 2), pero esta declaración de independencia, de libertad con respecto a la responsabilidad estultificadora, no es ya tan fresca y punzante como al principio de la novela. Como dice Virginia Woolf, «lo cierto es que no podemos vivir felices durante mucho tiempo en un ambiente tan sano, y empegamos a hacernos conscientes de las limitaciones». Y habida cuenta de que Tristram Shandy representa un último desarrollo de la estructura picaresca, o al menos de este aspecto de la epistemología picaresca que exige no conclusiones determinadas sino, por el contrario, rupturas indeterminadas, los riesgos artísticos son tales que sólo es posible sortearlos en una obra de tal brevedad que el cansancio no pueda hacer acto de presencia. El Lazarillo de Tormes es una buena muestra de esta economía. Don Quijote ya es otra cuestión. Sterne aprendió mucho de Cervantes, pero la conclusión de la más grande de todas las novelas está tan finamente trabajada (y de hecho tan bien acabada) que Don Quijote, finalmente, escapa a la picaresca. Aun con todo, la historia de los amoríos del tío Toby con la viuda Wadman es un material bastante bueno para las secciones finales de Tristram Shandy, ya que el vacilante (y de hecho erróneo) sentimiento del viejo, impotente e inocente soldado por la mujer resulta, tanto sexual como lingüísticamente, emblemático de la forma circular de la novela misma. Aunque ya en el volumen VIII se alude al fondo de la cuestión sin que se trate de él directamente, se cuenta lo suficiente sobre la viuda Wadman como para dejar bien claro el hecho de que, al ser sus propósitos matrimoniales, la curiosidad que siente por la herida del tío Toby debe quedar saciada antes de proceder al enlace. La muy interrumpida y nunca concluida historia del Rey de Bohemia y sus siete castillos, que cuenta Trim, se extiende demasiado, pero da a Trim ocasión de impartir a su señor algunas enseñanzas en materia sexual, al hablarle de una beguina que le curó su herida de la rodilla. Trim trata de los aspectos fisiológicos del amor de una manera muy directa, y sin embargo no logra hacer entender a su señor en qué consiste la unión sexual, ni siquiera tras repetirle la lección ilustrándola con la escena en que el hermano de Trim ayuda a preparar salchichas a la viuda de Lisboa. Y el tú» Toby llega incluso a imaginarse que una ampolla reventada en su trasero es prueba de su enamoramiento, cuando en realidad es sólo resultado de haber montado con excesivos ímpetus a caballo. —Lo único que deseo es manejar bien el asunto, dijo mi tío Toby; pero te aseguro, cabo, que realmente preferiría avanzar sobre el mismísimo borde de una trinchera. —Una mujer es algo completamente distinto, dijo el cabo. Ya lo supongo, dijo mi tío Toby. (VIII, 30). Pero el tío Toby no se entera de la diferencia hasta que, magníficamente ataviado y seguido por Trim con su gorra de montero y la casaca del teniente Le Fever, acomete de frente la empresa. La cual queda en nada. Cuando el cabo no tiene más remedio que explicarle al tío Toby, en multitud de formas y con grandes dificultades, la índole de las inquietudes de la viuda Wadman, el capitán responde simplemente: «—Vamos a casa de mi hermano Shandy» (IX, 31). Allí, en el capítulo final, queda delineada una vez más la galería de solitarios personajes cuya incapacidad para entenderse se ve ilustrada por el mixtificador episodio del toro comunal de la parroquia (aportado y mantenido por el propio Mr. Shandy) que no logra cumplir con la única tarea que le está encomendada. El fracaso es, por tanto, la última palabra de la historia de Tristram Shandy, pero la cuestión es presentada al modo de una farsa y descansa sobre el sustrato de simpatía que a lo largo de la novela entera hay entre los personajes. La cock-and-bull story(5), que es una historia incluida en otra historia, establece la distancia necesaria para que podamos contemplar las diferentes actuaciones, y nos recuerda que Tristram Shandy es una representación. A la que acompaña en todo momento la alegría. La alegría es, de hecho, su razón de ser e incluso su condición de posibilidad. En este sentido, la novela ofrece una redención auténticamente shandiana: la de un arte que se atreve a decir la verdad, la del aislamiento hecho tolerable por la risa y rescatado del horror por la compasión. ANDREW WRIGHT. (Traducción de J. M.) CRONOLOGÍA CRONOLOGÍA DE LAURENCE STERNE 1713 Nace el 24 de noviembre en Clonmel (Irlanda). Su padre, Roger Sterne, es abanderado del ejército británico, y su madre, Agnes Hebert, es hija de un vivandero de dicho ejército. 1723 Pasa los primeros años de su vida sin establecerse en ningún lugar fijo (tan sólo permanece alguna que otra temporada en Dublín), siguiendo a su padre a lo largo de las diferentes campañas del ejército. En esta fecha se instala finalmente en Halifax (Inglaterra), donde estudia el bachillerato hasta 1731 bajo la tutela de su tío Richard Sterne. Laurence procede de una familia más que acomodada, pero su padre, Roger, es, por así decir, la oveja negra y el más pobre. 1733 Tras la muerte de su padre en 1731, en las Indias Occidentales, Laurence, gracias a la ayuda de su tío Richard, logra entrar en el Jesus College, de Cambridge, donde estudia filosofía, humanidades y a los clásicos (principalmente) hasta 1740, año en que recibe su M.A., habiendo hecho lo propio con su B.A. en 1737. 1738 Ayudado por su tío Jaques, alto dignatario de la iglesia de York, a la muerte de Richard, Laurence (más que nada por conveniencia) toma las órdenes y consigue una vicaria en la aldea de Yorkshire Sutton-in-the-Forest. Durante estos años ‘su’ capital, que visita frecuentemente, es la ciudad de York. 1741 Contrae matrimonio con Elizabeth Lumley, procedente de una buena familia rural venida a menos. Esto no lo sabrá Laurence hasta después de la boda. 1745 Nace la única bija de Sterne, Lydia. Hasta 1759, la vida de Laurence transcurre sin grandes cosas dignas de mención: va ascendiendo lentamente dentro del escalafón eclesiástico, escribe sermones que le dan cierta reputación local y no se ve libre de las intrigas políticas y religiosas de su época. 1759 Estas le llevan a escribir su primer opúsculo; A Political Romance, or The History of a Good Warm Watch-Coat, sátira contra otro eclesiástico de Yorkshire, muy ambicioso, llamado Francis Topham. 1760 Se publican los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy. Sterne obtiene un gran éxito, pasa largas temporadas en Londres y su vida cambia por completo. Seguirá escribiendo volúmenes de su opera magna (alternados con volúmenes de sus sermones, bajo el titulo The Sermons of Mr Yorick) hasta 1767. Para las fechas de edición de los respectivos volúmenes, ver las notas que las indican al comienzo de cada uno de ellos. 1762 Sterne, muy mal de salud (tísico), viaja a París, donde se le da un gran recibimiento. A partir de 1760 ha empezado a conocer a los talentos británicos, ahora va a hacer otro tanto con los ‘continentales’. 1763 Tras pasar parte de 1762 en Toulouse, Laurence sigue dos años más en Francia, hasta 1764, viviendo en diferentes ciudades, desde París a Montpellier. Su enfermedad le sigue amenazando. 1765 Regresa a Inglaterra en 1764, y reanuda la publicación de Tristram Shandy (interrumpida durante varios años) en 1765. 1766 Algo recobrada la salud, Sterne vuelve a viajar por Europa (Francia e Italia). De este viaje saldrá A Sentimental Journey through France and Italy. Pasa el invierno en Nápoles. Regresa a Inglaterra muy empeorado de salud. 1767 Publica el último volumen de Tristram Shandy. Conoce a Mrs Elizabeth Draper, de quien se enamora profundamente y a quien escribe su (más adelante) obra The Journal to Eliza. 1768 En febrero publica su obra maestra A Sentimental Journey through France and Italy, que le consagra en vida como uno de los más grandes escritores del siglo XVIII. Tanto esta obra como Tristram Shandy empiezan a ser traducidas a otras lenguas. Su salud, sin embargo, es cada vez más precaria, sufre continuas hemorragias, y finalmente muere el 18 de marzo de 1768, a la edad de 54 años. El gran escritor alemán Cotthold Ephraim Lessing (1729-1781) resume en una frase la consternación del mundo intelectual de su época: Habría dado diez años de mi propia vida si con ello hubiera podido alargar la de Sterne un año más. Y las ediciones se suceden… BIBLIOGRAFÍA BIBLIOGRAFÍA SELECTA I. EDICIONES EMPLEADAS EN LA PRESENTE TRADUCCIÓN The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman, Basilea, J. L. Legrand, 1792. The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman, ed. James Aiken Work, Nueva York, The Odyssey Press, 1940. The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman, ed. Christopher Ricks, notas de Graham Petrie, Harmondsworth, Penguin Books, 1967. The Sermons of Mr Yorick, ed. Marjorie David, Cheadle Hulme, Carcanet Press Limited, 1973. II. EDICIONES PRINCIPALES DE LA OBRA DE STERNE Sterne, Laurence: Works, 7 vols., Oxford, Blackwell, 1926-27. Sterne, Laurence: The Letters of Laurence Sterne, ed. L. P. Curtis, Oxford, Clarendon, 1935. Sterne, Laurence: A Sentimental Journey through France and Italy, The Journal to Eliza y A Political Romance, ed. Ian Jack, Londres, Oxford University Press, 1968. III. OBRAS DE CARÁCTER GENERAL EN QUE HAY INTERESANTES REFLEXIONES O COMENTARIOS SOBRE LAURENCE STERNE Coleridge, Samuel Taylor: Shakespearian Criticism, 2 vols., Londres, Dent and Dutton, 1967, I, p. 214; II, pp. 163, 242 y 248. Forster, Edward Morgan: Aspects of the Novel, Harmondsworth, Pelican Books, 1967, pp. 25, 26 y 117. Hazlitt, William: Lectures on the English Comic Writers, Londres, Dent and Dutton, 1967, pp. 105, 112, 120, 121, 151 y 152. Nietzsche, Friedrich: Menschliches, Allzumenschliches y Autobiographisches aus den Jahren 1856 bis 1869 (en Werke, 3 vols.), Munich, Cari Hanser Verlag, 1956,1, pp. 780-782 (apartado 113 de la obra citada en primer lugar), III, pp. 43, 44, 53 y 72. Woolf, Virginia: Collected Essays (Volume III), Londres, Chatto and Windus, 1969, pp. 86-104. IV. ESTUDIOS a) Libros Alter, Robert: Partial Magic: The Novel as a Self-Conscious Genre, Berkeley, University of California Press, 1975. Booth, Wayne C: The Rhetoric of Fiction, Chicago, University of Chicago Press, 1961. Cash, Arthur H.: Laurence Sterne: The Early and Middle Years, Londres, Methuen, 1975. Cash, Arthur H.: Sterne’s Comedy of Moral Sentiments: The Ethical Dimension of the Journey, Pittsburgh, Pittsburgh University Press, 1966. Cash, Arthur H. y John M. Stedmond (eds.): The Winged Skull: Papers from the Laurence Sterne Bicentenary Conference, Kent, Ohio, Kent State University Press, 1971. Cross, Wilbur Lucius: The Life and Times of Laurence Sterne, 3.ª ed., New Haven, Yale University Press, 1929; reimpr. Nueva York, Russell and Russell, 1967. Curtis, L. P.: The Politics of Laurence Sterne, Oxford, Oxford University Press, 1929. Dilworth, E. N.: The Unsentimental Journey of Laurence Sterne, Nueva York, King’s Crown, 1948. Fluchère, Henri: Laurence Sterne, de l’homme à l’oeuvre. Biographie critique et essai d’interprétation de Tristram Shandy, París, Gallimard, 1961 (traducido al inglés y abreviado por Barbara Bray con el título Laurence Sterne: from Tristram to Yorick, Londres, Oxford University Press, 1965). Fredman, Alice G.: Diderot and Sterne, Nueva York, Columbia University Press, 1955. Hammond, Lansing Van der Heyden: Sterne’s Sermons of Mr Yorick, New Haven, Yale University Press, 1948. Howes, Alan B. (ed.): Sterne: The Critical Heritage, Londres, Rouledge, 1974. Jefferson, D. W.: Laurence Sterne, Londres, Longmans, 1954. Lanham, Richard A.: Tristram Shandy: The Games of Pleasure, Berkeley, University of California Press, 1973. McKillop, A. D.: The Early Masters of English Fiction, Lawrence, Kansas, University of Kansas Press, 1956. Piper, William Bowman: Laurence Sterne, Nueva York, Twayne, 1965. Price, Martin: To the Palace of Wisdom, Nueva York, Doubleday, 1964. Shaw, Margaret R. B.: Laurence Sterne: The Making of a Humorist, 1713-1762, Londres, Richards, 1957. Stedmond, John M.: The Comic Art of Laurence Sterne, Toronto, University of Toronto Press, 1967. Tave, Stuart M.: The Amiable Humorist, Chicago, University of Chicago Press, 1960. Thomson, David: Wild Excursions: The Life and Fiction of Laurence Sterne, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1972. Traugott, John: Tristram Shandy’s World: Sterne’s Philosophical Rhetoric, Berkeley, University of California Press, 1954; reimpr. Nueva York, Russell and Russell, 1970. Watkins, W. B. C: Perilous Balance: The Tragic Genius of Swift, Johnson, and Sterne, Princeton, Princeton University Press, 1939. Watt, Ian: The Rise of the Novel: Studies in Defoe, Richardson and Fielding, Berkeley, University of California Press, 1957; reimpr. Harmondsworth, Pelican Books, 1974. b) Artículos Baird, Theodore: «The Time-Scheme of Tristram Shandy and a Source», Publications of the Modern Language Association of America, LI, 1936, 803-20. Booth, Wayne C: «Did Sterne Complete Tristram Shandy?», Modern Philology, XLVIII, 1951, 172-83. Burckhardt, Sigurd: «Tristram Shandy’s Law of Gravity», ELH: A Journal of English Literary History, XXVIII, 1961, 70-88. Cash, Arthur H.: «The Lockean Psychology of Tristram Shandy», ELH: A Journal of English Literary History, XXII, 1955, 125-35. Farrell, William J.: «Nature Versus Art as a Comic Pattern in Tristram Shandy», ELH: A Journal of English Literary History, XXX, 1963, 16-35. Jefferson, D. W.: «Tristram Shandy and the Tradition of Learned Wit», en Boris Ford (ed.): A Guide to English Literature, edición revisada, Londres, Gassell, 1962, 325-37. Lehman, B. H.: «Of Time, Personality and the Author», en Studies in the Comic, University of California Publications in English, VIH, 1941, 233-50. Read, Herbert: «The Sense of Glory», Nueva York, Harcourt Brace, 1930. Seidlin, Oskar: «Laurence Sterne’s Tristram Shandy and Thomas Mann’s Joseph the Provider», Modern Language Quarterly, VIII, 1947, 101-18. Towers, A. R.: «Sterne’s Cock and Bull Story», ELH: A Journal of English Literary History, XXIV, 1957, 12-29. Woolf, Virginia: «Sterne», Times Literary Supplement, 12 de agosto de 1909, reimpr. en Granite and Rainbow, Londres, Hogarth, 1958, 167-75; y en el vol. III de los Collected Essays (ver referencia en el apartado III). Wright, Andrew: «The Artifice of Failure in Tristram Shandy», Novel, II, 1969, 212-20. V. OTRAS OBRAS DE STERNE CONSULTADAS A Sentimental Journey through France and Italy, ed. Alfred Alvarez y Graham Petrie, Harmondsworth, Penguin Books, 1975. A Sentimental Journey through France and Italy y The Journal to Eliza, ed. Daniel George, Londres, Dent and Dutton, 1969. NOTA SOBRE EL TEXTO Si ahora soy yo quien se interpone entre el texto y el lector paciente (el impaciente hace ya rato que, con bastante buen criterio, estará disfrutando de Tristram Shandy), es, al menos en parte (quiero creerlo), por el bien de ambos: no me guía otra intención, lo juro, que la de restarle obstáculos al primero y ahorrarle al segundo ciertos engorros con los que, si es demasiado curioso o está ávido de información, puede tropezarse a lo largo de la presente edición. Quisiera decir en primer lugar, respecto al texto en general, que he procurado seguir el original con la mayor fidelidad posible, tratando de conservar hasta el límite de lo inteligible la estructura sintáctica y la puntuación de Sterne, caóticas e ininteligibles, en un principio, para el lector español del siglo XX. De ello se desprende, pues, que la mayor fidelidad posible no ha sido nunca excesiva, aun cuando las más de las veces haya preferido forjar al máximo la sintaxis y la puntuación castellanas (en pro de posibilitar la adivinación del texto inglés por parte del lector español) a seguir la lamentable y generalizada tendencia de los traductores a castellanizar los textos extranjeros de tal forma que cualquier vestigio de su condición de obra inglesa, o francesa, o alemana, queda borrado por completo o barrido por inoportunos casticismos. Confieso, en cambio, que al mismo tiempo hay en la traducción algunas infidelidades notorias (tales como la adición o supresión de un adjetivo, por ejemplo), que, sin embargo, no pertenecen al orden del capricho; están justificadas por una cuestión de ritmo, esencial en la novela de Sterne, y, sin estas ligeras libertades, dicho ritmo podría haberse visto gravemente alterado o trastocado al verter el texto al castellano. Respecto a la singular manera de puntuar de Sterne, desearía hacer una observación en particular: Sterne era predicador antes que nada, y en consecuencia su puntuación es eminentemente oratoria, como sobre todo se desprende del abundantísimo uso de guiones, que en su caso hacen las veces de pausas retóricas (más o menos largas según la longitud de cada uno), o bien indican el ritmo de la acción narrada. Aunque esta insólita utilización de dicho signo puede desconcertar al principio al lector español (acostumbrado por lo general a que el guión equivalga a un inciso), creo que poco a poco se irá habituando a ello y que no le resultará molesto. Por esta razón, porque los mencionados guiones en cierto modo fueron también una sorpresa para el lector británico del siglo XVIII, y porque el aspecto físico de un texto de Sterne (que él cuidaba mucho) los requiere para no verse traicionado, he respetado esta puntuación tan característica en su totalidad. Sterne, con enorme frecuencia, escribe incorrectamente los nombres propios: he conservado su errónea ortografía cuando esto sucede para dar una explicación, en cada caso, en las notas. Asimismo he respetado los nombres latinizados excepto en aquellas ocasiones en que el personaje citado es bien conocido del público español: en tales casos he cambiado la forma latina por la castellana; por ejemplo, Justo Lipsio en lugar del Justus Lipsius del original. En cuanto a las más de 1.000 notas que acompañan al texto… bueno, como la distancia temporal nos permite hacer con las obras de los antiguos cosas que nos parecerían intolerables en un libro de hoy (a saber: explicar lo que el autor, con sumo cuidado, procuró que fuera inexplicable; acabar con toda sutileza y toda ambigüedad; desterrar la arrogancia del escritor e introducir el servilismo más abyecto al lector; aventurar estúpidas hipótesis sobre misterios insolubles, etc.), como las tendencias de la edición moderna fomentan el vano aplauso a la erudición, como no se aprecia versión de un clásico sin aparato crítico (y cuanto mayor sea, mejor)…, por todas esas razones dichas más de 1.000 notas existen. Y por todas esas razones el lector que tenga a bien consultarlas no deberá extrañarse de que, junto a unas de gran erudición y poco menos que destinadas al especialista, aparezcan también otras en las que simplemente (y de modo algo perogrullesco) se traduce la palabra latina desiderata o la francesa gourmand: ¡hay que tener en cuenta a todos los públicos! No voy a negar que muchas de esas notas son imprescindibles o cuando menos de enorme utilidad para la comprensión del texto: ahora bien, yo aconsejaría leerlas al lector que desee tener un entendimiento cabal de la obra y estar bien informado sobre Sterne, sus tiempos y sus escritos: al curioso, al estudioso, al investigador. Pero en cambio desaconsejaría su lectura a aquel otro lector que aspire a leer bien el texto, Tristram Shandy. Antes dije que me había tomado algunas libertades en pro del ritmo de esta novela, de suma importancia a mi modo de ver; pues bien, las notas no hacen sino romper ese ritmo: fragmentan, interrumpen continuamente la lectura y echan a perder lo que primero Sterne y luego yo (dentro de mis reducidas posibilidades) nos esforzamos por lograr. En una palabra, merman la libertad del que Nietzsche llamara el escritor más libre de todos los tiempos. Por tanto yo recomendaría a ese segundo tipo de lector acudir a las notas sólo cuando no entienda algo… y omitir el resto, en la seguridad de que lo esencial de Tristram Shandy no se verá afectado por ello; pues no está en las notas, sino en el texto. A fin de no sobrecargar aún más el número de aquéllas, he incluido al final un Glosario de los incontables términos militares que aparecen a lo largo de la obra, así como de aquellas palabras que, por estar en desuso, el lector actual puede desconocer. Por último, quisiera expresar mi agradecimiento a los profesores Andrew Wright, Juan López-Morillas y Jack Cressey White (de University of California, University of Texas (Austin) y Universidad Complutense de Madrid, respectivamente), así como a Francés López-Morillas, y a la grafista Mercedes de Azúa, de la Escuela Central de Xiberta, por su paciente, valiosa y desinteresada colaboración durante la traducción y edición de este libro. JAVIER MARÍAS LA VIDA Y LAS OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY[1] ?a??sse? t??? a????p???, ?? t? p???µata, ???a t? pe?? t?? p?a?µ?t?? d??µata[2] VOLUMEN I Al Muy Honorable MR PITT[4] SEÑOR, Jamás pobre Criatura Dedicante alguna, al hacer su Dedicatoria, puso en ella menos esperanzas de las que yo he puesto en esta mía; pues ha sido escrita en un oscuro rincón del reino y en el interior de una solitaria casa con techado de bálago, donde vivo en un continuo esfuerzo para guardarme, por medio de la alegría, de los achaques de una salud precaria y otros males de la vida: firmemente persuadido de que cada vez que un hombre sonríe,——pero mucho más cuando se ríe, se le añade algo a este Fragmento de Vida. Le ruego humildemente, señor, que honre este libro llevándolo——(no bajo su Protección,——debe protegerse por sí solo, sino)——llevándoselo consigo al campo; si alguna vez me dicen que allí le ha hecho sonreír, o si llego a imaginar que le ha distraído de un momento de preocupación,——me consideraré tan dichoso como un ministro de estado;——quizá mucho más dichoso (a excepción de uno tan sólo) que ninguno de los que conozco por haber leído u oído hablar acerca de ellos. Quedo, gran señor, (y lo que aún es más para usía) quedo, buen señor, deseándole lo mejor, el más humilde Compatriota de su señoría, EL AUTOR. Capítulo uno Ojalá mi padre o mi madre, o mejor dicho ambos, hubieran sido más conscientes, mientras los dos se afanaban por igual en el cumplimiento de sus obligaciones, de lo que se traían entre manos cuando me engendraron; si hubieran tenido debidamente presente cuántas cosas dependían de lo que estaban haciendo en aquel momento:—que no sólo estaba en juego la creación de un Ser racional sino que también, posiblemente, la feliz formación y constitución de su cuerpo, tal vez su genio y hasta la naturaleza de su mente;—y que incluso, en contra de lo que ellos creían, la suerte de toda la casa podía tomar uno u otro rumbo según los humores[5] y disposiciones que entonces predominaran:——si hubieran sopesado y considerado todo esto como es debido, y procedido en consecuencia,——estoy francamente convencido de que yo habría hecho en el mundo un papel completamente distinto de aquel en el que es muy probable que el lector me vea. —Creedme, buena gente, esto no es cosa tan insignificante como muchos de vosotros podáis pensar;—me atrevería a decir que todos habéis oído hablar de los espíritus animales[6], de cómo se transfunden de padre a hijo, etc., etc.—y otras muchas cosas al respecto.—Pues bien, tenéis mi palabra de que nueve de las diez partes del sentido de un hombre o de su sinsentido, sus éxitos y sus fracasos en este mundo dependen de los movimientos y actividad de dichos espíritus, así como de los diferentes terrenos y sendas en que se los deposite; de tal manera que, una vez puestos en marcha, no importa ni medio penique que lo estén para bien o para mal,—allá van, alborotando como locos; y al dar los mismos pasos una y otra y otra vez, al poco rato ya han hecho con ello un camino un llano y uniforme como el paseo de un jardín; y una vez que se han acostumbrado a él, ni el mismo Diablo será a veces capaz de desviarlos. —Perdona, querido, dijo mi madre, ¿no te has olvidado de darle cuerda al reloj?———¡Por D——!, gritó mi padre lanzando una exclamación pero cuidándose al mismo tiempo de moderar la voz[7]——¿Hubo alguna vez, desde la creación del mundo, mujer que interrumpiera a un hombre con una pregunta tan idiota?—Perdone, pero, ¿qué estaba diciendo su padre?———Nada. Capítulo dos —Pues entonces no hay positivamente nada en la pregunta (o al menos yo no lo veo) ni de bueno ni de malo. —En ese caso permítame decirle, señor, que cuando menos era una pregunta muy inoportuna, pues sirvió para disipar y dispersar a los espíritus animales, cuya misión era haber escoltado y acompañado, bien cogido de la mano, al HOMÚNCULO[8] y haberlo conducido sano y salvo hasta el lugar destinado para su recepción. El HOMÚNCULO, señor, por mucho que en esta época de ligereza y veleidad pueda aparecer bajo una luz ridícula y vulgar a los ojos de la ignorancia o el prejuicio,—a los de la razón de la investigación científica se presenta como algo incontestable:—un SER protegido y circunscrito con derechos.——Los filósofos más minuciosos, que, por cierto, son los que poseen los más amplios entendimientos (siendo sus almas lo contrario que sus indagaciones)[9], nos demuestran de manera irrefutable que el HOMÚNCULO es creado por la misma mano,—engendrado por el mismo proceso de la naturaleza,—y dotado de los mismos poderes y facultades de locomoción que nosotros:—que, como nosotros, consiste de piel, pelo, grasa, carne, venas, arterias, ligamentos, nervios, cartílagos, huesos, médula, sesos, glándulas, genitales, humores y articulaciones;—que es, en suma, un Ser con tanta actividad (y tan en verdad nuestro semejante en todos los sentidos de la palabra) como milord el Canciller de Inglaterra[10]. —Puede beneficiársele,—puede dañársele,—puede desagraviársele;—en una palabra, posee todos los títulos y derechos de la humanidad que Tully, Puffendorff[11] o cualquiera de los mejores escritores éticos admiten que se desprenden de tal estado y relación. Así pues, querido señor: ¿Y si le hubiera ocurrido algún accidente, solo como estaba, por el camino?—¿Y si a causa del terror que la senda le inspiraría, cosa natural en un viajero tan joven, mi pequeño caballero hubiera llegado al término de su viaje lamentablemente extenuado (su fuerza muscular y su virilidad consumidas, convertidas en un delgado hilo; sus propios espíritus animales confundidos más allá de la descripción), y en este triste y desordenado estado de nervios se hubiera desplomado, fácil presa de bruscas sacudidas o de una serie de melancólicos sueños y fantasías, permaneciendo así por espacio de nueve largos, largos y consecutivos meses?—Me estremezco al pensar en cuán sólidos cimientos para un millar de flaquezas, tanto del cuerpo como de la mente, habrían quedado ya asentados. Ni las artes del médico ni las del filósofo habrían sido jamás capaces de enderezar del todo semejante entuerto. Capítulo tres La anécdota anterior se la debo a mi tío Mr Toby Shandy, a quien mi padre, que era un excelente filósofo de la naturaleza[12] y muy dado a hacer exhaustivos razonamientos acerca de las cuestiones más nimias, a menudo habíase quejado amargamente de la ofensa; pero sobre todo en una ocasión, como mi tío Toby recordaba bien, en que el viejo caballero, al advertir la más inexplicable oblicuidad (como él la llamó) en mi manera de bailar la peonza y a fin de justificar los principios por los que yo la había hecho girar así,—sacudió la cabeza y, en un tono que denotaba pesar más que reproche, —dijo que su corazón siempre había presentido (y luego habíalo visto verificado por esta y otras mil cosas que había observado en mí) que yo no iba a pensar ni a obrar como el hijo de ningún otro hombre.——Pero, ¡ay, claro!, prosiguió, sacudiendo la cabeza por segunda vez y enjugándose una lágrima que le resbalaba por una mejilla, las desventuras de mi Tristram comentaron nueve meses antes de que viniera al mundo. Mi madre, que estaba sentada al lado, levantó la vista, —pero ella no tenía más idea que sus cuartos traseros de lo que mi padre quería decir;—en cambio mi tío, Mr Toby Shandy, que estaba bien enterado del episodio,—le comprendió muy bien. Capítulo cuatro Ya sé que hay lectores en el mundo que, al igual que otra mucha buena gente que vive en él, no tienen nada de lectores;—que se encuentran a disgusto si no se les permite entrar, desde el principio hasta el final, en el secreto de todo lo que a uno le concierne. Y si hasta ahora me he mostrado ya tan detallista, ha sido por pura sumisión a este carácter de ellos y por una cierta resistencia de mi naturaleza a decepcionar a ningún alma viviente. Puesto que mi vida y mis opiniones es probable que armen mucho ruido en el mundo:—dado que, si mis conjeturas no yerran, afectarán a todas las clases, profesiones y cualesquiera denominaciones bajo las que se hallan agrupados los hombres:—que serán no menos leídas que el propio Viaje del peregrino[13],—y que a la postre acabarán siendo exactamente lo mismo que Montaigne temía que sus ensayos resultaran ser (es decir, un librito de antesala)[14],—considero necesario hacerle algunas consultas a todo el mundo en su justo momento; y en consecuencia debo pedir perdón por seguir todavía por este camino un poco más. Esta es la razón por la que me alegro enormemente de haber empezado la historia de mí mismo de la manera en que lo he hecho y de ser capaz de seguir rastreando cuanto tuvo lugar en ella, como dice Horacio, ab Ovo[15]. Ya sé que Horacio no acaba de recomendar esta fórmula. Pero ese caballero habla tan sólo de un poema épico o de una tragedia—(se me ha olvidado qué);—por otra parte, si no es así, debería pedirle disculpas a Don Horacio;—pues al escribir lo que ya he emprendido no pienso ajustarme ni a sus reglas ni a las de ningún otro hombre que jamás haya existido. Sin embargo, a aquellos que prefieran no retroceder tanto en este tipo de cosas, no les puedo dar mejor consejo que el siguiente: que se salten el resto de este capítulo; pues ya declaro de antemano que está escrito tan sólo para los curiosos e inquisitivos. ————————Cierren la puerta———————— Yo fui engendrado de noche, entre el primer domingo y el primer lunes del mes de marzo del año de nuestro Señor de mil setecientos dieciocho. Tengo la certeza de que así fue.—Pero el que haya llegado a ser tan preciso en el cálculo de algo que sucedió antes de que yo naciera se debe a otra pequeña anécdota sólo conocida en el seno de nuestra familia pero sacada ahora a la luz pública para una mejor aclaración de este punto. Deben ustedes saber que mi padre, que en un principio se había dedicado al comercio con Turquía pero que desde hacía algunos años había abandonado los negocios para retirarse (y allí morir) a su hacienda patrimonial del condado de——————[16], era, en todo lo que hacía (fuera asunto de negocios, fuera cuestión de divertirse), uno de los hombres más regulares que hayan existido jamás. Como ejemplo de esta extremada exactitud suya, de la que en verdad era esclavo, tenemos lo siguiente:—desde hacía muchos años (había hecho de ello una regla),—la noche del primer domingo de cada mes, a lo largo de todo el año—y con tanta seguridad como que la noche del domingo siempre llegaba,——daba cuerda con sus propias manos a un enorme reloj de pared que teníamos en lo alto de las escaleras posteriores.—Y teniendo entre cincuenta y sesenta años en la época a que me he estado refiriendo,—había asimismo ido trasladando a las mismas fechas, de manera gradual, algunas otras pequeñas obligaciones domésticas a fin de, como le decía a menudo a mi tío Toby, quitárselas de encima todas a la vez y no tener que andar jorobado y pendiente de ellas durante el resto del mes. Estas costumbres fueron siempre bien atendidas con tan sólo un infortunio, que, en gran medida, recayó sobre mí y cuyos efectos, me temo, arrastraré conmigo hasta la tumba; a saber: que, a causa de una infeliz asociación de ideas que por su naturaleza no tienen ninguna conexión, acaeció que, al cabo del tiempo, mi pobre madre era incapaz de oír cómo se le daba cuerda al mencionado reloj——sin que ciertos pensamientos acerca de algunas otras cosas se le vinieran inopinada e inevitablemente a la cabeza—y vice versa:——y el sagaz Locke, que sin duda entendía la naturaleza de estas cosas mejor que la mayoría de los hombres, afirma que extrañas combinaciones de ideas como ésta han provocado más acciones erróneas que todas las demás fuentes de perjuicio conocidas juntas[17]. Pero esta es ya otra historia. Bien; gracias a una anotación de la agenda de mi padre, que ahora tengo encima de la mesa, consta ‘que el día de la Anunciación, que fue el 25 del mismo mes en que yo fecho mi engendramiento,——mi padre emprendió un viaje a Londres en compañía de mi hermano mayor Bobby para hacerle ingresar en el colegio de Westminster’; y como también consta, en el mismo lugar, ‘que no volvió a reunirse con su mujer y su familia hasta la segunda semana de mayo siguiente’,—la cosa parece prácticamente segura. Sin embargo, lo que viene al comienzo del próximo capítulo lo pone todo más allá de cualquier duda. —Pero perdone usted, señor, ¿qué estuvo haciendo su padre entonces durante todo diciembre,—enero—y febrero?———Caramba, señora,—pues durante todo ese tiempo estuvo aquejado de ciática. Capítulo cinco El quinto día de noviembre de 1718, que según la fecha ya establecida se aproximó a los nueve meses de calendario tanto como cualquier marido podría haber razonablemente esperado,—yo, Tristram Shandy, Caballero[18], fui traído a este ruin y desastroso mundo nuestro.——Ojalá hubiera nacido en la Luna o en cualquiera de los planetas (a excepción de Júpiter y Saturno, pues nunca pude soportar los climas fríos), ya que no me podría haber ido peor en ninguno de ellos (si bien no respondo de Venus) de lo que me ha ido en este vil, sucio planeta nuestro—el cual, dicho sea con todo respeto, para mí que lo compusieron con pedazos y retales sueltos de los demás—;——no es que el planeta no esté bastante bien siempre y cuando uno nazca heredero de un gran título o de grandes propiedades; o pueda ingeniárselas de alguna manera para ser llamado a ocupar cargos públicos y funciones llenas de dignidad y poder;——pero ese no es mi caso;——y en consecuencia cada uno hablará de la feria según le haya ido a su mercancía;——y por esta razón afirmo de nuevo que este es uno de los mundos más viles que jamás se hicieron;—pues en verdad puedo decir que desde el mismo instante en que empecé a respirar en él, y hasta ahora, en que apenas si puedo hacerlo debido a un asma que cogí patinando en Flandes con el viento de cara[19],—he sido el continuo juguete de lo que el mundo llama fortuna; y aunque no la difamaré diciendo que en más de una ocasión me ha hecho sentir el peso de algún mal grande o considerable,——afirmo sin embargo, con la mayor ecuanimidad del mundo, que en todas las etapas de mi vida y a cada vuelta o esquina en que podía haberse portado bien conmigo, la descortés Duquesa me ha obsequiado con una andanada de lances tan infaustos y desgracias tan dignas de conmiseración como las que HÉROE ninguno, por pequeño que fuera, haya sufrido jamás. Capítulo seis Al principio del capítulo anterior les dije a ustedes cuándo nací exactamente;——pero no les dije cómo. No; ese particular tenía enteramente reservado para sí un capítulo propio;—además, señor, dado que en cierto modo usted y yo somos un perfecto desconocido el uno para el otro, no habría estado bien que le hubiera permitido entrar en demasiados detalles referentes a mi persona de una sola vez.—Debe usted tener un poco de paciencia. He acometido la empresa, ya lo ve usted, de escribir no sólo mi vida, sino también mis opiniones, con la esperanza y el deseo de que su conocimiento de mi carácter y de la clase de mortal que soy por medio de lo uno le predispondría mejor para lo otro. A medida que prosiga usted en mi compañía, el ligero trato que ahora se está iniciando entre nosotros se convertirá en familiaridad; y ésta, a menos que uno de los dos falle, acabará en amistad.—O diem praeclarum![20],—entonces nada de cuanto me ha sucedido será estimado vano por su naturaleza ni tedioso en su narración. Por tanto, querido amigo y compañero mío, si juzga usted mi relato algo sobrio en sus comienzos,—aguante conmigo—y déjeme proseguir y contar mi historia a mi manera.—Y si de vez en cuando parece que me entretengo con tonterías por el camino, o que a veces, durante unos segundos y mientras pasamos de largo, me pongo un cucurucho con un cascabel,—no se esfume usted,—sino más bien concédame cortésmente crédito y confíe en que en mí hay más sabiduría de la que muestran las apariencias;—y a medida que avancemos dando tumbos y a trompicones, bien ríase usted conmigo, o bien hágalo usted de mí, o, en suma, haga lo que prefiera, —pero no pierda usted nunca el humor. Capítulo siete En la misma aldea donde vivían mi padre y mi madre vivía también una partera de cuerpo delgado, recto, maternal, notable, bien entrado en años, que, con la ayuda de un poco de eficaz sentido común y algunos años de dedicación plena al oficio (a lo largo de los cuales siempre había confiado más bien poco en sus propios esfuerzos y mucho, en cambio, en los de la dama naturaleza), había adquirido, a su manera, un cierto grado de reputación mundial;——aquí he de informar a su señoría que dicha palabra, mundial, debe entenderse como haciendo referencia tan sólo a un pequeño círculo del mundo (inscrito en el gran círculo que es éste) de cuatro millas inglesas de diámetro[21] más o menos y cuyo centro se supone la choza en que habitaba la buena mujer.—Al parecer, se había quedado viuda en la miseria, con tres o cuatro hijos pequeños, a los cuarenta y siete años; y como por aquel entonces era una persona de conducta decente,—porte grave,—mujer además de pocas palabras y, para que nada faltara, un ser verdaderamente digno de compasión cuya miseria, sufrida en silencio, pedía a voces una mano amiga que la ayudase a levantarse, la esposa del párroco del distrito se apiadó de ella; y habiéndose a menudo lamentado de la molestia a que el rebaño de su marido se había visto expuesto durante muchos años al no haber nada que se pareciera a una partera (de cualquier clase o grado) a la que recurrir, por muy urgente que fuera el caso, en no menos de seis o siete largas millas a la redonda —y las susodichas siete millas, a caballo, en noches oscuras y por caminos deplorables (el campo de por allí no es más que barro blando), casi equivalían a catorce—, y de que, efectivamente, a veces era casi como si en verdad no dispusieran de partera alguna, se le ocurrió que le haría a toda la parroquia un favor tan grande y oportuno como a la propia y desdichada criatura si la instruía un poco en algunos principios elementales del oficio con el fin de iniciarla en él. Como ninguna mujer de los contornos estaba mejor calificada que ella misma para poner en práctica el plan que había ideado, la muy caritativa dama decidió encargarse de ello; y como ejercía gran influencia sobre la población femenina de la parroquia, no encontró la menor dificultad para llevarlo a cabo de acuerdo con sus más exigentes deseos. Lo cierto es que el párroco unió su propio interés al de su mujer en el asunto, y a fin de hacer las cosas como es debido y de darle a aquella pobre alma un título legal para practicar tan válido como el que, por su parte, le había dado su mujer con sus enseñanzas, él mismo pagó alegremente los gastos que importó la licencia del ordinario, gastos que en total ascendieron a la cantidad de dieciocho chelines con cuatro peniques; así que, gracias a ambos, la buena mujer se vio completamente investida con la posesión real y corporal de su cargo, junto con todos los derechos, cláusulas y atributos cualesquiera del mismo[22]. Deben saber ustedes que estas últimas palabras no pertenecían a la antigua fórmula que solía rezar en tales licencias, permisos y poderes concedidos a la hermandad de las mujeres en aquellos tiempos y en casos parecidos. Sino que pertenecían a una esmerada Fórmula, de su propia invención, de Didius[23], quien, teniendo una singular afición a desarmar y volver a montar nuevamente de esa forma todo tipo de documentos, no sólo dio con esta exquisita enmienda, sino que engatusó a muchas de las viejas matronas licenciadas de la vecindad para que abrieran de nuevo sus permisos a fin de insertar en ellos esta fruslería suya. Reconozco que sería incapaz de envidiar a Didius por esta clase de caprichos suyos.—Pero allá cada cual con sus propios gustos.—¿Acaso no encontraba el doctor Kunastrokius[24], aquel gran hombre, el mayor placer imaginable en peinar rabos de asno y en arrancarles los pelos muertos con los dientes en sus ratos libres, a pesar de que siempre llevaba unas tenacillas en el bolsillo? Y eso no es todo, señor: si repara usted en ello, ¿acaso no han tenido los hombres más sabios de todas las épocas, sin exceptuar ni al mismísimo Salomón,—acaso no han tenido sus CABALLOS DE JUGUETE[25];—sus caballos corredores,—sus monedas y sus conchas de caracol, sus tambores y sus trompetas, sus violines, sus paletas,—sus gusanos y sus mariposas?[26].—Y en tanto un hombre cabalgue sobre su CABALLO DE JUGUETE tranquila y apaciblemente por el camino real sin obligarnos ni a usted ni a mí a montar tras él,—dígame, señor, ¿qué nos importa tal cosa a ninguno de los dos? Capítulo ocho —De gustibus non est disputandum[27];—es decir, sobre los CABALLOS DE JUGUETE no se discute; y yo, por mi parte, muy pocas veces lo hago; no podría siquiera ni aun cuando, merced a alguna suerte de privilegio, hubiera sido un acérrimo enemigo de ellos; pero es que además sucede que, a ciertos intervalos y según las fases de la Luna, soy a un mismo tiempo violinista y pintor, según me pique la mosca[28].—Sepan ustedes que yo mismo poseo un par de jacas, sobre las cuales, de manera alternada, salgo con frecuencia a cabalgar y a tomar el aire (y no me importa quién lo sepa);—aunque a veces, dicho sea para mi vergüenza, doy paseos algo más largos de lo que un hombre sabio consideraría enteramente propio. —Pero la verdad es—que yo no soy un hombre sabio;—y además soy un mortal de tan poca consecuencia para el mundo que lo que yo haga no tiene mucha importancia; de modo que con poquísima frecuencia me aflijo o enojo por ello. Ni tampoco se resiente mi sueño en demasía cuando veo a tan grandes Lores y altos Personajes como los que vienen a continuación:—tales, por ejemplo, como milord A, B, C, D, E, F, G, H, I, K, L, M, N, O, P, Q y demás, montados todos en fila sobre sus respectivos caballos;—algunos con grandes estribos, cabalgando a un paso más grave y sereno;——otros, por el contrario, encogidos hasta la mismísima barbilla y con fustas entre los dientes, corriendo que se las pelan como otros tantos abigarrados diablillos a horcajadas sobre una hipoteca,—y como si algunos de ellos estuvieran decididos a romperse el cuello.——Tanto mejor (me digo a mi mismo), —porque en caso de que ocurriera lo peor, el mundo hallaría el medio de arreglárselas a la perfección sin ellos;——y en cuanto a los demás,——bueno, ——que Dios los ampare y les dé alas,——y que, incluso, les permita seguir cabalgando sin que por mi parte haya la menor objeción; pues si sus señorías se vieran despedidas de sus caballos esta misma noche,—apuesto diez contra uno a que muchos de ellos no estarían ni la mitad de peor montados otra vez antes de mañana por la mañana. Por consiguiente no puede decirse que ninguna de estas circunstancias me robe el sueño.——Pero sí hay una circunstancia que reconozco que me hace perder los estribos: y es cuando veo a alguien destinado a grandes obras y (lo cual dice aún más en su honor) cuya naturaleza siempre le hace inclinarse por las buenas;—cuando contemplo a alguien como usted, milord, cuyos principios y conducta son tan generosos y nobles como su sangre, y a quien, por esa misma razón, un mundo corrompido no puede conceder ni un segundo;—cuando veo a alguien así, milord, montado (aunque sólo sea un minuto) durante más tiempo del que mi amor a la patria le ha prescrito y del que mi celo por su gloria desea,—entonces, milord, dejo de ser filósofo y, al primer rapto de justa impaciencia, siento deseos de mandar al Diablo al CABALLO DE JUGUETE y a todos sus semejantes. MILORD, Pretendo que esto sea una dedicatoria no obstante su singularidad en las tres grandes esencialidades de materia, forma y lugar. Le ruego, por tanto, que la acepte como tal y que me permita ponerla, con la más respetuosa humildad, a los pies de su señoría—cuando los tenga en el suelo,—cosa que puede suceder cuando a usted le plazca;—y eso quiere decir, milord, cada vez que la ocasión lo requiera; y añadiré, además, que siempre será con el mejor fin. Tengo el honor de ser, milord, el más obediente y más devoto y más humilde servidor de su señoría, TRISTRAM SHANDY.[29] Capítulo nueve Juro solemnemente ante toda la humanidad que la anterior dedicatoria no iba dirigida a ningún Príncipe, Prelado, Papa o Potentado,—Duque, Marqués, Conde, Vizconde o Barón de este ni de ningún otro Reino de la Cristiandad;——y que todavía no ha sido expectorada, ni ofrecida pública o privadamente, directa o indirectamente, a ninguna persona ni personaje, grande o pequeño; sino que, con toda sinceridad, se trata de una verdadera Dedicatoria-Virgen jamás usada previamente. Procuro aclarar este punto con tanto detalle únicamente a fin de evitar cualquier ataque u objeción que en contra suya pudiera suscitarse por el modo en que me proponga sacarle el mayor partido posible;—modo que consiste en ponerla pública y honradamente en venta; cosa que hago ya en estos momentos. Cada autor tiene su propia manera de plantear las cosas y de imponer sus condiciones;—yo, por mi parte, dado que detesto regatear y porfiar por unas cuantas guineas en un oscuro portal,—decidí en mi interior, desde el primer instante, negociar franca y abiertamente con vuestras Grandes Personalidades en lo que a este asunto se refiere y ver si con ello no era yo el que salía más beneficiado. En consecuencia: si hay algún Duque, Marqués, Conde, Vizconde o Barón, en estos los dominios de su Majestad, que esté necesitado de una gentil y bien construida dedicatoria y al cual cuadre la anterior (pues, a propósito, a menos que exista un cierto grado de coincidencia no me desharé de ella),——está a su entera disposición por cincuenta guineas;——lo cual estoy seguro de que son veinte guineas menos de las que cualquier hombre de genio debería estar presto a sufragar en un caso así. Si milord vuelve a examinarla, observará que está muy lejos de ser una burda muestra de embadurnamiento[30], como sónlo algunas dedicatorias. El diseño, su señoría lo ha de ver, es bueno, el colorido transparente,—el dibujo no es malo;—o, para hablar más como un hombre de ciencia,—y medir mi obra según la escala del pintor, dividida en 20,—creo, milord, que el trazo merecerá un 12,—la composición un 9,—el colorido un 6,—la expresión un 13 y medio,—y el diseño[31] —si me está permitido, milord, entender mis propios diseños y en el supuesto de que la absoluta perfección en el arte de diseñar equivalga a un 20—, creo que no puede quedar muy por debajo del 19. Aparte de todo esto,—hay en ella congruencia, y las oscuras pinceladas del CABALLO DE JUGUETE (que es una figura secundaria, una especie de fondo del conjunto) prestan enorme fuerza a las luces principales de la figura de su señoría y la hacen resaltar maravillosamente;——y, además, hay un cierto aire de originalidad en el tout ensemble[32]. Tenga mi buen lord la amabilidad de hacer que la suma le sea entregada a Mr Dodsley[33] para beneficio del autor; y en la próxima edición se tendrá buen cuidado de suprimir este capítulo y de que los títulos, distinciones, armas y buenas obras de su señoría sean enumerados al comienzo del capítulo anterior. La totalidad del cual, desde las palabras De gustibus non est disputandum (así como todo lo demás que en este libro haya relacionado con los CABALLO DE JUGUETE, pero no más), estará dedicada a su señoría.—El resto se lo dedico a la LUNA, la cual, por cierto, de entre todos los PATRONOS y MATRONAS que se me ocurren, es la que tiene más poder para darle impulso a mi libro y hacer que el mundo entero corra como loco detrás de él. Diosa Resplandeciente, Si no estás demasiado atareada con los asuntos de CÁNDIDO y la señorita CUNEGUNDA[34],—acoge también los de Tristram Shandy al abrigo de tu protección. Capítulo diez Sea cual fuese, el grado de mérito (más bien pequeño) que en justicia podría reclamar para sí el acto de caridad en favor de la partera, y a quién en verdad correspondería hacer tal reclamación,—es algo que a primera vista no parece ser de gran transcendencia para esta historia;——lo cierto, sin embargo, fue que la gentil dama, la mujer del párroco, arrambló con él en su totalidad por aquel entonces. Y a fe mía que todavía no puedo dejar de pensar que el propio párroco (aunque no tuviera la suerte de ser él a quien se le ocurriese la idea en primer lugar,—pero considerando que convino entusiásticamente en ella en el mismísimo instante en que le fue expuesta, y que con idéntico entusiasmo cedió sus buenos dineros para ponerla en práctica) tenía derecho a parte de él,—por no decir que a la mitad absoluta de cualquier honor que del mencionado acto de caridad se desprendiera. El mundo, entonces, se complació en juzgar la cuestión de muy distinta manera. Dejen ustedes el libro y les concederé medio día para adivinar la probable explicación de los motivos habidos para este proceder. Sepan ustedes ahora que, desde unos cinco años antes de la fecha en que la partera obtuviera su licencia (de lo que ya les he ofrecido una relación bien detallada), el párroco que nos concierne se había convertido en la comidilla de la región a causa de una grave ofensa a todo decoro que había cometido contra sí mismo, su condición y su cargo;—y que consistía en que nunca se presentaba mejor montado (ni de otra manera) que sobre un caballo magro, triste y con aspecto de asno, que valdría alrededor de una libra quince chelines; y que, para abreviar toda descripción suya, era el hermano gemelo de Rocinante[35] en la medida en que la semejanza pudiera hacerle cognado; pues respondía con pelos y señales a su descripción;—en todo excepto en que no recuerdo que en ninguna parte se diga que Rocinante era corto de resuello; y también en que Rocinante, como es la dicha de la mayoría de los caballos españoles, era, indudablemente, caballo por los cuatro costados. Sé muy bien que el caballo del HÉROE era un caballo de castísima conducta que, sin embargo, pudo haber dado motivos para sostener la opinión contraria. Pero también es cierto, al mismo tiempo, que la continencia de Rocinante (como puede demostrarse con la aventura de los arrieros yangüeses)[36] no era debida a ningún defecto físico ni a ninguna otra causa de esta índole, sino a la templanza y regular circulación de su sangre.—Y permítame usted decirle, señora, que hay grandes y muy buenas dosis de castidad en el mundo, en favor del cual no podría usted decir más ni aunque lo intentara con toda su alma. Sea como fuera: como tengo la intención de hacerles estricta justicia a todas las criaturas que se asomen a la escena de esta obra dramática,—no podía silenciar esta diferencia favorable al caballo de Don Quijote[37];—en todos los demás aspectos, digo, el caballo del párroco era su igual:—un jamelgo tan flaco, tan enteco y tan triste como el que la HUMILDAD en persona podría haber montado. Hombre de juicio inseguro según la apreciación de aquí y allá, estaba en gran medida en las manos del párroco el haber puesto remedio a la figura de su caballo,—pues era dueño de una muy bonita montura bastante puntiaguda, con el sillín acolchado con felpa verde, guarnecida por una doble fila de tachones de plateada cabeza y una noble pareja de relucientes estribos de bronce, y con una gualdrapa de tela gris de florete haciendo juego, con los bordes de encaje negro terminados en largos flecos de seda también negra y poudrés dor[38],—todo lo cual habíalo comprado lleno de orgullo en la flor de su vida, junto con unas espléndidas bridas repujadas y adornadas por todas partes como es debido.——Pero no deseando ridiculizar a su animal, había dejado todos estos accesorios colgados detrás de la puerta de su estudio. —Y en su lugar le había puesto, con gran seriedad, unas bridas y una montura más en consonancia con lo que la figura y el valor de semejante corcel[39] podían, con franqueza, merecer. Comprenderán ustedes fácilmente que el párroco, así pertrechado, oía y veía, durante sus diversas excursiones por la parroquia y sus visitas a las gentes de la vecindad y de los contornos, lo suficiente como para que su filosofía no pudiera enmohecerse. A decir verdad, nunca entraba en una aldea sin llamar inmediatamente la atención, tanto de los viejos como de los jóvenes.——El trabajo se interrumpía a su paso, —el cubo quedábase suspendido en lo alto del pozo,—al torno de hilar se le olvidaba girar,——hasta los mismos jugadores de hoyuelo y uñeta permanecían boquiabiertos hasta que él se había perdido de vista; y como su paso no era precisamente raudo, por lo general disponía de tiempo suficiente para observarlo todo con atención,—para escuchar los gemidos de los más serios—y las risas de los más festivos;—todo lo cual soportábalo con encomiable tranquilidad.—Su carácter consistía—en amar las bromas de todo corazón,—y como se consideraba a sí mismo la verdadera cima del ridículo, solía decir que no podía enfadarse con los demás porque le vieran a una luz a la que él mismo se veía con diáfana claridad. De modo que con sus amigos, que sabían que su punto flaco no era el amor al dinero y que, en consecuencia, tenían menos escrúpulos en hacerle chanza sobre sus derroches de humor,—en vez de explicar cuáles eran las verdaderas causas de su situación, —prefería unirse a las risas que a costa suya se prodigaban; y como jamás llevó una sola onza de carne sobre sus propios huesos, siendo su figura en verdad tan escuálida como la de su animal,—a veces decía, e insistía en ello, que el caballo eran tan bueno como el jinete se merecía;—que ambos, como un centauro,—estaban hechos de una sola pieza. En otras ocasiones y en otros estados de ánimo, cuando sus espíritus se hallaban por encima de la tentación al falso ingenio[40],—decía que notaba cómo la tisis estaba acabando rápidamente con él; y, con gran seriedad, fingía no poder soportar la visión de un hermoso y robusto caballo sin experimentar un espasmo en el corazón y una sensible alteración del pulso; y añadía que había escogido aquel magro animal sobre el que cabalgaba para conservar no sólo la compostura sino también el buen humor[41]. Otras veces daba cincuenta diferentes, humorísticas y ajustadas razones por las que era preferible montar un rocín de espíritu sumiso, un caballo de corto resuello, a uno lleno de brío;—en el primero podía uno sentarse de manera mecánica y meditar de vanitate mundi et fugâ saeculi[42] tan placenteramente como con esa ventaja que tener ante sí una calavera representa. —Mientras cabalgaba lentamente,—podía dedicar el tiempo a sus demás ocupaciones con tanto provecho como si estuviera en su estudio;——podía encontrar un tema para un sermón—o un agujero en sus calzones[43] tan invariablemente en un lugar como en el otro;—el trote vivaz y el lento raciocinio eran, como el ingenio y el juicio[44], movimientos incompatibles.—A lomos de su corcel, en cambio,—podía unirlo y reconciliarlo todo:—podía componer un sermón,—podía recomponer su garganta y apaciguar su tos,——y, en el caso de que la naturaleza le hiciera una llamada en tal sentido, podía asimismo componérselas para dormir.—En suma, el párroco daba, en tales encuentros, cualquier explicación menos la verdadera,—y si la ocultaba era sólo por la delicadeza de su temperamento, pues pensaba que en realidad aquélla no haría sino honrarle. Pero la verdadera historia era la siguiente: durante los primeros años de la vida de este caballero, y más o menos en la época en que se había comprado aquellas soberbias bridas y la montura, el párroco había tenido la costumbre, o la vanidad, o llámenlo ustedes como prefieran,—la opuesta a la que acabamos de relatar.—En el habla del condado en que vivía se decía que adoraba los buenos caballos, y solía tener, de pie en el establo, siempre a punto para ser ensillado, uno de los mejores de toda la parroquia; y como la partera más cercana vivía, como les dije, a no menos de siete millas de la aldea y en una región inhóspita,—sucedía que apenas si transcurría una semana entera sin que el pobre caballero tuviera que hacerle alguna cura lamentable a su animal; y como no era hombre de corazón duro, y cada caso era siempre más apremiante y más apurado que el anterior,—aun queriendo como quería a su animal, no tenía nunca, sin embargo, coraje para denegarlo; el resultado de todo lo cual era que el caballo, por lo general, o bien estaba con agrión, o bien con esparaván, o bien con respigones;—o, si no, con aguadura o huélfago; en suma, siempre se veía aquejado de una u otra cosa que le impedía mantenerse fuerte y sano;—de tal manera que cada nueve o diez meses el párroco se encontraba en la necesidad de deshacerse de un caballo en malas condiciones—y de comprar otro en buenas condiciones que ocupara su lugar. A cuánto podrían ascender las pérdidas de tal balance, communibus annis[45], es algo que yo dejaría a un jurado especial de víctimas del mismo tráfico para que ellos lo determinaran;—pero, sea como fuera, el honrado caballero las sobrellevó durante muchos años sin una queja, hasta que finalmente, tras reiterados y desgraciados accidentes de esta índole, se vio obligado a tomar el asunto en consideración; y al sopesar los pros y los contras y sumarlos mentalmente, se encontró con que aquello no solamente era desproporcionado en comparación con sus otros gastos, sino que además era en sí un artículo tan gravoso que le impedía cualquier otro acto de generosidad para con la parroquia. Aparte de esto, pensó que con la mitad de la suma que de aquella manera se esfumaba a un ritmo galopante podría hacer diez veces más buenas obras;—y lo que todavía tuvo para él más peso que todas las demás consideraciones juntas fue pensar que aquello confinaba toda su caridad a un solo cauce en particular: a aquél, se le antojó, en el que menos falta hacía; a saber: el de los engendradores, embarazadas y parturientas de la parroquia; sin reservar nada para los impedidos[46],—nada para los ancianos,—nada para los numerosos y desconsolados escenarios que a diario tenía el deber de visitar, donde la pobreza, la enfermedad y la aflicción convivían y reinaban. Por estas razones resolvió suprimir aquel gasto; y no se le aparecieron más que dos posibles soluciones para desembarazarse de ello definitivamente;—que eran: o bien no volver a prestar jamás su corcel, fuera cual fuese el empleo que se le quisiera dar, y hacer de ello una norma inviolable,—o bien contentarse con ir a lomos del último pobre diablo de la serie —tal como se lo habían dejado, con todos sus dolores y enfermedades— hasta el mismísimo final del capítulo. Como en la primera solución temía a su propia constancia,—se inclinó alegremente por la segunda; y aunque podría muy bien haber dado toda esta explicación, que, como dije, no hacía sino honrarle,—prefirió, sin embargo (por esta misma razón se sentía muy por encima de ello:), sufrir el desprecio de sus enemigos y las risas de sus amigos a tener que pasar por el mal rato de contar una historia que podría parecer un panegírico de sí mismo. Tengo la más alta opinión acerca de los espirituales y refinados sentimientos de este reverendo caballero a partir de este rasgo aislado de su carácter, el cual creo que puede rivalizar con cualquiera de las delicadas gentilezas del sin par caballero de La Mancha, a quien, por cierto, y con todas sus locuras, admiro más que al héroe más noble de la antigüedad (y, de hecho, habría ido más lejos por hacerle una visita a él que a ningún otro). Pero no es ésta la moraleja de mi historia. Lo que tenía en perspectiva era mostrar, con este asunto, cuál es el temperamento del mundo.—Pues deben ustedes saber que, en la misma medida en que esta explicación le hubiera devuelto al párroco su reputación,——ni un alma fue capaz de averiguarla;—he de suponer que sus enemigos no querrían y que sus amigos no podrían.——Pero no bien tardó el párroco en echarle una mano a la partera y pagar el importe de la licencia del ordinario para hacer legal su cargo,—y el secreto entero salió a la luz: se supo y se recordó con precisión el número de caballos que había perdido, con todas las circunstancias de sus respectivos finales; y aun se inventó la existencia de dos caballos más, que, evidentemente, jamás había perdido. —La historia se propagó como fuego griego.—‘El párroco se había visto poseído por un nuevo arrebato de orgullo y estaba decidido a ir bien montado una vez más en su vida; y si así era, estaba claro como el sol de mediodía que aquel mismo año se ahorraría el importe de la licencia multiplicado por diez:—de modo que todo el mundo empezó a aventurar juicios acerca de lo que se propondría con aquel acto de caridad’. Qué se proponía con ello, y con todas las demás acciones de su vida —o, más bien, cuáles eran las opiniones que sobre ello flotaban en los cerebros de los demás—, era un pensamiento que ya flotaba en exceso en el interior del suyo y que con demasiada frecuencia le quitaba el sueño cuando ya debería haber estado profundamente dormido. Hace cerca de diez años este caballero tuvo la suerte de salir definitivamente del paso;—casualmente, hace el mismo tiempo que dejó su parroquia—y el mundo entero a la vez tras él,—y ahora se encuentra a disposición de un juez del que no tendrá razón para quejarse. Pero hay una cierta fatalidad que siempre está presente en las acciones de algunos hombres: dispónganlas como las dispongan, atraviesan un determinado medio que las distorsiona y hace desviarse de sus verdaderas direcciones de tal manera——que, teniendo todos los títulos acreedores de elogio que la rectitud de corazón puede otorgar, estos hombres se ven, sin embargo, obligados a vivir y a morir sin él. Y este caballero era un doloroso ejemplo de la verdad de lo dicho.——Pero para saber cómo es que esto aconteció—y hacer que semejante conocimiento les sea a ustedes de utilidad, tienen que leer (insisto en ello) los dos capítulos siguientes, que contienen un bosquejo de su vida y de su conversación tan excelente——que la propia moraleja se desprenderá de él.—Una vez hecho esto y si nada nos detiene en nuestra marcha, proseguiremos con la partera[47]. Capítulo once Yorick llamábase este párroco[48], y —lo cual es muy de destacar— su apellido, como lo demuestra una antiquísima relación de la historia de la familia (escrita sobre una resistente vitela y perfectamente conservada hoy en día), llevaba escribiéndose exactamente de esta forma cerca de——he estado en un tris de decir novecientos años;——pero no quisiera poner en tela de juicio mi propia autoridad diciendo una verdad (si bien irrefutable en sí misma) imposible de probar;—y en consecuencia me contentaré con decir tan sólo—que llevaba escribiéndose exactamente de esta forma, sin la menor variación ni transposición de una sola letra,——qué sé yo cuánto tiempo[49]; lo cual es más de lo que me aventuraría a decir de la mitad de los apellidos más nobles del reino; los cuales, de unos años a esta parte, han sufrido por lo general tantos cortes y cambios como sus dueños.—Tal cosa,—¿se ha debido al orgullo o a la vergüenza de sus respectivos propietarios? —Sinceramente, creo que unas veces a lo uno y otras a lo otro, según el rumbo de la tentación. Pero no deja de ser éste un feo asunto, y llegará un día en que acabará por mezclarnos y confundirnos de tal modo que nadie será capaz de ponerse en pie y jurar ‘que fue su propio bisabuelo el hombre que hizo esto o aquello’. La familia de Yorick se había protegido bastante bien de este mal merced al prudente cuidado y religiosa preservación de estos documentos que cito y que nos informan, además, que la familia era en su origen de extracción danesa y que se había trasladado a Inglaterra en fecha tan temprana como es el reinado de Horwendillus, rey de Dinamarca[50], en cuya corte parece que un antepasado del presente Mr Yorick (del que éste descendía en línea directa) ocupó un importante cargo hasta el fin de sus días. De qué naturaleza era este importante cargo es algo que el documento no revela;—solamente añade que durante cerca de dos siglos había estado totalmente abolido, por ser del todo innecesario, no sólo en aquella corte, sino en todas las demás cortes del mundo cristiano también. A menudo se me ha ocurrido pensar que este cargo no podía ser otro que el de Bufón principal del rey;—y que el Yorick de Hamlet, de nuestro Shakespear[51] (50 bis) (muchas de cuyas obras, como ustedes saben, están inspiradas en hechos reales),——era ciertamente el mismo hombre. No dispongo de tiempo para consultar la historia danesa de Saxo-Gramático y confirmarlo plenamente;—pero si ustedes disponen de él y tienen fácil acceso al libro, pueden hacerlo exactamente igual de bien. Tuve el tiempo justo, en mis viajes por Dinamarca con el primogénito de Mr Noddy, al que en el año 1741 acompañé en calidad de preceptor en un vertiginoso recorrido por la mayor parte de Europa (de este original viaje efectuado por los dos se hará una deliciosa narración en el transcurso de este libro); tuve el tiempo justo, digo, y eso fue todo, para comprobar lo acertado de una observación hecha por un hombre que había pasado largas temporadas en ese país;——a saber, ‘que la naturaleza no era ni muy pródiga ni muy tacaña a la hora de conceder los dones del genio y de la inteligencia a sus habitantes;—sino que, como un progenitor juicioso, era moderadamente benigna con todos ellos; observando un tenor tan equitativo en la distribución de sus favores que en los mencionados aspectos todos se hallaban a un nivel casi parejo; de modo que en ese reino encontrarán ustedes pocas muestras de refinado talento; y, en cambio, verán que las gentes de todas las clases y condiciones poseen grandes dosis de simple y buen entendimiento casero, del que todo el mundo ha recibido su porción’; lo cual, pienso, no deja de estar muy bien. Nuestro caso, ya lo ven ustedes, es radicalmente distinto;—todo son altibajos en esta cuestión;—o es usted un gran genio—o apuesto cincuenta contra una, señor, a que es usted un gran idiota y un zoquete;—no es que haya una falta absoluta de escalones intermedios,—no,—tampoco somos tan estrambóticos como para eso;——pero los dos extremos son más corrientes y se dan en mayor grado en esta isla inestable donde la naturaleza, a la hora de conceder y disponer de este tipo de dones, se muestra absolutamente caprichosa y antojadiza; no siéndolo más ni la propia fortuna en el reparto de sus bienes y caudales. Esto es lo único que siempre hizo que mi fe se tambaleara en lo referente al origen de Yorick, quien, por cuanto puedo recordar de él así como por todos los informes que acerca de su persona he logrado obtener, no parecía haber tenido ni una sola gota de sangre danesa en toda su crasis; en novecientos años es muy posible que se hubiera evaporado toda:——pero no filosofaré ni un momento acerca de ello en presencia de ustedes; porque, fuera como fuese, el caso era que—en vez de esa fría flema y exacta regularidad de sentimientos y humores que uno habría esperado encontrar en una persona de tal origen,—Yorick era, por el contrario, una criatura tan mercurial y sublimada en su composición—como heteróclita en todas sus declinaciones;—con tanta vida, y tanta fantasía, y tanta gaieté de coeur[52] como podría haber producido y reunido el más benigno de los climas. Con tanta vela, el pobre Yorick no llevaba, sin embargo, una sola onza de lastre; su inexperiencia del mundo era profunda; y a la edad de veintiséis años no sabía dirigir su rumbo en él mejor que una juguetona y confiada muchachita de trece. De manera que en cuanto zarpaba, como se imaginarán ustedes, la fuerte galerna de sus espíritus le hacía entrar en colisión con los aparejos de algún otro navegante diez veces al día; y como los de gran seriedad y más lenta marcha eran los que con mayor frecuencia encontrábase en su ruta,——pueden ustedes asimismo imaginarse que era con ellos con quienes por lo general tenía la mala suerte de verse más enredado. Por todo lo que yo sé, es muy posible que en el fondo de tales Altercados hubiera un cierto ingrediente de desafortunado ingenio. ——Porque, a decir verdad, Yorick tenía por naturaleza una antipatía y una aversión invencibles hacia la seriedad;—no hacia la seriedad como tal;—pues cuando se requería seriedad él era el más serio o grave de los mortales durante días y semanas enteras;—sino que era un acérrimo enemigo de ella cuando se la afectaba, y sólo le declaraba la guerra abierta cuando aparecía como tapadera para la ignorancia o la sandez; y cada vez que se le cruzaba en el camino de esta guisa, por muy cobijada y protegida que estuviese——en contadas ocasiones le daba ningún cuartel. A veces decía, con su descarada manera de hablar, que la seriedad era un bribón andante; y añadía—que de la especie más peligrosa además:—pues era un bribón solapado; y que creía sinceramente que más gente honrada y bienintencionada se veía despojada de su dinero y sus bienes por ella en un solo año que por los hurtos de las tiendas y las raterías en siete. Solía decir que el festivo temperamento que un corazón sincero siempre pone al descubierto no encerraba peligro—más que para sí mismo:—mientras que la misma esencia de la seriedad era la maquinación y, en consecuencia, el engaño;—era un truco que se enseñaba y se aprendía con el objeto de adquirir reputación a los ojos del mundo aparentando más conocimientos e inteligencia de los que se tenían; y, con todas sus pretensiones,—no era mejor (sino a menudo peor) que como la había definido hacía ya tiempo un gran ingenio francés,—a saber: La seriedad es un continente misterioso del cuerpo que sirve para ocultar los defectos de la mente[53];—y Yorick, con enorme imprudencia, decía que tal definición merecía escribirse con caracteres de oro. Pero no es sino la pura verdad que se trataba de un hombre inexperto y en absoluto maleado por el mundo; y era igualmente indiscreto y alocado en todos los demás temas de conversación en que la diplomacia acostumbra a fijar e imprimir el comedimiento como norma. Yorick sólo tenía una impresión, y era la que le producía la naturaleza del acto de que se hablara; y esta impresión recibida solía traducirla a buen inglés sin la menor perífrasis,—y con excesiva frecuencia sin hacer muchas distinciones en lo relativo a persona, tiempo y lugar;—de manera que cuando se mencionaba un proceder lamentable o egoísta,——Yorick no se concedía ni un segundo para reflexionar acerca de quién era el Héroe de la pieza,——cuál su condición,——o hasta qué punto tenía éste poder para perjudicarle en el futuro;——sino que si se trataba de una acción despreciable, el hombre,—sin más ni más,—era a su vez un individuo despreciable,—y así con todo.—Y como sus comentarios tenían la malaventura de o bien terminar en un bon mot[54] o bien estar aderezados con alguna expresión chusca o jocosa, aquello daba siempre alas a su indiscreción. En una palabra, aunque nunca las buscaba pero al mismo tiempo tampoco dejaba pasar casi nunca las ocasiones de decir lo que se le viniera con mayor intensidad a la cabeza (y además lo hacía sin mucha ceremonia),——la vida no le ofrecía sino demasiadas tentaciones para repartir en derredor suyo ingenio y humor, bromas y chistes,——que no se perdían precisamente por falta de destinatarios. Cuáles fueron las consecuencias y en qué consistió, por tanto, la catástrofe de Yorick, lo leerán ustedes en el próximo capítulo. Capítulo doce El Hipotecador y el Hipotecado[55] no se diferencian el uno del otro, en la longitud de sus bolsas, más de lo que lo hacen el Bromista y el Embromado en la longitud de sus memorias. Pero vean ustedes que aquí la comparación marcha, como dicen los escoliadores, a cuatro patas[56] (lo cual, por cierto, equivale a decir que lleva bien apoyadas en el suelo una o dos patas más de lo que pueden pretender algunos de los mejores símiles de Homero);—a saber: el uno hace brotar una suma y el otro unas risas a tu costa y ninguno de los dos vuelve a pensar en ello. El interés, sin embargo, sigue corriendo en ambos casos;—y los pagos periódicos o accidentales sólo sirven para mantener vivo el recuerdo del asunto; hasta que por fin, en alguna mala hora,—irrumpe el acreedor, cae sobre los dos deudores y, al exigirles inmediatamente el capital junto con la totalidad de los intereses correspondientes hasta ese mismo día, les hace sentir a ambos todo el peso de sus obligaciones. Como el lector (pues detesto vuestros sis) conoce la naturaleza humana a la perfección, no necesito añadir para satisfacerle más que lo siguiente: que mi Héroe no podía seguir mucho tiempo en ese plan sin experimentar alguna de estas ligeras contingencias que suelen servir de aviso y recordatorio. A decir verdad, ya se había enredado en multitud de pequeñas deudas (bien anotadas) de esta clase, que, en contra de lo que con frecuencia le aconsejaba Eugenius[57], desatendía en exceso; pensando que como ninguna de ellas había sido contraída por malevolencia,—sino, antes al contrario, por la sinceridad de su carácter y la jovialidad de su amor, todas ellas, con el paso del tiempo, acabarían por ser tachadas. Eugenius no admitía nunca esto; y con frecuencia le decía que sin duda un día u otro le pasarían la factura; y a menudo añadía, en un tono de angustiosa aprensión,—que le cobrarían hasta la última sílaba. A lo que Yorick, con su habitual despreocupación de corazón, contestaba invariablemente con un ¡bah! y—si el tema había surgido durante un paseo por los campos,—con un salto a la pata coja, un brinco y una voltereta para terminar; pero cuando estaban bien cerca el uno del otro, en el acogedor rincón de la chimenea (donde el acusado se veía acorralado por una mesa y un par de sillones y no podía salirse por la tangente con tanta presteza),—entonces Eugenius proseguía con su disertación acerca de la discreción con palabras como las que vienen a continuación (aunque algo mejor dispuestas de lo que lo están aquí): —Créeme, querido Yorick, antes o después estas irreflexivas bromas tuyas te pondrán en aprietos y dificultades de los que ningún entendimiento tardío podrá sacarte.——Veo demasiado a menudo que con estas ocurrencias chistosas sucede que una persona de la que se ha hecho burla se tiene por una persona insultada y se considera en posesión de todos los derechos que se derivan de una situación semejante; y cuando uno lo mira también desde ese ángulo, y hace recuento de los amigos, familia, parentela y aliados del injuriado,——y pasa lista, además, a los muchos reclutas que se pondrían de su parte y a sus órdenes por un sentimiento de peligro común,——no es un disparate decir, con la aritmética en la mano, que por cada diez bromas—se tienen cien enemigos; y tú seguirás igual; y hasta que no hayas criado un enjambre de avispas en los oídos y te hayan picado hasta dejarte medio muerto, no te convencerás de que es así. —Soy incapaz de sospechar, en el hombre a quien aprecio, que en estas bromas o en su intención haya el menor atisbo de malevolencia o rencor.——Creo y sé que son en verdad sinceras y festivas.—Pero ten en cuenta, querido muchacho, que los tontos no lo saben distinguir—y que los bellacos no querrán hacerlo, y no sabes lo que es provocar a los unos o divertirse a costa de los otros;——cuando se unan para defenderse mutuamente (tenlo por seguro), te harán la guerra de tal forma, querido amigo, que acabarás por sentirte completamente hastiado no sólo de ella sino de la misma vida también. —La VENGANZA, desde algún rincón emponzoñado, difundirá una historia deshonrosa para ti que ni la inocencia de corazón ni la integridad de conducta serán capaces de desmentir.——Los bienes de tu casa se tambalearán;—tu reputación, que los hizo posibles, sangrará por los cuatro costados;—tu fe puesta en entredicho;—tus obras falseadas;—tu ingenio olvidado;—tu saber pisoteado, menospreciado y humillado. Y para terminar, en la última escena de tu tragedia, la CRUELDAD y la COBARDÍA, rufianes gemelos contratados e instigados en la oscuridad por la MALICIA, señalarán al unísono todos tus errores y flaquezas:——sí, mi querido muchacho, hasta los mejores ahí somos vulnerables;——y créeme,——créeme, Yorick: una vez decidido que, para satisfacer un deseo oculto, sea sacrificada una criatura inocente y desamparada, no hay nada más sencillo que recoger en cualquier bosque por el que la víctima haya andado extraviada la leña necesaria para alimentar la hoguera en que será ofrendada[58]. Apenas si terminaba Yorick de escuchar este triste vaticinio sobre su destino, que con tanto detalle se le recitaba, cuando (y mientras una lágrima se le deslizaba desde un ojo que en el entretanto había adoptado una mirada promisoria) al instante decidía siempre cabalgar sobre su jaca con más moderación en el futuro.—Pero, ¡ay, demasiado tarde!—Una gran confederación, con ***** y ***** a la cabeza[59], se había ya formado antes incluso de la primera predicción. Todo el plan de ataque, tal como Eugenius lo había pronosticado, se puso en práctica inmediatamente—con tan poca piedad por parte de los aliados—y tan pocas sospechas por parte de Yorick acerca de lo que se estaba fraguando en contra suya—que cuando pensó (¡hombre bueno y sencillo!) que sin duda alguna la dignidad de su imagen estaba madurando,—ya se la habían cortado de raíz; y entonces cayó, cayó como muchos otros hombres dignos habían caído antes que él. Yorick, sin embargo, se batió contra ellos durante algún tiempo con todo el valor que se pueda imaginar; hasta que, sobrepasado en número y finalmente extenuado por las calamidades de la guerra,—pero sobre todo por la innoble manera en que se la llevó a cabo,—arrojó la espada al suelo; y aunque en apariencia conservó los ánimos hasta el final,——lo cierto es que murió traspasado de dolor, como era la creencia general. Y lo que inclinaba a Eugenius a ser de la misma opinión era lo siguiente: Unas horas antes de que Yorick expirase, Eugenius entró en su habitación con la intención de verle por última vez y despedirse de él. Y al descorrer las cortinas de su lecho y preguntarle cómo se encontraba, Yorick levantó la mirada, le cogió la mano,—y, tras agradecerle las numerosas pruebas que de su amistad le había dado —por las que, dijo, si el destino les reservaba un nuevo encuentro en el futuro, volvería a darle las gracias una y otra vez—, le manifestó que ya sólo le faltaban unas cuantas horas para darles definitivo esquinazo a sus enemigos. —Espero que no, contestó Eugenius en el tono más tierno que jamás empleara hombre alguno y mientras las lágrimas le chorreaban literalmente por las mejillas; yo espero que no sea así, Yorick, dijo.——Yorick respondió con una elevación de la mirada y una ligera presión sobre la mano de Eugenius: nada más;—pero aquello le llegó al alma a Eugenius. —Vamos,—vamos,—Yorick, le dijo Eugenius enjugándose las lágrimas y apelando al todo un hombre que había en su interior,—mi querido muchacho, levanta ese ánimo,—no permitas que tu alegría y tu entereza te abandonen en esta crisis, cuando más las necesitas;—¿quién sabe qué recursos quedan todavía en el almacén y qué puede hacer aún por ti el poder de Dios?——Yorick se llevó una mano al corazón y suavemente negó con la cabeza. —Por mi parte, prosiguió Eugenius llorando amargamente al tiempo que pronunciaba estas palabras,—te aseguro que no sé, Yorick, cómo despedirme de ti;——y todavía alimentaría de buena gana mis esperanzas, añadió Eugenius —cobrándole ánimo la voz—, de que aún quede de ti lo suficiente para hacer de ello un obispo y de que yo pueda vivir para verlo.——Te suplico, Eugenius, dijo Yorick mientras con la mano izquierda, como podía (pues aún tenía la derecha aferrada a la de Eugenius), se quitaba el gorro de dormir,——te suplico que le eches un vistazo a mi cabeza. —No veo que le pase nada, contestó Eugenius. —¡Ay, amigo mío!, dijo Yorick; permíteme entonces decirte que está tan magullada y deformada por los golpes que ***** y ***** y algunos otros me han dado a traición y en la oscuridad—que podría decir, con Sancho Panza, que si me recobrara y ‘el cielo consintiera en que desde allí llovieran Mitras como si fuera granizo espeso, ninguna le sentaría bien’[60].——Mientras esto decía, pendía ya de sus temblorosos labios el último suspiro de Yorick, presto a ser exhalado;—y sin embargo lo dijo en un tono que tenía algo de cervantino;—y Eugenius pudo percibir que, al hacerlo, un destello de fuego centelleante se encendía en sus ojos durante un segundo:—pálido reflejo de aquellos relampagueos de su espíritu que (como dijera Shakespear de su antepasado) ¡solían convertir la mesa en un rugido![61] Por todo esto Eugenius se quedó convencido de que su amigo tenía el corazón deshecho; le apretó la mano,——y a continuación salió con mucho sigilo de la habitación, llorando. Los ojos de Yorick siguieron a Eugenius hasta la puerta; —después los cerró,—y no volvió ya a abrirlos más. Ahora yace enterrado en un rincón del cementerio de su iglesia, en la parroquia de——[62], bajo una lápida de mármol liso que su amigo Eugenius, con el permiso de sus verdugos, coloco encima de su tumba con tan sólo estas tres palabras inscritas, que le sirven unto de epitafio como de elegía: ¡Ay, pobre YORICK![63] El fantasma de Yorick tiene el consuelo de oír leída en voz alta diez veces al día su monumental inscripción con tal variedad de tonos quejumbrosos que queda bien patente que hay por él un sentimiento general de lástima y aprecio:——al haber una senda que atraviesa el cementerio justo al lado de su tumba,—no hay un solo caminante que al pasar no se detenga a echarle una mirada,—y suspire al proseguir su marcha: ¡Ay, pobre YORICK! Capítulo trece Hace tanto tiempo que el lector de esta obra rapsódica se despidió de la partera que ya va siendo hora de volver a mencionársela, aunque sólo sea para recordarle que aún existe, en carne y hueso y aquí en el mundo, semejante personaje; personaje al que, en la medida en que en estos momentos puedo hacerme una idea más o menos cabal de mi propio plan,—voy a presentarle de una vez y para siempre. Pero como pueden surgir, nuevos temas, e interponerse entre el lector y yo numerosos asuntos del todo inesperados que requieran inmediata solución,——no estaba en absoluto de más cuidarse de que la pobre mujer no se perdiera en el entreunto; —porque cuando se la necesite de veras, no habrá manera de arreglárselas sin ella. Creo que ya les dije que esta buena mujer era una persona de no poca nota e importancia en nuestra aldea y en la vecindad entera;—que su fama se había extendido más allá del límite o circunferencia de aquel círculo de influencia de que antes les hablé y de cuya clase toda alma viviente, tanto si tiene una camisa que ponerse como si no,——tiene siempre, sin embargo, uno que le circunda;—y a propósito del susodicho círculo: cada vez que se diga que uno así es de gran peso y transcendencia mundial,——desearía que pudiera ser ensanchado o estrechado al antojo de su señoría en una razón compuesta por la condición, profesión, conocimientos, aptitudes, altura y profundidad (midiendo en ambos sentidos) del personaje puesto a su consideración. En el presente caso, si no recuerdo mal, lo determiné de unas cuatro o cinco millas; y este círculo no sólo abarcaba la totalidad de la parroquia, sino que se extendía hasta dos o tres villorrios adyacentes que se encontraban ya en las márgenes de la siguiente parroquia; cosa que hada de él un círculo bastante considerable. Debo añadir que, además, a la partera se la veía con muy buenos ojos en una enorme hacienda y en otras varias casas y granjas que no estaban, como dije, a más de dos o tres millas del humo de su propia chimenea.——Pero aquí debo informarles de una vez por todas que todo esto se verá delineado y explicado con mayor exactitud en un mapa, ahora en manos del grabador, que, junto con otros muchos fragmentos y ampliaciones de esta obra, se añadirá al final del vigésimo volumen;—no para hinchar el libro:—detesto la sola idea de una cosa así;—sino a guisa de comentario, escolio, ilustración y clave de aquellos pasajes, incidencias o insinuaciones que se creerá que tienen o bien una interpretación secreta o bien un significado oscuro y dudoso cuando mi vida y mis opiniones hayan sido leídas (no olviden ahora el significado de la palabra) por todo el mundo;—lo cual, entre nosotros, y a pesar de todos los caballeros-críticos-literarios de la Gran Bretaña y de cuanto sus señorías se empeñarán en escribir o decir en contra,—estoy seguro de que será el caso.—No tengo que decirle a su señoría que todo esto es absolutamente confidencial[64]. Capítulo catorce Examinando el contrato matrimonial de mi madre a fin de satisfacer mi propia curiosidad y la del lector en lo que se refiere a un punto que es necesario dejar bien aclarado antes de que demos un paso más en esta historia,—tuve la suerte de toparme justamente con lo que buscaba cuando sólo llevaba leyéndolo día y medio (la lectura de la totalidad podría haberme llevado un mes);—lo cual muestra con claridad que cuando un hombre toma asiento dispuesto a escribir una historia,—aunque no sea más que la historia de Jack Hickathrift o de Pulgarcito[65], no sabe en mayor medida que sus talones con qué dificultades y condenados obstáculos ha de encontrarse en su camino,—o qué danzas puede verse obligado a bailar por culpa de una u otra digresión antes de que todo haya finalizado. Si un historiógrafo pudiera conducir su historia como un mulero conduce a su mula,—en línea recta y siempre hacia adelante:——por ejemplo, desde Roma hasta Loreto sin volver la cabeza ni una sola vez en todo el trayecto, ni a derecha ni a izquierda,——podría aventurarse a predecirles a ustedes, con un margen de error de una hora, cuándo iba a llegar al término de su viaje;——pero eso, moralmente hablando, es imposible. Porque si es un hombre con un mínimo de espíritu, se encontrará en la obligación, durante su marcha, de desviarse cincuenta veces de la línea recta para unirse a este o a aquel grupo, y de ninguna manera lo podrá evitar. Se le ofrecerán vistas y perspectivas que perpetuamente reclamarán su atención; y le será tan imposible no detenerse a mirarlas como volar; tendrá, además, diversos Relatos que compaginar: Anécdotas que recopilar: Inscripciones que descifrar: Historias que trenzar: Tradiciones que investigar: Personajes que visitar: Panegíricos que pegar en esta puerta; Pasquines que en aquella:——de todo lo cual tanto el hombre como su mula están completamente libres. Resumiendo: en cada etapa del camino hay archivos que consultar, y registros, fastos, documentos e interminables genealogías que, forzado por la justicia (que una y otra vez le hace volver o detenerse), ha de leer.—En suma, es el cuento de nunca acabar;—por mi parte, les aseguro que estoy en ello desde hace seis semanas, yendo a la mayor velocidad posible,—y no he nacido aún.—He podido decirles, y eso es todo, cuándo sucedió tal cosa, pero no cómo;—de modo que, ya lo ven ustedes, la obra está aún muy lejos de su conclusión. Estas paradas imprevistas, de cuya existencia reconozco que no tenía la menor idea cuando en un principio emprendí la marcha,—pero que (ahora estoy convencido de ello) más bien irán aumentando que disminuyendo a medida que avance,—me han apuntado una sugerencia que estoy resuelto a seguir;—y que es—la de no andarme con prisas,——sino proseguir pausadamente, escribiendo y publicando dos volúmenes de mi vida al año;—cosa que, si se me permite ir con tranquilidad y consigo llegar a un tolerable convenio con mi librero, continuaré haciendo mientras viva[66]. Capítulo quince El artículo del contrato matrimonial de mi madre que, como le dije al lector, me tomé el trabajo de buscar y que, ahora que lo he encontrado, juzgo pertinente poner a su disposición,—se expresa por sí mismo tan mucho mejor de lo que yo nunca podría ni pretendería hacerlo que sería una barbaridad no respetar la prosa del letrado.—Dice así: ‘Y esta Escritura testifica además que el susodicho Walter Shandy, comerciante, en relación al antedicho proyectado matrimonio que ha de tener lugar y que, con la bendición de Dios, ha de celebrarse y consumarse real y efectivamente entre el dicho Walter Shandy y Elizabeth Mollineux, antes mencionada, y en virtud de otras diversas, buenas y estimables causas y consideraciones que a él en particular impelen u obligan a lo establecido a continuación,—concede, conviene, condesciende, consiente, concluye, concierta y está totalmente de acuerdo con John Dixon y James Turner, Esqrs.[67], los anteriormente nombrados depositarios, etc., etc.,— a saber: —en que, diérese el caso de que en el futuro así aconteciere, ocurriere, acaeciere o de cualquier otro modo llegare a suceder[68] —que el susodicho Walter Shandy, comerciante, hubiere dejado los negocios antes del tiempo o tiempos en que la susodicha Elizabeth Mollineux hubiere cesado, de acuerdo con el curso de la naturaleza o por cualquier otra causa, de concebir y dar a luz hijos;—y de que, como consecuencia de haber así dejado los negocios el mencionado Walter Shandy, éste, a pesar y en contra de la libre voluntad, consentimiento y apetencia de la susodicha Elizabeth Mollineux,—abandonare la ciudad de Londres a fin de retirarse a, y vivir en, su finca de Shandy Hall, en el condado de——[69], o a cualquier otra casa de campo, castillo, residencia, mansión, quinta o hacienda, ya adquiridos en la actualidad o por adquirir en el futuro, o a cualquier parte o dependencia de los mismos: —entonces, y en tantas ocasiones como sucediere que la susodicha Elizabeth Mollineux se encontrare encinta esperando un hijo o hijos individual y legalmente engendrados, o por engendrar en el futuro, en el seno o cuerpo de la mencionada Elizabeth Mollineux y mientras durare su ya mencionado estado de coverture[70],—él, el susodicho Walter Shandy, a sus propias y particulares costa y expensas y de su propio y particular dinero, y tras una notificación justa y razonable, que por la presente queda estipulado que tuviere lugar antes de alcanzarse las seis semanas previas a la salida de cuentas de la susodicha Elizabeth Mollineux o supuesto y calculado momento del alumbramiento,—pagará o hará pagar la suma de ciento veinte libras de dinero válido de curso legal a John Dixon y James Turner, Esqrs., o a sus cesionarios,—en concepto de DEPÓSITO destinado a la confianza y custodia de los mismos, con y para el uso y usos, designio, fin y propósito siguientes:— Es decir,—que la mencionada suma de ciento veinte libras le sea entregada a la susodicha Elizabeth Mollineux, o bien sea empleada por los susodichos depositarios en el real y efectivo alquiler de un coche, provisto de los suficientes y potentes caballos, para llevar y transportar el cuerpo de la susodicha Elizabeth Mollineux y del niño o niños de los que ella estuviere entonces embarazada y encinta—hasta la ciudad de Londres; así como en el subsiguiente pago y satisfacción de todos los demás costes, importes y gastos contingentes y eventuales, cualesquiera que fueren,—relacionados con, y concernientes a, y dependientes de, su proyectado y ya mencionado alumbramiento y parto en la susodicha ciudad o en sus arrabales. Y la susodicha Elizabeth Mollineux podrá, y lo hará, de vez en cuando y en todo momento o momentos, ocasión y ocasiones como las que aquí se estipulan y acuerdan específicamente,—alquilar tranquila y pacíficamente los mencionados coche y caballos y tener libre entrada, salida y acceso, o ingreso, egreso y regreso[71], al y del mencionado coche a lo largo de la totalidad del viaje que ella efectuare, de acuerdo con el tenor, verdadera intención y significado de las presentes escrituras, sin ningún tipo de impedimento, pleito, problema, molestia, incomodidad, finiquito, obstáculo, confiscación, desposesión, maltrato, interrupción o estorbo cualesquiera.—Y además la susodicha Elizabeth Mollineux tendrá derecho legal a, de vez en cuando y tan a menudo y con tanta frecuencia como su mencionado embarazo se encontrare en un estado real y efectivamente avanzado, y hasta el momento o momentos que ya se han estipulado y acordado con anterioridad,—vivir y residir en aquel sitio o sitios, y con aquella familia o familias, y con aquellos parientes, amigos y demás personas de, o residentes en, la ciudad de Londres que ella, por su propia voluntad y deseo, no obstante su actual estado de coverture y como si fuera femme sole[72] y soltera,—juzgare conveniente.— Y esta Escritura testifica además que, a fin de que el susodicho convenio se lleve a cabo más eficazmente, el susodicho Walter Shandy, comerciante, por la presente concede, contrata, vende, cede y confirma en, a y con las personas de los mencionados John Dixon y James Turner, Esqrs., herederos jurídicos, albaceas y cesionarios de las propiedades que se enumerarán a continuación, estando ya los mismos en la real y efectiva posesión de dichas propiedades en virtud de una escritura de contrato y venta, con vigencia de un año, hechos ambos contrato y venta con y a ellos, los susodichos John Dixon y James Turner, Esqrs., por él, el susodicho Walter Shandy, comerciante, a este efecto: dichos contrato y venta de un año de vigencia llevando la fecha del día inmediatamente anterior al de la fecha de las presentes escrituras, y por fuerza y en virtud del estatuto para la transferencia y conversión de usos a y en posesión,— La totalidad de la casa solariega y del señorío de Shandy, en el condado de——, junto con todos los derechos, cláusulas y atributos de los mismos; y todas y cada una de las quintas, casas, edificios, graneros, establos, huertos, jardines, trascorrales, terrenos adyacentes o vecinos, campos de cultivo, cuadras, cabañas, tierras, prados, herbajes, pastizales, pantanos, dehesas comunales, bosques, montes bajos, regueras, pesqueras, aguas y arroyos de los susodichos mismos;—junto con todas las rentas, reversiones, deberes, anualidades, enfiteusis, feudos, vistas de frank-pledge, bienes caducos, compensaciones por el privilegio de herencia arrendaticia, minas, canteras, posesiones y bienes muebles de reos y fugitivos, los mismos reos en persona, así como las pérdidas por incomparecencia tras un requerimiento judicial, los deodands, las licencias de caza y de mantenimiento de animales, y cuantas otras regalías y tasas, derechos y jurisdicciones, privilegios y heredades contingentes y eventuales cualesquiera.——Y asimismo, el patronazgo, donación, presentación y libre disposición de la antes mencionada rectoría o curato de Shandy, así como todos y cada uno de los décimos, diezmos y tierras beneficiales.’——En tres palabras,——‘Mi madre alumbraría (si allí deseaba hacerlo) en Londres’[73]. Pero a fin de evitar cualquier innoble jugarreta que mi madre pudiera hacerle a mi padre, a lo cual ciertamente un artículo matrimonial de esta naturaleza invitaba descaradamente y en lo que, de hecho, jamás se hubiera pensado de no haber sido por mi tío Toby Shandy,—se añadió una cláusula, para seguridad de mi padre, que era la siguiente:—‘Que en el caso de que en el futuro mi madre obligare a mi padre, en cualquier momento u hora, a soportar los inconvenientes y a sufragar los gastos de un viaje a Londres valiéndose de falsos gritos y alarmas;——que cada vez que esto sucediere, ella perdería para la vez siguiente todos los derechos y títulos que el convenio le otorgaba;——pero sólo para aquella vez y para ninguna más;—y así toties quoties[74] y con canto rigor como si el mencionado convenio entre ellos no hubiera existido jamás’.—Esto, dicho sea de paso, no era más que lo que era razonable;—y sin embargo, tan razonable como era, siempre me ha parecido muy duro que todo el peso del artículo recayera enteramente, como así ocurrió, sobre mí. Pero yo fui engendrado y nací para la desgracia;—porque mi pobre madre——; si fue aire o agua,—o una mezcla de ambas cosas,—o ninguna de las dos;—o si simplemente fueron la imaginación y la fantasía las que se le hincharon;—o hasta qué punto el fuerte deseo y las ansias de que así fuera pudieron hacerla desvariar;—en suma, si en lo que se refiere a este asunto estaba engañando o se engañó—es algo que de ninguna manera me corresponde decidir a mí. El caso fue que, a finales de septiembre de 1717, que era el anterior al año en que yo nací, mi madre, muy a contrapelo, hizo ir a mi padre a la ciudad;—y él insistió perentoriamente en que la cláusula fuera respetada;—de modo que, por obra y gracia de un artículo matrimonial, yo me vi sentenciado a tener la nariz tan aplastada contra la cara como si, de hecho, las parcas me hubieran tejido sin ella[75]. Cómo es que sucedió tal cosa,—y qué cadena de vejatorias decepciones me han perseguido en unas u otras etapas de mi vida por culpa de la simple pérdida, o, mejor dicho, compresión, de este único miembro,—todo ello le será ofrecido al lector a su debido tiempo. Capítulo dieciséis Mi padre, como cualquiera es naturalmente capaz de imaginarse, regresó con mi madre al campo de un humor que sólo se puede calificar de pésimo. Durante las primeras veinte o veinticinco millas no hizo más que martirizarse y atormentarse (y también, de hecho, a mi madre) hablando del maldito gasto que, decía, podía haberse ahorrado hasta el último chelín;—a continuación lo que le irritaba más que ninguna otra cosa era la inoportuna época del año,—que, como ya les dije a ustedes, era hacia finales de septiembre, justo cuando sus frutos de espaldera, y en especial las ciruelas Claudias, con las que era muy cuidadoso, estaban ya maduros para recogerlos:——‘Si llamándole a silbidos le hubieran hecho ir a Londres por cualquier estupidez en cualquier otro mes del año, no habría dicho ni tres palabras acerca de ello’. Durante las dos siguientes etapas del viaje no sacó otro tema que el del duro golpe que le había supuesto la pérdida de un hijo con el que, al parecer, su pensamiento ya había contado absolutamente y al que ya había inscrito en su agenda como un segundo soporte para su vejez en el caso de que Bobby le fallara. Para un hombre sabio, decía, aquel disgusto era diez veces más importante que todo el dinero que el viaje, la estancia, etc., le habían costado junto;—al diablo con las ciento veinte libras,——no le importaban ni un comino. Durante todo el trayecto entre Stilton y Grantham, nada de toda la historia le molestaba tanto como las condolencias de sus amigos y el ridículo que los dos harían en la iglesia al domingo siguiente;——de lo cual, haciendo uso de la vehemente vena satírica de su ingenio, en aquellos instantes agudizada un poco por la irritación, hacía unas descripciones tan divertidas y provocativas,—y se representaba a sí mismo y a su costilla con un aspecto y en una actitud tan torturadores a los ojos de toda la congregación,—que mi madre solía asegurar que aquellas dos jornadas habían sido en verdad tan tragicómicas que no había cesado de reír y llorar a lo largo de todo el trayecto. Desde Grantham hasta que hubieron atravesado el Trent mi padre estuvo fuera de quicio pensando en la sucia jugarreta y en el fraude de que se le antojaba que mi madre, con todo aquel asunto, habíale hecho objeto.—’Ciertamente’, se decía una y otra vez, ‘la mujer no podía engañarse;——porque si podía,——entonces, ¡qué flaqueza!’—¡Palabra atormentadora! que hizo bailar a su imaginación una danza ardua y espinosa y que, antes de que todo terminase, llegó incluso a jugarle una mala pasada;—porque un pronto como la palabra flaqueza fue pronunciada y le dio de lleno en el cerebro,—mi padre se puso a hacer divisiones a toda velocidad y a preguntarse cuántos tipos de flaqueza habría;—que si existía tal cosa como la flaqueza del cuerpo,—que si tal otra como la flaqueza de la mente,—y en consecuencia no hizo otra cosa durante una o dos etapas consecutivas del viaje que silogizar en su interior sobre la medida en que la causa de todas aquellas molestias podría o no podría haber provenido de sí mismo. En suma, aquel asunto le proporcionaba tantos pequeños motivos de desasosiego, que iban martirizando su mente a medida que iban surgiendo en el interior de la misma, que mi madre, fuera como fuese su viaje de ida, soportó uno de vuelta francamente incómodo.—En una palabra: como solía quejarse a mi tío Toby, mi padre habría acabado con la paciencia de cualquier ser humano. Capítulo diecisiete Aunque mi padre en modo alguno hizo el viaje de regreso, como les dije, con el mejor de los ánimos,—refunfuñando y resoplando durante todo el trayecto,—tuvo sin embargo la atención de guardarse todavía para sí la peor parte de la historia;—que consistía en la resolución que había tomado de hacer él mismo justicia con el poder que le confería la cláusula de mi tío Toby en el contrato matrimonial; y lo cierto es que mi madre no tuvo el menor indicio de aquellos sus designios hasta la misma noche en que yo fui engendrado, lo cual acaeció trece meses más tarde, en que, acertando mi padre a estar, como recordarán ustedes, un poco enfadado y de mal humor,—aprovechó la ocasión, mientras (luego) charlaban seriamente, echados en la cama, sobre lo que habría de venir,——para hacerle saber que no tendría más remedio que ajustarse como pudiera a los documentos matrimoniales que ambos habían firmado al casarse; lo cual equivalía a decir que tendría que dar a luz el próximo hijo en el campo para saldar el viaje del año anterior. Mi padre era un caballero con muchas virtudes,—pero en su temperamento había un fuerte ingrediente (que se podría, o no se podría, añadir a aquéllas)—de lo que se conoce con el nombre de perseverancia cuando la causa es buena,—y con el de obstinación cuando es mala. De esto tenía tanta experiencia mi madre que sabía que era inútil todo tipo de protesta o de discusión;—de modo que, antes al contrario, decidió aguardar tranquilamente y procurar que todo saliera lo mejor posible. Capítulo dieciocho Como aquella noche quedó ya acordado, o, mejor dicho, determinado, que mi madre me daría a luz en el campo, ella tomó sus propias medidas en consecuencia; y a este efecto, cuando aún sólo llevaba tres o cuatro días encinta, empezó a poner los ojos en la partera a la que tan a menudo me han oído ustedes nombrar; y antes de que se hubiera cumplido la semana, y dado que no le iba a ser posible contar con el concurso del famoso doctor Manningham[76], había llegado ya a una resolución definitiva,—a pesar de que al relativo alcance de la mano que suponen ocho millas de distancia vivía un operador muy diestro y científico que además había escrito un libro de cinco chelines justamente sobre el tema de la partería, en el que no sólo había expuesto con todo detalle los crasos errores y desatinos que con frecuencia cometía esta hermandad de mujeres en concreto,—sino que asimismo había añadido numerosísimas indicaciones y mejoras, muy recientes y de gran utilidad, para la más rápida extracción del feto en partos atravesados y en algunos otros casos peligrosos que nos acechan al venir al mundo[77]; a pesar de todo esto, mi madre, digo, estaba absolutamente decidida a no poner su vida (y con ello la mía) en otras manos que las de aquella vieja mujer.—Bien; si hay una cosa que me gusta es:—que cuando no podemos conseguir exactamente aquello que deseamos,—no nos contentemos nunca con lo que le sigue inmediatamente en el escalafón;—no, eso es tan lamentable que ni se puede describir;—hoy, 9 de marzo de 1759,—en que me hallo escribiendo este libro para edificación del mundo,—no hace aún más de una semana que mi querida, mi queridísima Jenny[78], al advertir que yo observaba con cierto aire de gravedad cómo ella regateaba por una seda de veinticinco chelines la yarda[79],—le dijo al mercero que lamentaba haberle ocasionado tantas molestias,—y, acto seguido, fue y se compró una yarda larga de un género de diez peniques la yarda. —Es una y la misma grandeza de corazón duplicada; lo único que hacía menor esta honra en el caso de mi madre era que ella no podía llegar, en su papel de heroína, hasta un extremo tan violento y azaroso como cualquier otra persona en su situación habría deseado; porque la vieja partera tenía ya, en verdad, cierto derecho a exigir que se confiara y se estuviera dispuesto a depender de ella;—tanto derecho, por lo menos, como el que el éxito podía otorgarle; pues en el transcurso de veinte años de práctica en la parroquia había traído al mundo a todos los hijos de las madres del lugar sin un solo desliz o accidente que en justicia se le pudiera achacar a ella. Aunque todo esto tema su peso, no despejó sin embargo enteramente los escrúpulos e inquietudes que, en lo que se refería a esta elección, pendían sobre el ánimo de mi padre.—Para no hablar de los naturales sentimientos de humanidad y justicia,—o de las desazones que conllevan el amor paterno y el conyugal (todo lo cual le instaba a dejar suelto al azar lo menos posible en un caso de esta naturaleza),—digamos que se sentía particularmente responsable de que todo marchara bien en aquella ocasión—al pensar en el dolor, ya acumulado en demasía, a que se verla expuesto si les sobrevenía algún percance a su hijo y a su mujer al dar a luz en Shandy Hall.—Sabía que el mundo se guiaba y juzgaba por los hechos, y que, en una desgracia semejante, no haría sino añadirle nuevos motivos de aflicción al echarle a él toda la culpa de lo sucedido.——‘Ay, Dios;—sólo con que Mrs Shandy, ¡pobre y bondadosa mujer!, hubiera visto cumplido su deseo de ir a la ciudad, nada más que para alumbrar allí y volver en seguida (cosa que, según se dice, ella le rogó y suplicó de rodillas, ¡de rodillas desnudas!,—y que, en mi opinión, considerando la fortuna que ella le había aportado a Mr Shandy,—no era una petición tan difícil y exagerada de satisfacer), tanto la dama como su bebé es muy posible que ahora estuviesen vivos’. Este clamor, mi padre lo sabía, era incontestable;—y sin embargo no era meramente a fin de curarse en salud,—ni tampoco enteramente por el bien de su vástago y de su mujer por lo que parecía estar tan extremadamente inquieto en lo referente a aquella cuestión;—mi padre tenía una visión amplia de las cosas,——y aquello le preocupaba hondamente además, como él pensaba, por el bien público y común, pues temía los malos hábitos que podrían derivarse de un ejemplo desdichado. Tenía muy en cuenta que todos los escritores políticos que se habían ocupado del tema desde el comienzo del reinado de la reina Elizabeth[80] hasta sus propios días habían convenido unánimemente (y lo habían lamentado) en que la corriente de hombres y de dinero en dirección a la metrópoli bajo uno u otro frívolo pretexto—se hacía tan fuerte—que se estaba convirtiendo en un peligro para nuestros derechos civiles; —aunque, por cierto,—no era la de una corriente la imagen que a él más le cautivaba:—aquí su metáfora favorita era una enfermedad, y la desarrollaba hasta hacer de ella una alegoría perfecta, pues mantenía que la que padecía el cuerpo nacional era exactamente igual que la que sufría el cuerpo natural, en el que la sangre y los espíritus eran llevados hasta la cabeza a una velocidad mayor de la que luego podían alcanzar en el camino de regreso;—a esto no tenía más remedio que seguir un paro de la circulación que, en ambos casos, significaba la muerte. Había poco peligro, decía, de que perdiéramos nuestras libertades a causa de la política francesa o de las invasiones francesas[81];—y tampoco le angustiaba demasiado la enorme masa de materia corrupta y de humores ulcerados que había en nuestra constitución,——los cuales esperaba que no fuesen tan graves como por lo general se imaginaba;—pero en cambio temía francamente que en un violento avance muriéramos, todos a una, de una apoplejía estatal;—y entonces solía decir: Que el Señor se apiade de todos nosotros. Mi padre no era nunca capaz de contar la historia de esta enfermedad—sin dar a continuación el remedio para ella. ‘Si yo fuera príncipe absoluto’, decía, estirándose con ambas manos los calzones al tiempo que se levantaba de su sillón, ‘apostaría en todas las avenidas de acceso a mi metrópoli jueces competentes que ejercerían el derecho a conocer los asuntos de todos los idiotas que aparecieran por allí;—y si, tras escucharlos imparcial y desprejuiciadamente, no los encontrasen lo bastante importantes como para abandonar el propio hogar y trasladarse a la ciudad con maletas y equipajes, con mujer e hijos, con los hijos de los arrendatarios, etc., etc., tras de sí, entonces se les haría volver, de alguacil en alguacil (como vagabundos que se les consideraría), a sus respectivos lugares de residencia legal. De esta manera lograría que mi metrópoli no se tambaleara bajo su propio peso;—que la cabeza no fuera ya demasiado grande para el cuerpo;—que las extremidades, en la actualidad extenuadas y debilitadas, volvieran a recibir la parte de nutrición que les corresponde y recuperaran, con ello, su fuerza y su belleza naturales.—Me encargaría eficazmente de que los prados y los campos de centeno de mis dominios rieran y cantaran;—de que el buen humor y la hospitalidad florecieran una vez más;—y de que, merced a ello, el mayor peso e influencia del país recayeran en las manos de la Squirality[82] de mi reino, que así podría defender lo que advierto que la Nobleza le está quitando en la actualidad[83]. ‘¿Por qué hay tan pocos palacios y señoríos’, preguntaba con cierta emoción mientras andaba de un lado a otro de la habitación, ‘a lo largo y ancho de las numerosísimas y deliciosas provincias francesas? ¿A qué se debe que los pocos Chateaus[84] que les quedan estén tan desmantelados,—tan desamueblados y en un estado tan ruinoso y desolador?——Pues a que, señor’ (decía), ‘en ese reino nadie tiene ningún interés nacional que sostener;—el poco interés de la clase que sea que el hombre que sea tiene en el lugar que sea está allí concentrado en la corte y en el rostro del Gran Monarca[85]: por el sol radiante que ilumina su semblante, o por las nubes que lo atraviesan, viven o mueren todos los franceses’. Otra razón política que instaba a mi padre con gran encarecimiento a guardarse de que no ocurriera ningún accidente o percance durante el alumbramiento de mi madre en el campo——era que cualquier contingencia semejante inclinaría la balanza del poder, ya demasiado descompensada, hacia el sexo débil de la gentry de su propio nivel social o de los inmediatamente superiores[86];——lo cual, unido a los otros muchos derechos usurpados que aquella parte de la constitución[87] iba a diario estableciendo,—resultaría, a la larga, fatal para el sistema monárquico de gobierno doméstico instaurado por Dios cuando creó todas las cosas. En este punto compartía incondicionalmente la opinión de Sir Robert Filmer[88] de que los planteamientos e instituciones de las más grandiosas monarquías del mundo oriental habían tenido originariamente por modelo, sin excepción, a aquel admirable patrón o prototipo de poder doméstico y paterno;—el cual, desde hacía un siglo o más, decía, había ido degenerando de manera paulatina en un gobierno mixto; ——fórmula que, por muy deseable que pudiera ser en las grandes concentraciones de la especie,——era muy nociva en las pequeñas—y, que él supiera, pocas veces producía nada que no fuera pesar y confusión. Por todas estas razones, personales y públicas,—mi padre era partidario de obtener, en cualquier caso, el concurso del partero;—mi madre,—de no obtenerlo en ningún caso. Mi padre le rogó e imploró que por aquella vez renunciara a su prerrogativa en el asunto y le permitiera a él escoger por ella;—mi madre, por el contrario, insistía en gozar del privilegio de escoger por sí misma en el asunto—y no recibir más ayuda de mortal que la de la vieja mujer.—¿Qué podía hacer mi padre? Estaba casi fuera de sí;——lo habló con ella una y otra vez en todos los tonos y estados de ánimo posibles;—trató de hacerle ver sus razones desde todas las perspectivas;—discutió la cuestión con ella como cristiano, —como pagano,—como marido,—como padre,—como patriota,—como hombre.—Mi madre le respondía a todo tan solo como mujer; lo cual era bastante duro para ella;—pues al no ser capaz de asumir tal variedad de facetas y combatir protegida por ellas,—la lucha era desigual:—siete contra uno.—¿Qué podía hacer mi madre?——Tenía la ventaja (de otra manera sin duda habría salido derrotada) del pequeño refuerzo que suponíale su enfado (personal en el fondo), y que la hizo crecerse y la capacitó para discutir la cuestión con mi padre en tan absoluta igualdad de condiciones——que al final ambos bandos entonaron el Te Deum[89]. En una palabra, mi madre contaría con la vieja mujer,—y el operador tendría licencia para beberse una botella de vino con mi padre y mi tío Toby Shandy en el salón posterior de la casa,—por lo que le serían pagadas cinco guineas. Antes de terminar este capítulo debo pedir permiso para intercalar una intimación en el seno de mi buen lector;—y que es ésta:——que no ha de darse enteramente por sentado, a raíz de una o dos palabras desprevenidas que se me han escapado,——‘que soy casado’.—Reconozco que la cariñosa expresión ‘mi querida, mi queridísima Jenny’,—junto con algunas otras muestras de conocimiento de la vida conyugal diseminadas aquí y allá, podrían (y habría sido bastante natural) haber inducido al juez más imparcial del mundo al error de tomar semejante determinación en contra mía.—Lo único que pido en este caso, señora, es estricta justicia y que usted me haga tanta a mí como a sí misma—no prejuzgándome ni sacando acerca de mí la menor conclusión de este tipo hasta no tener una evidencia mayor de la que, estoy seguro, en estos momentos puede encontrarse en contra mía.—No es que yo sea tan vano e irrazonable, señora, como para desear que usted piense, en consecuencia, que mi querida, mi queridísima Jenny es mi manceba o concubina;—no,—eso sería halagar a mi personalidad por el extremo contrario y atribuirle un cierto aire de independencia al que tal vez no tenga ninguna clase de derecho. Lo único que pretendo es la absoluta imposibilidad de que ni usted ni el espíritu más penetrante de la tierra logren saber, a lo largo de varios volúmenes, cuáles son los verdaderos términos de esta relación.—No es imposible que mi querida, ¡mi queridísima Jenny!, cariñosa como es la expresión, no sea sino mi hija.——Considere usted —que yo nací el año dieciocho.—Y tampoco hay nada monstruoso ni de extravagante en la suposición de que mi querida Jenny sea simplemente amiga mía.——¡Amiga!——Amiga mía.—Sin duda alguna, señora, la amistad entre personas de distinto sexo puede subsistir y mantenerse sin——¡Vamos, Mr Shandy!——sin nada más, señora, que ese tierno y delicioso sentimiento que siempre se desliza en las amistades en que hay diferencia de sexo. Permítame rogarle que estudie usted las partes más puras y sentimentales[90] de los mejores Romances franceses;—realmente le sorprenderá ver, señora, con qué variedad de expresiones castas se reviste a este delicioso sentimiento del que tengo el honor de hablar. Capítulo diecinueve Preferiría acometer la tarea de explicar el más arduo problema de Geometría antes que intentar responder del hecho de que un caballero de unto y tan buen juicio como mi padre,——que, como el lector debe de haber observado, tenía conocimientos (y también interés) de filosofía,—que además era ducho en el razonamiento político,—y en el polémico (como se verá más adelante) en modo alguno inexperto,—fuera capaz de albergar en su cabeza una idea que se salía tanto de lo corriente—que me temo que el lector, cuando se la mencione, y por poco colérico que sea su temperamento, arrojará inmediatamente el libro al suelo; si es mercurial, se reirá de ella con todas sus fuerzas;—y si es del tipo grave y saturnino, la condenará, de entrada, como fantasiosa y extravagante; la idea en cuestión estaba relacionada con la elección e imposición de los nombres de pila, de los cuales él pensaba que dependían muchas más cosas de las que las mentes superficiales eran capaces de imaginarse. Su opinión, en lo que se refería a este asunto, era que había una extraña suerte de mágica inclinación que los nombres buenos o malos, como él los llamaba, imprimían de manera irresistible a nuestros caracteres y conducta. El Héroe de Cervantes no discutía sobre la cuestión con más seriedad,——ni tenía más fe,——ni más que decir acerca de los poderes de la Nigromancia, que trastocaban sus hazañas,—o acerca del nombre de DULCINEA, que les confería esplendor[91], de lo que mi padre tenía que decir acerca de los de TRISMEGISTO o ARQUÍMEDES, por un lado,—y NYKY o SIMKIN, por el otro[92]. ¿Cuántos CÉSARES y POMPEYOS, decía, no se han hecho, por la mera inspiración de sus nombres, dignos de ellos? ¿Y cuántos hay, añadía, que podrían haber desempeñado un inmejorable papel en el mundo si sus caracteres y espíritus no se hubieran visto totalmente rebajados y NICODEMIZADOS[93] hasta quedarse en nada? Señor, advierto claramente en su expresión (o en lo que fuera, según el caso), decía mi padre,—que no suscribe usted entusiásticamente esta opinión mía,—la cual, añadía, para aquellos que no han examinado cuidadosamente y a fondo la cuestión,—reconozco que parece como si en ella interviniera más el capricho que un razonamiento sólido;——y sin embargo, mi querido señor, si puedo presumir de conocer su carácter, estoy moralmente convencido de que arriesgaría bien poco si le planteara a usted un caso,—no considerándole como a una de las partes en litigio,—sino como juez, y contándoles mi apelación a su propio buen juicio y a su imparcialidad en la disquisición de este asunto;——usted es una persona que está tan libre de los numerosos y mezquinos prejuicios de la educación como la mayoría de los hombres;—y, si puedo presumir de conocer incluso los recovecos de su mente,—añadiré también que su naturaleza es de tal liberalidad que está muy por encima de echar por tierra una opinión por el simple hecho de que le falten partidarios. ¡Su hijo!—Su querido hijo, —de cuyo dulce y abierto temperamento tiene usted tanto que esperar.—¡Su BILLY, señor!—¿Acaso le habría usted llamado, por nada del mundo, JUDAS?—¿Habría usted, mi querido señor, decía, poniendo una mano sobre el pecho de su interlocutor con la mayor cortesía—y empleando ese suave e irresistible tono piano de voz que la índole del argumentum ad hominem[94] ineludiblemente requiere,—si una especie de padrino judío le hubiera propuesto un nombre para su hijo, y junto con ello le hubiera ofrecido su bolsa?, ¿acaso habría usted consentido en una profanación semejante del niño?——¡Oh, Dios mío!, decía elevando la mirada, si conozco bien su temperamento, señor,—usted es incapaz de tal cosa;——habría pisoteado la oferta;—con horror habría arrojado la tentación a la cara del tentador. La grandeza de pensamiento que revela esta acción, que yo admiro, con ese generoso desprecio por el dinero que me ha mostrado usted a lo largo de toda la transacción, es realmente noble;—y lo que la hace aún más noble es el principio en que se basa;—los esfuerzos del amor paterno para demostrar la certeza y la convicción de esta misma hipótesis, a saber: que si su hijo se hubiera llamado JUDAS,—la sórdida y traicionera idea, tan inseparable del nombre, le habría acompañado a lo largo de toda su vida como una sombra y, a la postre, habría hecho de él un canalla y un truhán a pesar, señor, del ejemplo que usted le habría dado. Jamás conocí hombre alguno capaz de refutar este argumento.——Pero para hablar de mi padre tal y como de hecho era:—era ciertamente irresistible, tanto en sus discursos como en sus discusiones;—era un orador nato;—?e?d?da?t??[95]. —La persuasión pendía de sus labios, y en él se hallaban tan conjuntados los elementos de la Lógica y de la Retórica,—y además tenía tal sagacidad para adivinar las pasiones y flaquezas de sus contrincantes,——que la NATURALEZA muy bien podría haberse puesto en pie y dicho:—’Este hombre es elocuente’[96].—En suma, tanto si defendía el punto flaco como el fuerte de la cuestión, en ambos casos era arriesgado atacarle.—Y sin embargo, es extraño que nunca hubiera leído los escritos de Oratore de Cicerón y Quintiliano, ni a Isócrates, ni a Aristóteles, ni a Longino entre los antiguos;—ni a Vossius, ni a Skioppius, ni a Ramus, ni a Farnaby entre los modernos[97];—y, lo que es más sorprendente todavía, su mente nunca, en toda su vida, había recibido el menor destello o chispa de sutileza a través de una sola lectura de Crackenthorp o Burgersdicius, ni de ningún otro lógico o comentarista holandés[98];—ni siquiera sabía en qué consistía la diferencia entre un argumento ad ignorantiam[99] y un argumento ad hominem; de tal suene que recuerdo muy bien que cuando me acompañó para matricularme en el Jesus College de ****[100],—no fue sino justo asombro lo que sintieron mi benemérito tutor[101] y dos o tres compañeros de esa ilustrada sociedad—al ver que un hombre que ni siquiera sabía cómo se llamaban sus instrumentos pudiera trabajar con ellos de aquella manera. A trabajar con ellos de la mejor manera posible era, sin embargo, a lo que mi padre se veía continuamente obligado;——pues siempre tenía miles de pequeñas y escépticas ideas de registro cómico que defender;——creo sinceramente que la mayor parte de estas ideas entraban, en un principio, dentro de la categoría de meros antojos y de un cierto vive la Bagatelle[102]; y, como tales, mi padre solía divertirse con ellas durante media hora o así para, tras haber ejercitado el ingenio de este modo, dejarlas caer en el olvido hasta otro día. Menciono esto no sólo a título de hipótesis o conjetura acerca del desarrollo y establecimiento de las numerosas, variadas y singulares opiniones de mi padre,—sino también a guisa de advertencia para el lector culto contra la indiscreta admisión de invitados semejantes, los cuales, tras entrar en nuestros cerebros con entera libertad y sin que se les pongan reparos de ninguna clase y permanecer allí durante varios años,—al cabo del tiempo exigen para sí una especie de asentamiento definitivo en dicho lugar,——y a veces actúan como el giste; —aunque por lo general lo hacen más bien al estilo de las pasiones serenas: empezando en broma—y terminando en la más absoluta seriedad. Si era éste el caso de la singularidad de las opiniones e ideas de mi padre;—o si su juicio, a la postre, se convirtió en víctima de su ingenio;—o hasta qué punto podía en muchas de sus ideas, aunque raras, tener toda la razón del mundo;——eso es algo que el lector irá decidiendo a medida que las vaya conociendo. Lo único que aquí asevero es que en ésta, la de la influencia de los nombres de pila, fuera cual fuese su fundamento mi padre era muy serio;—todo él era uniformidad;—era sistemático y, como todos los razonadores sistemáticos, capaz de remover cielo y tierra y de retorcer y torturar cuanto la naturaleza le ofreciera para apoyar su hipótesis. En una palabra, repito:—era serio;——y en consecuencia perdía la paciencia y todo lo que tuviera que ver con ella cada vez que veía a alguien (sobre todo si era alguien de posición, alguien que debería haber tenido más conocimiento de causa) ——tan despreocupado e indiferente,—o más, acerca del nombre que le imponía a un hijo como acerca de la elección de Ponto o Cupido para su cachorro. Esto, decía, estaba muy mal;—y además tenía el siguiente agravante en particular, a saber: que una vez impuesto un nombre indigno, ya fuera por equivocación o por insensatez, no era como en el caso de la reputación de un hombre, que, aunque ensuciada, siempre se podía limpiar más adelante ——y posiblemente (tarde o temprano, si no en vida del hombre en cuestión entonces por lo menos después de su muerte) —quedar de una u otra forma restablecida a los ojos del mundo. En cambio aquel otro entuerto, decía, no se podía rectificar jamás;—quizá, dudaba hasta de que un acta parlamentaria pudiera lograrlo.——Sabía tan bien como ustedes que la legislación se arrogaba ciertas atribuciones sobre los apellidos;—pero que, por muy poderosas razones que él, decía, podría explicar, no se había aventurado nunca hasta la fecha a dar un solo paso más en tal sentido. Hay que hacer observar que aunque mi padre tenía, como resultado de esta opinión suya y como ya les he dicho antes a ustedes, las más pronunciadas preferencias y aversiones por determinados nombres,—había sin embargo gran cantidad de ellos que a sus ojos arrojaban un peso tan parejo en la balanza que le eran por completo indiferentes. Jack, Dick y Tom pertenecían a esta clase. Mi padre los llamaba nombres neutros,—y afirmaba, sin el menor asomo de ironía, que había habido cuando menos tantos rufianes e idiotas como hombres buenos y sabios que, desde que el mundo era mundo, los habían llevado indistintamente;—de tal forma que, como fuerzas iguales actuando las unas contra las otras en direcciones opuestas, pensaba que sus efectos quedaban mutuamente aniquilados; razón por la que, declaraba con frecuencia, no estaría dispuesto a dar ni un hueso de cereza por escoger entre ellos. Bob, que era como se llamaba mi hermano, era otro de esos nombres de pila neutros, que obraban muy poco en ningún sentido; y como mi padre hubiera acertado a encontrarse en Epsom cuando se lo habían puesto,—a menudo daba gracias a Dios por que no hubiera sido peor. Andrew era para él algo así como una cantidad negativa en Algebra;—era peor, decía, que nada.—William le gustaba bastante.—Numps ya le gustaba menos;—y Nick, decía, era el mismo DIABLO. Pero, de entre todos los nombres del universo, por el que sentía una aversión más invencible era por TRISTRAM; —de todas las cosas del mundo, la que le merecía una opinión más baja y despreciable era la palabra TRISTRAM,—y pensaba que sin duda no podía producir nada en rerum naturâ[103] que no fuera extremadamente mezquino y lamentable. De tal manera que a veces, en medio de una discusión acerca del tema, en las que, por cierto, se veía envuelto frecuentemente,—prorrumpía en una repentina y arrebatada EPIFONEMA, o, mejor dicho, EROTEMA: su voz se elevaba una tercera, y a veces una quinta completa por encima del tono de la conversación,—y categóricamente le exigía a su antagonista que, si se atrevía, le dijera si recordaba—haber leído en alguna ocasión,—o incluso haber oído decir alguna vez que un hombre que se llamara Tristram hubiera llevado nunca a cabo algo grande o digno de mención.—No, decía;—¡TRISTRAM!—Es imposible[104]. ¿Qué otra cosa podía faltarle a mi padre sino haber escrito un libro para hacer pública su idea y comunicársela al mundo? Poco consigue el sutil especulador con ser el único en conocer sus propias opiniones,—y en consecuencia ha de procurarles adecuada espita.—Eso fue exactamente lo que hizo mi padre;—porque el año dieciséis, dos antes de que yo naciera, se tomó la molestia de escribir una DISERTACIÓN formal que versaba única, exclusiva y explícitamente sobre la palabra Tristram,—en la que exponía al mundo, con gran sinceridad y modestia, los fundamentos de su inconmensurable odio por este nombre aborrecible[105]. Cuando esta historia se confronte con el título de esta obra,—¿no compadecerá el bondadoso lector a mi padre con toda su alma?—Ver a un caballero metódico y bien intencionado (si bien singular en sus ideas,—asimismo inofensivo)—así burlado por una travesura del destino (y precisamente en ellas);—dirigir la mirada al escenario, y verle frustrado y trastornado por el completo trueque de sus pequeños sistemas y deseos; contemplar una cadena de acontecimientos que incansablemente se revuelven contra él de una manera tan crítica y cruel: como si se los hubiera planeado y dirigido expresamente en contra suya con el único fin de vejarle en sus especulaciones.—En una palabra: contemplarle en su vejez, mal preparado para las adversidades, padeciendo un indecible dolor diez veces al día;—diez veces al día llamando al hijo de sus plegarias ¡TRISTRAM!—¡Disilábico sonido lleno de melancolía! que a sus oídos sonaba exactamente igual que Badulaque y que todos los nombres vituperadores que existen sobre la faz de la tierra.——¡Por sus cenizas! Por ellas juro—que si alguna vez un espíritu maligno se complació o se tomó el trabajo de cruzarse en el camino y en las intenciones de algún mortal,—tuvo que ser aquí;—y si no fuera porque para que yo sea bautizado es necesario que antes nazca, le haría al lector una detallada narración de este malhadado suceso en este mismo instante. Capítulo veinte ———¿Cómo ha podido usted, señora, estar tan distraída durante la lectura del último capítulo? Le he dicho a usted en él que mi madre no era papista.———¡Papista! Usted no me ha dicho tal cosa, señor. —Señora, le ruego que me permita volver a repetírselo una vez más: se lo he dicho por lo menos con tanta claridad como las palabras, por inferencia directa, se lo podían decir a usted.——En ese caso, señor, debo de haberme saltado una página.——No, señora,—no se ha saltado usted ni una palabra.———Entonces es que me he quedado dormida, señor.——Mi orgullo, señora, no puede consentirle este recurso.——Pues le aseguro que no sé nada en absoluto acerca de esa cuestión.——Ese es un fallo, señora, que le achaco enteramente a usted: es justamente lo que le reprocho; y, en castigo, insisto en que retroceda inmediatamente —es decir, en cuanto llegue usted al próximo punto y aparte— y vuelva a leer de cabo a rabo el capítulo anterior. No le he impuesto esta penitencia a la señora ni por capricho ni por crueldad, sino por el mejor de los motivos; y en consecuencia no pienso pedirle ningún tipo de disculpas por ello cuando regrese:—lo he hecho para escarmentar a la viciosa costumbre, que con ella comparten miles de personas en las que subrepticiamente se ha introducido y asentado,—de leer todo seguido hacia delante, más en busca de las aventuras que de la profunda erudición y conocimientos que un libro de esta índole, si se lo leyera todo entero y como es debido, impartiría indefectiblemente junto con aquéllas.——La mente debería estar acostumbrada a ir haciendo sabias reflexiones y sacando interesantes conclusiones a medida que avanzara en la lectura; este hábito hizo afirmar a Plinio el joven ‘que nunca leía libros tan malos como para no sacar ningún provecho de ellos’[106]. Las historias de Grecia y Roma, recorridas sin estas disposición y aplicación,—sirven de menos, afirmo, que la historia de Parismus y Parismenus, o que la de los Siete Campeones de Inglaterra leídas con ellas[107]. ———Pero aquí llega ya mi bella dama. —¿Ha vuelto usted a leer el capítulo de cabo a rabo, señora, como le encomendé?—Lo ha hecho. ¿Y no ha reparado usted, a la segunda lectura, en el párrafo que admite la inferencia?———¡Ni en una palabra tan siquiera! —Entonces, señora, haga usted el favor de examinar bien a fondo la antepenúltima línea del capítulo, en la que me encargo de decir ‘que para que yo fuera bautizado sería necesario que naciera antes’. Si mi madre, señora, hubiera sido papista, no habríase seguido consecuencia tal(108). Es una desgracia terrible para este libro mío (pero todavía lo es mucho más para la República de las Letras,—así que mi propio caso particular queda con creces englobado en esta segunda consideración)—que el ya mencionado y vil prurito de nuevas aventuras en todos los órdenes esté tan arraigado en nuestros hábitos y humores;—y, así, estamos todos tan ávidos de satisfacer la impaciencia de esta faceta de nuestra concupiscencia—que sólo las partes más indecorosas y más carnales de una composición serán bien recibidas[113]. —Las sutiles insinuaciones y las veladas enseñanzas de corte científico se evaporan, como espíritus, hacia arriba;——la pesada moraleja se precipita hacia abajo; y tanto las unas como la otra se pierden para el mundo tanto como si se hubieran quedado en el fondo del tintero[114]. Confío en que el lector varón no haya dejado pasar por alto demasiadas insinuaciones, enseñanzas y moralejas tan singulares y curiosas como ésta en que la lectora hembra ha sido pillada. Confío en que todo esto surta sus efectos;—y en que todas las buenas personas, tanto varones como hembras, aprendan, merced al ejemplo de la señora, tanto a pensar como a leer. MÉMOIRE presenté à Messieurs les Docteurs de SORBONNE(115) Un Chirurgien Accoucheur représente á Messieurs les Docteurs de Sorbonne, qu’il y a des cas, quoique très rares, où une mère ne sçauroit accoucher, et même où l’enfant est tellement renfermé dans le sein de sa mère, qu’il ne fait paroître aucune partie de son corps, ce qui seroit un cas, suivant les Rituels, de lui conférer, du moins sous condition, le baptême. Le Chirurgien, qui consulte, prétend, par le moyen d’une petite canulle, de pouvoir baptiser immédiatement l’enfant, sans faire aucun tort à la mère.——Il demand si ce moyen, qu’il vient de proposer, est permis et légitime, et s’il peut s’en servir dans le cas qu’il vient d’exposer. RÉPONSE Le Conseil estime, que la question proposée souffre de grandes difficultés. Les Théologiens posent d’un côté pour principe, que le baptême, qui est une naissance spirituelle, suppose une première naissance; il faut être né dans le monde, pour renaître en Jésus Christ, comme ils l’enseignent. S. Thomas, 3 part. quaest. 88, artic. 11, suit cette doctrine comme une vérité constante; l’on ne peut, dit ce S. Docteur, baptiser les enfans qui sont renfermés dans le sein de leurs méres, et S. Thomas est fondé sur ce, que les enfans ne sont point nés, et ne peuvent être comptés parmi les autres hommes; d’où il conclud, qu’ils ne peuvent être l’objet d’une action extérieure, pour reçevoir par leur ministère le sacremens nécessaires au salut: Pueri in maternis uteris existentes nondum prodierunt in lucem ut cum aliis hominibus vitam ducant; unde non possunt subjici actioni humanae, ut per eorum ministerium sacramenta recipiant ad salutem. Les rituels ordonnent dans la pratique ce que les théologiens ont établi sur les mêmes matières, et ils deffendent tous d’une manière uniforme, de baptiser les enfans qui sont renfermés dans le sein de leurs mères, s’ils ne font paroître quelque partie de leurs corps. Le concours des théologiens, et des rituels, qui sont les règles des diocèses, paroît former une autorité qui termine la question présente; cependant le conseil de conscience considérant d’un côté, que le raisonnement des théologiens est uniquement fondé sur une raison de convenance, et que la deffense des rituels, suppose que l’on ne peut baptiser immédiatement les enfans ainsi renfermés dans le sein de leurs mères, ce qui est contre la supposition présente; et d’un autre côté, considérant que les mêmes théologiens enseignent, que l’on peut risquer les sacremens que Jésus Christ a établis comme des moyens fáciles, mais nécessaires pour sanctifier les hommes; et d’ailleurs estimant, que les enfans renfermés dans le sein de leurs mères, pourroient être capables de salut, parce qu’ils sont capables de damnation; —pour ces considérations, et en égard à l’exposé, suivant lequel on assure avoir trouvé un moyen certain de baptiser ces enfans ainsi renfermés, sans faire aucun tort à la mère, le Conseil estime que l’on pourroit se servir du moyen proposé, dans la confiance qu’il a, que Dieu n’a point laissé ces sortes d’enfans sans aucuns secours, et supposant, comme il est exposé, que le moyen dont il s’agit est propre à leur procurer le baptême; cependant comme il s’agiroit, en autorisant la pratique proposée, de changer une règle universellement établie, le Conseil croît que celui qui consulte doit s’adresser à son évêque, et à qui il appartient de juger de l’utilité, et du danger du moyen proposé, et comme, sous le bon plaisir de 1’évêque, le Conseil estime qu’il faudroit recourir au Pape, qui a le droit d’expliquer les rèegles de l’église, et d’y déroger dans le cas, où la loi ne sçauroit obliger, quelque sage et quelque utile que paroisse la manière de baptiser dont il s’agit, le Conseil ne pourroit l’approuver sans le concours de ces deux autorités. On conseile au moins à celui qui consulte, de s’adresser à son évèque, et de lui faire part de la présente décision, afin que, si le prélat entre dans les raisons sur lesquelles les docteurs soussignés s’appuyent, il puisse ètre autorisé dans le cas de nécessité, ou il risqueroit trop d’attendre que la permission fût demandée et accordée d’employer le moyen qu’il propose si avantageux au salut de l’enfant. Au reste, le Conseil, en estimant que l’on pourroit s’en servir, croit cependant, que si les enfans dont il s’agit, venoient au monde, contre l’espérance de ceux qui se seroient servis du même moyen, il seroit nécessaire de les baptiser sous condititon; et en cela le Conseil se conforme à tous les rituels, qui en autorisant le baptême d’un enfant qui fait paroître quelque partie de son corps, enjoignent néantmoins, et ordonnent de le baptiser sous condititon, s’il vient heureusement au monde. Délibéré en Sorbonne, le 10 avril, 1733. A. LE MOYNE. L. DE ROMIGNY. DE MARCILLY. Mr Tristram Shandy felicita a Messrs Le Moyne, De Romigny y De Marcilly, y confía en que descansaran bien la noche del día en que llevaron a cabo una deliberación tan fatigosa.—Desea saber si, tras la ceremonia de matrimonio y antes de la de consumación, el bautizo de todos y cada uno de los HOMÚNCULOS, de golpe todos a la vez y por injection, no sería un buen atajo, más corto y más seguro todavía; con la condición, como dice arriba, de que si los HOMÚNCULOS, después de ser bautizados, saben arreglárselas bien y llegan al mundo sanos y salvos, sean, todos y cada uno de ellos, bautizados otra vez (sous condititon).——Y siempre y cuando, en segundo lugar, la cosa se pueda hacer (lo cual Mr Shandy duda profundamente) par le moyen d’une petite canulle y sans faire aucun tort au pére[117]. Capítulo veintiuno ———Me pregunto para qué será todo ese ruido y esas carreras de un lado a otro en el piso de arriba, dijo mi padre dirigiéndose, tras hora y media de silencio, a mi tío Toby,——el cual deben saber ustedes que estaba sentado al otro lado del fuego fumando sin parar su pipa social, en la muda contemplación de un nuevo par de calzones de felpilla negra que llevaba puestos;——¿Qué pueden estar haciendo, hermano?—dijo mi padre,—Apenas si podemos oírnos el uno al otro. —Creo, respondió mi tío Toby sacándose la pipa de la boca y golpeando la cazoleta contra la uña del dedo pulgar de su mano izquierda dos o tres veces al tiempo que comenzaba la frase;———Creo, dice:——Pero para penetrar como es debido en los sentimientos de mi tío Toby relativos a este asunto, deben ustedes penetrar un poco en su carácter, del que solamente les ofreceré los rasgos más esenciales, y a continuación el diálogo entre él y mi padre proseguirá nuevamente como si nada. Por Dios, ¿cómo se llamaba aquel hombre?—Escribo con tanto apresuramiento que no tengo tiempo para hacer memoria ni para buscarlo:—¿Quién fue el primero en observar ‘que nuestro aire y nuestro clima eran muy inconstantes’? Quienquiera que fuese, hizo una observación muy aguda y muy cierta.—Pero el corolario que se sacó de ella, a saber: ‘que es esto lo que nos ha provisto una variedad tan enorme de caracteres singulares y caprichosos’,—esto no fue suyo;—esto lo descubrió otro nombre por lo menos siglo y medio más tarde. Y luego:—que ese abundantísimo almacén de materiales originales es la causa verdadera y natural de que nuestras Comedias sean mucho mejores que las francesas o que cualesquiera otras de las que o bien ya se han escrito o bien pueden escribirse en el futuro en el Continente,—ese descubrimiento no llegó a hacerse enteramente hasta mediados del reinado del rey William,—cuando el gran Dryden, en uno de sus largos prefacios (si no me equivoco), dio felizmente con ello[118]. Cierto que a finales del reinado de la reina Anne el gran Addison se puso a patrocinar la idea y se la explicó al mundo con más detalle en uno o dos de sus Spectators[119];—pero el descubrimiento no fue suyo.—Y finalmente, en cuarto y último lugar, la observación de que esta extraña irregularidad de nuestro clima que a su vez produce la tan extraña irregularidad de nuestros caracteres—en cierto modo nos ofrece una compensación al proporcionarnos con ello algo con lo que divertirnos cuando el tiempo no nos permite salir a la calle,—es mía;—y se me ha ocurrido hoy mismo, 26 de marzo de 1759, día lluvioso, entre las nueve y las diez de la mañana. Así,—así, compañeros de trabajo y asociados en esta gran cosecha de nuestra cultura que ahora está madurando ante nuestros propios ojos: así es cómo, a pequeños y casuales pasos que los han ido incrementando, nuestros conocimientos físicos, metafísicos, fisiológicos, polémicos, náuticos, matemáticos, enigmáticos, técnicos, biográficos, románticos[120], químicos y obstétricos, junto con los de otras cincuenta ramas del saber (la mayoría de ellos, como los ya mencionados, acaban en ico), han ido gradualmente, durante los dos últimos siglos o más, reptando hacia arriba en pos de esa ??µ?[121] de sus perfecciones, de la que, si basándonos en los progresos de los últimos siete años podemos hacer una conjetura, ya no podemos estar muy lejos. Tal cosa, cuando suceda, es de esperar que pondrá fin a todo género de escritos cualesquiera;—la falta de todo género de escritos pondrá fin a todo género de lectura;—y eso, con el tiempo, Al igual que la guerra engendra la pobreza y la pobreza la paz[122],——debe lógicamente poner fin a todo género de conocimientos,—y entonces——tendremos que volver a empezar una vez más; o, en otras palabras, volveremos a estar donde empezamos. ——¡Felices! ¡Tiempos triplemente felices! Sólo desearía que la época de mi engendramiento, así como la moda y el estilo que le fueron propios, hubieran podido alterarse un poco;—o que, caso de no haber habido ningún inconveniente ni por parte de mi padre ni de mi madre, mi propio engendramiento hubiera podido postponerse hasta veinte o veinticinco años después, cuando uno podría haber tenido alguna oportunidad en el mundo literario.— Pero me olvido de mi tío Toby, a quien durante todo este rato hemos dejado sacudiendo las cenizas de su pipa de tabaco. Su humor era de esa peculiar especie que hace honor a nuestra atmósfera; y no habría tenido yo el menor reparo en alinearle entre los productos de primera fila de la misma de no haber aparecido también en él numerosos y fuertes rasgos de lo que se llama parecido familiar, lo cual demostraba que la singularidad de su temperamento era más consecuencia de su sangre que del viento o del agua o que de cualesquiera modificaciones o combinaciones de ambos elementos. Y por eso me he preguntado a menudo por qué mi padre (aunque creo que tenía sus razones para ello), cuando observaba ciertos signos de excentricidad en mi conducta siendo todavía yo un muchacho,—jamás, ni en una sola ocasión, probó a achacárselos a esta circunstancia familiar; porque toda la FAMILIA SHANDY poseía un carácter muy original: en todo y para todo;——me refiero a los varones,—las mujeres no poseían ningún carácter,—excepto, de hecho, mi tía-abuela DINAH, quien, hará ahora unos sesenta años, se casó y quedó encinta del cochero, por lo que mi padre, de acuerdo con su teoría sobre los nombres de pila, decía con frecuencia que ya podía mi tía darles las gracias a sus padrinos y madrinas. Parecerá muy raro (y antes preferiría pensar en la posibilidad de soltarle algún enigma al lector en el camino, cosa que por lo demás no voy a hacer, a hacerle adivinar cómo es que tal cosa llegó a suceder) que un acontecimiento de esta índole se reservara para el quebrantamiento de la paz y de la unidad (que de otra manera habrían perdurado cordialmente) existentes entre mi padre y mi tío Toby cuando hacía ya tantos años que el acontecimiento en cuestión había ocurrido. Uno habría pensado que toda la fuerza de la desgracia debería haberse gastado y consumido en el seno de la familia inmediatamente,—como acontece por lo general en estos casos.—Pero nada, nunca, marchó en nuestra familia de la manera ordinaria. Es muy posible que, precisamente cuando este infortunio tuvo lugar, hubiera alguna otra circunstancia que la estuviera afligiendo; y como las aflicciones nos son enviadas para nuestro bien y ésta en concreto nunca le había hecho a la FAMILIA SHANDY ningún bien de ninguna clase, es muy posible que hubiera estado esperando hasta que tiempos y contingencias más idóneos le dieran ocasión de cumplir con su deber.——Observen ustedes que no asevero nada acerca de todo esto.——Mi estilo consiste siempre en señalar las diversas y curiosas zonas de investigación a fin de llegar a las primeras fuentes de los sucesos que voy narrando;—no con un pedantesco Puntero,—ni a la terminante manera de Tácito, que, a fuerza de tretas acaba por engañarse a sí mismo y al lector[123];—sino con la oficiosa humildad de un corazón dedicado exclusivamente a prestarles la mayor ayuda posible a los inquisitivos;—para ellos escribo,——y por ellos seré leído,——si es que puede suponerse que una lectura de las características de ésta vaya a durar tanto tiempo,——hasta el mismísimo fin del mundo. En consecuencia: la razón de que este motivo de pesar quedara así reservado para la ventilación de las diferencias de mi padre y mi tío es algo que yo no puedo determinar. Pero cómo y en qué dirección obró para llegar a convertirse en motivo de mutua insatisfacción tanto tiempo después de haberse puesto en marcha por primera vez su mecanismo, eso sí que soy capaz de explicarlo con gran exactitud, y es como sigue: Mi tío TOBY SHANDY, señora, era un caballero que, teniendo todas las virtudes que por lo general constituyen el carácter de un hombre recto y honrado,—poseía en grado sumamente elevado una que pocas o ninguna vez se incluye en el catálogo; era ésta una extremada y sin par modestia natural[124];—aunque retiro la palabra natural por la siguiente razón: para no anticipar juicios sobre una cuestión que en breve ha de ser determinada en audiencia pública, y que es: si esta modestia suya era natural o adquirida.—Pero fuera como fuese la manera en que mi tío Toby llegó a tenerla, el caso es, sin embargo, que se trataba de modestia en el sentido más verdadero de la palabra; es decir, señora, no en lo que se refiere a las palabras, pues el infeliz no disponía de muchas entre las que escoger,—sino a los hechos;—y estaba tan poseído por esta desacostumbrada clase de modestia, y ésta alcanzó en él tal altura, que incluso se la podría casi equiparar, si ello fuera posible, a la modestia de una mujer: esa discreción femenina, señora, y esa limpieza interior de pensamiento y de imaginación que atesora su sexo y que en gran medida las convierten a ustedes en el terror del nuestro. Se imaginará usted, señora, que mi tío Toby había contraído todo esto en ese mismo manantial;—que había pasado la mayor parte de su tiempo en relación con representantes del sexo de usted; y que, gracias a un profundo conocimiento de las mujeres y a fuerza de imitaciones (a las que tan hermosos ejemplos hacen imposible sustraerse), había adquirido este gentil carácter, Ojalá pudiera decir que fue así;—porque, a excepción de con su cuñada (la mujer de mi padre, mi madre),—mi tío Toby apenas cruzó tres palabras con el sexo opuesto en el mismo número de años;——no, señora, lo adquirió por un golpe.———¡Por un golpe!——Sí, señora, fue debido al golpe de una piedra que una bala desprendió del parapeto de un hornabeque durante el asedio de Namur[125], y que fue a darle de lleno en la ingle a mi tío Toby.——¿Y de qué modo pudo eso afectar a su carácter? —Esa historia, señora, es larga e interesante;—pero ofrecérsela a usted ahora equivaldría a contar la mía a trozos sueltos.——Es un episodio que reservo para más adelante; y todas las circunstancias a él relativas le serán fielmente contadas en su adecuado lugar. —Hasta entonces, no está en mi mano dar más información acerca de ese asunto ni decir más de lo que ya he dicho, a saber:——que mi tío Toby era un caballero de modestia sin par que, acertando a estar un poco sutilizada y enrarecida por el constante calor de un poquito de orgullo familiar,—al juntarse ambas cosas en su interior producían un efecto tal que no podía soportar que se tocara o hablara del affaire de mi tía DINAH sin experimentar la más viva emoción.—La menor alusión a ello era suficiente para hacer que la sangre se le agolpara en el rostro;—pero cuando mi padre se extendía sobre la historia en compañías heterogéneas (cosa a la que con frecuencia le obligaba la ilustración de su teoría),—el desventurado borrón de una de las mejores ramas de la familia hacía que el honor y la modestia de mi tío Toby sangraran; y a menudo, con la mayor gravedad imaginable, se llevaba aparte a mi padre para reconvenirle y decirle que le daría lo que quisiera con tal de que dejara aquella historia en paz. Mi padre, creo yo, sentía por mi tío Toby el amor y el cariño más sinceros que jamás le haya profesado un hermano a otro; y habría hecho cualquier cosa natural (de entre las que un hermano podría razonablemente haber deseado de otro) por tranquilizarle las palpitaciones del corazón en lo concerniente a aquella o a cualquier otra cuestión. Pero justamente aquélla estaba por encima de sus fuerzas. ——Mi padre, como les dije, era un filósofo en potencia:—especulativo,—sistemático;—y el affaire de mi tía Dinah era un asunto de tanta transcendencia para él como lo era la retrogradación de los planetas para Copérnico[126]:—las reincidencias de Venus en su órbita fortalecieron el sistema copernicano, así llamado en honor a su nombre; y las reincidencias de mi tía Dinah en su órbita hicieron lo propio para el establecimiento del sistema de mi padre, que —confío— en el futuro y ya para siempre se conocerá como el Sistema shandiano en honor al suyo. En lo relativo a cualquier otra deshonra familiar, mi padre, creo yo, tenía un sentido de la vergüenza tan delicado como el que más;—y ni él ni (me atrevería a decir) Copérnico habrían divulgado el asunto en ningún caso ni le habrían proporcionado al mundo la más leve noticia acerca de ello de no haber sido por las obligaciones que tenían, como pensaban, para con la verdad.——Amicus Plato, decía mi padre, dedicándole estas palabras a mi tío Toby al tiempo que proseguía: Amicus Plato (es decir, DINAH era tía mía);—sed magis árnica varitas—(pero la VERDAD es mi hermana)[127]. Esta incompatibilidad de humores entre mi padre y mi tío era el origen de numerosas riñas fraternas. El uno no podía soportar oír la narración de una desgracia familiar,—y el otro apenas si dejaba llegar un día a su término sin haber hecho alguna alusión a ella. —¡En nombre de Dios!, gritaba mi tío Toby.—Y en el mío propio, y en todos los nombres habidos y por haber: mi querido hermano Shandy,—deja descansar en paz a la historia de nuestra tía y también a sus cenizas;——¿cómo puedes, ——cómo puedes tener tan poco tacto y compasión con la reputación de nuestra familia?———¿Y qué es la reputación de una familia comparada con una teoría?, replicaba mi padre.——Y además, para el caso,—¿qué es la vida de una familia?———¡La vida de una familia!,—decía mi tío Toby echándose hacia atrás en su sillón y elevando al cielo los ojos, las manos y una pierna.———Sí, su vida,—decía mi padre, manteniendo su opinión: ¿cuántos miles de ellas quedan abandonadas cada año (al menos en todos los países civilizados) —cuando, al entrar en competición con una teoría, no obtienen para sí otra consideración que la de simple aire, y del más corriente? —A mi sencilla manera de ver las cosas, contestaba mi tío Toby,—cada vez que pasa una cosa así se trata de un manifiesto ASESINATO, sin importar quién lo cometa.——Ese es tu error, respondía mi padre;—porque in Foro Scientiae[128] no existe tal cosa como el ASESINATO;—sólo hay MUERTE, hermano. Mi tío Toby jamás se dignaba replicar a esto con ninguna otra clase de argumento que el consistente en silbar media docena de barras del Lillabullero[129].——Deben ustedes saber que aquel era el canal por el que acostumbraba a dar salida a sus pasiones cuando algo le chocaba o sorprendía;——pero en especial cuando se le proponía algo que él juzgaba tremendamente absurdo. Como ninguno de nuestros escritores lógicos, ni ninguno de sus comentaristas, que yo recuerde, han considerado oportuno darle un nombre a este género de argumento en particular,—yo, aquí y ahora, me tomo la libertad de hacerlo, por dos razones: primera, para que, a fin de evitar todo tipo de confusión en las discusiones, pueda distinguírselo siempre de todos los demás géneros de argumento,——tales como el Argumentum ad Verecundiam, ex Absurdo, ex Fortiori[130] y cualesquiera otros argumentos.——Y segunda, para que los hijos de mis hijos puedan decir, cuando mi cabeza ya repose para siempre,—que la cabeza de su inteligente abuelo había estado ocupada en una ocasión con algo tan importante como lo que por lo general ocupa las cabezas de las demás personas: —que inventó un nombre,—y que, generosamente, se lo había arrojado a la TESORERÍA de la Ars Logica como uno de los argumentos más incontestables de toda esta ciencia. Y si el fin de la disputa es más silenciar que convencer,—entonces podrán añadir, si así lo desean, que además es uno de los mejores argumentos conocidos. En consecuencia, y por medio del presente escrito, mando y ordeno rigurosamente que se lo conozca y distinga por el nombre y título de Argumentum Fistulatorium y ningún otro;—y que de ahora en adelante se lo alinee junto al Argumentum Baculinum y el Argumentum ad Crumenam[131], y que, en el futuro y para siempre, los tres sean estudiados en el mismo capítulo. En cuanto al Argumentum Tripodium, que nunca es utilizado más que por la mujer en contra del hombre,—y al Argumentum ad Rem[132], que, por el contrario, es utilizado por el hombre solamente en contra de la mujer:—como estos dos son, en conciencia, ya bastante para una sola lección,——y además el uno es la mejor respuesta para el otro,—dejémosles ir en capítulo aparte y ser estudiados en otro lugar dedicado a ellos exclusivamente. Capítulo veintidós El ilustre obispo Hall (me refiero al famoso doctor Joseph Hall, que fue obispo de Exeter durante el reinado del rey James I) nos dice en una de sus Décadas (impresas en Londres el año 1610 por John Beal, con domicilio en Aldersgate Street), al final de su admirable arte de la meditación, ‘que ensalzarse a sí mismo es algo detestable en el hombre’;——y, realmente, yo lo creo así también[133]. Y sin embargo, por otra parte, cuando se hace una cosa de manera magistral, es muy improbable que tal cosa se reconozca;—creo que es igualmente detestable que un hombre, mereciéndolo, no goce de ese honor y al final deje el mundo con esa idea pudriéndosele en la cabeza. Esa es precisamente mi situación. Porque en esta larga digresión a la que accidentalmente me he visto llevado hoy, como en todas mis demás digresiones (a excepción de en una), una magistral muestra de talento digresivo, cuyo mérito, me temo, le ha pasado hasta ahora desapercibido a mi lector,—no por falta de penetración por parte suya,—sino porque se trata de una excelencia que muy pocas veces se busca, o, de hecho, se espera, en una digresión;—y es lo siguiente: que aunque todas mis digresiones son extensas, como habrán podido ustedes observar,—y aunque me desvío del camino por el que voy tanto y con tanta frecuencia como cualquier otro escritor de la Gran Bretaña, procuro constantemente, sin embargo, ordenar las anécdotas de tal forma que mi objetivo principal no se quede mudo durante mi ausencia. Ahora mismo, por ejemplo, iba a haberles hecho a ustedes una descripción de los rasgos más acusados del caprichoso carácter de mi tío Toby—cuando mi tía Dinah y el cochero se nos cruzaron en el camino y, por antojo, nos hicieron dar un rodeo de varios millones de millas hasta el mismo corazón del sistema planetario. A pesar de todo lo cual, lo habrán advertido ustedes, el bosquejo del carácter de mi tío Toby ha proseguido su marcha, en silencio, durante todo este rato;—no sus rasgos más distintivos,—tal cosa era imposible,—pero sí algunos de sus trazos más familiares, y ciertos oscuros contornos han sido tocados aquí y allá mientras avanzábamos; de manera que ahora conocen ustedes a mi tío Toby mucho mejor de lo que lo conocían antes. A causa de este esquema la maquinaria de mi obra es muy especial, por no decir que única en su género: se han introducido en ella dos movimientos contrarios, que se pensaba que estaban en discordia el uno con el otro, y se los ha reconciliado. En una palabra, mi obra es digresiva, y también progresiva,—y es ambas cosas a la vez. Esta, señor, es una historia muy distinta de la de la tierra girando alrededor de su eje en su rotación diaria al tiempo que avanza en su órbita elíptica, que es lo que trae consigo el año y lo que constituye esa variedad y esa alternancia de estaciones de que disfrutamos;—aunque reconozco que la cosa propiciaba la asociación de ideas:—yo creo que la mayoría de nuestros alabadísimos adelantos y descubrimientos han tenido su origen en este tipo de comentarios sin importancia. Las digresiones son, sin duda alguna, como el resplandor del sol;——son la vida, el alma de la lectura;——quítenselas a este libro, por ejemplo,—y sería lo mismo que si quitaran ustedes de en medio el libro entero;—un invierno frío y perpetuo reinaría en todas sus páginas; devuélvanselas al escritor;—se adelanta como si fuera un novio ante el altar,—las saluda a Todas; introduce la variedad e impide que el apetito se desvanezca. Todo su arte consiste en cocinarlas y aderezarlas bien, a fin de que no sólo saque provecho de ellas el lector, sino también el autor, cuyo sufrimiento en este asunto es en verdad digno de compasión: pues advierto que si empieza una digresión,—desde ese instante su obra entera enmudece por completo;—y si prosigue con la obra principal,—entonces adiós a la digresión. ——Es éste un trabajo ingrato.—Y por esa razón, desde el mismo comienzo de esta obra, ya lo ven ustedes, he construido su núcleo principal y sus partes adventicias con tales intersecciones, y he complicado y retorcido de tal manera los movimientos digresivo y progresivo, una rueda enganchada a la otra, que lo que he logrado ha sido impedir que funcionara toda la máquina en general;—y, lo que es más, seguiré impidiendo que funcione durante los próximos cuarenta años, si es que la fuente de la salud se complace en bendecirme durante tanto tiempo con vida y con buen humor. Capítulo veintitrés Me apetece mucho empezar este capítulo de una manera disparatada, y la verdad es que no pienso ponerles traba a mis antojos.—En consecuencia, comienzo así: Si la instalación de la ventana de Momo en el pecho del hombre, de acuerdo con la corrección propuesta por aquel archicrítico, hubiera tenido lugar[134],——primero: sin duda alguna habría sucedido el siguiente desatino:—que hasta los más sabios y serios de todos nosotros habríamos tenido que pagar, en una u otra moneda, impuestos de ventana[135] todos y cada uno de los días de nuestra vida. Y segundo: que si la mencionada ventana se hubiera colocado allí, para conocer y describir el carácter de un hombre no habría hecho falta más que coger una silla, acercarse lentamente (como cuando se acerca uno a una colmena dióptrica de abejas) y mirar dentro:—contemplar el alma completamente desnuda;—observar todos sus movimientos,—sus maquinaciones;—rastrear todas sus fantasías[136] desde su primera concepción hasta su reptante aparición;—vigilarla cuando estuviera a sus anchas: en medio de sus retozos, de sus cabriolas, de sus caprichos; y, tras observarla también durante un rato en la más solemne actitud consiguiente a los mencionados retozos y demás,——entonces coger papel y pluma y, sencillamente, poner por escrito lo que se ha visto, pudiéndose además jurar que se lo ha visto.—Pero esta es una ventaja de la que no han de gozar los biógrafos de este planeta;—en el planeta Mercurio (acaso) es posible que tengan las cosas así de fáciles, si no más aún;——porque allí el intenso calor del país (que, como han demostrado los encargados de hacer este tipo de cálculos, es, a causa de su proximidad con el sol, superior al del hierro candente)—debe de haber vitrificado hace ya tiempo, creo, los cuerpos de los habitantes (como causa eficiente) para hacerlos consecuentes con el clima (que es la causa final); de manera que, entre estas dos causas, es muy posible que todos los aposentos de sus almas, del desván al sótano, no sean (pese a todo lo que la filosofía más ortodoxa pueda decir en contra) más que un fino y transparente cuerpo de límpido cristal (a excepción del cordón umbilical);—de tal suerte que hasta que los habitantes envejecieran y tuvieran las suficientes arrugas como para que, en consecuencia, los rayos de luz, al atravesarlos, se vieran refractados de una manera tan monstruosa,——o regresaran de sus superficies reflejados en líneas tan transversales para el ojo que no fuera posible ya ver a los mencionados habitantes al trasluz,—sus almas podrían perfectamente (excepto en las ocasiones más ceremoniosas o por aprovechar la ridícula ventaja que representa lo del cordón umbilical),—podrían, digo, dejando de lado todas las demás consideraciones, hacer el indio lo mismo al aire libre que en sus propias casas. Pero este, como dije más arriba, no es el caso de los habitantes de la tierra;—nuestras mentes no resplandecen a través del cuerpo, sino que están bien envueltas en un oscuro ropaje de carne y sangre sin cristalizar; de modo que si queremos llegar a conocer sus caracteres específicos, tenemos que ir por algún otro camino para lograrlo. Muchos son, en verdad, los caminos que la inteligencia humana se ha visto obligada a tomar para hacer tal cosa con exactitud. Algunos, por ejemplo, desvelan todos sus personajes por medio de instrumentos de viento.—Virgilio recurre a este método en la historia de Dido y Eneas[137];—pero es tan falaz como el aliento de la fama;—y, además, delata un genio reducido. No ignoro que los italianos pretenden ser matemáticamente exactos en sus descripciones de un tipo especial de personaje que se da entre ellos al guiarse por el forte o el piano de cierto instrumento de viento que ellos emplean—y que, según dicen ellos mismos, es infalible.—No me atrevo a mencionar aquí el nombre de este instrumento;—básteles a ustedes saber que ahora lo tenemos entre nosotros;—pero no se les ocurra nunca hacer una descripción guiándose por él[138];—todo esto es muy enigmático, y es mi intención que lo sea, por lo menos ad populum[139].—Y por ello le ruego, señora, que, al llegar aquí, siga usted leyendo a tanta velocidad como le sea posible y no se detenga en ningún momento a hacer preguntas al respecto. Hay otros, también, que desvelarán el carácter de un hombre sin más ayudas ni pistas, de entre todas las cosas que de ello podrían servirles en el mundo, que las que les proporcionen sus evacuaciones;—pero esto, a menudo, ofrece un perfil del personaje sumamente incorrecto;—a menos, en efecto, que también se haga un boceto a partir de sus repleciones; y entonces, mediante la confrontación de un dibujo con el otro, se componga entre los dos un buen retrato. No tendría ningún reparo que ponerle a este método si no fuera porque pienso que se debe de notar demasiado el olor a aceite de lámpara[140] —y que aún ha de ser más trabajoso que los anteriores, habida cuenta de que sin duda le obligará a uno a echarles una ojeada a los demás No-Naturales del personaje[141].—Por qué a los actos más naturales de la vida de un hombre se les llama sus No-Naturales,—eso ya es otra cuestión. Hay otros, en cuarto lugar, que desdeñan todos y cada uno de estos expedientes;—no porque los de su propia invención sean más fértiles, sino porque disponen de muchos y muy variados procedimientos eficaces, todos ellos inspirados o tomados prestados de los honorables recursos que los Hermanos Pentagráficos(142) del pincel han demostrado tener sacando copias.—Deben ustedes saber que este cuarto grupo lo constituyen sus grandes y queridos historiadores. A uno lo verán ustedes hacer el retrato de tamaño natural de un personaje a contraluz; —eso es innoble,—deshonesto,—y muy duro para la reputación del hombre que esté posando. Otros, para arreglarlo, le harán a usted un retrato en la Cámara[143];—ese es el modo más sucio de todos,—porque es indudable que allí se le representará a usted en las más ridículas actitudes. A fin de evitar todos y cada uno de estos errores y entuertos en la descripción del carácter de mi tío Toby, estoy decidido a dibujarlo sin ningún tipo de ayuda mecánica; ——y tampoco se guiará mi lápiz por ninguno de los instrumentos de viento que alguna vez se hayan tocado ni a este ni al otro lado de los Alpes;—y tampoco tendré en cuenta ni sus repleciones ni sus descargas,—ni tocaré para nada sus No-Naturales;—sino que, en una palabra, describiré el carácter de mi tío Toby a partir de su CABALLO DE JUGUETE. Capítulo veinticuatro Si no estuviera moralmente seguro de que la paciencia del lector se agotó hace ya rato mientras esperaba el carácter de mi tío Toby,——le habría convencido aquí mismo, antes, de que no hay ningún instrumento tan adecuado y propio para describir tal cosa como el que yo me he decidido a escoger. La verdad es que no puedo decir que un hombre y su CABALLO DE JUGUETE actúen y reaccionen el uno sobre el otro exactamente de la misma manera en que lo hacen el alma y el cuerpo; sin embargo, entre ellos existe sin duda cierta comunicación de alguna índole, y mi opinión es: que a la que más se parece es a la de dos cuerpos electrizados,—y que, a través de las partes calentadas del jinete, que están en inmediato contacto con los lomos del CABALLO DE JUGUETE, —y tras largos viajes y mucha fricción, resulta que el cuerpo del jinete está al final tan lleno de materia CABALLUNA DE JUGUETE como es posible;——de tal manera que basta con dar una nítida descripción de la naturaleza del uno para que el lector se pueda formar ya una idea bastante exacta del genio y el carácter del otro. Bien; el CABALLO DE JUGUETE sobre el que siempre cabalgaba mi tío Toby, era, en mi opinión, un CABALLO DE JUGUETE del que bien vale la pena hacer una descripción, aunque sólo sea por mor de su gran singularidad;—pues lo cierto es que ya podrían ustedes haber viajado desde York hasta Dover,—desde Dover hasta Penzance en Cornualles, y desde Penzance hasta York otra vez[144], que no hubieran visto otro semejante en todo el camino; y si lo hubieran visto, indefectiblemente se habrían ustedes detenido, por mucha prisa que hubieran llevado, para echarle una mirada. En efecto, el porte y la figura del CABALLO DE JUGUETE de mi tío Toby eran tan extraños, y el mismo CABALLO era, desde la cabeza a la cola, tan exageradamente distinto de todos los demás de su especie, que de vez en cuando se llegaba incluso a discutir——si realmente era un CABALLO DE JUGUETE o no. Pero al igual que el Filósofo, para convencer al Escéptico que ponía en entredicho la realidad del movimiento, no hizo uso de más argumento que el de ponerse en pie y caminar por la habitación[145],—así mi tío Toby, para probar que su CABALLO DE JUGUETE era en verdad un CABALLO DE JUGUETE, no hacía uso de más argumento que el de montarse sobre sus lomos y cabalgar sobre él;—dejando que el mundo, después de eso, decidiera sobre la cuestión como juzgara más conveniente. En verdad mi tío Toby montaba su CABALLO DE JUGUETE con tanto gusto, y éste llevaba tan bien a mi tío Toby,——que lo cierto es que le daba muy pocos quebraderos de cabeza tanto lo que el mundo pudiera decir como lo que pudiera pensar acerca de él. Ya es hora, sin embargo, de que les haga a ustedes una descripción de este CABALLO.—Pero a fin de proseguir de manera regular y ordenada, les ruego tan sólo que me concedan permiso para contarles antes de qué modo se hizo mi tío Toby con él. Capítulo veinticinco La herida que mi tío Toby recibió en la ingle durante el asedio de Namur, y que le dejó inutilizado para el servicio, hizo que se juzgara conveniente su regreso a Inglaterra a fin de que allí, si era posible, se le curara. Durante cuatro años permaneció totalmente confinado, —parte de ellos a su cama, la totalidad de ellos a su alcoba; y en el transcurso de su proceso de curación, que durante todo aquel tiempo estuvo en juego, padeció indecibles dolores—debidos a una sucesión de exfoliaciones del os pubis y del borde exterior de esa parte del coxendix llamada os ilium[146];——pues ambos huesos se hallaban lamentablemente machacados, tanto por las irregularidades de la piedra, que, como ya les dije, se desprendió del parapeto,—como por su tamaño—(que no obstante, de hecho, era bastante grande); lo cual siempre inclinó al cirujano a pensar que la enorme herida que le había hecho en la ingle a mi tío Toby se había debido más a la gravedad de la misma piedra que a su fuerza impulsora;—cosa que, como le decía a menudo, había sido en verdad una gran suerte. Mi padre, por aquel entonces, estaba comenzando a establecer sus negocios en Londres, y acababa de comprarse una casa;—y como entre los dos hermanos existía la más sincera amistad y cordialidad,—y como mi padre pensaba que en ninguna otra parte podría mi tío Toby estar tan bien cuidado y atendido como en su propia casa,—le cedió el mejor aposento de toda la mansión.—Y (lo cual era muestra mucho más sincera todavía del cariño que le profesaba) jamás permitía que ningún amigo o conocido entrara en la casa bajo ningún concepto sin, en un momento dado, cogerle de la mano y conducirle escaleras arriba para que viera a su hermano y charlara con él, junto a su lecho, durante una hora. La historia de la herida de un soldado palia el dolor que ésta produce;—al menos eso era lo que creían los que visitaban a mi tío, y todos los días que iban a verlo, en atención a esa creencia, llevaban la conversación hacia ese tema;—y de ese tema la conversación solía pasar casi siempre al asedio de Namur mismo. Estas conversaciones le resultaban de una dulzura infinita; y mi tío Toby se sentía muy aliviado con ellas; y se habría sentido aún mucho más aliviado de no haber sido porque, al mismo tiempo, le sumían en ciertas e imprevistas perplejidades que, a lo largo de tres meses consecutivos, estuvieron retrasando en gran medida su curación; y creo sinceramente que si no hubiera encontrado un medio para salirse de ellas, habrían acabado por llevarle a la tumba. Cuáles eran estas perplejidades de mi tío Toby,—es imposible que ustedes lo adivinen;—si lo adivinaran,—me sonrojaría; no como pariente del encartado,—ni como hombre, —ni tan siquiera como mujer,—sino que me sonrojaría como autor; pues no en balde he puesto yo tanto empeño en ello, que hasta ahora mi lector ha sido absolutamente incapaz de adivinar nada. Y en lo que se refiere a esto, señor, tengo un humor tan delicado y singular que si por un momento creyera que podía usted formarse el más mínimo juicio o hacer la menor conjetura plausible acerca de lo que iba a acontecer en la página siguiente,—la arrancaría del libro inmediatamente. FIN DEL PRIMER VOLUMEN VOLUMEN II[1] Capítulo uno He empezado un nuevo libro a fin de disponer de espacio suficiente para explicar la naturaleza de las perplejidades en que mi tío Toby se vio sumido por culpa de las muchas conversaciones mantenidas y de los numerosos interrogantes suscitados en torno al sitio de Namur, donde él había recibido su famosa herida. Debo recordarle al lector, en el caso de que ya haya leído la historia de las guerras del rey William[2] —(y si no lo ha hecho,—entonces se lo comunico), que uno de los ataques más memorables de aquel sitio fue el que llevaron a cabo los ingleses y los holandeses contra el promontorio del contrafoso (o contraescarpa adelantada) que circundaba el gran canal o foso, justo delante de la puerta de St Nicolas, y en el que los ingleses se expusieron de manera tremenda a los disparos de la contraguardia y del medio baluarte de St Roch. El resultado de la mencionada y ardorosa contienda fue, en tres palabras, el siguiente: que los holandeses se instalaron en la contraguardia,—y que los ingleses se adueñaron del camino cubierto a la altura de la puerta de St Nicolas a pesar del heroico espíritu de los oficiales franceses, que, sable en mano, lucharon en el glacis a cuerpo descubierto. Como este fue el principal ataque de los que mi tío Toby había presenciado personalmente en Namur,——(el ejército de los sitiadores partido en dos por la confluencia del Maes con el Sambre[3] y prácticamente impedidos los unos de ver las operaciones de los otros),——era en su narración en la que mi tío Toby solía ser más elocuente y detallado; y las numerosas perplejidades que le asediaban estaban causadas por las casi insuperables dificultades que encontraba para relatar su historia de manera inteligible y para dar una idea clara de las diferencias y distinciones existentes entre la escarpa y la contraescarpa,—el glacis y el camino-cubierto,—la medialuna y el rebellín,—de tal modo que su interlocutor tuviera una visión completa y exacta del lugar en que se hallaba y de lo que estaba haciendo él. Los mismos escritores son muy dados a confundir estos términos;——de modo que apenas se sorprenderán ustedes si les digo que mi tío Toby, en sus esfuerzos por explicar dichos términos y en su lucha contra las ideas confusas o parciales, con frecuencia acababa por embrollar aún más a sus visitas y, a veces, por embrollarse él mismo también. A decir verdad, a menos que el interlocutor que mi padre conducía escaleras arriba tuviera una cabeza tolerablemente clara, o que mi tío Toby se encontrara en uno de sus mejores momentos explicativos, era muy difícil, por mucho que se lo intentase, mantener la conversación libre de oscuridades. Lo que más intrincado le hacía a mi tío Toby el relato de esta historia era lo siguiente:—que durante el ataque de la contraescarpa de delante de la puerta de St Nicolas, que se extendía desde la ribera del Maes hasta la gran presa,—el terreno estaba por todas partes hendido e intersecado por tal cantidad de diques, regueras, riachuelos y canalillos;—y él se veía lamentablemente desviado y retenido por ellos con tanta frecuencia, que a veces no podía avanzar ni retroceder ni aun para ponerse a cubierto; y simplemente por esta razón, se veía obligado en algunos momentos a abandonar el ataque. Estos desconcertantes impedimentos perturbaban a mi tío Toby Shandy más de lo que ustedes puedan imaginarse; y como el cariño de mi padre hacia él estaba continuamente llevándole nuevos amigos y nuevos inquiridores,——lo cierto es que la tarea impuesta se le estaba naciendo enormemente difícil. Sin duda mi tío Toby tenía un gran dominio de sí mismo;—y sabía guardar las apariencias, creo yo, como la mayoría de los hombres;—sin embargo, cualquiera puede imaginarse que cuando no era capaz de salir del rebellín sin por ello entrar en la medialuna, o de abandonar el camino cubierto sin por ello caerse por la contraescarpa, o de atravesar el dique sin peligro de resbalar hasta el foso, debía de echar humo y chispas por dentro.—Y así ocurría;—y estas pequeñas pero continuas contrariedades, que pueden parecerle nimias y carentes de importancia a quien no haya leído a Hipócrates,—por contra, a cualquiera que haya leído a Hipócrates o al doctor James Mackenzie[4] y haya considerado en su justa medida los efectos que las pasiones y avalares de la mente tienen sobre la digestión—(¿y por qué no sobre la digestión de una herida lo mismo que sobre la de una cena?),—le resultará fácil hacerse una idea de los agudos paroxismos y exacerbaciones de su herida que mi tío Toby debió de tener que soportar por tan sólo aquel motivo. —Mi tío Toby era incapaz de tomárselo con filosofía; —sentía que no podía y aquello ya era suficiente;—y cuando llevaba tres meses consecutivos padeciendo aquel dolor y aquellos sinsabores, decidió acabar con ellos como fuera. Estaba tumbado en la cama una mañana, boca arriba (pues el dolor y la naturaleza de su herida de la ingle no le permitían yacer en ninguna otra postura), cuando se le ocurrió la idea de que si pudiera comprarse algo así como un gran mapa de las fortificaciones de la villa y ciudadela de Namur y sus alrededores, y tenerlo pegado en un cartón, aquél podría ser un buen remedio para aliviarle.—Doy cuenta de su deseo de tener en el mapa los alrededores, además de la villa y ciudadela, por la siguiente razón:—porque mi tío Toby había recibido su herida en uno de los traveses, a unas treinta toesas del ángulo entrante de la trinchera, justo enfrente del ángulo saliente del medio baluarte de St Roch;——de manera que tenía bastante confianza en poder señalar con un alfiler el lugar exacto en que se encontraba cuando la piedra le golpeó. Todo esto se vio coronado por un rotundo éxito a la medida de sus deseos, y no sólo le libró de un mundo poblado por tristes explicaciones, sino que a la postre resultó ser, como leerán ustedes más adelante, el medio idóneo de procurarle a mi tío Toby un buen CABALLO DE JUGUETE. Capítulo dos Cuando uno está corriendo con los gastos de celebrar un festín como éste, no hay nada tan tonto como disponer tan mal las cosas que con ello se dé pie a que los críticos y demás gentes[5] de gusto refinado lo echen a perder. Y no hay mejor forma de lograr que lo hagan que dejándoles al margen de la fiesta o que (lo cual es tan ofensivo como lo anterior) prestándoles toda la atención al resto de los invitados de una manera tan notoria como si sentado a la mesa no hubiera nada que se pareciera en lo más mínimo a un crítico (de profesión). ——Yo estoy a salvo de ambos errores; porque, en primer lugar, he dejado libres media docena de asientos expresamente destinados a ellos;—y, en segundo, a todos hago caso y agasajo:———Caballeros, les beso a ustedes la mano;——declaro solemnemente que ninguna otra compañía podría darme ni la mitad de placer;—ya lo creo que me alegro de verles;——solamente les ruego que no se sientan como extraños, sino que, por el contrario, tomen ustedes asiento sin ninguna ceremonia y embistan sinceramente. He dicho que había dejado seis asientos libres, y he estado a punto de llevar mi cortesía hasta el extremo de haber dejado libre para ellos un séptimo,——lugar en el cual estoy yo ahora;——pero como me acaba de decir un crítico (aunque no de profesión,—sino por naturaleza) que ya he desempeñado bastante bien mi cometido, lo ocuparé inmediatamente, esperando, en el entretanto, poder conseguir el año que viene mucho más sitio del de que ahora dispongo. ——¿Cómo, ¡en el nombre de las mil maravillas!, podía su tío Toby, quien al parecer era militar y al que usted no ha descrito en modo alguno como un idiota,——ser al mismo tiempo un individuo tan confuso, tan aturullado, tan atolondrado como—? —Vaya usted a saber[6]. Esta, Señor Crítico, podría haber sido mi contestación; pero la declino y la desdeño.—Emplea un lenguaje poco urbano,—y es sólo propia del hombre que o no sabe dar respuestas claras y satisfactorias de las cosas o no puede sumergirse a la profundidad necesaria para llegar hasta las causas primeras de la ignorancia y la confusión humanas. Es, además, una contestación valiente,—y, en consecuencia, la rechazo; porque aunque podría haberle ido perfectamente, como soldado que era, al carácter de mi tío Toby—(y si ante ataques semejantes no hubiera acostumbrado a silbar el Lillabullero, ésta, sin duda,—y dado que no le faltaba valor, habría sido su respuesta), a mí, sin embargo, no me habría valido en ningún caso. Ustedes ven con la mayor claridad posible que yo escribo como un erudito;——que hasta mis símiles, mis alusiones, mis ilustraciones, mis metáforas son eruditas;—y que he de afianzar mi carácter convenientemente, así como contrastarlo convenientemente también,—si no, ¿qué serla de mí? Caramba, señor, estaría perdido.—En este mismo instante en que me dispongo a ocupar el lugar de un crítico,—en vez de ello, tendría que haber hecho sitio para otros dos. ——En consecuencia contesto así: —Dígame, señor, entre todas las lecturas que a lo largo de su vida habrá hecho usted, ¿hubo alguna vez un libro como el Ensayo sobre el entendimiento humano, de Locke?[7] ——No me conteste temerariamente,—porque muchos, lo sé bien, citan el libro sin haberlo leído,—y muchos de los que lo han leído no lo entienden;—si su caso es cualquiera de estos dos, y dado que yo escribo con el fin de instruir, le diré en tres palabras en qué consiste el libro.—Es una historia.——¡Una historia! ¿De quién? ¿Qué? ¿Dónde? ¿Cuándo? —No vaya usted tan deprisa.——Es, señor, un libro de historia (definición que posiblemente hará que el mundo se decida a leerlo) que narra la historia de lo que sucede en la mente del hombre; y si acerca de este libro dice usted esto y no más, créame que no hará usted un papel nada despreciable en un círculo metafísico. Pero esta es otra historia. Bien; si se aventura usted a acompañarme y mirar en el fondo de esta cuestión, descubrirá que la causa de la oscuridad y la confusión de la mente humana es triple. En primer lugar, señor mío, los sentidos, con frecuencia, se muestran perezosos. En segundo, cuando los mencionados sentidos no se muestran perezosos, las impresiones producidas por los objetos son a menudo fugaces y delebles. Y, en tercero, la memoria es a veces como un tamiz incapaz de retener lo que ha recibido.—Haga usted bajar a Dolly, su doncella, y le prometo que le cederé el birrete y la campanilla si no logro explicar esta cuestión de una manera tan clara que la propia Dolly la entienda tan bien como Malebranch[8].——Si Dolly le ha escrito una carta a Robin, e introduce el brazo entero en su bolsillo derecho, hasta el fondo,—aproveche usted esa oportunidad para recordar que los sentidos y las facultades de la percepción no pueden estar representados y explicados de una manera tan idónea por ninguna otra cosa en el mundo como, precisamente, por aquello que la mano de Dolly anda buscando.—Sus sentidos, señor, no son tan perezosos como para que yo tenga que decirle—que se trata de un pedacito de lacre rojo. Cuando éste ya está derretido y puesto sobre la carta, si Dolly se hurga en los bolsillos buscando su dedal durante demasiado tiempo, de tal modo que la cera queda mientras tanto en exceso endurecida, ésta no recibirá la marca del dedal con tan sólo la acostumbrada presión que por lo general basta para dejarla ya impresa. Muy bien. Si la cera que utiliza Dolly, a falta de otra mejor, es cera aleda o de un temple demasiado blando, no conservará—(aunque puede recibirla) —la impresión por mucho que Dolly apriete contra ella el dedal; y, finalmente, supongamos que la cera es buena y que también lo es el dedal, pero que Dolly aplica el uno sobre la otra apresurada y descuidadamente porque la señora está en ese momento haciendo sonar la campanilla;——en cualquiera de estos tres casos, la impresión dejada por el dedal se parecerá a la del prototipo tan poco como la de un cubilete. Bueno; debe usted entender que ninguna de éstas era la verdadera causa de la confusión imperante en las explicaciones de mi tío Toby; y es precisamente por esta razón por lo que me extiendo tanto sobre ellas, a la manera de los grandes fisiólogos,—a fin de mostrarle al mundo las causas que no producían la mencionada confusión. Lo que la producía (ya lo he apuntado más arriba, y en verdad es,—y siempre lo será,—una fertilísima fuente de oscuridades) era la veleidosa utilización de las palabras, que ya en más de una ocasión ha dejado perplejos a los entendimientos más preclaros y más eminentes. Se cruzan apuestas de diez a uno (en Artbur’s)[9] acerca de si habrá usted leído alguna vez o no las historias literarias de los tiempos pasados;—si lo ha hecho,——sabrá de las terribles batallas, llamadas logomaquias, que han ocasionado y perpetuado, con tanto derramamiento de bilis y de tinta—que un hombre bondadoso no puede leer las informaciones que se dan acerca de ellas sin que las lágrimas broten de sus ojos. ¡Amabilísimo crítico! Cuando hayas sopesado todo esto y considerado en tu fuero interno cuan grandes dosis de tu propio conocimiento, de tus razonamientos y de tu conversación se han visto en una u otra ocasión confundidas y echadas a perder por esto y sólo por esto;—qué de jaleos y alborotos ha suscitado en torno a la ??s?a y la ???s?as??[10] en los CONCILIOS; y en torno al poder y al espíritu en las ESCUELAS de los ilustrados;——en torno a las esencias y las quintaesencias;——en torno a las sustancias, en torno al espacio;——las confusiones que en los más grandiosos TEATROS han originado las palabras de insignificante significado y sentido indeterminado;——cuando hayas considerado todo esto, no te admirarás de las perplejidades de mi tío Toby,—sino que dejarás escapar una lágrima compadeciéndote de su escarpa y de su contraescarpa,—de su glacis y de su camino cubierto,——de su rebellín y de su media luna. ¡Por todos los cielos!—No fueron las ideas, sino las palabras, las que pusieron su vida en peligro[11]. Capítulo tres Cuando mi tío Toby consiguió un mapa de Namur a su gusto, se puso inmediatamente, y con la mayor diligencia, a estudiarlo; pues no habiendo para él nada más importante que su recuperación, y dependiendo su recuperación, como ya han leído ustedes, de las pasiones y avatares de su mente, le convenía tratar de llegar (por todos los medios) a dominar el tema de tal forma que pudiera hablar de él sin sentir la menor emoción. Tras quince días de penetrante y fatigoso estudio (los cuales, por cierto, no le hicieron ningún bien a la herida de la ingle de mi tío Toby),—ya estaba capacitado para, con la ayuda de algunos documentos marginales que tema depuestos a los pies del elefante[12], así como con la del tratado de Gobesius sobre arquitectura militar y pirobalística[13], traducido del flamenco, exponer su discurso con tolerable perspicuidad; y antes de que hubieran pasado dos meses,—poseía una elocuencia insospechada al hablar del tema y no sólo podía explicar de manera ordenada el ataque a la contraescarpa adelantada,——sino que, habiéndose ya adentrado por entonces en el arte de la guerra mucho más de lo necesario para lograr su objetivo inicial,——mi tío Toby era capaz, incluso, de atravesar el Maes y el Sambre, de hacer diversiones hasta en lugares tan distantes como las líneas de Vauban, la abadía de Salsines, etc.[14], y de narrarles a sus visitantes las historias de cada uno de estos ataques con tanto detalle y exactitud como la del de la puerta de St Nicolas, durante el que había tenido el honor de recibir su herida. Pero el afán de conocimiento, como la sed de riqueza, aumenta siempre con su adquisición. Cuanto más posaba mi tío Toby los ojos sobre su mapa, más le gustaba hacerlo;—se trataba del mismo proceso y de la misma asimilación eléctrica por los cuales, como ya les dije a ustedes, me imagino que las almas de los propios connoisseurs[15] llegan, al cabo del tiempo y tras muchos años de fricción y de aplicación, a alcanzar la dicha de convertirse en virtuosas de sus actividades—y de hacerse ellas mismas cuadro,—mariposa y violín. Cuanto más bebía mi tío Toby de esta dulce fuente de saber, mayores eran el ardor y la impaciencia de su sed; y ello de tal modo que, antes de que se hubiera cumplido enteramente su primer año de confinamiento, apenas si quedaba una sola ciudad fortificada de Italia o Flandes de la que, por uno u otro medio, no se hubiera procurado un plano; en cuanto los tenía en su poder, se los estudiaba de cabo a rabo, y, acto seguido, los cotejaba cuidadosamente con las historias de sus respectivos asedios, demoliciones, mejoras y nuevas edificaciones, todo lo cual lo hacía con una aplicación y un deleite tan intensos que se olvidaba de sí mismo, de la herida, del confinamiento y de la cena. El segundo año mi tío Toby se compró, traducidos del italiano, los estudios de Ramelli y de Cataneo;—asimismo los de Stevinus, Marolis, el Chevalier de Ville, Lorini, Cochorn, Sheeter, el Conde de Pagan, el Mariscal Vauban, Mons. Blondel y casi tantos libros más de arquitectura militar como de caballerías se descubrió que poseía Don Quijote cuando el cura y el barbero invadieron su biblioteca[16]. Cuando empezaba el tercer año (lo cual sucedía en agosto del año noventa y nueve), mi tío Toby juzgó necesario entender algo de proyectiles.—Y como estimó que lo mejor sería adquirir sus conocimientos del propio manantial, empezó por N. Tartaglia, quien al parecer fue el primero en descubrir que la idea de que una bala de cañón causa tantos estragos porque en su trayectoria describe una línea recta era errónea.—N. Tartaglia le demostró a mi tío Toby que tal cosa era imposible[17]. ——La Búsqueda de la Verdad no tiene Fin. En cuanto mi tío Toby se hubo enterado de qué camino no seguía la bala de un cañón, se dejó llevar insensiblemente y decidió investigar y averiguar cuál era el camino que la bala en cuestión seguía. A fin de lograrlo se vio obligado a empezar de nuevo, esta vez por el viejo Maltus, al que estudió con devoción.—Después pasó a Galileo y a Torricellius[18], gracias a los cuales descubrió que, a causa de ciertas reglas geométricas indefectible e irrefutablemente establecidas, la senda recorrida era, exactamente, una PARÁBOLA,—o si no, una HIPÉRBOLA,—y que el parámetro o latus rectum[19] de la sección cónica de la mencionada senda o trayectoria estaba en razón directa a la cantidad y a la amplitud, al igual que la línea entera lo estaba al seno del doble del ángulo de incidencia formado por la culata del cañón sobre un plano horizontal;—y que el semi-parámetro,——¡Alto, mi querido tío Toby!——¡Alto!—No des ni un paso más por este camino espinoso y desviado.—¡Intrincadas son las etapas! ¡Intrincadas son las calles de este laberinto! ¡Intrincados son los problemas que la búsqueda de ese fantasma embaucador, el CONOCIMIENTO, te acarreará!—¡Oh, tío mío!—Huye,—huye,—huye de ello como de una serpiente.—¿Acaso te conviene, ¡hombre de buen corazón!, con la herida de la ingle, permanecer noches enteras levantado, calcinándosete la sangre en hécticos desvelos?—¡Ay! Eso te agravará los síntomas,—te ahogará las transpiraciones, —hará evaporarse tus espíritus,—acabará con tu fuerza animal,—te secará el húmedo radical[20],——te habituará el cuerpo al estreñimiento, te echará a perder la salud,—y te acelerará todas las enfermedades de la vejez.—¡Oh, tío mío! ¡Tío Toby mío! Capítulo cuatro No daría ni una moneda de cuatro peniques[21] por los conocimientos literarios del hombre que no entienda lo siguiente:—que el mejor estilo narrativo sobrio del mundo, si empleado inmediatamente a continuación del precedente y arrebatado apóstrofe dirigido a mi tío Toby, sin duda alguna le habría resultado al paladar del lector frío e insulso;—por eso le he puesto fin al capítulo acto seguido,——a pesar de que me encontraba a la mitad de la historia. ——Los escritores de mi temple tenemos un principio en común con los pintores.——Cuando una copia exacta hace que nuestros cuadros sean menos llamativos, escogemos lo menos malo o mal menor y juzgamos más perdonable faltar a la verdad que a la belleza.——Esto ha de entenderse cum grano salis[22]; pero sea como fuere,—y teniendo en cuenta que si establezco este paralelo es, más que nada, para enfriar el apostrofe,—no importa mucho que el lector (cuando referido a otras cuestiones) lo apruebe o no. A finales del tercer año, mi tío Toby, al advertir que el parámetro y el semi-parámetro de la sección cónica hacían empeorar su herida, abandonó, malhumorado, el estudio de los proyectiles y se dedicó únicamente a la parte práctica de la fortificación; y el placer de esta ocupación, como un arroyo contenido, volvió a invadirle con redobladas fuerzas. Fue aquel año cuando mi tío Toby empezó a quebrantar la diaria costumbre de ponerse una camisa limpia,——a despachar al barbero sin haberle permitido afeitarle,——y a no dejarle al cirujano casi ni el tiempo justo para que le cambiase el vendaje de la herida, preocupándose tan poco por ella como para no preguntarle ni una sola vez a lo largo de siete diferentes procesos de vendaje cómo seguía. Cuando, ¡sorpresa!,—súbitamente (porque el cambio fue tan rápido como un relámpago), comenzó a suspirar, lleno de tristeza, por su recuperación;——se quejaba a mi padre, se impacientaba con el cirujano;——y una mañana, al oírle subir por las escaleras, cerró sus libros y puso a un lado sus instrumentos a fin de reconvenirle por la tardanza de su curación, que, le dijo, sin duda podía haberse alcanzado ya, cuando menos, para entonces.—Habló largo y tendido de los sufrimientos que había padecido y de la tristeza de sus cuatro años de melancólica reclusión;——y añadió que, de no haber sido por los cariñosos cuidados y los fraternales ánimos del mejor de los hermanos,—haría ya mucho tiempo que se habría hundido bajo el peso de sus desventuras.——Mi padre se encontraba a su lado: la elocuencia de mi tío Toby hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas;——aquello era algo inesperado.——Mi tío Toby, por naturaleza, no era elocuente;—el efecto, en consecuencia, era aún mayor.——El cirujano estaba confundido;——no es que no hubiera motivos para tales, o mayores, muestras de impaciencia,—pero éstas eran también algo inesperado; a lo largo de los cuatro años que llevaba atendiéndole no había visto nunca nada parecido a esto en el comportamiento de mi tío Toby; jamás, ni una sola vez, habla éste dejado escapar una palabra de enojo o de descontento;——había sido todo paciencia,—todo sumisión. —A veces perdemos el derecho a quejarnos por no hacer uso de él;—pero, entonces, a menudo la fuerza de la queja se triplica.—El cirujano estaba atónito;——pero aún lo estuvo más cuando oyó proseguir a mi tío Toby e insistir perentoriamente en que lograra inmediatamente que la herida se le cicatrizase—o llamara a Monsieur Ronjat, el Cirujano Mayor del Rey[23], para que lo lograra por él. El deseo de vida y de salud está grabado en la naturaleza del hombre;——el amor a la libertad y a la expansión es una pasión hermana de la anterior. Estas dos cosas tenía mi tío Toby en común con su especie;——y cualquiera de ellas bastaba para explicar su vehemente deseo de ponerse bien y salir a la calle;——pero ya les he dicho antes a ustedes que en nuestra familia nada, nunca, marchó de la manera ordinaria;——y por el momento y el modo en que este ávido deseo se reveló en el presente caso, el lector agudo sospechará que en la cabeza de mi tío Toby se escondía alguna otra causa o excentricidad que lo motivaba.——La había, y es el tema del próximo capítulo la exposición de dicha causa o excentricidad. Y admito que, en efecto, una vez hecha tal cosa, será ya hora de volver junto al hogar de la sala de estar, en donde dejamos a mi tío Toby a mitad de una frase. Capítulo cinco Cuando un hombre se somete a la autoridad de una pasión dominante,—o, en otras palabras, cuando el CABALLO DE JUGUETE se le desboca,—¡adiós fría razón y adiós serena discreción! La herida de mi tío Toby estaba casi bien, y en cuanto el cirujano se recobró de su asombro y obtuvo permiso para decírselo,——le comunicó que precisamente acababa de empezar a encarnar; y que si no se producía ninguna nueva exfoliación, cosa de la que no había indicios,—estaría seca al cabo de cinco o seis semanas. Doce horas antes, la mención de este mismo número de olimpiadas le habría hecho a la mente de mi tío Toby una impresión de más corta duración.——La sucesión de sus ideas era ahora rápida,—ardía en impaciencia por poner en práctica sus planes;——y así, sin consultarle ya más a nadie—(lo cual, por cierto, me parece algo muy acertado cuando se está predeterminado a no hacer caso de los consejos de nadie),——le ordenó en secreto a Trim, su criado[24], que hiciera un paquete con hilas y vendajes y que alquilara una carroza de cuatro caballos, la cual habría de encontrarse ante la puerta aquel mismo día a las doce en punto, hora en la que, como sabía, mi padre estaría en la Lonja[25].——Y así, tras dejar encima de la mesa un billete de banco en pago por los cuidados del cirujano y una cariñosa carta de agradecimiento para su hermano,—empaquetó sus mapas, sus libros de fortificación, sus instrumentos y demás, ——y, apoyándose por un lado en una muleta y en Trim por el otro,——mi tío Toby partió para Shandy Hall. La razón, o mejor dicho el origen de esta repentina emigración era el siguiente: La mesa de la habitación de mi tío Toby (ante la cual él estaba sentado la noche anterior a que se produjera este cambio con sus mapas y demás objetos de estudio alrededor) —era demasiado pequeña para albergar aquella infinidad de instrumentos cognoscitivos, grandes y menudos, que solían reposar, apiñados, encima de su superficie;—y aquella noche, al extender el brazo para coger su tabaquera, tuvo la desgracia de tirar al suelo el compás; y al agacharse para recoger el compás, tiró con la manga el estuche en que guardaba sus instrumentos y las despabiladeras;—y como los dados se habían puesto en contra suya, en su esfuerzo por alcanzar las despabiladeras en su caída,——tiró de la mesa a Monsieur Blondel y al Conde de Pagan, que cayó encima del primero. Para un hombre cojo, como lo estaba entonces mi tío Toby, era un despropósito pensar en poner remedio por si solo a todas aquellas calamidades;—de modo que hizo sonar la campanilla para que acudiera su criado Trim.———Trim, le dijo mi tío Toby, haz el favor de ver el lío que he organizado aquí.—Trim, necesito un dispositivo más adecuado y mejor.——¿Podrías coger la regla y medir la longitud y la anchura de esta mesa, y luego ir a encargarme una que sea el doble de grande?———Sí, con el permiso de usía[26], contestó Trim haciéndole una reverencia;——pero espero que usía se encuentre pronto lo bastante bien como para trasladarse al campo, a su hacienda, donde,—habida cuenta de que usía halla tanto placer en la fortificación, podríamos practicarla a la perfección, como quien cose. Debo aquí comunicarles a ustedes que este sirviente de mi tío Toby, conocido por el nombre de Trim, había sido cabo en la misma compañía que mi tío;—su verdadero nombre era James Butler[27],—pero como en el regimiento le habían puesto el apodo de Trim, mi tío Toby, salvo cuando estaba muy enfadado con él, no le llamaba nunca por ningún otro nombre. El pobre hombre había quedado inútil para el servicio a causa de una herida en la rodilla izquierda producida por una bala de mosquete durante el transcurso de la batalla de Landen, que había tenido lugar dos años antes de lo de Namur[28];—y como el hombre era muy estimado en el regimiento y además era mañoso, mi tío Toby lo tomó a su servicio; y lo cierto es que le era de gran utilidad, pues tanto en el campamento como en el cuartel le hacía las veces de asistente, lacayo, barbero, cocinero, costurero y enfermero; y de hecho atendió y sirvió a mi tío Toby con enorme fidelidad y afecto desde el principio hasta el fin. Mi tío Toby, a su vez, le tenía aprecio al hombre, y lo que todavía le unía más a él era la similitud de sus respectivos conocimientos:——porque el cabo Trim (pues así le llamaré de ahora en adelante), a fuerza de pasarse años escuchando ocasional y distraídamente las peroratas de su Señor acerca de las ciudades fortificadas, con la ventaja, además, de estar continuamente curioseando y asomándose a los planos y demás objetos de estudio de su Señor, exclusive y aparte de lo que, CABALLUNAMENTE, sacaba de provecho como criado-de-corps No Caballuno per se[29],——se había convertido en un considerable experto en la materia; y la cocinera y la doncella de la casa creían que sabía tanto como el propio tío Toby acerca de la constitución y naturaleza de las plazas fuertes. Ya sólo me queda por dar una pincelada para terminar con el carácter del cabo Trim,——y se trata de la única línea oscura que hay en él.—Al hombre le gustaba dar consejos,—o, mejor dicho, oírse hablar a sí mismo; su actitud, sin embargo, era tan absolutamente respetuosa que era fácil hacerle guardar silencio cuando se ponía así; pero si se le dejaba soltar la lengua,—entonces no había manera de frenarle;—era locuaz; —sus eternas interpolaciones, llenas de usías dichos en el tono respetuoso que siempre empleaba el cabo Trim, intercedían con tanta eficacia en favor de su elocución,—que aunque uno podía incomodarse,——nunca podía, sin embargo, enfadarse del todo. Mi tío Toby muy pocas veces se incomodaba o enfadaba con él,—o al menos este defecto, en Trim, no llegaba a sacarle de quicio. Mi tío Toby, como antes he dicho, le tenía mucho aprecio a su criado;——y además, como siempre había considerado que un sirviente fiel era en realidad como un amigo humilde,—se sentía incapaz de mandarle callar.——Tal era el cabo Trim. —Con el permiso de usía, continuó Trim, me atrevería a darle un consejo y a decirle cuál es mi opinión en lo que se refiere a este asunto.——Adelante, Trim, bienvenidos sean tus consejos y opiniones, le dijo mi tío Toby;—habla,——di lo que pienses al respecto, vamos, hombre, sin miedo. —Bueno, pues, respondió Trim (no con las orejas gachas y rascándose la cabeza como un patán, sino) echándose atrás el pelo que le caía sobre la frente y bien firme, como si se encontrara ante su división.——Pienso, dijo Trim al tiempo que avanzaba un poco la pierna izquierda (que era la que tenía coja)—y señalaba con la mano derecha abierta un mapa de Dunkerque que había clavado en la pared;——pienso, dijo Trim, con la más absoluta y humilde sumisión al juicio, mucho más calificado, de usía,——que estos rebellines, baluartes, cortinas y hornabeques, aquí, sobre un papel, no son más que un pobre, despreciable, birrioso trabajito de nada si los comparamos con lo que usía y yo podríamos hacer con ellos si estuviéramos en el campo, a solas y sin que nadie nos molestara, y dispusiéramos de una pértica (o pértica y media) de terreno para hacer en ella lo que quisiéramos. Como el verano ya está cerca, prosiguió Trim, usía podría sentarse al aire libre y darme la nografía—(—Se llama icnografía, dijo mi tío)——de la ciudad o ciudadela que usía, con anterioridad, hubiera decidido sitiar;——y que usía me abata de un disparo, en el glacis mismo, si no soy capaz de construir la fortificación al gusto de usía.———Me atrevería a decir que sí sabrías hacerlo, Trim, dijo mi tío.——Si tan sólo usía, prosiguió el cabo, pudiera marcarme el polígono, con sus líneas y sus ángulos exactos———Eso podría hacerlo perfectamente, dijo mi tío.——Empezaría por el foso, y si usía pudiera decirme la profundidad y la anchura adecuadas——Te lo podría decir al milímetro, Trim, respondió mi tío.——A un lado echaría la tierra hacia la ciudad para formar la escarpa,—y al otro lado hacia el campo de batalla para formar la contraescarpa.——Muy bien, Trim, dijo mi tío Toby.——Y cuando ya las tuviera hechas y bien inclinadas, a su gusto, con el permiso de usía cubriría el glacis con césped, como en las mejores fortificaciones de Flandes——y como, usía lo sabe muy bien, debe ser;—y también haría con césped las murallas y los parapetos.——Los mejores ingenieros lo llaman tepe, Trim, dijo mi tío Toby.———Césped o tepe, eso no tiene demasiada importancia, replicó Trim; usía sabe perfectamente que es diez veces mejor que un paramento de ladrillo o de piedra.———Sí, lo sé, Trim; lo es en ciertos aspectos,——dijo mi tío Toby asintiendo con la cabeza;—porque una bala de cañón atraviesa el tepe limpiamente y no produce escombros, que al caer pueden ir rellenando el foso (como sucedió en la puerta de St Nicolas) y de este modo facilitar el paso a los enemigos. —Usía entiende de estas cosas, contestó el cabo Trim, más que ningún otro oficial al servicio de su Majestad;——pero si usía tuviera a bien olvidarse de la mesa nueva, y en cambio decidiera que nos trasladásemos al campo, yo trabajaría como un caballo bajo la dirección de usía y le haría unas fortificaciones tan pintiparadas, con todas sus baterías, zapas, zanjas y empalizadas, que a todo el mundo le valdría la pena recorrerse veinte millas a caballo por ir a verlas. Mi tío, a medida que Trim seguía hablando, se iba poniendo tan rojo como la escarlata;—pero no se trataba de un rubor de culpa,—ni de modestia,—ni de cólera;—el rubor era de alegría;—estaba enardecido con los proyectos y la descripción de Trim.——¡Trim!, exclamó mi tío Toby; ya has dicho bastante.——Podríamos empezar la campaña, prosiguió Trim, el mismo día en que su Majestad y los Aliados den comienzo a la suya, e ir demoliendo sus ciudades, una tras otra, con tanta rapidez como—[30] —Trim, dijo mi tío Toby, no digas nada más.———Usía, prosiguió Trim, con este tiempo tan bueno, podría sentarse en su sillón (y lo señaló con un dedo) y darme órdenes, y yo———No digas más, Trim, dijo mi tío Toby.———Además, usía no sólo se distraería y divertiría,—sino que también tomaría aire puro, y haría sano ejercicio, y recobraría la salud,—y en cuestión de un mes la herida de usía se pondría bien del todo. —Ya has dicho bastante, Trim,—dijo mi tío Toby (al tiempo que se metía la mano en un bolsillo de los calzones);——tu proyecto me agrada sobremanera.——Y si usía me lo permite, iré ahora mismo a comprar un azadón de gastador para llevárnoslo con nosotros al campo, y encargaré una pala y un zapapico, y una pareja de———No digas más, Trim, dijo mi tío Toby al tiempo que saltaba sobre una pierna, totalmente arrebatado y entusiasmado,—y le arrojaba a Trim una guinea, que éste cazó al vuelo;—Trim, dijo mi tío Toby, no digas nada más; —ve ahora mismo abajo, ¿eh, Trim, buen muchacho?, y súbeme la cena al instante. Trim echó a correr escaleras abajo y le subió la cena a su señor,——pero el viaje resultó inútil:—el plan de operaciones de Trim bullía de tal modo en la cabeza de mi tío Toby que este fue incapaz de probar bocado.——Llévame a la cama, Trim, dijo mi tío Toby.—Aquello también resultó inútil.—Las descripciones del cabo Trim le habían disparado la imaginación—y mi tío Toby no podía cerrar los ojos.—Cuanto más pensaba en el escenario, más fascinante se le aparecía;—y así, dos horas antes de que se hiciera de día, ya había llegado a una determinación final y había ultimado todos y cada uno de los detalles del plan que él y el cabo Trim habrían de seguir para decampar. Mi tío Toby poseía, en la misma aldea donde se hallaba la hacienda patrimonial de Shandy, propiedad de mi padre, una pequeña y primorosa casa de campo que le había dejado un anciano tío junto con un modesto legado de unas cien libras anuales. Detrás de esta casa, y contigua a ella, había una huerta de aproximadamente medio acre;——y detrás de la huerta, y separado de ella por un elevado seto de tejos, había un campo de bolos encespado que medía más o menos lo mismo que el terreno deseado por el cabo Trim para poner en práctica sus planes;—y en el mismo instante en que Trim había pronunciado las palabras ‘una pértica y media de terreno para hacer en ella lo que quisieran’,—este mismísimo campo de bolos cubierto de césped había de pronto aparecido, curiosamente pintado, en la retina de la imaginación de mi tío Toby;—y esta fue la causa física de su cambio de color; o, cuando menos, fue lo que hizo que su rubor alcanzara ese inmoderado tono del que ya he hablado. Jamás enamorado alguno voló hasta el objeto de su amor con más vehemencia e ilusión de lo que lo hizo mi tío Toby para gozar del objeto del suyo en secreto;—digo en secreto;—pues, como les dije ya a ustedes, estaba resguardado de la casa por un elevado seto de tejos, y por los otros tres lados oculto a la vista de todo mortal por fragosos acebos y espesos y florecientes arbustos;—de tal modo que la idea de no ser visto contribuyó no poco a engendrar la sensación de placer que la mente de mi tío Toby había ya preconcebido.—¡Vano pensamiento! ¡Queridísimo tío Toby!—¡Pensar, por muy espesa que fuera la arboleda circundante——y por muy recóndito que pudiera parecer el lugar, en gozar de algo que ocupaba una pértica y media de terreno—sin que nadie se enterara! De qué manera mi tío Toby y el cabo Trim se las arreglaron en lo que se refiere a este asunto,—así como la historia de sus campañas, que no estuvieron precisamente exentas de acontecimientos,—es algo que puede constituir un no poco interesante argumento marginal en la epítasis y en el clímax de este drama.—Pero de momento el telón debe caer—y el escenario ser sustituido por otro: el hogar de la sala de estar. Capítulo seis ——— ¿Qué pueden estar haciendo, hermano?, dijo mi padre.——Creo, respondió mi tío Toby—sacándose, como les dije a ustedes, la pipa de la boca y sacudiéndole las cenizas al tiempo que iniciaba su frase;——creo, respondió,—que no estaría de más que hiciéramos sonar la campanilla, hermano. —Por favor, Obadiah, dime, ¿qué es toda esa barahúnda de ahí arriba?,——dijo mi padre;——mi hermano y yo apenas si podemos oírnos el uno al otro. —Señor, contestó Obadiah inclinando el hombro izquierdo en un conato de reverencia,—es la señora, que se ha puesto muy mala.——¿Y a dónde va Susannah corriendo huerta abajo como una loca? Ni que fueran a violarla.———Señor, respondió Obadiah, va al pueblo por el camino más corto en busca de la vieja partera.——Entonces ensilla un caballo, le dijo mi padre, y ve tú inmediatamente a buscar al doctor Slop, el partero; preséntale nuestros respetos—y hazle saber que tu señora tiene ya los dolores—y que desearía que volviera contigo a toda velocidad. —Es muy extraño, dijo mi padre dirigiéndose a mi tío Toby cuando Obadiah hubo cerrado la puerta tras de sí,——que, viviendo tan cerca un operador con tanta experiencia como el doctor Slop,—mi mujer, haciendo gala de ese obstinado carácter suyo, persista hasta el último instante en sus intenciones de confiar la vida de mi hijo, que ya ha sufrido una desventura, a la ignorancia de una anciana;——y no sólo la vida de mi hijo, hermano,——sino la suya propia, y con ella las vidas de todos los hijos que tal vez podría haber engendrado yo con ella en el futuro. —Quizá, hermano, respondióle mi tío Toby, mi hermana lo hace para ahorrar gastos.——Y un rábano[31],—respondió mi padre;——al médico,——para tenerle contento, hay que pagarle lo mismo,——si no más, por permanecer inactivo que por hacer el trabajo completo. ——Entonces no puede ser por nada en el mundo entero, dijo mi tío Toby con toda la inocencia de su corazón, —más que por RECATO;—me atrevería a asegurar, añadió, que a mi hermana no le debe de apetecer nada que un hombre se acerque tanto a sus ****. No voy a decir si mi tío Toby completó la frase o no;——por su bien es de suponer que lo hizo:——pues me temo que no la habría mejorado ni UNA SOLA de las PALABRAS que pudiera haber agregado. Si, por el contrario, mi tío Toby no llegó a concluir el periodo,—en ese caso el mundo le debe al repentino chasquido de la pipa de tabaco de mi padre uno de los más nítidos ejemplos de esa figura ornamental de la oratoria que los Retóricos llaman Aposiópesis.—¡Santo cielo! ¡De qué manera el Poco piu y el Poco meno de los artistas italianos,—el imperceptible MÁS o MENOS, cómo fija y determina la línea exacta de la belleza, tanto en la frase como en la estatua! ¡De qué modo son los ligeros toques del cincel, del lápiz, de la pluma, del arco de violín, et caetera,—los que dan la verdadera dimensión y, por tanto, el verdadero placer!—¡Oh, compatriotas míos! —Sed delicados;—sed cautos con vuestro lenguaje;—y nunca, ¡Oh, nunca!, olvidéis de cuán minúsculas partículas dependen vuestra elocuencia y vuestra fama. ——‘Mi hermana, quizá’, dijo mi tío Toby, ‘no querrá que un hombre se acerque tanto a sus ****’. Poned estos guiones,—y se trata de una Aposiópesis.—Quitad los guiones, escribid Posaderas,——y se trata de una Grosería. Borrad Posaderas, poned en su lugar Caminos-cubiertos, y se trata de una Metáfora;——y me atrevería a asegurar, habida cuenta de que el tema de las fortificaciones bullía constantemente en el interior de la cabeza de mi tío Toby, que si se le hubiera obligado a añadir una palabra a la frase,——ésta habría sido la palabra. Pero si ese fue el caso o si no fue el caso;—o si el decisivo chasquido de la pipa de tabaco de mi padre fue provocado por la casualidad o por la ira,——eso es algo que se verá a su debido tiempo. Capítulo siete Aunque mi padre era un buen filósofo de la naturaleza,—también tenía, sin embargo, algo de filósofo moral[32]; y por esta razón, cuando la pipa de tabaco dio un chasquido y se le partió en dos,—lo que tendría que haber hecho,——como tal,——era haber cogido las dos mitades y haberlas arrojado suavemente al fondo de la chimenea.——Pero no hizo tal cosa;——las arrojó con toda la violencia del mundo;—y para darle mayor énfasis a la acción,—se puso en pie de un salto para hacerlo. Aquello se parecía bastante a un acaloramiento;—y su modo de responder a lo que mi tío Toby había dicho demostró que de aquello, y no de otra cosa, se trataba. ——¡’No querrá’, dijo mi padre (repitiendo las palabras de mi tío Toby), que un hombre se acerque tanto a ella’![33] ——¡Por Dios, hermano Toby! Agotarías la paciencia de un Job;—y sin tener yo esa paciencia, tengo en cambio la impresión de que me estuvieran ya ocurriendo sus desgracias.———¿Por qué?——¿De dónde?——¿A cuento de qué?——¿Por qué motivo?——¿Por qué razón?, respondió mi tío Toby con el mayor asombro.——¡Pensar, dijo mi padre, que un hombre de tu edad pueda saber tan poco de las mujeres, hermano!———No sé absolutamente nada acerca de ellas,—contestó mi tío Toby; y creo, agregó, que el duro golpe que recibí el año siguiente a la demolición de Dunkerque[34], en mi historia con la viuda Wadman,—golpe que, lo sabes muy bien, no habría recibido de no haber sido por mi cabal ignorancia acerca del sexo opuesto,—me da justos motivos para decir que ni sé, ni pretendo saber nada sobre ellas ni tampoco sobre sus problemas.——Me parece, hermano, respondió mi padre, que por lo menos podrías saber distinguir el lado bueno del malo en una mujer[35]. En La Obra Maestra de Aristóteles se dice ‘que cuando un hombre piensa en algo pasado,——mira al suelo;——y que cuando piensa en algo futuro, mira al cielo’[36]. Mi tío Toby, supongo, no pensaba ni en lo uno ni en lo otro, porque miraba al frente.——El lado bueno, dijo mi tío Toby musitando las tres palabras en voz muy baja y para sí al tiempo que, mientras lo hacía, fijaba inconscientemente los ojos en una pequeña ranura formada por una ensambladura mal hecha de la repisa de la chimenea.——¡El lado bueno de una mujer!——Te aseguro, dijo mi tío Toby, que no sé lo que es eso; me resulta tan desconocido como el hombre de la luna[37];——y aunque no tuviera más remedio que pasarme el mes entero pensando en ello sin parar, continuó mi tío Toby (con la mirada todavía fija en la ensambladura mal hecha), estoy seguro de que no sería capaz de averiguarlo. —En ese caso, hermano Toby, respondió mi padre, yo te lo diré. —Todo en este mundo, prosiguió mi padre (al tiempo que llenaba una pipa nueva),—todo en este mundo terrenal, mi querido hermano Toby, tiene dos mangos[38].———No siempre, dijo mi tío Toby.———Al menos, replicó mi padre, todo el mundo tiene dos manos,—lo cual viene a ser lo mismo.——Bien; si un hombre tomara asiento tranquilamente y con frialdad se pusiera a considerar, para sí, la hechura, la forma, la construcción, la accesibilidad y la conveniencia de todas las partes que constituyen el todo de ese animal llamado Mujer, y las comparara analógicamente———Nunca he comprendido muy bien el significado de esa palabra,—dijo mi tío Toby.——La ANALOGÍA, contestó mi padre, es la relación y concordancia que diferentes——Aquí un inoportuno y seco golpe en la puerta partió en dos (igual que su pipa de tabaco) la definición de mi padre,—y, al mismo tiempo, machacó la cabeza a la disertación más notable e interesante que jamás fuera engendrada en el seno de la especulación;—pasaron varios meses antes de que mi padre encontrara una oportunidad para librarse felizmente de ella[39].—Y en este momento,—(y considerando la enorme confusión y las zozobras de nuestras desgracias familiares, que, a fuerza de empalmarse una junto a otra, están engrosando sus filas en demasía), es algo tan problemático como el mismo tema de la disertación el que yo pueda o no encontrar un sitio para ella en el tercer volumen. Capítulo ocho Hace alrededor de hora y media de lectura relativamente rápida que mi tío Toby hizo sonar la campanilla y que Obadiah recibió la orden de ensillar un caballo e ir en busca del doctor Slop, el partero;—de modo que nadie podrá decir, al menos con razón, que no le he dado a Obadiah tiempo suficiente, poéticamente hablando (y teniendo también en cuenta lo urgente del caso), para ir y volver;——aunque, verdadera y moralmente hablando, es posible que el hombre haya tenido apenas tiempo de calzarse las botas. Pero si el hipercrítico decidiera investigar todo esto por su cuenta y riesgo, y después de todo resolviera coger un péndulo y medir la distancia exacta entre el tilín de la campanilla y el golpe en la puerta;—y, al descubrir que no es más que de dos minutos, trece segundos y tres quintas,—se dedicara a insultarme por haber cometido semejante infracción en la unidad (o, mejor dicho, probabilidad) de tiempo,—yo le recordaría que la idea de la duración y de sus modos simples depende exclusivamente de la cadena o sucesión de nuestras ideas,——y que éste es el único y verdadero péndulo escolástico y académico[40];——y asimismo le diría que, como hombre que ha pasado por la universidad, sólo seré juzgado según él en lo que se refiere a este asunto,—abjurando y abominando de la jurisdicción de cualquier otro péndulo. En consecuencia, le aconsejaría que tuviera bien presente que no hay más que ocho pobres millas entre Shandy Hall y la casa del partero doctor Slop;—y que mientras Obadiah recorría por dos veces (a la ida y a la vuelta) las susodichas millas, yo he traído a mi tío Toby, a través de todo Flandes, desde Namur hasta Inglaterra;—que le he tenido entre manos, enfermo, durante cerca de cuatro años;—y que después le he hecho emprender, en compañía del cabo Trini y en una carroza de cuatro caballos, un viaje de casi doscientas millas hasta Yorkshire;——todo lo cual, junto, debe de haberle preparado la imaginación al lector para la aparición en escena del doctor Slop—por lo menos tanto y tan eficazmente (espero) como una danza, una canción o un concierto entre dos actos[41]. Ahora bien: si mi hipercrítico es un hombre obstinado y,—cuando yo ya he dicho todo lo que he podido acerca de ellos, alega que dos minutos y trece segundos no son más que dos minutos y trece segundos;——y añade que, aunque este alegato suyo podría salvarme dramáticamente, me condenará sin embargo biográficamente al convertir con ello a mi libro, desde este mismo instante, en un declarado ROMANCE que con anterioridad fue un libro apócrifo[42];——si me veo así presionado,—entonces me veré obligado a ponerle inmediatamente fin a la disputa o polémica——haciéndole saber que Obadiah no estaba todavía ni a sesenta yardas del establo cuando se encontró con el doctor Slop;—y diré que no sólo dio sucias pruebas de habérselo encontrado,——sino que además estuvo en un tris de darlas trágicas también. Imagínense;—pero mejor será que con esto dé comienzo a un nuevo capítulo. Capítulo nueve Imagínense ustedes al doctor Slop como a una pequeña figura, rechoncha y basta, de unos cuatro pies y medio de estatura[43], con una espalda anchísima[44] y una barriga sesquipedal que podría haber hecho honor a un sargento de la guardia montada[45]. Así eran los perfiles de la figura del doctor Slop, la cual,—como sabrán ustedes si han leído el análisis de la belleza de Hogarth (y si no lo han hecho se lo recomiendo)[46],——es un tipo de figura que sin duda puede caricaturizarse —y por tanto imaginarse— igual de bien en tres trazos que en trescientos. Imagínense a uno así,——porque así, digo, eran los perfiles de la figura del doctor Slop[47], avanzando lentamente, paso a paso, anadeando por el lodo sobre las vértebras de una jaca diminuta, de muy bonito color,——pero, ¡ay!,——de tan poca fuerza——que difícilmente podría haber amblado con semejante carga encima——de haber estado los caminos en condiciones para una ambladura.——Y no lo estaban. ——Imagínense ahora a Obadiah montado sobre un potente, monstruoso caballo de tiro, lanzado a galope tendido, a la mayor velocidad posible y yendo en la dirección contraria. Por favor, señor, permítame llamar su atención hacia esta descripción durante unos instantes. Si a una milla de distancia el doctor Slop hubiera avistado a Obadiah avanzando directamente hacia él a aquella monstruosa velocidad y por una senda estrecha,—salpicándolo y atropellándolo todo como un demonio en su carrera, ¿no cree usted que un fenómeno semejante, con aquel impresionante torbellino de barro y de agua girando alrededor de su eje,—habría sido para el doctor Slop, en su situación, un motivo de más justificada alarma que el peor de los cometas de Whiston?[48] —Eso para no hablar del NÚCLEO; es decir, de Obadiah y el caballo de tiro.—En mi opinión, el torbellino que ambos formaban habría bastado por sí solo para envolver y arrollar, si no al doctor, sí a su jaca cuando menos. ¿Qué pensará usted entonces del terror y de la hidrofobia que debió de sentir el doctor Slop cuando lea (lo cual ya está a punto de hacer usted) que avanzaba así, prudentemente, en dirección a Shandy Hall y se encontraba ya a sesenta yardas de allí cuando, al tomar una inesperada curva de tan sólo cinco yardas de longitud (formada por un pronunciado ángulo del muro del jardín,—y justamente en el más enlodado trecho de la enlodada senda),—Obadiah y su caballo de tiro, veloces, furiosos, aparecieron por una esquina y—¡zas!—cayeron sobre él? —Supongo que entre todas las cosas de la naturaleza no debe de haber nada más terrible que un Encontronazo semejante.—¡Tan desprevenido! ¡Tan mal preparado como estaba el doctor Slop para encajar el golpe! ¿Qué hizo el doctor Slop?——Se santiguó +.——¡Puaf!——Pero es que el doctor, señor, era papista.——No importa; más le hubiera valido agarrarse al pomo del arzón.——Lo hizo;—y, sin embargo, tal y como sucedieron las cosas, más le hubiera valido no hacer nada en absoluto;——pues al santiguarse, soltó la fusta;——y al tratar de sujetar en su caída la fusta, entre los faldones de la silla de montar y la rodilla, perdió un estribo;——y al perder éste, perdió el asiento;——y entre tanta pérdida (todo lo cual, dicho sea de paso, viene a demostrar de cuán poco sirve santiguarse), el desventurado doctor perdió la serenidad. De modo que, sin esperar a la embestida de Obadiah, abandonó la jaca a su propia suerte tirándose al suelo diagonalmente (un poco a la manera y con el estilo de una bala de lana), y cayó sin consecuencias —si es que no consideramos como consecuencia de la caída el hecho de que el doctor quedara, como no podía por menos de haber sido así, con la parte más ancha de su cuerpo hundida, hasta alcanzar una profundidad de aproximadamente doce pulgadas[49], en el lodazal—. Obadiah se levantó por dos veces el sombrero a modo de saludo hacia el doctor Slop:—una vez mientras caía,—y luego otra, al verle sentado en el fango.———¡Inoportuna muestra de cortesía!—¿No habría hecho mejor el hombre en detener a su caballo, desmontar y prestarle ayuda a su víctima?——Señor, hizo cuanto le permitía su situación; pues el IMPULSO del caballo de tiro era tan fuerte que Obadiah no podía hacerlo todo al mismo tiempo; tuvo que dar tres vueltas en redondo con la bestia, en torno al doctor Slop, antes de conseguir llevar a cabo cualquiera de las tres cosas;—y cuando finalmente logró frenar al animal, Obadiah comprobó que había sido a costa de una explosión de barro tal——que más le habría valido encontrarse a una legua de distancia de su infortunada víctima. En resumen, nunca, desde que sucedió aquello, volvió a haber un médico, tan enfangado y transubstanciado[50] como el pobre doctor Slop. Capítulo diez Sería difícil determinar qué les causó más sorpresa a mi padre y a mi tío Toby cuando el doctor Slop entró en el salón posterior, donde se hallaban ellos disertando acerca de la naturaleza de las mujeres:—si su aspecto o su presencia; pues como el accidente había tenido lugar tan cerca de la casa, Obadiah había juzgado que ni siquiera valía la pena volver a hacerle montar,——y le había llevado hasta allí como estaba, sin limpiar, sin anunciar, sin ungir[51], con todas sus manchas y sus máculas encima.—Permaneció de pie en el quicio de la puerta (Obadiah le tenía cogido todavía de una mano) como el espectro de Hamlet, inmóvil y en silencio, durante minuto y medio[52]: con toda la majestad del barro. Sus partes traseras, sobre las que había caído de lleno, estaban totalmente embadurnadas;——y el resto del cuerpo, todas sus demás partes, estaban asimismo de tal manera embarradas por la explosión de lodo que Obadiah había levantado que se podría haber jurado (sin reservas mentales)[53] que cada mota había hecho su efecto. Aquí mi tío Toby gozó de una buena ocasión para haber salido a su vez triunfante ante mi padre;—pues ningún mortal que hubiera visto al doctor Slop en aquel trance podría haber disentido de la opinión de mi tío Toby (por lo menos con la siguiente variante) de ‘que tal vez a su hermana no le apeteciera que un hombre como el doctor Slop se acercara tanto a sus ******’[54]. Pero esto habría constituido un Argumentum ad hominem; y (pensarán ustedes) como mi tío Toby no era muy experto en retórica, tal vez no se le ocurrió hacer uso de él.—Pues no; la razón por la que no echó mano de él fue —que la vejación no tenía cabida en su naturaleza. La presencia del doctor Slop, en aquel momento, no era menos problemática que la manera en que se había producido; aunque también es cierto que unos segundos de reflexión por parte de mi padre habrían bastado para dar con la solución del problema; pues no hacía ni una semana que había mandado aviso al doctor Slop de que mi madre estaba ya fuera de cuentas; y como el doctor no había vuelto a tener ninguna noticia desde entonces, era natural (y también muy político por su parte) que se hubiera dado un paseo a caballo hasta Shandy Hall, como había hecho, simplemente para ver cómo seguían las cosas. Pero desgraciadamente la mente de mi padre tomó una senda equivocada en su investigación; y, como la del hipercrítico, sólo se ocupó del tilín de la campanilla y del golpe en la puerta;—se dedicó a medir la distancia entre ambos,——y puso tanto interés en la operación que se quedó sin facultades para pensar en nada más:——¡flaqueza propia de los más grandes matemáticos!, que trabajan con tanto ahínco en la demostración, consumiendo en ella todas las energías, que al final ya no les queda ninguna para inferir el corolario que buscaban. El tilín de la campanilla y el golpe en la puerta repercutían con igual intensidad en el sensorio de mi tío Toby;—pero allí daban pie a una cadena de pensamientos muy distinta;—las dos irreconciliables pulsaciones hicieron que la memoria de mi tío Toby se acordara al instante de Stevinus, el gran ingeniero[55].—Qué tenía que ver Stevinus con todo este asunto, —ese es el mayor problema de todos;——se resolverá,—pero no en el próximo capítulo. Capítulo once La escritura, cuando manejada adecuadamente (como pueden ustedes estar seguros de que creo que lo está la mía), no es más que un nombre diferente que se le da a la conversación. Y al igual que nadie que se sabe en buena compañía se atrevería a hablar sin parar y a decirlo todo él,——así ningún autor que comprenda bien cuáles son los límites del decoro y de la buena educación presumiría de pensarlo todo él. La mayor y más sincera muestra de respeto que se le pueda dar al entendimiento del lector consiste en repartir amigablemente con él esta tarea y en dejarle imaginar algo a su vez: tanto, casi, como el propio autor. Por mi parte, estoy continuamente haciéndole cumplidos de esta índole y hago todo lo que está en mi mano para mantener su imaginación tan ocupada como lo está la mía. Ahora le toca a él;—he hecho una extensa descripción de la triste caída del doctor Slop y de su triste aparición en el salón posterior de Shandy Hall;—ahora la imaginación del lector tiene que seguir con esto durante un rato. Dejemos, pues, imaginar al lector que el doctor Slop ha contado su versión del accidente;—que lo ha hecho con las palabras y agravantes que la fantasía del susodicho lector prefiera.—Dejémosle suponer que asimismo Obadiah ha contado su versión, y que lo ha hecho con el afligido aire y el tono de consternación que piense harán contrastar mejor a las dos figuras mientras ambas permanecen de pie la una al lado de la otra.——Dejémosle imaginar que mi padre ha subido al piso de arriba a ver a mi madre.—Y para terminar con este trabajo de imaginación[56],—dejémosle imaginarse al doctor ya lavado,—frotado,—compadecido,—felicitado,—con unos escarpines de Obadiah puestos, dirigiéndose hacia la puerta y a punto ya de entrar en acción. ¡Tregua!—¡Tregua, buen doctor Slop![57] —Detén tu obstétrica mano;—hazla volver sana y salva a tu seno para que no se enfríe;—¡cuán poco sabes tú de los obstáculos!—¡Aún ignoras las ocultas causas que demorarán tu intervención!—¿Acaso te han sido, doctor Slop,—acaso te han sido confiados los artículos secretos del solemne tratado que te ha traído hasta aquí?—¿Te has dado cuenta de que en este mismo instante pende obstétricamente sobre tu cabeza una hija de Lucina?[58] ¡Ay! Así es: demasiado cierto.—Y por otra parte, ¿qué vas a poder hacer tú, ¡gran hijo de Pilumno!,—si has venido desarmado?[59] —Te has dejado el tire-tête[60],——tus recién inventados fórceps,—el pelvímetro,—la cánula y todos los demás instrumentos de salvación y liberación[61].—¡Cielos! ¡En este momento están colgados entre tus dos pistolas, junto a la cabecera de la cama, dentro de una bolsa de bayeta verde!—Haz sonar la campanilla;—llama;—que Obadiah vaya a toda velocidad en el caballo de tiro y te los traiga. ——Date prisa, Obadiah, le dijo mi padre, y te daré una corona.——Y yo, dijo mi tío Toby, le daré otra. Capítulo doce —Su repentina e inesperada llegada, dijo mi tío Toby dirigiéndose al doctor Slop (los tres hombres tomaron asiento al mismo tiempo junto al fuego en el momento en que mi tío Toby empezó a hablar),—me trajo al instante a la memoria al gran Stevinus, que es, debe usted saber, uno de mis autores preferidos.——En ese caso, añadió mi padre haciendo uso del argumento Ad Crumenam,—apuesto veinte guineas contra una sola corona (que me servirá para dársela a Obadiah cuando regrese) a que este Stevinus era un ingeniero,—o, si no, a que ha escrito alguna cosa u otra, ya directa, ya indirectamente, relacionada con la ciencia de la fortificación. —Así es,—respondió mi tío Toby.——Lo sabía, dijo mi padre;——aunque a fe mía que no alcanzo a ver qué clase de conexión puede haber entre la súbita irrupción del doctor Slop y un tratado de fortificación;—y, sin embargo, me lo temía.—Hablemos de lo que hablemos, hermano,——y por muy distante o inadecuada que sea la ocasión para sacar el tema,—de lo que siempre se está seguro es de que lo vas a sacar. No me gustaría nada, hermano Toby, prosiguió mi padre,—te aseguro que no me gustaría en lo más mínimo tener la cabeza tan llena de cortinas y de hornabeques.——Ya me imagino que no le gustaría en absoluto, dijo el doctor Slop interrumpiéndole y echándose a reír sin la menor moderación tras insinuar el juego de palabras[62]. Dennis, el crítico[63], no podía detestar y aborrecer los juegos de palabras, o su mera insinuación, más cordialmente que mi padre,—que siempre que oía uno se ponía un poco de mal humor;—pero verse interrumpido por uno de ellos en medio de una conversación seria era tan doloroso, solía decir, como un papirotazo en la nariz;——no veía ninguna diferencia. —Señor, dijo mi tío Toby dirigiéndose al doctor Slop, —las cortinas a que se refiere mi hermano Shandy no tienen nada que ver con las armazones de las camas;—aunque ya sé que Du Cange[64] dice ‘que las cortinas de las camas probablemente han tomado ese nombre a partir de estas otras’;—y los hornabeques de que habla no tienen nada en absoluto que ver con los cuernos de los cornudos.——Sino que cortina, señor, es la palabra que empleábamos en fortificación para denominar aquella parte de la muralla o terraplén que está entre los dos baluartes y los une.—Los sitiadores muy pocas veces efectúan sus ataques directamente contra la cortina por esa razón, porque las cortinas están muy bien flanqueadas. (—Lo mismo que sucede con las otras cortinas, dijo el doctor Slop riéndose). —Sin embargo, prosiguió mi tío Toby, para hacerlas aún más seguras, por lo general ponemos rebellines delante de ellas, llevando cuidado tan sólo de no extenderlos más allá del foso o zanja.——Los hombres normales, que saben muy poco de fortificaciones, confunden el rebellín con la media-luna,—aunque se trata de dos cosas muy distintas; ——no en cuanto a la forma o a la construcción, pues las hacemos exactamente iguales hasta el menor detalle;—siempre consisten en dos frentes que forman un ángulo saliente y en las golas, que no van rectas, sino en forma de media-luna o creciente.———¿Y en qué estriba entonces la diferencia? (dijo mi padre un poco quisquillosamente).——En la posición, contestó mi tío Toby;—pues cuando un rebellín, hermano, está delante de la cortina, es un rebellín; pero cuando un rebellín está delante de un baluarte, entonces el rebellín ya no es un rebellín;—es una media-luna;—al igual que una medialuna es una media-luna, y no otra cosa, mientras esté delante de su baluarte;——pero si se la cambiase de lugar y se la pusiera delante de la cortina,—entonces ya no sería una medialuna; una media-luna no es en ese caso una media-luna;—no es otra cosa que un rebellín.———Creo, dijo mi padre, que la noble ciencia de la defensa tiene sus puntos flacos,——al igual que todas las demás. ——En cuanto a los hornabeques (—¡Ay! ¡Uf!, suspiró mi padre) de que, prosiguió mi tío Toby, mi hermano hablaba, son una parte muy considerable de lo que se conoce como obra exterior o avanzada;——los ingenieros franceses los llaman Ouvrage à corne[65], y por lo general los hacemos para reforzar aquellos lugares sospechosos de ser más endebles que el resto;—están constituidos por dos espaldones o medios-baluartes;—son muy bonitos, y si se anima usted a dar un paseo, me encargaré de mostrarle uno que le compensará con creces la molestia.—Admito, continuó mi tío Toby, que cuando los coronamos—son mucho más resistentes, pero entonces resultan muy caros y ocupan una gran extensión de terreno; de modo que, en mi opinión, para lo que son más útiles es para cubrir o defender cabezas de campamento; pues de otra manera la doble tenaza———¡Por la madre que nos concibió!, dijo mi padre, incapaz de aguantar ya más.—¡Hermano Toby,—lograrías irritar a un santo!—No sé cómo, aquí nos tienes a los dos no sólo metidos hasta el cuello en el mismo tema de siempre,—sino que tienes la cabeza tan repleta de estas malditas obras de fortificación que, a pesar de que mi mujer está en estos momentos sufriendo los dolores de un parto,——y tú la estás oyendo gritar,——lo único que te interesa es llevarte al partero a ver tus cosas.———Accoucheur[66],—si no le importa, dijo el doctor Slop.———Me es completamente indiferente, replicó mi padre, cómo le llamen a usted,—pero ojalá la ciencia entera de la fortificación, con todos sus inventores, se fuera al infierno;—ha sido causante de la muerte de miles,—y al final también lo será de la mía.—No me gustaría, no me gustaría en lo más mínimo, hermano Toby, tener los sesos tan llenos de zapas, minas, blindas, gaviones, empalizadas, rebellines, medias-lunas y demás cachivaches, ni aunque gracias a ello fuera a convertirme en el dueño y señor de Namur y de todas las demás ciudades de Flandes. Mi tío Toby era un hombre de gran paciencia para los insultos;—no por falta de valor—(ya les dije a ustedes en el capítulo quinto[67] de este segundo tomo ‘que era un hombre de gran valor’;—y añadiré aquí que cuando se suscitaban situaciones que lo requerían,—no he conocido a ningún otro hombre bajo cuyo brazo hubiera preferido buscar amparo; y la causa de su paciencia tampoco era la insensibilidad o el embotamiento de sus facultades mentales:—pues él sintió aquel insulto de mi padre tan vivamente como el que más),—sino porque su naturaleza era plácida, pacífica,—no había en ella ningún elemento discordante,—todo estaba combinado en su interior para hacer de él un hombre bondadoso; mi tío Toby apenas si tenía corazón para tomar represalias sobre una mosca. ——Vete,—le dijo un día durante la cena a una, gigantesca, que se había pasado toda la velada zumbándole alrededor de la nariz y atormentándole despiadadamente—y a la que, tras infinitos intentos, había logrado atrapar finalmente mientras revoloteaba en torno a él;—no te haré daño, le dijo mi tío Toby mientras se levantaba de la silla y atravesaba la habitación con la mosca en la mano;——no te tocaré un solo pelo;—vete, le dijo; y mientras lo hacía levantó el bastidor de la ventana y abrió la mano para dejarla escapar;—vete, pobre diablo, lárgate, ¿por qué habría de hacerte daño?—Sin duda este mundo es lo bastante grande para que quepamos los dos en él. Yo sólo tenía diez años cuando sucedió esto; pero si lo que pasó fue que a esa edad piadosa el acto mismo estaba más en consonancia con mis nervios, que al instante hicieron vibrar mi esqueleto con una sensación placentera;—o hasta qué punto fueron el ademán y la expresión de mi tío los que me conmovieron;—o en qué grado, o por qué magia oculta,—un tono de voz y una armonía de movimientos imbuidos de misericordia pudieron abrirse paso hasta mi corazón, todo eso es algo que yo no sé;—lo que sí sé es que la lección de buena voluntad universal dada y grabada en mi ánimo aquel día por mi tío Toby nunca, desde entonces, se ha borrado de mi mente. Y aunque no es mi intención menospreciar lo que el estudio en la universidad de las Literae humaniores[68] ha hecho por mí en este aspecto, ni tampoco minimizar las ayudas que obtuve gracias a la costosa educación que se me dio tanto en casa como fuera de ella con posterioridad,—a veces pienso, sin embargo, que la mitad de mi filantropía se la debo única y exclusivamente a aquella impresión accidental. >Esta anécdota se la dedico a los padres y preceptores en lugar de un volumen entero sobre el tema. Al hacer el retrato de mi tío Toby, no podía ofrecerle al lector este rasgo de su carácter utilizando el mismo instrumento con que dibujé sus otras partes;—aquél sólo reproducía con fidelidad su faceta CABALLUNA,—y ésta, en cambio, es una faceta moral de su carácter. Mi padre, en lo que se refiere a este paciente sufrimiento de los agravios que he mencionado, era muy distinto, como el lector debe de haber advertido hace ya rato; su sensibilidad era de una naturaleza mucho más viva y aguda, y se veía acompañada por un temperamento un poco irritable; aunque esto nunca le hizo caer en nada que se pareciera a la malevolencia,—le capacitaba, sin embargo, para hacer alarde de un cierto mal genio (de una índole, eso sí, ingeniosa y festiva) ante los pequeños reveses e ironías de la vida.—No obstante, su naturaleza era franca y generosa;—siempre estaba dispuesto a dejarse convencer; y en las pequeñas ebulliciones de este humor suyo ligeramente ácido contra los demás (pero sobre todo cuando iba dirigido contra mi tío Toby, al que en verdad quería),—sentía diez veces más dolor (excepto si se trataba de mi tía Dinah o había alguna teoría de por medio) del que producía. Los caracteres de los dos hermanos, como hemos visto a lo largo de esta inspección, arrojaban luz el uno sobre el del otro, y ambos apareciéronse excelentemente perfilados en esta cuestión suscitada en torno a Stevinus. No necesito decirle al lector, sobre todo si él mismo posee un CABALLO DE JUGUETE, —que el CABALLO DE JUGUETE es para su dueño un tema tan delicado como el que más; y tampoco que mi tío Toby no podía dejar de sentir en su propia carne estos impremeditados ataques que se habían hecho contra el suyo.—No;—como ya dije antes, mi tío Toby los sintió, y muy profundamente además. —Y dígame, por favor, señor, ¿qué fue lo que dijo?—¿Cómo reaccionó?——¡Oh, señor!—Fue grandioso: porque en cuanto mi padre hubo acabado de insultar a su CABALLO DE JUGUETE, —apartó la mirada sin la menor emoción del doctor Slop, a quien estaba dirigiendo su perorata, y la volvió hacia el rostro de mi padre; su semblante reflejaba tanta bondad,—era tan plácido,—tan fraternal,—expresaba tanto y tan indecible cariño hacia él,—que a mi padre llególe al corazón. Se levantó rápidamente de su asiento y, cogiéndole las dos manos a mi tío Toby al tiempo que hablaba——Hermano Toby, le dijo,—te pido perdón;—te ruego que me perdones este humor irascible mío que heredé de mi madre.——Mi querido, mi queridísimo hermano, respondió mi tío Toby levantándose a su vez con la ayuda de mi padre, no digas ni una palabra más;—te perdono de todo corazón, hermano, y aunque la cosa hubiera sido diez veces mayor. —Pero es que, contestó mi padre, ya herir a alguien es algo imperdonable;—herirá un hermano es peor aún;—pero herir a un hermano de tan dulce carácter, tan poco provocador,—tan poco resentido,—eso ya es una bajeza.—Cielos, es una cobardía.——Te perdono de todo corazón, hermano, dijo mi tío Toby,—y aunque la cosa hubiera sido cincuenta veces mayor.——Además, ¿por qué tengo que meterme yo, mi querido Toby, exclamó mi padre, ni con tus diversiones ni con tus preferencias, cuando ni siquiera está en mi mano (lo único que justificaría un entremetimiento) el incrementarlas? ——Hermano Shandy, respondió mi tío Toby mirándole a los ojos con gran solemnidad,—en eso estás muy equivocado;—porque tú incrementas mis diversiones, mis preferencias y mi satisfacción al engendrar hijos para la familia Shandy a tu edad.——Pero al hacer eso, señor, intervino el doctor Slop, Mr Shandy más bien incrementará las suyas.——Ni pizca, dijo mi padre. Capítulo trece —Mi hermano, dijo mi tío Toby, lo hace por principio,——Por la vía familiar, supongo, dijo el doctor Slop[69].——¡Bah!,—dijo mi padre;—no vale la pena ni hablar de ello. Capítulo catorce Al término del último capítulo dejamos a mi padre y a mi tío Toby de pie, exactamente igual que Bruto y Casio al final de la escena en que han hecho sus cálculos[70]. Mientras pronunciaba las dos últimas palabras,—mi padre tomó asiento;—mi tío Toby siguió su ejemplo puntualmente con la salvedad de que, antes de coger su silla, hizo sonar la campanilla a fin de ordenarle al cabo Trim, que estaba a la espera de cualquier eventualidad, que se acercara hasta su casa y le trajera el Stevinus;—la casa de mi tío Toby no estaba más lejos de lo que en una calle lo está una acera de la otra. Ciertos hombres habrían dejado ya en paz el tema de Stevinus;—pero en el corazón de mi tío Toby no tenía cabida el resentimiento, y si siguió con el tema fue para demostrarle a mi padre que no le guardaba el menor rencor. —Su repentina aparición, doctor Slop, dijo mi tío reanudando la conversación, me trajo al instante a Stevinus a la memoria. (Mi padre, pueden estar seguros, no se ofreció ya a hacer más apuestas sobre las aptitudes de Stevinus).——Porque, prosiguió mi tío Toby, la famosísima carroza de vela que perteneció al príncipe Maurice y cuyos mecanismo y velocidad eran tan fantásticos que, llevando a bordo media docena de personas, recorría treinta millas alemanas en no sé cuántos (pero poquísimos) minutos,—fue inventada por Stevinus, aquel gran matemático e ingeniero[71]. —Podría haberle usted ahorrado a su criado la molestia (sobre todo teniendo en cuenta que el hombre cojea lo suyo), dijo el doctor Slop, de ir a buscar la descripción que hace Stevinus de ella, pues a mi regreso de Leyden, al pasar por La Haya, me di una caminata de dos millas largas hasta Schevling con el solo propósito de echarle un vistazo[72]. ——Eso no es nada, replicó mi tío Toby, comparado con lo que hizo el erudito Peireskius[73], que se recorrió a pie algo así como quinientas millas, contando desde París hasta Schevling y la vuelta, desde Schevling hasta París, para verla——y nada más. Algunos hombres no pueden soportar verse superados. —Pues peor para Peireskius, que huso el idiota, replicó el doctor Slop. Deben ustedes tener en cuenta, sin embargo, que en absoluto dijo aquello porque despreciara a Peireskius, —sino porque, comparada con el tremendo esfuerzo que habría hecho Peireskius al arrastrarse a pie hasta tan lejos por amor a la ciencia, la proeza del doctor Slop, en lo que concernía a aquel asunto, se quedaba en nada.——Peor para Peireskius, que hizo el idiota, repitió.——¿Por qué?,—intervino mi padre poniéndose de parte de su hermano no sólo a fin de darle una reparación por los insultos que le había dedicado (y que todavía remoloneaban en la cabeza de mi progenitor) lo más rápidamente posible,—sino también, en parte, porque mi padre estaba empezando a interesarse realmente en la conversación.——¿Por qué?,—dijo. ¿Por qué habríamos de insultar a Peireskius, o a cualquier otro hombre, por el mero hecho de que apeteciera ese o cualquier otro bocado de sano y buen conocimiento? Pues a pesar de que no sé nada acerca de la carroza en cuestión, prosiguió, su inventor debió de poseer una gran cabeza de tipo mecánico; y aunque no logro adivinar los principios filosóficos en que pudo fundarse para fabricarla,—su máquina, sin embargo, tuvo necesariamente que construirse sobre unos bien sólidos, fueran cuales fuesen; pues, si no, no podría haber alcanzado ese nivel de perfección que mi hermano ha mencionado. —Ya lo creo que lo alcanzaba, repuso mi tío Toby; si es que no lo sobrepasaba; porque, como dice Peireskius con gran elegancia al hablar de su velocidad de movimientos: Tam citus erat, quam erat ventus; lo cual, a menos que ya se me haya olvidado mi latín, quiere decir que era tan veloz como el mismo viento. —Pero dígame, por favor, doctor Slop, dijo mi padre interrumpiendo a mi tío (aunque no sin pedirle perdón por ello al mismo tiempo), ¿en virtud de qué principios se ponía en movimiento esta carroza de la que hablamos?——Sin duda en virtud de excelentes principios, respondió el doctor Slop;—y a menudo me he preguntado, prosiguió eludiendo la pregunta, por qué los miembros de nuestra gentry[74], que viven en extensas llanuras como ésta que nos rodea,—(y en especial aquellos cuyas mujeres aún no han dejado atrás la edad de tener hijos) no intentan nada de este tipo; porque no sólo sería algo infinitamente expeditivo a la hora de los repentinos apresuramientos a que está siempre expuesto el sexo débil,—sino que,—si lo único que se necesita es viento, entonces constituiría un magnífico ahorro para todos el de utilizar los vientos, que no cuestan nada ni comen nada, en vez de caballos, que (el diablo se los lleve a todos) cuestan y comen tanto. —Por esa misma razón, replicó mi padre, ‘porque no cuestan ni comen nada’,—la idea es mala;—es el consumo de nuestros productos, así como su elaboración, lo que da de comer a los hambrientos, lo que pone el comercio en movimiento,—lo que aporta dinero y beneficios y lo que hace que nuestras tierras conserven su valor;—y aunque reconozco que si yo fuera príncipe recompensaría generosamente al talento científico que inventara semejantes mecanismos,—al mismo tiempo, sin embargo, prohibiría su uso terminantemente. Aquí mi padre se hallaba en su elemento,—y daba rienda suelta a su disertación sobre el comercio con tanto entusiasmo y prolijidad como lo había hecho antes mi tío Toby con la suya sobre la fortificación;—pero, para desgracia y pérdida de tanto y tan valioso saber, las parcas hablan decretado por la mañana que aquel día mi padre no hilvanara ninguna disertación de ningún tipo;—porque cuando ya tenía la boca abierta para dar comienzo a una nueva frase, Capítulo quince El cabo Trim irrumpió en la habitación con el Stevinus bajo el brazo.—Pero ya era demasiado tarde:—el tema había quedado agotado antes de su llegada y la conversación discurría ya por nuevos cauces. ——Puedes volver a llevarte el libro a casa, Trim, le dijo mi tío Toby haciéndole un gesto afirmativo con la cabeza. —Pero antes haz el favor, cabo, le dijo mi padre en son de chanza,—de mirar un momento a ver si encuentras en su interior algo que se parezca a una carroza de vela. El cabo Trim, durante sus años de servicio en el ejército, había aprendido a obedecer,—y a no rechistar;—de modo que puso el libro encima de un trinchero, pasó las hojas y———Con el permiso de usía, dijo, no veo nada parecido a eso;—no obstante, añadió Trim a su vez un poco en son de chanza, me aseguraré, con el permiso de usía.—Y cogiendo el libro con ambas manos por las tapas y dejando que las hojas cayeran verticalmente hacia abajo al tiempo que arqueaba las cubiertas hacia atrás, le dio una buena sacudida. —Con el permiso de usía, algo, al menos, ha caído, dijo Trim;—pero no es una carroza ni nada que se le parezca.——Y dime, cabo, le dijo mi padre sonriendo, ¿qué es entonces?——Creo, respondió Trim agachándose para recogerlo del suelo,—que a lo que más se parece es a un sermón,—porque empieza con una cita de las escrituras, y están indicados el capítulo y el versículo;—y luego ya sigue, pero no como una carroza,——sino, definitivamente, como un sermón. La compañía sonrió. —No concibo, dijo mi tío Toby, cómo habrá podido meterse en mi Stevinus tal cosa como un sermón. —Yo creo que es un sermón, respondió Trim;—pero con el permiso de usías, y como la letra es francamente buena, les leeré una página.—Pues han de saber ustedes que a Trim le gustaba oírse leer en voz alta casi tanto como oírse hablar. —Siempre he tenido una fuerte propensión, dijo mi padre, a examinar detenidamente aquellas cosas que, por extraños azares y predestinaciones (como en el presente caso), se cruzan en mi camino;—y como no tenemos nada mejor que hacer, al menos hasta que Obadiah regrese, te estaré sumamente agradecido, hermano (siempre y cuando el doctor Slop no tenga ninguna objeción), si le das al cabo la orden de leernos una o dos páginas del sermón,—y si es que sabe hacerlo, como parece a juzgar por su interés. —Con el permiso de usía, dijo Trim, durante dos campañas completas en Flandes yo oficié como sacristán del capellán de mi regimiento.———Lo puede leer, dijo mi tío Toby, tan bien como yo mismo. —Trim, se lo aseguro, amigos, era el hombre más instruido de toda la compañía, y sin duda habría obtenido la siguiente alabarda de no haber sido aquel por infortunio suyo[75]. El cabo Trim se llevó una mano al corazón y dedicó a su señor una humilde reverencia;—a continuación dejó su sombrero en el suelo y, sujetando el sermón con la mano izquierda a fin de tener la derecha en completa libertad,—avanzó sin el menor titubeo hasta el centro de la habitación, desde donde podía ver mejor a (y podía ser visto mejor por) su auditorio. Capítulo dieciséis ——Si tiene usted alguna objeción,—dijo mi padre dirigiéndose al doctor Slop. —En absoluto, respondió el doctor Slop;—pues aún no sabemos desde qué lado está escrito el sermón;—puede ser la composición de un predicador tanto de nuestra iglesia como de la suya,—de modo que todos corremos los mismos riesgos.——No está escrito desde ninguno de los dos lados, dijo Trim, pues, con el permiso de usías, sólo versa sobre la Conciencia. El razonamiento de Trim hizo reír a su auditorio;—a todos menos al doctor Slop, quien en efecto pareció, al volver la vista hacia Trim, un poco enfadado. —Empieza, Trim,—y lee con claridad, le dijo mi padre.——Así lo haré, con el permiso de usía, respondió el cabo al tiempo que hacía una reverencia y, con un ligero movimiento de la mano derecha, reclamaba para sí la atención. Capítulo diecisiete ——Pero antes de que el cabo empiece, debo hacerles a ustedes una descripción de su postura;—de otra manera sus imaginaciones, lógicamente, se lo representarían en una actitud forzada,—rígida,—perpendicular,—con el peso del cuerpo repartido por igual entre las dos piernas;—la mirada fija y al frente, como si estuviera de servicio;—con aire decidido,—la mano izquierda aferrada al sermón como si se tratara de un fusil.—En una palabra, se inclinarían ustedes por pintar a Trim como si se encontrara en medio de un pelotón y dispuesto a entrar en acción.—Y lo cierto es que su postura distaba de ser ésta tanto como se puedan ustedes imaginar[76]. Estaba de pie, frente a su auditorio, con el cuerpo ladeado y echado un poco hacia adelante, lo justo para formar un ángulo de 85 grados y medio con la línea del horizonte;—los buenos oradores, a quienes dirijo este párrafo, saben muy bien que este es el verdadero y más persuasivo ángulo de incidencia;—se puede hablar y predicar en cualquier otro ángulo;—no cabe duda;—y es algo que se hace a diario;—pero con qué efecto,——¡eso se lo dejo al mundo para que lo juzgue por sí mismo! La indispensabilidad de este preciso ángulo de 85 grados y medio, calculado con exactitud matemática,——¿no nos demuestra, dicho sea de paso,——cómo las artes y las ciencias se protegen y complementan las unas a las otras? Pero cómo diablos el cabo Trim, que no sabía distinguir un ángulo agudo de uno obtuso, acertó con éste con tanta exactitud;——o si fue un azar de la naturaleza, o un gran sentido de la imitación el suyo, o qué, todo eso se explicará en la sección de esta enciclopedia de las artes y las ciencias que trata de las partes instrumentales de la elocuencia en el senado, el púlpito, el estrado, el café, el dormitorio y junto al fuego del hogar. Estaba, pues, de pie,——(lo repito para que puedan ustedes tener la imagen completa y de una vez) con el cuerpo ladeado y echado un poco hacia adelante;—la pierna derecha recta, aguantando siete octavos del peso total;—el pie izquierdo (cuya deficiencia no afectaba a su postura) un poco adelantado,—pero no hacia un lado, ni hacia el frente, sino en una línea intermedia;—la rodilla doblada, pero no violentamente, ——sino dentro de los límites de la línea de la belleza[77];—y añadiré que también dentro de los de la línea de la ciencia; —pues tengan ustedes en cuenta que había de aguantar una octava parte del peso del cuerpo;—de tal modo que en este caso la posición de la pierna era imperativa,—ya que Trim no podía adelantar el pie ni doblar la rodilla más—de lo que la mecánica le permitía para ser efectivamente capaz de recibir esa octava parte del peso total,——así como para llevarla de un lado a otro. Esta postura se la recomiendo a los pintores.—¿He de añadir—que también a los oradores?—Creo que no; porque, si no la adoptan, deben de estarse continuamente dando de narices en el suelo. Esto en cuanto a las piernas y al cuerpo del cabo Trim.——El sermón lo sostenía, con soltura——(no con descuido), con la mano izquierda alzada hasta un poco más arriba del estómago y algo distanciada del pecho;——el brazo derecho le colgaba despreocupadamente, tal y como lo prescriben la naturaleza y las leyes de la gravedad,——pero con la palma de la mano abierta y vuelta hacia el auditorio, presta a colaborar con el sentimiento en el caso de que fuera necesario. Los ojos y los músculos faciales del cabo Trim estaban en perfecta armonía con las demás partes de su cuerpo;—su semblante denotaba franqueza,—naturalidad,—cierta seguridad,—pero sin llegar a rozar las fronteras del desparpajo. Que el crítico no pregunte cómo el cabo Trim pudo conseguir todo esto; ya le he dicho que se le explicará más adelante;—pero lo cierto es que así estaba, de pie, ante mi padre, mi tío Toby y el doctor Slop;—el cuerpo ladeado con tanta gracia, los miembros tan bien contrastados, toda su figura imbuida de un sesgo oratorio;——podría haberle servido de modelo a un escultor;——qué digo, dudo mucho que el Miembro más antiguo de un Colegio Universitario,—o el mismísimo profesor de hebreo, pudieran haber sugerido la menor mejora. Trim hizo una reverencia y empezó a leer: EL SERMÓN[78] HEBREOS XIII. 18 ——Pues confiamos en que tenemos buena Conciencia.—— —’¡CONFIAMOS!——¡Confiamos en que tenemos buena conciencia!’ [—Indudablemente, Trim, dijo mi padre interrumpiéndole, das a esa frase una entonación sumamente inadecuada; frunces la nariz, hombre, y la lees en tal tono de mofa que parece como si el Párroco fuera a insultar al Apóstol. —Es que lo va a hacer, con el permiso de usía, respondió Trim. —¡Buah!, dijo mi padre sonriendo. —Señor, dijo el doctor Slop, Trim sin duda tiene razón; pues el que lo ha escrito (que advierto ya que es protestante) se dispone, en efecto, por su insolente modo de citar al Apóstol, a insultarle, está bien claro,—si es que no lo ha hecho ya tratándole de esa manera en este inicio. —Pero, repuso mi padre, ¿de dónde ha sacado usted tan rápidamente la conclusión, doctor Slop, de que el que lo ha escrito pertenece a nuestra iglesia?—Porque hasta el momento—podría ser de cualquier iglesia, me parece a mí.———Porque, contestó el doctor Slop, si fuera de la nuestra,—no se atrevería a tomarse semejantes libertades—más de lo que se atrevería a llevar un oso por barba[79];—en nuestra comunión, señor, al hombre que insultara a un Apóstol,—o a un santo,—o incluso a la corteza de la uña de un santo,—se le arrancarían los ojos.——¿Quién se los arrancaría, el santo?, dijo mi tío Toby. —No, respondió el doctor Slop,——una antigua casa se le echaría encima[80].—Dígame, ¿el edificio de la Inquisición es un edificio antiguo o es moderno?, preguntó mi tío Toby.——No entiendo nada de arquitectura, contestó el doctor Slop.——Con el permiso de usías, intervino Trim, la Inquisición es la más vil———Te ruego que nos ahorres la descripción, Trim; la sola mención de esa——cofradía me pone enfermo, dijo mi padre.——A pesar de todo, respondió el doctor Slop,—a veces es de gran utilidad; pues aunque no soy un encendido defensor suyo, he de decir, sin embargo, que en un caso como éste al autor de ese sermón se le enseñarían rápidamente mejores modales; y puedo asegurarle que si continúa en ese plan,—efectivamente se le arrojaría en brazos de la Inquisición para que escarmentara. —Que Dios le ampare entonces, dijo mi tío Toby. —Amén, añadió Trim; porque, el cielo bien lo sabe, tengo un pobre hermano que lleva catorce años prisionero de la Inquisición.——Jamás había oído una palabra acerca de eso, dijo mi tío Toby rápidamente;—¿cómo sucedió, Trim?———¡Oh, señor! La historia hará que el corazón le sangre,—como ha hecho con el mío cientos de veces;—pero es demasiado larga para contarla ahora;—usía me la oirá de principio a fin algún día, cuando estemos trabajando en las fortificaciones;—pero la historia, resumida, es la siguiente:—mi hermano Tom fuese a servir a Lisboa,—y allí se casó con la viuda de un judío que tenía una pequeña tienda de embutidos; y ésta, en cierto modo, fue la causa de que una noche lo sacaran de la cama, donde estaba con su mujer y dos hijos de corta edad, y se lo llevaran inmediatamente a la Inquisición, donde, Dios le ampare, prosiguió Trim lanzando un suspiro desde lo más hondo de su corazón,—el pobre y honrado muchacho está recluido en este instante; ——era la persona más honrada, añadió Trim (sacando un pañuelo), que jamás he conocido.—— —Las lágrimas se deslizaban por las mejillas de Trim con más rapidez de la que podía emplear en secárselas.—En la habitación se hizo un mortal silencio durante varios minutos.—¡Inequívoco signo de compasión! —Vamos, Trim, le dijo mi padre cuando vio que el pobre hombre se había desahogado ya un poco;—sigue leyendo,—y sácate de la cabeza esa triste historia.—Lamento haberte interrumpido;——pero haz el favor de empezar otra vez el sermón;—porque si, como dices, la primera frase es insultante, tengo gran curiosidad por saber de qué modo ha provocado el Apóstol al autor. El cabo Trim se enjugó las lágrimas y, guardándose el pañuelo en el bolsillo y haciendo al mismo tiempo una reverencia, —volvió a empezar:] EL SERMÓN HEBREOS XIII. 18 ——Pues confiamos en que tenemos buena Conciencia.—— —‘¡Confiamos! ¡Confiamos en que tenemos buena conciencia! Si hay algo en esta vida de lo que un hombre puede tener certeza y al conocimiento de lo cual es capaz de llegar con la más irrefutable de las evidencias, sin duda ha de ser esto justamente:—si tiene o no buena conciencia’. [—Estoy seguro de que tengo razón, dijo el doctor Slop.] —‘Si un hombre es capaz de pensar, entonces no puede desconocer el verdadero estado de esta cuestión;——tiene que ser cómplice de sus propios pensamientos y deseos;—tiene que recordar sus anteriores empeños y conocer con certeza las verdaderas causas y motivos que por lo general han gobernado sus actos’. [—Le desafío sin ayuda alguna, dijo el doctor Slop.] —‘En otras cuestiones podemos dejarnos engañar por las falsas apariencias; y, como se lamenta el sabio, con gran dificultad acertamos en las cosas terrenales y no sin gran esfuerzo descubrimos aquello que está ante nuestra vista[81]. Pero aquí, en cambio, la mente alberga en su interior la totalidad de los hechos y las pruebas;——es consciente de la tela que ha tejido;——conoce su textura y su calidad, así como el exacto grado de responsabilidad que cada pasión ha tenido al alimentar las diferentes ideas que la virtud o el vicio le han propuesto’. [—El estilo es bueno, y opino que Trim lo lee muy bien, dijo mi padre.] —‘Bien;—puesto que la conciencia no es más que el conocimiento que de estas cosas tiene la mente dentro de sí y el veredicto, tanto de aprobación como de censura, que indefectiblemente emite sobre los sucesivos actos de nuestras vidas, es obvio que convendréis conmigo (por los mismos términos de la proposición)—en que cuando este testimonio interno se ponga en contra de un hombre, y en consecuencia éste se acuse a sí mismo,——entonces el hombre en cuestión será necesariamente culpable.—Y en lo contrario cuando el informe le sea favorable y su corazón no le condene;—y en que no se trata de una cuestión de confianza, como insinúa el Apóstol,——sino de una cuestión de certera y de hecho el que la conciencia sea buena y el que el hombre deba serlo también’. [—He de suponer, entonces, que el Apóstol está completamente equivocado, dijo el doctor Slop, y que el predicador protestante está en lo cierto, ¿no es así? —Tenga usted paciencia, señor mío, contestó mi padre, porque me parece que de un momento a otro se verá que en realidad San Pablo y el predicador protestante son de una misma opinión.——Sí, dijo el doctor Slop, de opiniones tan idénticas como el este y el oeste;—pero la culpa de todo esto, añadió alzando los brazos, la tiene la libertad de prensa. —Puestos ya en lo peor, replicó mi tío Toby, la tendrá en todo caso la libertad de púlpito; pues no parece que el sermón esté impreso ni que vaya a estarlo nunca. —Continua, Trim, dijo mi padre.] —‘A primera vista puede parecer que ésta es la verdadera condición del caso; y tan poca duda me cabe de que el conocimiento del bien y del mal está grabado en la mente del hombre de manera indeleble—que si no ocurrieran nunca cosas tales como que la conciencia de un hombre puede irse endureciendo insensiblemente por llevar ya muchos años habituada al pecado (como aseguran las escrituras que puede suceder);—y que, como algunas de las partes blandas de su cuerpo, puede asimismo ir perdiendo gradualmente, tras largo tiempo de uso y desgaste continuados, ese delicado sentido o percepción con que Dios y la naturaleza le dotaron;—si esto no ocurriera nunca;——o si existiera la certeza de que el amor propio jamás puede ejercer la menor influencia sobre el juicio;—o de que los intereses bajos y mezquinos no pueden ascender y confundir a las facultades de nuestras regiones superiores ni envolverlas en nubes ni en espesas tinieblas;—si tales cosas como el favor y el afecto tuvieran imposibilitado el acceso a este sagrado TRIBUNAL;—si el INGENIO desdeñara los sobornos,—si le avergonzara dar la cara como defensor de goces injustificables;——o si, finalmente, tuviéramos la seguridad de que el INTERÉS iba a mostrarse siempre indiferente durante las vistas de las causas,—y de que la pasión jamás iba a ocupar el asiento del juez ni a pronunciar sentencia usurpándole su lugar a la razón, que es quien suponemos que siempre preside y determina sobre el caso;—si todo esto en verdad fuera así, como debe suponer nuestra objeción,—entonces, sin duda alguna, la condición religiosa y moral de un hombre serla exactamente la que él mismo estimara;—y por lo general no podríamos tener mejor medida para conocer la culpabilidad o la inocencia de la vida de todo hombre que los diferentes grados de su propia aprobación y censura’. —‘Admito que en uno de los casos, cuando la conciencia de un hombre le acusa sin paliativos (y teniendo en cuenta que en estas ocasiones yerra muy pocas veces), el hombre en cuestión es culpable; y que, excepto en los casos de melancolía e hipocondría, podemos siempre asegurar con certeza que hay bases suficientes para la acusación’. —‘Pero la proposición inversa——(a saber, que cuando hay culpabilidad la conciencia debe necesariamente denunciarla, y que si no lo hace es porque entonces el hombre es inocente) no se podrá admitir como verdadera.—Tal cosa no es un hecho.—De modo que el fácil consuelo que algunos buenos cristianos se aplican a sí mismos aquí y allá continuamente, —consistente en dar gracias a Dios por que sus respectivas mentes no les hagan dudar: y en pensar, en consecuencia, que tienen buena conciencia porque la tienen tranquila,—es una falacia;—y tan corriente como es la inferencia, y tan infalible como parece la regla a primera vista, sin embargo, cuando uno se acerca a ella un poco más y pone a prueba su veracidad con simples hechos,—ve que la mencionada regla está expuesta a innumerables errores si la aplicación es falsa;—el principio en que se funda está tan a menudo tergiversado;—su fuerza entera tan perdida, y a veces tan perversa e intencionadamente abandonada, que incluso resulta doloroso sacar a relucir los más corrientes ejemplos que la vida humana proporciona para corroborar esta afirmación’. —‘Un hombre será presa del vicio y sus principios estarán profundamente corrompidos;—su conducta será objeto de censura para el mundo; vivirá sin sentir vergüenza en el abierto cometimiento de un pecado que ni la razón ni ningún pretexto puedan justificar;——un pecado con el que, por ir en contra de todo acto de humanidad, perderá para siempre a su descarriada compañera de culpas;—la privará de su más preciosa dádiva; y no sólo la cubrirá de deshonra desde la cabeza a los pies,—sino que, por ella sola, toda una familia virtuosa quedará hundida en la vergüenza y el dolor’. ——— ‘Pensaréis, sin duda, que la conciencia le hará llevar a ese hombre una vida llena de remordimientos;——que no encontrará descanso, acuciado por sus reproches, ni de noche ni de día’. —‘¡Ay! Durante todo ese tiempo la CONCIENCIA tenía cosas más importantes que hacer que ocuparse de él; como Elías le reprochara al dios Baal,——este dios doméstico o bien estaba conversando, o persiguiendo algún negocio, o de viaje, o acaso durmiendo sin que pudiera despertársele[82]’. —‘Tal vez había salido en compañía del HONOR para batirse en duelo; tal vez para pagar alguna deuda de juego; ——o una sucia anualidad, el precio de su lujuria. Tal vez, durante todo ese tiempo, la CONCIENCIA estuviera en casa, ocupada en hablar en voz muy alta contra el hurto y en llevar a cabo su venganza contra algunos crímenes insignificantes que su fortuna y su rango en la vida le evitarían toda tentación de cometer. Y así, ¡el hombre vive festivamente! ——[—No podría hacerlo si fuera de nuestra iglesia, dijo el doctor Slop.]—‘duerme en su cama profundamente,—y por último se enfrenta a la muerte tan despreocupadamente,—quizá mucho más despreocupadamente de lo que lo haría un hombre mil veces mejor que él’. [—Todo eso es imposible entre nosotros, dijo el doctor Slop volviéndose hacia mi padre;—ese caso no podría tener lugar en el seno de nuestra iglesia.——En la nuestra, en cambio, respondió mi padre, tiene lugar con demasiada frecuencia.———Admito, dijo el doctor Slop (un poco sorprendido por el abierto reconocimiento de mi padre),—que un hombre que pertenezca a la iglesia romana puede vivir así de mal;—pero entonces no es fácil que se muera así también.———Importa poco, contestó mi padre con aire indiferente,—de qué manera muera el bribón.——Quiero decir, replicó el doctor Slop, que le sería denegada la gracia de los últimos sacramentos.——Dígame, ¿cuántos tienen ustedes en total?, dijo mi tío Toby;—siempre se me olvida.———Siete, contestó el doctor Slop.——¡Hum!,—dijo mi tío Toby; pero no acentuado como cuando el murmullo es de aquiescencia,—sino como la interjección que suele acompañar a un determinado tipo de sorpresas: por ejemplo, cuando un hombre, al mirar en un cajón, encuentra más cosas de las que esperaba.——¡Hum!, contestó mi tío Toby. El doctor Slop, que tenía buen oído, entendió lo que mi tío Toby quería decir tan bien como si éste hubiera escrito un volumen entero contra los siete sacramentos.———¡Hum!, respondió el doctor Slop (devolviéndole el argumento a mi tío Toby);—pues, señor, ¿acaso no son siete las virtudes cardinales?—¿Siete los pecados capitales?—¿Siete los candelabros de oro?—¿Siete los cielos?——Eso es más de lo que yo sé, contesto mi tío Toby.———¿Acaso no son siete las maravillas del mundo?—¿Siete los días de la creación?—¿Siete los planetas?—¿Siete las plagas?———Lo son, dijo mi padre con gravedad sumamente afectada. Pero haz el favor, Trim, añadió, de seguir ya con el resto de los personajes.] —‘Otro es avariento, inclemente’ (aquí Trim hizo un ligero ademán con la mano derecha), ‘un desventurado de corazón estrecho, egoísta, incapaz tanto de amistad personal como de espíritu cívico. Fijaos en cómo pasa sin detenerse junto a la viuda y el huérfano en la miseria; cómo sin un suspiro ni una plegaria contempla todas las desgracias posibles de la vida humana’. [—Con el permiso de usías, exclamó Trim, creo que este hombre es todavía mucho más vil que el otro.] —‘Y os preguntaréis: ¿acaso no se alzará la conciencia contra él y le aguijoneará por tales motivos?——No; gracias a Dios no hay motivo para ello, pues yo le doy a cada uno lo suyo;—no he cometido fornicación alguna de la que tenga que responder ante mi conciencia;—no he hecho promesas ni juramentos vanos por los que tenga que rendir cuentas;—no he seducido a mujer ni a hija de hombre ninguno; gracias a Dios, no soy como otros hombres: adúlteros, injustos; ni siquiera soy como ese libertino que me precede’. —‘Un tercero es de naturaleza artera e intrigante. Echadle un vistazo a su vida:—no es más que un entretejido de taimadas y oscuras artimañas, de sucios subterfugios maquinados en la mezquindad para anular el verdadero espíritu de todas las leyes,—para hacer negocio y gozar impunemente de nuestras diversas propiedades.—A éste lo veréis componer un marco de ruines proyectos en torno a la ignorancia y los titubeos del hombre pobre y necesitado;——hará fortuna de la inexperiencia de un joven o del carácter poco suspicaz de un amigo, que le habría confiado hasta la propia vida’ —‘Cuando la vejez se acerca y llega, y el arrepentimiento le conmina a mirar hacia atrás, hacia su negra cuenta, a confrontarla otra vez con su conciencia,—la CONCIENCIA examina los ESTATUTOS DETENIDAMENTE;—no halla ninguna ley expresamente quebrantada por lo que el hombre ha hecho;—no ve que haya incurrido en ningún cargo o comiso de bienes y propiedades;—no ve ondear ningún látigo sobre su cabeza, ninguna cárcel abriéndole sus puertas.—¿Hay algo que pueda atemorizar a su conciencia?—La conciencia está bien protegida, atrincherada tras la Letra de la Ley; allí está instalada, invulnerable; tan bien fortificada por todas partes con Casos e Informes—que no es desde luego la predicación la que puede obligarla a salir de su escondrijo’. [Aquí el cabo Trim y mi tío Toby se cruzaron una significativa mirada.——¡Sí,——sí, Trim!, dijo mi tío Toby moviendo la cabeza de un lado a otro.—¡Tristes fortificaciones son éstas, Trim!———¡Oh! Un trabajo muy pobre, contestó Trim, comparado con los que hacemos usía y yo.———El carácter de este último hombre, dijo el doctor Slop interrumpiendo a Trim, es mucho más odioso que el de todos los demás;——y parece estar inspirado en el de algún Leguleyo o Picapleitos protestante.—Entre nosotros no serla posible que la conciencia de un hombre permaneciera cegada[83] durante tanto tiempo;—pues todo el mundo tiene que ir a confesarse por lo menos tres veces al año. —¿Y eso les devuelve la vista?, dijo mi tío Toby.———Prosigue, Trim, intervino mi padre, u Obadiah habrá regresado antes de que llegues al final del sermón.———Es muy corto, respondió Trim.———Ojalá fuera más largo, dijo mi tío Toby, porque me gusta muchísimo.—Trim continuó:] —‘Un cuarto hombre carecerá incluso de este refugio; —se abrirá paso a manotazos por entre todo este ceremonial de lentísima tramoya;——para lograr sus propósitos no necesita (las desdeña) las dudosas maniobras de secretos manejos y cautelosas artimañas.——¡Ved al villano con el rostro al descubierto! ¡Ved cómo engaña, miente, perjura, roba, asesina!—¡Espantoso!—Pero, efectivamente, en el presente caso no se podía esperar nada mejor:—¡el pobre hombre estaba inmerso en las tinieblas!—Su sacerdote se había hecho cargo de su conciencia;—y todo lo que le dejaba saber acerca de ella era: que debía creer en el Papa;—ir a Misa;—santiguarse; —rezar el rosario;—ser un buen católico; y le decía que, en conciencia, esto era suficiente para hacerle ingresar en el cielo. —¡Cómo!—¡Pero si perjura!——¡Ah!—Pero lo hace con reserva mental.——Pero si es tan perverso, tan canalla y tan malvado como lo presenta usted;—si roba,—si apuñala, ——¿acaso la conciencia no recibirá también una cuchillada cada vez que el hombre cometa uno de estos actos? —Sí,—pero lleva la herida al confesionario;——allí supura, se pondrá bastante bien y en poco tiempo habrá cicatrizado completamente gracias a la absolución. ¡Oh, Papismo! ¿De qué no tendrás que rendir cuentas?——Porque, no contento con los excesivamente numerosos y fatales caminos que el corazón del hombre halla a su paso para traicionarse a sí mismo continuamente pasando por encima de todas las cosas,—has dejado abierta a propósito la ancha puerta del engaño para que pase libremente por ella este imprudente viajero, demasiado propenso, Dios lo sabe, a descarriarse; y secretamente le hablas de paz cuando no hay paz para él’. —‘Estos ejemplos tan corrientes que he entresacado de la vida misma son demasiado notorios para precisar de mayor evidencia. Si alguien duda de su veracidad, o piensa que no es posible que un hombre se engañe a sí mismo de este modo,—debo aconsejarle que por un momento se remita a sus propias reflexiones; y entonces podré aventurarme a poner por testigo de mis aseveraciones a su propio corazón’. —‘Dejadle considerar cuán numerosas son (y cuán distintos los grados de aborrecimiento que cada una le merece) las pérfidas acciones que allí se encuentran: todas, no obstante, reprobables y pecaminosas por igual en sus respectivas naturalezas;—pronto descubrirá que las que una fuerte inclinación y la costumbre le han impelido a cometer—están por lo general revestidas y coloreadas con todas las falsas hermosuras que una mano suave y lisonjera les pueda conferir;—y que las otras, aquellas hacia las que no siente la menor inclinación, desde un principio se le aparecen al desnudo y deformadas, rodeadas de todas las circunstancias reales del pecado y la deshonra’. —‘Cuando David sorprendió a Saúl durmiendo en la caverna y le cortó la orla del manto,—leemos que su corazón le reprendió por lo que había hecho[84].—Pero en el asunto de Urías, en el que un valeroso y leal servidor al que debería haber amado y honrado cayó para despejarle el camino a su lujuria;—en el que la conciencia tenía razones mucho más poderosas para hacer sonar la alarma, su corazón no le reprendió. Casi había transcurrido un año entero desde la comisión de aquel crimen cuando Natán fue enviado a censurárselo; y no leemos que en todo ese tiempo diera ni una sola vez testimonio de sentir el menor remordimiento o dolor de corazón por lo que había hecho’[85]. —‘Así la conciencia, ese una vez eficaz admonitor, ——colocado en nuestro interior a la misma altura que un juez, juez que además el supremo hacedor pretendió justo y equitativo,—así, por culpa de una infeliz cadena de causas y de impedimentos, recibe a veces una información tan incompleta de lo que sucede,—desempeña su cometido de manera tan negligente,——tan corrompida a veces,—que no se puede confiar solamente en ella; y en consecuencia nos encontramos con que es necesario, absolutamente necesario, que vaya unida a otro principio que la ayude en sus decisiones, si no que rija sobre ellas’. —‘De modo que si quisierais formaros un juicio justo sobre algo en lo que os fuera de vital e infinita importancia no equivocaros;—es decir, si por ejemplo quisierais saber cuál es el verdadero grado de vuestros méritos, ya como hombres honrados, ya como ciudadanos útiles y de provecho, ya como fieles súbditos de vuestro rey, ya como buenos servidores de vuestro Dios,——tendríais que recurrir a la religión y a la moral.—Mirad:——¿qué es lo que está escrito en la ley de Dios?——¿Cómo lo interpretas tú?—Consultad con la serena razón y con los inmutables deberes de la justicia y la verdad:——¿qué dicen ellos? —‘Deja que la CONCIENCIA decida sobre la cuestión ayudada por estos informes;——y si entonces tu corazón no te condena, que es lo que el Apóstol supone, ——en ese caso la regla será infalible’;—[Aquí el doctor Slop se quedó dormido.]—‘tendrás confianza en Dios[86];——es decir, tendrás motivos justos para pensar que el juicio que has hecho sobre ti mismo es el juicio de Dios; y que no se trata sino del adelanto de esa ecuánime sentencia que en el futuro dictará sobre tus actos ese Ser ante el que tendrás que rendir cuentas al final’. —‘Así pues, bendito es, en efecto, como dice el autor del libro del Eclesiástico, el hombre a quien no remuerde la conciencia la multitud de sus pecados; bendito es el hombre cuyo corazón no le condena; tanto si es rico como si es pobre, si tiene buen corazón (un corazón así guiado y aconsejado) su semblante se regocijará en todo tiempo con alegría; su mente sabrá decirle más cosas que siete vigías apostados en lo alto de una torre’[87].—[—una torre no tiene la menor fuerza, dijo mi tío Toby, a no ser que esté muy bien flanqueada.]—‘En medio de las más negras dudas le conducirá con más acierto que un millar de casuistas, y al estado de que sea súbdito le dará mayores garantías respecto a su proceder de las que pueden darle todas las trabas y restricciones que los legisladores se ven obligados a multiplicar——juntas.—Obligados, digo, tal y como las cosas están dispuestas; pues las leyes humanas no son el resultado de una elección libre original, sino el de la pura necesidad de poner límites a los perjudiciales efectos de aquellas conciencias que no constituyen ley para sí mismas; y están ideadas con el buen propósito de que, merced a las numerosas cauciones estipuladas de antemano,—en aquellos casos de corrupción y de extravío en los que ni los principios ni el freno de la conciencia lograrán enderezarnos,—suplan la fuerza de éstos y, mediante los horrores de la cárcel y la soga, nos obliguen a seguir por el camino recto’. [—Veo claramente, dijo mi padre, que este sermón se compuso para ser leído en Temple Church——o durante las Sesiones de algún Tribunal[88].—Me gusta el razonamiento,—y lamento que el doctor Slop se haya quedado dormido antes de que llegara el momento de su convencimiento;—pues ahora está bien claro que el Párroco, como yo pensé desde el principio, no insultó nunca a San Pablo en lo más mínimo;—y que no ha existido entre ellos, hermano, la menor diferencia.———Como si tuviera alguna importancia que hubieran diferido, respondió mi tío Toby;—los mejores amigos del mundo tienen a veces sus diferencias.——Cierto,—hermano Toby, dijo mi padre estrechándole la mano;—ahora llenaremos nuestras pipas, hermano, y acto seguido Trim reanudará la lectura. —Y a propósito, añadió mi padre dirigiéndose al cabo Trim al tiempo que extendía una mano para alcanzar su tabaquera,——¿qué opinas tú del sermón? —Opino, contestó el cabo, que los siete vigías de la torre, que estarán allí, supongo, de centinelas,—son más, con el permiso de usía, de los necesarios;—y que además, de seguirse en ese plan, muy pronto el regimiento entero estaría derrengado y destrozado de cansancio, cosa que el oficial que se encontrara al mando, si apreciase a sus hombres, no permitiría que sucediera jamás mientras pudiese evitarlo; porque dos centinelas, añadió el cabo, sirven igual que veinte.—Yo mismo he estado un centenar de veces al mando del Corps de Garde[89], prosiguió Trim (y al decir esto cambió de postura de tal manera que su figura se elevó una pulgada),—y durante todo el tiempo en que tuve el honor de servir a su Majestad el Rey William, nunca, al hacer un relevo de centinelas, dejé a más de dos ni en los puestos de más vital importancia: en toda mi vida.——Muy bien, Trim, dijo mi tío Toby,—pero no tienes en cuenta, Trim, que en los tiempos de Salomón las torres no tenían nada que ver con nuestros baluartes, flanqueados y defendidos por otras construcciones;—este método, Trim, se inventó mucho después de la muerte de Salomón; y en aquella época tampoco tenían hornabeques, ni rebellines delante de la cortina;——ni tampoco fosos como los que hacemos nosotros, con una cuneta en medio y con contraescarpas y caminos-cubiertos empalizados para prevenir cualquier Coup de main[90].—De modo que los siete hombres de la torre eran, me atrevería a decir, un destacamento del Corps de Garde apostado allí no sólo para vigilar la torre, sino también para defenderla.——Con el permiso de usía, entonces no podían ser más que una Guardia de cabo[91].—Mi padre se sonrió para sus adentros,——pero no exteriormente; —pues el tema de que estaban hablando mi tío Toby y el cabo Trim era demasiado serio (teniendo en cuenta lo que había ocurrido antes) para hacer bromas acerca de él.—De modo que, metiéndose la pipa (que acababa de encender) en la boca,—se contentó con ordenarle a Trim que continuara la lectura del sermón. El cabo así lo hizo:] —‘Temer a Dios y tener bien presente ese temor; procurar, en nuestro diario trato con el prójimo, que las reglas eternas del bien y del mal gobiernen nuestros actos.——El primero de estos mandamientos comprenderá los deberes de orden religioso;—el segundo, los de orden moral; ambas tablas[92] se hallan tan indisolublemente unidas entre sí que no se las puede separar, ni tan siquiera en la imaginación (aunque, de hecho, a menudo se lo intenta), sin quebrantarlas o sin que se destruyan mutuamente’. —‘He dicho que a menudo se lo intenta, y así es;——nada hay más corriente que ver cómo un hombre que no tiene el menor sentido de la religión,——y que, de hecho, es lo suficientemente honrado como para no aparentar tener ninguno, se toma como la más amarga afrenta la mera insinuación de que se sospecha de su conducta moral, o de que se piensa que no es justo, escrupuloso y concienzudo hasta en el más mínimo detalle’. —‘Cuando algunas apariencias indican que sí lo es,—y aunque uno sea reacio a albergar sospechas hasta de la sola apariencia de una virtud tan admirable como la rectitud moral, estoy convencido, sin embargo, de que si examináramos a fondo las bases de esta virtud, en el presente caso encontraríamos muy pocas razones para envidiarle a este hombre el honor de sus motivos’. —‘Dejadle perorar acerca del tema tan pomposamente como desee: se descubrirá que su virtud no se apoya en mejores cimientos que los de su interés, o su orgullo, o su comodidad, o cualquier otra pasión mezquina y mutable que no nos permitirá confiar demasiado en sus obras cuando estén en juego asuntos de gran transcendencia’. —‘Voy a ilustrar todo esto mediante un ejemplo’. —‘Yo sé que el banquero con el que tengo tratos, o el médico al que suelo recurrir’ [—¡No hace falta, exclamó el doctor Slop (despertándose), recurrir a ningún médico en este caso![93] ], ‘sé que ninguno de los dos es hombre muy religioso. Continuamente les oigo hacer bromas acerca de la religión y hablar de todas sus sanciones con tanto escarnio como para que la cuestión esté fuera de toda duda. Bien;—a pesar de ello, yo pongo mi fortuna en las manos de uno;—y, lo que todavía me es más querido: confío mi vida a la rectitud y a la destreza del otro’. —‘Dejadme ahora explicaros qué razones me mueven a depositar en ellos tanta confianza.——Bueno, en primer lugar, creo que no es probable que ninguno de los dos utilice en perjuicio mío el poder que yo he puesto en sus manos;—considero que la rectitud ayuda a conseguir los propósitos que cada cual tiene en esta vida.—Sé que el éxito de ambos depende de la intachabilidad de sus reputaciones.—En una palabra, estoy convencido de que no me pueden hacer daño sin con ello hacerse aún más daño a sí mismos’. —‘Pero planteadlo de otra manera, a saber: que el interés, por una vez, está del otro lado; poneos en el caso de que el uno, sin mácula alguna para su reputación, pudiera sustraerme la fortuna dejándome desnudo frente al mundo;—o de que el otro, sin ninguna deshonra para sí o para su arte, me pudiera despachar al otro mundo y, gracias a mi muerte, gozar de una heredad.—En este caso, ¿a qué puedo apelar, a qué me puedo asir para no verme expuesto a sus desmanes? —La religión, el motivo más fuerte de todos, está descartada. ——El interés, el siguiente motivo más poderoso del mundo, está claramente en contra mía.—¿Qué me queda para arrojar en el otro platillo de la balanza y contrarrestar así la tentación?—¡Ay! No tengo nada;—tan sólo algo que es más ligero que una pompa:—debo quedar a merced del HONOR O de algún otro principio caprichoso parecido.—¡Poca seguridad es ésta para dos de mis más valiosas bendiciones!—¡Mis pertenencias y mi vida! —‘Y por tanto, al igual que no podemos confiar en la moral sin la religión,—así tampoco podemos esperar nada de la religión sin la moral; y, sin embargo, no hace falta un prodigio para ver que un hombre cuya reputación moral está a un nivel bajísimo tiene, no obstante, la más alta opinión de sí mismo como hombre religioso’. —‘No sólo será ambicioso, vengativo, implacable,—sino que incluso carecerá de los rasgos más elementales de la rectitud; y, sin embargo, como habla en voz muy alta contra la falta de fe actual,——como es celoso en el cumplimiento de algunos preceptos religiosos,——como va a la iglesia dos veces al día[94] y recibe los sacramentos puntualmente,—como además se divierte observando a rajatabla unas cuantas reglas secundarias e instrumentales de la religión,—engañará a su propia conciencia con la idea de que, por todo esto, es un hombre religioso que en verdad ha cumplido con sus obligaciones para con Dios. Y comprobaréis que ese hombre, en virtud de esta errónea ilusión, suele despreciar con espiritual orgullo a todo aquel que no afecte tanta devoción,—aun cuando moralmente sea quizá diez veces más recto que él’. —‘Éste, asimismo, es un lamentable mal que alumbra el sol[95]; y creo que no hay ningún otro principio equivocado que en su época de influjo haya causado tan graves daños.——Para tener una prueba general de lo que digo,—basta con echarle un vistazo a la historia de la iglesia romana[96]’;—[—¡Pero bueno! ¿Qué tendrá usted que decir en contra suya?, gritó el doctor Slop.]—‘ved cuántas escenas de crueldad, cuántos asesinatos, cuántas rapiñas, cuántos derramamientos de sangre’ [—Pueden agradecérselos a su propia obstinación, exclamó el doctor Slop[97].] ‘han sido santificados por una religión que no se rige estrictamente por la moral’. —‘¿En cuántos reinos del mundo’—[Aquí Trim se puso a mover la mano derecha haciéndola ondular hacia adelante y hacia atrás (desde el sermón hasta donde le alcanzaba, extendido, el brazo), y no cejó en su vaivén hasta el final del párrafo.] —‘¿En cuántos reinos del mundo ha tenido clemencia para con la edad, el mérito, el sexo o la condición la cruzada espada de este santoandante descarriado? —Mientras combatía bajo el estandarte de una religión que le dejaba actuar libre e impunemente en pro de la justicia y de la humanidad, no mostraba ni lo uno ni lo otro; despiadadamente pisoteaba y humillaba a ambas,—y ni prestaba oídos a los lamentos de los desventurados ni se compadecía de sus infortunios’ [Con el permiso de usía, yo he tomado parte en muchas batallas, dijo Trim lanzando un suspiro, pero nunca en una tan triste y sanguinaria como ésta;—contra esa pobre gente no habría apretado el gatillo ni una sola vez,——ni aunque por ello me hubieran nombrado comandante en jefe.———¿Cómo dice usted? ¿Qué sabe usted de este asunto?, dijo el doctor Slop mirando a Trim con más desprecio, quizá, del que el honrado corazón del cabo se merecía.—¿Qué sabe usted, amigo, de la batalla de que se está hablando?——Sé, repuso Trim, que nunca, en toda mi vida, le he negado cuartel a un hombre que me lo implorara;—pero a una mujer o a un niño, prosiguió Trim, antes que levantar mi mosquete contra ellos me dejaría matar un millar de veces.———Aquí tienes una corona, Trim, para que esta noche eches un trago con Obadiah, le dijo mi tío Toby; a él le daré una también.——Que Dios bendiga a usía, contestó Trim,—pero les sería de más provecho a esos pobres niños y mujeres.———Eres un hombre honrado, le dijo mi tío Toby.——Mi padre asintió con la cabeza,—como diciendo:——Ya lo creo que lo es.—— —Pero haz el favor, Trim, le dijo mi padre, de acabar de una vez,—pues veo que ya sólo te quedan una o dos hojas.] El cabo Trim reanudó la lectura: —‘Si el testimonio de los siglos pasados acerca de esta cuestión no es suficiente,—recordad, en este mismo instante, cómo los partidarios de esa religión piensan continuamente que están sirviendo y honrando a Dios con actos que son una deshonra y un escándalo para ellos mismos’. —‘Para convenceros de esto, venid un momento conmigo a las mazmorras de la Inquisición’.—[—Dios ampare a mi pobre hermano Tom.]—‘Contemplad a la Religión, con la Misericordia y la Justicia encadenadas a sus pies,——lúgubremente sentada en un negro tribunal, sostenida por potros y demás instrumentos de tortura. ¡Oíd!—¡Oíd! ¡Cuán lastimero gemido!’ [Aquí el rostro de Trim se puso pálido como la ceniza.] ‘Ved al pobre desgraciado que lo ha proferido’—[Aquí las lágrimas empezaron a deslizarse por las mejillas del cabo.], ‘arrastrado hasta este lugar para padecer la humillación de un juicio falso e irrisorio y sufrir los mayores dolores que un estudiado sistema de crueldad ha sido capaz de inventar’.—[—¡Malditos sean todos ellos![98], dijo Trim al tiempo que el color (rojo como la sangre) le volvía al rostro.]—‘Contemplad a la víctima indefensa entregada a sus verdugos,—su cuerpo extenuado por el pesar y la reclusión’, ——[—¡Oh! ¡Es mi hermano!, gritó el pobre Trim apasionadamente al tiempo que juntaba las manos, dejando caer el sermón al suelo;—me temo que se trata del pobre Tom. Los corazones de mi padre y de mi tío Toby se conmovieron profundamente, llenos de simpatía por los sufrimientos del pobre hombre;——hasta el mismo Slop se apiadó de él.——Bueno, Trim, le dijo mi padre, esto no es historia;——lo que estás leyendo es un sermón;——te ruego que comiences de nuevo desde la última oración.]——‘Contemplad a la víctima indefensa entregada a sus verdugos,—su cuerpo extenuado por el pesar y la reclusión, veréis cómo sufre y agoniza cada uno de sus nervios, cada uno de sus músculos’. —‘¡Observad ese último movimiento de la espantosa maquina!’ [—Preferiría vérmelas con un cañón, dijo Trim dando una patada de rabia en el suelo.]—‘¡Ved en qué convulsiones lo ha sumido!——¡Fijaos en qué postura se ve forzado a permanecer! ¡Ahora yace tendido!—¡Qué exquisitos tormentos padece debido a ello!’—[—Espero que no suceda en Portugal.]—¡‘Es más de lo que la naturaleza puede soportar! ¡Buen Dios! ¡Mirad cómo el alma, agotada, asoma ya a sus temblorosos labios!’ [No leería ni una sola línea más, dijo Trim, ni por todo el oro del mundo;—mucho me temo, con el permiso de usías, que todo esto sucede en Portugal, donde se encuentra mi hermano Tom. —Te repito, Trim, le dijo mi padre, que esto no es una relación histórica,—es una descripción.——Es tan sólo una descripción, buen hombre, dijo Slop; no hay en todo ello una sola palabra de verdad.———Eso habría que verlo, replicó mi padre.—Sin embargo, como Trim pone tanto sentimiento al leerlo,—sería una crueldad obligarle a seguir.—Dame el sermón, Trim;—yo lo terminaré por ti y tú puedes marcharte ya. —Tengo que quedarme a escucharlo, contestó Trim, si usía me lo permite;—aunque no lo leería ni por una paga de coronel.——¡Pobre Trim!, dijo mi tío Toby. Mi padre prosiguió:] —‘——¡Fijaos en qué postura se ve forzado a permanecer! ¡Ahora yace tendido!—¡Qué exquisitos tormentos padece debido a ello!—¡Es más de lo que la naturaleza puede soportar!——¡Buen Dios! ¡Mirad cómo el alma, agotada, asoma ya a sus temblorosos labios,—pugnando por salir!——¡Pero no se lo permiten!—¡Contemplad al desdichado, conducido a su celda nuevamente!’ [—Entonces, gracias a Dios, dijo Trim, por lo menos no lo han matado.]—‘Ved cómo le sacan de nuevo a rastras para someterle a las llamas y a los ultrajes que este principio,—el principio de que la religión puede existir sin la misericordia, le ha preparado en su agonía’. [—Entonces, gracias a Dios,——ya ha muerto, dijo Trim;—sus sufrimientos han terminado,—y lo peor ya ha pasado.—¡Oh, señores!——Cállate, Trim, dijo mi padre prosiguiendo con el sermón y temeroso de que Trim acabara por exasperar al doctor Slop; seguimos así, no terminaremos nunca.] —‘El medio más seguro de probar las virtudes de cualquier noción o idea controvertida es rastrear las consecuencias que dicha noción ha tenido y compararlas con el espíritu de la cristiandad;—es el método, rápido y decisivo, que nuestro Salvador nos ha dejado para dilucidar estos y otros casos parecidos, y vale por un millar de argumentos.—Por sus frutos los conoceréis’ [99]. —‘No alargaré más este sermón; sólo añadiré dos o tres reglas concisas e independientes que son deducibles de él’. —‘Primera: Siempre que un hombre hable en voz muy alta y estentóreamente contra la religión,——habréis de sospechar que no ha sido su razón, sino sus pasiones, las que han llevado la mejor parte en la configuración de su CREDO. Una mala vida y unas buenas creencias son vecinas desagradables y enfrentadas, y, allí donde se separan, tened por seguro que no es por otro motivo que en aras de la paz y la tranquilidad’. —‘Segunda: Cuando un hombre de estas características os diga, refiriéndose a cualquier situación, hecho o principio concreto, ——que tal cosa va en contra de su conciencia,——habréis de creer que lo que en realidad quiere decir es exactamente lo mismo que cuando os comenta que tal otra cosa va en contra de su estómago;—una momentánea falta de apetito será, por lo general, la verdadera causa y origen de ambas afirmaciones’. —‘En una palabra:—no confiéis en absoluto en aquel hombre que no tiene CONCIENCIA de todas las situaciones y de todas las cosas’. —‘Y, en vuestro propio caso, recordad bien y meditad sobre esta sencilla distinción (no hacerla como es debido ha sido la perdición de miles):—que vuestra conciencia no es ley.—No, Dios y la razón hicieron la ley, y en vuestro interior han colocado la conciencia para que determine y decida;—pero no a la manera de un Cadí asiático, según el menguante o creciente de sus propias pasiones,—sino como un juez británico de los que, en esta tierra de libertad y sentido común, no establecen nuevas leyes, sino que fielmente promulgan y sirven a aquella otra que saben que ya está escrita’. FINÍS.[100] —Has leído el sermón magníficamente, Trim, le dijo mi padre.——Si se hubiera ahorrado los comentarios, respondió el doctor Slop,——lo habría hecho bastante mejor. —Lo habría leído diez veces mejor, señor, contestó Trim, si mi corazón no hubiera estado tan repleto de emociones.——Esa es justamente la razón, respondió mi padre, de que hayas leído tan bien el sermón, Trim; y si el clero de nuestra iglesia, continuó mi padre dirigiéndose al doctor Slop, pusiera en lo que dice tanto sentimiento como el que ha puesto este pobre hombre, y teniendo en cuenta que las composiciones que hacen son buenas——(—En eso no estoy de acuerdo, dijo el doctor Slop.)——pues yo sostengo que lo son, y añadiré que la elocuencia de nuestros púlpitos, con temas tan enardecedores como éste,——seria un modelo para el mundo entero. ——Pero, ¡ay!, prosiguió mi padre, y mire usted, señor, que lo reconozco con pesar: en este aspecto, al igual que los políticos franceses, lo que obtienen en el gabinete lo pierden luego en el campo de batalla.———Sería una lástima, dijo mi tío, que se perdiera este sermón. —Me gusta mucho, respondió mi padre;——tiene dramatismo,—y hay algo en el estilo que, cuando está habilidosamente manejado, capta mucho la atención.———Nosotros utilizamos con frecuencia ese estilo para predicar, dijo el doctor Slop.——Lo sé perfectamente, dijo mi padre,——pero en un tono y con un ademán que molestaron al doctor Slop——cuando el mero y simple asenso de mi padre debería haberle complacido.———Pero, comparados con éste, agregó el doctor Slop un poco picado,—nuestros sermones ofrecen la gran ventaja de que en ellos nunca hacemos aparecer a personajes de rango inferior al de un patriarca, o la mujer de un patriarca, o un mártir, o un santo.——En éste, en cambio, aparecen personajes muy bajos, dijo mi padre; pero no creo que el sermón sea por ello ni un ápice peor.———Pero, díganme, intervino mi tío Toby,—¿de quién podrá ser?—¿Y cómo llegaría hasta mi Stevinus? —Haría falta ser un brujo tan notable como Stevinus, dijo mi padre, para responder a la segunda pregunta.—La primera, creo yo, no es tan difícil;—porque a menos que mi juicio me engañe descaradamente,—conozco al autor: sin duda lo ha escrito el párroco de la parroquia. La similitud de su estilo y su tonalidad con los de los sermones que mi padre oía continuamente predicar en la iglesia de su parroquia era la base para su conjetura;—y probaba (con tanta certeza como un argumento a priori se lo hubiera probado a una mente filosófica) que el sermón era de Yorick y de nadie más.—Así resultó ser a posteriori cuando al día siguiente Yorick envió a un criado a buscarlo a casa de mi tío Toby. Parece ser que Yorick, que se interesaba por toda clase de conocimientos, le había pedido prestado el Stevinus a mi tío Toby; y que, nada más terminarlo, había metido descuidadamente el sermón entre las páginas del libro; por distracción o por olvido, males ambos a los que siempre estaba expuesto, había devuelto el Stevinus con el sermón dentro para que le hiciera compañía. ¡Malhadado sermón! Se te perdió, después de que en esta ocasión se te lograra recuperar, una segunda vez: a través de un insospechado agujero del bolsillo de tu dueño, caíste a un forro traicionero y andrajoso, y de allí al suelo;—la pata trasera izquierda de su Rocinante te hundió en el fango y te pisoteó de manera inhumana cuando estabas caído;—permaneciste diez días enterrado en el lodazal;—un mendigo te sacó de allí y te vendió por medio penique a un sacristán,—que te pasó a su párroco;—el tuyo te perdió para siempre, hasta el fin de sus días;—y no se te ha devuelto a sus inquietos y desasosegados MANES hasta este mismo instante en que yo le estoy contando la historia al mundo. ¿Podrá creer el lector que este sermón de Yorick fue predicado en una sesión de la catedral de York, ante un millar de testigos dispuestos a jurar que así fue, por un prebendado de dicha iglesia, y que, de hecho, éste lo hizo imprimir inmediatamente,——y todo ello tan sólo dos años y tres meses después de la muerte de Yorick?[101] —¡Cierto que el trato que recibió Yorick en vida no fue nunca mejor!——Pero abusar de él y saquearle cuando yacía ya en la tumba fue quizás un poco duro. Sin embargo, como el caballero que lo hizo no le deseaba a Yorick ningún mal (antes al contrario, era amigo suyo),—y, hablando en estricta justicia, solamente mandó imprimir unas cuantas copias para regalar;—y como además se me ha dicho que, de haberlo considerado adecuado y oportuno, él mismo podría haber hecho un sermón por lo menos igual de bueno, —juro que jamás habría hecho pública esta anécdota,—ni la hago pública ahora, con la intención de dañar ni a su reputación ni a su promoción en el seno de la iglesia;—eso se lo dejo a otros[102];—sino que me siento impelido a divulgarla por dos razones a las que no me puedo resistir: La primera es que, al hacer justicia de este modo, consigo que por fin descanse en paz el fantasma de Yorick,—el cual, como la gente del campo——y algunas otras personas creen,——todavía vaga errante. La segunda razón es que, al revelarle esta historia al mundo, gozo de una buena oportunidad para comunicarle —que, en el caso de que el personaje del párroco Yorick, así como esta muestra de sus sermones, hayan sido de su agrado,——obran en poder de la familia Shandy tantos de éstos en la actualidad como para formar con ellos un hermoso volumen que se pondría a disposición suya: es decir, del mundo;——al cual, por cierto, no podrían por menos de hacer mucho bien. Capítulo dieciocho Obadiah se ganó las dos coronas sin discusión; porque, justo en el momento en que el cabo Trim salía de la habitación, entró él acompañado del tintineo que producían los instrumentos de la bolsa de bayeta verde que ya mencionamos y que Obadiah traía colgada al cuello en bandolera[103]. —Creo que ha llegado el momento, dijo el doctor Slop (despejándosele el semblante), ahora que ya estamos en condiciones de serle de alguna utilidad a Mrs Shandy, de enviar a alguien arriba para ver cómo marchan las cosas. —Le he dado orden a la anciana partera, contestó mi padre, de bajar a avisarnos en cuanto se presente la menor dificultad;—pues ha de saber usted, doctor Slop, continuó mi padre esbozando una sonrisa algo confundida, que, en virtud de un expreso acuerdo solemnemente ratificado entre mi mujer y yo, usted no es más que un auxiliar en este asunto,—y ni tan siquiera lo será—si esa vieja matrona enjuta, la partera que se halla en el piso de arriba, puede arreglárselas sin usted.—Las mujeres tienen sus particulares antojos, y, en asuntos de esta índole, prosiguió mi padre, en los que son ellas quienes soportan todo el peso y padecen agudos dolores en pro de nuestras familias y por el bien de la especie,—exigen para sí el derecho de decidir, en Souveraines[104], a manos de quién y de qué manera habrán de sufrir la tremenda prueba. —Están en su derecho,——dijo mi tío Toby. —Pero, señor, replicó el doctor Slop haciendo caso omiso del parecer de mi tío Toby y volviéndose hacia mi padre,—sería mejor que decidieran en otras cuestiones;—y, en mi opinión, a un padre de familia que desee la perpetuidad de la misma más le valdría cambiarles esta prerrogativa por alguna otra y cederles otros derechos en su lugar.——No sé, dijo mi padre respondiendo con cierta morosidad a fin de que su comentario sonara completamente desapasionado,—no sé, dijo, qué otra cosa nos queda para cedérsela en lugar del derecho a decidir quién habrá de traer nuestros hijos al mundo,——a excepción del derecho a decidir—quién habrá de engendrarlos.———Se les debería ceder casi cualquier cosa, respondió el doctor Slop.——¿Cómo dice usted?,—contestó mi tío Toby.——Señor, repuso el doctor Slop, le asombraría saber los Adelantos que hemos hecho durante los últimos años en todas las ramas del conocimiento obstétrico, pero en particular en el punto concreto que se refiere a la rápida y segura extracción del feto,—punto que ha visto tanta luz arrojada sobre si que, por mi parte (y levantó ambas manos), le aseguro que no deja de maravillarme cómo el mundo ha———Me gustaría que hubiera visto usted, dijo mi tío Toby, los prodigiosos ejércitos que teníamos en Flandes. Capítulo diecinueve He bajado el telón (sólo un minuto) en esta escena—para recordarles a ustedes una cosa—y contarles otra. Lo que tengo que contarles está, lo reconozco, un poco fuera del lugar que le corresponde;——pues debería habérselo dicho hace ciento cincuenta páginas de no haber sido por que entonces preví que más adelante vendría pero que muy al pelo y que aquí tendría más preponderancia que en ningún otro lugar.—Los escritores deberían mirar con frecuencia hacia adelante a fin de mantener el espíritu y la conexión de lo que se traen entre manos. Cuando les haya hablado de estas dos cosas,—el telón se volverá levantar y mi tío Toby, mi padre y el doctor Slop proseguirán con su discusión sin ya más interrupciones. En primer lugar, así pues, la cuestión que tengo que recordarles es la siguiente:—creo que, debido a la singularidad mostrada por las ideas de mi padre respecto a los nombres de pila y a aquel otro asunto previo a éste,—ustedes no podrán por menos de haberse formado la opinión (y además estoy seguro de que yo mismo lo dije) de que mi padre era un caballero que tenía opiniones igualmente extravagantes y caprichosas acerca de otros cincuenta temas. La verdad es que no hubo un solo momento de la vida de este hombre, desde el mismísimo instante en que fue engendrado—hasta que durante su segunda infancia se convirtió en una especie de delgado arlequín enzapatillado, en que no hiciera brotar de su interior alguna idea de su predilección tan escéptica y tan alejada del camino real del pensamiento como estas dos que ya se han explicado. —Mr Shandy, mi padre, señor, no vela nunca nada desde la perspectiva que otros adoptaban;—él adoptaba la suya propia;—no pesaba ni sopesaba nada con balanzas vulgares y corrientes;—no,——era un investigador demasiado refinado para caer en tan tosco engaño.—Para saber el peso exacto de las cosas según la científica balanza romana, la alzaprima debería ser casi invisible, decía, para así evitar toda fricción con los asertos y creencias populares;—sin esto, las partículas ínfimas de la filosofía, que son las que siempre deberían decidir la inclinación de la balanza, carecerían absolutamente de peso. El conocimiento, afirmaba, como la materia, era divisible in infinitum[105];—y los granos y escrúpulos formaban parte de él en igual medida que la gravitación del mundo entero.—En una palabra, un error era un error, decía;—no importaba dónde se produjera;—tanto si era de una fracción—como de una libra,—era igualmente fatídico para la verdad; ésta quedaba tan inevitablemente amarrada al fondo del pozo por cometer una equivocación respecto al polvillo del ala de una mariposa —como por cometerla respecto a las esferas del sol, la luna y todas las estrellas del cielo juntas. Con frecuencia se lamentaba de que si en este mundo había tantas cosas descoyuntadas, ello era por no tener debidamente en cuenta todo esto y por no aplicarlo de manera inteligente tanto a los asuntos civiles como a las verdades especulativas;—comentaba con amargura que el arco político estaba ya cediendo;—y que los mismísimos cimientos de nuestras magníficas constituciones eclesiástica y estatal estaban tan minados como los expertos habían revelado. —Os lamentáis a voz en grito, decía, de que somos un pueblo arruinado, deshecho.——¿Por qué?, preguntaba, empleando el sorites o silogismo de Zenón y de Crisipo sin saber que era de ellos[106].—¿Por qué? ¿Por qué somos un pueblo arruinado, echado a perder?—Porque estamos corrompidos.—¿Y cuál es la razón, querido señor mío, de que estemos corrompidos?—La razón es que nos hallamos en la indigencia;—es nuestra pobreza, y no nuestra voluntad, la que consiente.—¿Y por qué motivo, añadía, nos hallamos en la indigencia?—Porque descuidamos, contestaba, nuestros peniques y medios peniques.—Nuestros billetes de banco, señor, nuestras guineas,—incluso nuestros chelines se cuidan ya de sí mismos. —Lo mismo sucede, decía, a lo largo del círculo entero de las ciencias;—las grandes cuestiones, las que ya están establecidas, no se verán desbancadas ni afectadas.—Las leyes de la naturaleza se defenderán a sí mismas;—pero el error—(añadía mirando a mi madre con gran seriedad),—el error, señor, se introduce subrepticiamente a través de los más diminutos agujeros y de las más pequeñas hendeduras que la naturaleza humana deja sin vigilancia. Esta manera de pensar de mi padre es lo que tenía que recordarles a ustedes.—Lo que les tengo que contar, lo que me he reservado hasta este momento y para este lugar, es lo siguiente: Entre las muchas y excelentes razones que mi padre había esgrimido para convencer a mi madre de que aceptara la asistencia del doctor Slop en vez de la de la vieja partera,—había una de naturaleza muy singular; y se puede decir que, cuando hubo terminado de discutir el asunto con ella como cristiano y empezó a discutirlo de nuevo, pero esta vez como filósofo, fue en esta razón en la que echó todo el resto, confiando en ella, de hecho, como en su tabla de salvación.——Le falló; aunque no por defecto del argumento en sí; sino porque no fue capaz, por mucho que se esforzó, de hacerle comprender a mi madre la intención y el objeto del mismo.——¡Condenada suerte!,—se dijo una tarde al salir de la habitación en que durante hora y media había permanecido tratando de exponérselo sin el menor resultado;—¡condenada suerte, se dijo mordiéndose el labio inferior mientras cerraba la puerta tras de, sí,——la de un hombre que ha ideado una de las mejores cadenas de razonamiento del mundo—y tiene al mismo tiempo una mujer con una cabeza tan dura que es imposible hacer entrar en ella una sola inferencia, aunque la salvación o destrucción de su propia alma esté en juego! Este argumento, aunque con mi madre no constituyó más que una pérdida de tiempo,—tenía para él más peso y más valor que todos sus demás argumentos juntos.—En consecuencia, me esforzaré por hacerle justicia—y lo expondré con la mayor perspicuidad de que soy capaz. Mi padre comenzaba apoyándose en la fuerza de los dos axiomas siguientes: Primero: que, para un hombre, una onza de su propia inteligencia valía por una tonelada de la de cualquier otra persona; y Segundo (el cual, por cierto, era el fundamento del primer axioma—aunque viniera después): que la inteligencia de todo hombre debía necesariamente provenir de su propia alma—y jamás de la de ninguna otra persona. Bien; como para mi padre estaba muy claro que todas las almas eran iguales por naturaleza,—y que las grandes diferencias existentes entre el más agudo y el más obtuso entendimiento—no se debían a una perspicacia o a un embotamiento original de cada sustancia pensante (no eran unas superiores o inferiores a otras),—sino que eran, simplemente, consecuencia de la afortunada o desafortunada organización del cuerpo, principalmente de la de aquella parte de éste en que el alma tenía su lugar de residencia,—había tomado como objeto de sus investigaciones averiguar cuál era exactamente ese lugar. Bien; en cuanto a las diversas informaciones que había logrado obtener acerca de esta cuestión, estaba convencido de que el alma no podía encontrarse donde Des Cartes la había localizado, encima de la glándula pineal del cerebro[107]; la cual, como él filosofaba, tenía la forma de una almohadilla de aproximadamente el tamaño de un guisante; aunque, a decir verdad y teniendo en cuenta que numerosos nervios terminaban en aquel sitio,—la conjetura no era mala;—y sin duda mi padre habría caído de plano en medio del error junto con aquel gran filósofo de no haber sido por mi tío Toby, que le salvó al contarle cierta historia referente a un oficial valón: durante la batalla de Landen una bala de mosquete le había desprendido la mitad del cerebro,—y después un cirujano francés le había extraído otra parte; y lo cierto es que finalmente se había recuperado y había podido arreglárselas perfectamente sin él para cumplir con su deber. —Si la muerte, decía mi padre razonando consigo mismo, no es más que la separación del cuerpo y el alma;——y si es verdad que la gente puede ir de un lado a otro y ocuparse de sus asuntos sin el menor seso,—entonces no hay duda de que el alma no está allí. Q.E.D.[108]. En cuanto a ese cierto jugo muy raro, sutil y muy fragante que Coglionissimo Borri, el gran médico milanés, en una carta a Bartholine asegura haber descubierto en las células de la zona occipital del cerebelo y que, según él mismo asegura, es el principal lugar de asentamiento del alma racional[109] (pues han de saber ustedes que en estos últimos e ilustrados tiempos todo hombre vivo posee dos almas:—la una, según el gran Metheglingius, se llama Animus y la otra Anima)[110];—en cuanto a esta opinión, digo, de Borri,—mi padre no podía compartirla de ningún modo; la mera idea de que un ser tan noble, tan refinado, tan inmaterial y tan elevado como el Anima, o incluso como el Animus, tuviera por morada (y se pasara todo el día, tanto en invierno como en verano, chapoteando allí como un renacuajo) un charco—o cualquier otra clase de líquido, por muy denso o muy raro que fuese, desconcertaba y ofendía, decía, a su imaginación; era una teoría a la que a duras penas habría estado dispuesto a prestar oídos. Lo que, en consecuencia, parecía menos expuesto a objeciones de ningún tipo era la teoría de que el sensorio principal o cuartel general del alma, lugar al que se remitía toda inteligencia y desde el cual se emitían todos los mandatos del alma,—se encontraba en, o cerca del cerebelo;—o, mejor dicho, en algún punto vecino a la medulla oblongata[111], en cuyo interior, según habían acordado los anatomistas holandeses, todos los diminutos nervios de la totalidad de los órganos que componían los siete sentidos, al igual que calles y bocacalles tortuosas, desembocaban en una plaza. Hasta aquí no había nada de singular en la opinión de mi padre:—contaba, para acompañarle, con el mejor filósofo de todos los climas y de todos los tiempos.—Pero a partir de aquí tomaba su propio derrotero y establecía otra teoría shandiana con estas piedras angulares que otros habían puesto previamente a su disposición;—y la susodicha teoría se mantenía, igualmente, firme y sin ceder un solo palmo de terreno: tanto si la sutileza y la delicadeza del alma dependían de la temperatura y de la claridad del mencionado licor como si lo hacían de la mejor o peor calidad de la red y la textura del propio cerebelo; y él se inclinaba por esta segunda alternativa. Sostenía que, a continuación del obligado cuidado que había de tenerse durante el acto de propagación de cada individuo, cosa que requería toda la atención y el esmero del mundo (ya que era lo que sentaba las bases de ese ilimitado entretejido en el que consisten la inteligencia, la memoria, la imaginación, la elocuencia y cuanto por lo general se entiende por el nombre de buenas cualidades naturales);—que, a continuación de esto y de la elección del nombre de pila, que eran las dos causas originales y también las más influyentes de todas;—sostenía, pues, que la tercera causa, o, mejor dicho, lo que los lógicos llaman Causa sine quâ non[112] (y sin la cual todo lo que ya se hubiera hecho carecería de importancia),—era la preservación de los estragos que por lo general sufría este delicado tejido maravillosamente hilado a causa de la compresión y opresión a que la cabeza se veía sometida por culpa de aquel disparatado método de traernos al mundo consistente en tirar de la mencionada parte delantera. ——Esto requiere una explicación. Mi padre, que hojeaba (cuando no se zambullía en) todo género de libros, había descubierto, al examinar el Lithopaedus Senonensis de Partu difficili, publicado por Adrianus Smelvogt(113), que el estado blando y flexible en que se encontraba la cabeza del niño durante el parto (al no tener todavía suturas los huesos del cráneo) era tal—que, a causa de los propios esfuerzos de la mujer (que en los momentos más dolorosos del parto equivalían a un peso aproximado de 470 libras averdupoise[115] actuando perpendicularmente sobre la cabeza),—ocurría que, en 49 de cada 50 casos, la susodicha cabeza era comprimida de tal manera que acababa por adoptar la forma de un pedazo cónico y oblongo de masa, como los que los pasteleros acostumbran a moldear para hacer sus tartas y pasteles.——¡Buen Dios!, exclamaba mi padre; ¡qué estragos y qué estropicios debe de hacer esto en la textura increíblemente delicada y tierna del cerebelo!—O si en efecto existe un jugo como el que dice Borri,—¿no bastaría esto acaso para convertir el licor más claro del mundo en algo a la vez feculento y mohoso? ¡Pero cuán enorme fue su aprensión cuando más adelante comprendió que esta fuerza, al actuar sobre el mismo vértice de la cabeza, no sólo dañaba al propio cerebro o celebro,—sino que necesariamente apretaba y estrujaba el celebro contra el cerebelo, que era justamente el lugar en que se hallaba el entendimiento!——¡Los Ángeles y los Ministros de la gracia nos amparen!, exclamaba mi padre;—¿acaso puede ningún alma resistir este golpe, esta impresión?—No es de extrañar que el tejido intelectual esté tan desgarrado y cuarteado como lo vemos; y que la mayoría de nuestras mejores cabezas no sean más que una enredada madeja de seda;—que en su interior sólo haya perplejidad y confusión,—tampoco eso es de extrañar. Pero cuando mi padre siguió leyendo y entró en el secreto de que cuando al niño se le daba la vuelta, lo cual era fácil de hacer para un cirujano, y se le sacaba por los pies, —entonces ocurría que, en vez de ser estrujado el celebro contra el cerebelo, era por el contrario el cerebelo el que, sencillamente, se estrujaba contra el celebro, al que no podía dañar en modo alguno:———¡Por todos los cielos!, gritó; el mundo es víctima de una conspiración para acabar con la poca inteligencia que Dios nos ha dado,—y los que profesan el arte de la obstetricia están involucrados en dicha conspiración.—¿Qué más me da a mí la parte de mi hijo que llegue antes al mundo con tal de que todo vaya bien después y de que su cerebelo no sufra ningún daño? Las teorías se caracterizan por el hecho de que, una vez concebidas, todo lo asimilan en provecho de su propia nutrición; y, desde el mismo instante en que se las engendra, todo lo que uno ve, oye, lee o entiende no hace sino fortalecerlas cada vez más. Esto es de gran utilidad. Cuando mi padre llevaba con ésta alrededor de un mes, prácticamente no quedaba ya un solo fenómeno de genio o de estupidez que no estuviera en condiciones de explicar por medio de su teoría;—explicaba ésta el que su hijo mayor fuera el miembro más idiota de toda la familia.——Pobre diablo, decía,—dejó el camino despejado para el talento y la inteligencia de sus hermanos menores.—Desvelaba el porqué de la existencia de cretinos y de cabezas verdaderamente monstruosas,—demostrando a priori que no podía ser de otra forma,—a menos que **** no sé yo qué. Dilucidaba y explicaba maravillosamente las causas de la agudeza del genio asiático, y también ese carácter más etéreo y esa intuición más penetrante de las mentes que habitan en climas más cálidos[116]; pero no mediante aquel razonamiento vulgar y carente de precisión de que allí el cielo es más claro, el sol brilla continuamente, etc.—(motivos que, por cuanto él sabía, podían enrarecer y diluir las facultades del alma hasta reducirlas a nada, si se llegaba a un cierto extremo,—al igual que, si se llega al opuesto en los climas más fríos, se condensan en exceso);——sino que rastreaba la cuestión hasta sus orígenes;—demostraba que, en los climas más cálidos, el tributo que la naturaleza exigía de la parte más bella de la creación era muy leve;—sus placeres eran mayores—y la violencia de sus dolores menor, de manera que la presión y la fuerza sobre el vértice eran tan ligeras que la organización entera del cerebelo quedaba intacta;—y aún es más: no creía que, en un parto normal, un solo hilo de la red pudiera romperse o dislocarse,—de modo que el alma estaba siempre capacitada para comportarse como le viniera en gana. Cuando mi padre había llegado ya hasta aquí,——¡qué torrentes de luz vinieron a arrojar sobre su teoría las diversas inteligencias que recibió acerca del corte cesáreo y de los prominentes genios que habían llegado sanos y salvos al mundo merced a este procedimiento! —Ya lo ve usted, decía, el sensorio no sufre el menor daño;—no se produce presión de la cabeza contra la pelvis;—el cerebelo no se ve impulsado contra el celebro ni por el os pubis, de una parte, ni por el os coxygis, de otra[117];——y dígame, ¿cuáles han sido los dichosos resultados? Pues, señor, nada menos que su queridísimo Julio César, que le dio nombre a la operación;—y su admirado Hermes Trismegisto, que ya nació así incluso antes de que la operación tuviera nombre;—su querido Escipión el Africano; su querido Manlio Torcuato; nuestro Edward Sexto,—quien, de haber vivido, le habría también hecho honor a esta teoría[118].—Ellos, y muchos otros que han figurado a gran altura en los anales de la gloria,—todos ellos, señor, vinieron al mundo de costado. La incisión del abdomen y del útero[119] se pasó seis semanas seguidas correteándole a mi padre por la cabeza;—había leído (y estaba convencido de ello) que las heridas del epigastrio, así como las de la matriz, no eran mortales;—de modo que el vientre de la madre podía abrirse perfectamente para hacerle sitio al niño en su salida.—Una tarde le mencionó la cuestión a mi madre,——solamente de pasada y a guisa de comentario; pero al ver que ella se ponía pálida como la ceniza ante la sola mención[120],—juzgó conveniente (pese a lo mucho que la operación halagaba sus esperanzas) no decir una sola palabra más,—contentándose con admirar a distancia—aquello que, pensaba, era enteramente inútil proponer. Esta era la teoría de Mr Shandy, mi padre; acerca de ella sólo tengo que añadir que mi hermano Bobby le hacía tanto honor (fuera cual fuese el que le hiciera a la familia) como cualquiera de los grandes héroes de que hemos hablado.——Pues como sucediera que no sólo había sido bautizado, como ya les dije a ustedes, sino que también había nacido hallándose mi padre en Epsom;—y que además, siendo el primer hijo que mi madre tenía,—había llegado al mundo con la cabeza por delante;—y que luego había resultado ser un muchacho de inteligencia asombrosamente torpe,—mi padre aprovechaba todas estas circunstancias para sustentar en ellas su opinión; y como la extracción del niño por un extremo había constituido un rotundo fracaso,—estaba decidido a probar por el otro. Esperar conseguir aquello de una mujer, a las que no se desvía fácilmente de sus trillados caminos, era una quimera;—y éste era, en consecuencia, uno de los motivos más poderosos que tenía mi padre para desear el concurso del hombre de ciencia, con quien se podía tratar mejor. De entre todos los hombres del mundo, el doctor Slop era el más idóneo para los propósitos de mi padre;—pues aunque sus recién inventados fórceps eran su arma predilecta y, según él mismo sostenía, el instrumento más seguro para extraer al niño,——parece que, sin embargo, había dejado caer, dispersas, una o dos palabras en su libro favorables, precisamente, a lo que corría por la imaginación de mi padre; —aunque no con la idea de que sacar al niño por los pies equivalía a hacerle un gran beneficio a su alma, como creía mi padre,—sino por razones meramente obstétricas. Esto explicará la coalición de mi padre y el doctor Slop durante la conversación que vendrá a continuación, de la que mi tío Toby, por cierto, no salió demasiado bien parado.—De qué manera un hombre sencillo, sin otra cosa que sentido común, pudo oponerse en una cuestión científica a semejantes aliados,—es algo difícil de imaginar.—Si así lo desean, pueden ustedes hacer conjeturas acerca de ello,—y, ya que sus imaginaciones están en movimiento, pueden ustedes alentarlas a seguir y tratar de descubrir por qué causas y efectos de la naturaleza pudo suceder que mi tío Toby se hiciera un hombre tan modesto por obra y gracia de la herida que recibió en la ingle.—Pueden ustedes inventarse un sistema entero para dar una respuesta al hecho de que yo perdiera la nariz por culpa de un contrato matrimonial;—y mostrarle al mundo cómo pudo acontecer que sobre mí cayera la desgracia de llamarme TRISTRAM, en contra de la teoría de mi padre y de los deseos de toda la familia, Padrinos y Madrinas incluidos.—A éstas y a otras cincuenta cuestiones que todavía están sin desvelar pueden ustedes tratar, por todos los medios a su alcance, de encontrarles una solución,——si tienen tiempo para ello;—pero ya les digo de antemano que será todo en vano, pues ni el sagaz Alquife, el mago de Don Belianís de Grecia, ni la no menos famosa hechicera Urganda, su mujer[121], podrían (de estar aún vivos) acercarse a una distancia de la verdad de menos de una legua. Para una cabal explicación de estas cuestiones, el lector tendrá que hacerse a la idea de esperar hasta el año que viene,—en el que una serie de cosas, del todo inesperadas, le serán reveladas. FIN DEL SEGUNDO VOLUMEN VOLUMEN III[1] LA VIDA Y LAS OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY Multitudinus imperitae non formido judicia; meis tamen, rogo, parcant opusculis——in quibus fuit propositi semper, a jocis ad seria, a seriis vicissim ad jocos transire. ——JOAN. SARESBERIENSIS, Episcopus Lugdun[2]. Capítulo uno ———‘Me gustaría, doctor Slop’ dijo mi tío Toby (expresándole por segunda vez su deseo al doctor Slop y poniendo en la expresión de dicho deseo más énfasis y vehemencia que en la primera ocasión)(3)——‘Me gustará, doctor Slop’, dijo mi tío Toby, ‘que hubiera visto usted los prodigiosos ejércitos que teníamos en Flandes’. El deseo de mi tío Toby jugó una mala pasada al doctor Slop; y lo cierto es que el corazón de aquél jamás albergó intenciones semejantes para con nadie;—pero, en efecto, señor, el deseo de mi tío Toby desconcertó al doctor:—primero fue la confusión la que reinó entre sus ideas; después, ya, el pánico, que las obligó a emprender tal desbandada que el pobre doctor Slop fue incapaz de reagruparlas y hacerlas volver a filas a pesar de los enormes esfuerzos y del despliegue que realizó para lograrlo. En toda discusión,—sea masculina o femenina,—sea cuestión de honor, de beneficios o de amor—(para el caso es lo mismo),—nada es, señora, tan peligroso para el discutidor como un deseo, sobre todo si le llega oblicua e inesperadamente. Por lo general, el medio más seguro y eficaz de amortiguar la fuerza del deseo consiste en que el contendiente al que se le ha expresado el deseo se ponga en pie inmediatamente—y le desee a su vez al deseador algo que tenga más o menos el mismo valor que el primer deseo;—-de esta manera la cuenta queda saldada en el acto y uno vuelve a encontrarse donde estaba;—e incluso a veces, gracias a la devolución del deseo, llega a adquirirse la ventaja del atacante. Todo esto lo verá el mundo, profusamente ilustrado, en mi capítulo de deseos.— El doctor Slop no comprendía la índole de esta defensa;—le tenía confundido y era la causa de que la discusión llevara cuatro minutos y medio interrumpida:—llegar a cinco hubiera sido fatal;—mi padre vio el peligro:—la discusión era una de las discusiones más interesantes del mundo: se debatía ‘si el hijo de sus plegarias y desvelos nacerla sin cabeza o con ella’[5];—aguardó hasta el último instante para darle tiempo al doctor Slop, a quien habla sido expresado el deseo, de que hiciera uso del derecho de devolución; pero al advertir, digo, que el hombre se hallaba muy confundido y que todavía seguía mirando con esos ojos vacuos de perplejidad con que las personas en estado de asombro suelen mirar:—ora hacia el rostro de mi tío Toby,—ora hacia el suyo,—ora hacia arriba,—ora hacia abajo,—ora hacia el este,—ora hacia el estesudes-te, y así sin cesar—(su mirada, perdida, iba bordeando el plinto del friso de la pared desde un extremo al otro de la brújula)[6],—y que, de hecho, se había puesto a contar los tachones de latón que había en el brazo de su sillón,—mi padre pensó que con mi tío Toby no había tiempo que perder y reanudó la conversación del siguiente modo: Capítulo dos ———‘¡Los prodigiosos ejércitos que teníais en Flandes!’— —Hermano Toby, respondió mi padre quitándose la peluca con la mano derecha y sacándose con la izquierda, del bolsillo derecho de la levita, un pañuelo indio, a rayas, a fin de rascarse la cabeza con él mientras discutiera la cuestión con mi tío Toby.— —Bueno; me parece que aquí fue mi padre quien se lo buscó; y les voy a dar a ustedes las razones que tengo para pensar así. Asuntos que en apariencia y por sí solos tenían menos importancia que la cuestión de ‘si mi padre debió haberse quitado la peluca con la mano derecha o con la izquierda’—han dividido a los más grandes reinos y han hecho que las coronas de los monarcas que los gobernaban se tambalearan encima de sus cabezas.—Pero no hace falta que le diga a usted, señor, que son las circunstancias que rodean a las cosas de este mundo las que les confieren su dimensión y su forma;—y por tensarlas o aflojarlas de esta o de aquella manera las cosas son como son:—grandes,—pequeñas,—buenas,—malas,—indiferentes o no indiferentes, según el caso. Dado que el pañuelo indio de mi padre se encontraba en el bolsillo derecho de su levita, no debería haber permitido de ningún modo que su mano derecha se comprometiera: al contrario, en vez de quitarse la peluca con ella, como hizo, debería haberle encomendado enteramente esa tarea a su mano izquierda; y, en ese caso, cuando el natural impulso de rascarse la cabeza que mi padre sintió hubiera solicitado el pañuelo, no tendría más que haber metido la mano derecha en el bolsillo derecho de la levita y haberlo sacado tranquilamente;—es algo que podría haber hecho sin la menor violencia y sin que ni un solo tendón o músculo del cuerpo se hubiera visto obligado a moverse de una manera tosca o desgarbada. En este caso (a menos, en efecto, que mi padre hubiera decidido hacer el ridículo cogiendo forzadamente la peluca con la mano izquierda—o adoptando con el codo o la axila algún que otro ángulo disparatado),—su postura habría resultado grácil,—natural,—espontánea: el mismo Reynolds, que pinta unas figuras tan llenas de gracia, podría haberle hecho un retrato en esa postura[7]. En cambio, de la manera en que mi padre resolvió este asunto,—imagínense ustedes qué figura tan peregrina debió, la suya, de resultar. A finales del reinado de la reina Anne, y a principios del del rey George Primero[8],—‘los bolsillos de las levitas se llevaban muy bajos ya en los faldones’.—No tengo que decir más: —al rey de las travesuras no podría habérsele ocurrido, ni aunque se hubiera pasado un mes cavilando sobre ello, una moda más ingrata para quien se hubiera encontrado en la situación de mi padre. Capítulo tres No era cosa fácil, durante el reinado de ningún rey (a menos que se fuera un súbdito tan delgado como yo), estirar la mano diagonalmente, pasándola por delante del cuerpo, y llegar al fondo del bolsillo del lado opuesto de la levita. —En el año de mil setecientos dieciocho, cuando sucedía todo esto, era tremendamente difícil; tanto que cuando mi tío Toby advirtió los zigzagueos transversales de mi padre al intentarlo, aquello le trajo inmediatamente a la memoria otros zigzagueos, los que él había efectuado ante la puerta de St Nicolas cumpliendo con su deber;—esta idea desvióle tan enteramente la atención del tema sobre el que se estaba discutiendo que llegó a asir la campanilla con la mano derecha para llamar a Trim y ordenarle que fuera por su mapa de Namur, su compás y su baivel a fin de medir los ángulos entrantes de los traveses de aquel ataque,—y concretamente los del parapeto en que él había recibido la herida de la ingle. Pero mi padre frunció el ceño, y al hacerlo pareció como si toda la sangre del cuerpo se le hubiera agolpado en el rostro.—Mi tío Toby desmontó al instante. ———No me había dado cuenta, señor, de que su tío Toby estuviera a lomos de un caballo en ese instante.—— Capítulo cuatro El cuerpo y la mente de un hombre (y lo digo con el mayor respeto hacia ambos) son exactamente como un coleto y su forro; si se arruga el uno,—se arruga el otro. Hay, sin embargo, una cierta excepción a esta regla: cuando se es un hombre tan afortunado[9] como para que a uno le hagan el coleto de tafetán y el forro de gorgorán o de persiana muy fina. Zenón, Cleantes, Diógenes Babilonio, Dionisio Heracléata, Antípatro, Panecio y Posidonio entre los griegos;—Catón y Varrón y Séneca entre los romanos;—Panteno y Clemente Alejandrino y Montaigne entre los cristianos[10]; así como una treintena más de buenas, honradas, despistadas y shandianas personas cuyos nombres no soy capaz de recordar ahora, —todos ellos cuidaron de hacerse los coletos según este modelo:—ya se podía arrugar y doblar, estrujar y plegar, gastar y rozar su parte exterior hasta reducirla a pedazos:—en suma, ya se le podían hacer todas las faenas del mundo——que la parte interior permanecía absolutamente intacta, sin verse afectada en lo más mínimo por los malos tratos dispensados a su vecina. Creo sinceramente que en cierto modo mi coleto también está hecho así:—pues estoy convencido de que jamás ha habido un pobre coleto que se haya visto hostigado en la proporción en que se lo ha visto éste durante los últimos nueve meses[11],—y sin embargo,——en la medida en que puedo ser yo juez de este asunto, me siento capacitado para asegurar que su forro no se encuentra en absoluto estropeado;—al tuntún, a troche y moche, a repique, a tajos y empellones, a golpes por aquí y a golpes por allá, a lo ancho y a lo largo me lo han estado acicalando y arreglando:—si en mi forro hubiera habido la menor gomosidad,—¡por Dios que hace ya tiempo que no quedarían de él más que hilos sueltos! ——¡Señores críticos de la Monthly Review![12] —¿Cómo fueron ustedes capaces de cortarme y desgarrarme así el coleto?—¿Cómo sabían que no iban a destrozarme también el forro? De todo corazón y desde lo más hondo de mi alma les encomiendo a la protección de ese Ser que a ninguno de nosotros hará daño alguno, a ustedes y a sus asuntos.—Que Dios los bendiga a todos.—Lo único, que si el mes que viene a algunos de ustedes les rechinan los dientes, o rabian y se enfurecen por mi causa, como, de hecho, les sucedió a varios ya el pasado MAYO (durante el cual recuerdo que hizo un tiempo muy caluroso),—no se exasperen si de nuevo veo pasar los denuestos y las invectivas junto a mí con calma y con buen humor:—pues estoy decidido a, mientras viva o escriba (cosas que en mi caso vienen a significar exactamente lo mismo), no dirigirle jamás a un caballero honrado una palabra más dura (ni a expresarle un deseo peor) de las que mi tío Toby le dirigió a la mosca que se pasó toda una cena zumbándole alrededor de la nariz:——‘Vete,—vete, pobre diablo’, le dijo,—‘lárgate,—¿por qué habría de hacerte daño? Sin duda este mundo es lo bastante grande para que quepamos los dos en él’. Capítulo cinco Cualquier hombre, señora, que razonara medianamente, al advertir la prodigiosa acumulación de sangre habida en el semblante de mi padre,—por culpa de la cual (ya que, como le dije, pareció como si toda la sangre del cuerpo se le hubiera agolpado en el rostro) debió de enrojecer —hablando pictórica y científicamente— seis tonos y medio, si es que no una octava entera, por encima de su color natural:—cualquier hombre, señora, a excepción de mi tío Toby, que hubiera advertido esto, así como el violento fruncimiento de cejas de mi padre y las extravagantes contorsiones de su cuerpo a lo largo de toda la dificultosa operación,—habría llegado a la conclusión de que el hombre sufría un arrebato de ira; y, tras dar tal cosa por descontada,—si hubiera sido un entusiasta del tipo de armonía que producen dos instrumentos atinados en el mismo tono,—inmediatamente habría hecho subir el suyo hasta alcanzar el diapasón del otro;—y entonces, hasta el mismísimo diablo habríase desencadenado:—la pieza entera, señora, habría sido interpretada como el sexto concierto del Scarlatti de Avison[13]:—con furia[14],—coléricamente.——¡Concededme el don de la paciencia, cielos!——¿Qué tendrán que ver estos con furia,—con strepito,—o cualquier otra expresión tumultuosa con la armonía, señor? Cualquier hombre, digo, señora, a excepción de mi tío Toby (cuya bondad de corazón interpretaba todo movimiento corporal en el sentido más amable que el movimiento en cuestión fuera capaz de admitir), habría llegado a la conclusión de que mi padre estaba furioso y además le habría achacado la culpa de lo sucedido. Pero mi tío Toby no le achacó nada a nadie salvo al sastre responsable de la confección del bolsillo de la levita de mi padre;—y así, permaneció sentado y callado hasta que mi padre hubo sacado el pañuelo, mirándole durante toda la operación con indescriptible cariño.—Finalmente, mi padre continuó de la siguiente manera: Capítulo seis —‘¡Los prodigiosos ejércitos que teníais en Flandes!’ ———Hermano Toby, dijo mi padre, te creo un hombre honrado y con un corazón tan bondadoso y tan recto como jamás Dios haya creado;—y no es culpa tuya si todos los niños que han sido, que puedan ser, que tal vez sean, que habrán de ser, que serán o que deben ser engendrados llegan al mundo con la cabeza por delante:—pero créeme, querido Toby, los accidentes que inevitablemente les acechan: no sólo los que les pueden sobrevenir en el momento de su engendramiento—(que, en mi opinión, bien vale la pena tenerlos en consideración),—sino también todos los peligros y dificultades que acosan a nuestros hijos después de venidos al mundo, son ya bastantes—como para que encima, en el instante de llegar, se los exponga a riesgos enteramente innecesarios.———Estos peligros, dijo mi tío Toby poniéndole una mano sobre la rodilla a mi padre y mirándole fija y gravemente en espera de su respuesta:—estos peligros, ¿son en la actualidad mayores que en tiempos pasados? —Hermano Toby, contestó mi padre, si el niño era bien engendrado, si nacía vivo y lleno de salud y si la madre lograba recuperarse después del alumbramiento,—nuestros antepasados podían darse por más que satisfechos.——Mi tío Toby retiró inmediatamente la mano de la rodilla de mi padre; se reclinó en su sillón con gran suavidad, levantó la cabeza hasta que la sobrepuerta de la habitación entró a formar parte de su campo visual, y entonces, dirigiendo los músculos malares de las mejillas y los orbiculares de los labios de tal manera que pudieran cumplir a la perfección con su deber,—se puso a silbar el Lillabullero. Capítulo siete Mientras mi tío Toby le silbaba el Lillabullero a mi padre,—el doctor Slop daba patadas en el suelo, juraba——y maldecía a Obadiah espantosa y frenéticamente;——escucharle le habría hecho mucho bien a su corazón, señor, y le habría curado para siempre del infame vicio de proferir juramentos. ——En consecuencia, estoy decidido a relatarle a usted la anécdota en su totalidad. Cuando la doncella del doctor Slop le entregó a Obadiah la bolsa de bayeta verde con todos los instrumentos de su señor, le conminó, muy sensatamente, a que pasara la cabeza y un brazo por las asas y cabalgara con aquélla atravesada en bandolera; y así, sin más ni más, le ayudó a deshacer el lazo corredizo a fin de alargar las asas y que él pudiera llevar la bolsa con mayor comodidad. Sin embargo, como esto dejaba en parte desguarnecida la abertura superior, resolvieron, tras parlamentar y para evitar que nada se saliera durante el trayecto de regreso (que Obadiah amenazaba con recorrer a una velocidad de galope escalofriante), volver a hacer el lazo; y, con el mayor cuidado y atención de que ambos eran capaces, habían cogido las dos asas y las habían atado fuertemente (tras cerrar bien la abertura de la bolsa) con media docena de complicados nudos; y para que todo fuera bien seguro, Obadiah los había tensado y apretado, uno por uno, con todas sus fuerzas. Con esto, todas las preocupaciones de Obadiah y la doncella habían quedado disipadas; pero la medida, en cambio, no había podido impedir ciertos males que ni él ni ella habían previsto. Según parece, los instrumentos, al estar la bolsa tan fuertemente atada por su parte superior, gozaban de tanto espacio para moverse, en el fondo (pues la bolsa era de forma cónica), que Obadiah no podía ir ni al trote sin que el tire-tête, los fórceps y la cánula tintinearan con tanto estrépito que, de haber pasado Himen por allí[15], aquel alboroto habría bastado para hacerle salir huyendo del país inmediatamente; pero cuando Obadiah aceleraba la marcha, y se atrevía a abandonar el trote y a espolear a su caballo de tiro para que emprendiera un galope tendido, entonces,—¡por todos los cielos!, el tintineo se hacía en verdad increíble, señor. Como Obadiah tenía mujer y tres hijos,—ni una sola vez se le ocurrió pensar en lo depravada que era la fornicación ni en ninguna otra de las numerosas y funestas consecuencias políticas de aquel tintineo;—tenía, sin embargo, una objeción que ponerle: una objeción que venía a tocarle una fibra muy sensible y que para él era de peso, como lo ha sido a menudo para los mayores patriotas:——‘El pobre hombre, señor, no podía oírse a sí mismo silbar’. Capítulo ocho Como Obadiah prefería la música de viento a toda la demás música instrumental que llevaba consigo,—puso con gran diligencia su imaginación en movimiento con el propósito de idear o inventar algún medio gracias al cual pudiera estar en condiciones de disfrutar de ella. En toda situación apurada (excepto si es musical) cuya resolución depende de la obtención de una cuerdecita,——lo primero que se le viene a la cabeza al hombre que la necesita es la cinta de su sombrero:——la filosofía de esta asociación de ideas es tan evidente—que desdeño adentrarme en ella. Como el de Obadiah era un caso mixto—(fíjense bien, señores,—digo un caso mixto)[16], ya que era obstétrico,—bursá-til, canúlico, papístico,—y en tanto que el caballo de tiro estaba involucrado en él,—caball-ístico,—y sólo en parte musical,—Obadiah no tuvo el menor reparo en valerse del primer recurso que se le ofreció;—de modo que, tras coger la bolsa y los instrumentos, asirlos bien fuerte con una mano, ponerse entre los dientes (ayudándose del índice y el pulgar de la otra mano) un extremo de la cinta del sombrero, y a continuación deslizar una de las susodichas manos hasta la parte central de la mencionada cinta,—lo ató y anudó todo de punta a cabo, bien tirante (como se amarraría un tronco), y les dio a los lazos tantas vueltas y revueltas, y en cada intersección o punto en que las asas se cruzaban hizo un nudo tan complicado,—que el doctor Slop debió de tener, por lo menos, tres quintos de la paciencia del santo Job para deshacerlos.—Creo sinceramente que, de haberse hallado la NATURALEZA en uno de sus momentos buenos y de humor para semejante competición,—y si les hubieran dado la señal de salida a ambos (a ella y al doctor Slop) al mismo tiempo,—creo, repito, que a nadie que hubiera visto la boba en el estado en que la dejó Obadiah—(y que además supiera lo rápida que puede ser la diosa cuando lo considera oportuno) le habría cabido la menor duda—sobre cuál de los dos se habría alzado con la victoria. Mi madre, señora, habría quedado indefectiblemente librada de su peso antes que la bolsa verde de sus ataduras;——le habría sacado una ventaja de por lo menos veinte nudos.——¡Juguete de los accidentes más nimios, Tristram Shandy! ¡Eso eres tú, y siempre lo serás! ¡Si el resultado de esa prueba te hubiera sido favorable (y las apuestas eran de cincuenta a uno a que lo sería),—tus negocios mundanos no se habrían hundido tanto—(al menos no por culpa del hundimiento de tu nariz) como lo han hecho; ni las fortunas de tu casa, ni las ocasiones de hacer otras nuevas (que con tanta frecuencia se te han presentado durante el transcurso de tu vida), se habrían visto abandonadas tan reiterada, tan penosa, tan insulsa, tan irrecuperablemente—como tú te has visto obligado a abandonarlas!——Pero ya todo ha terminado;——todo excepto su narración, que no podrá ser ofrecida a los curiosos hasta que yo haya dejado este mundo. Capítulo nueve Los grandes talentos coinciden: porque en el instante en que el doctor Slop posó la mirada en la bolsa (cosa que no hizo hasta que la discusión acerca del arte de la obstetricia con mi tío Toby se la recordó),—se le ocurrió exactamente la misma idea que a mí.——Gracias a Dios, dijo (para sí), que a Mrs Shandy se le ha puesto muy difícil la cosa;——si no, ya podría dar a luz siete veces seguidas que para cuando hubiera acabado aún no habríamos logrado deshacer ni la mitad de estos nudos.——Pero aquí deben hacer ustedes una distinción:—la idea se limitaba a flotar en la mente del doctor Slop: sin rumbo ni dirección, a la manera de una simple proposición; de las cuales, como bien sabe su señoría, hay millones, a diario, balanceándose plácidamente en medio del sutil jugo del entendimiento de cada ser humano; y no se ven impulsadas ni hacia delante ni hacia atrás hasta que algunas ligeras ráfagas de pasión o de interés las hacen inclinarse hacia uno y otro lado. Un repentino ruido de pisadas en la habitación de arriba, junto a la cama de mi madre, fue lo que le rindió a esta proposición el favor de que estoy hablando. —¡Por todas las desgracias que en el mundo han sido!, dijo el doctor Slop: ¡Como no me dé prisa, llegará el momento y yo aún estaré así! Capítulo diez En el caso de los nudos,—por los que, en primer lugar, quisiera que se entendiera bien que no me refiero a los nudos corredizos—(pues a lo largo de la narración de mi vida y de mis opiniones—mis opiniones acerca de éstos vendrán más a colación cuando hable de los desastres de mi tío abuelo Mr Hammond Shandy,—hombre pequeño—pero de gran imaginación—que estuvo metido hasta el cuello en el asunto de la sublevación del Duque de Monmouth)[17],—y, en segundo lugar, que tampoco me refiero, en concreto, a ese tipo de nudos que se llaman de tejedor:—hacen falta tan poca destreza, tan poca habilidad y tan poca paciencia para deshacerlos que ni siquiera se merecen que emita una opinión acerca de ellos. —Sino que por los nudos de que estoy hablando tengan sus reverencias la bondad de creer que me refiero a buenos, honrados y complicados nudos, tremendamente apretados y hechos bona fide[18], tal como Obadiah hizo los suyos;—nudos en los que no tenga cabida la previsora argucia de doblar los dos extremos de la cuerda para luego volver a hacerlos pasar por el anillo o lazo formado por esta segunda implicación—(cosa que, por lo demás, sólo sirve para que resulte sumamente sencillo correr el lazo y deshacerlos):—espero que ustedes me entiendan[19]. Enfrentado a estos nudos, pues, y a los diversos obstáculos que, con el permiso de sus reverencias, dichos nudos nos ponen en el camino que recorremos a lo largo de nuestra vida,—el hombre que lleve prisa siempre puede sacar el cortaplumas y abrirse paso con él.——Es un error. Créanme, señores, la mejor manera, que tanto la razón como la conciencia recomiendan,—es emplear los dientes o los dedos.—El doctor Slop había perdido los dientes:—durante un difícil parto que había efectuado hacía ya tiempo, su instrumento favorito, mal dirigido o utilizado de forma equivocada en el momento de la extracción, se le había escapado de las manos con tan mala suerte que el mango le había partido tres magníficas piezas, de las mejores que tenía;——probó con los dedos:—¡ay!, tenía las uñas de los dedos, incluso las de los pulgares, recién cortadas.———¡El diablo se lo lleve! No hay manera, gritó el doctor Slop.——El ruido de pisadas en el piso de arriba, junto a la cama de mi madre, iba en aumento.——¡La sífilis se lleve al hombre ese![20] No conseguiré deshacer estos nudos en toda la vida.——Mi madre lanzó un gemido.———Déjenme un cortaplumas,——tendré finalmente que cortar los nudos ***** ¡puf! *** ¡psha! *** ¡Señor! ¡Me he cortado el pulgar hasta el mismísimo hueso!——¡Maldito sea ese hombre!—¡No hay otro partero en cincuenta millas a la redonda—y yo me he quedado impedido!—¡Ojalá colgaran a ese bergante!—¡Ojalá lo fusilaran!—¡Ojalá se lo llevaran todos los demonios del infierno, por zoquete!—— Mi padre sentía un gran respeto por Obadiah y no podía consentir que se le hiciese objeto de semejantes deseos en su presencia;—también sentía un poco de respeto por sí mismo,—e, igualmente, era incapaz de pasar por alto el ultraje a que su dignidad estaba siendo sometida. Si el doctor Slop, en vez de hacerlo en el pulgar, se hubiera cortado en cualquier otra parte del cuerpo,——mi padre habría sido benévolo con él,—su prudencia habría prevalecido; pero tal y como habían sucedido las cosas, estaba decidido a tomar represalias. —En las grandes ocasiones, doctor Slop, las pequeñas maldiciones, dijo mi padre (tras condolerse por el desafortunado accidente), no consiguen sino que malgastemos nuestras energías y despilfarremos la salud de nuestras almas sin obtener nada a cambio.——Lo admito, contestó el doctor Slop.——Son como un perdigonazo, dijo mi tío Toby (interrumpiendo su interpretación silbada del Lillabullero), disparado contra un baluarte.———Sirven, añadió mi padre, para agitar los humores,——pero no para disipar su acritud:—yo, por mi parte, juro o maldigo muy pocas veces—(lo encuentro feo),——pero si caigo inadvertidamente en la tentación, por lo general conservo la suficiente presencia de ánimo (—Exacto, dijo mi tío Toby.) para lograr al menos mis propósitos:——es decir, sigo jurando hasta que me calmo. Un nombre sabio y justo, sin embargo, debería procurar siempre que la expresión, la salida dada a esos humores, fuera proporcionada no sólo con el grado de agitación alcanzado por ellos en su interior,—sino también con el peso y la mala intención de la ofensa que la hubiera suscitado y sobre la que hubiera de recaer.——‘Los insultos siempre proceden del corazón’,—dijo mi tío Toby. —Por esta razón, prosiguió mi padre con seriedad cervantina, guardo el mayor respeto del mundo por aquel caballero que, desconfiando de su propia discreción en lo relativo a este punto, tomó asiento un día y acuñó (con tiempo y con tranquilidad) juramentos adecuados para todos los casos, imaginándose de antemano, desde la más leve hasta la más grave, todas las posibles provocaciones de que podría ser objeto;—y como consideraba justos estos juramentos, y además había comprobado que era capaz de resistirlos, los tenía siempre a mano, listos para hacer uso de ellos, sobre la repisa de la chimenea.——Nunca me imaginé, respondió el doctor Slop, que a nadie pudiera ocurrírsele una cosa así,—mucho menos que la pusiera en práctica. —Perdone usted que le interrumpa,——contestó mi padre; esta mañana le estaba leyendo (que no diciendo) una sarta de ellos a mi hermano Toby mientras se servía el té:—están aquí, en el estante de encima de mi cabeza;—pero, si no recuerdo mal, su violencia es excesiva para un pequeño corte en el pulgar.——En absoluto, dijo el doctor Slop:—ojalá el diablo se lleve a ese hombre.———En ese caso, contestó mi padre, están a su entera disposición, doctor Slop,—con la condición de que los lea usted en voz alta.——Así pues, mi padre se levantó y cogió una fórmula de excomunión de la iglesia romana, copiada (las cosas que mi padre coleccionaba eran sumamente curiosas) del registro de la iglesia de Rochester y escrita por el obispo ERNULFO.—Con gran (y afectada) seriedad en el tono y en el ademán (seriedad que sin duda habría halagado al mismísimo ERNULFO),—se la tendió al doctor Slop.—El doctor Slop se enrolló al pulgar la punta de su pañuelo y, con expresión perversa, aunque sin la menor sospecha de nada, empezó a leer en voz alta lo que viene a continuación.———Mi tío Toby siguió, durante todo el rato en que tuvo lugar la lectura, silbando el Lillabullero con tanta fuerza como fue capaz. Capítulo once Textus de Ecclesiá Roffensi, per Ernulfum Episcopum[21]. CAP. XXV. EXCOMMUNICATIO(22) Ex auctoritate Dei Omnipotentis, Patris, et Filii, et Spiritus Sancti, et sanctorum canonum, sanctaeque et intemeratae Virginis Dei genetricis Mariae, ‘Por la autoridad de Dios Todopoderoso, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y de los santos cánones, y de la inmaculada Virgen María, madre y protectora de nuestro Salvador, —Creo, dijo el doctor Slop dejando caer el texto sobre sus rodillas y dirigiéndose a mi padre, que,—dado que usted ya lo ha leído entero, señor, y tan recientemente, no hay ninguna necesidad de leerlo ahora en voz alta;—y como además el capitán Shandy no parece tener mucho interés en escucharlo,—podría leerlo yo solo y para mí. ——Pero eso contravendría el trato, contestó mi padre;—y además hay en el texto algunas cosas tan verdaderamente extravagantes, sobre todo en la última parte, que lamentaría perderme el placer de una segunda lectura. Al doctor Slop no le gustaba aquello en absoluto,——pero al ofrecerse mi tío Toby en aquel instante a interrumpir sus silbidos y leerlo él.——pensó que tanto le daba leerlo personalmente amparado por los silbidos de mi tío Toby——que permitir que lo leyera éste sin ningún otro sonido que amortiguara las palabras del texto;——de modo que, elevándolo hasta la altura del rostro, y sosteniéndolo paralelamente a él a fin de ocultar tras las hojas su pesar,——siguió leyendo en voz alta lo que sigue,——mientras mi tío Toby silbaba el Lillabullero, si bien no con tanta fuerza como antes. †——Atque omnium coelestium virtutum, angelorum, archangelorum, thronorum, dominationum, potestatum, cherubin ac seraphin, et sanctorum patriarcharum, prophetarum, et omnium apostolorum et evangelistarum, et sanctorum innocentum, qui in conspeau Agni soli digni inventi sunt canticum cantare novum, et sanctorum martyrum et sanctorum confessorum, et sanctarum virginum, atque omnium simul sanctorum et electorum Dei,——Excommunicamus, et an- vel os s athematizamus huno furem, vel os s vel hunc malefactorem, N. N. et a liminibus sanctae Dei ecclesiae sequestramus, et aeternis suppliciis excruciandus, vel i n mancipetur, cum Dathan et Abiram, et cum his qui dixerunt Domino Deo, Recede à nobis, scientiam viarum tuarum nolumus: et sicut aquá ignis extinguitur, sic extinguatur vel eorum lucerna ejus in secula secu- n lorum nisi resipuerit, et ad n satisfactionem venerit. Amen. os Maledicat illum Deus Pater qui hominem creavit! os Maledicat illum Dei Filius qui pro homine passus est! os Maledicat illum Spiritus Sanctus qui in baptismo effusus est! os Maledicat illum sancta crux, quam Christus pro nostrâ salute hostem triumphans ascendit! os Maledicat illum sancta Dei genetrix et perpetua Virgo Maria! os Maledicat illum sanctus Michael, animarum susceptor sacrarum! os Maledicant illum omnes angeli et archangeli, principatus et potestates, omnisque militia coelestis! os Maledicat illum patriarcharum et prophetarum laudabilis numerus! os Maledicat illum sanctus Johannes praecursor et Baptista Christi, et sanctus Petrus, et sanctus Paulus, atque sanctus Andreas, omnesque Christi apostoli, simul et caeteri discipuli, quatuor quoque evangelistae, qui sua praedicatione mundum universum converterunt! os Maledicat illum cuneus martyrum et confessoram mirificus, qui Deo bonis operibus placitus inventus est! os Maledicant illum sacrarum virginum chori, quae mundi vana causa honoris Christi respuenda contempserunt! os Maledicant illum omnes sancti qui ab initio mundi usque in finem seculi Deo dilecti inveniuntur! os Maledicant illum coeli et terra, et omnia sancta in eis manentia! i n n Maledictus sit ubicunque fuerit, sive in domo, sive in agro, sive in viâ, sive in semitâ, sive in silva, sive in aquâ, sive in ecclesiâ! i n Maledictus sit vivendo, moriendo,— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— manducando, bibendo, esuriendo, sitiendo, jejunando, dormitando, dormiendo, vigilando, ambulando, stando, sedendo, jacendo, operando, quiescendo, mingiendo, cacando, flebotomando! i n Maledictus sit in totis viribus corporis! i n Maledictus sit intus et exterius! i n Maledictus sit in capillis! i n Maledictus sit in cerebro! i n Maledictus sit in vertice, in temporibus, in fronte, in auriculis, in superciliis, in oculis, in genis, in maxillis, in naribus, in dentibus, mordacibus sive molaribus, in labiis, in guttere, in humeris, in harnis, in brachiis, in manubus, in digitis, in pectore, in corde, et in omnibus interioribus stomacho tenus, in renibus, in inguinibus, in femore, in genitalibus, in coxis, in genebus, in cruribus, in pedibus, et in unguibus! i n Maledictus sit in totis compagibus membrorum, a vértice capitis, usque ad plantam pedis!—Non sit in eo sanitas! os Maledicat illum Christus Filius Dei vivi toto suae majestatis imperio. ‡‘Por la autoridad de Dios Todopoderoso, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y de la inmaculada Virgen María, madre y protectora de nuestro Salvador, y de todas las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, potestades, querubines y serafines, y de todos los santos patriarcas, profetas, de todos los apóstoles y evangelistas, y de los santos inocentes, que a los ojos del santo Cordero son dignos de cantar la canción nueva, de los santos mártires y de los santos penitentes, y de las santas vírgenes, y de todos los santos, junto con los elegidos de Dios, que’ (Obadiah) ‘se condene’ (por haber hecho estos nudos).——‘Lo excomulgamos y anatematizamos, y de los umbrales de la santa iglesia de Dios Todopoderoso lo apartamos, para que sea atormentado, vendido y entregado junto con Datan y Abirón[23] y junto con aquellos que a nuestro Señor Dios le dicen: Aléjate de nosotros, nada queremos saber de Ti. Y al igual que el fuego se apaga con agua, así su luz se apague por siempre jamás si no se arrepiente’ (Obadiah, de los nudos que ha hecho) ‘y ofrece reparación’ (por ellos). ‘Amén’. —‘Que el Padre, que creó al hombre, lo maldiga.——Que el Hijo, que por nosotros padeció, lo maldiga.——Que el Espíritu Santo, que nos fue dado en el bautismo, lo maldiga (a Obadiah).——‘Que la santa cruz, a la que Cristo ascendió por nuestra salvación venciendo a sus enemigos, lo maldiga’. —‘Que la santa y eternamente Virgen María, madre de Dios, lo maldiga.——Que San Miguel, defensor de las santas almas, lo maldiga.——Que todos los ángeles y arcángeles, poderes y potestades, y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan’. [—Nuestros ejércitos de Flandes juraban espantosamente, exclamó mi tío Toby,—pero aquello no era nada comparado con esto.—En lo que a mí respecta, no tendría coraje para maldecir así ni a un perro.] —‘Que San Juan el precursor y San Juan Bautista[24], y San Pedro y San Pablo, y San Andrés, y todos los demás apóstoles de Cristo, lo maldigan al unísono. Y que el resto de sus discípulos y los cuatro evangelistas, que con sus predicaciones convirtieron al mundo universal, y la santa compañía de mártires y penitentes, a los que por sus santas obras Dios Todopoderoso encuentra dignos de Sí, lo maldigan’ (a Obadiah). —‘Que el santo coro de santas vírgenes, que por amor a Cristo han despreciado y renunciado a todas las cosas del mundo, lo maldigan.——Que todos los santos que desde el principio del mundo hasta el tiempo imperecedero Dios ha amado, que todos lo maldigan.——Que los cielos y la tierra, y todas las cosas santas que en ésta quedan, lo maldigan: a él’ (a Obadiah) ‘o a ella’ (o a quienquiera que haya tenido parte en estos nudos). —‘Maldito sea’ (Obadiah) ‘allí donde esté,——tanto en la casa como en la cuadra, en el huerto como en los campos, en el camino real o en el sendero, en el bosque, en el agua o en la iglesia.—Maldito sea en la vida como en la muerte’. [Aquí mi tío Toby, aprovechando una mínima de la segunda barra de su tonada, dejó suspendido su silboteo en una sola nota prolongada, que duró hasta el final del párrafo,——mientras la sarta de maldiciones del doctor Slop la acompañaba a la manera de un bajo continuo.] ‘Maldito sea cuando coma y cuando beba, cuando tenga hambre y cuando tenga sed, cuando ayune, cuando duerma y cuando dormite, cuando ande y cuando esté parado, cuando esté sentado y cuando esté tumbado, cuando trabaje y cuando descanse, cuando mee y cuando cague, ¡y cuando sangre también!’ —‘¡Malditas le sean todas las facultades del cuerpo!’ (a Obadiah). —‘Maldito sea interior y exteriormente.——Maldito sea el cabello de su cabeza.——Malditos sean sus sesos y su vértice’ (—Terrible maldición es esa, dijo mi padre), ‘sus sienes, su frente, sus orejas, sus cejas, sus mejillas, sus mandíbulas, sus fosas nasales, sus dientes y sus muelas, sus labios, su garganta, sus hombros, sus muñecas, sus brazos, sus manos, sus dedos’. —‘Malditos sean su boca, su pecho, su corazón y sus demás interioridades, hasta el mismísimo estómago’. —‘Malditos sean sus riñones y sus ingles’ (—El Dios del cielo lo prohíba, dijo mi tío Toby),——‘sus muslos, sus genitales’ (Mi padre movió la cabeza de un lado a otro, no sé si en señal de dolor o de desaprobación), ‘y sus caderas, sus rodillas, sus piernas, sus pies y las uñas de los dedos de dichos pies’. —‘Malditas sean todas las junturas y articulaciones de sus miembros, que desde la coronilla de su cabeza hasta las plantas de sus pies no haya salud en él’. —‘Que Cristo, el Hijo de Dios vivo, con toda la gloria de su Majestad,——’ [——Aquí mi tío Toby, echando la cabeza hacia atrás para tomar aliento, lanzó un monstruoso, larguísimo y potentísimo Fiu—uu—uu——, que quedó más o menos a mitad de camino entre el silbido sustitutivo de la interjección ¡Caray! y la palabra misma[25].—— ——Por las doradas barbas de Júpiter,—y por las de Juno (si su graciosa majestad las hubiera tenido), y por las barbas del resto de sus queridísimas deidades paganas, que, dicho sea de paso, no serian precisamente pocas si tenemos en cuenta las barbas de los dioses celestiales y las de los dioses aéreos y acuáticos,—y eso para no hablar de las barbas de los dioses urbanos y de los dioses rurales, o de las de las diosas celestiales, sus queridísimas esposas, o de las de las diosas infernales, sus queridísimas rameras y concubinas (caso de que las tuvieran)[26];——todas estas barbas, como me cuenta Varrón[27], y da su palabra de honor, alcanzaban juntas, en todo el universo pagano, la cifra de no menos de treinta mil barbas reales;——y cada una de estas barbas exigía el derecho y el privilegio de que se golpeara y jurara por ella:—así pues, por todas estas barbas juntas,——juro y declaro que habría dado (por lo menos tan gustosamente como Cide Hamete ofreciera el suyo)[28] el mejor de los dos miserables balandranes que poseo——por haber estado presente en aquel momento y haber oído el acompañamiento de mi tío Toby.] ——et insurgat adversus illum coelum cum omnibus virtutibus quae in eo moventur ad damnandum eum, nisi penituerit et ad satisfactionem venerit. Amen. Fiat, fíat. Amen. ———‘Lo maldiga’, prosiguió el doctor Slop,—‘y que el cielo, con todas las potestades que lo habitan, se levante contra él’ (contra Obadiah), 1o maldiga y lo condene’ (a Obadiah) ‘si no se arrepiente y ofrece reparación. Amén. Así sea,—así sea. Amén’. —Les aseguro, dijo mi tío Toby, que mi corazón no sería capaz de maldecir con tanta amargura ni al mismísimo diablo.——Pues él es el padre de las maldiciones, respondió el doctor Slop.———Pero yo no, contestó mi tío.———Pero él ya está maldito y condenado para toda la eternidad,——replicó el doctor Slop. —Pues lo lamento, dijo mi tío Toby. El doctor Slop tomó aire, y ya se disponía a devolverle a mi tío Toby el cumplido de su Fiuuuuu o silbido interjeccional—cuando, al abrirse violentamente la puerta (no en el próximo capítulo, sino en el siguiente),—la cuestión tocó a su fin. Capítulo doce Bien; ahora, nada de darnos aires. Y nada de pretender que los juramentos que nos gastamos por estas tierras nuestras de libertad son auténticamente nuestros; ni de pensar que, por el hecho de que nos atrevamos a utilizarlos,—hemos tenido también el ingenio necesario para inventarlos. En este mismo instante me voy a encargar de demostrarle que no es así a quien lo desee, con excepción de a los connoisseurs[29];—aunque a los únicos que aquí pongo objeciones es a los connoisseurs en juramentos,—al igual que, según el caso, sólo se las pondría a los connoisseurs en pintura, etc., etc. Todos ellos van tan peripuestos, tan emperifollados y tan enfetichados con los abalorios y chucherías de la crítica,—o (para dejarnos de metáforas, lo cual, por cierto, es una lástima —habida cuenta de que ésta mía la conseguí nada menos que en las costas de Guinea)[30] —digamos que tienen la cabeza tan infestada de reglas y compases, y que están tan obstinada y perpetuamente dispuestos a aplicarlos en todas las ocasiones, que a una obra genial más le valdría irse al diablo de una vez por todas que tratar de mantener valerosamente el tipo hasta que ellos, a fuerza de pinchazos y demás tormentos, le dieran muerte. ——¿Y qué tal recitó Garrick el monólogo anoche?[31] ——¡Oh, contraviniendo todas las reglas, mi lord!—¡No cesó de atentar contra la gramática! Entre el sustantivo y el adjetivo, que deben concordar en número, género y caso, hacía pausas, así:——deteniéndose como si la regla precisara confirmación;—y a lo largo del epílogo dejó suspendida la voz una docena de veces entre el caso nominativo y el verbo, cuando todo el mundo sabe, y su señoría mejor que nadie, que el primero rige al segundo; y cada vez la dejó suspendida, milord, durante tres segundos y tres quintas: ¡de cronómetro!—(¡Admirable gramático!)——Pero, al dejar suspendida la voz,—¿quedó asimismo suspendido el sentido? ¿Ni su actitud ni su semblante expresaron nada que llenara el hiato?—Su mirada, ¿estaba callada, no decía nada? ¿Se fijó usted bien?——En lo único que me fijé fue en el cronómetro, milord.—(¡Excelente observador!) —¿Y qué hay de ese nuevo libro del que todo el mundo habla sin parar?———¡Oh, carece de toda medida, milord! ——¡Algo enteramente irregular!—De los cuatro ángulos de las esquinas, ni uno solo era recto.—Llevaba en el bolsillo, milord, el compás, la regla y lo demás.—(¡Excelente crítico!)[32] ——Y en cuanto al poema épico que su señoría me pidió que examinara,—le tomé la longitud, la anchura, la altura y la profundidad, y al confrontar las medidas en casa con la precisa escala de Bossu[33],—descubrí, milord, que todas y cada una de las dimensiones eran inadecuadas.—(¡Admirable connoisseur!) ——¿Y entró usted, a la vuelta, a echarle un vistazo a ese grandioso cuadro?——¡Es una mamarrachada, y bien triste! Milord: ¡no se respeta el principio piramidal en un solo grupo!—¡Y qué precio!—El colorido del Tiziano,—la expresión de Rubens,—la gracia de Rafael,—la pureza del Dominichino,—el corregismo del Corregio,—la sabiduría de Poussin,—las atmósferas del Guido,—el gusto de los Carrachi,—el grandioso trazo de Ángel,—todo ello brilla por su ausencia[34].—(¡Oh, cielos, concededme vosotros el don de la paciencia!—De todas las jerigonzas que se hablan en este mundo jerigonzante,—aunque tal vez la de la hipocresía sea la peor de todas,—¡la jerigonza de la crítica es, sin duda, la más pesada!) Recorrería cincuenta millas a pie (pues no dispongo de un caballo lo suficientemente bueno como para cabalgar en él) para besarle la mano al hombre cuyo generoso corazón pusiera en manos del autor las riendas de su imaginación;—al hombre que experimentara placer sin saber por qué y no le interesara averiguarlo. ¡Gran Apolo! Si estás de humor para dármelo,—dame,—no pido más, un destello de humor indígena, y haz que vaya acompañado de una chispa de tu propio fuego;—y si puedes prescindir de él, manda a Mercurio, junto con la regla, el compás y mis felicitaciones, a——mejor será que me calle adonde[35]. Bien: me encargaré ahora de demostrarle a cualquiera que no sea un connoisseur——que la totalidad de juramentos e imprecaciones que hemos estado lanzando a los cuatro vientos durante los últimos doscientos cincuenta años no tienen nada de originales;—a excepción de ¡Por el pulgar de San Pablo!—y ¡Por la carne (o ¡Por el pescado) de Dios!, que eran juramentos monárquicos[36] y que, teniendo en cuenta quiénes los inventaron, no estaban del todo mal (y además, poco importa en el juramento de un rey si la carne es carne o es pescado);—aparte de éstos, digo, no hay un solo juramento, o al menos no hay una sola maldición, que no sea copia (eso sí, hecha mil veces con un matiz diferente en cada una) de las de Ernulfo; pero, como todas las copias, ¡qué lejos quedan del espíritu y la fuerza del original!—Se considera un juramento que no está mal—(y, aislado, suena muy bien)—’Que D—s te maldiga’[37].—Ponedlo junto a la fórmula de Ernulfo:—’Que Dios Todopoderoso, el Padre, te maldiga,—que Dios, el Hijo, te maldiga,—que Dios, el Espíritu Santo, te maldiga’,—y ya veis que se queda en nada.—En los juramentos y maldiciones de Ernulfo hay un cierto orientalismo al que nosotros no podemos aspirar: además, su inventiva es mucho más rica,—está mucho más poseído de los atributos y excelencias del jurador,—y su conocimiento del esqueleto humano, de sus membranas, de sus nervios, de sus ligamentos, de sus junturas y de sus articulaciones era tan profundo que,—cuando Ernulfo maldecía,—no había parte del cuerpo que se librara.—Cierto que su estilo tiene algo de dureza,—y que, como al de Miguel Ángel, le falta gracia,—pero en cambio, ¡tiene tantísimo sabor! Mi padre, que por lo general veía las cosas desde un ángulo muy distinto del del resto de la humanidad,——no admitía, después de todo, que el texto de Ernulfo fuera el original.—Consideraba que su anatema era, más bien, una especie de instituía del juramento, en la que Ernulfo (sospechaba), tras algún pontificado más blando e indulgente durante el cual el arte de jurar habría estado en decadencia, habla recopilado con gran diligencia y aplicación (por orden del papa sucesor) todas las leyes del mencionado arte;—por la misma razón que Justiniano, en la decadencia del imperio, le ordenó a su canciller Triboniano reunir en un código o compendio todas las leyes romanas o civiles,—a fin de que el orín del tiempo—y el fatal destino que aguarda a cuanto está encomendado a la tradición oral no acabaran con ellas para siempre[38]. Por este motivo mi padre aseguraba a menudo que no había un solo juramento, desde el gran y tremebundo juramento de William el Conquistador (¡Por el esplendor de Dios!)[39] hasta el más bajo juramento de un basurero (¡Malditos sean tus ojos!), que no se encontrara ya en Ernulfo.——En suma, añadía,—desafío a cualquiera a jurar fuera de ese texto. La hipótesis es, como la mayoría de las de mi padre, singular además de ingeniosa;—y no tengo ninguna objeción que ponerle, a excepción de que invalida las mías. Capítulo trece ——¡Alma mía bendita!—¡La pobre señora está a punto de perder el conocimiento!,—y se le han ido los dolores,—y las gotas medicinales se nos han terminado,—y la botella de julepe se nos ha roto,—y la nodriza se ha cortado en un brazo,—(—¡Y yo en el pulgar!, exclamó el doctor Slop) y el niño sigue estando donde estaba, prosiguió Susannah,—y la partera se ha caído hacia atrás y se ha dado con el bordillo de la chimenea, ¡y se ha pegado un golpe en la cadera que la tiene más negra que el sombrero de usted!——Iré a echarle un vistazo, dijo el doctor Slop.——No hace falta ya, respondió Susannah;—mejor sería que le echara usted el vistazo a la señora,—pero antes la partera querría darle a usted un informe detallado de cómo van las cosas, y le ruega que suba en seguida a hablar con ella. La naturaleza humana es siempre igual en todas las profesiones: Al doctor Slop se le acababa de preterir en favor de la partera.—Y aún no lo había digerido.——No, contestó el doctor Slop, sería más correcto que, si me quiere ver, fuera la partera quien bajara aquí.——Me gusta la subordinación, dijo mi tío Toby;—de no haber sido por ella, no sé yo, después de la toma de Lisie, qué habría sido de la guarnición de Gante durante la insurrección que tuvo lugar el año Diez por falta de pan[40].——Y yo no sé, contestó el doctor Slop (parodiando la caballuna reflexión de mi tío Toby, si bien su respuesta era igualmente caballuna),——capitán Shandy, qué habría sido de la guarnición de ahí arriba durante la insurrección y confusión que hasta este mismo instante imperan en esta casa de no haber sido por la subordinación de los índices y los pulgares a los *******;——la aplicación de los cuales, señor, viene tan â propos[41] tras este accidente mío que, sin su concurso, el corte de mi pulgar lo habría lamentado la familia Shandy durante tanto tiempo como la susodicha familia Shandy siguiera llamándose así. Capítulo catorce Volvamos a los *******——del último capítulo. Uno de los recursos más singulares de la elocuencia es (o al menos lo era cuando la elocuencia estaba en auge y florecía en Atenas y en Roma, y lo seguiría siendo ahora si los oradores llevaran manto) no mencionar el nombre de una cosa cuando se lleva encima la cosa en cuestión, in petto[42], lista para sacarla y hacerla aparecer en el lugar y momento deseados: un escaro[43], un hacha, una espada, un jubón manchado de sangre, un yelmo herrumbroso, una urna con libra y media de cenizas o un tarro de pepinillos de penique y medio;—pero, por encima de todo, un tierno infante regiamente ataviado.—Aunque lo cierto es que si el niño era demasiado pequeño, y el discurso tan largo como la segunda Filípica de Tully[44],—aquel, sin duda alguna, debía de hacerse caca en el manto del orador.—Y si estaba ya demasiado crecidito, —entonces debía de dificultarle los movimientos y ser lo suficientemente engorroso——como para conseguir que el orador perdiera, por culpa del niño, casi tanto como pudiera obtener gracias a él.—Pero en cambio, si el orador político encuentra a un niñito de la edad precisa,—esconde al BAMBINO bajo su manto con tanto arte y astucia que ningún mortal sea siquiera capaz de percibir su olor,—y lo saca en el momento crítico con tanta habilidad que nadie pueda decir de dónde ha salido ni cómo,—entonces, ¡oh, señores!, ese orador ha hecho maravillas:—ha abierto las compuertas de par en par, ha enloquecido a los presentes, ha hecho tambalearse los principios todos y ha dejado confundida a la escena política de media nación. Hazañas de este tipo, sin embargo, no pueden llevarse a cabo más que en los estados o épocas, digo, en que los oradores llevan manto;—y además, hermanos míos, han de ser mantos bien largos, de unas veinte o veinticinco yardas de buena tela de color púrpura, superfina y que se pueda vender a buen precio,—con amplios pliegues y ondulantes dobleces: un modelo bien elegante.—Todo lo cual muestra bien a las claras, con el permiso de sus señorías, que la decadencia de la elocuencia, y el hecho de que sirva de tan poco hoy en día, tanto en la casa como en la vía pública, se debe únicamente a la moda de las levitas cortas y al desuso de las calzas anchas[45].—Debajo de nuestros calzones, señora, no puede esconderse nada que valga la pena enseñar. Capítulo quince El doctor Slop estuvo en un tris de ser una excepción a toda esta argumentación: pues acertando a tener su bolsa de bayeta verde encima de las rodillas en el momento de ponerse a parodiar a mi tío Toby,—pensó que en verdad aquello podría hacerle las veces del mejor manto del mundo; y, a este efecto, cuando previo que la frase terminaría con sus recién inventados fórceps, metió la mano en la bolsa a fin de tenerlos ya bien agarrados y poderlos sacar en el momento preciso, justo cuando sus reverencias acusaron tanto lo de los *******. Y de haberle salido bien la operación,—sin duda mi tío Toby habría quedado aniquilado: en ese caso, la frase y el argumento habrían coincidido exactamente en un mismo punto, como las dos líneas que forman el ángulo saliente de un rebellín;—la posición del doctor Slop habría sido tan ventajosa—que mi tío Toby antes hubiera emprendido la huida que tratado de derrocarle por la fuerza. Pero el doctor Slop tuvo que buscar los fórceps durante tanto rato antes de dar con ellos—que todo el efecto quedó anulado, y, lo que aún era diez veces peor (porque las desgracias, en esta vida, casi nunca vienen solas), al sacar finalmente los fórceps, éstos, desgraciadamente, arrastraron la cánula consigo en su salida. Cuando una proposición puede entenderse de dos maneras diferentes,—las reglas de la discusión estipulan que el que ha de responder tiene derecho a contestar según la que prefiera de las dos o según la que le parezca más conveniente para sus fines.—Esto puso todas las ventajas del argumento de parte de mi tío Toby,——¡Buen Dios!, exclamó mi tío Toby; ¿pero es que a los niños se los trae al mundo mediante una cánula? Capítulo dieciséis ——Por mi honor, señor mío, me ha arrancado usted entera, con sus fórceps, la piel del envés de las dos manos, gritó mi tío Toby;—y además me ha machacado los nudillos, me los ha hecho papilla. —Ha sido culpa suya, dijo el doctor Slop;—usted debería haber apretado bien los dos puños como si fueran la cabeza de un niño y haberlos mantenido firmes, ya se lo dije.——Así lo he hecho, contestó mi tío Toby.——Entonces es que las puntas de los fórceps no estaban suficientemente ensebadas o que hay que ajustar más el roblón;—o, si no, que el corte del pulgar me ha hecho obrar de manera un poco torpe,—o, posiblemente,———Menos mal, dijo mi padre interrumpiendo la retahíla de posibilidades,—que el experimento no se ha hecho por primera vez con la cabeza de mi hijo.———Le advierto que la cosa no habría ido peor en modo alguno, contestó el doctor Slop. —Yo sostengo, dijo mi tío Toby, que le habría partido el cerebelo (a menos, en efecto, que hubiera tenido el cráneo tan duro como una granada) y se lo habría dejado hecho puré. —¡Bah!, replicó el doctor Slop; la cabeza de un niño es, naturalmente, tan blanda y tierna como la carne de una manzana;—las suturas ceden,—y, además, podría perfectamente haberlo sacado por los pies a continuación.——Usted no: eso me incumbe a mí, dijo ella.——Preferiría que lo hicieran de ese modo desde el principio, dijo mi padre. —Sí, hagan el favor, añadió mi tío Toby. Capítulo diecisiete ——Y dígame, buena mujer: en definitiva: ¿se compromete usted a asegurar que no puede tratarse de la cadera del niño, sino que sin duda se trata de su cabeza?——Sin duda alguna es la cabeza, respondió la partera. —Porque, continuó el doctor Slop (volviéndose hacia mi padre), tan seguras en sus afirmaciones como suelen creerse estas señoras,—se trata de un detalle muy difícil de saber con certeza,—y, en cambio, es de vital importancia saberlo;—porque, señor, si se confunde la cadera con la cabeza,—existe la posibilidad (si el niño es chico, varón) de que los fórceps *****************************************************************. —Cuál era la posibilidad que existía es algo que el doctor Slop le susurró en voz muy baja a mi padre, y a mi tío Toby a continuación.——Si es la cabeza, añadió, tal peligro no existe.——Ciertamente no, dijo mi padre;—pero si la posibilidad de que me ha hablado se convierte en un hecho en la cadera,—le podría usted arrancar, ya, tranquilamente, la cabeza también. —Es moralmente imposible que el lector entienda esto,—pero bastó con que lo entendiera el doctor Slop;—tomó su bolsa de bayeta verde, cruzó (todavía calzado con los escarpines de Obadiah) la habitación hasta llegar a la puerta con un paso muy ligero para un hombre de sus proporciones,—y entonces la buena y anciana partera lo condujo hasta los aposentos de mi madre. Capítulo dieciocho —Hace sólo dos horas y diez minutos,—ni uno más, —gritó mi padre mirando su reloj, que llegaron Obadiah y el doctor Slop;—y no sé a qué se debe, hermano Toby,—pero a mi imaginación le parecen casi una eternidad. —Aquí tiene usted:—se lo ruego, señor, tome usted mi gorro de bufón;—y no sea tímido: tome usted también el cascabel que lleva colgado, y también las zapatillas, para completar el conjunto.—— Ahora, señor, todas estas prendas están a su entera disposición; incluso se las regalo con una condición: con la de que en este capítulo me preste usted la mayor atención posible. Aunque mi padre dijo ‘que no sabía a qué se debía”,—lo cierto es que sabía perfectamente a lo que se debía;—y, en el momento de decirlo, estaba ya predeterminado a explicárselo con todo lujo de detalles a mi tío Toby en una disertación metafísica sobre el tema de la duración y sus modos simples[46], mediante la cual le mostraría por qué mecanismos y extrañas mediciones temporales del cerebro se había producido el fenómeno de que la rápida sucesión de ideas, y los continuos saltos de un tema a otro en la conversación desde que el doctor Slop había entrado en la habitación, hubieran hecho alargarse de manera tan inconcebible un periodo de tiempo tan reducido.———No sé a qué se debe,—gritó mi padre,—pero parecen una eternidad. ———Se debe enteramente, dijo mi tío Toby, a la sucesión de nuestras ideas. Mi padre, que tenía en común con los demás filósofos la manía de razonar acerca de todo cuanto aconteciera (y de, además, darle una explicación),—se las había prometido muy felices ante la perspectiva de un discurso sobre la sucesión de las ideas, y no había albergado la menor aprensión a que mi tío Toby se lo arrebatara de las manos, pues éste (¡buen hombre!) solía tomar las cosas tal como venían;—y, de todos los hombres del mundo, era el que menos quebraderos daba a su cabeza con pensamientos abstrusos;—las ideas de espacio y tiempo,—o de qué manera adquiríamos esas ideas,—o de qué material estaban hechas,—o si nacían con nosotros o por el contrario las recibíamos más adelante, durante la marcha,—o si las adquiríamos ya en pañales o bien no hasta que nos poníamos calzones,—junto con otros mil interrogantes y controversias acerca de la INFINITUD, la PRESCIENCIA, la LIBERTAD, la NECESIDAD y demás, por mor de cuyas desesperantes e inalcanzables explicaciones tantas cabezas excelentes se han roto o trastornado,—jamás le habían hecho el menor rasguño a la de mi tío Toby; mi padre lo sabía,—y no fue menor su sorpresa que su decepción ante la fortuita solución de mi tío a su problema. —¿Entiendes tú la teoría relativa a esta cuestión?, respondió mi padre. —En absoluto, dijo mi tío. ———Pero supongo que algunas ideas tendrás, dijo mi padre, acerca de lo que has dicho, ¿no?— —No más de las que tiene mi caballo al respecto, contestó mi tío Toby. —¡Dios del cielo!, exclamó mi padre poniendo los ojos en blanco y dando una palmada de exasperación con ambas manos;—tu sincera y honrada ignorancia, hermano Toby, acaba por tener mérito en verdad: tanto—que casi sería una lástima sustituirla por conocimientos.—Pero te diré: —Para entender bien lo que es el tiempo, sin lo cual nunca podremos comprender la infinitud, habida cuenta de que lo uno es una porción de lo otro,—tenemos que ponernos a pensar seriamente cuál es nuestra idea de la duración; y para dar una explicación satisfactoria de este concepto, tenemos que averiguar de qué manera lo hemos adquirido.——¿Y qué le importa eso a nadie?, dijo mi tío Toby. —(47) Porque si vuelva la mirada hacia el interior de tu mente, prosiguió mi padre, y observas atentamente, advertirás, hermano, te darás cuenta de que, mientras tú y yo hablamos, y pensamos, y fumamos nuestras pipas; o mientras nuestras mentes están recibiendo sucesivas ideas, sabemos que existimos, y de ese modo apreciamos la existencia, o la permanencia de nuestras propias existencias, o cualquier otra cosa conmensurativa de la sucesión de ideas, cualesquiera que sean, de nuestras mentes; nuestra propia duración o cualquier otra cosa que coexista con nuestro pensamiento;—de tal forma que, según esta hipótesis preconcebida———¡No entiendo ni una palabra y me estás armando un lío!, gritó mi tío Toby. ———A esto se debe, replicó mi padre, el que, en nuestro cómputo del tiempo, estemos tan acostumbrados a manejarnos con minutos, horas, semanas y meses,—y relojes (ojalá no hubiera un solo reloj en todo el reino)[49] cuando queremos medir las diversas partes de nuestro tiempo y del de nuestros allegados;—y lo estamos tanto que será una bendición del cielo si en el futuro nuestra sucesión de ideas sigue sirviéndonos de algo todavía. —Bien, continuó mi padre; tanto si nos damos cuenta de ello como si no, en la cabeza de todo hombre en su sano juicio hay una sucesión regular de ideas, de uno u otro tipo, que se siguen en cadena las unas a las otras exactamente como———¿Un tren de artillería?, dijo mi tío Toby[50]. ———¡Como la cadena de notas que emite un violín!,—dijo mi padre,—que en el interior de nuestras mentes se siguen y suceden las unas a las otras a cierta distancia, exactamente como las imágenes de una linterna mágica, que van cambiando por medio del calor que desprende una vela.——Te comunico, dijo mi tío Toby, que las mías son más bien como las de un torno de asador del tipo de los que se mueven gracias al humo.——Entonces, hermano Toby, no tengo nada más que decirte sobre el tema, dijo mi padre. Capítulo diecinueve —¡Qué gran coyuntura se echó a perder aquí!:—mi padre, en uno de sus mejores momentos explicativos,—ardorosamente lanzado en persecución de una buena presa metafísica, adentrándose, incluso, por aquellas regiones en las que pronto las densas nubes y las espesas tinieblas habrían envuelto a sus teorías;—mi tío Toby, más y mejor dispuesto a escucharle que nunca:——con la cabeza como un torno de asador accionado por humo—¡el cañón lleno de hollín y las ideas dando vueltas y más vueltas en su interior, todas ellas ofuscadas y ennegrecidas por sustancias fuliginosas!—¡Por la tumba de Luciano![51] (si es que existe cosa tal;—si no), bueno, ¡por sus cenizas!) ¡Por las cenizas de mi querido Rabelais! ¡Por las de mi queridísimo Cervantes!——¡La conversación de mi padre y mi tío Toby acerca del TIEMPO y la ETERNIDAD—era una conversación enormemente apetecible: era muy de desear! Y, al ponerle fin (como hizo) la petulancia de mi padre, privó al tesoro Ontológico de una joya tan impar que probablemente ni la mayor coalición de grandes ocasiones y grandes hombres sea capaz de proporcionarle una parecida——jamás. Capítulo veinte Aunque mi padre persistió y perseveró en su decisión de no proseguir la conversación,—no pudo, sin embargo, quitarse de la cabeza el torno de asador de mi tío Toby, —que ya desde un principio había provocado su irritación;—algo en el fondo de la comparación llamaba insistentemente a las puertas de su imaginación; de modo que, apoyando un codo sobre la mesa y reclinando el lado derecho de la cabeza sobre la palma de la mano correspondiente—(y tras clavar la mirada en el fuego),—se puso a conversar consigo mismo y a filosofar acerca de ello: pero sus ánimos se encontraban tan extenuados por la fatigosa tarea de explorar nuevas extensiones de terreno y por el prolongado esfuerzo a que se habían visto sometidas sus facultades para atender a la enorme variedad de temas que se habían ido sucediendo a lo largo de la conversación——que la idea del torno de asador no tardó en volver de revés (o, dicho de otro modo, en poner patas arriba) el resto de sus ideas:—y se quedó dormido antes casi de saber acerca de qué estaba pensando realmente. En cuanto a mi tío Toby, su torno de asador no había llegado a dar una docena de revoluciones cuando también quedóse dormido.—La paz sea con ambos.—El doctor Slop está muy atareado con la partera y con mi madre en el piso de arriba.—Trim se halla ocupado en convertir un par de botas de gran tamaño en dos morteros que él y mi tío Toby piensan utilizar el próximo verano durante el asedio de Messina[52],—y en este preciso instante está haciéndoles los fogones con la punta de un atizador candente.—Todos mis héroes se me han ido de las manos;—es la primera vez que tengo un segundo de respiro,—y voy a aprovecharlo para escribir el prefacio. PREFACIO DEL AUTOR No, no voy a decir una sola palabra acerca de él,——aquí lo tienen;—al publicarlo,—puede decirse que ya he apelado al mundo,—y al mundo se lo dejo;—ha de hablar por sí solo. Todo lo que sé acerca de la cuestión es que,—cuando me senté a la mesa por vez primera, mi intención era la de escribir un buen libro; y, en la medida en que la sutileza de mi entendimiento lo consiguiera,—un libro inteligente, sí, y discreto también;—llevando solamente cuidado de, según fuera avanzando, poner en él todo el ingenio y todo el juicio (cualquiera que éste fuera) que el gran autor y distribuidor de ambos hubiera, en un principio, considerado oportuno otorgarme;——de modo que, como sus señorías ven,—todo aquí se rige según la voluntad de Dios. Bien; Agelastes (hablando despectivamente) dice que, en la medida en que él es capaz de juzgar, es posible que en el libro haya algún ingenio,—pero, desde luego, ningún juicio en absoluto. Y Triptolemo y Phutatorius[53], coincidiendo en esto, preguntan de qué manera podría haberlo: porque, en este mundo, el juicio y el ingenio nunca marchan juntos, ya que se trata de dos operaciones que difieren la una de la otra tanto como el este del oeste.———Así es, dice Locke[54].—Y así son y están también los pedos y el hipo, digo yo. Pero, en respuesta a esto, Didius, el gran legislador eclesiástico, en su código de fartandi et illustrandi fallaciis[55] sostiene y evidencia que una ilustración no es un argumento; —claro que tampoco yo sostengo que dejar bien limpio un espejo sea un silogismo;—y sin embargo todos ustedes, con el permiso de sus señorías, se ven mejor gracias a ello;——de modo que el efecto principal y más beneficioso de estos símiles es simplemente el de despejar y aclarar el entendimiento antes de la aplicación del argumento mismo, a fin de dejar aquél bien limpio de motitas o partículas de materia opacular[56], las cuales, si se les permite quedarse flotando en el interior del susodicho entendimiento, pueden poner obstáculos y estorbar a los conceptos——y estropearlo así todo. Bien, queridos antishandianos, y críticos triplemente sagaces, compañeros de trabajo míos (porque para vosotros escribo este Prefacio)[57];——y para vosotros, astutísimos hombres de estado y circunspectos doctores (adelante,—tiraos de las barbas), renombrados por vuestra seriedad y sabiduría:—Monopolus, mi político:—Didius, mi abogado; Kysarcius, mi amigo;—Phutatorius, mi guía;—Gastripheres, el preservador de mi vida; Somnolentius, su bálsamo y reposo[58],—sin olvidar a todos los demás, tanto a los que dormís como a los que estáis despiertos, a los eclesiásticos como a los civiles, a todos los cuales, en pro de la brevedad pero no por resentimientos de ningún tipo hacia vosotros, menciono todos juntos en montón.—Creedme, rectos, dignos y honorables caballeros, Mi más ardiente deseo y ferviente plegaria en vuestro favor, y en el mío también (siempre y cuando la cosa no sea ya un hecho: de serlo, todo esto holgaría),—es que los grandes dones y dádivas del juicio y del ingenio, junto con todo lo que por lo general llevan consigo——(cosas tales como la memoria, la fantasía, el genio, la elocuencia, el talento——y qué no), pudieran en este precioso instante, sin tasa ni mesura, sin estorbos ni impedimentos, ser vertidos (a tanta temperatura como cada cual fuera capaz de soportar),—con posos y sedimentos, con todo lo por habido y con todo lo por haber (pues me disgustaría mucho que se perdiera una sola gota), en los diversos receptáculos, celdas, celdillas, domicilios, dormitorios, refectorios y lugares de recreo de nuestros cerebros,—de tal modo que, de acuerdo con los verdaderos objetivos e intención de mi deseo, pudiera seguírselos inyectando y envasando hasta que todos los recipientes destinados a albergarlos, tanto los grandes como los pequeños, estuvieran tan repletos, saturados y rebosantes de ellos que ni una gota más pudiera, aunque la vida de un hombre dependiera de ello, ni entrar ni salir de allí. ¡Bendito sea!—¡Qué obra tan noble haríamos!—¡La haría arrebatadora!—¡Y qué borrachera la mía al escribir para semejantes lectores!—Y ustedes,—¡santo cielo!,—¡qué éxtasis no experimentarían al leerme!—Pero, ¡oh!,—es demasiado, —me encuentro mal,—¡me desmayo deliciosamente sólo de pensarlo!—¡Es más de lo que mi naturaleza puede soportar! —Sujétenme,—tengo vértigo,—estoy ciego,—me muero, —parto.—¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Auxilio!—Pero aguarden,—ya me encuentro algo mejor otra vez; porque estoy empezando a prever que, cuando todo esto haya terminado, todos nosotros seguiremos siendo grandes ingenios;—y que, de ser así, no lograríamos ponernos de acuerdo los unos con los otros ni durante un día entero.—Desde todos los ángulos saldrían disparadas tantas sátiras y sarcasmos,—burlas y escarnios,—ridiculizaciones y chistes,—quites y empellones,—que nos pasaríamos la vida hiriéndonos los unos a los otros.—¡Inmaculadas estrellas! Con tanto morder y arañar, con las grescas y alborotos que armaríamos, con tanta cabeza rota y tanto nudillo despellejado, con tanto golpe en las más delicadas zonas,—no podríamos llamar vida a nuestra existencia. Pero, pensándolo bien otra vez, como todos seríamos hombres de gran juicio, solventaríamos nuestras diferencias con tanta prontitud como se produjeran; y aunque nos aborreciéramos los unos a los otros diez veces más que a todos los diablos y diablesas juntos, seríamos, sin embargo, queridas criaturas mías, todo cortesía y amabilidad,——leche y miel: —estaríamos en una segunda tierra de promisión,—en un paraíso terrenal (si semejante cosa fuera posible);—de modo que, a fin de cuentas, lo habríamos hecho bastante bien. Lo único que me desazona y desasosiega, lo que me hace echar humo y chispas, lo que de momento más obstáculos le pone a mi brillante idea, es precisamente el modo de llevarla a efecto; porque, como sus señorías muy bien saben, de estas emanaciones celestiales de juicio e ingenio que yo tan generosamente he deseado tanto a sus señorías como a mí mismo, —no hay más que un cierto quantum almacenado con destino a nosotros, es decir, destinado al uso y provecho de toda la raza humana; y tan sólo esos pequeños modicums son enviados a este mundo anchuroso[59]: circulan por aquí y por allá, por este o aquel rincón perdido,—y sus corrientes son tan poco caudalosas, y van tan distanciadas las unas de las otras, que uno no puede por menos de preguntarse cómo es que no se secan——y cómo podrían bastar para satisfacer las necesidades y emergencias de tantos grandes estados y populosos imperios como hay sobre la faz del globo. Cierto que hay algo que debe tenerse en cuenta, a saber: que en Nova Zembla[60], Laponia del Norte y demás zonas frías y lúgubres del globo terráqueo que yacen a la mismísima vera de los círculos ártico y antártico,——donde la parcela de los intereses del hombre está, durante casi nueve meses seguidos, limitada al espacio que ocupa su cueva;—donde los espíritus y el ánimo se ven comprimidos hasta quedar reducidos prácticamente a nada;—y donde las pasiones humanas, junto con todo lo que les es propio, son tan frígidas como la misma zona;—allí la menor cantidad de juicio imaginable se basta y se sobra para desempeñar todas las tareas en que se lo precisa;—y en cuanto al ingenio,—hay un total y absoluto ahorro de él,—pues como ni una chispa se necesita, —ni una sola chispa se da. ¡Que los ángeles y ministros de la gracia nos protejan! ¡Qué cosa tan mortecina sería gobernar un reino allí, o librar una batalla, o firmar un tratado, o tomar parte en una competición, o escribir un libro, o engendrar un hijo, o presidir un cabildo provincial con tan completa carencia de juicio e ingenio a nuestro alrededor! ¡Por misericordia! No pensemos más en ello y dirijámonos lo más deprisa posible hacia el sur, hacia Noruega;—atravesemos Suecia, si les parece, por la pequeña y triangular provincia de Angermania hasta llegar al lago Botnia; costeémoslo entonces por la Botnia oriental y occidental hasta la Carelia, y prosigamos por todos esos estados y provincias que bordean la ribera más alejada del Golfo de Finlandia y del nordeste del Báltico hasta llegar a Petersburgo para luego penetrar en la Ingria;—y, desde allí, vayamos directamente, a través de la parte septentrional del imperio ruso,—dejando Siberia un poco a la izquierda, hasta el mismísimo corazón de la Tartaria rusa y asiática[61]. Bien; a lo largo de este dilatado viaje que les he obligado a hacer, habrán observado ustedes que por aquí las buenas personas son muchísimo mejores que en las regiones polares que acabamos de dejar atrás:—porque si se ponen ustedes una mano sobre los ojos, a guisa de visera, y miran con mucha atención, podrán apreciar ciertos leves destellos de (por así llamarlo) ingenio, así como una aceptable provisión de simple y buen juicio doméstico; y si unimos la calidad y la cantidad de ambos, veremos que se les puede sacar bastante partido, tanto——que si las gentes de por allí tuvieran más de lo uno o de lo otro, el perfecto equilibrio existente entre los dos se haría trizas; y, además, estoy seguro de que en tal caso les faltarían ocasiones para hacer uso de ellos. Ahora, señor, si le conduzco nuevamente a casa, a esta isla más templada y más fértil[62] en la que, como usted habrá advertido, las mareas primaverales de nuestros humores y nuestra sangre son más altas;—donde tenemos más ambición, y más orgullo, y más envidia, y más lujuria, y más pasiones hijas de puta que dominar y someter a la razón,—ya ve usted que aquí la talla de nuestro ingenio y la profundidad de nuestro juicio están en proporción directa con la longitud y anchura de nuestras necesidades;—y que, en consecuencia, ambos dones nos son enviados en dosis tan justas y estimables que nadie tiene jamás motivo de queja alguno. Sin embargo, debe reconocerse en este encabezamiento de párrafo que, como nuestro aire pasa de caliente a frío—y de húmedo a seco diez veces al día, no gozamos de estos dones de una manera estable y regular;—de tal suerte que a veces pasará casi medio siglo sin que apenas se vea rastro o se oiga hablar de nuestro ingenio o nuestro juicio:—los pequeños canales por los que ambos se deslizan parecerán estar completamente secos,—hasta que, de repente, un día las compuertas estallen y, en un arrebato de furia, las emanaciones vuelvan a fluir alocadamente:—pensaría usted que nunca iban a parar;—y esa es la razón por la que, cuando escribimos o luchamos o hacemos otras veinte cosas siempre intrépidas, nos ponemos inmediata e indefectiblemente a la cabeza del mundo entero. Es por medio de estas observaciones y a través de un sagaz razonamiento analógico inscrito en el tipo de proceso argumentativo que Suidas llama inducción dialéctica[63] ——como llego a inferir la situación siguiente, postulándola como la más verdadera y auténtica: Consiste ésta en que aquél cuya infinita sabiduría lo distribuye todo en sus justos y exactos peso y medida es quien permite que, de estas dos luminarias del juicio y el ingenio, nos lleguen de vez en cuando las irradiaciones que él sabe suficientes para alumbrarnos un poco el camino en esta nuestra noche de la oscuridad; de modo que sus reverencias y señorías descubren ahora (aparte de que ya no está en mi poder ocultárselo durante ni un segundo más) que el ferviente deseo que en su provecho formulé, y con el cual di comienzo a este prefacio, no era más que el primer e insinuante ¿Cómo están ustedes? de un prologuista adulador que desea acallar las protestas de su lector al igual que un enamorado las de su esquiva amada. Porque, ¡ay!, si se hubiera obtenido esta efusión de luz con tanta facilidad como la deseó el exordio, —tiemblo al pensar cuántos miles de viajeros extraviados (en las ilustres ciencias, por lo menos) se habrían pasado todas las noches de su vida buscándola a tientas y a ciegas en la oscuridad,—dándose en la cabeza contra postes y devanándose los sesos sin llegar jamás al final del viaje;—algunos se habrían caído de narices, verticalmente, en las alcantarillas, —otros de culo, horizontalmente, en los canales de desagüe. Aquí tendríamos a la mitad de los integrantes de una ilustre profesión luchando a brazo partido con la otra mitad para finalmente caer y rodar los unos sobre los otros, como puercos, por el fango.—Allí tendríamos a los hermanos de otra profesión, que deberían haberse enfrentado entre sí, volando, por el contrario, como una bandada de gansos salvajes, todos en fila y en la misma dirección.—¡Qué confusión!—¡Cuántos errores!—¡Violinistas y pintores guiándose por sus vistas y oídos!—¡Admirable!—¡Fiándose de las pasiones excitadas por la interpretación de un aria o por la historia narrada en un cuadro conmovedor y ejemplar,—en vez de medirlo todo con un cuadrante! En primer término de este fresco imposible, tenemos a un hombre de estado haciendo girar la rueda de la política, como un bruto, al revés:—contra la corriente de la corrupción,—¡santo cielo!,—en vez de a su favor. En esta esquina vemos a un hijo del divino Esculapio[64] escribiendo un libro contra la predestinación; o tal vez peor:—tomándole el pulso al paciente en vez de echarle uno al boticario;—al fondo, un hermano de la profesión está de hinojos, llorando:—descorre las cortinas del lecho de una mutilada víctima para implorarle perdón;—le ofrece una gratificación —en lugar de exigírsela. En aquel espacioso SALÓN DE JUSTICIA, los de la toga, en coalición, desde todos los estrados y con todas sus fuerzas y empeño, llevan una sucia, asquerosa e infamante causa judicial al revés de como deberían llevarla:—a patadas la echan de la sala en lugar de invitarla a mirar;—y lo hacen con tal furia en la mirada, y las patadas se las dan con tan inveterada convicción, que por un momento podría pensarse que, en efecto, las leyes se hicieron originalmente para paz y salvaguardia del género humano.——Y un error quizá aún más grave el cometido por ellos—al emitir veredicto, tras tan sólo veinticinco minutos de deliberación, sobre un punto litigioso justamente dejado en suspenso——(por ejemplo, si la nariz de John o’Nokes puede estar en la cara de Tom o’Stiles[65] sin transgredir la ley o no),—cuando la consideración de los numerosos y sutiles pros y contras existentes en tan intrincado asunto podría haberles llevado igual número de meses,—y cuando, de haber llevado la ACCIÓN[66] según un planteamiento militar, como usías saben muy bien que deberían haber hecho, con todas las estratagemas inherentes al método que entonces pueden ponerse en práctica,—tales como camuflajes,—marchas forzadas,—sorpresas,—emboscadas,—baterías cubiertas y otros mil golpes de efecto de que dispone el generalato, consistentes siempre en sacar de los dos bandos la mayor cantidad de ventajas posible,——podría, razonablemente, haberles durado el mismo número de años, durante los cuales habrían tenido asegurados ropas y alimentos para una centuria de hermanos de la profesión. En cuanto al clero——No,—si digo una sola palabra en contra de ellos, seré fusilado.—No tengo el menor deseo,—y, además, aunque lo tuviera,—por nada del mundo me atrevería a tocar el tema—teniendo los nervios y el valor tan quebrantados como los tengo y hallándome en el estado en que en la actualidad me encuentro; afligirme y contristarme con consideraciones tan penosas y melancólicas equivaldría a arriesgar mi vida en demasía,—y, en consecuencia, lo más seguro es correr un tupido velo y apartarme de ello lo más rápidamente posible para a continuación encararme con la cuestión principal y de mayor importancia de todo este asunto, que estoy resuelto a aclarar—y que es la siguiente: ¿cómo es posible que los hombres de menos ingenio tengan fama de ser los hombres de juicio mayor?—Pero fíjense bien:—digo que tengan fama,—porque, queridos señores míos, no se trata más que de fama, y yo sostengo además que, como las otras veinte famas que a diario se acatan con gran confianza y sin rechistar, es ésta una fama vil y maliciosa: por añadidura. Esto, con la ayuda de la observación ya reseñada y (espero) ya sopesada y examinada por sus reverencias y señorías, lo voy a demostrar acto seguido. Detesto las disertaciones prefabricadas,—y considero la mayor estupidez del mundo oscurecer (al establecer una) las hipótesis que se van a manejar mediante la colocación en línea recta de una serie de palabras altisonantes y opacas, una detrás de otra, entre el propio concepto y el del lector, —cuando por lo demás, con toda probabilidad, si uno se tomara la molestia de mirar a su alrededor, vería seguramente algo (de pie o suspendido en el aire) capaz de aclarar la cuestión al instante.—‘Porque, ¿qué mal, qué daño o qué perjuicio puede acarrearle a un hombre el laudable deseo de saber, proceda de donde proceda el conocimiento: aunque sea de un zote, de un pote, de un zoquete, un taburete, un mitón, una polea, la tapa del crisol de un orfebre, una botella de aceite, una zapatilla vieja o una silla de rejilla?’[67] —En este momento estoy sentado en una. ¿Me permitirán ustedes que ilustre esta cuestión del juicio y el ingenio valiéndome de las dos bolas que adornan la parte superior de su respaldo? —Están fijadas, ya lo ven, por medio de dos clavos descuidadamente encajados en dos agujeros hechos por una barrena de pequeño tamaño; e iluminarán lo que tengo que decir con tanta potencia que podrán ustedes ver, al trasluz de la intención y del sentido de mi prefacio entero, con tanta claridad como si cada uno de sus puntos y partículas estuviera hecho de rayos de sol. Ahora entro ya de lleno en la materia. —Aquí está el ingenio—y ahí el juicio, muy cerca el uno del otro, exactamente a la misma distancia que las dos bolas a que he hecho referencia, las que están en lo alto del respaldo de esta misma silla en la que estoy sentado. —Ya ven ustedes que son la parte más elevada y ornamental de su esqueleto,—al igual que el juicio y el ingenio lo son del nuestro;—y que, también como éstos, están hechas y dispuestas, sin ningún género de duda, para que vayan juntas, para que, como decimos en casos similares de adornos simétricos,——se complementen entre sí. Ahora, para llevar a cabo un experimento e ilustrar este asunto con todavía mayor claridad,—quitemos uno de estos dos curiosos adornos del promontorio o pináculo de la silla en que en estos momentos se encuentran por un instante (no importa cuál de ellos sea);—no, no se rían ustedes, no está bien.—Pero díganme, ¿han visto ustedes alguna vez, en el transcurso de sus vidas, algo tan ridículo como esta silla en el estado en que ahora ha quedado?—Bueno, lo cierto es que se trata de una visión tan desafortunada como una cerda con una sola oreja; hay tanto sentido y simetría en una cosa como en la otra.—Pero se lo ruego,—no dejen de hacerlo, no se priven de ello: levántense ustedes de sus asientos para echarle un vistazo.—Ahora piensen: cualquier hombre que tuviera en cierta estima su reputación, ¿habría permitido que saliera de sus manos una obra en semejantes condiciones?—O mejor aún: contéstenme a esta sencilla pregunta con una mano en el corazón: esta bola que tenemos ahora aquí, sola como una idiota, ¿sirve para algo que no sea recordarnos la ausencia de la otra?—Y déjenme ustedes preguntarles aún: si la silla fuera suya, ¿no pensarían ustedes, en el fondo de sus conciencias, que sin ninguna de las dos bolas estaría diez veces mejor de como está ahora? Bien; siendo, como he dicho, estas dos bolas—(o cimeros ornamentos de la mente humana, coronadores del entablamento entero)—el juicio y el ingenio, que, como he demostrado, son de entre todos los dones los más necesarios,—los más preciados—, sin los que con menos quebrantos y calamidades se puede pasar, y en consecuencia los más difíciles de obtener;—por todas estas razones (juntas) afirmo que no hay entre nosotros un solo mortal tan desprovisto de amor por la gloria y por la buena mesa,—o tan ignorante del bien que la posesión de las mencionadas dádivas del cielo le reportaría,—como para no desear y estar firmemente decidido a hacerse dueño (o al menos a aparentar serlo) de la una o de la otra (o, claro está, de ambas) si ello le parece factible o si considera que existen suficientes posibilidades de hacer creer que es así. Ahora bien: si la gentry[68] más circunspecta y grave tiene pocas o ninguna posibilidad de adquirir la una—sin haber conseguido antes la otra,—díganme, se lo ruego, ¿qué creen ustedes que será de ellos?—Pues bien, señores, a pesar de todas sus gravedades, no les quedaría otro remedio (y ya podrían felicitarse de que sólo fuera eso) que ir por ahí con las interioridades al aire y al descubierto:—esto sólo serían capaces de soportarlo mediante un enorme esfuerzo de tipo filosófico que en modo alguno nos atrevemos a suponer en un caso como el que nos ocupa;—de manera que, si se hubieran dado por satisfechos con lo poco que hubieran logrado escamotear y esconder apresuradamente bajo sus capas y pelucones, si no hubieran al mismo tiempo armado un griterío y elevado un clamor contra los legítimos propietarios, nadie podría haberse enfadado realmente con ellos. No tengo que decirles a sus señorías que todo esto se llevó a cabo con tanta astucia y habilidad—que el gran Locke, quien muy pocas veces se dejaba engañar por falsas alarmas,—en esta ocasión, sin embargo, mordió el anzuelo. El griterío fue, al parecer, tan solemne y desgarrador, y los golpes de efecto de pelucones, rostros graves y circunspectos y demás instrumentos de engaño lo convirtieron en un clamor tan general contra los pobres ingenios, que incluso el filósofo se dejó convencer;—su gloria se debe a haber librado al mundo de los perjuicios de mil errores dañinos y consuetudinarios; —pero éste no se cuenta entre ellos: en vez de ponerse, con gran frialdad (como le correspondería haber hecho a un filósofo de su categoría), a examinar los hechos antes de empezar a filosofar acerca de ellos,—por el contrario, diólos por descontados, y, de esta suerte, se unió al clamor y a los gritos, que profirió con tanto entusiasmo como los demás[69]. Esto, desde entonces, se ha convertido en la Magna Charta[70] de la estupidez,—aunque, como sus reverencias ven claramente, es un título conseguido en tal forma que no vale un pimiento;—y en cambio, dicho sea de paso, se trata de uno más de los innumerables y ruines abusos de confianza de los que la gravedad y las gentes graves tendrán, en el futuro, que responder. En cuanto a los pelucones, sobre los cuales puede pensarse que he expresado mi opinión demasiado libremente,—solicito permiso para enmendar, mediante una declaración general, cuanto imprudente o inadvertidamente se haya dicho en su detrimento o perjuicio:—no tengo ningún tipo de aversión (ni las detesto, ni abjuro de ellas) por las grandes pelucas ni por las luengas barbas;——excepto cuando veo que se las cuida y mima y deja crecer con el propósito de cometer un fraude como el reseñado.—En cualquier caso,—la paz sea con ellas;— ?Limítense a hacer constar—que no escribo para ellas. Capítulo veintiuno Todos los días durante por lo menos diez años consecutivos decidía mi padre arreglar finalmente aquello;—nadie lo ha arreglado todavía;—ninguna familia salvo la nuestra lo habría aguantado ni una hora,—y lo más asombroso de todo es que no había en la faz de la tierra tema acerca del cual mi padre fuera tan elocuente como el de los goznes de las puertas.—Y sin embargo, al mismo tiempo, creo que sin duda fue una de las mayores victimas que jamás se hayan cobrado los susodichos goznes a lo largo de la historia entera de la humanidad: su retórica y su comportamiento se hallaban en perpetua contradicción, propinándose continuamente capones entre sí.—La puerta del salón de estar no se abría nunca—sin que su filosofía o sus principios fueran víctimas de ello;—tres gotitas de aceite aplicadas con una lengüeta y un leve y preciso golpe de martillo habrían bastado para dejar su honor eternamente a salvo. —¡El hombre es un ser incoherente!—¡Perece por las heridas que está en su mano curar!—¡Su vida entera es una contradicción con su saber!—¡Su razón, ese precioso don que Dios le da, no le sirve—(en vez de para decidirle a echar definitivamente el aceite) más que para agudizar sus sufrimientos,—multiplicar sus penas y dolores y, bajo el tremebundo peso de éstos, hacerle más melancólico e infeliz!—¡Pobre y desdichada criatura la que consigo lleva semejante sino!—¿Acaso no son ya bastantes en esta vida los motivos de desgracia ineludibles——para añadirle unos cuantos más, del todo superfluos, al ya abundante almacén del dolor?—¿Por qué luchar en vano contra males que no se pueden evitar, y someterse en cambio a otros contra los que la décima parte de la congoja que producen bastaría para desterrarlos inapelablemente del corazón? ¡Por cuanto es virtuoso y bueno! Si pueden conseguirse tres gotitas de aceite y encontrarse un martillo a menos de diez millas de Shandy Hall,—los goznes de la puerta del salón de estar serán engrasados y reparados en el presente reinado. Capítulo veintidós Cuando el cabo Trim tuvo sus dos morteros en condiciones, se sintió desmesuradamente complacido con su trabajo manual; y, sabiendo la satisfacción que a su señor le daría verlos, no fue capaz de resistirse al deseo que le invadió de llevárselos inmediatamente al salón de estar. Bien; además de la lección moral que tenía en perspectiva cuando hice mención del asunto de los goznes, tenía también in mente una consideración de índole especulativa que se desprendía de aquélla y que es la siguiente: Si la puerta del salón de estar se hubiera abierto y hubiera girado sobre sus goznes como las puertas deberían siempre hacer—— O, por ejemplo, tan sabiamente como nuestro gobierno ha estado girando sobre los suyos—(esto siempre y cuando las cosas le hayan salido enteramente bien a su señoría; —de no ser así, renuncio al símil);—en tal caso, digo, el hecho de que el cabo Trim se hubiera asomado no habría revestido ningún peligro ni para el criado ni para el señor: en cuanto hubiera contemplado a mi padre y a mi tío Toby profundamente dormidos—(la respetuosidad de su comportamiento era tal que) se habría retirado tan silencioso como la muerte y los habría dejado a ambos soñando en sus sillones tan plácidamente como se los hubiera encontrado. Pero la cosa era, moralmente hablando, del todo imposible: durante los muchos años en que se consintió que estos goznes permanecieran estropeados y sin reparación, y entre las diarias molestias e inconvenientes a que mi padre se veía sometido por este motivo,—había uno en concreto que era el siguiente: nunca cruzábase de brazos, dispuesto ya a dormir la siesta de después del almuerzo, sin que el pensamiento de que iba a ser inevitablemente despertado por la primera persona que abriera la puerta——prevaleciera siempre en su imaginación sobre todo lo demás y se interpusiera entre el primer presagio de sueño reparador y él con tanta perseverancia como para privarle y desposeerle, arrebatarle, como decía con frecuencia, todos los encantos del reposo. ‘Cuando las cosas giran sobre malos goznes, con el permiso de sus señorías, ¿cómo diablos van a ir bien? —¿Qué pasa? ¡Digan! ¿Quién está ahí?, exclamó mi padre, despertándose en el momento en que la puerta empezó a chirriar;—a ver si el cerrajero les da de una vez un toque a esos condenados goznes. Con el permiso de usía, dijo Trim, es solamente que traigo dos morteros—Ah, no, nada de hacer ruido aquí, se apresuró a decir mi padre;—si el doctor Slop tiene que moler alguna medicina, que lo haga en la cocina.——Con el permiso de usía, exclamó Trim,——¡son dos morteros para disparar! ¡En un asedio, el verano que viene! Los he hecho con un par de botas que, según Obadiah, usía no se pone nunca ya. ¡Por todos los cielos!, gritó mi padre levantándose de su sillón al tiempo que lanzaba el juramento;—no había nada, entre todas mis pertenencias, a lo que tuviera tanto aprecio como a esas botas;—eran de nuestro bisabuelo, hermano Toby,—eran hereditarias. —Pues mucho me temo, dijo mi tío Toby, que Trim haya cortado el vínculo. Con el permiso de usía, exclamó Trim, ¡lo único que he cortado han sido las punteras!——Detesto las perpetuidades como el que más, exclamó mi padre,—pero estas botas, hermano, añadió (sonriendo, aunque al mismo tiempo muy enfadado), pertenecen a la familia desde la época de las guerras civiles;—Sir Roger Shandy las llevó en la batalla de Marston-Moor[71].—Te aseguro que no me habría desprendido de ellas ni por diez libras.——Te las pagaré, hermano Shandy, dijo mi tío Toby mirando los dos morteros con infinita satisfacción y llevándose una mano al bolsillo de los calzones mientras los admiraba;—en este mismo instante te pagaré las diez libras con muchísimo gusto y de todo corazón.— —Hermano Toby, respondió mi padre cambiando de tono, te da absolutamente igual el dinero que tiras y dilapidas con tal de que, prosiguió, todo vaya a parar a un ASEDIO.——¿Acaso no dispongo de ciento veinte libras anuales aparte de mi media pensión?, exclamó mi tío Toby.——¿Y qué es eso,—replicó mi padre vivamente,—comparado con diez libras por un par de botas,—más doce guineas por tus pontones,—más la mitad de eso por tu puente levadizo de fabricación holandesa?—Para no mencionar el tren de artillería ligera de bronce que encargaste la semana pasada junto con otros veinte preparativos para el asedio de Messina; créeme, querido hermano Toby, prosiguió mi padre cogiéndole de una mano cariñosamente,—estas operaciones militares tuyas están más allá de tus posibilidades;—la intención es buena, hermano,—pero te obligan a gastos mayores de los que en un principio habías previsto,——y, fíjate en lo que te digo,——querido Toby: al final de dejarán completamente arruinado, acabarán con tu fortuna y te verás convertido en un pordiosero.——Y si así sucede, contestó mi tío Toby, ¿qué importancia tiene mientras sepamos que es por el bien de la nación?— Mi padre no pudo evitar esbozar una sonrisa;—sus peores enfados nunca consistían más que, como mucho, en un chispazo;—y el celo y la sencillez de Trim,—unidos al generoso (aunque caballuno) espíritu de mi tío Toby,——siempre le hacían recobrar en seguida el buen humor. —¡Par de almas generosa!—¡Dios os dé prosperidad a los dos, y a vuestros morteros también!, dijo mi padre para sus adentros. Capítulo veintitrés —Todo está en silencio y en calma, exclamó mi padre; al menos en el piso de arriba:—no se oye una pisada.—Dime, Trim, ¿quién está en la cocina? —En la cocina no hay nadie, respondió Trim al tiempo que hacía una reverencia, a excepción del doctor Slop.——¡Qué desbarajuste!, gritó mi padre (levantándose de su sillón por segunda vez)—¡Ni una sola cosa ha salido bien en el día de hoy! Si creyera en la astrología, hermano (en la cual, por cierto, mi padre creía), habría jurado que algún planeta retrógrado se encontraba rondando esta desdichada casa de mis pecados y volviendo todas y cada una de las cosas que hay en ella del revés.—Porque, ¡caramba!, yo tenía entendido que el doctor Slop estaba arriba, con mi mujer, y así lo manifestaste tú también.—¿Qué líos estará armando el hombre en la cocina?——Con el permiso de usía, respondió Trim, está ocupado en la construcción de un puente.——Muy amable de su parte, dijo mi tío Toby; ——Trim, haz el favor de presentarle mis más humildes respetos y decirle que se lo agradezco de todo corazón. Deben ustedes saber que mi tío se confundía con respecto al puente en la misma medida en que mi padre se había confundido antes con respecto a los morteros;—pero para que entiendan cómo mi tío Toby pudo confundirse con respecto al puente,—me temo que tendré que hacerles una detallada descripción de la ruta que le condujo a ello;—o, para dejarnos de metáforas (pues no hay nada más fraudulento en un historiador que hacer uso de ellas):—para que conciban acertadamente de qué manera pudo mi tío Toby caer en este error, he de relatarles, si bien en contra de mi voluntad, cierta aventura que corrió una vez Trim. Digo que en contra de mi voluntad simplemente porque en cierto sentido la historia está aquí, sin duda, fuera de su debido lugar; por derecho debería incluirse o bien entre las anécdotas relativas a los amoríos de mi tío Toby con la viuda Wadman (en los que el cabo Trim desempeñó un papel en modo alguno secundario),—o, si no, en la narración de las campañas llevadas a cabo por ambos en su campo de bolos.—Lo cierto es que quedaría muy bien en cualquiera de esos dos sitios;—pero si me la reservo para alguna de estas partes de mi historia,—entonces echo a perder la presente parte,—y, en cambio, si la cuento aquí,—entonces adelanto acontecimientos y echo a perder otras partes por venir. —¿Qué me aconsejaría hacer su señoría en este caso? ——Cuéntela usted, Mr Shandy; sin duda alguna.——Estás loco si lo haces, Tristram. ¡Oh, PODERES (porque poderes sois, y bien poderosos) —que capacitáis al hombre mortal para contar una historia que valga la pena escuchar,——que gentilmente le indicáis por dónde ha de empezar— y por dónde ha de acabar;—lo que en ella ha de incluir—y lo que fuera ha de dejar;—cuánto ha de ensombrecer—y dónde ha de arrojar luz!—Vosotros, que gobernáis este vasto imperio de ladrones de biografías y que veis la enorme cantidad de enredos y atolladeros en que caen continuamente vuestros súbditos,—¿me haréis un favor? Os ruego y suplico (caso de que no se os haya ocurrido ya hacer algo aún mejor por nosotros) que, al menos en aquella parte de vuestros dominios (cualquiera que sea) donde resulte que tres caminos distintos confluyen en un mismo punto (como acaba de suceder aquí),—pongáis, por caridad, un hito en medio a fin de indicarle al pobre y dubitativo diablo que por allí pase cuál de los tres debe tomar. Capítulo veinticuatro Aunque el duro golpe que mi tío Toby había recibido el año siguiente al de la demolición de Dunkerque[72] en su historia con la viuda Wadman le había hecho tomar la resolución de no volver a pensar en el sexo—ni en nada que tuviera que ver con él,—el cabo Trim, sin embargo, no había suscrito en modo alguno semejante pacto consigo mismo. Efectivamente, en el caso de mi tío Toby una extraña e inexplicable concurrencia de circunstancias le había inducido insensiblemente a asediar aquella hermosa y fuerte ciudadela. —En el caso de Trim, la única concurrencia que existía era la de él y Bridget en la cocina;—aunque, en verdad, el amor y la veneración que profesaba a su señor eran tales, y tan aficionado era a imitarle en todo lo que éste hacía, que estoy convencido de que si mi tío Toby hubiera empleado su tiempo y su genio en apretarle las clavijas,—el honrado cabo habría depuesto las armas y seguido su ejemplo con agrado. Y es esta la razón por la que, cuando mi tío Toby tomaba asiento frente a la señora,—el cabo Trim tomaba al instante posiciones frente a la doncella. Y bien, querido amigo Garrick, a quien tengo tantos motivos para honrar y estimar—(la causa o razón es algo que no viene a cuento aquí)[73],—¿se le esconde a su penetración,—a la que desafío,—el hecho de que innumerables autores teatrales y fabricantes de cháchara llevan ya algún tiempo trabajando según el modelo de mi tío Toby y Trim?—No me importa lo que digan Aristóteles, Pacuvio, Bossu o Ricaboni[74] —(aunque no he leído a ninguno de ellos):—no hay mayor diferencia entre un calesín de un solo caballo y el vis-à-vis de Madame Pompadour[75] que entre un amor solitario y un amor (como éste) noblemente duplicado, que, tirado por cuatro caballos, no cesa de hacer cabriolas a lo largo de un sublime drama.—Una simple, boba, única historia de amor, señor,—queda totalmente perdida en cinco actos.—Pero no es éste nuestro caso. Tras nueve meses de incesantes ataques repelidos (acerca de cuyos pormenores se hará una minuciosísima narración en su debido lugar), mi tío Toby, ¡el pobre viejo!, se vio obligado a retirar sus tropas y a levantar el sitio no sin cierta indignación. El cabo Trim, como he dicho, no había establecido semejante pacto ni consigo mismo—ni con ninguna otra persona;—sin embargo, su leal corazón no le consentía ir a una casa de la que su señor se había alejado con disgusto,—y se contentó con transformar la parte del asedio que le correspondía en un bloqueo;—es decir, mantenía a distancia a los demás,—pues aun cuando nunca más volvió a la casa, no había vez que se encontrara con Bridget en el pueblo que no le hiciera una señal con la cabeza, o le guiñara un ojo, o le dedicara una sonrisa, o la mirara amorosamente,—o (si las circunstancias no lo desaconsejaban) le estrechara la mano,—o le preguntara amablemente cómo le iba,—o le regalara una cinta para el pelo;—y de vez en cuando, aunque solamente si la cosa se podía hacer con compostura y decoro, le daba a Bridget un—— Precisamente en esta situación se mantuvo la historia por espacio de cinco años; es decir, desde la demolición de Dunkerque en el año 13 hasta el final de la campaña de mi tío Toby, el año 18, final que tuvo lugar unas seis o siete semanas antes del momento de que estoy hablando.—Una noche clara, de luna llena, Trim, al bajar (como solía hacer tras acostar a mi tío Toby) a comprobar si todo iba bien en las fortificaciones,—en la vereda que, separada por arbustos y acebos florecientes, había al otro lado del campo de bolos, —divisó a su Bridget. Como el cabo estaba convencido de que en todo el mundo no había nada que valiera tanto la pena enseñar como las gloriosas obras que él y mi tío Toby habían realizado, Trim, cortés y galante, la tomó de una mano y la condujo adentro. Pero la cosa no quedó tan en secreto como ellos creyeron: la deslenguada trompeta del Rumor[76] llevó de oído en oído la noticia, hasta que finalmente ésta llegó a los de mi padre y se vio asociada a la desfavorable circunstancia de que aquella misma noche el curioso puente levadizo de mi tío Toby, pintado y construido según los modelos holandeses y que atravesaba el foso de punta a punta,—se había hundido y, sin que se supiera bien cómo, había además quedado hecho pedazos. Mi padre, como ya habrán advertido ustedes, no admiraba en demasía el caballo de juguete de mi tío Toby;——lo tenía por el caballo más cómico que jamás hubiera montado caballero alguno, y, de hecho, excepto cuando mi tío Toby le daba la tabarra, era incapaz de pensar en él sin esbozar una sonrisa;—de tal modo que ya podía cojear o sucederle cualquier desgracia que la imaginación de mi padre sólo se veía desmesuradamente espoleada por ello; y, pareciéndole este accidente mucho más divertido que ningún otro de los que ya le habían acontecido, se convirtió, para él, en un inagotable caudal de bromas.——¡Vamos,—querido Toby!, le decía mi padre; cuéntanos en serio cómo sucedió lo del puente.——No sé cómo eres capaz de hacerme rabiar tanto con eso, le respondía mi tío Toby;—te lo he contado ya veinte veces, palabra por palabra tal como Trim me lo contó a mí.——Dime, cabo, ¿cómo fue, entonces?, exclamaba mi padre volviéndose hacia Trim.——Con el permiso de usía, fue, simplemente, una desgracia:—yo estaba enseñándole nuestras fortificaciones a Mrs Bridget[77] cuando, al acercarnos demasiado al borde del foso, yo, con increíble mala pata, resbalé y me caí dentro.——¡Muy bien, Trim!, exclamaba mi padre—(sonriendo misteriosamente y asintiendo con la cabeza—pero sin interrumpirle).——Y como, con el permiso de usía, llevaba fuertemente agarrada del brazo a Mrs Bridget, la arrastré conmigo, a causa de lo cual ella cayó de espaldas, pesadamente, sobre el puente.——Y al meter Trim (exclamaba mi tío Toby quitándole la palabra de la boca) el pie en la cuneta, se dio también de lleno contra el puente.—Fue una verdadera suerte entre mil, añadía mi tío Toby, que el pobre hombre no se rompiera una pierna.———¡Sí, en efecto!, decía mi padre:—en refriegas de este tipo, hermano Toby, es muy fácil romperse un miembro[78].——Y así, con el permiso de usía, fue como el puente, que, como usía sabe, era muy ligero, se hundió entre nosotros haciéndose añicos. Otras veces, pero sobre todo cuando mi tío Toby tenía la malaventura de pronunciar una sílaba acerca de cañones, bombas o petardos,—mi padre agotaba todos los recursos de su elocuencia (que en verdad eran muchos) en un panegírico de los ARIETES de los antiguos—o de los VINEA que Alejandro utilizara en el sitio de Tiro.—Le hablaba a mi tío Toby de las CATAPULTAS de los sirios, que arrojaban monstruosas piedras a cientos de pies de distancia y hacían tambalearse hasta los cimientos a los más resistentes baluartes; seguía con una descripción del maravilloso mecanismo de la BALLISTA, de la que tanto habla (y no para de contar) Marcelino,—de los terribles efectos de los PYRABOLI,——que arrojaban fuego;—de los peligros de la TEREBRA y el SCORPIO, que lanzaban jabalinas[79].———Pero, ¿qué son todas estas armas, decía, comparadas con la destructiva maquinaria del cabo Trim?—Créeme, hermano Toby: no hay puente, baluarte o surtida en este mundo que pueda resistir semejante artillería. Mi tío Toby no trataba nunca de defenderse de estas ofensivas chanzas más que redoblando la vehemencia con que solía fumar en pipa; una noche, después de cenar, levantó, al hacerlo, una humareda tan densa——que mi padre, que estaba un poco tísico, sufrió un sofocante ataque de violenta tos: mi tío Toby, sin hacer caso del dolor de su ingle, se plantó de un salto a su lado—y, con infinita compasión, se estuvo durante un rato junto al sillón de su hermano, dándole palmaditas en la espalda con una mano y sosteniéndole la cabeza con la otra, y, de vez en cuando, enjugándole las lágrimas con un pulcro pañuelo de batista que se había sacado de un bolsillo.—La cariñosa y entrañable manera en que mi tío Toby llevaba a cabo estas pequeñas operaciones——provocó en mi padre agudos remordimientos por los hirientes comentarios que acababa de dedicarle.——Que un ariete o una catapulta, tanto me da el uno como la otra, me revienten los sesos, se dijo mi padre,—si alguna vez vuelvo a meterme con este alma inocente y bondadosa. Capítulo veinticinco Como reparar el puente levadizo era imposible, Trim recibió inmediatamente la orden de emprender la construcción de uno nuevo,——aunque no según el mismo modelo; pues habiéndose descubierto por entonces las intrigas del cardenal Alberoni, y previendo mi tío Toby acertadamente que la guerra entre España y el Imperio sería inevitable, y que las operaciones de la consiguiente campaña tendrían lugar, con toda probabilidad, en Napóles o Sicilia[80],—se decidió por un puente levadizo italiano—(mi tío Toby, dicho sea de paso, no se alejó mucho de la verdad en sus conjeturas);—pero mi padre, que era infinitamente mejor político y superaba a mi tío Toby en el gabinete tanto como mi tío Toby le superaba a él en el campo de batalla,——le convenció de que, si el rey de España y el Emperador llegaban a las manos, a Inglaterra, Francia y Holanda no les quedaría más remedio, en virtud de sus compromisos anteriores, que entrar en liza también.——Y si así sucede, hermano Toby, le dijo, tan seguro como que estamos vivos que será en el viejo escenario de la siempre codiciada pieza que es Flandes——donde los combatientes volverán a caer atropelladamente los unos sobre los otros una vez más;—¿y qué harás entonces con tu puente italiano? ——¡Vamos, pues, a volver a hacerlo según el viejo modelo!, exclamó mi tío Toby. El cabo Trim ya tenía medio terminado el puente en aquel estilo—cuando mi tío Toby descubrió en él un fallo de capital importancia que hasta entonces no había calibrado en su justa medida. El puente, provisto de goznes en sus dos extremos, se abría, al parecer, por en medio, y, así, cada mitad se elevaba en dirección a un lado del foso; la ventaja de este dispositivo era la siguiente: que, al dividir el peso del puente en dos partes iguales, mi tío Toby quedaba capacitado para levantarlo o hacerlo bajar valiéndose del extremo de su muleta y con un solo brazo, lo cual, dado que su endeble guarnición no estaba precisamente sobrada de brazos, era el máximo de éstos que podía permitirse en tan secundaria operación;—pero las desventajas de semejante construcción eran, en cambio, insuperables:——Porque si de este modo, decía, dejo la mitad del puente en poder del enemigo,—¿de qué diablos me sirve a mí la otra? La natural solución a este problema era, sin duda, poner goznes solamente en un extremo del puente, de tal modo que pudiera alzarse todo entero de golpe y mantenerse en alto, recto como una vara;——pero este remedio fue desechado por las razones antes expuestas. A continuación, durante toda una semana mi tío Toby fue de la opinión de que el puente habría de ser del tipo de los que retroceden horizontalmente para impedir el paso y vuelven a avanzar para restablecerlo:—de este tipo puede que su señoría haya visto tres muy famosos en Spira, antes de que fueran destruidos,—y en la actualidad hay uno, si no me equivoco, en Breisach[81];—pero como mi padre le aconsejó muy en serio a mi tío Toby que se dejara de puentes que van y vienen y entran y salen,—y como además él mismo previo que uno de éstos no haría sino perpetuar el recuerdo del desaguisado del cabo Trim,—volvió a cambiar de opinión y optó por el modelo que inventara el marqués d’Hôpital y que Bernouilli el joven ha descrito tan sabia y extensamente, como sus señorías pueden comprobar,——en las Act. Erud. Lips. an. 1695[82]:—aquí un peso de plomo mantiene un equilibrio constante y el puente queda tan bien guardado como por una pareja de centinelas,——habida cuenta de que la curva de su construcción se acerca mucho a una cicloide,——si es que no es una cicloide misma. Mi tío Toby sabía acerca de la naturaleza de la parábola tanto como el que más en Inglaterra,—pero no era tan ducho, ni mucho menos, en lo que se refería a la cicloide;—y aunque no dejaba pasar día sin hablar de ella,—el puente no progresaba.——¡Le consultaremos a alguien al respecto!, exclamó mi tío Toby dirigiéndose a Trim. Capítulo veintiséis Cuando Trim entró en el salón y le dijo a mi padre que el doctor Slop estaba en la cocina ocupado en hacer un puente,—mi tío Toby,—en cuyo cerebro el asunto de las botas acababa de suscitar una verdadera cadena de ideas militares,—dio inmediatamente por supuesto que el doctor Slop estaba haciendo un puente según el modelo del marqués d’Hôpital.——Muy amable de su parte, dijo mi tío Toby; —Trim, haz el favor de presentarle mis más humildes respetos y decirle que se lo agradezco de todo corazón. Si la cabeza de mi tío Toby hubiera sido una tiorba y mi padre se hubiera pasado un buen rato escudriñando por un extremo su interior,—no habría obtenido una visión más clara de las operaciones habidas en la mente de aquél de la que de hecho obtuvo al instante sin necesidad de recurrir a semejantes alardes de prestidigitación; de modo que ya se disponía a saborear las mieles del triunfo a pesar de la catapulta y del ariete y de sus amargas imprecaciones contra ellos—— Cuando la inmediata respuesta de Trim le arrebató los laureles de las sienes, haciéndolos pedazos. Capítulo veintisiete ——Este puente tuyo, levadizo y malhadado, dijo mi padre.——¡Dios bendiga a usía!, exclamó Trim; se trata de un puente para la nariz del señorito:—al sacarlo con sus instrumentos diabólicos, le ha aplastado la nariz contra la cara, y dice Susannah que se la ha dejado lisa como un pastel; lo que está haciendo es un puente postizo, con un trocito de algodón y una delgada pieza de ballena de la cotilla de Susannah, a fin de enderezársela. ——¡Hermano Toby!, exclamó mi padre transido de dolor: llévame, por favor, ahora mismo a mi habitación. Capítulo veintiocho Desde el mismísimo instante en que me puse a escribir mi historia para diversión del mundo y mis opiniones para su instrucción, una nube ha estado condensándose lentamente sobre la cabeza de mi padre.—Una marea de pequeños reveses y calamidades ha ido creciendo y ganándole terreno.—Ni una sola cosa, como él mismo observó, ha salido bien: y ahora ya se ha espesado la tormenta; está a punto de estallar y caer de lleno sobre él. Acometo esta parte de mi historia en el estado de ánimo más meditabundo y melancólico que jamás haya experimentado alma compasiva alguna.—Los nervios se me aflojan al contarla.—Cada línea que escribo me hace sentir un aminoramiento en la velocidad de mi pulso y en esa despreocupada alegría que todos los días de mi vida me impulsa a decir y a escribir un millar de cosas que no debiera.—Y la última vez que he sumergido mi pluma en la tinta no he podido por menos de advertir el temeroso ademán, lleno de triste compostura y solemnidad, con que he llevado a cabo este gesto familiar.—¡Señor! ¡Cuán distinto ha sido de las bruscas sacudidas e incontrolados chorros de costumbre, Tristram! Tú estás acostumbrado, sí, a hacer ese gesto de otra manera y de otro humor:—a dejar caer la pluma al suelo,—a rociar de tinta mesa y libros,—como si pluma y tinta, libros y muebles, no valieran nada. Capítulo veintinueve No pienso discutir la cuestión con usted;—así es sin duda, señora mía,—y estoy absoluta y positivamente convencido de ello: ‘tanto el hombre como la mujer——como mejor soportan el dolor o la tristeza (y, que yo sepa, también el placer) es en posición horizontal’. En cuanto mi padre ganó su dormitorio, se arrojó (cuan largo era) sobre la cama en el mayor desorden imaginable, pero también en la actitud (característica del hombre abatido por los pesares) más lastimera que jamás haya hecho verter lágrimas al ojo de la compasión.—La palma de la mano derecha, que en el momento de desplomarse sobre el lecho le había aguantado la frente y tapado los dos ojos casi totalmente, se hundió suavemente junto con la cabeza (al tiempo que el codo cedía hacia atrás) hasta que la nariz entró en contacto con la colcha;—el brazo izquierdo, insensible, le quedó pendiendo a un lado de la cama, los nudillos descansando inadvertidamente sobre el asa del orinal, que sobresalía por debajo de la cenefa;—la pierna derecha (la izquierda la tenía flexionada contra el cuerpo) le colgaba, al menos parte de ella, a uno de los lados de la cama, y la tibia chocaba contra el borde.—Pero no lo notó. Una tristeza rígida e inmutable se había apoderado de todos los rasgos de su semblante.—El pecho, en plena agitación, le subía y bajaba sin parar;—en un momento dado exhaló un suspiro;—pero no dijo una sola palabra. Junto a la cabecera de la cama, al lado contrario de donde reposaba la cabeza de mi padre, había una vieja silla guarnecida; orlada y ribeteada con abigarrados colgajos de estambre,—mi tío Toby se sentó en ella. Cuando un disgusto está aún por digerir,—el consuelo llega siempre demasiado pronto;—cuando ya está digerido, —entonces llega demasiado tarde: de modo que ya lo ve usted, señora: entre estos dos instantes sólo existe una línea, tan delgada casi como un cabello, hacia la que el consolador ha de apuntar——y tener buen tino. Mi tío Toby siempre daba a uno u otro lado, y a menudo decía que sinceramente creía más fácil hallar el medio de determinar la longitud[83]; por esta razón se limitó, una vez se hubo sentado en la silla, a correr un poco las cortinas de la cama; y como siempre tenía una lágrima a disposición del que la necesitara,—sacó su pañuelo de batista—y lanzó un profundo suspiro;—pero tampoco él dijo nada. Capítulo treinta —‘No es ganancia todo lo que a la bolsa va’.—De tal modo que, a pesar de que mi padre tenía la dicha de leer los libros más raros y singulares del universo, y la de pensar asimismo de la manera más rara y singular con que jamás hombre alguno haya sido bendecido, tales venturas, sin embargo y después de todo, presentaban el siguiente inconveniente:——le exponían a los más raros, singulares y caprichosos disgustos; el que en estos momentos lo tiene hundido bajo su peso es uno de los mejores ejemplos con que podíamos haber dado. Es indudable que la rotura del puente de la nariz de un niño a cargo de las puntas de un par de fórceps,—por muy científicamente que se los hubiera aplicado,—le molestaría a cualquier hombre del mundo si engendrar al niño le hubiera costado tanto trabajo como a mi padre;—sin embargo, esto no basta para explicar lo exagerado de su aflicción ni para justificar la forma, poco cristiana, en que se abandonó y rindió frente a la adversidad. Para explicarlo, tengo que dejar a mi padre echado en la cama,—y a mi tío Toby sentado junto a él en su vieja silla ribeteada,—durante media hora. Capítulo treinta y uno ——Considerólo una exigencia sumamente irrazonable,—exclamó mi bisabuelo estrujando el papel y arrojándolo con violencia encima de la mesa:—de acuerdo con estos cálculos, señora, vuestra fortuna asciende a la cantidad de dos mil libras; ni un chelín más;—¡e insistís en que se os asigne por ello una viudedad de trescientas libras anuales![84] —— ——‘Es para compensar’, respondió mi bisabuela, ‘el hecho de que vos, señor, apenas tengáis nariz’.—— Bien: ahora, antes de aventurarme a emplear la palabra Nariz por segunda vez,—y a fin de evitar toda confusión respecto a lo que se dirá acerca de ella en esta interesantísima parte de mi historia, puede que no esté de más que explique y defina, con la mayor exactitud y precisión posibles, lo que quiero decir y lo que desearía que se entendiera que quiero decir con este término: pues soy de la opinión de que se debe tan sólo a la negligencia y a la obstinación de los escritores, que desdeñan esta clase de precauciones, y a nada más,—el que los escritos polémicos de teología no sean tan claros y concluyentes como suelen serlo los que versan sobre los Fuegos Fatuos o cualquier otro tema propio de la filosofía y la investigación naturales[85]; y para lograr este propósito clarificador, ¿qué haría usted, antes de empezar y a menos que pretendiera seguir embrollando las cosas hasta el día del juicio final,—sino proporcionarle al mundo una buena definición (y atenerse a ella) de la palabra principal: de la que estará más expuesta, señor, a que, como si de una guinea se tratara,—se la trueque en calderilla?—Y una vez hecho esto,—¡que enrede, si puede, el mismísimo padre de la confusión! ¡O, si sabe cómo, que intente introducir otro sentido en nuestra cabeza o en la del lector! En libros de moralidad estricta y razonamiento preciso, como éste en el que me hallo atareado,—la negligencia es inexcusable; y Dios es testigo de cómo el mundo se ha vengado de mí por haber dejado demasiadas puertas abiertas a las censuras equívocas—y por haber confiado tanto como lo he hecho en lo que va de libro——en la pureza de la imaginación de mis lectoras[86]. ——¡Aquí hay dos sentidos!, exclamó Eugenius, mientras paseábamos, señalando con el dedo índice de la mano derecha la palabra Ranura, en la página cincuenta y dos del segundo volumen de este libro de libros[87];——aquí hay dos sentidos,—dijo—. —Y aquí hay dos caminos, le respondí yo volviéndome, desafiante, hacia él:—uno limpio y otro sucio:—¿cuál tomaremos?——El limpio,——desde luego, me contestó Eugenius. —Eugenius, le dije entonces yo encarándome con él y poniéndole una mano en el pecho:—definir—es desconfiar.—Así me anoté un triunfo sobre Eugenius; pero me lo anoté como siempre lo hago: como un idiota.—Me consuela, sin embargo, pensar que no soy un idiota empedernido; en consecuencia, Defino la palabra Nariz de la siguiente manera,—pero encareciendo y suplicando de antemano a mis lectores, tanto masculinos como femeninos, de cualesquiera edad, color y condición, que, por amor de Dios y de sus propias almas, se guarden de las tentaciones y sugerencias del demonio y no le permitan introducir en sus mentes, valiéndose de alguna artimaña o engaño, ninguna otra idea al respecto que no sea la que yo ya introduzco en mi definición.—Pues con la palabra Nariz, tanto en este largo capítulo de narices como en cualquier otra parte de mi obra en la que aparezca la palabra Nariz,—declaro solemnemente que con esa palabra no quiero decir ni más ni menos que Nariz. Capítulo treinta y dos ——‘Es para compensar’, dijo mi bisabuela repitiendo las mismas palabras,—‘el hecho de que vos, señor, apenas tengáis nariz’.—— —¡Maldición!, exclamó mi bisabuelo llevándose la mano a la nariz;—pues tampoco es tan pequeña:—es una pulgada más larga que la de mi padre.—Hay que decir que a lo que más se parecía la nariz de mi bisabuelo era a la de los hombres, mujeres y niños que Pantagruel encontró en la isla de ENNASIN.——Por cierto, si quieren saber de qué manera se emparentaban aquellas gentes de nariz exageradamente plana,—han de leer el libro,—pues nunca podrían averiguarlo ustedes por sí solos.— —Tenían la nariz, señor, en forma de un as de bastos[88]. ——Es una pulgada, prosiguió mi bisabuelo apretándose la nariz entre el índice y el pulgar y reiterando su aseveración;—es una pulgada más larga, señora, que la de mi padre.——Querréis decir que la de vuestro tío, respondió mi bisabuela. ——Mi bisabuelo se dio por vencido.—Desarrugó el papel y firmó el contrato. Capítulo treinta y tres —Querido, la verdad es que esa viudedad que pagamos es desorbitada para nuestra modesta fortuna, díjole mi abuela a mi abuelo[89]. —Mi padre, contestó mi abuelo, no tenía más nariz (y perdona la expresión, querida) de la que hay en el envés de una mano.—— —Bueno; deben ustedes saber que mi bisabuela vivió doce años más que mi abuelo; de modo que, durante todo ese tiempo y cada seis meses—(concretamente el día de San Miguel y el de la Anunciación),—mi padre tuvo que estar pagando una viudedad de ciento cincuenta libras. No ha habido hombre que cumpliera con sus obligaciones pecuniarias con más gracia que mi padre.——Las primeras cien libras las iba arrojando sobre la mesa, guinea tras guinea, con esa jovial, franca y benévola brusquedad con que las almas generosas, y sólo las almas generosas, son capaces de tirar el dinero; pero en cuanto llegaba a las cincuenta restantes,—por lo general emitía un sonoro ¡Ejem!,——se frotaba morosamente las aletas de la nariz con la yema del dedo índice,—se metía precavidamente la mano entre la cabeza y la redecilla de la peluca,—miraba las dos caras de cada guinea antes de despedirse de ella,—y muy pocas veces podía llegar al final de las cincuenta libras sin verse obligado a sacar un pañuelo y secarse las sienes. ¡Santo cielo, protégeme de esos espíritus implacables y perseguidores que no muestran indulgencia para con los sentimientos que se debaten en nuestro más recóndito interior!—¡Que nunca,—oh, nunca, pueda yo dormir bajo su mismo techo, allí donde el potro de tortura jamás afloja los rodillos y donde no hay compasión para la fuerza de la educación ni para el arraigo de las opiniones heredadas de nuestros antepasados! A lo largo de por lo menos tres generaciones, esta predilección por las narices largas había ido poco a poco echando raíces en nuestra familia.——La TRADICIÓN había estado siempre de su parte, y cada medio año el INTERÉS daba un paso más para fortalecerla; de modo que esta manía de mi padre, a diferencia de tantas otras bien curiosas, no se debía exclusivamente a la singularidad de su cerebro.—Pues, hasta cierto punto, podría decirse que ésta la había mamado junto con la leche de su madre. Sin embargo, también él había añadido algunas cosas de su propia cosecha.—Si la educación había plantado el error (en el supuesto de que lo fuera), mi padre lo había regado y hecho madurar hasta alcanzar la perfección. A menudo manifestaba, exteriorizando sus pensamientos acerca del tema, que no comprendía cómo la familia más grande de Inglaterra podía resistir una sucesión ininterrumpida de seis o siete narices cortas.—Y solía agregar que, contrariamente, uno de los mayores problemas de la vida civil debía de plantearse cuando igual número de raíces largas y robustas, descendidas en línea directa las unas de las otras, no conseguían elevar y aupar a la familia en cuestión hasta los mejores cargos vacantes del reino.——Con frecuencia se jactaba de que la familia Shandy hubiera rayado a gran altura en tiempos del rey Harry VIII[90] y de que,—según decía, su ascensión no se hubiera debido a ningún giro de la maquinaria estatal,—sino sencillamente a la longitud de la nariz de sus miembros;—pero añadía que, como otras familias,—había sufrido el cambio de las tornas y ya nunca se había recuperado del tremendo golpe que para ella había supuesto la nariz de mi bisabuelo.——¡Era un as de bastos, en efecto!, exclamaba moviendo la cabeza de un lado a otro:—¡Pero resultó tan pernicioso para esta desgraciada familia como jamás fuera para nadie triunfo alguno![91] ——¡Despacito y con cuidado, gentil lectora!——¿A dónde te está llevando tu fantasía?—El hombre no conoce la verdad si al hablar de la nariz de mi bisabuelo no me estoy refiriendo al órgano externo del olfato, a esa parte del hombre que sobresale, como una prominencia, en medio de su rostro—y que, según los pintores, cuando se trata de buenas y hermosas narices y de rostros bien proporcionados, debería comprender todo un tercio de los mismos,—claro está: siempre midiendo de arriba abajo y a partir del arranque del cabello.—— —¡Y a la que los escritores, a este paso, sacan excelente partido! Capítulo treinta y cuatro Que la naturaleza haya creado la mente del hombre con la misma feliz aversión, con la misma renuencia a dejarse convencer que en los perros viejos se advierte ‘a aprender nuevos trucos’,—es una impar bendición celestial. ¡En qué especie de rehilete se convertiría al instante el más grande de los filósofos que jamás haya habido si leyera libros, u observara hechos, o pensara cosas que le estuvieran haciendo cambiar de opinión continuamente! Bien: mi padre, como ya le dije a usted el año pasado[92], le tenía verdadero horror a todo esto.—Recogía opiniones, señor, como un hombre en estado salvaje recoge manzanas. —Inmediatamente las considera suyas;—y si es un hombre de espíritu y coraje, antes se dejará matar que renunciar a lo que le pertenece.— Ya sé que Didius, el gran jurisconsulto, me discutirá esta cuestión y me dirá, a voz en grito: —¿De dónde el derecho de ese hombre a esas manzanas? Ex confesso, dirá,—las cosas se hallaban en un estado natural[93].—Las manzanas eran tanto de Frank como de John. Respóndame usted, Mr Shandy, ¿tiene ese hombre alguna patente que demuestre que las manzanas son suyas? ¿Y en qué momento empezaron a ser suyas? ¿Fue cuando las deseó? ¿O bien cuando las recogió? ¿Fue cuando se las comió? ¿O quizá cuando las asó? ¿Fue cuando las peló? ¿O más bien cuando se las llevó a su casa? ¿Fue cuando las digirió?—¿O, por el contrario, cuando———?——. Porque está bien claro, señor, que si su primer movimiento al recogerlas no las hizo suyas,——entonces ningún otro de los que siguieron pudo hacerlo. —Hermano Didius, le contestará Tribonio[94] —(por cierto, habida cuenta de que la barba de Tribonio, el legislador civil y eclesiástico, es tres pulgadas y media y tres octavos más larga que la de Didius,—me alegro sobremanera de que enarbole mi bandera: tanto——que incluso puedo dejar ya de preocuparme por la respuesta).——Hermano Didius, le dirá Tribonio, es algo establecido por decreto, como podrás comprobar en los fragmentos de los códigos de Gregorio y de Hermógenes, así como en todos los demás códigos desde Justiniano hasta Louis y Des Eaux[95],—que el sudor de la frente de un hombre y las exudaciones de sus sesos le pertenecen en la misma medida que los calzones que lleva en el culo;—y como las mencionadas exudaciones, etc., han sido derramadas sobre las susodichas manzanas en el esfuerzo realizado al descubrirlas y recogerlas; y como además el hombre ha gastado y perdido definitivamente estos sus sudores para unirlos de manera indisoluble a los objetos recogidos, llevados a casa, asados, pelados, comidos, digeridos y demás,—es evidente que el hombre que ha recogido las manzanas ha mezclado, al hacer todo esto, algo que era enteramente suyo con algo que no lo era: las manzanas; y que, de este modo, se ha apropiado de ellas:—o, dicho con otras palabras, las manzanas son de John. Por la misma y erudita cadena de razonamientos defendía y se aferraba mi padre a sus opiniones: no había escatimado ningún esfuerzo al recogerlas, y cuanto más apartadas se hallaban de los caminos trillados, más derecho tenía él al título de propietario.—Ningún mortal se las disputaba. Además, guisarlas y digerirlas le había costado tanto trabajo como las manzanas al hombre del caso antes expuesto, de modo que muy bien podría decirse que formaban parte de sus pertenencias y bienes muebles.—En consecuencia las defendía con uñas y dientes de los demás;—se abalanzaba sobre cuanto pudiera serles de utilidad,—y, en una palabra, las atrincheraba y fortificaba con tantas circunvalaciones y parapetos como mi tío Toby a sus ciudadelas. En este caso había una enojosa dificultad, sin embargo, para llevar a cabo este trabajo de protección:—la escasez de materiales disponibles para edificar cualquier tipo de defensas si se producía un ataque en toda regla; pues lo cierto era que muy pocos hombres de genio habían ejercitado su talento en escribir libros sobre el tema de las grandes narices: y, ¡por el trote de mi jamelgo, la cosa no deja de ser increíble! No acierto a comprenderlo en absoluto, sobre todo cuando pienso en el verdadero tesoro de precioso tiempo y de talento que se ha malgastado en temas mucho más intranscendentes—y en los millones de libros que en todas las lenguas e impresiones y encuadernamientos imaginables se han hecho y confeccionado sobre cuestiones que no atañen ni la mitad que ésta a la unidad y la paz del mundo. Lo que conseguía, no obstante, acerca del tema, lo iba almacenando con gran amorosidad; y aunque mi padre se burlaba con frecuencia de la biblioteca de mi tío Toby,—la cual, dicho sea de paso, era bastante ridícula,—él, sin embargo, coleccionaba al mismo tiempo todos los libros y tratados sistemáticos que en torno a las narices se hubieran escrito——con tanto celo como mi buen tío Toby hacíalo con los que versaban sobre arquitectura militar.—Y no tenías tú la culpa, querido tío,—de que efectivamente a él, para ponerlos,—le bastara con una mesa mucho más pequeña que la tuya.— Aquí—(aunque por qué aquí—más que en ninguna otra parte de mi historia—es algo que no soy capaz de explicar;——pero es aquí)——el corazón me ordena detenerme para rendirte de una vez por todas a ti, querido tío Toby, el tributo que te debo por tu infinita bondad.—Permíteme que aquí aparte la silla de un empellón y me ponga de rodillas en el suelo para verter los más cálidos sentimientos de amor por ti y de veneración por las excelencias de tu carácter que jamás hayan encendido la virtud y la naturaleza en el pecho de un sobrino.—¡La paz y el solaz descansen eternamente sobre tu cabeza!—Nunca envidiaste el bienestar de nadie,—de nadie atacaste las opiniones.—Nunca oscureciste la reputación de nadie,—a nadie quitaste el pan. Nuevamente, al paso, con el fiel Trim detrás de ti, cabalgaste alrededor del pequeño círculo de tus placeres, sin a nadie atropellar en tu marcha; —siempre tuviste una lágrima para las desgracias de los demás,—siempre tuviste un chelín para las necesidades de los demás. Mientras me quede a mí dinero para pagar un escardador,—en la senda que va desde la puerta de tu casa hasta el campo de bolos la hierba no crecerá.—Y mientras la familia Shandy posea pértica y media de terreno, tus fortificaciones, querido tío Toby, no serán demolidas jamás. Capítulo treinta y cinco La colección de mi padre no era extensa, pero, en compensación, era interesante; de esto se desprende que le había llevado bastante tiempo reuniría; había tenido, sin embargo, la enorme fortuna de empezarla con buen pie, pues había conseguido el prólogo de Bruscambille sobre las narices largas casi regalado—(solamente le había costado tres medias coronas), gracias a la simpatía que el entusiasmo con que mi padre se abalanzó sobre el libro, nada más verlo, despertó en el librero[96].——No hay tres Bruscambilles en toda la cristiandad,—le dijo el librero, aparte de los que se hallan bien encadenados en las bibliotecas de los curiosos. Mi padre le arrojó el dinero rápido como el rayo,—se metió el Bruscambille debajo del abrigo,—y, sin separar la mano del volumen ni una sola vez en todo el trayecto, se apresuró a volver a casa, desde Piccadilly hasta Coleman Street, como lo hubiera hecho de haber llevado un tesoro bajo el brazo. A los que aún no saben de qué género es Bruscambille—(dado que un prólogo sobre las narices largas podría haberlo hecho fácilmente un miembro de cualquiera de los dos),——no les molestará el símil—si digo que cuando mi padre llegó a casa, se solazó con el Bruscambille de la misma manera en que (apuesto diez contra uno) su señoría se solazó con su primera querida,——es decir: desde la mañana hasta la noche; lo cual, dicho sea de paso, por muy deleitoso que pueda resultarle al inamorato[97],—es muy poco o nada divertido para el mero espectador.—Adviertan que no voy más allá con el símil:—la vista de mi padre fue mayor que su apetito,—su entusiasmo mayor que su saber:—se enfrió, —sus afectos se dividieron,—consiguió el Prignitz,—se compró el Scroderus, el Andrea Paraeus, las Conversaciones Nocturnas de Bouchet y, por encima de todo, el gran y sapientísimo Hafen Slawkenbergius, acerca del cual, habida cuenta de que más adelante tendré mucho que decir,—no diré nada por ahora[98]. Capítulo treinta y seis De entre todos los opúsculos que mi padre se tomó el trabajo de procurarse y estudiar para apoyar su teoría, ninguno le causó una decepción tan cruel como la primera lectura del famoso diálogo entre Pánfago y Cocles, escrito por la casta pluma del gran y venerable Erasmo y que trata de los variados usos y adecuadas aplicaciones de las narices largas[99].——Bien: ahora, querida jovencita, si puede usted impedirlo de algún modo, no deje que en este capítulo Satán aproveche cualquier prominencia del terreno para sentarse a horcajadas sobre la imaginación de usted; y si a pesar de todo es un ágil que finalmente logra encaramarse a ella,—permítame rogarle que, como una potranca sin ensillar, lo haga saltar, lo jeringue[100], lo haga brincar, se encabrite usted, lo obligue a botar—y lo cocee, con patadas y puntapiés, hasta que, como la yegua de Tickletoby, rompa usted una correa o un ataharre y arroje al fango a su señoría.—No es necesario que lo mate.— ——Y dígame usted, ¿quién era la yegua de Tickletoby?——Esa, señor, es una pregunta tan vergonzosa e indigna de un caballero instruido como inquirir acerca del año (ab urb. ton.)[101] en que estalló la segunda guerra púnica.—¡Que quién era la yegua de Tickletoby!—¡Lea, lea, lea, lea usted, mi ignorante lector! Lea,—o, por el saber del gran San Paraleipomenon[102],—ya se lo digo de antemano, mejor hará usted en tirar el libro inmediatamente; porque sin mucha lectura, por lo que, como su reverencia sabe, entiendo mucho saber, no será usted más capaz de comprender la moral de la jaspeada página que viene a continuación (¡el abigarrado emblema de mi obra!) de lo que lo ha sido el mundo, con toda su sagacidad, de desvelar las muchas opiniones, transacciones y verdades que aún yacen místicamente ocultas bajo el oscuro velo de la que estaba en negro[103]. Capítulo treinta y siete ‘Nihil me paenitet hujus nasi’, dice Pánfago;—es decir:—‘Sin mi nariz no sería yo nada’.——‘Nee est cur paeniteat’, le responde Codes; es decir: ‘¿Cómo diablos podría fracasar semejante nariz?’[104] Erasmo, ya lo ven ustedes, sentaba los principios de la doctrina con la mayor claridad y rotundidad posible, enteramente al gusto de mi padre; pero lo que le decepcionó fue no encontrar, en una pluma tan sabia, más que la simple exposición del hecho mismo, sin el menor rastro de esa sutileza especulativa o de esa argumentación ambigua con que el cielo ha dotado al hombre para que investigue la verdad y luche por su causa en todos los terrenos.—Tras la primera lectura, mi padre lanzó toda una serie de denostadores ¡bahs! y ¡pufs!——Pero gozar de buena reputación sirve para bastantes cosas. Como el diálogo era de Erasmo, mi padre recapacitó enseguida y volvió a leerlo y releerlo con gran aplicación, estudiando una y otra vez cada palabra y cada silaba en su más estricta y literal interpretación;—pero tampoco de esa manera logró sacar nada en limpio. —Tal vez haya otro significado, aparte del expreso, dijo mi padre;—los sabios, hermano Toby, no escriben diálogos sobre las narices largas porque sí.——Voy a estudiar los sentidos místico y alegórico:—todavía hay aquí material suficiente para volver sobre ello, hermano. Y mi padre siguió leyendo.—— Bien; me parece que ahora es necesario que les comunique a sus reverencias y señorías que, aparte de los numerosos usos de tipo náutico que Erasmo atribuye a las narices largas, el dialoguista afirma que también tienen sus ventajas de carácter doméstico; pues en caso de apuro,—y falta de fuelle, servirá estupendamente ad excitandum focum (para avivar el fuego)[105]. La naturaleza, al otorgarle sus dones a mi padre, se había mostrado desmedidamente pródiga, y había sembrado las semillas de la crítica verbal, en su interior, a tanta profundidad como las de los demás conocimientos de que era poseedor;——de modo que cogió su cortaplumas y se puso a experimentar con la frase a ver si podía arañarle algún otro sentido más satisfactorio.——¡Hermano Toby!, gritó mi padre: ¡He logrado aprehender el sentido místico de Erasmo a falta de una sola letra, que no acaba de encajar!——Pues hay que reconocer en toda justicia, hermano, respondió mi tío, que estás ya bastante cerca.——¡Bah!, exclamó mi padre al tiempo que se ponía de nuevo a raspar:—lo mismo daría que estuviese aún a siete millas.——¡Lo he conseguido!,—dijo mi padre haciendo chasquear los dedos:—¡Mira cómo he corregido el sentido, hermano Toby!——Pero has desfigurado una palabra, replicó mi tío Toby[106].—Mi padre se caló los lentes,—se mordió el labio inferior—y, en un acceso de ira, arrancó la hoja del libro. Capítulo treinta y ocho ¡Oh, Slawkenbergius! ¡Tú, fiel analizador de mis Disgrázias![107] —¡Tú, triste profeta de tantísimos de los azotes y reveses que en una u otra etapa de mi vida, debido a la brevedad de mi nariz y sólo a eso (que yo sepa), han venido a golpearme y derrumbarme sin piedad!—¡Dime, Slawkenbergius! ¿Cuál fue aquel secreto impulso? ¿Cómo era el tono de voz? ¿De dónde provenía ésta? ¿De qué modo retumbó en tus oídos?—¿Estás seguro de haberla oído?—¿De haberla oído gritarte:——¡Adelante,——adelante, Slawkenbergius! ¡Dedícale a esta obra los esfuerzos de tu vida,—olvídate de tus pasatiempos,——invoca a todos los poderes y facultades de tu naturaleza,—macérate por el bien de los hombres y escríbeles un INFOLIO grandioso sobre el tema de sus narices!? Acerca de cómo le fue transmitido este precepto al sensorio de Slawkenbergius,—de cómo (por consiguiente) él llegó a saber a quién pertenecía el dedo que pulsó la tecla,—y a quién la mano que hizo al fuelle soplar y funcionar,—solamente podemos hacer conjeturas——habida cuenta de que Hafen Slawkenbergius lleva muerto y enterrado, allá en su tumba, más de noventa años. Por todo cuanto yo sé, Slawkenbergius debió de desempeñar el papel de instrumento o medio de una inspiración más elevada, a la manera de los discípulos de Whitefield[108], —es decir: sabiendo tan a la perfección, señor, cuál de los dos amos había estado practicando con su instrumento——como para que todo razonamiento acerca de la cuestión resultara enteramente innecesario. ——Porque en la explicación que Hafen Slawkenbergius da al mundo acerca de las causas y motivos que tuvo para escribir y dedicar tantos años de su vida a esta única obra,—hacia el final de los prolegómenos (los cuales, por cierto, deberían ir al principio:—pero el encuadernador los puso, insensatamente, entre el índice analítico del libro y el libro mismo),—le dice al lector que desde que alcanzó la edad de la razón y fue capaz de ponerse a meditar desapasionadamente sobre el verdadero estado y condición del hombre, y de discernir cuál es el fin principal y el propósito de su existencia,—o,—para hacer más breve mi traducción y citarle a él directamente (pues el libro de Slawkenbergius está en latín y no es poco prolijo en este pasaje),—que ‘desde que empecé a comprender las cosas’, dice Slawkenbergius,—‘o, mejor dicho, a diferenciarlas y a ver qué cosa es qué,—y pude comprobar que el tema de las narices largas había sido tratado con excesiva negligencia por mis predecesores,—yo, Slawkenbergius, he sentido el fuerte impulso, acompañado de una poderosa e irresistible llamada procedente de mi propio interior, de acometer esta empresa personalmente’. Y para hacerle justicia a Slawkenbergius, hay que decir que ha entrado en liza blandiendo una lanza más poderosa y llevando a cabo una carrera mucho más brillante que cualquiera de sus predecesores;—y, de hecho, en muchos aspectos merecería ser en-nichado como prototipo y modelo que todos los escritores (o cuando menos los autores de obras voluminosas) deberían seguir al hacer sus libros;—pues Slawkenbergius, señor, ha abarcado la totalidad del tema,—ha examinado cada una de sus partes dialécticamente,—y finalmente lo ha expuesto todo a la luz del día elucidándolo con la mayor claridad imaginable (ya obtenida merced a la asombrosa colisión de sus propios talentos naturales,—ya merced a su profundo conocimiento de las ciencias, que sin duda le habrá capacitado para arrojarla),—confrontando, recopilando, compilando,——mendigando, copiando y robando en su impetuoso avance todo lo que sobre el tema se ha escrito o discutido en los atrios y escuelas de los doctos: de tal modo que el libro de Slawkenbergius puede muy bien considerarse no sólo como ‘modelo, —sino también como cabal y acabado COMPENDIO (o instituía regulada) de cuanto sea o pueda ser necesario saber acerca de las narices. Es ésta la razón por la que me abstengo de hablar de tantos otros libros y tratados valiosos (por diferentes conceptos) de la colección de mi padre que o bien abordaban directamente el tema de las narices—o bien lo tocaban tangencialmente;——tales como, por ejemplo, el de Prignitz (que ahora tengo ante mi vista, encima de la mesa), quien, con infinita erudición y tras haber examinado imparcial y escrupulosamente más de cuatro mil cráneos escogidos al azar en más de veinte osarios distintos de la Silesia en los que se había dedicado a revolver,——nos ha revelado que el tamaño y la forma de las partes óseas o huesudas de la nariz humana son, en cualquier territorio dado (a excepción de en la Tartaria Crimea[109], donde están todas tan aplastadas por los pulgares de los tártaros que no se puede emitir juicio alguno acerca de ellas),——mucho más parecidas entre sí de lo que el mundo se imagina,—siendo las diferencias existentes entre ellas una mera fruslería que ni siquiera vale la pena reseñar;—y añade, en cambio, que las dimensiones y la jovialidad de cada nariz en particular (lo que hace que unas narices tengan más categoría y un precio más elevado que otras) se debe a las partes cartilaginosas y musculares, hasta cuyos conductos y concavidades llegan la sangre y los espíritus animales, impelidos y guiados por el calor y la fuerza de la imaginación, que no está más que a un paso de la nariz (excepto en los idiotas, a los que Prignitz, que había vivido muchos años en Turquía, supone la tutela directa del cielo);—y así sucede, y debe siempre suceder necesariamente, dice Prignitz, que la calidad de la nariz se encuentre en proporción aritmética directa con la excelencia y calidad de la fantasía de su propietario[110]. Y es por esta misma razón (es decir, porque ya está todo comprendido en el Slawkenbergius) por lo que tampoco digo nada acerca de Scroderus (Andrea)[111], quien, como todo el mundo sabe, decidió opugnar a Prignitz con gran violencia,—y probó a su manera, primero lógicamente y luego mediante una serie de hechos irrefutables e innegables, que ‘Prignitz estaba tan lejos de la verdad al afirmar que la fantasía engendraba la nariz que, por el contrario,—era la nariz la que engendraba la fantasía’. —Los eruditos en la materia sospecharon que tras este razonamiento de Scroderus se escondía un indecente sofisma,—y Prignitz, en la disputa, proclamó a los cuatro vientos que Scroderus se había limitado a apropiarse de su idea y a volverla en contra suya,—pero Scroderus, impertérrito, siguió sosteniendo su tesis.—— Mi padre se hallaba inmerso en un mar de dudas, sin saber por cuál de los dos bandos debía tomar partido en este asunto, cuando Ambrose Paraeus[112], al echar por tierra ambos sistemas, tanto el de Prignitz como el de Scroderus, tomó la decisión por él y sacó al instante a mi padre del escenario de aquellas luchas suscitadas por la controversia. Sepan ustedes—— Ya sé que, al contar esto, no le descubro nada al lector culto;—lo menciono tan sólo para que precisamente el lector culto vea que también yo lo soy.—— Que este Ambrose Paraeus fue primer cirujano y reparador oficial de narices de Francisco Nono de Francia, y que gozó de una excelente reputación durante su reinado y el de los dos reyes anteriores, o posteriores (no recuerdo ahora bien cuál de las dos cosas), a él;—y que, dejando de lado el error que cometió en su exposición de las narices de Taliacotius, así como la forma en que atacó sus métodos[113],—el colegio de médicos de la época (en pleno) consideraba que, en cuestión de narices, sabía más que ningún otro hombre que hubiera tenido alguna vez una en la mano. Pues bien, Ambrose Paraeus convenció a mi padre de que la verdadera causa eficiente de lo que habla acaparado la atención del mundo y hecho perder y malgastar tantos conocimientos y talento a Scroderus y Prignitz——no era ni la del uno ni la del otro,—sino que la longitud y bondad de la nariz debíanse simplemente a la blandura y flaccidez de los pechos de la nodriza,——al igual que la planicie y cortedad de las narices raquíticas debíanse a su vez a la firmeza y elasticidad de estos mismos órganos nutritivos (es decir, al contacto con unos senos fuertes y robustos),—lo cual, aunque indudablemente una dicha para la mujer, representaba la ruina del niño, habida cuenta de que su nariz se veía de esta manera tan maltratada, tan rechazada, tan mal acogida y tan refrigerada que nunca llegaba ad mensuram suam legitimam[114];—en cambio, dice Paraeus, cuando los pechos de la madre o nodriza son blandos y fláccidos,—la nariz, al hundirse sin oposición en ellos como si fueran mantequilla, se ve alentada, alimentada, cebada, vivificada, refocilada y animada a crecer sin cesar[115]. Acerca de esta teoría de Paraeus sólo tengo dos observaciones que hacer: la primera es que todo lo prueba y explica con la mayor castidad y decoro de expresión:—¡que por ello su alma, en recompensa, descanse eternamente en paz! Y la segunda es que, además de los sistemas de Prignitz y Scroderus, que la hipótesis de Ambrose Paraeus desbarató eficazmente,—lo que al mismo tiempo también desbarató fue el sistema de paz y armonía de nuestra familia; y no sólo encizañó las cosas entre mi padre y mi madre durante tres días consecutivos, sino que, asimismo, puso patas arriba la casa entera y cuanto había dentro de ella——si exceptuamos a mi tío Toby. ¡Seguro que jamás, en ningún tiempo ni país, salieron a la calle y se supieron, a través del agujero de una cerradura, los pormenores y el relato de discusión tan ridícula entre un hombre y su mujer! Deben ustedes saber que mi madre——pero antes tengo que contarles otras cincuenta cosas más urgentes,—me encuentro con un centenar de problemas que he prometido resolver,—tengo encima, además, todas apelotonadas y triplicadas, pisándose el cuello las unas a las otras, mil calamidades y desventuras domésticas que narrar:——una vaca penetró (mañana por la mañana) en las fortificaciones de mi tío Toby y se comió dos raciones y media de hierba seca, y, al hacerlo, arrancó el césped que cubría su hornabeque y su camino-cubierto.—Trim insiste en ser juzgado en consejo de guerra,—la vaca debe ser fusilada,—Slop crucificado,—yo mismo tristramizado y convertido en mártir en la misma hora de mi bautismo;—¡pobres diablos infelices que somos todos!—A mí me tendrían que fajar con pañales,——pero no hay tiempo que perder en exclamaciones.——He dejado a mi padre tendido en la cama y a mi tío Toby sentado a su lado en la vieja silla ribeteada, y he prometido volver con ellos al cabo de media hora, y ya han transcurrido treinta y cinco minutos desde entonces.——De todas las perplejidades en que cualquier autor mortal se haya visto jamás,—ésta es sin duda la más grande:——pues tengo que terminar, señor, con el infolio de Hafen Slawkenbergius;—tengo que relatar un diálogo entre mi padre y mi tío Toby acerca de las respectivas soluciones de Prignitz, Scroderus, Ambrose Paraeus, Ponócrates y Grangousier[116];—tengo que traducir un cuento que he entresacado del Slawkenbergius; y para hacer todo esto dispongo de cinco minutos menos de lo que es ningún tiempo en absoluto;——¡qué cabeza la mía!—¡Ay, si el cielo quisiera que mis enemigos se asomaran a su interior! Capítulo treinta y nueve En nuestra familia no había escena tan divertida,—y para hacerle justicia en este aspecto:——aquí me quito el sombrero y lo dejo encima de la mesa, al lado mismo del tintero, a fin de conferirle mayor solemnidad a la declaración que acerca de este punto le voy a hacer al mundo:—y es: que creo de todo corazón (y espero que el amor y la parcialidad de mi entendimiento no me cieguen) que la mano del supremo Hacedor y primer Inventor de todas las cosas jamás creó o reunió una familia (al menos durante el periodo de su historia que me he empeñado en relatar)—en la que los caracteres estuvieran modelados o contrastados con tanto acierto dramático como lo estaban en la nuestra (a este respecto); o a la que la capacidad para ofrecer escenas tan exquisitas, así como la facultad de hacerlas variar continuamente de la mañana a la noche, le hubieran sido adjudicadas y otorgadas con confianza tan ilimitada como a la FAMILIA SHANDY. De todas estas escenas, digo, ninguna era tan regocijante, en este extravagante y caprichoso teatro nuestro,—como la que frecuentemente se producía en este mismo capítulo de las narices largas,——especialmente cuando a mi padre sus investigaciones le calentaban en exceso la imaginación y no había nada que le satisficiera y se la lograra aplacar salvo calentársela también a mi tío Toby. Mi tío Toby dejaba que mi padre lo intentara por todos los medios a su alcance; y, con paciencia infinita, permanecía durante largas e interminables horas sentado en su sillón, fumando en pipa, mientras mi padre practicaba con su cabeza y probaba a introducir en ella, por todas las vías de acceso posibles, las teorías y soluciones de Prignitz y de Scroderus. Si éstas se hallaban fuera del alcance de su entendimiento,—o si iban en contra de él,—o si es que su cerebro era como pólvora mojada y no había manera de hacer prender la mecha,—o si es que estaba tan atiborrado de zapas, minas, blindas, cortinas y demás artefactos militares que lo incapacitaban para comprender con claridad las doctrinas de Prignitz y de Scroderus,—eso es algo que no diré yo:—se lo dejo a los universitarios,—a los marmitones, a los anatomistas y a los ingenieros para que, tras pelearse todos entre sí, lo decidan ellos mismos.—— Una de las desgracias que rodearon a todo este asunto fue, de ello no me cabe la menor duda, el hecho de que mi padre tuviera que traducirle los mencionados escritos, palabra por palabra, a mi tío Toby: se vio obligado a traducir el latín de Slawkenbergius, y como en este arte mi padre no era precisamente un maestro, sus versiones no siempre resultaban muy exactas,—y por lo general no lo eran en absoluto en los párrafos que más lo necesitaban;—esto, naturalmente, dejaba la puerta abierta a una segunda desgracia:—en medio de los más ardorosos paroxismos de su afán por abrirle los ojos a mi tío Toby,—las ideas de mi padre eran tanto más veloces que la traducción cuanto éralo la traducción que las ideas de mi tío Toby;——ni lo uno ni lo otro contribuía mucho, que digamos, a la perspicuidad de las lecturas de mi padre. Capítulo cuarenta La facultad de raciocinar y hacer silogismos,—ese don del hombre,—pues, según me dicen, entre las clases de seres superiores, tales como los ángeles y los espíritus,—se hace todo, con el permiso de sus señorías, por medio de la INTUICIÓN;—y los seres inferiores, como sus señorías muy bien saben,—silogizan con la nariz: aunque hay una isla flotando en el mar (si bien, al parecer, no lo hace tan reposadamente como sería de desear) cuyos habitantes, si mi información no es errónea, están tan maravillosamente dotados que no sólo silogizan de la misma manera, sino que además obtienen con frecuencia excelentes resultados:—pero tal isla no está ni aquí ni allᗗ La facultad de raciocinar y hacer silogismos debería consistir, entre nosotros——o, mejor dicho, el gran y esencial acto de raciocinar consiste en el hombre, como nos dicen los lógicos, en averiguar si dos ideas están en concordancia o discordancia la una con la otra mediante la intervención de una tercera (llamada medius terminus)[117]; así un hombre, como bien observa Locke, puede comprobar por medio de una vara, en un juego de bolos, si dos de las calles (que sería imposible yuxtaponer a fin de verificar la igualdad de sus medidas) tienen o no la misma longitud[118]. Si este mismo gran razonador hubiera podido asistir a las sesiones que mi padre dedicaba a la ilustración de las diferentes teorías nasales, y hubiera podido observar el comportamiento de mi tío Toby:—con qué atención escuchaba cada palabra—y con cuan admirable seriedad estudiaba la longitud de su pipa cada vez que se la sacaba de la boca,—inspeccionándola en sentido transversal mientras la sostenía entre el índice y el pulgar,——luego frontalmente,——a continuación desde este ángulo, después desde aquel otro, desde todas, en fin, las perspectivas y escorzos posibles,——habría llegado a la conclusión de que mi tío Toby había dado con el medius terminus apropiado y de que estaba silogizando y calculando con él lo que de verdad había en cada teoría sobre las narices largas——a medida que mi padre se las iba exponiendo. Esto, dicho sea de paso, habría excedido en mucho las pretensiones de mi padre:—todos los esfuerzos que estos razonamientos filosóficos le costaban iban encaminados a lograr que mi tío Toby fuera capaz—no de discutirlos,—sino de comprenderlos;—de captar los más sutiles granos y escrúpulos del conocimiento, —no de sopesarlos.—Mi tío Toby, como verán ustedes en el próximo capítulo, no hacía ni lo uno ni lo otro. Capítulo cuarenta y uno —Es una lástima, exclamó mi padre una noche de invierno al cabo de tres horas de trabajosa traducción de Slawkenbergius;—es una lástima, exclamó mi padre al tiempo que metía en el libro, a guisa de señal, una madeja de hilo de mi madre, —que la verdad, hermano Toby, se encierre en sí misma con tan inexpugnable firmeza y sea tan terca como para no rendirse alguna que otra vez, quizá cuando la tenacidad del asedio se lo merezca.—— Bien: sucedía en aquella ocasión, como de hecho ya había sucedido a menudo con anterioridad, que la fantasía de mi tío Toby, no habiendo en realidad nada que la retuviera allí mientras mi padre le explicaba las teorías de Prignitz,——había volado hasta el campo de bolos;——y muy bien podría su cuerpo haberse dado también un paseíto hasta allí,—pues aunque con el aire de un gran sabio que medita sobre el medius terminus,——lo cierto es que mi tío Toby estaba tan poco al tanto del razonamiento y de sus pros y contras como si a lo que mi padre hubiera estado traduciendo el libro en latín de Hafen Slawkenbergius hubiera sido a la lengua cherokee. Pero la palabra asedio de la metáfora de mi padre, como un talismán, hizo que la fantasía de mi tío Toby volviera por los aires, volando, con tanta rapidez como una nota musical sigue a la pulsación del dedo sobre la tecla:—abrió los oídos,—y mi padre, al observar que se sacaba la pipa de la boca y que arrimaba la silla a la mesa como si no quisiera perderse ni una sílaba de la explicación,—repitió la frase con gran satisfacción,—sólo que variando un poco el sentido y prescindiendo de la metáfora del asedio a fin, justamente, de eludir ciertos peligros que sospechaba encerrados en ella. —Es una lástima, dijo mi padre, que la verdad, hermano Toby, sólo pueda estar de un lado,——teniendo en cuenta la agudeza de ingenio de que han hecho gala todos estos hombres ilustres en sus respectivas propuestas para la solución de las narices.——Pero, ¿es que acaso las narices se pueden disolver?, respondió mi tío Toby. ——Mi padre echó su silla hacia atrás de un empellón, se levantó,—se puso su sombrero,——en cuatro largas zancadas se plantó ante la puerta,——la abrió de un tirón,—asomó la cabeza al exterior,—volvió a cerrar la puerta,—no reparó en el chirrido del gozne en mal estado,—se acercó hasta la mesa de nuevo,—sacó violentamente del libro de Slawkenbergius la madeja de hilo de mi madre,——fue con gran rapidez hasta su escritorio,—regresó de allí con lentitud al tiempo que se enrollaba la madeja de hilo a un pulgar,—se desabrochó el chaleco,—arrojó la madeja de hilo al fuego,—mordió el alfiletero de satén de mi madre partiéndolo en dos, se le llenó la boca de salvado——y deseó que lo confundiera Dios;—¡pero fíjense bien!:—aquella confusión se la deseó y dirigió al cerebro de mi tío Toby,—que ya estaba bastante confundido de por sí;—lo único es que la maldición iba cargada con salvado;—el salvado, con el permiso de usías,——era la pólvora: la maldición era la bala. Por suerte, los arrebatos de cólera de mi padre no duraban mucho; pues mientras duraban le hacían llevar una vida sumamente atareada y agitada; y uno de los enigmas más inextricables con que me he topado a lo largo de mi vida consagrada a la observación de la naturaleza humana era precisamente el hecho de que no hubiera nada que pusiera tan a prueba la paciencia de mi padre, o que con tanta facilidad consiguiera que, al igual que pólvora, se le dispararan los humores, como los inesperados golpes que las preguntas de mi tío Toby, con su singular simplicidad, asestábanle a su saber.—Si diez docenas de avispas le hubieran picado a la vez en otros tantos puntos diferentes de la espalda,—es seguro que no habría llevado a cabo más movimientos mecánicos en menos segundos——y que no se habría sobresaltado ni la mitad de lo que lo hizo por culpa de una sola quaere[119] de tres palabras que inoportunamente había venido a frenarle en su caballuna carrera. Pero a mi tío Toby nada lo alteraba:——seguía fumando en pipa con invariable ecuanimidad;—su corazón nunca albergaba la intención de ofender a su hermano,—y como su cabeza muy pocas veces era capaz de descubrir en qué había consistido la picadura o injuria,—siempre le concedía a mi padre el tiempo necesario para calmarse por sí solo.—En esta ocasión tardó cinco minutos y treinta y cinco segundos en hacerlo. —¡Por cuanto de bueno hay en el mundo!, dijo mi padre mientras volvía en sí, utilizando un juramento sacado del compendio de maldiciones de Ernulfo—(aunque, para hacerle justicia a mi padre, hay que señalar que esta falta la cometía (como le dijo al doctor Slop cuando se habló de Ernulfo) tan pocas veces como lo hiciera el que menos sobre la tierra).——¡Por cuanto hay de bueno y hermoso! Hermano Toby, dijo mi padre, si no fuera por la ayuda de la filosofía, que tanto le ampara a uno, —lograrías sacarme de mis casillas.—Pues al hablarte de las soluciones de las narices me estaba refiriendo, como podrías haber adivinado si te hubieras dignado a concederme un granito de atención, a las diversas explicaciones que ciertos hombres ilustres pertenecientes a diferentes esferas del conocimiento han ofrecido al mundo acerca de las causas de las narices cortas y largas.——Hay solamente una causa, respondió mi tío Toby,—de que las narices de unos hombres sean más largas que las de otros, y es porque así lo quiere Dios.——Esa es la solución de Grangousier, dijo mi padre.——Es Él, prosiguió mi tío Toby elevando la mirada hacia el techo y haciendo caso omiso de la interrupción de mi padre, quien a todos nos hace, y configura, y modela, con las formas y proporciones y para los fines que a su infinita sabiduría parécenle adecuados.——Es una explicación muy pía, exclamó mi padre, pero no filosófica;—hay en ella más religión que ciencia pura. El temor a Dios y la reverencia por la religión—no eran rasgos precisamente inconsistentes del carácter de mi tío Toby.—De modo que en el mismo instante en que mi padre dio su observación por terminada,—mi tío Toby se puso a silbar el Lillabullero con más vehemencia (aunque también con más desafinación) de la acostumbrada.— —¿Qué ha sido de la madeja de hilo de mi mujer? Capítulo cuarenta y dos No cabe duda:—la madeja de hilo, como accesorio de costura, podía tener algún interés para mi madre;—como señal para el Slawkenbergius, ninguna para mi padre. Para mi padre, cada página del Slawkenbergius era un tesoro de inagotables conocimientos:—tan rico era su caudal que resultaba imposible abrirlo en balde; y cuando cerraba el libro tras haberlo utilizado, solía decir que si todas las artes y ciencias del mundo se perdieran junto con los libros que trataban de ellas,—y que si además sucediera alguna vez, decía, que por falta de uso se olvidara la sabiduría política entera de los gobiernos, y se olvidara asimismo cuanto los hombres de estado habían escrito o dado ocasión de escribir sobre las virtudes y defectos de las cortes y reinos,—y sólo quedara el Slawkenbergius,—decía que con toda seguridad esta obra contenía lo suficiente para volver a poner el mundo en marcha. En consecuencia, ¡un tesoro era, en efecto! ¡Una verdadera instituía en la que se enseñaba cuanto era necesario saber acerca de las narices y de todo lo demás!—Por la mañana, la tarde o la noche Hafen Slawkenbergius era su alegría y su diversión: siempre estaba con él en las manos,—y usted, señor, hubiera jurado que se trataba del libro de oraciones de un canónigo:—tanto brillo tenía, tan gastado, contrito y atrito se hallaba: por todas partes lleno de huellas de índices y pulgares. Yo no soy tan fanático de Slawkenbergius como mi padre;—hay en él buen material, de eso no cabe duda. Pero, en mi opinión, lo mejor (no digo lo más instructivo, sino lo más divertido) de Hafen Slawkenbergius son sus cuentos; ——y, teniendo en cuenta que era alemán, hay que subrayar que muchos de ellos no están contados sin gracia ni fantasía:——ocupan el segundo libro (lo cual viene a ser casi la mitad del infolio) y están divididos en diez décadas, cada una de las cuales, a su vez, contiene diez cuentos.——No se construye una filosofía a base de cuentos; y en consecuencia, fue sin duda un error de Slawkenbergius lanzarlos al mundo con ese nombre;—aunque hay unos cuantos en las décadas octava, novena y décima que, lo admito sin reticencia, me parecen más festivos y juguetones que especulativos;—pero, en conjunto, los eruditos han de considerarlos como un detallado relato de muchos hechos independientes y aislados que sin embargo siempre vuelven, por uno u otro camino y tras dar un rodeo, a los principales goznes del tema escogido,——y que el autor recopiló con gran fidelidad, añadiéndolos a su obra a guisa de ejemplos para mejor ilustrar las diversas doctrinas de las narices. Como el tiempo nos sobra,—voy a contarle, señora, si me da usted permiso, el noveno cuento de la décima década. FIN DEL TERCER VOLUMEN VOLUMEN IV[1] SLAWKENBEKGII FABELLA(2)† Véspera quâdam frigidulâ, posteriori in parte mensis Augusti, peregrinus, mulo fusco colore insidens, manticâ a tergo, paucis indusiis, binis calceis, braccisque sericis coccineis repletâ, Argentoratum ingressus est. Militi eum percontanti, quam portus intraret, dixit, se apud Nasorum promontorium fuisse, Francofurtum proficisci, et Argentoratum, transitu ad fines Sarmatiae mensis intervallo, reversurum. Miles peregrini in faciem suspexit—Dî boni, nova forma nasi! At multum mihi profuit, inquit peregrinus, carpum amento extrahens, e quo pependit acinaces: Loculo manum inseruit; et magnâ cum urbanitate, pilei parte anteriore tactâ manu sinistrâ, ut extendit dextram, militi florinum dedit et processit. Dolet mihi,ait miles, tympanistam manum et valgum alloquens, virum adeo urbanum vaginam perdidisse: itinerari haud poterit nudâ acinari, neque vaginam toto Argentorato habilem inventet.——Nullam unquam habui, respondit peregrinus respiciens,——seque comiter inclinans—hoc more gesto, nudam acinacem elevans, mulo lentò progrediente, ut nasum tueri possim. Non inmerito, benigne peregrine, respondit miles. Nihili aestimo, ait ille tympanista, e pergamenâ factitius est. Prout christianus sum, inquit miles, nasus ille, ni sexties major sit, meo esset conformis. Crepitare audivi, ait tympanista. Mehercule! sanguinem emisit, respondit miles. Miseret me, inquit tympanista, qui non ambo tetigimus! Eodem temporis puncto, quo haec res argumentata fuit inter militem et tympanistam, disceptabatur ibidem tubicine et uxore suâ qui tunc accesserunt, et peregrino prattereunte, restiterunt. Quantus nasus! aeque longus est, ait tubicina, ac tuba. Et ex eodem metallo, ait tubiten, velut sternutamento audias. Tantum abest, respondit illa, quod fistulam dulcedine vincit. Aeneus est, ait tubicen. Nequaquam, respondit uxor. Rursum affirmo, ait tubicen, quod aeneus est. Rem penitus explorabo; prius, enim digito tangam, ait uxor, quam dormivero. Mulus peregrini gradu lento progressus est, ut unumquodque verbum controversiae, non tantum inter militem et tympanistam, verum etiam inter tubicinem et uxorem ejus, audiret. Nequaquam, ait ille, in muli collum fraena demittens, et manibus ambabus in pectus positis, (mulo lentè progrediente) nequaquam ait ille, respitiens, non necesse est ut res isthaet dilucidata foret. Minime gentium! meus nasus nunquam tangetur, dum spiritus hos reget artus—ad quid agendum? ait uxor burgomagistri. Peregrinus illi non respondit. Votum faciebat tunc temporis sancto Nicolao, quo facto, in sinum dextrum inserens, e quiâ negligenter pependit acinates, lento gradu processit per plateam Argentorati latam quat ad diversorium templo ex adversum ducit. Peregrinas mulo descendens stabulo includi, et manticam inferri jussit: quâ apertâ et coccineis sericis femoralibus extractis cum argenteo laciniato ?e????µate[6] (4 bis), his sese induit, statimque, acinaci in manu, ad forum deambulavit. Quod ubi peregrinus esset ingressus, uxorem tubicinis obviam euntem aspicit; illico cursum flectit, metuens ne nasus suus exploraretur, atque ad diversorium regressus est—exuit se vestibus; braccas coccineas sericas manticae imposuit mulumque educi jussit. Francofurtum proficiscor, ait ille, et Argentoratum quatuor abbinc hebdomadis revertar. Bene curasti hoc jumentum (ait) muli faciem manu demulcens —me, manticamque meam, plus sexcentis mille passibus portavit. Longo via est! respondet hospes, nisi plurimum esset negoti. —Enimvero ait peregrinus a nasorum promontorio redii, et nasum speciosissimum, egregiosissimumque quem unquam quisquam sortitus est, acquisivi. Dum peregrinus hanc miram rationem, de seipso reddit, hospes et uxor ejus, oculis intentis, peregrini nasum contemplantur—Per sanctos, sanctasque omnes, ait hospitis uxor, nasis duodecim maximis, in toto Argentorato major est!—estne, ait illa mariti in aurem insusurrans, nonne est nasus praegrandis? Dolus inest, anime ì ait hospes—nasus est falsas. Verus est, respondit uxor— Ex abiete factus est, ait ille, terebinthinum olet—— Carbunculos inest, ait uxor. Mortuus est nasus, responda hospes. Vivus est, ait illa,—et si ipsa vivam tangam. Votum feci sancto Nicolao, ait peregrinus, nasum meum intactum fore usque ad—Quodnam tempest? illico respondit illa. Minimè tangetur, inquit ille (manibus in pectus compositis) usque ad illam horam——Quam horam? ait illa.——Nullam, respondit peregrinas, donec pervenio, ad—Quem locum,—obsecro? ait illa —Peregrinus nil respondens mulo conscenso discessit. EL CUENTO DE SLAWKENBERGIUS‡ Érase un atardecer fresco y reparador tras un bochornoso día de finales del mes de agosto, cuando un extranjero, montado en un mulo pardo y con un hatillo a la espalda en el que guardaba unas cuantas camisas, un par de zapatos y unos calzones de satén carmesí, entró en la ciudad de Estrasburgo. Al centinela que le interrogó al cruzar las puertas le dijo que venía del Promontorio de las NARICES,—que seguiría hasta Francfort—y que volvería a pasar por Estrasburgo al cabo de un mes exacto, de camino hacia los confines de la Tartaria Crimea[3]. El centinela alzó la mirada hasta el rostro del extranjero:—¡en su vida había visto una nariz igual! ——Buen negocio he hecho con ella, dijo el extranjero;—y, tras sacar la muñeca del lazo negro al que la llevaba sujeta y del que pendía una cimitarra corta, se metió la mano en el bolsillo y, tocándose el ala del sombrero con la mano izquierda, en señal de cortesía, al tiempo que le alargaba la derecha al centinela,—le puso un florín en la mano a éste y siguió adelante. —Lamento, dijo el centinela dirigiéndose a un tamborilero enano y patizambo, que un hombre tan amable como éste haya perdido su vaina:——no puede viajar con la cimitarra desenfundada, y no encontrará en todo Estrasburgo una vaina adecuada para ese tipo de arma.——No he tenido nunca vaina, respondió el extranjero volviéndose hacia el centinela y llevándose de nuevo la mano al sombrero al hablar;—la llevo así, añadió,—levantando la cimitarra desnuda y sin que el mulo dejara de avanzar lentamente en su marcha,——a propósito: para mejor defender mi nariz. —Bien lo vale, amable extranjero, respondió el centinela. ———No vale ni un ochavo, dijo el tamborilero patizambo;—la nariz es de pergamino. —Tan cierto como que soy buen católico[4], dijo el centinela,—es que esa nariz es como la mía,—aparte de que sea seis veces más grande. ———La he oído crujir, dijo el tamborilero. —¡Idiota!, le dijo el centinela; yo la he visto sangrar. —¡Es una lástima, exclamó el tamborilero patizambo, que no se la tocáramos ninguno de los dos! Al mismo tiempo que el centinela y el tamborilero sostenían esta discusión,—un trompetero y su mujer, que rondaban por allí y se habían detenido para ver al extranjero, se encontraban debatiendo la misma cuestión. —¡Válgamt Dios!——¡Qué nariz! Es tan larga, dijo la mujer del trompetero, como una trompeta. —Y de igual material, dijo el trompetero, como puedes comprobar por el sonido de sus estornudos. —Son tan melodiosos como una flauta, dijo ella. ———Es de latón, dijo el trompetero. ———Es una verdadera morcilla,——dijo la mujer. —Te repito, dijo el trompetero, que es una nariz de bronce. —Yo lo averiguaré, dijo la mujer del trompetero, porque antes de que me vaya a dormir la habré tocado con mis propias manos. El mulo del forastero avanzaba a un paso tan lento que éste pudo oír, palabra por palabra, la discusión: no sólo la del centinela y el tamborilero, sino también la del trompetero y su mujer. —¡No!, dijo soltando las riendas (que cayeron sobre el cuello del mulo) y llevándose las manos al pecho, la una encima de la otra en actitud parecida a la de los santos (mientras el mulo no cesaba de avanzar sosegadamente). —¡No!, dijo elevando los ojos al cielo;—no le debo tanto al mundo,—calumniado y engañado como he sido,—para encima tener que darle semejantes pruebas;—¡no!, dijo, nadie me tocará la nariz mientras el cielo siga dándome fuerzas———¿Para hacer qué?, dijo la mujer de un burgomaestre. El extranjero hizo caso omiso de la mujer del burgomaestre:——estaba haciéndole un voto a San Nicolás[5]; una vez lo hubo hecho, y tras descruzar los brazos con tanta solemnidad como los había cruzado, volvió a coger las riendas de la brida con la mano izquierda, se metió la derecha en el pecho, con la cimitarra colgándole descuidadamente de la muñeca, y reanudó su marcha (con la misma lentitud con que una pata del mulo seguía a la otra) a través de las principales calles de Estrasburgo, hasta que el azar lo condujo a las puertas de la gran posada de la plaza del mercado, justo enfrente de la iglesia. Nada más desmontar, el extranjero dio las órdenes precisas para que su mulo fuera llevado al establo y su hatillo al interior de la posada; a continuación lo abrió, y, tras sacar los calzones de satén carmesí con un—(apéndice que no oso traducir) adornado con flecos plateados,—se los puso, con la martingala de flecos y todo[7], y, sin más dilación, salió al gran Paseo con la cimitarra en la mano. El extranjero había recorrido el Paseo tres veces cuando de repente divisó a la mujer del trompetero al otro lado de la calle;—dio media vuelta, temeroso de que intentara tocarle la nariz, y regresó inmediatamente a la posada:—se desvistió, metió los calzones de satén carmesí y lo demás en el hatillo y pidió su mulo. —Voy a proseguir mi camino hacia Francfort, dijo el forastero,—y estaré de vuelta en Estrasburgo justo dentro de un mes. —Espero, añadió dándole con la mano izquierda una palmada en el morro al mulo antes de montarse en él, que hayáis tratado bien a este fiel esclavo mío;—nos ha llevado a mi hatillo y a mí, añadió al tiempo que le daba unos suaves golpecitos en el lomo, a través de más de seiscientas leguas. ———Es un largo viaje, señor, respondió el dueño de la posada;—la razón para emprenderlo tiene que haber sido importante.——¡Tate, tate!, dijo el extranjero; he estado en el Promontorio de las Narices; y la que he conseguido es, gracias a Dios, una de las más hermosas y robustas que jamás le haya tocado en suerte a hombre alguno. Mientras el extranjero les daba esta extraña información acerca de sí, el dueño de la posada y su mujer no le quitaban ojo de encima a su nariz.———¡Por Santa Radagunda![8], se dijo la mujer del posadero; ¡abulta más que las doce narices más grandes de Estrasburgo juntas! ¿No te parece, agregó al oído de su marido, que es una nariz muy esplendida? —Es un fraude, querida, díjole el dueño de la posada; una nariz postiza.—— —¡Es de verdad!, dijo su mujer. —Está hecha de madera de abeto, dijo él;——huelo la trementina.—— —Pues tiene un grano, dijo ella. —Esa nariz no tiene vida, replicó el posadero. ——Ya lo creo que la tiene, dijo la mujer del posadero; y además se la voy a tocar: tan cierto como que estoy viva yo. —Hoy le he hecho un voto a San Nicolás, dijo el extranjero, de que nadie me tocaría la nariz hasta que——Aquí el extranjero, interrumpiéndose, elevó los ojos al cielo.———¿Hasta cuándo?, dijo ella rápidamente. —Nadie la tocará, dijo él juntando las manos y llevándoselas al pecho, hasta que llegue el momento.——¿Qué momento?, exclamó la mujer del posadero.——¡Nadie!—¡Nadie!, dijo el extranjero, ¡nadie hasta que haya llegado——!—Por amor del cielo, ¿a qué lugar?, dijo ella.——Pero el extranjero se puso en marcha y partió sin decir una palabra más. No había recorrido el extranjero ni media legua en su camino hacia Francfort cuando ya la ciudad de Estrasburgo en pleno estaba enormemente alborotada a causa de su nariz. Las campanas llamaban a completas, avisando a los estrasburgueses para que acudieran a rezar sus plegarias y acabaran las obligaciones del día en oración:—ni un alma las oyó en todo Estrasburgo;—la ciudad parecía un enjambre de abejas: ——hombres, mujeres y niños (mientras las campanas llamaban a completas sin cesar) corrían de un lado a otro,—entraban y salían,—iban de aquí para allá,—a lo largo y a lo ancho,—calle arriba, calle abajo,—se metían por este callejón, salían por el de más allá.——¿Lo habéis visto? ¿Lo habéis visto? ¿Lo habéis visto? ¡Oh! ¿Lo habéis visto?——¿Quién lo ha visto? ¿Quién lo vio? Por amor de Dios, ¿quién lo ha visto, quién lo vio? ¡Ay! ¡Yo estaba en vísperas!—¡Yo estaba lavando! ¡Yo estaba almidonando! ¡Yo estaba fregando! ¡Yo estaba acolchando!——¡Dios me valga! ¡Yo no lo vi!——¡Yo no se la toqué! ——¡Si yo hubiera sido el centinela, o el tamborilero patizambo, o el trompetero, o la mujer del trompetero! Estos eran los gritos y las lamentaciones por todas las calles y rincones de Estrasburgo. Mientras toda esta confusión y este desorden se extendían por la gran ciudad de Estrasburgo, el amable extranjero proseguía su camino hacia Francfort, a lomos de su mulo, con tanta lentitud como si el asunto no tuviera nada que ver con él;——no cesaba de decir frases entrecortadas, a veces dirigidas a su mulo,—a veces a sí mismo,—a veces a su Julia. —¡Oh, Julia, mi adorada Julia!—No, no podemos detenernos a que te comas ese cardo—¡Que la sospechosa lengua de un rival me haya arrebatado mi felicidad cuando ya estaba a punto de paladearla!— ———¡Bah!—No es más que un cardo,—no te importe:—esta noche cenarás mucho mejor.— ———Desterrado de mi patria,——separado de mis amigos,—de ti.— —¡Pobrecillo diablo! Estás cansado de viajar, ¿eh?—Vamos,—ve tan sólo un poquitín más deprisa:—en el hatillo no llevo más que dos camisas,—un par de calzones de satén carmesí y unos flecos para adornar con ellos la——¡Querida Julia! ———Pero, ¿por qué a Francfort?—¿Es que acaso una mano oculta me conduce secretamente por estos meandros e insospechadas regiones?—— ———¡Por San Nicolás! ¡Tropiezas a cada paso!—Así no llegaremos en toda la noche.—— ———A la felicidad.—¿O es que acaso he de seguir siendo el juguete de la fortuna y la calumnia,—destinado a errar sin que se me haya condenado,—sin que se me haya escuchado—ni tocado?—Si así es, entonces, ¿por qué no me quedé en Estrasburgo, donde la justicia——? ¡Pero se lo había jurado——Vamos, ya beberás—a San Nicolás!—¡Oh, Julia!——¿Qué te hace enderezar las orejas?—No es más que un hombre, etc. El extranjero siguió conversando de este modo con su mulo y con Julia mientras cabalgaba—hasta que llegó a una posada, donde, nada más llegar, desmontó,——se cuidó de que su mulo estuviera bien atendido, como le había prometido,—cogió el hatillo con los calzones de satén carmesí y demás,—pidió una tortilla para cenar, y se acostó alrededor de las doce; cinco minutos más tarde estaba ya profundamente dormido. Más o menos a la misma hora cesaba por aquella noche el tumulto en Estrasburgo;—todos los estrasburgueses se acostaron en silencio;—pero no como el extranjero, para descanso de sus cuerpos y mentes: la reina Mab, como duende que era[9], se había apoderado de la nariz del extranjero y, aquella noche, sin antes reducirla de tamaño ni nada, se había tomado el trabajo de cortarla y dividirla en tantas narices de diferentes formas y aspectos como cabezas había en Estrasburgo para albergarlas en su interior. La abadesa de Quedlinburg[10], que, acompañada de las cuatro más altas dignatarias de su cabildo (la priora, la deana, la sochantresa y la canonesa mayor), había llegado a Estrasburgo aquella misma semana para consultar a la universidad un caso de conciencia relacionado con los agujeros o aberturas de sus sayas,——se pasó enferma la noche entera. La nariz del amable extranjero se había encaramado a lo alto de la glándula pineal de su cerebro; y, asimismo, había llevado a cabo una labor de excitación tal en las imaginaciones de las cuatro altas dignatarias de su cabildo que las pobres, por su culpa, no habían logrado pegar ojo—ni mantener un miembro quieto en su lugar toda la noche;—en suma, las cuatro se levantaron como otros tantos fantasmas. Las penitentes de la tercera orden de San Francisco,—las monjas de Monte Calvario,—las premonstratenses,—las cluniacenses(11),—las cartujas y el resto de las más severas órdenes de monjas que aquella noche se acostaron entre mantas o cilicios, lo pasaron todavía peor que la abadesa de Quedlinburg[12]:—a fuerza de dar vueltas y sacudidas, y más sacudidas y más vueltas de un lado a otro de la cama durante toda la noche,—las diversas hermandades, en pleno, se arañaron y restregaron la piel de tal manera—que, cuando se levantaron, daba la impresión de que las hubieran desollado vivas;—todo el mundo creyó que San Antonio, para probarlas, las había visitado con su fuego[13];—en resumen: no habían logrado cerrar los párpados ni una sola vez en toda la noche, de vísperas a maitines. Las monjas de Santa Úrsula[14] fueron las que obraron más sabiamente:—no hicieron la menor tentativa de acostarse aquella noche. El deán de Estrasburgo, los prebendados, los capitulares y los domiciliarios (reunidos capitularmente por la mañana para tratar del caso de los bollos con mantequilla)[15] se lamentaron de no haber seguido el ejemplo de las monjas de Santa Úrsula.——En medio del apresuramiento y la confusión en que todo había permanecido la noche anterior, los panaderos se habían olvidado de echarles levadura:—en todo Estrasburgo no se podía encontrar un solo bollo con mantequilla para el desayuno;—el recinto entero de la catedral se hallaba en un estado de conmoción perpetua;—no se había producido en Estrasburgo un acontecimiento que provocara semejantes agitación y desasosiego, y semejante celo a la hora de investigar las causas de los mismos, desde que Martín Lutero pusiera la ciudad patas arriba con sus doctrinas[16]. Si las narices del extranjero se tomaron la libertad de meterse así, de esta manera, en los platos(17) de los miembros de las órdenes religiosas y demás personajes piadosos, (imagínense qué carnaval organizarían en los de los laicos)—Es más de lo que mi pluma, convertida en un muñón a estas alturas, es capaz de describir; aunque reconozco (exclama Slawkenbergius con más alegría y sentido del humor del que cabría haber esperado de él) que aún quedan en el mundo muchos buenos símiles que podrían servir para que mis compatriotas, para quienes escribo, se hicieran una idea de ello; pero ya hacia el final de un infolio como éste, al que he consagrado la mayor parte de mi vida—(y aunque admito que el símil es muy posible que exista), ¿no sería un poco irrazonable por su parte esperar que yo aún tuviera tiempo o ganas de ponerme a buscarlo? Baste con decir que el tumulto y el desorden que las narices del extranjero suscitaron en las imaginaciones de los estrasburgueses fueron tan generales;—que se adueñaron de forma tan irresistible de todas la facultades mentales de los habitantes del lugar;—que acerca de ellas se dijeron, juraron y aseguraron, en todas partes con la misma elocuencia y certeza, tantas cosas extravagantes; y que acapararon de tal manera los temas de todas las conversaciones, así como la admiración de la población, que sin temor a equivocarse se puede afirmar ——que todos y cada uno de los habitantes de Estrasburgo, buenos o malos,—ricos o pobres,—cultos o incultos,—profesores o estudiantes,—señoras o doncellas,—nobles o plebeyos, —mujeres o monjas (todas ellas, al fin y al cabo, hechas de carne), no hicieron otra cosa en todo el día que escuchar las noticias que iban llegando acerca de ellas;— que todos los ojos de Estrasburgo se morían por verlas;—y que todos los índices—y pulgares de Estrasburgo ardían en deseos de tocarle las narices al extranjero. Ahora bien: lo que aún los hacía más fervientes, si es que se podía añadir fervor a deseos de por sí tan vehementes,—era el hecho de que el centinela, el tamborilero patizambo, el trompetero, la mujer del trompetero, la viuda del burgomaestre, el posadero y la mujer del posadero, todos ellos (y aun cuando diferían ampliamente los unos de los otros en sus testimonios y descripciones de la nariz del extranjero)—se mostraban de acuerdo en dos puntos, a saber:—primero, que el extranjero se había ido a Francfort para no volver por Estrasburgo hasta el mismo día del siguiente mes; y, segundo, que tanto si su nariz era de verdad como si era postiza, el extranjero constituía uno de los más perfectos ejemplos de lo que es la belleza:—¡era el hombre mejor hecho del mundo!—¡el más caballeroso!—¡el más generoso con su bolsa!—¡el más cortés en su conducta que jamás hubiera atravesado las puertas de Estrasburgo!—Mientras cabalgaba por las calles con su cimitarra oscilante colgada de la muñeca,—y caminaba por el Paseo con sus calzones de satén carmesí,—su porte denotaba una despreocupada modestia ¡tan grata! ¡y además tan varonil!—que habría puesto en peligro (de no interponerse en el camino su nariz) el corazón de toda virgen que hubiera fijado su mirada en él. No tengo que hablar de corazones desprevenidos, que desconocen los anhelos y palpitaciones de la curiosidad una vez se la ha excitado, para justificar el hecho de que la abadesa, la priora, la deana y la sochantresa de Quedlinburg mandaran por la mujer del trompetero a plena luz del mediodía: ésta recorría las calles de Estrasburgo con la trompeta de su marido en la mano:—el mejor utensilio que la severidad de la época le permitía para la ilustración de su teoría;—la cual, por cierto, con las de Quedlinburg no le llevó más que tres días. ¡Pero había que ver al centinela y al tamborilero patizambo!—¡Nadie a este lado de Atenas podría haberlos igualado! A los que entraban y salían por las puertas de la ciudad leíanles sus discursos con la pompa de un Crisipo y un Crántor[19] al amparo de sus pórticos. El dueño de la posada, con el mozo de paja y cebada a su izquierda, leía también el suyo en el mismo estilo:—bajo el pórtico (a la entrada) de su establo;—su mujer hacía lo propio con el suyo, aunque más en privado: en una habitación trasera; todos se agolpaban para escuchar los discursos; pero no con promiscuidad,—sino que, como siempre sucede, se inclinaban por uno o por otro según se lo dictaran la fe y la credulidad;—en una palabra, cada estrasburgués llegaba ávido de información general—y se marchaba con la información concreta que más le complaciera. Vale la pena señalar, en provecho de los filósofos naturales y demás gente importante que en su oficio ha de hacer demostraciones, que la mujer del trompetero, en cuanto hubo terminado con el discurso privado que le ofreció a la abadesa de Quedlinburg y empezó a leerlo en público (cosa que hacía subida en un taburete en medio del gran Paseo),—al instante se ganó como auditorio a la alta sociedad de Estrasburgo, lo cual, por cierto, no dejó de incomodar un poco a sus competidores.—Y es que cuando el que lleva a cabo una demostración filosófica (exclama Slawkenbergius) dispone de una trompeta para expresar e ilustrar con ella sus teorías, díganme, ¿pueden acaso hacer algo sus rivales científicos para que se les preste también atención? Mientras los iletrados se afanaban por llegar, a través de estos conductos informativos, al fondo del pozo, donde la VERDAD tiene su pequeña corte,——los doctos, a su manera, se afanaban en pos de lo mismo: trataban de hacerla subir con la bomba a través de los conductos de la inducción dialéctica;—ellos no manejaban hechos:——razonaban—— Ningún otro cuerpo profesional habría arrojado más luz sobre el asunto que el de la facultad[20] —si todas sus discusiones no hubieran desembocado siempre, indefectiblemente, en el tema de los Lobanillos y las hinchazones edematosas; por mucho que lo intentaron, no pudieron deshacerse de ellos,——y eso que la nariz del extranjero no tenía nada que ver ni con los lobanillos ni con las hinchazones edematosas. Sin embargo, se demostró de manera plenamente convincente que tan pesada masa de materia heterogénea no podía acumularse y conglomerarse en la nariz mientras el niño está in Utero[21] sin que el estático equilibrio del feto se rompiera y todo el peso recayera sobre la cabeza, de golpe, nueve meses antes de tiempo.—— —La oposición admitió la teoría—pero negó las consecuencias. Y dijo que si no se disponía de una adecuada provisión de venas, arterias y demás, destinada a nutrir debidamente a semejante nariz, desde los primerísimos orígenes y rudimentos de su formación y, por supuesto, desde mucho antes de que viniera al mundo, aquélla, luego, no podía (salvo cuando se tratara de Lobanillos) crecer regularmente y sustentarse. A esto se respondió con una disertación acerca de la nutrición, de los efectos que la nutrición tenía respecto al ensanchamiento de los vasos y de la capacidad que ésa confiere a los tejidos musculares para desarrollarse y prolongarse hasta adquirir los mayores crecimiento y expansión imaginables. —Alborozados por esta teoría, sus defensores fueron tan lejos como para llegar a afirmar que no existía ninguna causa natural por la que una nariz no pudiera crecer hasta alcanzar el amaño de su mismo dueño. La oposición tranquilizó a todo el mundo diciéndole que tal cosa no podría nunca suceder en tanto el hombre sólo tuviera un estómago y un par de pulmones.—Porque, dijeron, siendo el estómago el único órgano destinado a la recepción de los alimentos y a su conversión en quilo,—y siendo los pulmones la única máquina sanguífera,—aquél no podría en modo alguno eliminar más material del que el apetito le llevara: y admitiendo la posibilidad de que un hombre sobrecargara su estómago, la naturaleza, de todas formas, les ha puesto límites a los pulmones;—la máquina tiene un tamaño y una potencia determinados y solamente puede elaborar una cierta cantidad de sangre en un tiempo dado;——es decir, es capaz de producir la sangre necesaria para un solo hombre, pero no más; de tal manera que, si la nariz fuera tan grande como el hombre,—indefectiblemente se produciría una mortificación gangrenosa (cosa que los miembros de la oposición demostraron de modo irrefutable); y en consecuencia, habida cuenta de que no podría haber suficiente sustento para ambos, o bien al hombre se le caería la nariz, o bien, inevitablemente, a la nariz se le caería el hombre. —La naturaleza está preparada para emergencias y se va acomodando a ellas, exclamaron los del otro bando;—si no, ¿qué dicen ustedes del caso de un estómago entero—y un par de pulmones completos trabajando solamente para medio hombre, al que, por ejemplo, una granada ha arrancado, desgraciadamente, las dos piernas?—— —Ese hombre se muere de una plétora, dijeron los otros,—o bien se ve obligado a escupir sangre y en el espacio de dos o tres semanas se habrá muerto de tisis—— —No es eso lo que sucede,—replicó la oposición de la oposición.— —Pues eso es lo que debería suceder, dijeron éstos. Los más rigurosos y profundos investigadores de la naturaleza y de sus obras, a pesar de que durante un buen trecho del camino habían marchado hombro con hombro y cogidos de la mano, acabaron por encontrarse tan divididos como la misma facultad por culpa de la nariz. Convinieron amigablemente en sentar como base y principio fundamental que entre las diversas partes del cuerpo humano existían una disposición y una proporción justas y geométricas según sus respectivas misiones, ejercicios y funciones;—en que dichas disposición y proporción no podían transgredirse más que dentro de ciertos límites;—y en que la naturaleza, aunque producía monstruos,—lo hacía sin salirse nunca de un círculo determinado;—en lo que no se pusieron de acuerdo fue en lo relativo al diámetro del mencionado círculo. Los lógicos se ciñeron al tema propuesto mucho más que ninguno de los demás grupos de literati[22];——ellos empezaron y acabaron con la palabra nariz; y de no haber sido por una petitio principiia[23] contra la que uno de los más capacitados se dio de cabeza al comienzo del combate, la controversia habría quedado esclarecida y zanjada al instante. —Una nariz, argüyó el lógico en cuestión, no puede sangrar sin sangre,—y tampoco con sangre sin más,—sino que, para poderle suministrar al fenómeno una sucesión de gotas, ha de ser sangre que esté en circulación por la susodicha nariz—(un chorro no es más que una sucesión de gotas más rápida, luego tal posibilidad está ya incluida en la afirmación precedente, observó).—Pues bien, prosiguió el lógico, no siendo la muerte sino la estagnación de la sangre—— —Rechazo esa definición, dijo su adversario;—la muerte es la separación del cuerpo y el alma.——Entonces no estamos de acuerdo respecto a las armas, dijo el lógico.— En tal caso aquí acaba la discusión, respondió el adversario. Los juristas fueron mucho más concisos todavía: lo que propusieron tenía más que ver con un decreto—que con una discusión. ———Una nariz tan monstruosa, de haber sido de verdad, dijeron, no habría sido tolerada por la sociedad;—y de haber sido postiza,——engañar a la sociedad con señales y muestras falsas constituye una violación aún más grave de sus derechos, y en consecuencia la sociedad la habría castigado con mayor rigor todavía si cabe. El único reparo que a todo esto se le podía hacer era que, de probar algo, lo que probaba era que la nariz del extranjero no era ni postiza ni de verdad. Esto dejó el campo libre para que la controversia continuara. Los letrados del tribunal eclesiástico dijeron que, habida cuenta de que el forastero, ex mero motu[24], había confesado haber estado en el Promontorio de las Narices y haber adquirido allí una de las más hermosas, etc., etc., nada impedía establecer un decreto al respecto.——A esto se respondió que era imposible la existencia de un lugar tal como el Promontorio de las Narices sin que los eruditos supieran dónde se hallaba. El comisario del obispo de Estrasburgo arremetió contra los letrados y aclaró la cuestión con un tratado sobre las frases proverbiales, demostrándoles que el Promontorio de las Narices era una mera expresión alegórica que significaba, sencillamente, que la naturaleza le había dado una nariz muy larga; para probar esto se apoyó, haciendo gala de una gran erudición, en citas de las autoridades suscritas(25), las cuales habrían inclinado la balanza a su favor de manera incontestable si no se hubiera descubierto que ya se las había utilizado, diecinueve años antes, para zanjar un pleito relativo a las franquicias de algunas tierras pertenecientes al cabildo y al deán. Sucedía, durante todo este tiempo—(no debo decir que por desgracia para la Verdad, pues en realidad también aquí se la estaba ayudando a salir del pozo, sólo que de otra manera), que las dos universidades de Estrasburgo—(la luterana, fundada el año 1538 por Jacobus Sturmius, consejero del senado,—y la papista, fundada por el archiduque Leopold de Austria)[27] estaban empleando la inmensidad toda de sus conocimientos (exceptuando tan sólo los que el problema de la abadesa de Quedlinburg sobre las aberturas de las sayas requería para sí)—en esclarecer la cuestión de la condenación de Martín Lutero. Los doctores papistas se habían empeñado en demostrar à priori[28] que, a causa de la decisiva influencia de los planetas el día veintidós de octubre de 1483— (en que la luna se encontraba en la duodécima casa celeste,——Júpiter, Marte y Venus en la tercera, el Sol, Saturno y Mercurio, todos juntos, en la cuarta),—Lutero era un hombre destinado a condenarse inevitablemente,—y que sus doctrinas, por corolario directo, estaban igualmente condenadas de antemano. El examen de su horóscopo, en el que cinco planetas copulaban todos al mismo tiempo con Escorpión(29) (al leer esto mi padre siempre negaba con la cabeza en señal de desaprobación) en la novena casa celeste, que los árabes asignaban a la religión,—demostraba que a Martín Lutero le importaba un ochavo esta cuestión;——y si se orientaba el horóscopo hacia la conjunción de Marte,—se podía deducir también, clarísimamente, que estaba destinado a morir maldiciendo y blasfemando;—este influjo maligno era la constatación de que su alma (empapada de culpa) había navegado a dos puños hasta el lago de fuego del infierno. El insignificante reparo que los doctores luteranos le ponían a esta teoría era que, sin duda alguna, tenía que haber sido el alma de algún otro hombre, nacido el 22 de octubre del 83, la que se había visto obligada a navegar a dos puños de aquella manera,—ya que, como constaba en el registro de Islaben, en el condado de Mansfelt, Lutero no había nacido el año 1483, sino el 84; y tampoco el 22 de octubre, sino el 10 de noviembre, la noche del día de San Martín, razón por la que, precisamente, él se llamaba Martín[31]. [—Tengo que interrumpir por unos momentos mi traducción; pues estoy seguro de que, si no lo hiciera, no pegaría más ojo en toda la noche de lo que lo hizo la abadesa de Quedlinburg en aquella ocasión.—Es para decirle al lector que siempre que mi padre le leía este pasaje del Slawkenbergius a mi tío Toby, lo hada con aire triunfal——(no dedicado a mi tío Toby, pues él jamás le contradijo en cuestiones religiosas,—sino al mundo entero en general). —Ya ves, hermano Toby, solía decirle elevando los ojos al cielo, ‘que los nombres de pila no carecen de importancia’;——aquí nos encontramos con que si Lutero se hubiera llamado cualquier otra cosa que no fuera Martín, se habría condenado para toda la eternidad.——No es que yo considere, añadía, que Martín es un buen nombre,—nada más lejos:—es un poco mejor que un nombre neutro, pero sólo un poco;—y sin embargo, siendo tan poca cosa como es, ya ves que a él le fue de bastante utilidad. Mi padre sabía, con tanta certeza como si el mejor lógico del mundo se hubiera encargado de demostrárselo, que este sostén para su teoría era sumamente endeble;—y sin embargo, al mismo tiempo, es la debilidad del hombre tan extraña que, puesto que se lo había topado en su camino, no podía evitar hacer uso de él; y ésta era seguramente la razón por la que, aun cuando en las Décadas de Hafen Slawkenbergius hay otras muchas historias tan divertidas como la que estoy traduciendo, no había ninguna que mi padre leyera ni con la mitad de placer que ésta,—que a un mismo tiempo halagaba a dos de sus más extrañas teorías:—la de los NOMBRES y la de las NARICES.—Y me atrevería a decir que ya podría mi padre haberse leído todos los libros de la biblioteca de Alejandría (si el destino no se hubiera ocupado de ellos)[32], que no habría encontrado uno solo, ni un pasaje tampoco, que, como éste, diera de un mismo martillazo dos veces en el clavo.] Las dos universidades de Estrasburgo estaban haciendo indecibles esfuerzos para aclarar el asunto de la navegación de Lutero. Los doctores protestantes habían demostrado que aquél no había navegado a dos puños, como pretendían los doctores papistas; y como todo el mundo sabía que no se podía navegar en dirección contraria a la del viento,—se aprestaron a determinar (suponiendo que realmente hubiera navegado) a cuántos rumbos de distancia lo había hecho; y, asimismo, si Martín había doblado el cabo o si había ido a parar a una costa de sotavento; y como la investigación era muy edificante, al menos para los que entendían de esta clase de NAVEGACIÓN, sin duda habrían seguido con ella a pesar del tamaño de la nariz del extranjero si no hubiera sucedido que el tamaño de la nariz del extranjero desvió la atención de todo el mundo del asunto que ellos se traían entre manos:—las universidades tienen la obligación de seguir las sendas impuestas por los acontecimientos.—— La abadesa de Quedlinburg y sus cuatro dignatarias no representaron obstáculo, porque la enormidad de la nariz del extranjero les llenaba la imaginación tanto como su caso de conciencia:—la cuestión de las aberturas de las sayas se enfrió.—En una palabra, los impresores recibieron orden de distribuir los moldes—y todas las demás controversias cesaron. Se cruzaban apuestas: un gorrito cuadrado con una borla plateada encima[33] —contra una cascara de nuez—para el que adivinara hacia qué lado de la nariz se inclinarla cada universidad. —Está por encima de la razón, exclamaron los doctores de un bando. —Está por debajo de ella, exclamaron los del otro. —¡Es cuestión de fe!, exclamó uno. —¡Y un rábano!, dijo otro. —¡Es posible!, exclamó el primero. —¡Es imposible!, dijo el segundo. —¡El poder de Dios es infinito!, exclamaron los Naricistas, puede hacer cualquier cosa. —¡No puede hacer nada, contestaron los Antinaricistas, que implique contradicción! —¡Puede hacer pensar a la material!, dijeron los Naricistas. —Tan cierto como que vosotros, con la oreja de una marrana, podéis hacer una gorra de terciopelo, respondieron los Antinaricistas. —¡Puede hacer que dos y dos sean cinco![34], replicaron los doctores papistas.——¡Eso es falso!, dijeron sus adversarios.— —El poder infinito es el poder infinito, dijeron los doctores que sostenían que la nariz era de verdad.——Pero solamente afecta a lo posible, replicaron los luteranos. —¡Por el Dios del cielo!, exclamaron los doctores papistas: si lo juzga oportuno, puede hacer una nariz tan grande como el campanario de Estrasburgo. El campanario de la iglesia de Estrasburgo era el campanario más grande y más alto que podía encontrarse en el mundo por aquel entonces, y los Antinaricistas dijeron que nadie (o cuando menos no un hombre de mediana edad) podía llevar una nariz de 575 pies geométricos de longitud.—Los doctores papistas juraron que sí se podía.—Los doctores luteranos dijeron que No;—que no se podía. Al instante esto trajo consigo una nueva discusión (que duró bastante tiempo) acerca de la magnitud y limitaciones de los atributos morales y naturales de Dios.—Esta controversia los llevó naturalmente a Tomás de Aquino, y Tomás de Aquino los llevó al diablo a su vez[35]. No se volvió a oír hablar de la nariz del extranjero en toda la disputa;—solamente les había servido de fragata que los condujera al golfo de la teología escolástica,—y ahora todos navegaban a dos puños. El ardor se halla en proporción con la falta de verdadero saber. La controversia acerca de los atributos y demás, lejos de enfriárselas, había, por el contrario, inflamado las imaginaciones de los estrasburgueses hasta un grado insospechado. —Cuanto menos entendían del asunto, mayor era su asombro y más se preguntaban por él;—abandonados a las miserias del deseo insatisfecho,—vieron cómo sus doctores (los Pergaministas, los Broncistas y los Trementinistas por un lado,—los doctores papistas por otro) se embarcaban y perdían de vista como Pantagruel y sus compañeros cuando partieron en busca del oráculo de la botella[36]. —¡Los pobres estrasburgueses se quedaron en tierra! —¿Qué hacer?—Había que actuar rápidamente, sin demora;—la conmoción iba en aumento,—todo el mundo estaba fuera de sí,—las puertas de la ciudad abiertas de par en par.— ¡Desventurados estrasburgueses! ¿Quedó en el almacén de la naturaleza,——o en el desván del saber,——o en el gran arsenal del azar, quedó una sola máquina sin poner en marcha para tormento de vuestra curiosidad y tensión de vuestros deseos, una sola que la mano del destino no dispusiera y preparara para burla de vuestros corazones?—No humedezco mi pluma en la tinta para disculpar vuestra rendición,—sino para escribir vuestro panegírico. Mostradme una ciudad tan macerada por la expectación,—una ciudad que no hubiera comido, ni bebido, ni dormido, ni rezado, ni atendido a las llamadas de la religión ni de la naturaleza durante veintisiete días consecutivos——y que hubiera podido resistir un día más. El vigésimo octavo día era el día en que el amable extranjero había prometido estar de vuelta en Estrasburgo. Siete mil carrozas (Slawkenbergius debe haber cometido, sin duda, algún error al escribir sus cifras); 7.000 carrozas,—15.000 birlochos de un solo caballo,—20.000 galeras, todos ellos atestados de senadores, consejeros, síndicos,—beguinas, viudas, esposas, vírgenes, canónigos, concubinas;—la abadesa de Quedlinburg, con la priora, la deana y la sochantresa, encabezaba el cortejo en una carroza, y el deán de Estrasburgo, con los cuatro más altos dignatarios de su cabildo, marchaba a su izquierda;—los demás les seguían, aturulladamente, como podían: unos a caballo,—otros a pie,—unos conducían,—otros se dejaban llevar,—algunos iban por el Rhin,—éstos por aquí,—aquellos por allá,—todos se pusieron en marcha con la salida del sol para ir a recibir al amable extranjero en la carretera. Vayamos ahora rápidamente hacia la catástrofe de mi relato.——Hablo de la Catástrofe (exclama Slawkenbergius) teniendo bien presente que un relato cuyas partes estén correctamente dispuestas no sólo hace disfrutar (gaudet) en la Catástrofe y Peripetia del DRAMA, sino que además lo hace igualmente en el resto de sus partes integrantes y esenciales:—ha de tener su Protasis, su Epitasis, su Catastasis y su Catástrofe o Peripetia, y cada una de ellas ha de surgir de la anterior según el orden en que Aristóteles las colocó por primera vez en la historia[37];—y sin ellas, dice Slawkenbergius, más le valdría al autor del cuento callárselo y no contarlo en absoluto. En cada uno de los diez cuentos que constituyen cada una de mis diez décadas, yo, Slawkenbergius, me he ceñido a esta norma con tanto rigor como en éste del extranjero y su nariz. —La Protasis o primera entrada,—en la que los personajes del Personae Dramatis[38] son meramente esbozados y el tema del cuento ligeramente insinuado, va desde el primer parlamento con el centinela hasta el momento en que el extranjero, tras quitarse sus calzones de satén carmesí, abandona la ciudad de Estrasburgo. La Epitasis, durante la cual la acción va ya progresando y creciendo hasta alcanzar el estado o altura llamado Catastasis (y que por lo general ocupa los actos 2.º y 3.º), comprende esa ajetreada parte de mi relato que va desde el alboroto suscitado la primera noche por la nariz hasta el final de los discursos que sobre ella hacia la mujer del trompetero en medio del gran Paseo; y desde que los doctos de la ciudad se embarcan por primera vez en la discusión—hasta el momento en que, finalmente, los doctores de las dos universidades se hacen a la mar dejando a los estrasburgueses en tierra con un palmo de narices, se desarrolla la Catastasis o maduración de los incidentes y las pasiones, que acabarán por estallar en el quinto acto. Este comienza con los estrasburgueses poniéndose en marcha hacia la carretera de Francfort y termina con el desenmarañamiento del laberinto y el tránsito del héroe de un estado de agitación (como lo llama Aristóteles) a uno de quietud y sosiego. Esto, dice Hafen Slawkenbergius, constituye la Catástrofe o Peripetia de mi relato—y es la parte que ahora me dispongo a contar. Dejamos al extranjero dormido tras los cortinajes de su lecho, en la posada;—ahora vuelve a entrar en escena. ——¿Qué te hace enderezar las orejas?—No es más que un hombre a caballo—fueron las últimas palabras que el forastero le dirigió a su mulo. En aquel momento no consideré oportuno decirle al lector que el mulo tomó al pie de la letra las palabras de su amo y que, sin más sis ni peros, dejó pasar de largo al viajero y su caballo. El viajero galopaba con gran diligencia para llegar aquella misma noche a Estrasburgo. —¡Qué idiota soy, se dijo el viajero al cabo de una legua más de veloz carrera, de pensar que voy a lograr entrar en Estrasburgo esta noche!—¡En Estrasburgo!—¡En la gran Estrasburgo!—¡En Estrasburgo, capital de toda la Abacial! ¡En Estrasburgo, ciudad imperial! ¡En Estrasburgo, estado soberano! ¡En Estrasburgo, guarnecida por cinco mil de los mejores soldados de todo el mundo!—¡Ay, mucho me temo que si en este mismo instante me encontrara a las puertas de Estrasburgo, no conseguiría entrar en la ciudad ni por un ducado!—¡Quiá, ni por un ducado y medio!—Es demasiado;—será mejor retroceder hasta la última posada que pasé—que dormir quién sabe dónde—o tener que pagar quién sabe cuánto. El viajero, al tiempo que se hacía estas reflexiones, obligó a dar media vuelta a su caballo y, tres minutos después de que el extranjero hubiera sido conducido hasta su dormitorio, llegaba a la misma posada. ———Hay tocino y pan, dijo el posadero;——y hasta las once en punto de esta noche había tres huevos también,—pero un extranjero que llegó hace una hora pidió que le hiciéramos una tortilla con ellos y ya no quedan más.—— ———¡Ay!, dijo el viajero; estoy tan rendido que lo único que deseo es una cama.———Dispongo de una tan mullida como no la encontraría usted en toda la Alsacia, dijo el posadero. ——El extranjero, agregó, la habría ocupado (pues es la mejor cama que tengo) de no haber sido por su nariz.———¿Qué le pasaba? ¿Es que le destilaba en exceso?, dijo el viajero.——No que yo sepa, respondió el posadero;—pero verá usted: la cama en cuestión es de campaña, y Jacinta, añadió mirando a la doncella, pensó que la nariz no le iba a caber allí.———¿Por qué?, exclamó el viajero dando un respingo.———Es que tiene una nariz larguísima, respondió posadero.—El viajero miró fijamente a Jacinta, luego dirigió la vista al suelo;—a continuación hincó en él la rodilla derecha—y se llevó una mano al pecho.———No bromeen ni jueguen ustedes con mis sentimientos y mi ansiedad, dijo poniéndose de nuevo en pie.——No es cosa de broma ni de juego, dijo Jacinta: ¡es la nariz más gloriosa que he visto jamás!—El viajero volvió a hincar la rodilla—y se llevó la mano al pecho.——¡Entonces, dijo elevando los ojos al cielo, me has hecho llegar al final de mi peregrinaje!—¡Es Diego! El viajero era el hermano de aquella Julia cuyo nombre tantas veces habla invocado el extranjero aquella noche, mientras se alejaba de Estrasburgo a lomos de su mulo; ella le había encomendado su búsqueda. Había acompañado a su hermana desde Valladolid hasta Francia, tras atravesar los Pirineos, y se había visto obligado a devanar muchas madejas enredadas a lo largo de su persecución: no es fácil seguir el espinoso rastro que un enamorado va dejando por meandros y recodos imprevistos. —Julia había sucumbido a las fatigas y dificultades del viaje—y no había sido capaz de dar un paso más allá de Lyon, donde, su delicado corazón agobiado por esa angustia de la que tantos hablan—pero pocos sienten,—había enfermado; pero aún había tenido fuerzas para escribirle una carta a Diego, y, antes de meterse en cama, le había hecho jurar a su hermano que no volvería a verla hasta que lo hubiera encontrado y le hubiera entregado la carta personalmente. Fernández (pues así se llamaba el hermano) fue incapaz de pegar ojo en toda la noche—a pesar de que la cama de campaña era tan mullida como no la había en la Alsacia entera.—En cuanto fue de día, se levantó; y al enterarse de que Diego se había levantado ya también, entró en su habitación y cumplió el encargo de su hermana. La carta decía lo siguiente: Seig. DIEGO:[39] Si mis sospechas acerca de vuestra nariz fueron justamente levantadas o no——es algo que ahora no vale la pena tratar de averiguar;—basta con que a mí me haya faltado la firmeza necesaria para seguirlas poniendo a prueba. ¿Cómo podía conocerme tan poco a mí misma cuando envié a mi Dueña a deciros que os prohibía volver a visitarme al pie de mi celosía? ¿Y cómo podía conoceros tan poco a vos, Diego, como para no imaginar que no estaríais dispuesto a permanecer ni un solo día más en Valladolid y aplacar mis dudas?—¿Merecía yo ser abandonada, Diego, por haber sido engañada? ¿Creéis que fue un gesto noble tomar al pie de la letra mis palabras, tanto si mis sospechas eran justas como si no lo eran, y dejarme, como hicisteis, presa de tanta incertidumbre y pesar? De qué forma Julia se ha resentido de todo esto—mi hermano, cuando deposite esta carta en vuestras manos, os lo dirá: os dirá cómo, a los pocos minutos de haberos enviado aquel irreflexivo mensaje, se arrepintió de ello;—con cuan alocado apresuramiento corrió hasta su celosía y cuántos días y noches permaneció allí, sin moverse, acodada junto a las rejas, observando a través de ellas el camino por el que Diego acostumbraba a llegar. Os dirá cómo, cuando se enteró de vuestra marcha,—los ánimos y la alegría la abandonaron;—cómo enfermó del corazón;—cuán desgarradoramente se lamentó; cuán cabizbaja llegó a estar. ¡Oh, Diego! ¡Cuántos agotadores pasos he dado, guiada y sostenida por la compasión de mi hermano, languideciendo por seguir los vuestros! ¡Cuán más allá de mis fuerzas me ha llevado el deseo!—¡Y cuántas veces me he desvanecido en medio del camino, desplomándome sobre sus brazos y con tan sólo fuerzas para exclamar:—Oh, Diego mío! Si la gentileza de vuestro comportamiento no mentía acerca de vuestro corazón, volaréis hasta mí con tanta prontitud como huisteis de mí;—sin embargo, por grande que sea vuestra celeridad, no llegaréis más que para verme expirar.——Es un trance amargo, Diego, pero, ¡oh!, aún es más amargo porque muero sin haber sido—— No había podido seguir. Slawkenbergius supone que la palabra que falta debía de ser convencida; en cualquier caso, las fuerzas le habían fallado y no había podido terminar la carta. El corazón del amable Diego se desbordó al leer la carta;——dio orden de que se ensillaran al instante su mulo y el caballo de Fernández; y como no hay prosa que pueda igualar a la poesía a la hora de expresar este tipo de emociones,—y el azar, que nos lleva a los remedios con tanta frecuencia como a las enfermedades, acababa de arrojar un tizón por la ventana,—Diego se apoderó de él y, mientras el mozo de paja y cebada le preparaba el mulo, escribió en la pared, para alivio de su corazón, lo que sigue: ODA Ásperas y destempladas son las notas del amor Si no es Julia quien las hace sonar; Sólo ella conoce la canción Cuya dulce melodía Hechiza el corazón Y al hombre envuelve entero en sin par vibración. 2.ª ¡Oh, Julia! Los versos tenían gran espontaneidad—porque no habían sido preparados ni pensados de antemano, dice Slawkenbergius, y es una lástima que Diego no hiciera más; pero si el mozo de paja y cebada era muy rápido en ensillar mulos—o si el Seig. Diego era muy lento en componer versos,—es algo que no podemos saber; lo cierto fue que el mulo de Diego y el caballo de Fernández estaban listos a la puerta de la posada antes de que Diego pudiera escribir su segunda estrofa; de modo que, sin esperar a terminar la oda, los dos montaron, emprendieron la marcha, cruzaron el Rhin, atravesaron la Alsacia, se encaminaron hacia Lyon y, antes de que los estrasburgueses y la abadesa de Quedlinburg iniciaran su procesión, Fernández, Diego y su Julia habían ya pasado los Pirineos y llegado sanos y salvos a Valladolid. Huelga decirle al lector con conocimientos geográficos que, si Diego estaba en España aquel día, era del todo imposible que los estrasburgueses se lo encontraran por la carretera de Francfort; baste con decir que, siendo la curiosidad el más fuerte de los deseos pertenecientes al orden de la impaciencia y de la inquietud,—los estrasburgueses padecieron las consecuencias de su insatisfacción en la mayor medida imaginable; y que se pasaron tres días y tres noches recorriendo de aquí para allá la carretera de Francfort, empujados por la tempestuosa furia de su indignación, antes de resignarse a volver a casa.—Pero, ¡ay!, a su regreso les aguardaba otro acontecimiento, el más doloroso que un pueblo libre pueda experimentar. Se habla muy a menudo de esta revolución padecida por los estrasburgueses, pero por lo general se entiende muy poco de ella; en consecuencia, yo, en diez palabras, dice Slawkenbergius, voy a ofrecerle al mundo una explicación satisfactoria del asunto y con ello pondré fin a mi relato. Todo el mundo ha oído hablar del gran sistema de Monarquía Universal escrito por orden de Mons. Colbert y entregado en manuscrito a Luis catorce el año 1664[40]. No menos sabido es que una de las muchas cuestiones sobre las que este sistema trataba era la de la toma de Estrasburgo, acción que facilitaría una eventual entrada de tropas en Suabia con el fin de perturbar la paz de Alemania;—y tampoco lo es que finalmente, y como consecuencia de este plan, Estrasburgo cayó, por desventura, en manos de los franceses. Sólo unos pocos estamos destinados y capacitados para rastrear los verdaderos orígenes de revoluciones como ésta.—Y la gente vulgar los busca en las capas más altas,—los Hombres de Estado en las más bajas.—La Verdad (por una vez) está en el medio. —¡El orgullo popular de una ciudad libre es fatídico!, exclama un historiador;—los estrasburgueses consideraron que una guarnición imperial representaba una merma de sus libertades—y de este modo se convirtieron en la fácil presa de una guarnición francesa[41]. —El sino de los estrasburgueses, dice otro, puede servir de aviso a todos los pueblos libres para que ahorren y no despilfarren.——Se gastaron sus réditos por adelantado,—se cargaron de impuestos, agotaron sus existencias y finalmente se convirtieron en un pueblo tan débil que ni siquiera tenían fuerzas para mantener cerradas las puertas de la ciudad; y así, los franceses no tuvieron más que empujarlas para abrirlas de par en par. ¡Ay! ¡Ay!, grita Slawkenbergius: ¡no fueron los franceses,—fue la CURIOSIDAD quien las abrió de par en par!——Efectivamente, los franceses, que siempre están al acecho, al ver que los estrasburgueses (hombres, mujeres y niños) salían de la ciudad en pos de la nariz del extranjero,—dieron orden a sus soldados de que cada cual siguiera a la suya y entraron tranquilamente en Estrasburgo. El comercio y la manufactura no ha cesado de decaer y decrecer gradualmente desde entonces;—pero no por ninguna de las causas que los cerebros mercantiles han apuntado; pues se debe tan sólo a que los estrasburgueses han tenido desde aquel día la cabeza tan llena de Narices que han carecido de tiempo para ocuparse de sus negocios. ¡Ay! ¡Ay!, grita Slawkenbergius exclamativamente; —¡no es ésta la primera,—y me temo que tampoco será la última fortaleza que se gana—o se pierde——por una cuestión de NARICES! FIN DEL CUENTO DE SLAWKENBERGIUS Capítulo uno Con todos estos conocimientos acerca de las Narices correteando perpetuamente por la fantasía de mi padre,—con tantos prejuicios familiares—y con diez décadas de relatos semejantes agitándose sin cesar en el interior de su cabeza,—¿cómo era posible que con tan delicados——?——Pero la nariz, ¿era de verdad?—¿——que un hombre con sentimientos tan delicados como los de mi padre pudiera soportar el golpe que había recibido en el piso de abajo—(o, mejor dicho, en el piso de arriba) en ninguna otra postura que no fuera la que yo he descrito antes? —Desplómese usted sobre la cama doce veces seguidas,—teniendo cuidado un sólo de colocar un espejo encima de una silla que esté al lado del lecho antes de hacerlo———Pero la nariz del extranjero, ¿era de verdad——o era postiza? Decirle a usted eso de antemano, señora, constituiría una afrenta a uno de los mejores cuentos del mundo cristiano: al décimo de la décima década, que viene inmediatamente a continuación del que acabo de traducir. ¡Este relato, grita Slawkenbergius de forma un tanto exultante, me lo he reservado para el definitivo final de mi obra, sabiendo muy bien que, cuando lo haya contado y el lector se lo haya leído de cabo a rabo,—ya será hora de que los dos cerremos el libro! Habida cuenta, además, añade Slawkenbergius, de que no se me ocurre ya ningún otro cuento que pudiera suceder a éste. ——¡Menudo cuento debe de ser, pues! Comienza en la posada de Lyon con el primer encuentro entre los viajeros y la desconsolada dama, más concretamente en el instante en que Fernández dejó al amable extranjero y a su hermana a solas en la habitación de ésta; y se titula: LOS INTRINCADOS AMORES de Diego y Julia ¡Cielos, Slawkenbergius! ¡Eres una extraña criatura! ¡Qué visión tan extravagante y fantástica del corazón femenino nos has dado! ¿Cómo puede traducirse eso? Y sin embargo, si esta muestra de los cuentos de Slawkenbergius y su exquisita moraleja agradan al mundo,—habrá que traducir un par de volúmenes de ellos.——Ahora bien, de cómo se puede traducir a buen inglés éste en concreto, no tengo ni la menor idea.—En algunos pasajes parece como si fuera necesario un sexto sentido para hacerlo bien.—¿Qué puede querer decir ‘la tenue pupilabilidad de una conversación lenta, baja, seca, cinco tonos por debajo del normal de la voz’,—que, como usted sabe, señora, equivale a poco más que un susurro? En el momento de pronunciar estas palabras pude percibir un amago de vibración de las cuerdas de la región torácica, cerca del corazón.——El cerebro no se dio por enterado.—Con gran frecuencia no existe buen entendimiento entre los dos.—Yo sentí como si realmente las comprendiera.—Pero mi cabeza estaba hueca de ideas.—Y sin embargo el movimiento percibido tenía que responder a alguna causa.—Estoy desorientado. No le encuentro ningún sentido a la frase,—a menos que, con el permiso de sus señorías, al ser en ese caso la voz poco más que un susurro, los ojos se vean obligados sin remisión no sólo a acercarse los unos a los otros a una distancia de seis pulgadas,—sino a mirarse a las pupilas,—y eso, ¿no es acaso peligroso?—Claro que es algo que no se podría evitar,—pues si miran hacia el techo, entonces las dos barbillas chocan indefectiblemente,—y si, por el contrario, los ojos de cada uno se posan en el regazo del otro, entonces las frentes entran inmediatamente en contacto, lo cual pone al instante fin a la conversación—(me refiero a la parte sentimental de la misma)[42]. —Lo que queda, señora, no vale la pena agacharse a recogerlo. Capítulo dos Mi padre permaneció, estirado cuan largo era sobre la cama, tan inmóvil como si la mano de la muerte lo hubiera abatido de un empellón, durante hora y media, hasta que, en un momento dado, la punta del pie que había quedado colgando a un lado del lecho empezó a dar golpearos en el suelo; el corazón de mi tío Toby vio su peso aligerado en una libra.——Unos segundos después, la mano izquierda de mi padre, cuyos nudillos habían reposado durante todo este rato inertes sobre el asa del orinal, recobró el sentido:—con un empujoncito, metió el bacín un poco más bajo la cenefa,—y a continuación se llevó la mano al pecho—y murmuró un ¡ejem!——Mi buen tío Toby, con infinito alivio, le contestó con otro; y de buen grado habría aprovechado la apertura que aquello representaba para intercalar alguna frase de consuelo, pero careciendo, como dije antes, de talento para este tipo de cosas, y temiendo además que le saliera algo que únicamente lograra empeorarlo todo, se contentó con apoyar plácidamente la barbilla sobre el mango de su muleta. Bien: si esta compresión recortaba el rostro de mi tío. Toby haciéndolo adquirir una placentera forma ovalada,—o si la filantropía de su corazón, al ver que su hermano empezaba ya a salir del mar de sus aflicciones, le había hecho tensar los músculos faciales,—de tal modo que la presión de la muleta contra la barbilla no surtía otro efecto que el de duplicar su expresión de dulzura, es algo que no resulta difícil determinar.—Mi padre, al volverse, recibió en plena cara tal destello de luz que al insume se le aplacaron su mal humor y su pesar. Rompió el silencio de la siguiente manera: Capítulo tres —¿Tú crees, hermano Toby, que habrá habido alguna vez un hombre, exclamó mi padre incorporándose sobre un codo y volviéndose hacia el otro lado de la cama, donde se encontraba mi tío Toby sentado en su vieja silla ribeteada y con la barbilla apoyada en la muleta;—¿tú crees que habrá habido alguna vez un pobre hombre tan desgraciado que haya recibido la cantidad de azotes que yo?——La vez que he visto dar más, dijo mi tío Toby (al tiempo que hacía sonar la campanilla que había junto a la cabecera de la cama para que acudiera Trim), fue a un granadero, me parece que del regimiento de Mackay[43]. ——Si mi tío Toby le hubiera atravesado de un balazo el corazón a mi padre, éste no se habría desplomado, con la nariz contra la colcha, tan fulminantemente como lo hizo. —¡Válgame Dios!, dijo mi tío Toby. Capítulo cuatro —¿Fue en el regimiento de Mackay, dijo mi tío Toby, donde azotaron de manera tan inmisericorde, estando en Brujas, a aquel pobre granadero, por culpa de unos ducados?——¡Oh, Dios mío! ¡Era inocente!, exclamó Trim lanzando un profundo suspiro;—¡y lo azotaron, con el permiso de usía, casi hasta morir!—Mejor habrían hecho en fusilarle sin más ni más, como él pedía, pues así habría ido derecho al cielo, porque era tan inocente como usía.———Gracias, Trim, dijo mi tío Toby. —Siempre que pienso en su desventura o en la de mi hermano Tom (los tres éramos compañeros de colegio, ¿sabe?), lloro como un cobarde.——Las lágrimas no son muestra de cobardía, Trim;—yo mismo derramo a menudo, exclamó mi tío Toby.——Ya lo sé, respondió Trim, y por eso no me avergüenzo de hacerlo yo también;—pero pensar, con el permiso de usía, continuó Trim mientras una lágrima le asomaba por el rabillo del ojo,—¡pensar en dos muchachos buenos y virtuosos, con unos corazones tan anchos y tan honrados como jamás Dios haya creado,—hijos de gente honrada, que salen al mundo a buscar fortuna con espíritu aventurero—y caen en semejantes desgracias!—(¡Pobre Tom! ¡Torturado en el potro sin haber hecho nada—más que casarse con la viuda de un judío vendedor de salchichas!—¡Y el alma del honrado Dick Johnson arrancada del cuerpo a latigazos por unos ducados que otro le había metido en la mochila!—¡Oh!—¡Son éstas desgracias, gritó Trim—sacándose el pañuelo,—son éstas desgracias, con el permiso de usía, por las que se comprende que un hombre se eche en la cama y se ponga a llorar! Mi padre no pudo evitar sonrojarse. —Sería terrible, Trim, dijo mi tío Toby, que un día tuvieras que lamentarte de una desgracia tuya—teniendo en cuenta cómo sientes las de los demás.——¡Cielo santo!, respondió el cabo al tiempo que se le iluminaba el rostro;——usía sabe que no tengo ni mujer ni hijos:—ninguna desgracia importante me puede llegar en este mundo.—Mi padre no pudo evitar esbozar una sonrisa.——Tan pocas como al que menos, Trim, respondió mi tío Toby; y tampoco me imagino por qué causa podría sufrir un hombre con un corazón tan alegre como el tuyo, como no fuera por las miserias de la pobreza, en tu vejez,—cuando ya no pudieras prestar ningún servicio, Trim,—y hubieras sobrevivido a todos tus amigos.——No tema usía, con el permiso de usía, contestó Trim con jovialidad.——Pero quisiera que el que no tuviera nada que temer fueras tú, Trim, respondió mi tío; y en consecuencia, añadió mi tío Toby arrojando a un lado su muleta y poniéndose en pie al decir y en consecuencia,—en recompensa a tu prolongada lealtad hacia mí, Trim, y a esa bondad de corazón tuya de la que cuantiosas pruebas poseo,—te diré que mientras tu señor tenga un chelín,—no tendrás nunca que pedir a otros, Trim, ni un solo penique. Trim intentó darle las gracias a mi tío Toby,—pero le fallaron las fuerzas:—las lágrimas le resbalaban por las mejillas con más rapidez de la que podía alcanzar en enjugárselas.—Se llevó las dos manos al pecho,—hizo una reverencia con la que llegó casi hasta el suelo—y salió cerrando la puerta tras de sí. ——Le he legado a Trim mi campo de bolos, exclamó mi tío Toby.—Mi padre sonrió.———También le he legado una pensión, añadió mi tío Toby.—Mi padre se puso serio y dejó de sonreír. Capítulo cinco —¿Acaso es éste el momento de hablar, se dijo mi padre, de PENSIONES y GRANADEROS? Capítulo seis Cuando mi tío Toby mencionó por primera vez al granadero, mi padre, como ya dije, se desplomó sobre la colcha aplastándose contra ella la nariz y tan fulminantemente como si mi tío le hubiera disparado un tiro; pero lo que no se dijo fue que todos los demás miembros y partes del cuerpo de mi padre volvieron a adoptar, al instante y al mismo tiempo que su nariz, exactamente la misma postura que describí al principio; de modo que cuando el cabo Trim salió de la habitación y mi padre se halló en disposición de levantarse de la cama,—tuvo que volver a hacer todos los pequeños movimientos preparatorios de la vez anterior antes de lograrlo. Las posturas no son nada, señora;—es la transición de una postura a otra,—como la preparación y resolución de la discordancia en armonía, lo que cuenta a fin de cuentas. Por esta razón mi padre volvió a tocar, con la punta del pie contra el suelo, la misma jiga que había interpretado antes;—de un empujoncito metió todavía un poco más el orinal bajo la cenefa;—emitió un ¡ejem!;—se incorporó apoyándose en un codo;—y ya se disponía a dirigirle a mi tío Toby la palabra—cuando al acordarse del escaso éxito obtenido con su primera tentativa en aquella postura,—se puso en pie y empezó a dar vueltas por la habitación: cuando ya llevaba tres, se paró en seco delante de mi tío Toby y, poniendo los tres primeros dedos de la mano derecha sobre la palma de la izquierda, se inclinó un poco hacia delante y se dirigió a mi tío Toby de la siguiente guisa: Capítulo siete —Cuando reflexiono, hermano Toby, acerca del HOMBRE, y le echo una ojeada a ese oscuro lado suyo en el que su vida se nos muestra expuesta a tantos motivos de aflicción; —cuando pienso, hermano Toby, en cuan a menudo nos vemos obligados a probar el pan del dolor, y en que hemos nacido destinados a ello, en que es parte de nuestra herencia———Lo único que a mí me estaba destinado desde mi nacimiento, dijo mi tío Toby interrumpiendo a mi padre,—es mi patente de oficial. —¡Por los clavos de——!, dijo mi padre; ¿acaso no te dejó nuestro tío una anualidad de ciento veinte libras?———¿Qué habría hecho sin ella?, respondió mi tío Toby.———Esa es otra cuestión, dijo mi padre con impaciencia;—lo que digo, Toby, es que cuando uno repasa la lista de los capítulos desgraciados o dolorosos que oprimen el corazón del hombre, no puede por menos de admirarse de los recursos ocultos que a la mente le permiten resistir y mantenerse firme ante las imposiciones de que es objeto nuestra naturaleza.———Se lo debemos a la ayuda que nos presta Dios Todopoderoso, exclamó mi tío Toby elevando los ojos al cielo y juntando las manos con fuerza;—a Él y no a nuestra propia fortaleza, hermano Shandy:—eso sería como si un centinela pretendiera defender él solo su garita de madera contra un destacamento de cincuenta hombres;—nos sostienen la gracia y el apoyo del mejor de los Seres. ——Eso es cortar el nudo, dijo mi padre, en lugar de deshacerlo;—pero permíteme guiarte, hermano Toby, a fin de adentrarnos un poco más en este misterio. —Te lo permito de todo corazón, respondió mi tío Toby. Al instante mi padre cambió de postura y sustituyó la antes descrita por aquella otra en la que tan maravillosamente pintado por Rafael, en su escuela de Atenas, se encuentra Sócrates[44]; el filósofo, como su ilustradísima señoría sabe, está tan bien imaginado que incluso la especial manera de razonar de Sócrates halla expresión en su actitud:—tiene el dedo índice de la mano izquierda entre el índice y el pulgar de la derecha, y parece como si estuviera diciéndole al libertino que está reformando:——‘Me admites esto—y esto: esto otro y aquello ya no te lo reclamo,—pues se siguen consecuentemente de lo anterior’. Así estaba mi padre, agarrándose con el índice y el pulgar de una mano el índice de la otra y razonando con mi tío Toby, sentado éste en su vieja silla ribeteada y orlada con abigarrados colgajos de estambre.—¡Oh, Garrick! ¡Qué magnifica escena conseguirían con esto tus imponentes facultades! ¡Y con qué alegría estaría yo dispuesto a escribir otra——para aprovecharme de tu inmortalidad y así asegurar la mía![45]. Capítulo ocho —Aunque el hombre es el vehículo más cuidadoso de cuantos hay, dijo mi padre, al mismo tiempo, sin embargo, es tan ligera su armazón, y sus piezas están ensambladas de un modo tan vacilante e inseguro, que las bruscas sacudidas y los duros encontronazos con que inevitablemente tropieza a lo largo de este viaje borrascoso lo harían volcar y despedazarse doce veces al día—si no fuera, hermano Toby, porque en nuestro interior hay un resorte oculto———Resorte, dijo mi tío Toby, que en mi opinión es la Religión.——¿Le arreglará eso la nariz a mi hijo?, exclamó mi padre abandonando momentáneamente su postura para dar una palmada en el aire.——Todo nos lo endereza, contestó mi tío Toby.——Que yo sepa, querido Toby, puede hacerlo hablando en sentido figurado, dijo mi padre; pero el resorte a que me refiero es esa gran facultad elástica, capaz de contrarrestar el mal, que hay dentro de nosotros; y que, como un resorte oculto en una máquina bien construida, aunque no pueda impedir el choque,—por lo menos engaña a nuestros sentidos y nos lo hace llegar amortiguado. —Así pues, querido hermano, dijo mi padre volviendo a colocar el índice en su lugar (pues ya se estaba aproximando a donde quería llegar),—si mi hijo hubiera venido al mundo sano y salvo, sin que le hubiera ocurrido ningún percance a esa preciosísima parte de su cuerpo,—caprichoso y extravagante como pueda parecerle yo al mundo por mis ideas acerca de los nombres de pila y de ese mágico influjo que los nombres buenos o malos ejercen irresistiblemente sobre nuestro carácter y nuestra conducta,—¡Dios es testigo! de que, a la hora de desearle a mi hijo prosperidad, nunca, ni en los momentos de mayor exaltación, habría albergado la intención de coronar su cabeza con más gloria y honor de los que GEORGE o EDWARD habrían derramado sobre ella[46]. —Pero, ¡ay!, añadió mi padre, como le ha sobrevenido la mayor desgracia que podría haberle tocado en suerte,—tengo que contrarrestar sus efectos y deshacer el entuerto confiriéndole el mayor bien de que dispongo. —Se llamará Trismegisto, hermano[47]. —Confío en que resulte,—respondió mi tío Toby poniéndose en pie. Capítulo nueve —¡Qué capítulo de casualidades!, dijo mi padre volviéndose hacia mi tío Toby (que bajaba detrás de él) al llegar al primer rellano de las escaleras;—¡qué largo capítulo de casualidades nos ofrecen las cosas de este mundo! Coge papel y pluma, hermano Toby, y haz un cálculo exacto———Sé de cálculo tanto como este balaustre, dijo mi tío Toby (al tiempo que intentaba darle un golpecito con su muleta al mencionado balaustre: golpecito que, fallido, fue en cambio a parar, con enorme violencia, a la espinilla de mi padre);—habría apostado cien contra una——, exclamó mi tío Toby.——Había entendido, dijo mi padre (frotándose la espinilla), que no sabías nada de cálculo, hermano Toby. —Ha sido una simple casualidad, dijo mi tío Toby.———Entonces hay que añadirle otra más al capítulo,—respondió mi padre. El doble éxito de sus agudas respuestas logró que al instante le desapareciera el dolor de la espinilla;—y menos mal que sucedió así—(¡la casualidad de nuevo!),—porque si no el mundo no sabría todavía cuál era el objeto del cálculo de mi padre;—de adivinarlo,—no habría existido la menor posibilidad[48].—¡Qué capítulo de casualidades tan afortunado ha resultado ser éste! Me ha ahorrado el trabajo de escribir uno expresamente, y tanto más se lo agradezco cuanto que aún me quedan bastantes por escribir:—pues, ¿no le he prometido al mundo un capítulo sobre los nudos, dos capítulos sobre ambos lados (el bueno y el otro) de la mujer, un capítulo sobre las patillas, un capítulo sobre los deseos,—un capítulo sobre las narices—(no, ese ya lo he hecho),—y un capítulo sobre la modestia de mi tío Toby? Para no hablar de un capítulo sobre los capítulos que quiero tener terminado antes de acostarme esta noche.—¡Por las patillas de mi bisabuelo! No habré acabado ni con la mitad de ellos en todo el año. —Coge papel y pluma, hermano Toby, y haz un cálculo exacto, dijo mi padre, y ya verás cómo resultará que había un millón de posibilidades contra una sola de que, de entre todas las partes del cuerpo, las puntas de los fórceps tuvieran la mala suerte de pillar y chafar, precisamente, aquélla de la que dependían la fortuna y el destino de nuestra casa. —Aún podía haber sido peor, replicó mi tío Toby.——No comprendo, dijo mi padre.———Supón que lo primero en salir hubiera sido la cadera, contestó mi tío Toby, tal y como se temía el doctor Slop. Mi padre se quedó pensativo durante medio minuto; —miró al suelo,—se tocó levemente la frente con el índice y —— ——Cierto, dijo. Capítulo diez ¿No creen ustedes que es una vergüenza dedicar dos capítulos enteros a lo que pasó mientras mi padre y mi tío Toby descendían un par de peldaños? Porque aún no estamos más que en el primer rellano, y todavía quedan quince escalones más hasta llegar abajo; y mucho me temo que, habida cuenta de que mi padre y mi tío Toby se muestran habladores, pueda haber tantos capítulos como escalones;—sea como fuere, señor, no lo puedo evitar más de lo que puedo a mi propio destino.—Un súbito impulso me atraviesa de parte a parte:——Baje usted el telón, Shandy.—Lo bajo.——Tacha la página con una raya, Tristram.—La tacho y——¡pasemos a un nuevo capítulo! ¡Qué diablos voy a tener ninguna otra regla por la que regirme en este asunto!—Y si la tuviera,—como todo lo hago sin seguir ninguna,—la arrugaría, la haría trizas y la arrojaría al fuego cuando hubiera terminado con ella.—¿Que si estoy acalorado? Lo estoy, y el motivo bien lo exige y además se lo merece.—¡Bonita historia! ¿Un hombre ha de seguir las reglas——o las reglas han de seguirle a él? Bien; deben ustedes saber que, siendo éste el capítulo sobre los capítulos que he prometido escribir antes de irme a la cama, me ha parecido conveniente tranquilizar de una forma absoluta mi conciencia antes de echarme a dormir diciéndole al mundo, aquí y ahora, todo lo que sé acerca del tema. ¿Acaso no es esto diez veces mejor que comenzar dogmáticamente con un alarde de sentenciosa sabiduría y contarle al mundo la historia de un caballo asado[49]:—que si los capítulos sirven de alivio para la mente,—que si ayudan—o por el contrario fuerzan y engañan a la imaginación,—que si en una obra de corte dramático como ésta son tan necesarios como los cambios de escena en el teatro,—junto con otras cincuenta gélidas ideas que basten para apagar el fuego en que se lo estaba asando?—¡Oh! Pero para comprender esto, que es como soplarle al fuego del templo de Diana,—tienen ustedes que leer a Longino de un tirón,—léanlo[50];—y si no son ni tanto así más sabios tras haberlo leído una vez, —no teman:—vuélvanlo a leer.—Avicena y Liceto se leyeron cuarenta veces la metafísica de Aristóteles, de cabo a rabo, sin entender jamás ni una palabra[51].—Pero fíjense bien en las consecuencias:—Avicena se convirtió en un desesperado escritor de todo tipo de géneros,—pues escribió libros de omni scribili[52]; y en cuanto a Liceto (Fortunio), a pesar de que, como todo el mundo sabe, nació cuando todavía no era más que un feto(53) de cinco pulgadas y media de longitud, no obstante creció hasta alcanzar una estatura literaria tan asombrosa que llegó a escribir un libro con un título tan largo como él mismo:——los lectores cultos ya se habrán dado cuenta de que me refiero a su Gonopsychanthropologia, sobre el origen del alma humana[55]. Hasta aquí en lo que se refiere a mi capítulo sobre los capítulos, que en mi opinión es el mejor capítulo de toda la obra; y créanme si les digo que quien lo haya leído habrá empleado su tiempo tan provechosamente como si hubiera estado recogiendo pajitas por el campo. Capítulo once —Todo se arreglará, dijo mi padre al tiempo que apoyaba un pie en el primer peldaño a continuación del rellano:—este Trismegisto, prosiguió retirando la pierna que había hecho avanzar y volviéndose hacia mi tío Toby,—fue, Toby, el más grande de todos los seres terrenales:—fue el rey más grande, —el legislador más grande,—el filósofo más grande—y el sacerdote más grande.——Y el ingeniero más grande, supongo, —dijo mi tío Toby.—— ———Desde luego, dijo mi padre. Capítulo doce ———¿Cómo está la señora?, le gritó mi padre a Susannah (al tiempo que volvía a bajar del rellano el mismo pie de antes) al verla pasar apresuradamente con un enorme alfiletero en la mano al pie de las escaleras;—¿cómo está la señora? —Como es de esperar que esté, dijo Susannah sin volverse hacia mi padre ni detenerse en su carrera.——¡Yo debo de ser idiota!, dijo mi padre retirando la pierna nuevamente;—pase lo que pase, hermano Toby, esa es precisamente la contestación que recibo siempre;—¿y cómo está el niño, di?—No hubo respuesta.—¿Y dónde está el doctor Slop?, insistió mi padre elevando la voz y asomando el cuerpo por encima de la barandilla.—Pero Susannah ya no podía oírle. —De todos los enigmas de la vida matrimonial, dijo mi padre llegándose de una zancada al otro lado del rellano para apoyar la espalda en la pared mientras le proponía a mi tío Toby el nuevo tema de conversación;——de todos los desconcertantes enigmas, dijo, de la condición conyugal—(con los que, créeme, hermano Toby, se podrían cargar más asnos de los que poseía Job)[56],—ninguno es tan intrincado como éste:—¿a qué se debe que en el mismo instante en que la señora de la casa se mete en cama, todas las mujeres que hay en ella, desde la dama de honor hasta la última fregona, se crezcan una pulgada y se den más aires por esa pulgada recién adquirida que por todas las demás juntas? —Yo creo, respondió mi tío Toby, que más bien somos nosotros los que decrecemos una pulgada;—a mí, de hecho, me basta con ver una mujer encinta—para que me suceda.—Se trata de una pesada carga que media humanidad debe soportar, hermano Shandy, añadió mi tío Toby:—un peso tremendo y lamentable, puntualizó moviendo la cabeza de un lado a otro.——Sí, sí, es algo muy doloroso,—dijo mi padre moviendo la cabeza a su vez;—aunque es indudable que desde que mover la cabeza de un lado a otro se puso de moda, jamás ha habido dos cabezas que se movieran juntas y al unísono por dos motivos tan distintos. —Que Dios las bendiga } a todas ellas,——dijeron mi tío Toby y mi padre, cada cual para sí. —Que el diablo se las lleve Capítulo trece ¡Eh!—¡Usted, el silletero!—Aquí tiene seis peniques: —entre en esa librería y consígame los servicios de algún crítico mercenario. Estoy dispuesto a darle una corona al que con sus aperos me ayude a sacar a mi padre y a mi tío Toby de la escalera y acostarlos.—— —Ya va siendo más que hora; pues aparte de una brevísima siesta que los dos se echaron mientras Trim agujereaba las botas—(y que, dicho sea de paso, a mi padre no le hizo el menor efecto por culpa del gozne estropeado),—no han pegado ojo desde nueve horas antes del momento en que el doctor Slop, en aquel lamentable y sucio estado, fue introducido por Obadiah en el salón. Si todos los días de mi vida fueran a ser tan ajetreados como éste,—para empezar—¡tregua!—— No terminaré la frase hasta que haya hecho antes una observación acerca de la singular relación existente (tal y como en este momento están las cosas) entre el lector y yo;—observación que, salvo a mí, jamás podría habérsele aplicado a ningún escritor biográfico desde la creación del mundo—ni, me temo, podrá hacérsele jamás a ningún otro hasta su destrucción final;—y en consecuencia, aunque sólo sea por la novedad que supone, bien merece que sus señorías le presten la máxima atención. Este mes tengo un año más de los que tenía hace exactamente doce meses[57]; y yendo ya, como ven ustedes, casi por la mitad del cuarto volumen,—y no habiendo pasado, sin embargo, del primer día de mi vida,—resulta bien patente que ahora tengo trescientos sesenta y cuatro días más de vida que contar——que cuando empecé a escribir mi obra; de tal modo que, en lugar de haber ido avanzando en mi tarea a medida que la iba haciendo, como un escritor normal y corriente,—lo que he hecho, por el contrario, ha sido retroceder: exactamente—(suponiendo que todos los días de mi vida hayan sido tan ajetreados como éste:—¿y por qué no suponerlo?,—y que los sucesos y opiniones de cada uno de ellos hubieren de ocupar tanto espacio como los de éste:—¿y por qué razón habría de abreviarlos?) el equivalente a trescientas sesenta y cuatro veces tres volúmenes y medio.—Y como, por otra parte, a este paso viviré 364 veces más aprisa de lo que escribo,—de todo ello se desprende, con el permiso de sus señorías, que cuanto más escriba más tendré que escribir,— y consecuentemente, que cuanto más lean sus señorías más tendrán sus señorías que leer. ¿Y no será esto perjudicial para la vista de sus señorías? La mía ya se las arreglará; y si no fuera porque mis OPINIONES serán la causa de mi muerte, me atrevería a decir que tengo la impresión de que, gracias a la vida que he de escribir, viviré la otra bastante bien; o, en otras palabras, que llevaré un par de buenas vidas al mismo tiempo. En cuanto a la sugerencia de escribir doce volúmenes al año (o, lo que es igual, un volumen al mes), no altera en nada la perspectiva:—escriba como escriba, y por mucho que me empeñe en ir directa y apresuradamente al meollo de las cosas, como aconseja Horacio[58],—nunca lograré alcanzarme;——ya puedo fustigarme y espolearme sin compasión que, como mínimo, siempre le seguiré llevando, cuando menos, un día de ventaja a mi pluma;—y la narración de un día ocupa dos volúmenes;—y la redacción de dos volúmenes me lleva un año.— ¡Que los cielos hagan prosperar a los fabricantes de papel durante este propicio reinado que se abre ahora ante nosotros![59] —Confío en que la providencia haga asimismo prosperar todo cuanto bajo él se emprenda.— En cuanto a la multiplicación de los Gansos,—eso es algo que no me preocupa.—La Naturaleza es toda generosidad—y nunca me faltarán herramientas con las que trabajar[60]. —¡Así que, amigo mío!, ¿ha logrado usted sacar a mi padre y a mi tío Toby de la escalera y acostarlos?——¿Cómo se las ha ingeniado para conseguirlo?—Ha corrido un telón al pie de las escaleras.—Ya me imaginaba yo que no le quedaría otro remedio.——Aquí tiene usted su corona; por las molestias. Capítulo catorce ——Alcánzame, pues, mis calzones: están encima de la silla, le dijo mi padre a Susannah.——No dispongo ni de un segundo para ayudarle a vestirse, señor, exclamó Susannah;—el niño tiene la cara tan negra como mis———¿Como tus qué?, dijo mi padre, quien, como todos los oradores, era un incansable rastreador de comparaciones.——¡Válgame Dios, señor! ¡El niño está muy mal!, dijo Susannah.——¿Y dónde está Mr Yorick?——Nunca donde debiera estar, dijo Susannah, pero su vicario se halla en el gabinete con el niño en brazos, aguardando a saber el nombre,—y la señora me ha mandado venir a toda velocidad a enterarme de si la criatura, como el capitán Shandy es el padrino, ha de llamarse como él. —Si tuviera la certeza, se dijo mi padre rascándose la frente, de que el niño iba a morirse, tanto daría halagar al hermano Toby como no hacerlo;—y en ese caso sería una lástima desperdiciar un nombre tan excelso como Trismegisto poniéndoselo a él.—Pero se puede recuperar. —No, no,—le dijo mi padre a Susannah, me voy a levantar.———¡No hay tiempo!, gritó Susannah; ¡el niño se ha puesto tan negro como mis zapatos! —Trismegisto, dijo mi padre;——pero aguarda, Susannah, añadió:—eres como una embarcación que hace aguas; ¿serás capaz de retener el nombre de Trismegisto en la cabeza sin que se te caiga por el pasillo?———¡Que si seré capaz!, exclamó Susannah cerrando la puerta con un bufido.———¡Que me aspen si lo es!, dijo mi padre al tiempo que saltaba de la cama y empezaba a buscar a tientas, en medio de la oscuridad, sus calzones. Mientras, Susannah se precipitaba ya por el pasillo a toda velocidad. Mi padre buscaba sus calzones a la mayor velocidad posible. Pero Susannah le llevaba ventaja y la conservó hasta el final.——Es Tris——algo, exclamó Susannah.——No hay en todo el mundo más nombre de pila que empiece por Tris——, dijo el vicario,—que Tristram. —Pues entonces es Tristram-gisto, dijo Susannah. ——¡No hay gisto que valga, mentecata!—Es mi propio nombre, replicó el vicario; y mientras esto decía, metió la mano en la palangana:—¡Tristram!, dijo, etc., etc., etc., etc. De modo que con el nombre de Tristram fui bautizado y Tristram me llamaré hasta el día de mi muerte[61]. Mi padre había salido en persecución de Susannah con el camisón al brazo y nada más que los calzones puestos; por culpa de las prisas, los llevaba abrochados tan sólo con un botón, y el tal botón, por culpa de las prisas, iba solamente medio abrochado al ojal correspondiente. ——¿Se ha acordado del nombre?, exclamó mi padre entreabriendo la puerta.——Sí, si, dijo el vicario con un deje de complicidad.——¡Y el niño está mejor!, exclamó Susannah.——¿Y cómo está la señora? —Como es de esperar que esté, dijo Susannah.——¡Bah!, dijo mi padre al tiempo que el botón de los calzones se le soltaba definitivamente del ojal.—De modo que si la interjección se dirigía a Susannah o al ojal;—si aquel ¡bah! fue una exclamación de desdén o de pudor, eso es algo que pertenece al reino de la duda; y allí debe permanecer hasta que encuentre tiempo para escribir mis próximos tres capítulos favoritos, a saber: mi capítulo sobre las doncellas, mi capítulo sobre los ¡bahs! y mi capítulo sobre los ojales. Lo más que de momento puedo decirle al lector es que, en el instante de exclamar ¡Bah!, mi padre salió disparado—y, sujetándose los calzones con una mano y con el camisón en la otra, enfiló el pasillo casi a tanta velocidad como a la venida ——y no se detuvo hasta que llegó a su cama. Capítulo quince Ojalá pudiera escribir un capítulo sobre el sueño. No se me podría haber presentado mejor ocasión de la que en este momento se me ofrece, cuando las cortinas de las camas de todos los miembros de la familia están corridas,—las bujías apagadas—y todos los ojos cerrados a excepción del de (pues el otro llevaba veinte años bien cerrado) la nodriza de mi madre. ¡Es un hermoso tema! Y sin embargo, hermoso como es, me comprometería a escribir con más rapidez y éxito una docena de capítulos sobre los ojales que uno solo sobre dicho tema. ¡Los ojales!——Hay algo alegre y liviano en su sola idea,—y créanme, señores de luengas barbas de la gentry,—tan serios como parecen ustedes,—cuando acometa el tema,——ya verán cómo se divierten con mis ojales;—los tendré todos para mí solo,—pues se trata de un tema virgen—y no chocaré ni con los dichos ni con los conocimientos que otros hombres hubieran podido verter acerca de él. En cambio, en lo que se refiere al sueño,—sé de antemano que no lograrte hacer nada digno de mención;—en primer lugar, no soy ningún experto en estos hermosos dichos y proverbios que tanto les solazan;—y en segundo, soy absolutamente incapaz de ponerme serio para hablar de cuestiones nimias y, en consecuencia, de decirle al mundo—que el sueño es el refugio de los desventurados,—la liberación del preso,—el mullido regazo del desesperado, del que está cansado de vivir y del que tiene el corazón deshecho; y tampoco sería capaz de comenzar con una mentira en los labios, afirmando que, de entre todas las funciones benignas y agradables de nuestra naturaleza con que el gran Creador, en su generosidad, ha querido paliar los sufrimientos que su justicia y su buen arbitrio nos infligen,—la del sueño es la principal (yo conozco placeres diez veces mejores que éste), o hablando de la dicha que para el hombre supone ver que, cuando los afanes y las pasiones del día han finalizado y él se echa boca arriba en el lecho, su alma adopta la misma posición en su interior, y que, a dondequiera que vuelva los ojos, contempla sobre sí los cielos dulces y sosegados,—sin que ni deseos,—ni temores,—ni dudas perturben el aire, y sin que ninguna dificultad pasada, presente o por venir se le aparezca insoluble o perjudicial a la imaginación durante ese apacible reposo. ———‘Que Dios bendiga’, dijo Sancho Panza, ‘al hombre que inventara el sueño,—que cubre a los hombres de la cabeza a los pies como si fuera un manto’[62]. Pues bien, esta frase me dice más, y a mi corazón y a mi ánimo les habla con más calor, que todas las disertaciones que sobre el tema han logrado exprimir de sus cerebros los eruditos. —Tampoco es que desapruebe enteramente lo que Montaigne apunta acerca de la cuestión;—en su estilo es admirable.—(Cito de memoria.)[63]. Los hombres gozan de los demás placeres, dice, como lo hacen del del sueño, al que dejan deslizarse y desaparecer sin gustarlo ni complacerse en él.—Deberíamos, por el contrario, hacerlo objeto de nuestro estudio y nuestras reflexiones a fin de agradecérselo como es debido al que nos lo concede; —por esta razón hago que se me moleste mientras estoy durmiendo, para así poder percibirlo y saborearlo mejor.—Y sin embargo, añade, observo que muy pocos dejan de dormir menos cuando hay urgentes necesidades que atender; mi cuerpo es capaz de resistir una agitación sostenida, pero no una violenta y repentina;—últimamente procuro evitar todo ejercicio violento;—no me canso nunca de caminar,—pero desde muy joven siempre he detestado cabalgar sobre suelos pavimentados. Me gusta yacer en una cama dura y a solas: prefiero hacerlo, incluso, sin mi mujer al lado——Estas últimas palabras pueden hacer que la fe del mundo se tambalee,—pero recuerden que (como dice Baylet comentando la historia de Liceti) ‘La Vraisemblance n’est pas toujours du Côté de la Vérité’[64]. Y esto es todo en cuanto al sueño. Capítulo dieciséis —Si mi mujer lo permite,—hermano Toby, haremos que vistan a Trismegisto y nos lo bajen mientras desayunamos juntos.—— ——Obadiah, ve a decirle a Susannah que venga aquí. —En este mismo instante acabo de verla subir a toda prisa, contestó Obadiah; iba llorando y sollozando, y retorciéndose las manos como si se le hubiera partido el corazón.—— —Nos espera un buen mes, dijo mi padre apartando la mirada de Obadiah y posándola en el rostro de mi tío Toby, donde, seria y fija, la sostuvo durante un rato;—nos espera un mes infernal, hermano Toby, dijo poniéndose en jarras y moviendo la cabeza de un lado a otro: (fuego, agua, mujeres, viento,—hermano Toby)——Es una desgracia, dijo mi tío Toby.——Lo es, ya lo creo, exclamó mi padre,—que tantos elementos discordantes se hayan desencadenado y paseen triunfalmente por todos y cada uno de los rincones de la casa de un caballero.—De poco le sirve a la paz de la familia que tú y yo, hermano Toby, sigamos siendo dueños de nuestros actos y nos estemos aquí sentados, quietos y callados,—mientras la tormenta no cese de bramar sobre nuestras cabezas.—— —¿Y qué es lo que te pasa, Susannah? —Que al niño lo han bautizado Tristram—y a la señora le ha dado un ataque de histeria por ello——del que apenas si se ha repuesto aún. —Pero la culpa no ha sido mía,—no, no lo ha sido, dijo Susannah;—yo ya le advertí que el nombre era Tristramgisto. ——Haz té para ti solo, hermano Toby, dijo mi padre descolgando su sombrero—¡pero cuán lejos del mal tono y los aspavientos que un lector vulgar se habría imaginado! —Pues habló en el tono de voz más dulce,—y descolgó el sombrero con los más pausados ademanes——que jamás el dolor haya sido capaz de armonizar, juntar y conciliar. ——Ve a buscar al cabo Trim al campo de bolos, dijo mi tío Toby (dirigiéndose a Obadiah) en cuanto mi padre hubo salido de la habitación. Capítulo diecisiete Cuando la desgracia de mi NARIZ cayó con todo su peso sobre la cabeza de mi padre,—el lector recuerda que al instante subió al piso de arriba y se echó en la cama; y de aquí que ahora (y a menos que posea un conocimiento muy profundo de la naturaleza humana) este mismo lector pueda sentirse inclinado a pensar que la desgracia de mi NOMBRE dio lugar a la misma rotación de movimientos ascendentes y descendentes que se apoderó de mi padre la vez anterior; —pues no. El diferente peso, querido señor;—¡qué digo! incluso el diferente envoltorio de dos infortunios de igual peso—hace que la forma de soportarlos y sobrellevarlos sea, a su vez, muy distinta en cada ocasión.—No hace ni media hora que (en medio del apresuramiento y la precipitación del pobre diablo que escribe para ganarse el pan de cada día) tiré al fuego, sin darme cuenta, una página en limpio que acababa de terminar y había escrito con sumo cuidado——en vez de la que estaba en sucio. Al instante me quité la peluca de un tirón y la lancé verticalmente, con la mayor violencia imaginable, contra el techo de la habitación;—luego, de hecho, la atrapé mientras caía,—y ahí acabó todo; y lo cierto es que no creo que ninguna otra cosa de las que en la Naturaleza hay pudiera haberme proporcionado alivio tan inmediato: Ella, nuestra queridísima Diosa, nos hace decidirnos, a través de un impulso instantáneo, por tal o cual gesto de desahogo cuando algo nos exaspera;—o si no, nos persuade para que nos dirijamos hacia tal o cual sitio, o hace que nuestro cuerpo adopte tal o cual postura sin que sepamos por qué.—Pero fíjese bien, señora: vivimos rodeados de enigmas y misterios;—las cosas más obvias que hallamos a nuestro paso presentan lados oscuros en los que ni la mirada más aguda puede penetrar; y hasta los más claros y elevados entendimientos humanos nos descubrimos con frecuencia desconcertados y desorientados ante casi cualquier grieta de las obras de la naturaleza: de tal modo que esta y otras mil cosas nos sobrevienen de una forma tan singular que, aunque seamos incapaces de razonar acerca de ellas,—no obstante nos damos cuenta del bien que nos hacen, y, con el permiso de sus reverencias y señorías,—con eso ya nos basta. Bien: por nada del mundo podía mi padre purgar en la cama este disgusto,—y tampoco podía llevárselo arriba como había hecho con el otro;—así que, con gran serenidad, se fue con él hasta la nansa. Si mi padre hubiera reclinado la cabeza sobre una mano y se hubiera pasado una hora razonando acerca de qué camino tomar,——la razón, con todo su poder, no habría sido capaz de guiar sus pasos con mayor acierto: las nansas, señor, tienen algo;—aunque de qué se trata, eso se lo dejo a los constructores de sistemas y a los cavadores de nansas para que lo averigüen ellos;—pero efectivamente, en dar un paseo sereno y sosegado hasta una nansa hay algo, un no sé qué de tranquilizador que disipa tan eficaz como inexplicablemente los arrebatos de mal humor—que a menudo me he preguntado cómo es que ni Pitágoras, ni Platón, ni Solón, ni Licurgo, ni Mahoma, ni ninguno de los legisladores más célebres dice nada acerca de ellas[65]. Capítulo dieciocho —Me imagino que usía, dijo Trim tras cerrar la puerta del salón tras de sí, se habrá enterado ya del infortunado accidente, ¿no?———Oh, sí, Trim, dijo mi tío Toby, y me preocupa sobremanera.——También yo estoy enormemente preocupado, contestó Trim, pero confío en que usía sepa hacerme justicia y me crea si le digo que yo no tuve nada que ver en ello.———¡Tú,—Trim!,—exclamó mi tío Toby mirándole con afecto;——la culpa fue de Susannah y del vicario, que enloquecieron a partes iguales los dos a la vez.———¿Qué líos se traerían entre manos, con el permiso de usía, los dos en el jardín?———Querrás decir en el pasillo, respondió mi tío Toby. Trim comprendió que se hallaba sobre una pista falsa y se detuvo en seco con una profunda reverencia.——Dos desgracias, se dijo el cabo, son, por lo menos, el doble de las que hablar de ellas a la vez resulta imprescindible:—los estragos que la vaca ha hecho en las fortificaciones se le pueden comunicar a usía más tarde.—La reflexión casuística de Trim, encubierta por su profunda reverencia, impidió que mi tío Toby sospechara nada; de modo que éste continuó con lo que tenía que decirle a Trim de la siguiente manera: ———Por lo que a mí respecta, Trim, aunque veo muy poca o ninguna diferencia entre que mi sobrino se llame Tristram o Trismegisto, sin embargo,—teniendo en cuenta, Trim, de qué forma afecta el malentendido a mi hermano, —habría dado gustosamente cien libras de mi propio bolsillo con tal de que no hubiera sucedido.——Cien libras y, con el permiso de usía, respondió Trim,—yo no daría ni un penique más.——Ni yo tampoco, Trim, por lo que a mí se refiere, dijo mi tío Toby;——pero mi hermano, con quien no se puede discutir sobre este tema,—sostiene, Trim, que de los nombres de pila dependen muchísimas más cosas de lo que la gente ignorante se imagina;—y dice que, desde que el mundo es mundo, jamás nadie que se llamara Tristram ha llevado a cabo una acción grande o heroica[66];—y no sólo eso, ¡qué digo! Sostendrá, Trim, que un hombre así llamado no puede ser ni culto, ni sabio, ni valeroso.——Todo eso son fantasías, con el permiso de usía, respondió el cabo;—yo luché igual de bien cuando el regimiento me llamaba Trim que cuando me llamaba James Butler.——Y en cuanto a mí, dijo mi tío Toby, aunque debería avergonzarme de jactarme así, Trim,—aunque me hubiera llamado Alejandro no habría podido hacer en Namur más de lo que era mi deber.——¡Qué Dios bendiga a usía!, exclamó Trim al tiempo que avanzaba tres pasos; ¿acaso un hombre en plena ofensiva se acuerda en ese momento de su nombre de pila?———¡O cuando está en la trinchera, Trim!, exclamó mi tío Toby con firmeza.——[O cuando está haciendo brecha], dijo Trim abriéndose paso entre dos sillas.——¡O cuando obliga a retroceder a las líneas enemigas!, exclamó mi tío levantándose y ensartando el aire con su muleta a guisa de pica.——¡O cuando se enfrenta a un pelotón!, exclamó Trim blandiendo su bastón como si fuera un fusil.——¡O cuando avanza por el glacis!, gritó mi tío Toby completamente acalorado y al tiempo que ponía un pie encima de un taburete.—— Capítulo diecinueve Mi padre había regresado de su paseo hasta la nansa—y abrió la puerta del salón cuando el ataque estaba en su apogeo, justo en el instante en que mi tío Toby avanzaba por el glacis.—Trim depuso las armas, pero mi tío Toby——¡en toda su vida se le sorprendió cabalgando a tal velocidad! ¡Ay, tío Toby! ¡Si un asunto de mayor gravedad no hubiera reclamado para sí la pronta elocuencia de mi padre en su totalidad,—de qué modo habríais sido insultados tú y tu pobre CABALLO DE JUGUETE! Mi padre colgó el sombrero con el mismo aire con que lo había descolgado; y tras echar una rápida mirada al desorden reinante en la habitación, cogió una de las sillas de que el cabo se había servido para hacer su brecha y, colocándola enfrente de mi tío Toby, se sentó en ella; y en cuanto se hubieron retirado las cosas del té y la puerta estuvo cerrada, prorrumpió en la siguiente lamentación: LA LAMENTACIÓN DE MI PADRE —Sería en vano, dijo mi padre (dirigiéndose tanto a la maldición de Ernulfo, que estaba sobre una de las esquinas de la repisa de la chimenea,—como a mi tío Toby, que se encontraba sentado debajo);—sería en vano, dijo mi padre con la monotonía más apesadumbrada que se pueda imaginar, seguir luchando, como he venido haciendo hasta ahora, contra la más desconsoladora de las convicciones que un hombre es capaz de albergar:—veo claramente, hermano Toby, que o bien a causa de mis propios pecados, o bien a causa de los de la familia Shandy y sus desatinos, el cielo ha juzgado oportuno lanzar contra mí su más pesada artillería; y que la felicidad de mi hijo es el blanco hacia el que toda su potencia se dirige, para que as헗—Semejante cosa, hermano Shandy, nos atronaría los oídos y destruiría el universo entero, dijo mi tío Toby;—y si así fuera———¡Desventurado Tristram! ¡Hijo de la ira! ¡Hijo de la decrepitud! ¡De la interrupción! ¡Del error y el descontento! ¡Qué desgracia o desastre que se halle en el libro de los males embrionarios y que pudiera desarticularte el esqueleto o enredarte los filamentos no cayó sobre tu cabeza antes de venir al mundo!—¡Qué infortunios no te aguardaban durante el trayecto!——¡Qué desventuras una vez llegado!—¡Hecho ser cuando la vida de tu padre ya declinaba,— cuando las fuerzas de su imaginación y de su cuerpo se debilitaban,—cuando el calor y el húmedo radicales[67], los elementos que deberían haber templado los tuyos, se estaban ya secando! ¡Cuando no quedaba ya nada sobre lo que fundar tu vigor vital, excepto negaciones!—Es lamentable,——hermano Toby: eso es lo más suave que se puede decir. Precisaba de todas las pequeñas ayudas, cuidados y atenciones que ambas partes fueran capaces de proporcionarle. ¡Pero fuimos derrotados, y de qué modo!Ya conoces el incidente, hermano Toby;—es demasiado triste para repetirlo ahora:—¡el fatal momento en que los escasos espíritus animales que me quedaban, junto con los que la memoria, la fantasía y la inteligencia tendrían que haber sido transmitidas,——fueron dispersados, confundidos, alterados, desperdigados y enviados al infierno!—— —Entonces aún estábamos a tiempo de haber puesto un alto a esta persecución en contra suya;——al menos, de haber intentado un experimento:——ver si en el transcurso de nueve meses de gestación, hermano Toby, una cierta tranquilidad o serenidad de espíritu por parte de tu hermana, junto con una severa vigilancia de sus evacuaciones y repleciones——y demás no-naturales[68], no habría sido suficiente para volver las cosas a su lugar.——¡Pero no, a mi hijo se le negó esta oportunidad!——La madre (y en consecuencia el feto también) se dedicó a llevar una ajetreadísima vida por culpa de su disparatado empeño en dar a luz en la capital. —Yo creía que mi hermana se había sometido a todo con la mayor paciencia del mundo, respondió mi tío Toby;——no le he oído pronunciar una sola palabra de descontento acerca del tema en cuestión.———Pues por dentro echaba humo y chispas, exclamó mi padre; y eso, permíteme que te lo diga, hermano, fue diez veces peor aún para el niño;—¡y luego! ¡La de batallas que libró conmigo! ¡La de tormentas que sin cesar se desencadenaron por culpa de la partera!———Eso le servía, sin duda, de válvula de escape, dijo mi tío Toby.———¡De válvula de escape!, exclamó mi padre elevando los ojos al cielo.—— —Pero, ¿qué fue todo eso, querido Toby, comparado con los daños producidos por que lo primero en llegar al mundo del cuerpo de mi hijo fuera su cabeza? Lo único que deseaba ya, en medio de este general naufragio de su estructura, era que al menos ese cofrecito saliera intacto, ileso.—— —¡Pero a pesar de todas mis precauciones, mi sistema, junto con el niño, se vino abajo en el interior del seno de la madre! Su cabeza quedó expuesta a la mano de la violencia, sometida a una presión de 470 libras de peso que actuaban sobre su vértice de una manera tan directa y vertical—que a estas horas hay un noventa por ciento de probabilidades de que la delicada malla del tejido intelectual esté completamente desgarrada y convertida en un millar de jirones. ——Todavía se podía haber hecho algo.—Un idiota, un mequetrefe, un monicaco,—pero que por lo menos tuviera NARIZ.—Tullido, Enano, Cretino, Pazguato—(imagínatelo como más te plazca), la puerta de la Fortuna aún permanece abierta.—¡Oh, Liceto! ¡Liceto! De haber sido bendecido con un feto de cinco pulgadas y media de longitud, como tú,—todavía el destino podría haber salido derrotado. —Porque aún, hermano Toby, aún podíamos entonces, después de todo, tirar una vez más los dados por nuestro niño.—¡Oh, Tristram! ¡Tristram! ¡Tristram! —Enviaremos a buscar a Mr Yorick, dijo mi tío Toby. ——Puedes enviar a buscar a quien te plazca, respondió mi padre. Capítulo veinte ¡Hay que ver de qué manera he cabalgado, sin dejar de hacer cabriolas y corcovos a lo largo de cuatro volúmenes seguidos y sin volverme ni una sola vez para mirar atrás (ni a un lado siquiera) y ver a quién había pisoteado!——No pienso pisotear ni arrollar a nadie,—me dije al montar;——iré a un galope trepidante, sí, pero sin hacerle daño ni al asno más escuálido que me encuentre en el camino.—De modo que me puse en marcha:—por esta senda arriba,——por aquélla abajo, atravesando esta barrera,—saltando aquella otra, como si el jockey más rápido del mundo me estuviera pisando los talones. Ahora bien: cabalgando de este modo, y por muy buenas que sean las intenciones o propósitos que uno lleve,—hay un millón de probabilidades contra una sola de que alguien resulte dañado, si no uno mismo. ———¡Ha salido despedido!—¡Vuela por los aires!—¡Ha perdido el sombrero!—¡Ha caído!——¡Se va a romper el cuello!—¡Mirad!—¡A menos que pase a galope tendido por entre los andamiajes de los oficiosos críticos,—se partirá el cráneo contra las vigas que los componen!—¡Mirad,—está perdiendo el equilibrio!—¡Ahora pasa como un loco, completamente inclinado, por entre una verdadera multitud de pintores, violinistas, poetas, biógrafos, médicos, abogados, lógicos, actores, profesores, clérigos, hombres de estado, militares, casuistas, connoisseurs, prelados, papas e ingenieros!——No teman, dije yo:—no pienso hacerle daño ni al asno más escuálido que me encuentre en el camino real.——Pero su caballo no hace más que arrojar fango; mire, acaba de salpicar a un obispo[69].——Espero por Dios santo que sólo se tratara de Ernulfo, dije yo.———Pero a Mess. Le Moyne, De Romigny y De Marcilly, doctores de la Sorbonne, les ha puesto usted la cara tan perdida como si se la hubiera rociado con una cánula.———Eso fue el año pasado, respondí yo.——Pero es que ahora mismo acaba de pisotear usted a un rey.——Malos tiempos corren para los reyes, dije yo, si se dejan pisotear por gente como un servidor. —Pues lo ha hecho usted, replicó mi acusador. —Lo niego, dije yo, y, además, he salido bien del paso y aquí estoy, con la brida en una mano y el sombrero en la otra, dispuesto a contar mi historia.———¿Y cuál es esa historia? —La oirán ustedes en el próximo capítulo. Capítulo veintiuno Una noche invernal, Francisco Primero de Francia estaba calentándose junto a los rescoldos de un fuego de leños mientras hablaba con su primer ministro acerca de diversas cuestiones que afectaban al bienestar del estado(70). ——No estaría mal, dijo el rey, que este buen entendimiento entre nuestro país y Suiza se viera fortalecido todavía un poco más (al tiempo que removía los rescoldos con su bastón).——Sire, respondió el ministro, no acabaríamos nunca de dar dinero a esa gente;—serían capaces de tragarse la tesorería de Francia entera.——¡Bah, bah!, contestó el rey;—hay otros medios de sobornar a un estado, Mons. le Premier, aparte del de darle dinero:—brindaré a Suiza el honor de ser padrino de mi próximo hijo.——Si vuestra majestad hiciera tal cosa, dijo el ministro, todos los gramáticos de Europa se le echarían encima:—Suiza, en tanto que república, es femenina, y no hay construcción gramatical alguna en la que pueda ser padrino.——Puede ser madrina, respondió Francisco rápidamente;—de modo que mañana por la mañana anunciadles mis intenciones por un correo. —Estoy asombrado, dijo Francisco Primero (dos semanas después de aquel día) dirigiéndose a su ministro, que en aquel momento entraba por la puerta del gabinete, de que todavía no hayamos recibido la menor respuesta por parte de Suiza.——Sire, dijo Mons. le Premier, en este preciso instóme estaba aguardando para comunicaros los despachos relativos a este asunto.——¿Lo aceptan de buen grado?, dijo el rey.——En efecto, Sire, contestó el ministro, y son bien conscientes del honor que vuestra majestad les ha hecho;—pero la república, como madrina, exige su derecho, habitual en estos casos, a elegir el nombre del niño. —Muy razonable, dijo el rey;—le llamarán Francisco, o Enrique, o Luis, o algún otro nombre que sepan de nuestro agrado. —Vuestra majestad se engaña, respondió el ministro;—acabo de recibir un despacho de nuestro residente en el que, entre otras cosas, me comunica la decisión de la república al respecto.——¿Y qué nombre ha escogido la república para el Delfín?——Sidraj Misaj y Abed-nego, respondió el ministro [72].——Por el cíngulo de San Pedro, no quiero tener nada que ver con los suizos, exclamó Francisco Primero al tiempo que se estiraba hacia arriba los calzones y daba grandes zancadas, a enorme velocidad, por la habitación. —Vuestra majestad, contestó el ministro con calma, no puede echarse ahora atrás. —Les pagaremos con dinero,——dijo el rey. —Sire, en la tesorería no quedan ni sesenta mil coronas, contestó el ministro.——Entonces empeñaré la más valiosa joya de mi corona, dijo Francisco Primero. —Usía la tiene ya empeñada, contestó Monsieur le Premier. —Pues en ese caso, Mons. le Premier, dijo el rey, ¡por ——, que les tendremos que declarar la guerra! Capítulo veintidós Aunque me he afanado con enorme celo, amable lector, y me he esforzado con gran ardor (en la medida en que me lo han permitido el escaso talento que Dios me ha otorgado y el tiempo que otras ocupaciones de indudable provecho y saludable distracción me han dejado libre) por que estos libritos que en tus manos pongo pudieran hacer a la perfección las veces de otros muchos libros de mayor tamaño,—he de reconocer, sin embargo, que siempre me he dirigido a ti de una manera tan caprichosa, despreocupada y juguetona que ahora me causa una vergüenza mortal implorar seriamente tu condescendencia——y rogarte que me creas si te digo que con la historia de mi padre y sus nombres de pila—no pretendo en absoluto pisotear a Francisco Primero;—ni, con el asunto de la nariz,—a Francisco Nono[73];—ni, mediante el personaje de mi tío Toby,—caracterizar a los espíritus militantes de mi país:—la herida de su ingle hiere mortalmente y descarta toda comparación de ese tipo;—ni, con Trim,—hacer una referencia al Duque de Ormond[74];—o si te digo que mi libro no va contra la predestinación, o el libre albedrío, o los impuestos.—De ir contra algo,—es, con el permiso de sus señorías, contra el bazo[75], a fin de que, mediante elevaciones y depresiones más frecuentes y más convulsivas del diafragma, y también mediante las sacudidas que reciben los músculos intercostales y abdominales al reír, la bilis y demás jugos amargos pasen (junto con el resto de las pasiones hostiles de estos órganos) de la vesícula biliar, del hígado y del páncreas de los súbditos de su majestad a sus respectivos duodenos. Capítulo veintitrés ——Pero, ¿la cosa tiene arreglo, Yorick? ¿Se puede deshacer?, dijo mi padre;—porque a mí, añadió, me da la impresión de que no. —Yo soy mal canonista, respondió Yorick,—pero teniendo en cuenta que, de todos los males, la incertidumbre es el más atormentador, por lo menos con esto saldremos de dudas, aunque sea para llevarnos una desilusión.—Detesto esos banquetes enormes,—dijo mi padre.——El tamaño del banquete es lo de menos, contestó Yorick;—lo que queremos, Mr Shandy, es llegar al fondo de esta duda, si se puede cambiar el nombre o no;—y realmente, yéndose a reunir en torno a una mesa las barbas de tantos comisarios, jueces eclesiásticos, letrados, procuradores, registradores, así como las de nuestros más calificados teólogos escolásticos y otras, y habiéndole invitado a usted Didius con tanta insistencia,—¿no cree que nadie en su situación dejaría pasar semejante ocasión? Lo único que hay que hacer, prosiguió Yorick, es poner a Didius al corriente y dejar que después del almuerzo lleve la conversación por derroteros que propicien la aparición del tema.——En ese caso, ¡mi hermano Toby, exclamó mi padre dando una palmada en el aire, vendrá con nosotros! ——Trim, le dijo mi tío Toby, deja toda la noche colgados junto al fuego, para que se sequen bien, mi vieja peluca con coleta y mi uniforme galoneado. * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * Capítulo veinticinco —En efecto, señor, no hay duda:——aquí falta un capítulo entero—y en el libro hay un hueco de diez páginas debido precisamente a ello;—pero el encuadernador ni es un idiota, ni un sinvergüenza, ni un mentecato;—ni tampoco es el libro un ápice más imperfecto (al menos por este motivo),—sino que, por el contrario, es mucho más perfecto y completo al faltarle este capítulo que si lo tuviera, como les demostraré a sus reverencias de la siguiente manera:—en primer lugar, habría que preguntarse, sólo de pasada, si este mismo experimento no podría llevarse a cabo con idénticos éxito y resultado en varios otros capítulos;——pero, con el permiso de sus reverencias, si nos ponemos a efectuar experimentos con los capítulos no acabaríamos nunca,——y ya hemos hecho bastantes.—De modo que pongo punto final a esta cuestión. Pero antes de dar comienzo a mi demostración, permítanme decirles tan sólo que el capítulo que he arrancado y que, de no haberlo hecho, estarían ustedes leyendo en este instante en lugar de este otro,—consistía en la descripción de la puesta en marcha y el viaje que mi padre, mi tío Toby, Trim y Obadiah hicieron para asistir a la visitación de ****[76]. —Iremos en la carroza, dijo mi padre;—por cierto, Obadiah, ¿se ha arreglado lo de las armas?—Habría sido mucho mejor empezar mi relato diciéndoles a ustedes que, cuando al repintar la carroza con ocasión de la boda de mi padre se añadieron las armas de mi madre a las de los Shandy, había sucedido lo siguiente: el encargado de pintar la carroza, ya fuera porque, como el romano Turpilio o Hans Holbein de Basilea[77], llevara a cabo todas sus obras con la mano izquierda;—ya fuera debido a un error de su cabeza más que de sus manos;—ya fuera, finalmente, a causa del siniestro sesgo que todo lo relacionado con nuestra familia tenía tendencia a tomar;—el caso fue, empero, que, para nuestro oprobio, en vez de la barra diagonal que va de derecha a izquierda y que desde los tiempos del reinado de Harry Octavo nos correspondía en justicia,——sobre el escudo de armas de la familia Shandy había aparecido pintada, por alguna de las fatalidades ya señaladas, una barra diagonal que, por el contrario, iba de izquierda a derecha[78]. Resulta difícil creer que un hombre tan inteligente y sabio como mi padre se sintiera tan incomodado por tan nimia cuestión. Pero lo cierto es que en el seno de la familia no se podía mencionar la palabra carroza—(fuera la de quien fuese),—o cochero, o caballo de coche, o alquiler de coche——sin que al instante él empezara a lamentarse de llevar sobre la puerta de la suya aquel despreciable símbolo de Ilegitimidad; y cada vez que entraba o salía de la carroza, nunca dejaba de mirar con amargura las armas ni de hacerse la promesa, al mismo tiempo, de que aquélla sería la última vez que pondría los pies en ella mientras no se quitara de allí la vejatoria barra;—pero éste, como el de los goznes, era uno de los muchos asuntos que en los libros de las Parcas están condenados a que siempre se refunfuñe acerca de ellos (incluso en familias más sabias que la nuestra)—pero jamás se les ponga remedio[79]. ——¿Se ha lavado ya la barra siniestra, pregunto?, dijo mi padre.——Lo único que se ha lavado, señor, respondió Obadiah, ha sido el interior del coche. —Pues entonces iremos a caballo, dijo mi padre volviéndose hacia Yorick.——De todas las cosas del mundo, dijo Yorick, de lo que menos entiende el clero, aparte de política, es de heráldica.——Eso no importa, exclamó mi padre; me avergonzaría yo mismo de presentarme ante ellos con un baldón en mi escudo de armas.——Esa barra siniestra no tiene la menor importancia, dijo mi tío Toby al tiempo que se calaba su peluca con coleta.——No, en efecto, dijo mi padre;—si te parece, puedes acudir a una visitación con una barra que vaya de izquierda a derecha y en compañía de la tía Dinah.—Mi pobre tío Toby se sonrojó. Mi padre se avergonzó de sí mismo.———No,—querido hermano Toby, dijo cambiando de tono;—es que la humedad del interior del coche podría afectar a mis ijadas y hacer que me volviera la ciática, como sucedió el pasado invierno: y me duró, enteros, los meses de diciembre, enero y febrero; —de modo que, si no te importa, tú irás en la jaca de mi mujer,—y usted, Yorick, como tiene que predicar, lo mejor será que se nos adelante cuanto pueda;—yo me ocuparé de mi hermano Toby y le seguiremos a nuestro propio ritmo. Bien: el capítulo que me vi obligado a arrancar del libro consistía en la descripción de esta cabalgada, en la que el cabo Trim y Obadiah, montados codo con codo y hombro con hombro sobre dos caballos de tiro, abrían la marcha a paso de patrulla,—mientras mi tío Toby, con su uniforme galoneado y su peluca con coleta, cerraba la comitiva junto a mi padre, los dos avanzando por entre intrincados caminos y disertaciones, que versaban alternativamente, según quien dijera la primera palabra, sobre las ventajas y virtudes del conocimiento y de las armas. —Pero la narración de este viaje, al revisarla, me pareció tan superior en tono y estilo a cualquiera de las demás cosas que he narrado en este libro——que no podría haber quedado incluida en él sin al mismo tiempo haber desvalorizado el resto de las escenas de la obra y haber destrozado esa igualdad, ese equilibrio (bueno o malo) entre capítulo y capítulo que es tan necesario para las justas proporciones y armonía del conjunto. Por lo que a mí respecta, no soy más que un principiante en este oficio[80] y, en consecuencia, poco sé acerca de él;—pero en mi opinión escribir un libro es, para todo el mundo, como tararear una canción;—así pues, señora, limítese usted a estar a tono consigo misma: que éste sea alto o bajo——eso da absolutamente igual. —Y esta es la razón, con el permiso de sus reverencias, de que ciertas composiciones muy bajas y romas se aguanten y pasen muy bien—(como una noche le dijo Yorick a mi tío Toby) por el siete.—Mi tío Toby se puso alerta y en guardia ante la mención de la palabra siete (por su similitud con la palabra sitio); pero en ninguno de los dos casos fue capaz de encontrarle el menor sentido a la frase[81]. —Tengo que predicar en la corte el domingo que viene, me dijo Homenas[82];—hágame usted el favor de repasar mis notas.—De modo que me puse a tararear las notas del doctor Homenas:——La modulación está muy bien;—la cosa irá sobre ruedas si se mantiene a este nivel, Homenas.—Y seguí tarareando;—y la tonada me parecía muy aceptable; y, con el permiso de sus reverencias, les diré que todavía hoy no me habría dado cuenta de lo baja, roma, mortecina y árida que era si de repente, a la mitad, no se hubiera elevado por encima del resto un aire tan primoroso, tan rico, tan celestial —que me hizo transportarme hasta el otro mundo; ahora bien: si (como le sucedió a Montaigne en una situación similar)[83],—si la bajada me hubiera resultado fácil, o la subida accesible,——ciertamente me habría dejado engañar por la composición.———Tus notas, Homenas, le habría dicho, son excelentes.—Pero el precipicio era tan vertical,—se encontraba tan alejado del resto de la obra, que nada más tararear la primera nota del nuevo aire, me hallé volando por el otro mundo, y de este modo pude advertir que venía de un valle tan profundo, bajo y apagado que bajo ningún concepto habría estado dispuesto a volver a él. ?Un enano que consigo lleva una regla para medirse a sí mismo—es, créanme, un enano en más de un solo sentido.—Y esto es todo en cuanto a la supresión de capítulos. Capítulo veintiséis ——¡Vigílelo, no vaya a ser que lo esté haciendo pedazos y dándoselos a los demás para que enciendan las pipas con ellos!——Es abominable, respondió Didius. —No deberíamos permitírselo así como así, dijo el doctor Kysarcius:—— ?era de los Kysarcii de los Países Bajos[84]. —Me parece, Mr Yorick, dijo Didius levantándose a medias de su silla para apartar una botella y una garrafa muy alta que se encontraban en línea directa entre Yorick y él—que podría haberse ahorrado usted esa pincelada sarcástica y haber buscado un lugar más adecuado,—o por lo menos una ocasión más apropiada para hacer patente su desprecio por el asunto que nos ocupa: si el sermón no sirve para nada mejor que encender pipas con él,—entonces, señor, sin duda alguna no era lo suficientemente bueno como para predicarlo ante compañía tan ilustrada; y si era lo bastante bueno para predicarlo ante compañía tan ilustrada,—entonces, señor, sin duda alguna era demasiado bueno para que a continuación se encendieran las pipas con él. ——Ahora lo tengo bien agarrado, se dijo Didius, por uno de los dos cuernos del dilema;—veamos si se puede soltar. ——He padecido tormentos tan indecibles mientras escribía este sermón, dijo Yorick en respuesta,——que le aseguro a usted, Didius, que preferiría sufrir martirio mil veces—(a ser posible, en compañía de mi caballo) antes que tenerme que poner a redactar otro similar. Lo alumbré por el lado malo:—me salió de la cabeza en vez de del corazón,——y es a causa de los colores que me produjo, tanto al escribirlo como al predicarlo, por lo que ahora me vengo de él en esta forma.—Predicar para mostrar el alcance de nuestras lecturas o las sutilezas de nuestro ingenio,—para alardear ante el vulgo de las miserables migajas de un conocimiento precario adornado con el oropel de unas cuantas palabras que refulgen pero arrojan poca luz y aún menos calor,—es hacer un uso deshonesto de la pobre y solitaria media hora que se nos concede a la semana.—Eso no es predicar el evangelio,—sino predicarnos a nosotros mismos.—Por lo que a mí respecta, continuó Yorick, antes preferiría lanzarle a quemarropa cinco palabras al corazón que—— Justo en el momento de pronunciar Yorick las palabras a quemarropa se estaba poniendo ya en pie mi tío Toby para decir algo acerca de los proyectiles—cuando una sola palabra (y no más), proferida desde el lado opuesto de la mesa, hizo que todos los oídos se volvieran hacia allí;—una palabra que, de todas las que hay en el diccionario, era la última que podría haberse esperado escuchar en aquel lugar:—una palabra que me avergüenza escribir—y que sin embargo, hay que escribir—y hay que leer;—una palabra ilegal,—no canónica; —pueden ustedes tratar de adivinarla,—decir diez mil que se les ocurran multiplicadas por sí mismas;—pueden atormentarse,—torturarse indefinidamente la imaginación y la invención—que seguirán estando donde están.——En suma, que no se la diré hasta el próximo capítulo. Capítulo veintisiete —¡CRISTOS! —————————————————————————————————————————————————————————————— ¡C——os![85], exclamó Phutatorius en parte para sus adentros—pero sin embargo lo bastante alto como para que se oyera;—y lo más extraño fue que profirió la palabra acompañándola de un gesto y un tono de voz que se encontraban a medio camino entre los propios de un hombre que se sorprende de algo inesperado y los de uno que experimenta un fuerte dolor físico. Uno o dos que tenían muy buen oído y fueron capaces de distinguir la expresión y la mezcla de los dos tonos con tanta claridad como si se hubiera tratado de una tercera o una quinta, o de cualquier otro acorde musical,—fueron los que más atónitos y perplejos se quedaron:—la concordancia era buena en sí,—pero en aquel momento se hallaba completamente fuera de tono y de ningún modo encajaba en la cuestión que se estaba debatiendo;—de manera que ni aun con toda su sabiduría fueron capaces de comprender el significado de aquel exabrupto. Otros, que no sabían nada sobre la expresión musical y que simplemente habían atendido al sentido llano de la palabra, se imaginaron que Phutatorius, quien por naturaleza era un poco colérico, se disponía a arrebatarle a Didius la palabra de la boca para, con algún propósito determinado, propinarle a Yorick una buena paliza,—y que el desesperado bisílabo C——os[86] era el exordio a un discurso que, a juzgar por la muestra, más que otra cosa hacía presagiar un tremendo revolcón para el elocuente clérigo: hasta el extremo de que el buen corazón de mi tío Toby se sobresaltó al intuir lo que Yorick estaría a punto de recibir. Pero al ver que Phutatorius se paraba en seco sin el menor ánimo o deseo de proseguir,—un tercer partido empezó a suponer que sencillamente habíase tratado de un suspiro involuntario que, al ser exhalado, había casualmente adoptado la forma de un juramento barato (de doce peniques exactamente),—sólo que sin su intención ni su sustancia. Otros, y en particular uno o dos que estaban sentados cerca de Phutatorius, consideraron, por el contrario, que se había tratado, en efecto, de un verdadero juramento sustancial formalmente dirigido contra Yorick, a quien, como se sabía, Phutatorius no apreciaba en absoluto;—el susodicho juramento, como mi padre filosofó más tarde, en aquel instante se encontraba (de hecho), iracundo y humeante, en las regiones superiores de la asadura de Phutatorius; y, siguiendo el debido y natural curso de las cosas, había salido disparado, impelido por el repentino flujo de sangre que la sorpresa producida por aquella extraña teoría acerca de la predicación había hecho llegar hasta el ventrículo derecho del corazón de Phutatorius. ¡Qué bien argumentamos sobre los hechos erróneos! Entre todos los comensales que tan atareados se hallaban con estos variados razonamientos sobre el bisílabo que Phutatorius había proferido,—no había uno solo que no diera por supuesta (y que, en consecuencia, no partiera de ella como de un axioma) la siguiente circunstancia, a saber: que la mente de Phutatorius estaba completamente pendiente de la discusión que acababa de suscitarse entre Didius y Yorick——y del tema de la misma; y de hecho, teniendo en cuenta que primero había mirado al uno y después al otro con el aire del que está prestando gran atención a lo que se desarrolla ante sus ojos en esos momentos,—¿quién se hubiera atrevido a pensar lo contrario? Pero la verdad era que Phutatorius no había oído ni una palabra, ni una sola sílaba de cuanto se había dicho,—y que, en cambio, la totalidad de sus pensamientos y su atención se hallaban centrados en un acontecimiento que en aquel mismo instante estaba teniendo lugar en el interior de sus propios Zaragüelles, justamente en la zona donde más interesado estaba en evitar que se produjeran accidentes. Así que, a pesar de que parecía estar prestando al debate toda la atención del mundo y de que había ido tensando gradualmente todos los nervios y músculos de su rostro hasta alcanzar la nota más alta de que el instrumento facial era capaz para, como se pensaba, darle a Yorick (sentado como estaba frente a él) una aguda réplica,—a pesar de ello, digo, lo cierto era que Yorick no había ocupado ni por un segundo la menor partícula del cerebro de Phutatorius,—sino que el verdadero origen de su exclamación se encontraba, por lo menos, a una yarda de distancia más abajo. Haré el mayor esfuerzo imaginable por explicarles esto a ustedes sin emplear un lenguaje indecente. Deben ustedes saber, así pues, que Gastripheres, quien poco antes del almuerzo se había dado una vuelta por la cocina para ver cómo iban las cosas,—al descubrir una cesta de mimbre repleta de apetitosas castañas encima del aparador, había dado las órdenes pertinentes para que se asaran uno o dos centenares de ellas y se las sirviera en cuanto el almuerzo hubiese finalizado;—Gastripheres había insistido mucho en ello afirmando que a Didius, pero sobre todo a Phutatorius, les entusiasmaban. Bien: el camarero encargado de servir la mesa había llevado las castañas de Gastripheres—uno o dos minutos antes de que mi tío Toby interrumpiera a Yorick en su perorata,—y acordándose de que era a Phutatorius a quien más deleitaban estos frutos secos, los había depositado justo delante de él, bien calentitos y envueltos en una inmaculada servilleta de damasco. Por físicamente imposible que fuera que, con media docena de manos abalanzadas sobre la servilleta al mismo tiempo,—alguna castaña, más redonda y voluminosa que las demás, se pusiera en movimiento y escapara de allí,—sin embargo, ocurrió que, en efecto, una salió rodando por encima de la mesa; y como Phutatorius estaba justo al lado, repantigado,—la castaña acertó a caerle verticalmente en esa precisa abertura de los calzones para la que, sea dicho para vergüenza y grosería de nuestra lengua, no hay una sola palabra casta en todo el diccionario de Johnson[87];—baste con decir—que se trataba de esa precisa abertura de la que en todas las buenas sociedades las reglas del decoro exigen que, como el templo de Jano (al menos en tiempos de paz), esté generalmente cerrada[88]. La negligencia de Phutatorius en lo relativo a este detalle (negligencia que, por cierto, debería servir de aviso a la humanidad entera) le había abierto las puertas de par en par a este accidente.— ——Accidente lo llamo en atención a una forma de hablar heredada de nuestros mayores,——pero no por ello soy contrario a la opinión que acerca de este asunto sostenían Acrites y Mythogeras[89]; sé de buena tinta que ambos estaban—(y que siguen estándolo hoy en día) firmemente convencidos, hasta el extremo de no admitir ni sombra de duda al respecto, de que el suceso no tenía nada de accidental,—y de que, por el contrario, el hecho de que la castaña hubiera tomado espontáneamente aquella precisa dirección—para a continuación ir a caer, bien caliente y sin dar ningún rodeo, a aquel lugar y no a otro—no era sino un verdadero castigo de Dios infligido a Phutatorius por un impúdico y obsceno tratado de Concubinis retinendis[90] que éste había publicado hacía unos veinte años—y del que aquella misma semana se disponía a ofrecer al mundo una segunda edición. Mojar la pluma en esta controversia es algo que no me corresponde;—mucho, sin duda, se puede escribir desde cualquiera de los dos lados de la cuestión;—pero como historiador, lo único que me incumbe es constatar el hecho (y narrarlo de manera creíble para el lector) de que el hiato de los calzones de Phutatorius era lo bastante ancho para que la castaña cupiera en él;—y que la castaña, fuera como fuese, cayó allí verticalmente y ardiendo——sin que en aquel instante ni Phutatorius ni nadie se dieran cuenta de ello. Durante los primeros veinte o veinticinco segundos, el calor que despedía la castaña fue suave y en cierto modo agradable,—y se limitó a llamar la atención de Phutatorius hacia la zona afectada.——Pero el calor fue aumentando paulatinamente, y al cabo de unos pocos segundos más había sobrepasado las fronteras de todo placer moderado y se encaminaba a toda velocidad hacia los dominios del dolor;——de tal forma que el alma de Phutatorius, junto con la totalidad de sus ideas, pensamientos, atención, imaginación, juicio, resolución, deliberación, raciocinación, memoria, fantasía y diez batallones de espíritus animales, se dirigieron todos a una tumultuosamente y con gran alboroto, a través de diversos desfiladeros y circuitos, hacia el lugar en peligro, dejando todas las regiones superiores, como podrán ustedes imaginarse, tan vacías como lo está mi bolsa. Ni aun en posesión de los inmejorables informes que todos estos emisarios fueron capaces de proporcionarle, pudo Phutatorius desvelar el misterio de lo que estaba aconteciendo más abajo ni hacer ningún tipo de conjetura que le permitiera (cuando menos) intuir qué diablos estaba ocurriendo allí. Sin embargo, como no tenía ni la más remota idea sobre la posible causa real de aquella anomalía, juzgó que lo más prudente, considerando la situación en que se hallaba en aquellos momentos, sería soportarlo todo (de resultar posible) como un estoico; cosa que, con la ayuda de algunos aspavientos faciales y fruncimientos de labios, habría sin duda logrado si su imaginación hubiera permanecido neutral;—pero los arranques de la imaginación son difíciles de controlar en ocasiones como ésta:—al instante, como una flecha, se le vino a la cabeza la idea de que, aunque el dolor se parecía más que nada al que produce un calor muy intenso,—en realidad, y a pesar de ello, tanto podría tratarse de una quemadura como de una mordedura; y de que, en tal caso, una Sargantana o un Tritón, o algún otro odioso reptil semejante, debía de haber reptado hasta allí y le estaba hincando los dientes;—este espantoso pensamiento, que coincidió con una nueva punzada de dolor producida en aquel mismo instante por la castaña, hizo que un repentino pánico se apoderara de Phutatorius; y esta inopinada, aterradora y desconcertante sensación le pilló, como les ha sucedido a los mejores generales del globo, completamente desprevenido:—el resultado fue que Phutatorius, con la más absoluta falta de continencia, dio un brinco al tiempo que profería esa interjección de sorpresa (que ya se ha discantado tanto), junto con los aposiopésticos guiones que la siguieron, que hemos transcrito mediante el signo C——os— y que, si bien no era rigurosamente canónica, sí era, sin embargo, lo menos que un hombre en semejante situación habría podido exclamar;——y que, por lo demás, y tanto si era canónica como si no, Phutatorius no pudo ahogar ni evitar sino en la medida en que asimismo fue capaz de ahogar y evitar el motivo (fuera cual fuese) que se la había causado. Aunque la narración de este accidente nos ha llevado bastante tiempo, lo cierto es que, de hecho, duró muy poco más del justo para que Phutatorius pudiera sacarse la castaña y arrojarla violentamente al suelo——y para que Yorick, a su vez, pudiera levantarse de su asiento y recogerla. Es curioso comprobar cómo los incidentes de poca monta y escaso significado prevalecen en nuestras mentes:—el increíble peso que tienen a la hora de forjar y dirigir nuestras opiniones, tanto las que conciernen a los nombres como a las cosas;—es sorprendente que fruslerías ligeras como el aire puedan introducir una creencia en nuestras almas y hacerla arraigar allí hasta convertirla en algo tan inamovible—que aunque se pudieran utilizar todas las demostraciones de Euclides para demolerla[91], aún no habría fuerzas suficientes para lograrlo. Yorick, como he dicho, recogió del suelo la castaña que la cólera de Phutatorius había arrojado:—la acción era totalmente intranscendente,—tanto que me avergüenza tener que darle una explicación:—lo hizo, simplemente, porque juzgó que valía la pena agacharse por una buena castaña—y que la aventura que ésta acababa de correr no la habría hecho ni menos sabrosa ni peor.——Pero este incidente, nimio como era, adquirió en la mente de Phutatorius un significado muy distinto: le pareció que este gesto de Yorick de levantarse de su asiento para recoger la castaña equivalía, por parte del clérigo, a reconocer abiertamente que la castaña le había pertenecido en un principio;—¿y quién, sino el dueño de la castaña, podría haberle gastado aquella broma pesada? Digamos que lo que en gran medida lo reafirmó en su opinión fue lo siguiente: que al tener la mesa forma de paralelogramo y ser además muy estrecha, Yorick, que estaba sentado justamente enfrente de Phutatorius, gozaba de una posición inmejorable para haberle lanzado la castaña;—y, por consiguiente, lo había hecho. La mirada de algo más que sospecha que Phutatorius le brindó a Yorick mientras estos pensamientos se le venían a la cabeza dejaba traslucir con gran claridad cuál era su opinión acerca de todo el asunto;—y como lógicamente era de suponer que Phutatorius supiera al respecto más que ningún otro de los presentes, su opinión se convirtió al instante en la opinión general;—y por una razón muy distinta de cuantas hasta ahora se han dado,—al cabo de unos segundos ya se había decidido que, además, la cosa no admitía discusión posible. Cuando en el escenario de este mundo sublunar tienen lugar grandes o inesperados acontecimientos,—la mente humana, que es una sustancia inquisitiva por naturaleza, se precipita al instante entre bastidores para tratar de hallar la causa u origen que los ha motivado.——En esta ocasión la búsqueda no fue larga. Era bien sabido que Yorick nunca había tenido en mucha estima el tratado que Phutatorius había escrito de Concubinios retinendis; y que, incluso, lo consideraba una obra que, se temía, había sido perjudicial para el mundo;—de modo que, con gran rapidez, se resolvió que la broma de Yorick tenía un significado místico—y que su acción de arrojar con enorme destreza la castaña ardiendo a la ********[92] de Phutatorius había sido una pulla sarcástica en contra del libro,—cuyas teorías, según se decía, habían conseguido que a más de un hombre honrado y casto se le inflamaran aquellas mismas partes. Esta idea despertó a Somnolentus[93],—hizo sonreír a Agelastes—y si son ustedes capaces de recordar la expresión de la cara y el aspecto de un nombre aplicado a desentrañar un enigma,——les diré que esos eran precisamente los de Gastripheres;—la idea, en suma, les pareció a muchos un golpe maestro de supremo ingenio. Todo esto, como el lector ha visto de principio a fin, carecía de fundamentos tanto como los sueños de la filosofía: Yorick, sin duda, como dijera Shakespear de su antepasado,——‘era un hombre de gracia infinita’[94], pero había algo en su temperamento que le impedía gastar bromas pesadas como ésta o como muchas otras que se le atribuían asimismo inmerecidamente;—pero precisamente era esta la gran desgracia de su vida: sin cesar se le imputaban cosas que él, por naturaleza (y a menos que el aprecio me ciegue) habría sido incapaz de decir o hacer. Lo único que le reprocho—(o, mejor dicho, lo único que alternativamente le reprocho y me gusta de él) era aquella singularidad de su carácter por la que nunca se tomaba la molestia de desmentir, delante de todo el mundo, historias como la que acabo de contar: aunque ello estuviera en su poder. Cada vez que era objeto de este tipo de malos tratos, se comportaba exactamente igual que con el asunto de su escuálido caballo:——podría haber dado una explicación para salvaguardar su honor, pero su espíritu se encontraba por encima de ello; y por otra parte, era incapaz, en presencia de personas que hubieran inventado, propagado o creído mezquinos e injuriosos rumores relacionados con él,—de rebajarse a contar su propia versión;—y así, confiaba en que el tiempo y la verdad lo harían por él. Esta heroica actitud le acarreaba numerosos problemas en más de un aspecto;—en el presente caso, le obsequió con un profundo resentimiento por parte de Phutatorius, quien en cuanto Yorick hubo dejado la castaña quietecita y en paz, se levantó de la silla por segunda vez para nacérselo saber:—y simplemente le dijo (con una sonrisa en los labios, por cierto) —que haría todo lo posible para no olvidar el cumplido. Pero deben ustedes fijarse bien y procurar separar y distinguir cuidadosamente las dos cosas siguientes: —La sonrisa, que iba dedicada a la compañía. —La amenaza, que iba dirigida a Yorick. Capítulo veintiocho ——Por favor, ¿podría usted decirme, dijo Phutatorius dirigiéndose a Gastripheres, que estaba sentado a su lado;—¿podría usted decirme, Gastripheres,—porque no voy a acudir a un médico para una cosa tan tonta, cuál es el remedio más eficaz contra las quemaduras?——Pregúntele usted a Eugenius, le contestó Gastripheres.——Eso depende en gran medida, dijo Eugenius aparentando ignorar el incidente que acababa de tener lugar, de la índole de la zona afectada:—si se trata de una zona blanda y delicada y que a la vez se pueda vendar sin dificultad———Lo es, lo es, ambas cosas, respondió Phutatorius asintiendo enérgicamente con la cabeza y al tiempo que se llevaba una mano a la zona en cuestión y levantaba un poco la pierna derecha para procurarle alivio y ventilarla.———En ese caso, dijo Eugenius, yo le aconsejaría, Phutatorius, que no se la toqueteara bajo ningún concepto; de todos modos, si envía usted a alguien al impresor más cercano y está dispuesto a confiar la curación de su herida a algo tan simple como una suave hoja de papel recién salida de la prensa,—no tiene usted más que enrollársela y ya verá.——El papel húmedo, dijo Yorick (que estaba sentado al lado de su amigo Eugenius), aunque ya sé que además es fresco y refrigerante,—presumo que, sin embargo, no es en realidad más que el vehículo,—y que los que de verdad hacen el trabajo y surten el efecto paliativo son el aceite y el negro de humo de los que el papel va fuertemente impregnado.——Exacto, dijo Eugenius; y de todos los remedios de aplicación externa que me aventuraría a recomendar, éste es el más seguro y anodino. —Si yo estuviera en su lugar, dijo Gastripheres, y puesto que lo esencial son el aceite y el negro de humo, los untaría bien en un trapo y me los aplicaría directamente. —Pero pondría usted el trapo perdido, respondió Yorick.——Y además, añadió Eugenius, no respondería a los preceptos de extremada limpieza y elegancia de la receta, la cual, según la facultad[95], ha de contener los dos ingredientes de que se compone en una proporción del cincuenta por ciento;—pues tengan ustedes en cuenta que si la letra de imprenta es de reducido tamaño (como debería ser), ofrece la ventaja de que las partículas curativas, que de esta forma entran en contacto unas con otras, se diseminan hasta el infinito y (a excepción de en los párrafos mal secados y en las mayúsculas) quedan repartidas con una igualdad matemática que con la espátula, por muy diestramente que se la manejara, jamás se podría alcanzar. —Da la afortunada casualidad, respondió Phutatorius, de que la segunda edición de mi tratado de Concubinis retinendis está actualmente en prensa.———Pues puede usted coger una hoja de ahí, le dijo Eugenius.———Da igual cuál sea, intervino Yorick,—con tal de que no haya en ella obscenidades.—— —En estos momentos, contestó Phutatorius, se hallan imprimiendo el capítulo noveno,—que es el penúltimo del libro.——Y dígame, ¿cómo se titula ese capítulo?, le preguntó Yorick al tiempo que se inclinaba con una respetuosa reverencia.———Creo, contestó Phutatorius, que es de re concubinariâ[96]. —¡Por amor del cielo, manténgase usted alejado de tal capítulo!, exclamó Yorick. ——¡Desde luego!,—añadió Eugenius. Capítulo veintinueve ——Bien, dijo Didius poniéndose en pie y llevándose mano derecha, con los dedos bien extendidos, al pecho;— si semejante error respecto a un nombre de pila se hubiera producido antes de la Reforma—— (—Se produjo anteayer, díjose mi tio Toby para sus adentros) y cuando el bautismo aún se administraba en latín——(—Fue todo en inglés, se dijo mi tío)[97],—podrían haber concurrido en ello numerosas circunstancias que, según la autoridad de varios casos fallados en tal sentido, nos habrían permitido declarar nulo el bautismo, con facultad para imponerle al niño un nuevo nombre.—Si por ejemplo un sacerdote, por desconocimiento de la lengua latina (cosa que no era infrecuente), hubiera bautizado al hijo de Tom o’Stiles[98] de la siguiente manera: in nomine Patriae et Filia et Spiritum Sanctos[99],—el bautismo habría sido considerado nulo.——Perdone usted, repuso Kysarcius,—pero en ese caso el bautismo, puesto que el error estaba sólo en las desinencias, era válido;—para que hubiera sido nulo, la equivocación del sacerdote tendría que haber afectado a la primera sílaba de cada sustantivo,——y no, como en su ejemplo, a la última.—— Mi padre se deleitaba con este tipo de sutilezas y escuchaba con infinita atención. —Supongamos que Gastripheres, por ejemplo, prosiguió Kysarcius, bautiza al hijo de John Stradling diciendo in Gomine gatris, etc., etc., en vez de in Nomine patris, etc.[100] —¿Se puede considerar que esto es un bautismo? Los más calificados canonistas dicen que No,—ya que aquí la raíz de cada palabra se ha visto alterada y su sentido y significado trastocados y sustituidos por los de un objeto completamente distinto; pues ni Gomine quiere decir nombre, ni gatris padre.——¿Y qué quieren decir?, preguntó mi tío Toby.——Nada en absoluto,——dijo Yorick.——Ergo tal bautismo es nulo, dijo Kysarcius.——Desde luego, le contestó Yorick en un tono que tenía dos tercios de chanza y sólo uno de seriedad.— —En cambio, prosiguió Kysarcius, en el caso antes citado, en el que se dice patriae por patris, filia por filii y demás,—como el error radica en la declinación y las raíces de las palabras permanecen incólumes, las inflexiones de las ramas no invalidan en modo alguno el bautismo habida cuenta de que las susodichas palabras siguen teniendo el mismo sentido que antes.——Pero entonces, dijo Didius, debe probarse que por parte del sacerdote hubo intención de pronunciarlas con arreglo a la gramática.———Cierto, respondió Kysarcius; y de esto, hermano Didius, tenemos un precedente en un decreto de las decretales del papa León IIIº[101].——Pero el hijo de mi hermano, exclamó mi tío Toby, no tiene nada que ver con el papa: es, sin más, el hijo de un caballero protestante a quien se ha bautizado con el nombre de Tristram en contra de los deseos y voluntad de su padre, su madre y todos sus demás parientes.— —En el supuesto de que los deseos y la voluntad, dijo Kysarcius interrumpiendo a mi tío Toby, de aquellas personas que tienen una relación de parentesco con el hijo de Mr Shandy gozaran de algún peso en este asunto, Mrs Shandy sería, precisamente, la que menos tendría que decir al respecto.—Mi tío Toby se sacó la pipa de la boca y mi padre arrimó su silla aún más a la mesa para oír la conclusión de tan extraña introducción. —Capitán Shandy, prosiguió Kysarcius, la cuestión ‘de si la madre guarda con su hijo una relación de parentesco’ no sólo ha sido estudiada por los(102) mejores abogados y jurisconsultos de la nación,—sino que, tras incontables investigaciones y cuidadosos e imparciales exámenes de los argumentos esgrimidos por todas las partes interesadas,—ha sido dictaminada en sentido negativo,—es decir ‘que la madre no guarda con su hijo una relación de parentesco’(104). Al instante mi padre, so color de susurrarle algo al oído, aprovechó para taparle a mi tío Toby la boca con una mano;—la verdad era que se temía una interpretación del Lillabullero,—y como estaba muy interesado en oír más de aquel argumento tan curioso,—le rogó encarecidamente a su hermano que no le privara de ello.—Mi tío Toby asintió,—reanudó su pipa y se contentó con silbar el Lillabullero para sus adentros.—Kysarcius, Didius y Triptolemo continuaron con su disertación de la siguiente manera: —Este dictamen, prosiguió Kysarcius, por muy contra la corriente de las ideas ordinarias que parezca ir, tenía, sin embargo, y en no poca medida, la razón de su parte; y de hecho, el ramoso pleito conocido vulgarmente como el caso del Duque de Suffolk[106] dejó la cuestión definitivamente zanjada y fuera de toda posible discusión.———Brook lo cita, dijo Triptolemo.———Y Lord Coke lo reseña, agregó Didius[107].——Y también se puede encontrar en el Swinburn de los Testamentos, dijo Kysarcius. —El caso, Mr Shandy, fue el siguiente: —Durante el reinado de Edward Sexto[108], Charles, Duque de Suffolk, habiendo tenido un hijo de una madre y una hija de otra madre distinta, hizo un testamento por el que le legaba a su hijo todos sus bienes y murió; algún tiempo después de su muerte, el hijo murió también,—pero sin dejar testamento, mujer ni hijos;—su madre y su mediohermana (lo era sólo por el lado paterno, pues había nacido de la primera madre) vivían todavía. La madre se hizo cargo de la administración de los bienes del hijo de acuerdo con el decreto promulgado por Harry Octavo el año 21[109], por el cual queda establecido que: en el caso de que una persona muera sin testar, la administración de sus bienes será encomendada al pariente más cercano. —Al otorgársele de este modo (subrepticiamente) la administración a la madre, la hermana (por parte de padre tan sólo, insisto) inició un pleito ante el Tribunal Eclesiástico alegando que: 1.º, ella era el pariente más cercano; y, 2.º, que la madre no guardaba con la parte difunta ninguna relación de parentesco; y en consecuencia rogaba al tribunal que el otorgamiento de la administración a la madre fuera revocado y que ésta le fuera encomendada a ella——como pariente más cercana del difunto y en virtud del mencionado decreto. —El resultado de esta petición fue, habida cuenta de que la causa era importante y de que de su resolución dependían muchas cosas,—entre ellas las numerosas causas con grandes propiedades en juego que probablemente habrían de solventarse en el futuro de acuerdo con el precedente que se sentara entonces,—que los mayores eruditos, tanto en las leyes de este campo jurídico como en las del derecho civil, se reunieron en asamblea para debatir la cuestión de si la madre guardaba con su hijo una relación de parentesco o no.—A lo que no sólo los letrados temporales,—sino también los eclesiásticos,—los juris-consulti,—los juris-prudentes[110],—los civilistas,—los abogados,—los comisarios,—los jueces del consistorio y los de los tribunales de prerrogativa de Canterbury y York, y junto con el decano de todas las facultades, respondieron unánimemente que, en su opinión, la madre no guardaba con su hijo ninguna relación de(111) parentesco.— —¿Y qué dijo a esto la Duquesa de Suffolk?, preguntó mi tío Toby[113]. Lo inesperado de la pregunta de mi tío Toby confundió más a Kysarcius de lo que lo hubiera logrado el más hábil abogado del mundo.—Durante un minuto de reloj, se quedó callado, mirándole a la cara a mi tío Toby y sin contestar: —minuto que aprovechó Triptolemo para desbancarle y tomar él la palabra del siguiente modo: —En derecho, dijo Triptolemo, hay un principio fundamental que dice que las cosas no ascienden, sino que descienden; y no me cabe duda de que es a raíz de esto por lo que, si bien ciertamente los hijos son de la sangre y la casta de sus padres,—los padres, por el contrario, no lo son de las de los hijos, ya que los hijos no engendran a los padres, sino los padres a los hijos.—Y así está escrito: Liberi sunt de sanguine patris et matris, sed pater et mater non sunt de sanguine liberorum[114]. ——Pero eso, exclamo Didius, lleva las cosas demasiado lejos, Triptolemo;—pues de la autoridad citada no sólo se infiere lo que, efectivamente, ya ha sido admitido en todas partes, a saber: que la madre no guarda con su hijo relación alguna de parentesco,—sino asimismo que tampoco la guarda el padre.——Y esa opinión, dijo Triptolemo, es precisamente la más acertada; porque el padre, la madre y el hijo, aunque sean tres personas, no son, sin embargo, más que (una caro)(115) una sola carne; y en consecuencia ningún grado de parentesco,—ni ningún medio natural de adquirirlo———Ahí, de nuevo, lleva usted el argumento demasiado lejos, exclamó Didius;—pues no hay nada en la naturaleza que prohíba o impida, aunque sí lo haya en la ley levítica,—la posibilidad de que un hombre engendre un hijo en el seno de su propia abuela;—y en ese caso, suponiendo que el fruto de dicha unión fuera una hija, ésta guardaría una relación tanto con———¿Pero a quién se le ha ocurrido nunca, gritó Kysarcius, la idea de acostarse con su abuela?———Al joven caballero, respondió Yorick, de quien habla Selden[117];—al cual no sólo se le ocurrió la idea, sino que la justificó ante su padre mediante un argumento extraído de la ley del talión;—‘Vos, señor’, le dijo el muchacho, ‘os acostasteis con mi madre;—¿Por qué no habría yo de hacer lo propio con la vuestra?’—Ese es el Argumentum commune[118], añadió Yorick.——Es justamente lo que se merecen, replicó Eugenius descolgando su sombrero. La compañía se disolvió.—— Capítulo treinta ——Y dígame usted, dijo mi tío Toby apoyándose en Yorick, quien junto con mi padre le ayudaba a bajar las escaleras lentamente—(no se asuste usted, señora, esta charla de escalera no es tan larga como la anterior);—y dígame, Yorick, le dijo mi tío Toby: ¿en qué sentido se han pronunciado finalmente todos estos eruditos y especialistas respecto al asunto de Tristram? —En uno muy satisfactorio y convincente, le respondió Yorick; se trata de algo que no concierne a nadie en absoluto:—pues Mrs Shandy, la madre, no guarda la menor relación de parentesco con él,—y si consideramos que los vínculos maternos son los más firmes y seguros,—entonces se sigue consecuentemente que Mr Shandy es, con respecto a Tristram, todavía menos que nada si cabe.——En suma, señor: guarda tanta relación con él como la que pueda guardar yo.—— ———Bien pudiera ser, dijo mi padre moviendo la cabeza de un lado a otro. ———Pero digan lo que digan los eruditos, dijo mi tío Toby, sin duda tendría que existir algún tipo de consanguinidad entre la Duquesa de Suffolk y su hijo—— —Hoy por hoy, dijo Yorick, esa es entre el vulgo la opinión más extendida. Capítulo treinta y uno Aunque a mi padre le hablan agradado sobremanera las sutilezas de aquellas disertaciones tan doctas,——éstas, en realidad, no habían sido más que como el ungüento que se aplica a un hueso roto.——En cuanto llegó a casa, todas sus aflicciones volvieron a él, sólo que esta vez, como sucede siempre que el bastón en que nos apoyábamos se hunde bajo nuestro propio peso y desaparece, la carga le resultó aún más insoportable si cabe.—Se tornó pensativo,—daba frecuentes paseos hasta la nansa,—se soltó y dejó caer una cinta del sombrero[119],—suspiraba a menudo,—se abstenía de ser mordaz,—y habida cuenta de que, como nos dice Hipócrates[120], el buen funcionamiento tanto de las glándulas excretorias de la piel como del aparato digestivo dependen en gran medida de la ayuda que les prestan los vivos destellos de genio que dan pie a la mordacidad,—no cabe duda de que, con la desaparición de éstos, habría acabado por enfermar de no haber sido por la tía Dinah, la cual, junto con un legado de mil libras, le dejaba una serie de nuevas preocupaciones que le sirvieron para distraer los pensamientos y recobrar la salud.—— Apenas si había terminado de leer la carta cuando ya mi padre, yendo directamente al grano de la cuestión, empezó a atormentarse y a quebrarse la cabeza pensando de qué manera podría gastar el dinero para mayor provecho de la familia. —Ciento cincuenta proyectos extravagantes se iban apoderando alternativamente de su cerebro:—haría esto, haría aquello, haría lo otro.—Iría a Roma,—pondría pleitos,—compraría ganado, —le compraría su granja a John Hobson,—le construiría una fachada nueva a la casa y le añadiría otra ala para que así fuese simétrica;—a un lado del río había una magnífica aceña: él haría edificar, al otro lado, un molino de viento que le daría adecuada réplica.—Pero, por encima de todo, cercaría el gran Páramo del Buey[121] y empezaría de inmediato con los viajes de mi hermano Bobby[122]. Pero la suma era finita, y en consecuencia no podía hacerlo todo—(para ser sinceros, de todas estas cosas podía hacer muy pocas);—de entre las diferentes posibilidades que de aprovechar aquella ocasión se le ofrecían, las dos últimas eran las que parecían causarle una impresión más profunda y favorable; y sin duda alguna se habría decidido por ellas sin más——de no haber existido el ligero inconveniente a que antes he hecho referencia y que le obligaba a optar necesariamente por una de las dos. La decisión no era precisamente fácil de tomar; pues aunque es bien cierto que mi padre tenía gran ilusión por esta parte imprescindible de la educación de mi hermano desde hacía mucho tiempo, y que, de hecho, como hombre prudente que era, ya había tomado la determinación de iniciarla en la práctica con los primeros ingresos que le reportara la segunda emisión de acciones del Proyecto-Mississippi[123], en el que había arriesgado algún dinero,—no es menos cierto, sin embargo, que el proyecto (que llevaba largo tiempo acariciando) de sacarle finalmente algún provecho al Páramo del Buey (un magnífico y extenso pastizal común poblado de hiniesta, descuidado y aún pendiente de drenaje que formaba parte del patrimonio de los Shandy) ocupaba en su corazón un lugar casi tan antiguo como el del otro plan. Pero como hasta entonces nunca se había visto apremiado por una disyuntiva de este tipo, que le obligaba a establecer la prioridad o justicia de uno de los dos proyectos en perjuicio del otro,—siempre, como hombre inteligente que era, se había abstenido de someterlos a cualquier clase de examen crítico o detallado; de modo que en aquel momento de crisis y una vez desechados todos los demás proyectos,——los dos más antiguos, el PÁRAMO DEL BUEY y mi HERMANO, volvieron a dividirle el corazón; y la contienda que se entabló entre ellos fue tan igualada que la mente del anciano caballero tuvo ocasión de convertirse, a su vez, en un reducido campo de batalla——en el que se debatía la cuestión de cuál de los dos debería acometerse en primer lugar. —La gente podrá reírse cuanto quiera,—pero este era el caso. Siempre (o por lo menos desde hacia tanto tiempo que casi había llegado a ser un asunto de derecho común) había existido en la familia la costumbre de que el hijo mayor gozara de libre acceso, salida y regreso[124] del extranjero antes de contraer matrimonio,—no sólo a fin de que perfeccionara sus propias dotes personales con un poco de ejercicio y un buen cambio de aires,—sino sencillamente para que su fantasía se deleitara con la pluma que a su vuelta le adornaría el sombrero: símbolo de haber estado en el extranjero.——Tamtum valet, solía decir mi padre, quantum sonat[125]. Teniendo en cuenta que esta dispensa era razonable y además muy cristiana,—el privar de ella a mi hermano sin causa ni motivo que lo justificaran,—y en consecuencia el hacer con él una excepción convirtiéndolo en el primer Shandy al que no se enviara a rodar por Europa en silla de posta (y con la única excusa de que el muchacho era un poco lento),—equivalía a darle un trato diez veces peor del que se le habría deparado a un turco. Y por otra parte, el caso del Páramo del Buey era cuando menos igual de delicado y azaroso. Aparte de la cantidad del precio de compra original, que había sido de ochocientas libras,—le había costado ya a la familia otras ochocientas por un pleito que había tenido lugar quince años antes,—amén de Dios sabe cuántas molestias y sinsabores. Además, llevaba en poder de la familia Shandy desde mediados del siglo anterior; y a pesar de que se extendía ante la casa, desde donde se lo podía ver a la perfección, y de que por un lado lindaba con la aceña y por el otro con el proyectado molino de viento de que antes hablé,—y de que por todas estas razones parecía reclamar para sí el cuidado y la protección de la familia más que ninguna otra zona de la hacienda,—lo cierto era que por una inexplicable fatalidad común a los hombres y al terreno por donde pisan, —durante todo este tiempo se lo había desatendido de la más vergonzosa manera; y a decir verdad, había padecido tanto por esta causa que (como decía Obadiah) simplemente dar un paseo a caballo por allí y ver el estado en que el lugar se hallaba——bastaba para hacer que a cualquier hombre que supiera del auténtico valor de la tierra le sangrara el corazón. Sin embargo, como mi padre, hablando con propiedad, no había sido responsable directo ni de la compra del terreno —ni mucho menos de la situación que el mismo ocupaba, —nunca había considerado aquel asunto de su incumbencia ——hasta hacía quince años, en que a raíz del condenado pleito que antes mencioné (suscitado por una cuestión de lindes y que había acabado por estallar justo entonces),——cuyas responsabilidades habían recaído directa y exclusivamente sobre él, había, naturalmente, abierto los ojos a todos los argumentos favorables del caso; y al hacer recuento de ellos había visto que, no sólo por su provecho sino también por su honor, estaba moralmente obligado a hacer algo al respecto,—y que el momento era aquél——o nunca ya. En mi opinión es indudable que la mala suerte tuvo algo que ver en el hecho de que las razones en favor de uno y otro proyecto se contrarrestasen mutuamente de una forma tan equilibrada; pues aunque mi padre las calibró de todos los humores y estados de ánimo imaginables,——y se pasó numerosas y angustiosas horas en la más profunda y abstracta meditación sobre lo que sería mejor hacer,—leyendo libros sobre explotación agraria un día——y libros de viajes al otro,——dejando a un lado todo apasionamiento—y examinando los argumentos de cada opción bajo todas las luces y circunstancias,—conversando a diario con mi tío Toby—y discutiendo con Yorick, reconsiderando una y otra vez, en compañía de Obadiah, la cuestión del Páramo del Buey;——a pesar de todo ello, como digo, en todo aquel tiempo no se le presentó con la suficiente fuerza para hacerle inclinarse por uno de los dos proyectos nada que no fuera asimismo rigurosamente aplicable al otro o que, cuando menos, no pudiera verse contrarrestado por alguna consideración de peso equivalente, que siempre volvía a poner los platillos a la misma altura. Pues aunque sin duda el Páramo del Buey, una vez realizados los arreglos pertinentes y con algunas personas a su cargo y cuidado, ofrecería al mundo un aspecto muy distinto del que le ofrecía entonces y del que jamás podría ofrecerle mientras permaneciese en aquel estado,—no era menos cierto que otro tanto, sin variar un ápice, se podía decir respecto a mi hermano Bobby,—dijera Obadiah lo que quisiese.—— En lo relativo al interés,—reconozco que a primera vista la contienda entre los dos proyectos no se evidenciaba tan reñida: porque cada vez que mi padre cogía papel y pluma y se ponía a calcular los insignificantes gastos de roturación, quema y cercado del Páramo del Buey, etc., etc.,—para luego confrontarlos con los beneficios seguros que le reportaría,—éstos últimos resultaban ser tan prodigiosos (siempre según la muy personal manera de hacer cuentas de mi padre) que ustedes mismos se habrían atrevido a jurar que el Páramo del Buey llevaba todas las de ganar. Pues estaba fuera de duda que sólo el primer año recolectaría cien toneladas[126] de colza, que iba a veinte libras la tonelada:—eso sin contar la magnífica cosecha de trigo del segundo año—ni los cien (para no salirse de cifras razonables:—pero que con toda probabilidad serían ciento cincuenta,——si no doscientos) cuarterones de guisantes y judías del tercero,—amén de patatas a voluntad.—Pero entonces pensaba que, mientras tanto, estaría educando a mi hermano como al cerdo que fuera a comerse aquellos productos,—y esta idea le torturaba: y por lo general sumía al anciano caballero en un estado de indecisión tal——que, como a menudo le decía a mi tío Toby,—ignoraba lo que iba a hacer tanto como los tacones de sus zapatos. Nadie que no lo haya experimentado puede imaginarse lo doloroso que le resulta a un hombre tener la voluntad partida en dos por otros tantos proyectos que, con pareja fuerza, tiran de ella obstinadamente en direcciones opuestas y al mismo tiempo. Para no hablar de los estragos que semejante tensión hace, lógica e inevitablemente, en el sistema nervioso, todavía más delicado si cabe y que, como ustedes saben, es el encargado de transmitir los espíritus animales y los más sutiles jugos desde el corazón hasta la cabeza y viceversa.—Y no es para contarse la forma en que tan oblicua e irregular fricción opera sobre las partes más sólidas y resistentes del cuerpo[127], malgastando la grasa y debilitando el vigor del hombre en cuestión cada vez que se produce en él un movimiento de atrás adelante o de adelante atrás. Mi padre, sin duda, se habría hundido bajo el peso de esta desventura (con tanta certeza como que había sucumbido a la tremenda carga de la de mi NOMBRE DE PILA)—de no haberse visto rescatado de ella, al igual que de la anterior, por una nueva desventura:——la muerte de mi hermano Bobby. ¿Qué es la vida humana? ¿No es acaso un continuo vaivén de un lado a otro?——¿De un pesar a otro?——¿No consiste acaso en ir clausurando dolores——para inaugurar otros al siguiente instante? Capítulo treinta y dos Desde este momento debo ser considerado como el presunto heredero de la familia Shandy;—y es en este instante cuando verdaderamente comienza la historia de mi VIDA y de mis OPINIONES; con tantas prisas y precipitación, hasta ahora no he hecho, en realidad, más que despejar el terreno donde construir el edificio;—edificio que, lo adivino, no tendrá parangón con ninguno de los que se hayan ideado o levantado desde los tiempos de Adán. Dentro de menos de cinco minutos habré arrojado mi pluma al fuego junto con la pequeña gota de espesa tinta que aún me queda en el fondo del tintero.—Y en ese espacio de tiempo sólo me restan por hacer una decena de cosas:—tengo una cosa que titular,—otra que lamentar, —otra que esperar,—otra que prometer y otra más con la que amenazar;—tengo una cosa que suponer,—otra que declarar,—otra que ocultar,—otra que escoger y otra más por la que rezar.——Este Capítulo, en consecuencia, lo titulo el Capítulo de COSAS,——y el capítulo siguiente a éste, es decir, el primer Capítulo del próximo volumen, será el Capítulo sobre los BIGOTES a fin de que exista un cierto nexo entre mis diferentes obras. Lo que tengo que lamentar es que las cosas se me hayan ido amontonando de tal manera que me haya resultado imposible llegar a esa parte de mi obra hacia la cual, a lo largo de todo el camino, se han dirigido mis pasos con tan ferviente anhelo; parte consistente en las campañas, pero sobre todo en los amoríos, de mi tío Toby, cuyos pormenores son de una naturaleza tan singular y de temple tan cervantino que, si simplemente consigo ingeniármelas para suscitar en los cerebros de los demás las mismas impresiones que los mencionados incidentes producen en el mío,—estoy seguro (y dispuesto a responder de esta afirmación sin el menor temor) de que el libro se abrirá paso en el mundo mucho mejor de lo que antes que él lo ha hecho su autor.—¡Oh, Tristram, Tristram! Si esto llega a suceder,—la reputación que tendrás como escritor te resarcirá de las muchas desventuras que como hombre has padecido.—¡Seguirás festejando lo primero—cuando ya no recuerdes ni la sensación de lo segundo!— No es de extrañar que esté tan impaciente por llegar a estos amoríos.—¡No en vano son el más exquisito bocado de toda la historia! Y cuando llegue a ellos,—tengan ustedes por seguro, buena gente,—que (sin la menor consideración hacia aquellos lectores cuyos delicados estómagos puedan sentirse ofendidos por ello) no tendré reparos de ninguna clase a la hora de elegir mis palabras;—y eso es lo que tengo que declarar.——Me temo que a este paso no lograré hacerlo todo en cinco minutos.—Y lo que espero es que sus señorías y reverencias no estén ofendidos conmigo;—si lo están, no les quepa duda, buena gente, de que el año que viene les proporcionaré alguna otra cosa por la que se puedan ofender; —así es como actúa mi querida Jenny:—pero quién es mi Jenny—y cuál es el lado bueno y cuál el malo de una mujer[128], eso es lo que tengo que ocultar;—se lo contaré a ustedes dos capítulos después,—y ni uno antes, de mi capítulo sobre los ojales. Y ahora que ya han llegado al final de estos cuatro volúmenes,—lo que tengo que preguntarles es: ¿cómo andan sus cabezas? La mía me duele espantosamente;——en cuanto a sus respectivas saludes, ya sé que están ustedes mucho mejor de ellas.—El verdadero shandismo, piensen ustedes lo que piensen en contra suya, ensancha el corazón y los pulmones, y como todas las demás afecciones que participan de su naturaleza, obliga a la sangre y a otros fluidos vitales del cuerpo a correr libremente por sus correspondientes conductos y hace que la rueda de la vida gire alegremente durante mucho tiempo. Si me dejaran, como a Sancho Panza, elegir mi reino, no sería un reino marítimo—ni uno lleno de negros con los que hacer negocio[129];—no, sería un reino en el que la característica de los súbditos fuera reírse abiertamente. Y como las pasiones biliosas y más saturninas, al provocar desórdenes en la sangre y en los humores, ejercen una influencia tan mala (observo) sobre el cuerpo político como sobre el cuerpo humano,—y como asimismo lo único que puede dominar y someter esas pasiones a la razón es el prolongado hábito de practicar la virtud,—debería añadir un ruego a mi plegaria a Dios:—que otorgara a mis súbditos la gracia de ser tan SABIOS como ALEGRES; y entonces yo sería el monarca más dichoso, y ellos el pueblo más feliz,——que habría sobre la faz de la tierra.—— Y así, con esta moraleja y con el permiso de sus señorías y reverencias, me despido de ustedes de momento: hasta dentro de doce meses, en que (y a menos que esta maldita tos me mate en el entretanto) volveré para tirarles otro poco de las barbas y ofrecerle al mundo entero una historia de la que ustedes, hoy por hoy, no tienen ni la menor idea de en qué consiste[130]. FINIS VOLUMEN V[1] LA VIDA Y LAS OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY Dixero si quid forte jocosius, hoc mihi juris Cum venia dabis. —HOR.[2] —Si quis calumnietur levius esse quam decet theologum, aut mordacius quam deceat Christianum—non Ego, sed Democritus dixit. —ERASMUS.[3] Al Muy Honorable JOHN, VIZCONDE LORD SPENCER[4] Milord, Humildemente pido permiso para dedicarle estos dos Volúmenes; es lo mejor que mis talentos y la mala salud de que gozo han sido capaces de producir:—si la providencia me hubiera concedido mayor provisión de cualquiera de las dos cosas, el presente de que ahora hago objeto a su Señoría habría sido mucho más digno de su atención. Ruego a su Señoría que me disculpe si esta dedicatoria que le ofrezco al mismo tiempo la hago extensiva a Lady SPENCER en lo que se refiere a la historia de Le Fever, que me tomo la libertad de honrar con su nombre; cosa a la que no me impulsa más motivo que el que me ha confiado el corazón: el hecho de que se trate de una historia sumamente humanitaria y piadosa. Quedo, Milord, El más devoto Y más humilde Servidor De su Señoría, LAUR. STERNE. Capítulo uno De no haber sido por aquellas dos briosas jacas y por el loco de postillón que las condujo desde Stilton hasta Stamford, la idea no se me habría ocurrido jamás. Iba como un relámpago:—habla una pendiente de tres millas y media—y el suelo casi ni lo rozábamos;—el movimiento era rapidísimo, —vertiginoso,—de lo más impetuoso:——mi cerebro se contagió de él—y se lo transmitió a su vez al corazón:——‘¡Por el gran Dios del dia!’, dije dirigiendo la vista hacia el sol y sacando el brazo por la ventanilla delantera de la silla mientras hacía mi voto; ‘en cuanto llegue a casa voy a cerrar la puerta de mi estudio y arrojaré la llave al pozo que hay detrás de la mansión, a noventa pies de profundidad’[5]. El coche de Londres me reafirmó en mi resolución: sin apenas poder avanzar, arrastrado—sí, arrastrado por ocho poderosas bestias, estaba, vacilante, suspendido en la cima de la colina.—’¡Pura fuerza!’,—dije yo, asintiendo con la cabeza;—‘pero al fin y al cabo, ¡vuestros superiores, los que os adelantamos, llevamos el mismo camino,—que es un poco el de todo el mundo!—¡Oh, qué curioso!’ Díganme ustedes, los ilustrados: ¿es que vamos a estar siempre echando mucha paja—y poco grano? ¿Es que vamos a estar siempre haciendo libros nuevos como el boticario hace mixturas nuevas: vertiendo siempre el mismo contenido de un recipiente a otro? ¿Es que vamos a pasarnos la vida trenzando y destrenzando la misma cuerda? ¿Recorriendo siempre el mismo trayecto?—¿Yendo siempre al mismo paso? ¿Es que acaso estamos condenados por los siglos de los siglos a exhibir día tras día, tanto laborables como festivos, las reliquias de nuestro conocimiento, como hacen los monjes con las reliquias de sus santos,—sin jamás obrar con ellas un solo milagro,—ni tan siquiera uno tan sólo? ¿Es que acaso el creador del HOMBRE,—la más grande, noble y excelsa criatura del mundo,—el milagro de la naturaleza, como lo llamó Zoroastro en su libro pe?? f?se??,—el SHEKINAH de la presencia divina, como lo llamó Crisóstomo,—la imagen de Dios, como lo llamó Moisés,—el rayo de la divinidad, como lo hizo Platón,—la maravilla de maravillas, como lo hizo Aristóteles[6]:—es que acaso le otorgó el poder de elevarse de la tierra al cielo en un instante—para que luego fuera arrastrándose de esta lamentable,—mezquina,—ruin manera,—como un vulgar alcahuete o picapleitos? Me resisto a mostrarme tan insultante como Horacio cuando habla del tema——pero si no cometo catacresis ni pecado al desearlo, desearía con toda mi alma que los imitadores de Gran Bretaña, Francia e Irlanda enfermaran de muermo en castigo; y que hubiera un buen muermicomio lo bastante grande para albergarlos,—sí,—y purificarlos a todos, cuadrilla de harapientos y rabones, hombres y mujeres juntos[7]. Y esto me lleva al asunto de los Bigotes;—ahora bien, a través de qué asociación de ideas,—eso se lo dejo como legado en mort main[8] a las Mojigatas y a los Tartufos para que disfruten con ello y le saquen tanto partido como puedan. Sobre los Bigotes. Siento haberlo hecho;—no creo que a ningún hombre se le haya ocurrido jamás hacer una promesa tan disparatada como ésta.—¡Un Capítulo sobre los bigotes! ¡Ay! Este mundo,—delicado como es, no lo soportará;—pero yo no sabía del material que estaba hecho,—tampoco había visto entonces el fragmento que hay abajo; de otra forma, tan seguro como que las narices todavía son narices y los bigotes aún bigotes (diga el mundo lo que diga en contra de ello), tan seguro es que me habría mantenido bien alejado y apartado de este peligroso capítulo. El Fragmento. * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ——Estáis medio dormida, señora mía, dijo el anciano caballero tomando entre sus manos la de la anciana dama y dándole un ligero apretón al tiempo que pronunciaba la palabra Bigotes;—¿qué os parece si cambiamos de tema? —De ningún modo, respondió la anciana dama;—me gusta mucho oíros hablar de estas cuestiones; se echó un fino pañuelo de gasa por encima de la cabeza (que apoyó en el respaldo del sillón con el rostro vuelto hacia el caballero) y, adelantando los pies al tiempo que se reclinaba, añadió:——Deseo que prosigáis. El anciano caballero prosiguió de la siguiente manera:———¡Bigotes!, exclamó la reina de Navarra dejando caer al suelo su ovillo de hilo en el momento en que La Fosseuse pronunciaba la palabra[9].——Bigotes, señora, dijo La Fosseuse repitiendo la palabra y al tiempo que con un alfiler prendía el ovillo al delantal de coser de la reina y le hacía una reverencia. La voz de La Fosseuse era por naturaleza suave y baja, pero articulaba muy bien las palabras: y cada sílaba de la palabra bigotes llegó clara y distinta hasta los oídos de la reina de Navarra.——¡Bigotes!, exclamó la reina poniendo aún mayor énfasis en la palabra y como si todavía no acabara de dar crédito a sus oídos.——Bigotes, contestó La Fosseuse repitiendo la palabra por tercera vez;—no hay en toda Navarra, señora, un caballero de su edad, prosiguió la dama de honor defendiendo los intereses del paje[10] ante la reina, que tenga un par tan gallardo.——¿De qué?, exclamó Margarita sonriendo.——De bigotes, dijo La Fosseuse con infinito recato. La palabra bigotes, a pesar del indiscreto uso que de ella había hecho La Fosseuse, se mantuvo firme y siguió empleándose en la mayoría de las reuniones de la mejor sociedad del pequeño reino de Navarra. Lo cierto es que La Fosseuse había pronunciado la palabra en un tono que la revestía de un hálito misterioso no sólo en presencia de la reina, sino en varias otras ocasiones delante de toda la corte.—Y como en aquellos tiempos imperaba en la corte de Margarita, como todo el mundo sabe, una extraña mezcla de galantería y devoción,—y los bigotes podían aplicarse tanto a lo uno como a lo otro[11], la palabra, naturalmente, se mantuvo firme sin ceder terreno,—pues lo que perdía por un lado, lo ganaba por otro; es decir: el clero estaba a favor,—los laicos estaban en contra,—y en cuanto a las mujeres,—se encontraban divididas.—— La prestancia de la figura y porte del joven Sieur De Croix comenzaba por entonces a atraer la atención de las damas de honor hacia el terraplén donde se montaba la guardia ante las puertas de palacio. La dama De Baussiere se enamoró profundamente de él,—a La Battarelle le sucedió otro tanto: —hacía un tiempo tan propicio para ello como no se recordaba en Navarra.—La Guyol, La Maronette, La Sabatiere, todas ellas se enamoraron también del Sieur De Croix.—La Rebours y La Fosseuse eran más astutas y estaban mejor informadas: —De Croix había fracasado en su tentativa de insinuarse a La Rebours; y la Rebours y La Fosseuse eran inseparables[12]. La reina de Navarra estaba sentada en compañía de sus damas junto a la ventana arqueada y policromada que daba a las puertas del segundo patío cuando De Croix acertó a pasar por allí.——Es muy guapo, dijo la dama Baussiere.——Tiene muy buen porte, dijo La Battarelle.——Está muy bien formado, dijo La Guyol.——En mi vida había visto un oficial de la guardia de a caballo, dijo La Maronette, con unas piernas así.——Ni que se sostuviera tan bien encima de ellas, dijo La Sabatiere.———Pero no tiene bigotes, exclamó La Fosseuse.——Ni un solo pelo, dijo La Rebours. La reina se marchó enseguida a su oratorio; y por el camino, mientras atravesaba la galería, fue cavilando sobre el tema, dándole vueltas y más vueltas en su imaginación:— —Ave María +;——¿qué habrá querido decir La Fosseuse?, se dijo arrodillándose sobre el cojín. La Guyol, La Battarelle, La Maronette y La Sabatiere se retiraron a sus habitaciones al instante.———¡Bigotes!, dijeron las cuatro para sus adentros al tiempo que echaban el cerrojo de sus respectivas puertas. La dama Carnavallette, con las manos bajo el guardainfante, contaba las cuentas de su rosario sin que nadie sospechara nada:—desde San Antonio hasta Santa Úrsula inclusive, ni un solo santo pasó por entre sus dedos sin llevar bigotes: San Francisco, Santo Domingo, San Benito, San Basilio, Santa Brígida, todos llevaban bigotes. La dama Baussiere tenía la cabeza hecha un verdadero galimatías a fuerza de discurrir profusa y confusamente en busca de una explicación moral para el comentario de La Fosseuse.—Se montó en su palafrén, seguida de su paje.—Unas tropas pasaron a su lado:—la dama Baussiere siguió adelante sin inmutarse. —¡Un dinero!, le gritó la orden de la merced[13];—¡un solo dinero para ayudar a mil pacientes cautivos que tienen los ojos puestos en el cielo y en vos para su redención! La dama Baussiere siguió adelante sin inmutarse. —¡Apiadaos de los desdichados!, le dijo un hombre de cabellos canos, venerable y devoto, que humildemente sostenía en sus marchitadas manos un cepillo ceñido por aros de hierro;—pido para los desventurados,—mi buena señora, para las cárceles,—para los hospitales,—para los ancianos,—para pobres hombres arruinados por los naufragios, las fianzas que han tenido que pagar, los incendios;—pongo a Dios y a los ángeles por testigos:—es para vestir al desnudo,—para dar de comer al hambriento,—es para consolar al enfermo y al desesperado. La dama Baussiere siguió adelante sin inmutarse. Un pariente venido a menos le hizo una reverencia que llegó hasta el suelo. La dama Baussiere siguió adelante sin inmutarse. Él, con la cabeza descubierta[14], echó a correr al lado del palafrén, implorándole y conjurándola en nombre de los antiguos lazos de amistad, parentesco, consanguinidad y demás.——¡Prima, tía, hermana, madre!—¡Por amor de la virtud, por la vuestra, por el mío, por amor de Cristo, acordaos de mí,—apiadaos de mí! La dama Baussiere siguió adelante sin inmutarse. —Hazte cargo de los bigotes, le dijo a su paje la dama Baussiere.—El paje se hizo cargo del palafrén. Ella desmontó en el extremo del terraplén. Hay algunas asociaciones de (ciertas) ideas que nos dejan sus huellas grabadas en los ojos y en la frente; la conciencia que en algún lugar vecino al corazón se tiene de ellas sólo sirve para hacer estos aguafuertes más visibles:—se los ve, ordena y descifra sin necesidad de diccionario. —¡Ja, ja! ¡Je, je!, gritaban La Guyol y La Sabatiere mirándose las huellas la una a la otra.——¡Jo, jo!, se reían La Battarelle y La Maronette haciendo lo propio.——¡Chist!, exclamó una.——Ts, ts,—dijo una segunda.——Sh, dijo una tercera.——Bah, bah, replicó una cuarta.——¡Santo cielo!, exclamó la dama Carnavallette;—era ella quien había embigotado a Santa Brígida. La Fosseuse se sacó una horquilla del moño y, tras dibujarse un bigotito a uno de los lados de su labio superior con la parte curvada de aquélla, se la tendió a La Rebours.—La Rebours sacudió la cabeza negativamente. La dama Baussiere tosió tres veces dentro de su manguito.—La Guyol sonrió.——¡Habráse visto!, dijo la dama Baussiere. La reina de Navarra se llevó la punta del dedo índice a un ojo,—como diciendo: ‘No os creáis que no os entiendo’. La corte entera tenía bien claro que la palabra se había echado a perder: La Fosseuse la había herido mortalmente y las profanaciones de que había sido objeto no la habían ayudado precisamente a mejorar.—Aún resistió débilmente, sin embargo, durante unos cuantos meses, al término de los cuales el Sieur De Croix juzgó llegado el momento de abandonar Navarra (por su falta de bigotes)—y la palabra se convirtió en algo indecente: tras dar los últimos coletazos quedó absolutamente inservible para el uso. La mejor palabra de la mejor lengua del mejor mundo imaginable habría corrido igual suerte bajo la presión de semejantes cambios de sentido.——El cura de Estella[15] escribió un libro, atacándolos, en el que sacaba a relucir los peligros de las asociaciones de ideas o ideas accesorias y prevenía a los navarros en contra de ellas. ¿‘Es que acaso no es de todo el mundo sabido’, decía el cura de Estella en su conclusión, ‘que hace algunos siglos las Narices corrieron, en la mayor parte de Europa, la misma suerte que ahora han corrido los Bigotes en el reino de Navarra?[16]—El mal, en aquella ocasión, no se extendió de hecho a más palabras,—pero, ¿acaso no han estado ya siempre, desde entonces, las camas, los traveseros, los gorros de dormir y los orinales a un paso de la perdición? ¿Y las trusas, las aberturas de las sayas, las manivelas de las bombas de agua,—los tapones, las espitas? ¿Acaso no siguen en peligro por culpa del mismo proceso asociativo?—Dadle rienda suelta a la castidad, por naturaleza la más apacible y mansa de todas las virtudes,—y se convertirá en un león rampante y rugidor’. El sesgo del escrito del cura de Estella no fue bien apreciado.—El mundo siguió una pista falsa y equivocada: —embridó el asno por la cola.—Y cuando el final de la DELICADEZA y el comienzo de la CONCUPISCENCIA se reúnan y den la mano en el próximo cabildo provincial, es muy posible que también eso sea declarado una obscenidad. Capítulo dos Cuando recibió la carta que le traía la triste noticia de la muerte de mi hermano Bobby, mi padre se hallaba ocupado en calcular lo que le costaría el desplazamiento en posta del muchacho desde Calais hasta París y desde allí hasta Lyon. Los auspicios del viaje no eran nada halagüeños, pues ya mi padre había tenido que volver a emprender, paso a paso, la totalidad del recorrido (y que empezar sus cálculos de nuevo) cuando ya casi había llegado al final——por culpa de Obadiah, que se había asomado a la puerta para comunicarle que se habían quedado sin giste y pedirle permiso para coger el gran caballo de tiro e ir al pueblo por la mañana temprano a comprar un poco.——Por supuesto que sí, Obadiah, le dijo mi padre (sin interrumpir el periplo);—coge el caballo de tiro y ve con Dios.——¡Pero le falta una herradura, al pobre animal!, dijo Obadiah.——¡Pobre animal! dijo mi tío Toby como si fuera una cuerda unísona que repitiera la vibrante nota. —Pues entonces ve en el caballo escocés, dijo mi padre rápidamente.——Por nada del mundo consentiría que le pusieran una silla encima, dijo Obadiah.——El diablo está en ese caballo; coge entonces a PATRIOTA, exclamó mi padre, y cierra la puerta al salir.——A PATRIOTA lo vendimos, dijo Obadiah.———¡Qué me dices!, gritó mi padre interrumpiendo esta vez su viaje por Europa y mirando a mi tío Toby a la cara como si la venta no se hubiera llevado aún a efecto.——Su señoría me mandó venderlo el pasado mes de abril, dijo Obadiah.——Pues entonces ve a pie, que no te irá mal, exclamó mi padre.——Prefiero con mucho ir andando que a caballo, dijo Obadiah cerrando la puerta tras de sí. —¡Qué plaga!, exclamó mi padre al tiempo que reanudaba sus cálculos.——Lo único, dijo entonces Obadiah abriendo de nuevo la puerta,—es que las inundaciones han empezado ya. Hasta aquel momento mi padre, que tenía extendidos ante sí un mapa de Sansón[17] y una guía de los caminos de posta, no había quitado la mano de la cabeza de su compás, que mantenía abierto con una de las piernas fija sobre Nevers, última etapa del itinerario que había abonado[18] —y desde la cual se disponía a proseguir el viaje y los cálculos en cuanto Obadiah saliera de la habitación; pero la segunda ofensiva de éste, abriendo la puerta otra vez y anegando con una frase el país entero, fue demasiado.—Mi padre soltó el compás,—o, mejor dicho, con un movimiento medio de accidente medio de enfado, lo arrojó sobre la mesa; ahora ya no le quedaba más remedio que (como a tantos otros) regresar a Calais en las mismas condiciones en que de allí había partido. Cuando la carta con la noticia de la muerte de mi hermano le fue llevada al salón, mi padre, que de nuevo había ido avanzando en su recorrido, se encontraba a un solo salto de compás de la estación de Nevers otra vez.——Con su permiso, Mons. Sansón, exclamó al tiempo que atravesaba la ciudad de Nevers con la punta del compás (que se quedó clavada en la mesa)—y le hacía a mi tío Toby un gesto con la cabeza para que le leyera el contenido de la carta;—que un caballero inglés y su hijo se vieran obligados a dar marcha atrás dos veces en una noche y desde una ciudad tan miserable como Nevers sería demasiado, Mons. Sanson;—¿no te parece, Toby?, añadió mi padre con voz alegre y saltarina.——A menos que se trate de una ciudad con guarnición, dijo mi tío Toby,—porque entonces———Jamás me corregiré mientras viva: qué idiota soy, dijo mi padre sonriendo para sus adentros.—Y tras hacerle nuevamente un gesto a mi tío para que leyera,—con el compás (todavía sobre Nevers) en una mano y la guía de caminos de posta en la otra,—calculando y escuchando a un mismo tiempo, apoyó los dos codos encima de la mesa mientras mi tío Toby le musitaba el contenido de la carta. ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— ——— —¡Oh, se nos ha ido![19], dijo mi tío Toby.——¿A dónde!—¿Quién!, exclamó mi padre.——¡Mi sobrino!, dijo mi tío Toby.——¡Cómo!—¿Sin permiso?—¿Sin dinero?—¿Sin un preceptor?, gritó mi padre, atónito. —No:—ha muerto, querido hermano, dijo mi tío Toby.——¿Sin haber estado antes enfermo?, volvió a gritar mi padre.——Yo me atrevería a decir que sí lo ha estado, contestó mi tío Toby en voz muy baja y lanzando un profundísimo suspiro desde lo más hondo de su corazón; ha estado lo suficientemente enfermo, ¡pobre muchacho! Yo responderé por él,—pues él está muerto y ya no puede responder. Cuando a Agripina le fue comunicada la muerte de su hijo, nos cuenta Tácito que, incapaz de reprimir la violencia de su dolor, interrumpió abruptamente su trabajo[20].—Mi padre hincó, con mucha más fuerza todavía, el compás sobre Nevers.—¡Qué dos acciones tan opuestas! Pues el trabajo que mi padre traíase entre manos era, de hecho, una cuestión de cálculo;—el de Agripina debió de ser de índole bien distinta; si no, ¿quién osaría tratar de razonar a partir de la historia? Lo que a continuación hizo mi padre merece, en mi opinión, un capítulo aparte.— Capítulo tres ————Y vaya si lo tendrá; y uno de mucho cuidado además:——así que prepárense ustedes. No sé si es Platón, o Plutarco, o Séneca, o Jenofonte, o Epicteto, o Teofrasto, o Luciano,—o si quizás alguien de fecha posterior:—tal vez Cardan, o Budaeus, o Petrarca, o Stella,—o puede que sea algún teólogo o padre de la iglesia: San Agustín, o San Cipriano, o Bernardo[21], quien afirma que llorar por la pérdida de nuestros hijos o amigos es una reacción natural e irrefrenable;—y Séneca (de que es él estoy seguro) nos dice en alguna parte[22] que por donde mejor se expulsan los dolores de este tipo es concretamente por ese conducto.—Y, en efecto, nos encontramos con que David lloró a su hijo Absalón,—Adriano a su Antinoo,—Níobe a sus hijos, y con que Apolodoro y Critón derramaron lágrimas por Sócrates justo antes de su muerte[23]. Mi padre se comportó con su aflicción de otra manera; y, de hecho, de manera muy distinta de la de la mayoría de los hombres, antiguos o modernos; pues no la purgó por medio del llanto, como los hebreos y los romanos,—ni por medio del sueño, como los lapones;—y tampoco la dejó en suspenso, como los ingleses, ni la ahogó, como los alemanes;—ni la maldijo, ni la condenó, ni la excomulgó, ni la puso en verso ni la lillabulleró.— —Y sin embargo, se deshizo de ella. ¿Me permitirán sus señorías que meta una historia entre estas dos páginas? Cuando a Tully le fue arrebatada su querida hija Tulia, al principio se lo tomó muy a pecho:—escuchó la voz de la naturaleza y puso la suya a tono con ella.——¡Oh, Tulia mía! ¡Hija mía! ¡Niña mía!—Y seguía, y seguía, y seguía:—¡Oh, era mi Tulia!—¡Tulia mía! Aún me parece ver a mi Tulia, oír a mi Tulia, hablar con mi Tulia.—Pero en cuanto se puso a examinar el gran almacén de la filosofía y a pensar en la enorme cantidad de cosas sublimes que podrían decirse en aquella ocasión,—nadie sobre la faz de la tierra puede imaginarse, dice el gran orador, lo feliz y lo contento que me puse[24]. Mi padre estaba tan orgulloso de su elocuencia como pudiera estarlo MARCO TULIO CICERÓN de la suya; y por mucho que trate de convencérseme ahora de lo contrario, tenía para estarlo tantos motivos como él. En efecto, era su fuerte——y su flaqueza también.—Su fuerte,—porque por naturaleza era elocuente,——y su flaqueza,—porque continuamente era víctima de ella; y con tal de que la vida le brindara oportunidades para demostrar su talento o decir algo inteligente, ingenioso o sagaz—(excepto si el infortunio era ininterrumpido y sistemático),—se daba enteramente por satisfecho.—Una bendición que le frenara la lengua y una desgracia que se la soltara se encontraban casi a la par dentro de su sistema de preferencias; y a veces, de hecho, la desgracia era mejor recibida: por ejemplo, cuando el placer que le proporcionaba el discurso llegaba a diez, y el dolor de la desgracia sólo a cinco,—mi padre consideraba que lo uno iba por lo otro y en consecuencia salía de la peripecia en el mismo estado que si nada le hubiera sucedido. Este dato servirá para explicar algo que, de otra forma, parecería contradictorio en lo que se refiere al comportamiento doméstico de mi padre, y que es lo siguiente: ante las provocaciones debidas a olvidos o errores de los criados, o a otros desaguisados inevitables en una familia, su reacción, su enfado, o, mejor dicho, la duración del mismo escapaba siempre a todas las conjeturas. Mi padre poseía una pequeña yegua de su predilección a la que había asignado un hermosísimo caballo árabe con la intención de que entre los dos le dieran un potro que habría de convertirse en su cabalgadura; muy sanguíneo en todo lo relacionado con sus proyectos, hablaba a diario de su potro con tanta seguridad y convicción como si ya lo hubiera criado y domado—y lo tuviera a la puerta de la casa embridado, ensillado y listo para montar. Por uno u otro descuido de Obadiah, resultó que las esperanzas de mi padre tuvieron por respuesta una especie de mula extraña, un animal tan feo como jamás se hubiera visto que una yegua diera a luz. Mi madre y mi tío Toby esperaban que mi padre matase a Obadiah—y que las secuelas de semejante desastre no tuvieran nunca fin.——¡Mira esto, bribón!, le gritó mi padre señalando la mula; ¡mira lo que has hecho!——Yo no he sido, dijo Obadiah.——¿Y cómo sé yo que no has sido tú?, le contestó mi padre. En sus ojos brillaba el triunfo de la agudísima respuesta que había dado;—la sal ática se los llenó de lágrimas.—Y, de este modo, Obadiah no volvió a oír hablar más de aquel asunto. Y ahora volvamos a la muerte de mi hermano. La filosofía tiene una buena sentencia para cada cosa. —Para la Muerte dispone de una colección completa; lo malo fue que todas se agolparon a la vez en la mente de mi padre, de tal suerte que resultaba muy difícil hilarlas de forma que de allí pudiera salir algo coherente.—Y en consecuencia, mi padre tomó la resolución de irlas diciendo a medida que se le fueran ocurriendo[25]. —‘Es un azar inevitable,—es el primer estatuto de la Charta Magna[26],—es un acta del parlamento eterna e irrevocable, querido hermano,—Que todos hemos de morir’ —‘Que la muerte de mi hijo hubiera sido algo imposible me habría maravillado;—que haya muerto, en cambio, no’. —‘Los monarcas y los príncipes bailan en el mismo corro que los demás’. —‘Morir es la gran deuda, el tributo que hemos de pagarle a la naturaleza: hasta las tumbas y los monumentos, que deberían perpetuar nuestro recuerdo, se lo pagan también; y la pirámide más orgullosa de todas, erigida por la riqueza y por la ciencia, pierde el vértice y aparece truncada al horizonte del viajero’. (Mi padre, comprobando que hallaba gran alivio, prosiguió).—‘Reinos y provincias, pueblos y ciudades, ¿acaso no tienen sus ciclos también ellos? Cuando los principios y las fuerzas que por vez primera los unieron y consolidaron han cumplido ya las evoluciones correspondientes, entonces se derrumban’.——Hermano Shandy——, dijo mi tío Toby sacándose la pipa de la boca al oír la palabra evoluciones.——¡Revoluciones quería decir!, dijo mi padre;—¡por todos los santos! ¡Era revoluciones lo que quería decir, hermano Toby!—Evoluciones es un disparate.——Un disparate no es,—dijo mi tío Toby.——Pero lo que sí es un disparate es romper el hilo de un discurso como éste en una ocasión como ésta, exclamó mi padre;—haz el favor,—querido Toby, añadió cogiéndole una mano, haz el favor,—ten la bondad, te lo ruego, de no interrumpirme durante esta crisis.—Mi tío Toby volvió a meterse la pipa en la boca. ‘¿Dónde están Troya y Micenas, Tebas y Délos, Persépolis y Agrigento?’,—prosiguió mi padre cogiendo la guía de caminos de posta, que había dejado encima de la mesa.— ‘¿Qué ha sido, hermano Toby, de Nínive y de Babilonia, de Cízico y de Mitilene? Las más hermosas ciudades que jamás alumbrara el sol no existen ya: sólo quedan los nombres, e incluso éstos, en pleno proceso de descomposición (pues muchos de ellos se escriben incorrectamente), se están cayendo a pedazos; y con el paso del tiempo serán olvidados y envueltos, junto con todo lo demás, en una noche perpetua: el mismo mundo, hermano Toby, debe,——debe encontrar su fin’. ‘Cuando, volviendo yo desde Asia, embarqué en Egina rumbo a Megara (¿cuándo sería eso?, pensó mi tío Toby), ‘me puse a contemplar la región que se extendía a mi alrededor: Egina a mis espaldas, Megara ante mí, El Pireo a la derecha, Corinto a la izquierda.—¡Qué ciudades, tan florecientes un día——y ahora postradas en tierra!, me dije. ¡Ay! ¡Ay! ¡Que el alma de un hombre se lamente y aflija por la pérdida de una criatura cuando toda esta grandeza yace solemnemente enterrada ante sus ojos!—Recuerda, me dije a mí mismo,—recuerda que no eres más que un hombre’.— Mi tío Toby ignoraba que este último pasaje era un extracto de la carta de consolación que le envió Servio Sulpicio a Tully[27].—Estaba el buen hombre tan poco familiarizado con los fragmentos como con las piezas enteras de la antigüedad.—Y como mi padre, en la época de sus contactos comerciales con Turquía, había estado tres o cuatro veces en Oriente y en una de ellas había permanecido durante año y medio en Zante[28], mi tío Toby, naturalmente, sacó la conclusión de que en alguna de estas ocasiones habría aprovechado para hacer una excursión por el Archipiélago y llegarse hasta Asia; y de que toda aquella historia de embarcarse con Egina a las espaldas y Megara por delante, El Pireo a la derecha, etc., etc., no era sino el verdadero relato de su viaje y de sus reflexiones.—Ciertamente, aquello encajaba muy bien en el estilo de mi padre, y más de un crítico oficioso habría levantado un edificio dos pisos más alto sobre cimientos más endebles.——Y dime, hermano, le dijo mi tío Toby dándole un golpecito en la mano con la boquilla de la pipa a modo de discreta interrupción,—tras haber esperado, sin embargo, a que mi padre hubiera terminado su narración:—¿en qué año de nuestro Señor fue esto?——No fue en ningún año de nuestro Señor, le respondió mi padre.——¡Pero eso es imposible!, exclamó mi tío Toby.——¡No seas simplón!, le dijo mi padre;——fue cuarenta años antes de que naciera Cristo. A mi tío Toby se le ofrecieron sólo dos opciones: o bien suponer que su hermano no era otro que el judío errante[29], o, si no, que las desgracias que le habían acaecido le habían trastornado el cerebro.——‘Que nuestro Señor, Dios del cielo y de la tierra, lo ampare y le devuelva el seso’, dijo mi tío Toby rezando en silencio por mi padre——y con los ojos llenos de lágrimas. —Mi padre atribuyó las lágrimas al dolor y al poder de su elocuencia y reanudó su perorata con gran ímpetu y energía: —‘Entre el bien y el mal, hermano Toby, no hay tan grandes diferencias como el mundo se imagina’—(este arranque, dicho sea de paso, no contribuyó precisamente a despejar las sospechas de mi tío Toby).—‘El trabajo, la tristeza, el dolor, la enfermedad, la indigencia y el llanto son la salsa de la vida’.——Pues que les aproveche,—dijo mi tío Toby para sus adentros.—— —‘¡Mi hijo ha muerto!—Tanto mejor:—conservar tan sólo un ancla en semejante tempestad es un oprobio’. —‘¡Pero nos ha dejado para siempre!—Así sea. Ha salido de las manos del barbero antes de haber quedado calvo;—ha abandonado el festín antes de haberse hartado;—el banquete antes de haberse emborrachado’. —‘Los tracios lloraban cuando nacía un niño’—(y nosotros estuvimos a punto de hacerlo, dijo mi tío Toby)—’y organizaban festejos y se regocijaban cuando un hombre dejaba el mundo; y no les faltaba razón:—la muerte abre la cancela de la fama y cierra tras de sí la de la envidia;—suelta las cadenas del cautivo y pone en otras manos las tareas del esclavo’. —‘Muéstrame un hombre que, sabiendo lo que es la vida, tema la muerte——y yo te mostraré un prisionero que tema la libertad’. —‘¿No es acaso mejor, querido hermano Toby (porque fíjate:—nuestros apetitos no son más que dolencias),—no es mejor no tener hambre que comer?—¿No tener sed que buscar remedios para saciarla?’ —‘¿No es acaso mejor hallarse libre de preocupaciones y calenturas, de amor, y melancolía, y de todos los demás males de la vida, calientes o fríos, que ser como aquel viajero extenuado que llega finalmente a la posada——tan sólo para reemprender la marcha al siguiente día?’ —‘En el aspecto de la muerte, hermano Toby, no hay de terrible más que lo que le prestan los quejidos y las convulsiones,—las narices que se suenan y las lágrimas que se enjugan en los faldones de las cortinas de la habitación de un moribundo.—Si le quitas esto, ¿qué queda?’———Es mejor morir en el campo de batalla que en la cama, dijo mi tío Toby.——‘Prívala de los féretros, las plañideras y los lutos,—los penachos, las inscripciones y demás artificios:—¿qué queda?—¡Mejor morir en el campo de batalla!’, prosiguió mi padre sonriendo (pues ya se había olvidado por completo de mi hermano Bobby).—‘Morir no es nunca terrible,—pues ten en cuenta, hermano Toby,—que cuando nosotros somos,—la muerte no es;—y que cuando la muerte es,—nosotros ya no somos’. Mi tío Toby se sacó la pipa de la boca y la dejó encima de la mesa para considerar la proposición; la elocuencia de mi padre era demasiado rápida para que nadie pudiera seguirla sin hacer altos y pausas;—pero el discurso no se detuvo a su vez,—sino que siguió adelante,——arrastrando consigo las ideas y pensamientos de mi tío Toby.— —‘Por esta razón’, continuó mi padre, ‘vale la pena recordar lo poco que la proximidad de la muerte ha alterado siempre a los grandes hombres:—Vespasiano murió en su sillico bromeando,—Galba con una sentencia,—Septimio Severo despachando,—Tiberio disimulando y César Augusto con un cumplido’.——Espero que fuera sincero,—dijo mi tío Toby con seriedad. ———Iba dirigido a su mujer,—dijo mi padre[30]. Capítulo cuatro ———Y por último, continuó mi padre,—de entre todas las exquisitas anécdotas que acerca del tema nos ofrece la historia,—hay una que, como la dorada cúpula que corona el edificio,—se eleva por encima de las demás.— —Es del pretor Cornelio Galo,—y me atrevería a decir, hermano Toby, que ya la has leído.——Yo me atrevería a decir que no, replicó mi tío.——Murió, dijo mi padre, cuando estaba ***************[31].——Si era con su mujer, dijo mi tío Toby,—no había nada de malo en ello.——Hasta ahí ya no alcanzan mis conocimientos,—respondió mi padre. Capítulo cinco Mi madre avanzaba cautelosamente y a oscuras por el pasillo que conducía al salón cuando mi tío Toby pronunció la palabra mujer.—Ya de por sí bastante agudo y penetrante, el sonido[32], gracias a la colaboración de Obadiah, que había dejado la puerta ligeramente entornada, llegó hasta los oídos de mi madre con la suficiente claridad como para imaginarse inmediatamente que era ella el tema de la conversación; de modo que, llevándose un dedo a los labios—y conteniendo la respiración, con la cabeza un poco inclinada y el cuello torcido—(no en dirección a la puerta, sino hacia un lado, de tal manera que la oreja le quedara pegada a la abertura),—se puso a escuchar con todas sus fuerzas y gran interés:—ni el esclavo que escucha, con la Diosa del Silencio a sus espaldas, podría haber ofrecido mejor modelo para una entalladura[33]. Estoy resuelto a dejarla en esta actitud durante cinco minutos: el tiempo justo para ponerme al día (como hace Rapin con los de la iglesia)[34] en lo que se refiere a los asuntos de la cocina. Capítulo seis Aunque, ciertamente, en un sentido nuestra familia era (puesto que se componía tan sólo de unas cuantas ruedas) una máquina sencilla, habría que decir, sin embargo, que las susodichas ruedas se ponían en movimiento por medio de tantos resortes diferentes, y que actuaban las unas sobre las otras obedeciendo a una tal variedad de impulsos y principios,—que, aunque en efecto se tratara de una máquina sencilla, gozaba de todos los honores y ventajas de una compleja;—hasta el extremo de que estaba capacitada para realizar tal cantidad de movimientos singulares como no se haya visto jamás ni en el interior de una fábrica de sedas holandesa. Entre ellos había uno, del que voy a hablar, que tal vez no fuera, sin embargo, tan enteramente peculiar como muchos otros; era el siguiente: cada vez que en el salón se desarrollaba un debate, una moción, una perorata, un diálogo, un proyecto o una disertación, por lo general en la cocina tenía lugar otro, al mismo tiempo y sobre el mismo tema, que corría paralelo. Bien: para que así pudiera suceder, era del todo imprescindible cumplir con la siguiente regla: cada vez que se llevaba al salón un mensaje o carta extraordinaria,—o que una conversación quedaba interrumpida hasta que el criado hubiera salido de la habitación,—o que se advertía que las arrugas del descontento se habían asentado sobre la frente de mi padre o de mi madre,—o, en suma, cada vez que había motivos para suponer que alguna cuestión digna de saberse o escucharse se estaba poniendo sobre el tapete, no se cerraba la puerta del todo, sino que se la dejaba un poco entreabierta—(tal y como está en este mismo instante),—cosa que, bajo el pretexto del gozne estropeado (y ésta era posiblemente una de las numerosas razones por las que nunca se le ponía arreglo), no era difícil hacer; y merced a este artilugio, siempre que se producía alguna de las contingencias mencionadas, quedaba abierto un estrecho o paso, desde luego no tan ancho como el de los Dardanelos pero sí lo bastante, en cualquier caso, para que de aquel tráfico de barlovento se filtrara lo necesario y lo justo para ahorrarle a mi padre la tarea de gobernar y dirigir la casa;—mi madre, en este momento, está disfrutando de las ventajas del artilugio.—Y Obadiah había hecho lo propio en cuanto hubo salido de la habitación tras dejar la carta con la noticia de la muerte de mi hermano encima de la mesa; de modo que antes de que mi padre se hubiera recobrado enteramente de la sorpresa y hubiera dado comienzo a su discurso,—Trim ya se había puesto en pie para expresar sus sentimientos y opiniones acerca de la cuestión. Un observador curioso de la naturaleza, de haber sido dueño del inventario de la totalidad de posesiones de Job—(aunque, dicho sea de paso, los curiosos observadores de sus señorías muy pocas veces llegan a alcanzar ni el valor de cuatro peniques)[35],—habría dado la mitad de ellas por haber oído al cabo Trim y a mi padre, dos oradores tan contrastados por naturaleza y por educación, perorando sobre el mismo féretro: Mi padre,—hombre de muchas lecturas—y pronta memoria,—con Catón, Séneca y Epicteto rondándole continuamente la punta de la lengua y de los dedos[36].— El cabo,—con nada—que recordar,—sin más lecturas que la de la matrícula de su escuadra,—y sin nombres más ilustres en la punta de la lengua ni de los dedos que los de los integrantes de la misma. El uno yendo de un periodo a otro a través de metáforas y alusiones, con la fantasía cada vez más espoleada, a medida que avanzaba (como les suele suceder a los hombres de ingenio e imaginación), por el gusto y la diversión que le proporcionaban sus propias imágenes y descripciones. El otro sin ingenio ni antítesis, sin giros ni chispa, sin pasar de un estilo a otro; por el contrario: dejando las imágenes a un lado y las descripciones al otro, avanzando derecho, como la naturaleza le guiaba, hacia el corazón. ¡Oh, Trim! ¡Ojalá pluguiera al cielo que tuvieras mejor biógrafo!—¡Ojalá!——¡Y que tu biógrafo dispusiera de un mejor par de calzones!—¡Oh, críticos! ¿Es que no habrá nada que os conmueva? Capítulo siete ———¡El señorito se ha muerto en Londres!, exclamó Obadiah.— ——La primera idea que a Susannah se le vino a la cabeza al oír la exclamación de Obadiah fue la de un camisón de satén verde de mi madre que ya se había tenido que limpiar dos veces[37].—Bien podría Locke escribir un capítulo sobre las imperfecciones de las palabras[38].——Entonces, dijo Susannah, nos tendremos que poner todos de luto.—Pero fíjense ustedes bien también esta vez: la palabra luto, no obstante ser la misma Susannah quien la pronunciara,—fracasó asimismo en su cometido; pues no suscitó en su cabeza ni una sola idea teñida de gris o negro,—sino que lo vio todo verde.—Del verde del camisón de satén, que aún seguía suspendido allí. ———¡Oh, esa noticia le causará la muerte a la pobre señora!, exclamó Susannah.—Y a continuación vino todo el guardarropa de mi madre.——¡Qué procesión! Su damasco rojo,—el naranja tostado,—sus lustrinas blancas y amarillas, —su tafetán marrón,—sus sombreros de encaje de hilo, sus comodísimas batas y sus acogedoras enaguas.—No quedó sin repasar ni un solo trapo.——‘No,—no volverá a levantar cabeza’, dijo Susannah. Como pinche de cocina teníamos a una gorda idiota; —yo creo que mi padre la conservaba por su misma simpleza. —Se habla pasado todo el otoño batallando con una hidropesía.——¡Ha muerto!, dijo Obadiah;—¡no cabe duda de que está muerto en verdad!——Pues yo no lo estoy, dijo la gorda idiota. ———¡Tengo malas noticias, Trim!, exclamó Susannah al verlo entrar por la cocina y al tiempo que se enjugaba las lágrimas;—¡el señorito Bobby está muerto y enterrado!—(El funeral era una interpolación de Susannah)[39] —¡Nos tendremos que poner todos de luto!, añadió. —Espero que no sea así, dijo Trim.——¡Cómo que esperas que no sea así!, exclamó Susannah con gravedad y desaprobación.—No era el luto lo que ocupaba la cabeza de Trim, por mucho que ocupara la de Susannah.——Espero, —dijo Trim explicándose, espero por Dios que la noticia no sea cierta. —Yo oí leer la carta con mis propios oídos, contestó Obadiah; y buen trabajo nos espera con la limpieza del Páramo del Buey.——¡Oh, está muerto!, dijo Susannah.——Tan cierto, dijo la gorda, como que yo estoy viva. —Lo siento por él desde lo más hondo de mi alma y de mi corazón, dijo Trim lanzando un suspiro.—¡Pobre criatura!—¡Pobre muchacho!—¡Pobre caballerato! ———Aún vivía el pasado Pentecostés, dijo el cochero.———¡Pentecostés! ¡Ay!, exclamó Trim extendiendo el brazo derecho y adoptando al instante la misma postura en que había leído el sermón;—¿qué es Pentecostés, Jonathan (pues así se llamaba el cochero), o el Martes de Carnaval, o cualquier otro día u hora pasada comparados con ésta? ¿Acaso no estamos aquí ahora, prosiguió el cabo (dando con la punta de su bastón un golpe en sentido vertical sobre las baldosas, como para transmitir una impresión de salud y estabilidad),—y en un momento—(dejando caer el sombrero al suelo) hemos desaparecido!—¡Aquellas palabras y aquellos gestos tuvieron un efecto increíblemente conmovedor! Susannah prorrumpió en un torrente de lágrimas.—No somos ni de piedra ni de madera.—Jonathan, Obadiah, la cocinera, todos se sintieron profundamente emocionados.—Incluso la gorda idiota que hacía las veces de pinche, y que en aquel instante se hallaba fregando una caldera de pescado que sostenía entre sus rodillas, se despertó un poco al oír y ver a Trim.—La cocina en pleno se agolpó en torno al cabo. Bien: como me doy perfecta cuenta de que la preservación de nuestras constituciones eclesiástica y estatal,—y posiblemente la preservación del mundo entero,—o, lo que es lo mismo: la distribución y el equilibrio de sus propiedades y poderes puede, en un tiempo futuro, depender en gran medida de la recta comprensión de esta muestra de la elocuencia del cabo,—exijo de sus señorías y reverencias——la mayor atención; a cambio, podrán ustedes dormitar con toda tranquilidad durante diez páginas seguidas según su propia elección: las que prefieran, pero de cualquier otra parte de la obra. He dicho ‘que no éramos ni de piedra ni de madera’; —eso está muy bien. Debería haber añadido que tampoco somos ángeles (ojalá lo fuéramos),—sino hombres revestidos de cuerpos y regidos por nuestras imaginaciones;—y el festín que éstas se traen entre manos junto con nuestros siete sentidos (especialmente con algunos de ellos) es algo que, yo por mi parte lo reconozco, me avergüenza confesar. Baste con asegurar que, de entre todos los sentidos, es el de la vista (y en modo alguno el del tacto, aunque ya sé que la mayoría de sus queridos Barbad están a favor de él)[40] el que mantiene un comercio más vivo con el alma;—y baste con asegurar también que dicho sentido proporciona a la fantasía sacudidas y sensaciones más provechosas y matices más inexpresables que los que las palabras son capaces de transmitir—o, a veces, de omitir. —Me he desviado un poco:—no importa, es bueno para la salud;—ahora limitémonos a hacerla volver, a través de la mente, hasta la mortalidad del sombrero de Trim.—‘¡Acaso no estamos aquí ahora,—y en un momento hemos desaparecido!’—La frase no tenía nada de particular; era una de esas verdades evidentes, tan queridas por ustedes, que podemos escuchar todos los días; y si Trim no hubiese confiado más en su sombrero que en su cabeza,—con ésta no habríamos logrado el menor efecto. ———¡‘Acaso no estamos aquí ahora’,——prosiguió el cabo, ‘y en un momento’—(dejando caer el sombrero verticalmente al suelo—y haciendo una pausa antes de pronunciar las dos últimas palabras)—’hemos desaparecido’! El sombrero se hundió en su descenso como si le hubieran colocado en la copa una masa de arcilla.—Ningún otro objeto podría haber expresado el sentimiento de la mortalidad como aquél, su símbolo y su presagio;—pareció que la mano de Trim desaparecía bajo el sombrero,—que cayó, muerto;—la mirada del cabo se quedó fija en él, como si se tratara de un cadáver,—y Susannah prorrumpió en un torrente de lágrimas. Bien.—Diez mil, y también diez mil veces diez mil maneras (pues la materia y el movimiento son infinitos) hay de dejar caer un sombrero al suelo sin que el hecho produzca el menor efecto.—Si Trim lo hubiera tirado, o arrojado, o lanzado, o hecho volar, o jeringado, o dejado resbalar o deslizarse en cualquier posible dirección de las que existen bajo la faz del cielo,—o con la mejor dirección que se le pudiera haber dado,—si lo hubiera dejado caer como un ganso,—o como un pavo real,—o como un burro,—o si mientras lo hacía (o incluso después de haberlo hecho) hubiera parecido un idiota,—o un zote,—-o un pedante,—o un mentecato,—el gesto habría fracasado y el efecto producido en los corazones de los presentes se habría perdido. Vosotros, los que gobernáis este mundo poderoso y sus poderosos asuntos con las máquinas de la elocuencia;—los que lo calentáis y enfriáis, ablandáis y molificáis——para luego volverlo a endurecer según vuestros propósitos—— Vosotros, los que con ese gran cabestrante torcéis y retorcéis las pasiones——para, una vez hecho, conducir a sus propietarios allá donde más os plazca,—— Finalmente vosotros, los que guiáis——¿y por qué no? También vosotros, los que sois guiados y llevados como pavos al mercado, con una vara golpeándoos y una caperuza roja en la cabeza,—meditad,—meditad,—os lo ruego, sobre el sombrero de Trim. Capítulo ocho Esperen:—tengo una pequeña deuda que saldar con el lector antes de que Trim prosiga con su perorata.—Será cuestión de un par de minutos tan sólo. Entre otras muchas deudas literarias que, sin olvidar ninguna, satisfaré cada una en su momento,—hay dos por las que, lo admito, me considero en deuda mundial:—un capítulo sobre doncellas y ojales que en la anterior parte de mi obra prometí y que en verdad me proponía escribir este año. Pero en vista de que algunas de sus señorías y reverencias me han dicho que los dos temas, y sobre todo en tan estrecha relación, podrían hacer peligrar la moral del mundo,—solicito que el capítulo sobre doncellas y ojales me sea perdonado—y que en su lugar sea aceptado el capítulo anterior; el cual, con el permiso de sus reverencias, no es sino un capítulo sobre doncellas, camisones verdes y sombreros viejos[41]. Trim recogió el suyo del suelo,—se lo puso en la cabeza,—y a continuación reanudó su discurso sobre la muerte de la manera y forma siguientes: Capítulo nueve ———Para nosotros, Jonathan, que no sabemos lo que son ni la privación ni la zozobra,—que vivimos aquí, al servicio de dos de los mejores señores que jamás haya habido en el mundo—(en mi propio caso sólo antepongo a su majestad el rey William Tercero, a quien tuve el honor de servir tanto en Irlanda como en Flandes)[42],—reconozco que el tiempo transcurrido entre Pentecostés y las tres semanas anteriores a Navidad—no es largo,—no es prácticamente nada;—pero para aquellos, Jonathan, que saben lo que es la muerte y cuánto estrago y destrucción puede provocar incluso antes de que nos hayamos echado a rodar verdaderamente por el mundo,—es como un siglo entero.—¡Oh, Jonathan! ¡El corazón de un hombre bondadoso no podría por menos de sangrar si reflexionara, prosiguió el cabo (de pie y bien derecho), sobre la cantidad de hombres justos y valerosos que sin duda han caído desde entonces!—Y créeme, Susy, añadió el cabo volviéndose hacia Susannah, cuyos ojos estaban anegados en lágrimas,—cuando te digo que antes de que llegue de nuevo esa fecha,—muchos ojos resplandecientes se habrán nublado.—Susannah cazó perfectamente la alusión:—sollozó,—pero también correspondió con una ligera reverencia.—¿Acaso no somos, continuó Trim mirando todavía a Susannah,—acaso no somos como las flores del campo?—(entre cada dos lágrimas de humildad se deslizaba una de orgullo;—si no, ¿de qué otro modo se podría haber descrito la tristeza de Susannah?)—¿Acaso no se seca toda carne, como la hierba?—No es más que arcilla,—no es más que lodo.—Todos se volvieron para mirar directamente a la gorda:—la idiota acababa de fregar una caldera de pescado.—Aquello no estuvo bien.— —¿Qué es el rostro más hermoso que jamás haya contemplado hombre alguno?——¡Me pasaría la vida entera oyendo a Trim hablar así!, exclamó Susannah.——¿Qué es (Susannah le puso a Trim una mano en el hombro)—sino corrupción?—Susannah la retiró. Por estas cosas os amo;—y es esa deliciosa mezcla que hay en vuestro interior lo que os hace ser, queridas criaturas, lo que sois;—y quien os odie por ello,——lo único que puedo decir al respecto es—que o bien tiene una calabaza por cabeza—o una asperiega por corazón;—y cuando lo disequen, así se descubrirá. Capítulo diez Si es que Susannah, al retirar la mano del hombro del cabo demasiado súbitamente (a causa de la volubilidad de sus pasiones),—le rompió un poco el hilo de sus reflexiones—— O si es que el cabo empezó a sospechar que se había adentrado en un terreno excesivamente doctoral y que estaba hablando más como el capellán que como sí mismo—— O si es que * * * * * * * * * * * * * * * * O si es que——pues la verdad es que en ocasiones como ésta un hombre con talento e inventiva puede llenar de buen grado un par de páginas con suposiciones——cuál de todas éstas fue la causa, dejemos que sea el curioso fisiólogo, o cualquier otro curioso, quien lo determine;—pero el hecho fue que el cabo prosiguió con su perorata del siguiente modo: —Por lo que a mí respecta, declaro que a la muerte al aire libre no le concedo el menor valor:—ni tanto así…, añadió el cabo haciendo chasquear los dedos—pero con un expresivo ademán que nadie excepto él podría haber conferido al sentimiento en cuestión.—En el campo de batalla no le concedo a la muerte el menor valor: ni tanto así…; y sobre todo, que no me pille desprevenido y a traición, como al pobre Joe Gibbins, que se hallaba limpiando su mosquete.—Pero, ¿qué es la muerte ahí? Un gatillo que se aprieta,—una bayoneta que se clava una pulgada en una u otra dirección—en eso consiste la diferencia entre la vida y la muerte.—Mirad a lo largo de la línea,—hacia la derecha:—¡mirad! ¡Jack ha caído! Bueno,—para él, como si hubiera sido un regimiento de caballería entero.—¡No!—¡Es Dick! Pero no por ello Jack lo tiene mejor.—No importa de quién se trate,—el caso es que morimos;—en el fragor del combate, la misma herida que nos acarrea la muerte no se siente;—lo mejor que puede nacerse es enfrentarse con ella:—el hombre que la rehúye está en diez veces mayor peligro que el que avanza decidido hacia sus fauces.—Yo la he mirado, añadió el cabo, cien veces a la cara—y sé muy bien en qué consiste.—En el campo de batalla, Obadiah, no es nada en absoluto.——Pero en una casa es algo aterrador, dijo Obadiah.——Estando en el pescante de un coche me trae sin cuidado, dijo Jonathan.——En mi opinión, respondió Susannah, lo más natural debe de ser encontrarse con ella en la cama.——Y si yo pudiera escapar a ella deslizándome en la peor piel de ternero con que jamás se hiciera una mochila, tened por seguro que allí me metería,—dijo Trim;—pero eso es ley de vida. ———La naturaleza es la naturaleza, dijo Jonathan.— —Y esa es la razón, exclamó Susannah, por la que me da tanta lástima la señora.—Nunca se repondrá.——A mí, el que más lástima me da de toda la familia es el capitán, replicó Trim.—La señora hallará alivio en el llanto—y el Squire en hablar acerca de ello[43],—pero mi pobre señor llevará su dolor a solas y en silencio.—Le oiré suspirar en la cama por las noches durante un mes entero, como le sucedió con el teniente Le Fever.—‘Con el permiso de usía, no suspire usted con tanta pena’, solía decirle yo, acostado a su lado. ‘No puedo evitarlo, Trim’, me decía el señor;—‘ha sido un incidente tan melancólico y entristecedor—que no me lo puedo sacar del corazón’.—’Pero usía no teme a la muerte, ¿verdad?’—‘Creo, Trim, que lo único que temo’, decía, ‘es hacer algo malo.—Bueno’, añadía, ‘pase lo que pase, desde luego me haré cargo del hijo de Le Fever’.—Y tras pronunciar estas palabras, que le hacían el efecto de un calmante, usía se quedaba dormido. —Me gusta mucho oírle contar a Trim historias del capitán, dijo Susannah.——Es un hombre de gran corazón, dijo Obadiah: como no ha habido otro igual.——Sí, y tampoco ha existido otro más valiente al frente de un pelotón, dijo el cabo:—el ejército del rey no tuvo nunca un oficial mejor,—y en este mundo de Dios tampoco hubo jamás hombre mejor; avanzaba sin titubeos hacia la boca de los cañones, aunque viera que la mecha ya estaba encendida en el mismo fogón;—lo cual no le impide tener el corazón tan tierno como el de un niño cuando se trata de los demás.—Sería incapaz de hacerle el menor daño a una gallina.——Yo preferiría, dijo Jonathan, ser cochero suyo por siete libras al año—que serlo de algunos otros por ocho.——¡Gracias, Jonathan, por esos veinte chelines!—Te los agradezco tanto, Jonathan, dijo el cabo estrechándole la mano, como si me hubieras metido el dinero a mí en el bolsillo.—Yo le serviría, sólo por cariño, hasta el día de mi muerte. Para mí es un amigo y un hermano,—y si tuviera la certeza de que mi hermano Tom está muerto,—continuó el cabo sacándose el pañuelo,—y poseyera diez mil libras, le dejaría al capitán hasta el último chelín.—Trim no pudo contener el llanto tras dar semejante prueba testamentaria de su afecto por su señor.—La cocina en pleno estaba emocionada.——Cuéntanos la historia del pobre teniente, le dijo Susannah.——Con muchísimo gusto, contestó el cabo. Susannah, la cocinera, Jonathan, Obadiah y el cabo Trim formaron un círculo en torno al fuego; y en cuanto la gorda idiota que hacía las veces de pinche hubo cerrado la puerta de la cocina,—el cabo dio comienzo a su narración. Capítulo once Yo soy turco si hasta ahora no me he olvidado por completo de mi madre como si la Naturaleza me hubiera hecho de barro y me hubiera depositado, desnudo y sin madre alguna, sobre las márgenes del río Nilo[44].—Soy vuestro más obediente servidor, Señora:—ya os he costado bastantes disgustos—y espero poder resarciros de ello;—pero me habéis dejado una grieta en la espalda,—y aquí mismo hay un buen pedazo que se me ha desprendido antes,—y en cuanto a este pie, ¿qué debo hacer con él?—Nunca llegaré a Inglaterra así. Por mi parte, nunca me asombro de nada;—y mi juicio me ha engañado con tanta frecuencia a lo largo de mi vida que siempre sospecho y recelo de él, tanto si acierta como si yerra;—cuando menos, son pocas las ocasiones en que me acaloro por cuestiones intranscendentes. Por todo ello reverencio la verdad tanto como el que más; y cuando se nos escapa, si alguien me tomara de la mano en tales casos y me llevara serenamente en su busca, como en la de algo que los dos hubiéramos perdido y sin lo que no pudiéramos pasarnos,—yo iría con ese alguien hasta el fin del mundo.—Pero detesto las discusiones,—y en consecuencia, casi preferiría suscribir cualquier opinión (siempre y cuando no se me atragante a la primera frase y no estén en juego cuestiones religiosas o relativas a la sociedad) antes que verme envuelto en una de ellas.—Pero no puedo soportar las obstrucciones[45],—y menos aún los malos olores.—Por todas estas razones resolví desde un principio——que si alguna vez hubiere de incrementarse el ejército de los mártires,—o de crearse uno nuevo,—no tomaría parte en ello ni de un lado ni del otro. Capítulo doce —Pero volviendo a mi madre. La opinión de mi tío Toby, señora, de ‘que no había nada de malo en que el pretor romano Cornelio Galo yaciera con su mujer’;—o, mejor dicho, la última palabra pronunciada en la mencionada opinión—(pues fue la única que mi madre pudo oír), fue a tocarle el punto flaco de su sexo entero.—No me malentiendan,—me refiero a su curiosidad.—Y al instante sacó sus propias conclusiones respecto al tema de la conversación; y ya pueden ustedes imaginarse que, con esa idea preconcebida en posesión de su fantasía, cada palabra que mi padre decía aplicábascla o bien a sí misma o bien a los asuntos de la familia que a ella más concernían. —Dígame usted, señora, ¿en qué calle vive la dama que no hubiera hecho otro tanto? De la extraña manera de morir de Cornelio mi padre había pasado a la de Sócrates, y le estaba ofreciendo a mi tío Toby un extracto de su alegato ante los jueces[46];—fue irresistible:—no el discurso de Sócrates,—sino la tentación que asaltó a mi padre de ponerse a recitarlo.—El mismo había escrito una Vida de Sócrates(47) el año anterior al de su retirada del comercio, y mucho me temo que fue esto precisamente lo que aceleró la susodicha retirada;—de modo que nadie podría haber navegado con tanta vela y con un oleaje de sublimidad heroica tan adecuado a la ocasión como mi padre. En todo el discurso de Sócrates no había un solo periodo que se cerrara con una palabra más corta que transmigración o aniquilación;—ni uno que tuviera, como núcleo, un pensamiento menos elevado que ser—o no ser:—el tránsito a una nueva situación jamás experimentada,—o la inmersión en un largo, profundo y plácido sueño, libre de pesadillas, libre de perturbaciones.—Porque nosotros y nuestros hijos hemos nacido para morir,—pero ni los unos ni los otros hémoslo hecho para ser esclavos,—No,—aquí me estoy equivocando; eso pertenece al discurso de Eleazar, tal y como lo registra Josefa (de Bell. Judaic.)[48].—Eleazar admite haberlo sacado de los filósofos indios; con toda probabilidad fue Alejandro Magno quien, al irrumpir en la India tras haber arrasado Persia, robó, entre otras muchas cosas,—también ese pensamiento[49]; y de esta manera fue llevado, si no por él en persona a lo largo de todo el trayecto (pues ya sabemos todos que murió en Babilonia), sí al menos por alguno de sus soldados, a Grecia;—de Grecia pasó a Roma,—de Roma a Francia,—y de Francia a Inglaterra.—Porque así suceden las cosas.— Por tierra no se me ocurre ningún otro itinerario.— Por mar, el pensamiento podría haber descendido fácilmente por el Ganges hasta llegar al Sinus Gangeticus o Bahía de Bengala, y desde allí al Océano Índico; y, siguiendo las rutas comerciales (por entonces aún se desconocía el camino de la India a través del Cabo de Buena Esperanza), podrían haberlo transportado, junto con otras drogas y especias, por el Mar Rojo hasta Judá, el puerto de La Meca, o, si no, hasta Tor o Suez, ciudades que están al fondo del golfo; y desde allí, por caravana, hasta Coptos, que sólo está a tres días de viaje, para a continuación ir Nilo abajo directamente hasta Alejandría, donde el PENSAMIENTO habría sido desembarcado a los mismísimos pies de la gran escalinata de la biblioteca alejandrina;—y es en aquel gigantesco almacén donde se lo habría hallado para la posteridad.——¡Válgame Dios! ¡Qué trasiego se traían los sabios en aquellos tiempos![50] Capítulo trece —Bien: mi padre solía, un poco a la manera de Job (en el supuesto de que tal hombre existiera realmente alguna vez):—si no lo suponemos, en ese caso la comparación carece de objeto y tendríamos que ponerle punto final aquí mismo.— Aunque, dicho sea de paso, decidir sin más ni más que nunca existió por el simple hecho de que los eruditos encuentren ciertas dificultades para establecer con precisión la época en que transcurrió la vida de ese gran hombre,—por ejemplo, si fue antes o después de los patriarcas, etc.,—es un poco cruel,—es portarse con Job como no nos gustaría que nadie se portara con nosotros,—(independientemente de cuál sea la verdad).—Mi padre, como digo, solía, cuando las cosas le iban rematadamente mal (y sobre todo al primer brote de impaciencia),—preguntarse el porqué de su engendramiento,—deseaba estar muerto—y a veces cosas aún peores.—Y cuando la provocación era fuerte y el dolor dotaba a sus labios de poderes más que ordinarios,—entonces, señor, a usted mismo le habría resultado difícil no confundirlo con el propio Sócrates en persona.—Cada palabra delataba los sentimientos de un alma desdeñosa de la vida y despreocupada de todas sus contingencias; por esta razón, y aunque mi madre era una mujer de no muchas lecturas, el extracto del discurso de Sócrates que mi padre le estaba ofreciendo a mi tío Toby no le resultaba enteramente nuevo ni desconocido.—Lo escuchó con atención y serenidad, y habría seguido haciéndolo así hasta el final del capítulo si mi padre no se hubiera zambullido de lleno (cosa que, por lo demás, no tenía ninguna necesidad de haber hecho) en esa parte del alegato en la que el gran filósofo enumera sus amistades, sus parientes y sus hijos para renunciar explícitamente a la salvación que por medio de ellos podría haber obtenido apelando a los sentimientos y pasiones de los jueces.—‘Tengo amigos,—tengo familiares,——tengo tres hijos desolados’,—dice Sócrates.— ——¡Entonces, exclamó mi madre al tiempo que abría la puerta,—tiene usted, Mr Shandy, uno más de los que yo sé! —¡Por todos los cielos! ¡Tengo uno menos!,—dijo mi padre levantándose y saliendo de la habitación. Capítulo catorce ——Se trata de los hijos de Sócrates, dijo mi tío Toby. —¡Pero si lleva muerto cien años!, le respondió mi madre. Mi tío Toby no era precisamente un cronólogo,—de modo que, no atreviéndose a dar un solo paso adelante——más que cuando tenía la absoluta certeza de que lo hacía sobre terreno firme,—se sacó la pipa de la boca y la depositó encima de la mesa con gran cautela; y a continuación se puso en pie, cogió cariñosamente de la mano a mi madre y, sin decirle una sola palabra, ni buena ni mala, la condujo en busca de mi padre para que fuera él en persona quien terminara el ecclaircissement[51]. Capítulo quince Si este volumen fuera una farsa (para suponer lo cual no veo razón alguna, a menos que hubieran de considerarse, a su vez, farsas tan grandes como las mías la vida y las opiniones de todos y cada uno de los habitantes de la tierra),—el último capítulo, señor, habría constituido el final del primer acto y éste, en consecuencia, debería haber empezado así: Ptr..r..r..ing—twing—twang—prut—trut[52].—¡Condenado y pésimo violín!—¿Tienen ustedes idea de si mi violín está afinado o no?—Tut..prut..—Estas deberían ser quintas. —Está espantosamente templado.—Tr…a.e.i.o.u.—twang. El puente está una milla más alto de lo que tendría que estar, y el alma, en cambio, está demasiado baja,—si no,—trut… prut—¡escuchen! El tono no está tan mal.—Diddle diddle, diddle diddle, diddle diddle, dun. No me importa lo más mínimo tocar en presencia de buenos jueces,—pero hay un hombre ahí,—no,—no el que lleva un bulto bajo el brazo,—el otro, el que tiene un aire tan grave y va vestido de negro.—¡Diablos! ¡No el caballero de la espada!—Señor, antes preferiría tocarle un Caprichio a Caliope en persona[53] que rascar con el arco mi violín en presencia de ese hombre; y sin embargo, estoy dispuesto a jugarme mi Cremona[54] contra un birimbao (sin duda la apuesta musical más desigual que se haya hecho jamás) a que si en este mismo instante hago con mi violín un cambio de tono de trescientas cincuenta leguas, ni un solo nervio de ese hombre se verá castigado por ello.—Twaddle diddle, tweddle diddle,—twiddle diddle, —twoddle diddle,—twuddle diddle,—prut-trut—krish —krash—krush.—A usted lo he dejado deshecho, señor,—pero ya ve que él sigue como si nada;—y si tras de mi viniera Apolo con su violín[55], tampoco él conseguiría nada de nada con semejante sujeto. Diddle diddle, diddle diddle, diddle diddle——hum —dum——drum[56]. —Sus señorías y reverencias adoran la música,—y Dios los ha dotado a todos de finísimos oídos,—y algunos de ustedes incluso tocan deliciosamente:—trut-prut,—prut-trut. ¡Oh! ¡He aquí a———! ¡Ante él podría pasarme días enteros sentado en una butaca oyéndole tocar! ¡———, cuyo talento consiste en que verdaderamente nos hace sentir lo que interpreta con su violín! ¡———, que con sus esperanzas y alegrías me dota de inspiración y pone en movimiento los resortes más ocultos de mi corazón!—Si usted, señor, quiere pedirme prestadas cinco guineas—(que por lo general son diez guineas más de las que estoy en disposición de desprenderme),—o si ustedes, Messrs Boticario y Sastre, desean que les pague sus facturas,—éste es el momento más idóneo para pedírmelo todo. Capítulo dieciséis Lo primero que a mi padre se le vino a la cabeza una vez que los asuntos familiares se hubieron calmado un poco y Susannah se hubo apropiado del camisón de satén verde de mi madre,—fue, siguiendo el ejemplo de Jenofonte[57], sentarse y ponerse a escribir, fríamente, una TRISTRA-patdia o sistema para mi educación; a este efecto ordenó en primer lugar sus propios pensamientos, pareceres y nociones; y a continuación los ensambló de manera que pudieran erigirse en INSTITUTA para el gobierno de mi niñez y adolescencia. Yo era la última apuesta de mi padre:—había perdido definitivamente a mi hermano Bobby,—y, según sus cálculos, de mí había perdido ya las tres cuartas partes,—es decir, las tres primeras veces que había arrojado los dados en mi honor, la fortuna le había vuelto la espalda:—con mi engendramiento, con mi nariz y con mi nombre;—ya sólo le restaba esta tirada; y en consecuencia, mi padre se dedicó a ella con más devoción de la que jamás pusiera mi tío Toby en su teoría de los proyectiles.—La diferencia entre los dos hermanos estribaba en que mi tío Toby había sacado todos sus conocimientos de artillería de la obra de Nicholas Tartaglia[58],—mientras que mi padre tejió los suyos, hilo por hilo, desde su propio cerebro,—o, en todo caso, desdevanó y entrelazó lo que los demás hilanderos e hilanderas del mundo habían tejido antes que él: tarea que, dicho sea de paso, no requería en modo alguno un esfuerzo menor. Al cabo de unos tres años, o tal vez un poco más, mi padre había llegado casi a la mitad de su obra.—Como todos los escritores, se encontró con algunas decepciones a lo largo del trayecto.—Creyó que sería capaz de plasmar cuanto tenía que decir en un espacio tan reducido que, cuando el opúsculo estuviese terminado y encuadernado, se lo podría enrollar al costurero de mi madre.—Pero la materia crece y se desarrolla entre nuestras manos.—Que nadie diga:—‘Venga,—voy a escribir un duodécimo’[59]. Mi padre se entregó a ello, sin embargo, con la más industriosa diligencia: avanzaba, paso a paso en cada línea, con el mismo tipo de cautela y circunspección (aunque no puedo decir que basándose en un principio tan religioso) que empleara John de la Casse, el señor arzobispo de Benevento, para componer su Galateo[60]; enzarzado en lo cual su Gracia de Benevento se pasó casi cuarenta años de su vida; y cuando la obra vio la luz, se descubrió que no alcanzaba más de la mitad del tamaño o grosor del Almanaque Rider[61].—De qué manera se las arregló el santo varón (a menos que se pasara la mayor parte del tiempo peinándose el bigote o jugando al primero con su capellán)[62],—es un interrogante que dejaría confundido a cualquier mortal que no estuviera en el secreto verdadero;—y por tanto vale la pena explicárselo al mundo, aunque sólo sea para infundir ánimos a los pocos que no escriben tanto para ganarse el pan——como para alcanzar la fama. Admito que si John de la Casse, el arzobispo de Benevento, por cuya memoria (a pesar del Galateo) guardo la mayor veneración,—hubiera sido, señor, un pobre clérigo—de embotado ingenio,—dudoso talento,—estreñido cerebro y demás, —ya podrían él y su Galateo haber seguido avanzando a trompicones hasta la edad de Matusalén que, en lo que a mí respecta,——el fenómeno no me habría parecido merecedor ni de un paréntesis.—— Pero la verdad era justamente el reverso de todo esto: John de la Casse era un genio de enorme talento y muy fértil fantasía; y sin embargo, aun estando en posesión de todos estos dones de la naturaleza, que deberían haberle espoleado a avanzar en su Galateo, al mismo tiempo era absolutamente incapaz de escribir más de línea y media en el espacio de un día entero de verano. Esta incapacidad de su Gracia tenía por origen una opinión que le afligía en sumo grado;—esta opinión era la siguiente,—viz: que siempre que un cristiano escribía un libro (no para su entretenimiento personal, sino) con la intención y propósito de, bonâ fide[63], llevarlo a la imprenta, publicarlo y ofrecérselo al mundo, sus primeros pensamientos no eran nunca otros que las tentaciones del maligno.—Esto era lo que les sucedía a los escritores corrientes: pero cuando un personaje de venerable reputación y elevada posición, tanto eclesiástico como civil, se convertía en autor, —desde el mismo instante en que cogía la pluma entre sus dedos (afirmaba John de la Casse),—todos los demonios del infierno salían de sus hoyos dispuestos a adularle.—La lucha con ellos era continua:—todos los pensamientos, desde el primero hasta el último, eran capciosos;—por muy buenos y especiosos que fuesen:—daba igual;—cualesquiera que fuesen la forma o el color con que se presentaran a la imaginación,—en realidad siempre se trataba de la embestida de uno u otro demonio que había por todos los medios que rechazar.—De modo que la vida de un escritor, por mucho que se tendiera a imaginar lo contrario, no consistía tanto en componer como en batallar; y la superación de la prueba dependía precisamente de lo que dependen las superaciones de los demás hombres que en la tierra combaten:—no tanto (ni la mitad) del grado de INGENIO——como del de RESISTENCIA. A mi padre le complacía enormemente esta teoría de John de la Casse, arzobispo de Benevento; y creo que (si ello no le hubiera supuesto cierta contradicción con su propio credo) habría dado gustosamente diez de los mejores acres del patrimonio de los Shandy por haber sido su inventor y forjador.—Hasta qué punto mi padre creía realmente en el demonio es algo que se verá en esta misma obra, más adelante, cuando hable de sus convicciones e ideas religiosas. Baste con decir aquí que, como no podía honrarse con el sentido literal de la doctrina,—se contentaba con su alegoría; y a menudo decía, sobre todo cuando su pluma se mostraba un poco reacia a obedecerle, que agazapadas bajo el velo de la representación parabólica de John de la Casse había tanta buena voluntad, sabiduría y verdad——como podían encontrarse en cualquier ficción poética o documento místico de la antigüedad.—El prejuicio de la educación, solía decir, es el demonio,—y las pilas de prejuicios que mamamos junto con la leche de nuestras madres—son el demonio y su cortejo entero.——Nos hallamos embrujados por ellos, hermano Toby, en todas nuestras elucubraciones e investigaciones; y si uno fuera lo bastante idiota como para someterse mansa y dócilmente a todas sus imposiciones,——¿en qué quedaría el libro que escribiese? En nada,—añadía arrojando la pluma lejos de sí con gran violencia;—en nada más que un fárrago del cotilleo de las nodrizas y los disparates de las viejas (de ambos sexos) de todo el reino. Esta es la mejor descripción que estoy dispuesto a hacer de los lentos progresos de mi padre con su Tristra-paedia; en la que (como antes dije) se pasó tres años, o quizá un poco más, trabajando infatigablemente para, al final de este lapso y según sus propios cálculos, haber apenas concluido la mitad de su empresa solamente: lo desgraciado del caso fue que durante todo ese tiempo a mí se me olvidó por completo y se me dejó abandonado a los cuidados de mi madre; y además sucedió otra cosa que fue casi tan grave como ésta: la primera parte de la obra, a la que mi padre había consagrado la inmensa mayoría de sus esfuerzos, se fue convirtiendo, por el mismo retraso que iba sufriendo, en algo enteramente inútil:—cada día que pasaba, una o dos páginas se le quedaban anticuadas y perdían su relevancia.— —Que los hombres más sabios nos pasemos de listos de este modo, y que continuamente nos estemos anticipando a nuestros propósitos en el inmoderado acto de perseguirlos, es, sin el menor asomo de duda, una ironía decretada para castigar y escarmentar el orgullo de la sabiduría humana. En suma, mi padre se iba demorando tanto por culpa de sus actos de resistencia,—o, dicho con otras palabras,—avanzaba con tanta lentitud en su trabajo al tiempo que yo, en cambio, empezaba a vivir y a crecer con tanta rapidez——que, de no haberse producido cierto acontecimiento—(acontecimiento que, cuando a él lleguemos, no le ocultaré al lector ni por un solo instante siempre que pueda relatárselo de una manera decente),—creo sinceramente que yo habría acabado por desentenderme totalmente de mi padre y le habría dejado dibujando cuadrantes en la arena, destinados, más que nada, a ser enterrados en ella una vez finalizados[64]. Capítulo diecisiete —No fue nada,—no llegué a perder ni dos gotas de sangre;—no valía la pena llamar a un cirujano: ni aunque hubiera vivido en la puerta de al lado;—millares de personas sufren por gusto lo que yo sufrí por accidente.—El doctor Slop armó diez veces más revuelo del que estaba justificado: —algunos hombres ascienden gracias al arte de colgar grandes pesos de delgados alambres,—y en el día de hoy (10 de agosto de 1761) aún estoy pagando parte del precio de la reputación de este señor.—¡Oh, hasta las piedras clamarían al cielo de ver cómo funcionan las cosas en este mundo!—La doncella no había dejado ******* ***[65] debajo de la cama:——Señorito, ¿no podría usted arreglárselas, me dijo Susannah al tiempo que con una mano alzaba el bastidor de la ventana y con la otra me aupaba hasta el borde de la misma;—¿no podría usted, queridito, apañárselas, tan sólo por una vez, para **** *** ** *** **** **?[66] Yo tenía cinco años.—Susannah no tuvo en cuenta que en nuestra familia nada estaba muy firme,—y el bastidor cayó de golpe sobre nosotros como un rayo.——¡No queda nada!,—exclamó Susannah,—no queda nada,—no me queda nada más que huir del país.— La casa de mi tío Toby era un refugio mucho más acogedor: de modo que Susannah huyó allí. Capítulo dieciocho Cuando Susannah le contó al cabo la desgracia del bastidor, con todas las circunstancias que rodeaban a mi asesinato—(como ella dio en llamarlo),—la sangre abandonó las mejillas del soldado:—al ser responsables todos los cómplices en un caso de asesinato,—la conciencia de Trim le decía que él era tan culpable como Susannah,—y si la teoría hubiera sido cierta, mi tío Toby habría tenido que responder del derramamiento de sangre ante el cielo——tanto como cualquiera de ellos dos;—de tal manera que ni la razón ni el instinto, ni juntos ni por separado, podrían haber guiado los pasos de Susannah hacia un asilo tan idóneo y adecuado. Sería inútil dejar esto a la imaginación del Lector:—para formarse cualquier clase de hipótesis que hiciera factibles estas proposiciones, tendría que devanarse los sesos de mala manera;—y para lograrlo sin verse obligado a semejante tortura,—tendría que poseer unos sesos como jamás los haya poseído lector alguno antes que él.—¿Y por qué habría yo de sometérselos ni a prueba ni a tormento? Esto es asunto mío y yo mismo lo explicaré. Capítulo diecinueve —Es una lástima, Trim, dijo mi tío Toby apoyando una mano sobre el hombro del cabo, mientras los dos se hallaban de inspección por sus obras,—que no dispongamos de un par de piezas de artillería ligera para montarlas en la garganta de ese nuevo reducto;—reforzarían las líneas de toda esa zona y completarían el ataque por ese lado:—haz que me fundan dos, Trim. —Usía las tendrá listas, respondió Trim, antes de mañana por la mañana. Abastecer a mi tío Toby con cualquier cosa que su fantasía demandara para sus campañas constituía la mayor alegría de Trim,—y a su fértil cabeza no le faltaban nunca expedientes para conseguirlo; aunque se hubiera tratado de su última corona, habría puesto manos a la obra y a golpe de martillo la habría convertido en un pedrero con tal de anticiparse a un deseo de su Señor. El cabo ya había——(a base de recortar los caños del tejado de mi tío Toby,—de serrar y cincelar los extremos de las goteras de plomo,—de fundir la palangana de peltre que utilizaba para afeitarse,—y, finalmente, de subirse, como Luis Catorce, al tejado de la iglesia en busca de restos de metales y demás)[67],—ya había aportado a aquella misma campaña no menos de ocho nuevos cañones de asalto, aparte de tres medias-culebrinas que se encontraban ya en el campo de batalla; la petición de mi tío Toby de dos piezas más para el reducto había puesto de nuevo al cabo en acción; y no ofreciéndosele mejor recurso, había cogido los dos contrapesos de plomo de la ventana del cuarto del niño; y como, una vez desaparecido el plomo, ya no servían para nada en absoluto las poleas del bastidor, se las había llevado también para hacer con ellas dos ruedas para una de sus cureñas. Hacía ya tiempo que había desmantelado todas las ventanas de guillotina de la casa de mi tío Toby de este mismo modo,—aunque no siempre siguiendo este mismo orden: pues a veces lo que había necesitado eran las poleas en lugar del plomo;—y así, había empezado por las primeras para,—una vez quitadas éstas y convertido el plomo en algo enteramente inútil,—echar este segundo al bote también. —De esto podría sacarse perfectamente una hermosa MORALEJA, pero no tengo tiempo para ello;—baste con decir que la demolición, iniciárase por donde se iniciase, siempre resultaba fatal para la ventana de guillotina en cuestión. Capítulo veinte El cabo no había tomado sus medidas en lo referente a este alarde de destreza artillera con tan poca habilidad como para no haber podido callarse todo el asunto y dejado que Susannah aguantara el peso entero del ataque como mejor fuera capaz;—pero el auténtico valor no se contenta con salir del paso así.—El cabo, ya en tanto que general, ya en tanto que supervisor del tren de artillería—(lo mismo daba),—había hecho aquello;——y si no lo hubiera hecho, pensaba, la desgracia no habría tenido nunca lugar,—al menos no con Susannah de por medio.—¿Cómo habrían reaccionado usías?—El cabo decidió al instante no ampararse detrás de Susannah,—sino, por el contrario, prestarle amparo; y con esta resolución firme en su mente, se encaminó inmediatamente hacia el salón para exponerle a mi tío Toby la totalidad de la manoeuvre[68]. En aquel momento, mi tío Toby acababa de brindar a Yorick una explicación de la batalla de Steenkerke y de la extraña conducta del Conde Solmes, quien ordenó a la infantería detenerse y a la caballería avanzar precisamente hacia donde no podía intervenir: justamente lo contrario de lo que había ordenado el rey y lo que hizo que la batalla se perdiera[69]. En algunas familias tienen lugar incidentes que encajan tan bien con lo que va a venir a continuación——que apenas si los excede la inventiva de un autor dramático:—me refiero a uno de los de la antigüedad[70].—— Trim, ayudándose de su dedo índice, que plantó encima de la mesa, y del borde de la mano, con el que le fue dando golpes al tablero en sentido vertical, se las ingenió para relatar su historia de tal manera que hasta los sacerdotes y las vírgenes le habrían prestado atención;—y una vez relatada la historia, —el diálogo que la siguió se desarrolló de este modo: Capítulo veintiuno ——Preferiría ser empalado hasta morir, exclamó el cabo cuando hubo acabado de relatar la historia de Susannah, antes que permitir que se le haga el menor daño a la mujer; —con el permiso de usía, la culpa fue mía—y no de ella. —Cabo Trim, le respondió mi tío Toby al tiempo que se ponía el sombrero, que se encontraba encima de la mesa,—si algo que el servicio exigía terminantemente ha resultado ser una falta,—soy yo sin duda el culpable:—tú te limitaste a obedecer órdenes. —Si el Conde Solmes, Trim, hubiera hecho lo mismo en la batalla de Steenkerke, dijo Yorick haciéndole un poco de chanza al cabo, que había sido arrollado por un dragón durante la retirada,—te habrías salvado —¡Salvado!, exclamó Trim interrumpiendo a Yorick y terminando la frase a su manera:—¡se habrían salvado cinco batallones, y, con el permiso de su reverencia, desde la primera hasta la última alma!—Estaba el de Cutts,—prosiguió el cabo al tiempo que se llevaba el índice de la mano derecha al pulgar de la izquierda y empezaba a hacer recuento con los dedos;—estaba el de Cutts,—el de Mackay,—el de Angus,—el de Graham y el de Leven[71]: y todos quedaron hechos trizas;—y lo mismo le habría sucedido también a la guardia inglesa de no haber sido por algunos regimientos del flanco derecho que arriesgadamente avanzaron en su apoyo, recibiendo en pleno rostro el fuego del enemigo antes de que los pelotones pudieran efectuar una sola descarga de mosquete;—irán al cielo por ello,—añadió Trim.——Trim tiene razón, dijo mi tío Toby asintiendo y dirigiéndose a Yorick;—tiene toda la razón del mundo.—¿Qué sentido tenía hacer avanzar a la caballería, continuó el cabo, hacia aquel terreno tan angosto, donde además los franceses tenían tal cantidad de barreras, y de tallar, y de zanjas, y de árboles talados esparcidos por aquí y por allá para cubrirles, como——como de costumbre?—El Conde Solmes nos debería haber enviado a nosotros;—nosotros nos habríamos batido con ellos hasta la muerte, aunque no hubiéramos podido disparar más que a bocajarro.—La caballería no tenía nada que hacer;—sin embargo, prosiguió el cabo, recibió su justo castigo en la siguiente campaña, en Landen: le atravesaron el pie de un balazo[72].——El pobre Trim recibió allí su herida, dijo mi tío Toby.——Con el permiso de usía, el único culpable de ello fue el Conde Solmes:—si les hubiéramos zurrado a base de bien en Steenkerke, no habrían podido luchar en Landen.——Posiblemente no.—Trim, dijo mi tío Toby;—aunque es un pueblo que si dispone de un bosque para guarecerse, o si les das un momento de respiro para atrincherarse bien, vuelven siempre a la carga una y otra vez.—La única manera de derrotarlos es avanzar con enorme sangre fría hasta ellos,—aguantar su fuego,—y encontrárselos en un cuerpo a cuerpo.——Sin cuartel, añadió Trim.——La caballería y la infantería, dijo mi tío Toby.——A troche y moche, dijo Trim.——¡Por la derecha y por la izquierda!, exclamó mi tío Toby.——¡A sangre y fuego!, gritó el cabo. —La batalla se encarnizaba—y Yorick, para mayor seguridad, echó un poco su silla a un lado; y tras una pausa que sólo duró segundos, mi tío Toby, con la voz un tono más bajo,—reanudó la conversación de la siguiente manera: Capítulo veintidós —El rey William, dijo mi tío Toby dirigiéndose a Yorick, se indignó de tal forma con el Conde Solmes por haber desobedecido sus órdenes que no le permitió aparecer en presencia suya durante varios meses.——Me temo, contestó Yorick, que el squire se indignará con el cabo tanto como lo hizo el rey con el conde.—Aunque en este caso, prosiguió, sería verdaderamente duro e injusto que el cabo Trim, que se ha comportado de manera diametralmente opuesta a la del Conde Solmes, recibiera exactamente el mismo trato como recompensa:—pero con demasiada frecuencia dan las cosas giros semejantes en este mundo.——¡Antes que presenciar, antes que asistir a tamaña injusticia, exclamó mi tío Toby poniéndose en pie,—haré saltar una mina y volaré mis fortificaciones, y con ellas la casa entera para que perezcamos rodos bajo sus escombros!—Trim le dedicó una ligera—pero agradecida reverencia a su señor,—y aquí termina el capítulo. Capítulo veintitrés ——Así pues, Yorick, respondió mi tío Toby, usted y yo abriremos la marcha hombro con hombro,—y tú, cabo, nos seguirás a unos cuantos pasos de distancia.——Y Susannah, con el permiso de usía, dijo Trim, formará la retaguardia.——La disposición era excelente——y así, en este orden, sin redoblar de tambores ni flamear de banderas, emprendieron en grupo la marcha con la mayor gravedad desde la casa de mi tío Toby en dirección a Shandy Hall. ——Ojalá, dijo Trim en el instante de franquear todos la puerta,—que en lugar de los contrapesos del bastidor hubiera cortado los caños del tejado de la iglesia, como en un momento dado tuve la intención de hacer.——Me parece que has cortado ya bastantes caños, le replicó Yorick[73].—— Capítulo veinticuatro Aunque ya he hecho numerosísimas descripciones de mi padre en los más variados estados de ánimo y actitudes,—ni una sola de ellas, ni el conjunto de todas, puede servir de ayuda al lector a la hora de intentar imaginar anticipadamente sus reacciones (de pensamiento, palabra u obra) ante cualquier eventualidad o circunstancia inédita de la vida.—Sus peculiaridades, y en consecuencia los mangos por los que podía asir un determinado acontecimiento, eran incontables: —hasta el extremo, señor, de que todo cálculo sería en vano. —Lo cierto era que los caminos que él recorría se hallaban tan alejados de la ruta por la que la mayoría de los hombres viaja——que cada objeto de su mirada le ofrecía una cara y un aspecto enteramente distintos del plano y la elevación que de dicho objeto veía el resto de la humanidad.—En otras palabras, se trataba de un objeto diferente,——y en consecuencia la manera de considerarlo también lo era. Esta es la auténtica razón por la que mi querida Jenny y yo, al igual que las demás personas del mundo, tenemos esas continuas e interminables discusiones acerca de nada.—Ella mira su exterior;—yo, su interior.—Y así, ¿cómo es posible que lleguemos a ponernos de acuerdo respecto a su valor? Capítulo veinticinco La cuestión está fuera de toda duda,—y solamente la traigo a colación para consuelo de Confucio(74), que siempre está expuesto a enredarse, hasta contando la historia más sencilla que se pueda imaginar:—un autor, con tal de que no pierda el hilo de su narración,—puede ir hacia adelante y hacia atrás según su deseo—sin que ello haya de constituir necesariamente digresión. Una vez sentada esta premisa, voy a beneficiarme en persona del derecho y del acto de volver atrás. Capítulo veintiséis Ni los demonios que caben en cincuenta mil cuévanos—(demonios de los de Rabelais,—no de los del arzobispo de Benevento)[76] podrían haber emitido un chillido tan demoniaco en el momento de cortarles la cola a la altura de la rabadilla como el que yo emití—cuando me sobrevino el accidente: hizo que al instante mi madre se precipitara hacia la habitación,—de modo que Susannah tuvo el tiempo justo para emprender la huida por las escaleras traseras mientras mi madre subía por las delanteras. Bien: aunque ya era lo bastante mayor para haber contado yo mismo la historia,—y lo bastante pequeño, espero, para haberlo hecho sin malignidad, Susannah, no obstante, al pasar junto a la cocina y por temor a los malentendidos, se la comunicó resumida a la cocinera;—la cocinera se la contó, añadiéndole algún comentario de su propia cosecha, a Jonathan, y Jonathan a Obadiah; de modo que para cuando mi padre hubo hecho sonar la campanilla media docena de veces con el fin de enterarse de lo que ocurría en el piso de arriba; —Obadiah estaba ya en perfectas condiciones para hacerle un minucioso relato del accidente tal y como se había producido.——No esperaba menos, dijo mi padre arremangándose los faldones del camisón;—y de esta guisa se fue escaleras arriba sin añadir nada más. Esto le haría a uno pensar—(aunque yo, por mi parte, lo pongo bastante en duda)—que mi padre había escrito ya, antes de que sucediera nada de todo esto, ese notable capítulo de la Tristra-paedia que en mi opinión es el más original y divertido de todo el libro,—y que no es otro que el Capítulo sobre las ventanas de guillotina, cuyo final consiste en una severa filípica contra la negligencia de las doncellas.—Y sin embargo, tengo dos razones para pensar que no era así. Primera: si mi padre hubiera tomado este asunto en consideración con anterioridad a que el incidente tuviera lugar, es indudable que habría condenado la ventana de guillotina sin la menor vacilación;—cosa que, teniendo en cuenta la dificultad con que escribía su obra,—le habría costado diez veces menos quebraderos de cabeza que la redacción del capítulo: ya preveo que este argumento bastaría para demostrar que no escribió el capítulo ni tan siquiera después del accidente; pero lo convierte en algo enteramente superfluo la segunda razón, que tengo el honor de ofrecer al mundo en apoyo de mi tesis, a saber: que mi padre no escribió su capítulo sobre las ventanas de guillotina y los orinales cuando se supone que lo hizo.—La segunda razón es la siguiente: —Que a fin de completar la Tristra-paedia,—yo mismo escribí el capítulo. Capítulo veintisiete Mi padre se puso los anteojos,—miró,—se los quitó, —los metió en su estuche,—todo ello en menos de un minuto reglamentario; y sin decir palabra, dio media vuelta y se precipitó escaleras abajo: mi madre se imaginó que habría bajado en busca de lino y basilicón; pero al verle regresar con un par de infolios bajo el brazo y Obadiah pisándole los talones con un enorme pupitre a cuestas, dio por descontado que de lo que se trataba era de consultar un herbario, y consecuentemente arrimó una silla a la cama para que pudiera investigar sobre el caso con mayor comodidad. ——Si tan sólo hubiera quedado como es debido——, dijo mi padre al tiempo que pasaba las hojas de la Sección—de sede vel subjecto circumcisionis:—pues se había subido el de Legibus Hebraeorum Ritualibus, de Spencer,—y el Maimónides——a fin de confrontarlos conmigo y examinarnos a todos[77].—— ——Si tan sólo hubiera quedado como es debido——, dijo.——¡Pero dinos al menos, exclamó mi madre interrumpiéndole, qué hierbas hacen falta!——Para eso, le respondió mi padre, manda a buscar al doctor Slop. Mi madre desapareció escaleras abajo y mi padre reanudó su lectura de la sección de la siguiente manera: * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * —— Muy bien,—dijo mi padre, * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * — ¡No sólo eso, sino que además tiene esta otra ventaja!—Y así, sin siquiera pararse un momento a reflexionar sobre si fueron los judíos los que lo tomaron de los egipcios o los egipcios de los judíos[78],—se puso en pie y, tras frotarse la frente dos o tres veces con la palma de la mano como cuando nos sacamos de encima las huellas de la preocupación al comprobar que el mal ha pasado por nosotros con mayor benevolencia de la que presentíamos,—cerró el libro y se fue escaleras abajo.———¡Caramba!, dijo, y a cada peldaño que pisaba mencionaba el nombre de una gran nación diferente.——Si los EGIPCIOS,——los SIRIOS,——los FENICIOS,——los ÁRABES,——los CAPADOCIOS,——si los CÓLQUIDOS y los TROGLODITAS lo hacían; ——si SOLÓN y PITÁGORAS se sometieron a ello[79],——¿por qué no TRISTRAM?——¿Y quién soy yo para enfadarme o afligirme, ni por un solo instante, a causa de una cuestión así? Capítulo veintiocho —Querido Yorick, le dijo mi padre sonriendo (pues Yorick había roto filas con mi tío Toby al pasar por la estrechísima entrada——y en consecuencia había sido el primero en irrumpir en el salón),—parece que este Tristram nuestro atraviesa todos sus ritos religiosos con gran aparato y dificultad.——Jamás hijo alguno de judío, cristiano, turco o infiel se vio iniciado en ellos de una manera tan rebuscada y chapucera al mismo tiempo.——Pero no le habrá ocurrido nada malo, ¿verdad?, dijo Yorick.——Sin ningún género de dudas, prosiguió mi padre, algo tuvieron que ver el demonio y su cortejo en una u otra parte de la eclíptica—justo en el instante de ser engendrado este vástago mío.——Acerca de eso, respondió Yorick, usted tiene más elementos de juicio que yo.——Los astrólogos, dijo mi padre, lo saben mejor que ninguno de nosotros dos:—los aspectos trino y sextil se produjeron oblicua o torcidamente,—o bien los contrarios de sus ascendientes no acertaron a dar en el blanco que debían,—o acaso los señores de los horóscopos (como los astrólogos los llaman) estaban jugando al escondite,—o algo iba mal allá arriba, o aquí abajo entre nosotros[80]. —Es posible, contestó Yorick.——Pero, ¿y el niño?, exclamó mi tío Toby: ¿le ha sucedido algo malo?——Los trogloditas dicen que no, respondió mi padre; y en cuanto a sus queridos teólogos, Yorick, nos dicen al respecto———¿Teológicamente?, dijo Yorick;—¿o bien hablan como boticarios(81),—hombres de estado(82),—o lavanderas(83)? ——No estoy seguro, respondió mi padre,—pero nos dicen, hermano Toby, que gracias a ello el niño está ahora mejor que antes.——Siempre y cuando, dijo Yorick, se lo lleve usted a Egipto.——De eso, contestó mi padre, también saldrá beneficiado cuando vea las Pirámides.—— —Bueno, dijo mi tío Toby: todas y cada una de las palabras que estáis diciendo son como árabe para mí.——Ojalá, dijo Yorick, lo fueran para medio mundo. ——ILO(85), prosiguió mi padre, circuncidó a todo su ejército en una mañana.——¿Sin previo consejo de guerra?, exclamó mi tío Toby.——Aunque, por cierto, continuó mi padre haciendo caso omiso de la observación de mi tío Toby y volviéndose hacia Yorick,—los eruditos se encuentran todavía muy divididos con respecto a la verdadera identidad de Ilo:—unos dicen que era Saturno;—otros, que era el Ser Supremo;—otros, que simplemente era un brigadier a las órdenes del faraón Neco[87].——Fuera quien fuese, dijo mi tío Toby, lo que no sé es según qué artículo militar pudo justificar su acción. —Los controversistas, contestó mi padre, señalan veintidós razones diferentes para ello;—otros, sin embargo, esgrimiendo sus plumas desde el lado contrario de la cuestión, han mostrado al mundo la futilidad de la mayor parte de ellas.—Pero a continuación nuestros mejores teólogos polemistas———Ojalá no hubiera un solo teólogo polemista, dijo Yorick, en todo el reino;—una onza de teología práctica—vale, que ni pintado, por un cargamento entero de las mercancías que sus reverencias han estado importando a lo largo de los últimos cincuenta años.——Por favor, Mr Yorick, dígame, dijo mi tío Toby:—¿qué es un teólogo polemista?——Capitán Shandy, respondió Yorick, la mejor descripción que de una pareja de ellos jamás he leído es la narración de la batalla que mano a mano libraron Gimnasta y el Capitán Tripet y que llevo aquí, en el bolsillo.——Me gustaría muchísimo oírla, dijo mi tío Toby con gran fervor.——Pues la oirá usted, dijo Yorick.——Y ya que el cabo está aguardándome detrás de la puerta,—y sé muy bien que la descripción de una batalla le sentará al pobre hombre mejor que su propia cena,—te ruego, hermano, que le concedas permiso para entrar.——De todo corazón, dijo mi padre.—Trim entró, erguido y feliz como un emperador; y una vez la puerta cerrada, Yorick se sacó un libro del bolsillo derecho de su casaca y leyó, o simuló leer, lo que viene a continuación: Capítulo veintinueve —‘ ——y habiendo oído estas palabras todos los soldados que estaban allí, varios de ellos, aterrorizados en su fuero interno, se echaron hacia atrás y le hicieron sitio al agresor: todo esto lo observó y consideró Gimnasta sin perder detalle; y entonces, haciendo como que desmontaba de su caballo, y cuando todavía estaba balanceándose, apoyado en el lado de la cabalgadura por el que se suele montar, con increíble agilidad (y con su espada corta pegada al muslo) invirtió la posición de sus pies (colocando sobre el estribo el que tenía suspendido) y ejecutó el salto del ación de la siguiente manera: primero inclinó el cuerpo entero hacia abajo, y a continuación, sin mediar ni un segundo entre los dos movimientos, de un brinco salió disparado por los aires para caer en posición vertical sobre la silla, con los pies juntos y de espaldas a la cabeza del caballo.——¡Ahora (dijo) mi caso va a hallar solución! Y súbitamente, sin cambiar de postura, dio una nueva pirueta sobre un solo pie y, girando hacia la izquierda, no acertó a darse completamente la vuelta para quedar, como era su intención, exactamente en la misma posición que al principio.——¡Ja!, dijo Tripet, ¡eso no lo haré yo a estas horas,—y menos aún sin motivo! —Está bien, dijo Gimnasta, he fallado;—pero voy a desfacer el salto. Y entonces, con fuerza y agilidad extraordinarias, girando hacia la derecha, hizo otra pirueta como la anterior; una vez efectuada la cual, apoyó el pulgar de la mano derecha sobre el arzón de la silla, se elevó en el aire y se sostuvo allí, todo el peso del cuerpo equilibrado y aguantado por los nervios y músculos del susodicho pulgar, para a continuación (y de esta guisa) dar tres vueltas sobre sí mismo. A la cuarta, hizo que su cuerpo cambiara totalmente de sentido: se puso cabeza abajo y del revés, y, sin apoyarse en nada, se colocó entre las dos orejas del caballo; finalmente, con un movimiento oscilatorio de todo el cuerpo, fue a posarse, sentado, sobre la grupa,——’ (—Eso no es combatir, dijo mi tío Toby.—El cabo movió la cabeza de un lado a otro en gesto desaprobatorio.——Tengan ustedes paciencia, les dijo Yorick.—) —‘Entonces (Tripet) pasó la pierna derecha por encima de la silla de su caballo y se colocó en croup[88].——Pero, dijo, mejor será que me siente sobre la silla. Entonces, apoyando los pulgares de ambas manos sobre la grupa, ante sí, y valiéndose de ellos tan sólo para descargar todo el peso del cuerpo, se elevó por el aire con los pies en alto y al instante se encontró perfectamente sentado entre los dos arzones de la silla; y a continuación, finalmente, voló por los aires en un salto mortal, se puso a girar sobre sí mismo como un molino de viento, y ejecutó más de cien piruetas, volatines y volteretas’[89].——¡Gran Dios!, exclamó Trim perdiendo del todo la paciencia;—¡un buen golpe de bayoneta vale por todo eso!——Soy de la misma opinión, respondió Yorick. —Pues yo soy de la opinión contraria, dijo mi padre. Capítulo treinta ——No,—me temo que no he avanzado nada, respondió mi padre contestando a una pregunta que Yorick se había tomado la libertad de hacerle;—aún no he dicho nada en la Tristra-paedia que no sea tan evidente como cualquiera de las proposiciones de Euclides.—Trim, alcánzame ese cuaderno que está en el escritorio:—a menudo he pensado, prosiguió mi padre, leérselo a ustedes dos, Yorick y mi hermano Toby, y creo que ha sido una falta de atención por mi parte no haberlo hecho hace ya tiempo.—¿Les parece que leamos ahora uno o dos capítulos breves,—y más adelante uno o dos capítulos más, según se nos vayan presentando las ocasiones, y seguir así hasta que lo hayamos terminado? Mi tío Toby y Yorick se inclinaron cortésmente, y el cabo, aunque no estaba incluido en el cumplido, se llevó una mano al pecho y, al mismo tiempo que ellos, hizo una reverencia.—La compañía sonrió. —Trim, dijo mi padre, se ha ganado enteramente el no quedarse fuera de la diversión.——No pareció disfrutar con la obra, repuso Yorick.——Con el permiso de su reverencia, era una idiotez de batalla esa del capitán Tripet y el otro oficial, haciendo tantos saltos mortales a medida que avanzaban;—los franceses se acercaban brincando así de vez en cuando,—pero no llegaban a tales extremos. Mi tío Toby nunca tuvo conciencia de su existencia con mayor complacencia de la que en aquel instante le proporcionaron sus propias reflexiones y las del cabo;—encendió su pipa,—Yorick arrimó su silla a la mesa, Trim despabiló la vela,—mi padre avivó el fuego,—cogió el cuaderno,—tosió dos veces y comenzó. Capítulo treinta y uno —Las primeras treinta páginas, dijo mi padre pasando las hojas,—son un poco áridas; y como no guardan excesiva relación con el tema de la obra,—nos las saltaremos de momento: constituyen una introducción a modo de prefacio, continuó mi padre, o un prefacio a modo de introducción (pues no estoy muy seguro de cómo llamarlo) acerca del gobierno político o civil; y fue el hecho de que se pusieran sus primeros cimientos con la originaria unión entre varón y hembra para procreación de la especie——lo que, sin yo advertirlo, me hizo adentrarme en ello.——Era natural, dijo Yorick. —Estoy convencido de que el prototipo de toda sociedad, prosiguió mi padre, es como nos dice Poliziaño, i.e., meramente conyugal[90]; y que no consistió más que en el enlace de un hombre y una mujer;—a los que (según Hesiodo) el filósofo añade un siervo;—pero suponiendo que en el comienzo de todo no existieran nombres nacidos siervos,—establece los primeros cimientos de la sociedad en un hombre, —una mujer— y un toro.——Me parece que es un buey, dijo Yorick citando el pasaje (????? µ?? p??t?sta, ?u?a?x?? te, ß??? t ???t??a.)[91]. Un toro debía de dar más quebraderos de cabeza de los que la suya valía.——Pero todavía hay una razón más convincente, dijo mi padre (mojando su pluma en la tinta), y es que, siendo el buey el animal más paciente de todos, y también el más útil a la hora de labrar la tierra y procurar el alimento,—era el instrumento (y también el emblema) más idóneo para la pareja recién formada que a la creación podría habérsele ocurrido adjudicarles.——Y aún hay una razón más poderosa que todas esas, añadió mi tío Toby, para que efectivamente se tratara de un buey.—Mi padre no se atrevió a sacar la pluma del tintero hasta haber oído la razón de mi tío Toby:——Porque cuando la tierra ya estuvo labrada, dijo mi tío Toby, y se hizo aconsejable y necesario cercarla, empezaron a resguardarla con muros y zanjas, y ese fue el origen de la fortificación.——Cierto, cierto, querido Toby, exclamó mi padre tachando el toro y poniendo el buey en su lugar. Mi padre le hizo a Trim una indicación con la cabeza para que despabilara la vela y reanudó su discurso. ——Abordo esta especulación, dijo mi padre despreocupadamente y entrecerrando el cuaderno al tiempo que proseguía,—simplemente para mostrar los cimientos de la relación natural entre un padre y su hijo, sobre el que el primero adquiere derecho y jurisdicción de las siguientes maneras:—— 1.º, por matrimonio. 2.º, por adopción. 3.º, por legitimación. Y 4.º, por procreación; todas las cuales las considero en su orden debido. —No dejaría yo de hacer hincapié en una de ellas, respondió Yorick;—en mi opinión esta ley, sobre todo en lo que se refiere a su último artículo, impone al hijo tan pocas obligaciones como confiérele poderes al padre.——Se equivoca usted,—dijo mi padre astutamente, y por la siguiente y sencilla razón: * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * —. ——Y admito, añadió mi padre, que por este motivo el vástago no está sometido en la misma medida a la autoridad y jurisdicción de la madre.——Pero la razón, replicó Yorick, es igualmente válida para ella.——No, porque ella misma está sometida a una autoridad, dijo mi padre;—y además, prosiguió al tiempo que aseveraba con la cabeza y se llevaba un dedo a una de las aletas de la nariz para exponer su nueva razón,—ella no es el agente principal, Yorick.——¿De qué?, dijo mi tío Toby dejando de fumar.——Aunque de todas formas, añadió mi padre (sin hacerle caso a mi tío Toby), ‘el hijo debe respetarla’, como puede usted leer extensa y ampliamente, Yorick, en el primer libro de las institutos de Justiniano, capítulo undécimo, sección décima.——Eso lo puedo leer también, respondió Yorick, en el Catecismo[92]. Capítulo treinta y dos —Trim se sabe de memoria, y es capaz de repetirlas, todas y cada una de sus palabras, dijo mi tío Toby.——¡Bah!, dijo mi padre, a quien no apetecía verse interrumpido por una recitación del Catecismo a cargo de Trim. —Por mi honor que es capaz de hacerlo, respondió mi tío Toby:—pregúntele usted lo que quiera, Mr Yorick.—— ——El quinto mandamiento, Trim,—dijo Yorick con voz indulgente y una leve indicación de la cabeza, como si se estuviera dirigiendo a un recatado catecúmeno. El cabo se quedó callado sin contestar.——No le pregunta usted bien, dijo mi tío Toby; y elevando la voz y con gran rapidez, como si se tratara de una orden, exclamó:—¡el quinto——!——Tengo que empezar desde el primero, con el permiso de usía, dijo el cabo.—— —Yorick no pudo reprimir una sonrisa.——Su reverencia no tiene en cuenta, dijo el cabo echándose su bastón al hombro como si fuera un mosquete y avanzando con paso de marcha militar hasta el centro de la habitación para ilustrar mejor su punto de vista,—que es exactamente lo mismo que hacer ejercicios de instrucción:—— —‘¡Mano derecha al arma!’, gritó el cabo dando la voz de mando y ejecutando el movimiento simultáneamente.—— —‘¡Arma en alto!’, gritó el cabo desempeñando a un mismo tiempo los papeles de ayudante y de soldado raso. —‘¡Descansen armas!’;—con el permiso de su reverencia, ya ve usted que un movimiento conduce al siguiente.—Si usía tuviera la bondad de empezar por el primero—— —¡EL PRIMERO!,—gritó mi tío Toby llevándose una mano a la cadera.—— * * * * * * * * * * * * * * —¡EL SEGUNDO!,—gritó mi tío Toby blandiendo su pipa de tabaco como habría blandido su sable al frente de un regimiento.—El cabo recorrió su manual con exactitud; y una vez honrados su padre y su madre, hizo una profundísima reverencia y se retiró a un extremo de la habitación. —Todo en este mundo, dijo mi padre, tiene su parte de diversión,—y de ingenio, y de instrucción también,—con tal de que sepamos encontrárselas. ——He aquí el andamiaje de la INSTRUCCIÓN, pura locura y tontería si no está el EDIFICIO para respaldarlo. ——He aquí el espejo en que los pedagogos, los preceptores, los tutores[93], los ayos, los machaca-gerundios y los guías universitarios pueden contemplarse en sus verdaderas dimensiones.—— —¡Oh, Yorick! ¡A medida que el conocimiento crece, lo hacen también la cascara y la concha que hay a su alrededor! ¡Y estos hombres sin talento no saben cómo despojarlo de ellas! ——LAS CIENCIAS PUEDEN APRENDERSE DE MEMORIA, PERO LA SABIDURÍA NO. Yorick pensó que mi padre estaba inspirado.——En este mismo instante me comprometo, dijo mi padre, a destinar el legado entero de mi tía Dinah a obras de caridad (de las que, dicho sea de paso, mi padre no tenía una opinión muy elevada) si el cabo alberga en su cabeza una sola idea concreta——asociada a cualquiera de las palabras que acaba de repetir.—A ver, Trim, le dijo mi padre encarándose con él,—¿qué entiendes tú por ‘honrar a tu padre y a tu madre’? —Pasarles parte de mi paga cuando sean viejos: con el permiso de usía, tres medios peniques al día[94].——¿Y tú lo has hecho así, Trim?, dijo Yorick.——Ya lo creo que lo ha hecho, respondió mi tío Toby.——En ese caso, Trim, dijo Yorick levantándose de un salto de su asiento y estrechándole la mano al cabo;—en ese caso eres el mejor exégeta de esa parte del Decálogo que conozco; y por ello te respeto más, cabo Trim, que si hubieras colaborado en la redacción del mismísimo Talmud. Capítulo treinta y tres —¡Oh, salud bendita!, exclamó mi padre exclamativamente al tiempo que pasaba las hojas en busca del capítulo siguiente:——¡estás por encima de todos los tesoros y oro del mundo! ¡Eres tú quien engrandece el alma—y quien abre sus compuertas para que pueda recibir su instrucción y gozar de la virtud!——¡Al que te posee poco le queda ya por desear!—¡Y al que tiene la suprema desgracia de que le faltes tú,—también, contigo, le falta todo lo demás! —He resumido en muy poco espacio, dijo mi padre, cuanto puede decirse acerca de tan importante tema, de modo que esta vez podemos leer el capítulo íntegro. Mi padre leyó lo siguiente: —‘El secreto de la salud reside en la debida y equilibrada lucha por el poder entre el calor radical y el húmedo radical, y por ello——’[95] —Supongo que tal cosa la habrá probado usted más arriba, dijo Yorick. —Suficientemente, respondió mi padre. Al decir esto, mi padre cerró el cuaderno;—no como si hubiera decidido no leer ya más de él, pues dejó metido el dedo índice a modo de señal;—y tampoco con aspereza, —pues lo cerró lentamente; y una vez que lo hubo hecho, apoyó el pulgar sobre la parte superior de la cubierta y sujetó la parte inferior con los tres dedos restantes sin el menor atisbo de violencia. —He demostrado de manera harto suficiente que tal cosa es cierta, dijo mi padre haciéndole una señal de aseverativo asentimiento a Yorick, en el capítulo precedente. Bien: si a un hombre de la luna se le pudiera decir que un hombre de la tierra había escrito un capítulo en el que demostraba suficientemente que el secreto de la salud residía en la debida y equilibrada lucha por el poder entre el calor radical y el húmedo radical,—y que además había tratado tan bien la cuestión que se las había arreglado para que en todo el capítulo no hubiera una sola palabra, mojada o seca, sobre el calor radical ni sobre el húmedo radical,—ni tampoco una sola sílaba a favor o en contra, directa o indirecta, sobre la lucha que estas dos fuerzas sostienen en todas y cada una de las partes de la economía animal—— ‘¡Oh, tú, creador eterno de todos los seres!’,—exclamaría dándose un golpe en el pecho con la mano derecha (en el caso de que tuviera manos);—’ ¡Tú, cuyo poder y bondad pueden engrandecer las facultades de Tus criaturas hasta este infinito grado de excelencia y perfección!—¿Y qué es lo que los SELENITAS hemos hecho?’ Capítulo treinta y cuatro Mi padre llevaba a cabo su demostración mediante dos andanadas, la una dirigida a Hipócrates, la otra a Lord Verulam[96]. El golpe que le propinaba al príncipe de los médicos, por quien empezaba, no consistía más que en un breve ataque a su melancólica queja de que Ars longa—y Vita brevis[97].———¡La vida corta, exclamó mi padre,——y el arte de curar tedioso! ¿Y a quién hemos de agradecer que ambas cosas, la una y la otra, sean así sino a la ignorancia de los propios curanderos—y a esos escenarios cargados de panaceas químicas y armatostes peripatéticos con los que ellos, en todos los tiempos, primero han halagado al mundo haciéndole concebir esperanzas para al final desengañarlo? ——¡Oh, milord Verulam!, exclamó mi padre pasando de Hipócrates a él y lanzándole su segunda andanada en tanto que principal vendedor de panaceas y ejemplo más idóneo de entre todos ellos;—¿qué te diré a ti, mi gran Lord Verulam? ¿Qué le diré a tu espíritu interior,—a tu opio,—a tu salitre?—¿Qué a tus ungüentos grasos,—a tus purgas diarias,—a tus clisteres nocturnos y a tus sucedáneos? —Mi padre no tenía nunca el problema de no saber qué decirle a un hombre sobre un tema determinado (independientemente de cuáles fueran el hombre y el tema), y era la persona que menos precisaba de exordios de todo el globo: cómo manejó las opiniones de su señoría,—eso ya lo verán ustedes;—aunque cuándo,—eso es algo que todavía ignoro: —primero hemos de ver cuáles eran las opiniones de su señoría. Capítulo treinta y cinco ‘Las dos grandes causas que entre sí conspiran para acortar la vida’, dice Lord Verulam ‘son: en primer lugar—— ‘El espíritu interior, que, como una suave llama, va consumiendo el cuerpo hasta la muerte.—Y, en segundo, el aire exterior, que lo ya abrasando hasta reducirlo a cenizas. —Estos dos enemigos atacan a nuestro cuerpo por ambos flancos y acaban por destruir nuestros órganos y dejarlos inservibles para el desempeño de las funciones vitales’[98]. Siendo éste el caso, el camino para alcanzar la Longevidad estaba bien claro: no hacía falta, dice su señoría, más que reponer los gastos y el consumo efectuados por el espíritu interior——haciendo su sustancia más espesa y densa mediante, por un lado, el uso regular de opiatas, y, por otro, la refrigeración del calor emanante de ella, cosa que podía lograrse merced a la ingestión de tres granos y medio de salitre todas las mañanas antes de levantarse.—— Sin embargo, nuestra constitución todavía quedaba expuesta a las hostiles acometidas del aire exterior;—de éstas se la preservaba mediante la utilización de ungüentos grasos, que saturaban los poros de la piel de una manera tan cabal que ni una sola partícula quedaba capacitada para entrar——ni salir.—Esto detenía e impedía toda transpiración, sensible e insensible, cosa que, al ser causa de numerosas indisposiciones de carácter maligno,—hacía precisa la aplicación de clisteres para disipar los humores sobrantes——y completar el ciclo entero. Lo que mi padre tenía que decirles a las opiatas, al salitre, a los ungüentos grasos y a los clisteres de milord de Verulam,—ya lo leerán ustedes;—pero no hoy,—ni mañana: el tiempo apremia,—el lector se me está impacientando—y debo seguir adelante.—Podrán leer el capítulo con toda tranquilidad (si así lo desean) en cuanto la Tristra-paedia se publique.—— De momento, baste con decir que mi padre echó por tierra la teoría, y que, al hacerlo, como muy bien saben los ilustrados, edificó y estableció la suya propia.—— Capítulo treinta y seis —El secreto de la salud, dijo mi padre iniciando la frase de nuevo desde el principio, reside evidentemente en la debida y equilibrada lucha que en nuestro interior se libra entre el calor radical y el húmedo radical,—y por ello habría bastado para mantenerla en su punto el menor conocimiento de tipo práctico imaginable——de no haber sido por la confusión creada por los escolásticos respecto a dicha tarea, confusión que consistió simplemente (como el famoso químico Van Helmont ha probado)[99] en tomar el húmedo radical por el sebo y la grasa de los cuerpos animales. —Porque el húmedo radical no es ni el sebo ni la grasa de los animales, sino una sustancia oleaginosa y balsámica; la grasa y el sebo, al igual que la flema o sustancias acuosas, son fríos; mientras que las sustancias oleaginosas y balsámicas son de un espíritu y de un calor muy vivos, lo cual explica la observación de Aristóteles de que ‘Quod omne animal post coitum est triste’[100]. —Bien: de que el calor radical habita y es capaz de vivir en el húmedo radical no cabe duda, pero si la cosa es vice versa es algo aún muy azaroso; sin embargo, cuando el uno funciona mal o entra en declive, el otro también lo hace; y entonces se produce:——o bien un calor antinatural, que provoca una sequedad antinatural,——o bien una humedad antinatural, que provoca las hidropesías.——De manera que si a un niño se le puede ir enseñando, según va creciendo, a evitar el contacto prolongado con el fuego y el agua (habida cuenta de que ambos le amenazan de muerte),—se habrá hecho cuanto es preciso en lo que se refiere a este tema.—— Capítulo treinta y siete La descripción del mismísimo sitio de Jericó no podría haber absorbido la atención de mi tío Toby con tanta fuerza como el capítulo anterior;—a lo largo de toda su lectura mantuvo los ojos fijos en mi padre;—cada vez que éste hacía mención del calor radical y del húmedo radical, mi tío Toby se sacaba la pipa de la boca y sacudía negativamente la cabeza; y en cuanto el capítulo hubo finalizado, le hizo una seña al cabo para que se acercara a donde él estaba y le preguntó lo siguiente——en un aparte:——* * * * * * * * * * * * * . —Fue en el asedio de Limerick, con el permiso de usía, le contestó el cabo con una reverencia[101]. —Este pobre hombre y yo, dijo mi tío Toby dirigiéndose a mi padre, a duras penas logramos salir arrastrándonos de nuestras tiendas cuando se levantó el sitio de Limerick ——precisamente por el motivo que tú acabas de mencionar.— —¿Qué podrá habérsete metido ahora en esa preciosa mollera que tienes, querido hermano Toby?, exclamó mi padre para sus adentros.—¡Por todos los cielos!, añadió hablando todavía consigo mismo: ¡Edipo en persona se habría armado un buen lío tratando de averiguarlo!—— —Con el permiso de usía, dijo el cabo, creo que de no haber sido por la gran cantidad de aguardiente al que prendíamos fuego todas las noches, y por el clarete y la canela con que yo le rociaba a usía———Y la ginebra, Trim, agregó mi tío Toby, que era lo que más bien nos hacía.———creo sinceramente, prosiguió el cabo, que los dos, con el permiso de usía, nos habríamos dejado la vida en las trincheras y que en ellas nos habrían enterrado.——¡La más noble tumba, cabo, exclamó mi tío Toby con los ojos brillantes, que un soldado podría desear!——¡Pero también una muerte desconsoladora, con el permiso de usía!, respondió el cabo. Tan árabe le resultaba todo esto a mi padre como antes se lo habían parecido a mi tío Toby los ritos de los cólquidos y los trogloditas; mi padre no estaba muy seguro de si debía fruncir el ceño o sonreír.—— Mi tío Toby, volviéndose hacia Yorick, puso al instante fin a la indecisión de mi padre——al reanudar la narración del sitio de Limerick de manera más inteligible de como había comenzado. Capítulo treinta y ocho —Indudablemente, dijo mi tío Toby, fue una gran suerte para el cabo y para mí que los veinticinco días durante los que la disentería se adueñó del campamento los pasáramos con una fiebre ardiente acompañada de una sed feroz; de no haber sido así, lo que mi hermano llama el húmedo radical habría, en mi opinión, acabado indefectiblemente con nosotros.—Mi padre se llenó los pulmones de aire y, mirando hacia el techo, lo expulsó de nuevo con tanta lentitud como le fue posible.—— ———Fue la infinita piedad del cielo, prosiguió mi tío Toby, la que hizo que al cabo se le ocurriera la idea de mantener esa debida y equilibrada lucha entre el calor radical y el húmedo radical a base de reforzar la fiebre con vino caliente y especias, cosa que no cesó de hacer durante todo el tiempo; de este modo el cabo (por así decir) conservó la lumbre perpetuamente encendida, de manera que el calor radical se mantuvo firme en su sitio, sin ceder un palmo de terreno, desde el principio hasta el fin, y fue un dignísimo contrincante de la humedad, terrible como ésta era.—A fe mía que podrías haber oído la lucha en el interior de nuestros cuerpos, hermano Shandy, añadió mi tío Toby, a veinte toesas de distancia.——Cuando los disparos no se oyeran, supongo, dijo Yorick. —Pues bien,—dijo mi padre aspirando profundamente y haciendo una pausa tras estas dos palabras,—si yo fuera juez y las leyes de mi país me lo permitieran, no condenaría a ninguno de los peores malhechores a menos que los que pertenecieran al clero hubieran sido antes————————————————————————————Yorick, previendo como lo más probable que la frase terminara de forma implacable, le puso una mano en el pecho a mi padre y le rogó que la aplazara durante unos minutos, hasta que él le hubiera hecho al cabo una pregunta.——Por favor, Trim, le dijo Yorick sin esperar el consentimiento de mi padre,—dinos sinceramente:—¿cuál es tu opinión sobre el calor radical y el húmedo radical de que hemos estado hablando? —Con humilde sumisión a la opinión más calificada de usía, dijo el cabo haciéndole una reverencia a mi tío Toby.——Di cuál es tu opinión con entera libertad, cabo, le dijo mi tío Toby;—este pobre hombre es mi criado,—no mi esclavo—agregó volviéndose hacia mi padre.—— El cabo se colocó el sombrero bajo el brazo izquierdo y, con el bastón colgándole de la muñeca por una correa negra que terminaba en una borla, avanzó hasta el punto en que con anterioridad había recitado su catecismo; entonces se pasó el pulgar y los demás dedos por la quijada, antes de pronunciar palabra alguna,—y expuso su parecer de la siguiente forma: Capítulo treinta y nueve Justo cuando el cabo carraspeaba, dispuesto ya a empezar,——entró el doctor Slop anadeando.—Esto carece enteramente de importancia:—el cabo proseguirá en el próximo capítulo, llegue quien llegue, entre quien entre.—— —Y bien, mi buen doctor, exclamó mi padre festivamente (pues sus cambios de humor eran inexplicablemente repentinos),—¿qué tiene que decir mi pequeño cachorro de todo el asunto?—— Si mi padre hubiera estado interesándose por el rabo amputado de un verdadero cachorro,—no podría haber hablado con un aire más desenfadado. El sistema que el doctor Slop había desplegado para tratar el accidente no admitía en modo alguno indagaciones en semejante tono.—El doctor tomó asiento. —Dígame, señor, dijo mi tío Toby de una manera que no podía dejar de obtener respuesta,—¿en qué estado se encuentra el muchacho?——La cosa quedará en fimosis, contestó el doctor Slop. —Sigo sabiendo tanto como antes, dijo mi tío Toby——volviéndose a meter la pipa en la boca.——Pues entonces, dijo mi padre, dejemos que el cabo prosiga con su exposición médica.—El cabo le dedicó una reverencia a su viejo amigo el doctor Slop y a continuación emitió su parecer sobre el calor radical y el húmedo radical en los siguientes términos: Capítulo cuarenta —La ciudad de Limerick, a la que se puso sitio bajo las órdenes de su majestad el rey William en persona el año siguiente al de mi alistamiento en el ejército,—se encuentra, con el permiso de usías, en medio de una región endiabladamente húmeda y pantanosa.——El Shannon, dijo mi tío Toby, la circunda por completo y es, por su emplazamiento, una de las plazas fuertes más sólidas de Irlanda[102].—— —Me parece que nos hallamos ante una nueva forma, dijo el doctor Slop, de iniciar una exposición médica.——Es muy verdad, contestó Trim.——Pues me gustaría que la facultad adoptara el modelo, dijo Yorick.——Con el permiso de su reverencia, dijo el cabo, la región está atravesada de punta a punta por canales de desagüe y charcos cenagosos; y durante el asedio cayó además tal cantidad de lluvia que aquello parecía enteramente un lodazal;—fue eso, y no otra cosa, lo que provocó la disentería y lo que pudo haber acabado con usía y conmigo; al cabo de los diez primeros días, prosiguió Trim, los soldados ya no podían acostarse secos en sus tiendas sin antes haber cavado una zanja alrededor para evacuar el agua;—pero ni eso bastaba, y los que, como usía, podían permitírselo, se veían obligados todas las noches a prenderle fuego a una palangana de peltre llena de aguardiente, que se llevaba la humedad del aire y dejaba el interior de la tienda tan caliente como una estufa.—— —¿Y qué conclusión sacas, cabo Trim, exclamó mi padre, de todas esas premisas? —Infiero, con el permiso de su señoría, respondió Trim, que el húmedo radical no es otra cosa que el agua de las zanjas,—y que el calor radical, que sólo existe para los que se lo pueden costear, es el aguardiente quemado;—el calor y el húmedo radicales de un soldado raso no son, con el permiso de usías, más que el agua de las zanjas——y un trago de ginebra;—pero dennos la cantidad suficiente y una pipa de tabaco para infundir ánimos y disipar los vapores,—y no sabremos lo que es tenerle miedo a la muerte. —Capitán Shandy, dijo el doctor Slop, me hallo verdaderamente indeciso a la hora de determinar en qué rama del saber destaca más su criado, si en fisiología o teología.—Slop no había olvidado los comentarios de Trim sobre el sermón.—— —Tan sólo hace una hora, respondió Yorick, que el cabo se examinó de lo segundo, y pasó revista con una mención de honor.—— —El calor y el húmedo radicales, dijo el doctor Slop volviéndose hacia mi padre, deben ustedes saber que son la base y los cimientos de nuestro ser,—al igual que la raíz del árbol es la fuente y el principio de su vegetación.—Son inherentes al semen de todos los animales, y puede protegérselos de diversas maneras, pero principalmente, en mi opinión, por medio de consustanciales, imprimentes y ocluyentes[103].—Y lo que le pasa a este pobre hombre, continuó el doctor Slop señalando al cabo, es que ha tenido la desgracia de escuchar alguna disertación empírica y superficial sobre este bonito tema.——En efecto, la ha tenido,—dijo mi padre.——Es muy probable, dijo mi tío.——Yo tengo la certeza,—dijo Yorick.—— Capítulo cuarenta y uno El doctor Slop se vio obligado a salir para examinar una cataplasma que había ordenado preparar, y mi padre aprovechó la circunstancia para seguir con otro capítulo de la Tristra-paedia.—¡Vamos, vamos, muchachos, arriba esos ánimos! ¡Pronto os haré divisar tierra,——porque cuando hayamos logrado abrirnos paso a través de este capítulo,——ya no volveremos a ver ese cuaderno en lo que resta de año! ——¡Hurra!—— Capítulo cuarenta y dos ——Cinco años con un babero bajo la barbilla; —Cuatro años para ir del cristus a Malaquías[104]; —Año y medio para aprender a escribir el propio nombre; —Siete largos años o más para t?pt?-ar[105] en griego y latín; —Cuatro años con sus demostraciones y negaciones[106]: —¡la hermosa estatua encerrada todavía en el bloque de mármol sin esculpir,—y lo único que se ha hecho mientras tanto ha sido afilar y pulir las herramientas con que se la habrá de modelar!—¡Qué tardanza tan lamentable!—¿No estuvo el gran Julio Escalígero en un tris de no tener sus herramientas nunca a punto?——Ya había cumplido los cuarenta y cuatro antes de poder empezar a manejarse con el griego;—y Peter Damianus, el señor obispo de Ostia, llegó a la edad viril, como todo el mundo sabe, sin apenas saber leer.—Y el mismo Baldus, tan eminente como resultó ser después, tomó por primera vez contacto con el Derecho a una edad tan avanzada que todo el mundo imaginó que querría ser abogado en el más allá; no debe extrañarnos que Eudamidas, el hijo de Arquidamo, preguntara con gravedad, al oír a Jenócrates discutir sobre la sabiduría a los setenta y cinco años:—Si el viejo está todavía discutiendo e indagando en torno a la sabiduría,—¿cuánto tiempo le quedará para hacer uso de ella?[107] Yorick escuchaba a mi padre con gran atención; inexplicablemente mezclado con sus mayores extravagancias había un cierto regusto a sabiduría; y a veces, en medio de sus más oscuros eclipses, se producían tales iluminaciones que casi los compensaban.—No obstante, señor, sea usted prudente cuando le imite. —Estoy convencido, Yorick, prosiguió mi padre medio leyendo-medio disertando, de que existe un paso del noroeste para el mundo intelectual[108]; y de que el alma humana dispone de caminos más cortos para abastecernos de conocimientos e instrucción (y llegar finalmente a poner manos a la obra) de los que por lo general seguimos.——Pero, ¡ay!, no todos los campos tienen un río o un torrente que corra junto a ellos y los riegue:——no todos los hijos, Yorick, tienen un padre que les indique el atajo. ——Todo depende enteramente, añadió mi padre bajando la voz, de los verbos auxiliares, Mr Yorick. No podría Yorick haber parecido más sorprendido ——de haber pisado la serpiente de Virgilio[109].——También yo estoy sorprendido, exclamó mi padre al observarlo, —y considero que una de las mayores calamidades que jamás han acontecido a la república de las letras es el hecho de que aquellos a quienes la educación de nuestros hijos fue confiada, aquellos cuya tarea consistía en abrirles la mente para desde muy temprano llenársela de ideas que les pusieran en marcha la imaginación, hayan hecho tan poco uso de los verbos auxiliares al llevar a cabo esta tarea como en verdad han hecho.—Sólo podemos exceptuar a Raimundo Lulio y a Pelegrini el viejo[110], el segundo de los cuales llegó a adquirir con sus tópicos tal perfección en el uso de los mencionados verbos que en unas cuantas lecciones era capaz de enseñarle a un joven caballero a disertar plausiblemente sobre cualquier tema, a favor o en contra, y a decir y escribir cuanto sobre él pudiera decirse y escribirse, sin omitir una sola palabra, para admiración de todos los que lo contemplaran.——Me agradaría e interesaría mucho, dijo Yorick interrumpiendo a mi padre, llegar a comprender bien este asunto. —No faltaría más, dijo mi padre. —A lo más que una palabra aislada puede aspirar en sus ansias por mejorar es a convertirse en una metáfora elevada,—proceso en el cual, en mi opinión, por lo general la idea, lejos de llevar la mejor parte, lleva la peor;—pero, sea como fuere,—cuando la mente ha logrado la transformación, —puede decirse que se ha llegado a un final:—la mente y la idea quedan en paz——hasta que aparece una nueva idea,—y así sucesivamente. —Bien: el uso de los Auxiliares inmediatamente pone al espíritu a trabajar por sí solo sobre los materiales que le van llegando; y la versatilidad de esta gran máquina lo capacita para desenredar lo que está enredado,—para abrir a la investigación nuevos caminos—y para hacer que cada idea engendre a su vez millones de ellas. —Excita usted mi curiosidad en gran medida, dijo Yorick. —Por lo que a mí respecta, dijo mi tío Toby, yo ya he abandonado.——Con el permiso de usía, dijo el cabo, los daneses, que se hallaban a nuestra izquierda durante el asedio de Limerick, eran tropas auxiliares.——Y muy buenas, dijo mi tío Toby;—pero me parece, Trim, que los auxiliares de que está hablando mi hermano——son otra cosa muy distinta.—— ——¿De veras?, dijo mi padre levantándose. Capítulo cuarenta y tres Mi padre dio una sola vuelta por la habitación para a continuación volverse a sentar y terminar el capítulo: —Los verbos auxiliares que aquí nos interesan, prosiguió mi padre, son: soy; era; he; había; estoy; estaba; hago; hacía; padezco; debo; debería; quiero; querría; puedo; podría; tengo que; tendría que; suelo; y solía[111].—Se los puede hacer variar según los diferentes tiempos: presente, pasado, futuro, y conjugarlos con el verbo ver,—o se les pueden añadir interrogaciones:—¿Es? ¿Era? ¿Será? ¿Sería? ¿Puede ser? ¿Podría ser? Interrogaciones que pueden hacerse negativamente: ¿No es?¿No era? ¿No debería ser?—O la forma puede ser simplemente aseverativa:—Es; Era; Debería ser. O cronológica:—¿Ha sido siempre? ¿Últimamente? ¿Hace cuánto?—O hipotética:—¿Y si fuera? ¿Y si no fuera? ¿Qué pasaría?—¿Y si los franceses derrotaran a los ingleses? ¿Y si el sol se saliera del zodiaco? —Bien: gracias al uso y a la correcta aplicación de estos verbos, en los que la memoria del niño debería ser ejercitada, prosiguió mi padre, ni una sola idea, por muy estéril que sea, puede llegar a su cerebro sin que de ella puedan extraerse un montón de conceptos y de conclusiones.—¿Has visto alguna vez un oso blanco?, gritó mi padre volviendo la cabeza hacia Trim, que se hallaba, de pie, tras el respaldo de su silla.——No, con el permiso de usía, respondió el cabo.——Pero, ¿sabrías disertar acerca de uno, Trim, dijo mi padre, si te vieras obligado a ello?——¿Cómo podría hacerlo, hermano, dijo mi tío Toby, si el cabo no ha visto jamás ninguno?——Ese es el tipo de caso que me interesa, respondió mi padre;—porque la disertación podría ser entonces la siguiente: —¡UN OSO BLANCO! Muy bien. ¿He visto alguna vez uno? ¿Podría haber visto alguna vez uno? ¿Veré alguna vez uno? ¿Deberla haber visto alguno? ¿Podré ver alguna vez uno? —¡Querría haber visto alguna vez un oso blanco! (Porque, ¿cómo me lo puedo imaginar?) —Si viera un oso blanco, ¿qué debería decir? Si nunca he de ver un oso blanco, entonces, ¿qué? —Si nunca he visto, ni puedo ver, ni debo ver, ni veré un oso blanco vivo, ¿he visto, al menos, la piel de alguno? ¿He visto alguna vez uno pintado?—¿O descrito? ¿Nunca he soñado con ninguno? —Mi padre, mi madre, mi tío, mi tía, mis hermanos, mis hermanas, ¿han visto ellos alguna vez un oso blanco? ¿Qué darían por verlo? ¿Cómo se comportarían? ¿Cómo se habría comportado el oso blanco? ¿Es fiero? ¿O manso? ¿Es terrible? ¿Es áspero? ¿Es suave? ——¿Vale la pena ver el oso blanco?—— ——¿No es pecado verlo?—— —¿Vale más la pena que UNO NEGRO? FIN DEL QUINTO VOLUMEN VOLUMEN VI[1] Capítulo uno —No nos detendremos ni dos segundos, mi querido señor;—lo único es que, habiendo ya franqueado estos cinco volúmenes (siéntese usted, señor, siéntese encima del montón:—siempre será mejor que nada), podríamos echar una mirada atrás, hacia la región que acabamos de atravesar.—— —¡Qué lugar tan salvaje! ¡Y qué suerte que no nos hayamos perdido ninguno de los dos, y que tampoco nos hayan devorado las fieras que lo habitan! ¿A que no pensaba usted, señor, que en el mundo hubiera tantos asnos?[2] —¡Cómo nos miraron y repasaron[3] al atravesar el riachuelo que había en el fondo de aquel vallecito!—Y cuando ascendíamos por aquella colina y estábamos ya a punto de perdernos de vista,—¡buen Dios, de qué manera se pusieron a rebuznar todos juntos! ——¡Dime, pastor! ¿Quién está al cuidado de todos esos asnos? ——El cielo se ocupa de ellos.——¡Pero cómo! ¿Es que nuca los almohazan?—¿Es que no disponen de caballerizas donde pasar el invierno?—Rebuznad, rebuznad,—rebuznad. Seguid rebuznando,—el mundo está en gran deuda con vosotros;—hacedlo todavía más fuerte,—eso no es nada;—en verdad se os trata mal.—Yo declaro solemnemente que, si fuera asno, me pasaría el día entero, desde la mañana hasta la noche, rebuznando en Sol mayor[4]. Capítulo dos Tras hacer bailar al oso blanco hacia adelante y hacia atrás a lo largo de media docena de páginas, mi padre cerró el cuaderno definitivamente—y, con una especie de ademán triunfal, volvió a depositarlo en manos de Trim al tiempo que le hacía una indicación con la cabeza para que lo dejara de nuevo encima del escritorio, allí donde lo habla encontrado.——Haremos que Tristram, dijo, conjugue de esta manera todas y cada una de las palabras del diccionario: hacia adelante y hacia atrás;—ya ve usted, Yorick, que, de este modo, cada palabra queda convertida en una tesis o en una hipótesis;—cada tesis o hipótesis engendra una verdadera prole de proposiciones;—y cada proposición tiene sus propias consecuencias y conclusiones; cada una de las cuales, a su vez, conduce a la mente hacia otras sendas, llenas de nuevas dudas y pesquisas.—Es increíble la fuerza que tiene esta máquina, añadió mi padre, para abrirle la cabeza a un niño.——¿Para abrírsela, hermano Shandy?, exclamó mi tío Toby; me parece que se basta y se sobra para hacérsela añicos.—— —Presumo, dijo Yorick sonriendo,—que se debía a esta causa—(porque, digan lo que digan los lógicos, la mera utilización de las diez categorías[5] no explica el hecho suficientemente)—el que el famoso Vincent Quirino, entre las numerosas hazañas de su infancia (de las que el cardenal Bembo ha dejado al mundo una preciosa narración),—fuera capaz, cuando tan sólo tenía ocho años, de empalmar no menos de cuatro mil quinientas sesenta tesis diferentes sobre las más abstrusas cuestiones de la más abstrusa teología en las escuelas públicas de Roma;—así como de defenderlas y sostenerlas de tal forma que confundía y hacia enmudecer a sus oponentes.——¿Y qué es eso, exclamó mi padre, comparado con lo que se nos ha contado acerca de Alfonso Tostado, quien, estando casi en brazos de su nodriza, aprendió todas las ciencias y artes liberales sin que se le enseñara ninguna de ellas?—¿Qué diremos del gran Peireskius?——Ése es el mismísimo hombre, hermano Shandy, exclamó mi tío Toby, de quien una vez te hablé; el que recorrió a pie algo así como quinientas millas, (contando desde París hasta Schevling más la vuelta desde Schevling hasta París), con el solo propósito de ver las carrozas voladoras de Stevinus[6].—¡Fue un gran hombre!, añadió mi tío Toby (refiriéndose a Stevinus).——En efecto, lo fue, hermano Toby, dijo mi padre (refiriéndose a Peireskius),—y multiplicó sus ideas a tal velocidad, e incrementó sus conocimientos hasta poseer una provisión tan prodigiosa de ellos, que, si podemos dar crédito a una anécdota que de él se cuenta y que aquí estamos incapacitados para negar sin al mismo tiempo hacer que se tambalee la autoridad de todas las demás anécdotas del mundo,—cuando tenía siete años de edad su padre le encomendó enteramente la educación de su hermano menor, a la sazón un niñito de cinco años,—junto con la íntegra administración de todos sus bienes[7].——Y el padre, dijo mi tío Toby, ¿era tan sabio como el hijo?——Yo me inclinaría a pensar que no, dijo Yorick.——Pero, ¿qué es todo esto, prosiguió mi padre—(en medio de un arrebato de entusiasmo),—qué es todo esto comparado con los prodigios infantiles de Grotius, Scioppius, Heinsius, Poliziano, Pascal, José Escalígero, Fernando de Córdova y otros muchos?[8] —Algunos de ellos abandonaron las formas sustanciales[9] a los nueve años de edad, o antes incluso, para seguir razonando ya sin su ayuda;—otros dieron por terminado el estudio de los clásicos a los siete años—y escribieron tragedias a los ocho;—Fernando de Córdova era tan sabio a los nueve —que se creyó que el Demonio se había apoderado de él;—y en Venecia dio tales pruebas de sabiduría y bondad que los monjes, para explicárselo, no tuvieron más remedio que persuadirse de que era el Anticristo.—Otros dominaban catorce lenguas a los diez,—terminaban sus cursos de retórica, poesía, lógica y ética a los once,—escribían sus comentarios a Servio y a Marciano Capella a los doce [10],—y a los trece se licenciaban en filosofía, derecho y teología.——Pero se olvida usted del gran Lipsio, dijo Yorick, que compuso una obra(11)el día que nació[13].——Pues deberían haberle limpiado, dijo mi tío Toby, y no haber vuelto a mencionar el asunto nunca más[14]. Capítulo tres Cuando la cataplasma ya estaba preparada, surgió inoportunamente, en la conciencia de Susannah, un escrúpulo de decorum[15] respecto al hecho de sostener la vela mientras Stop me aplicara el remedio: Slop no había considerado pertinente tratar el mal genio de Susannah con anodinos,—y por ello resultó inevitable que una pelea se sucediera entre ellos. ——¡Oh! ¡Oh!,—dijo Slop mirando a Susannah a la cara con indebida confianza cuando ella declinó el cometido; —me parece que ya la conozco a usted, señora mía.——¿Que usted me conoce, señor?, exclamó Susannah melindrosamente al tiempo que estiraba el cuello para alcanzar el nivel, no obviamente de la profesión del doctor, pero sí el de su persona;—¡que me conoce usted!, exclamó nuevamente Susannah. —Inmediatamente el doctor Slop se tapó las fosas nasales con el índice y el pulgar en un gesto de burla;—las iras de Susannah estaban ya a punto de desatarse y estallar:——¡Eso no es cierto!, dijo Susannah.——Vamos, vamos, Doña Recatada, dijo Slop no poco envalentonado por el éxito de su última estocada:—si no quiere usted mirar mientras sostiene la vela,—sosténgala al menos con los ojos cerrados.——Esa es una de sus artimañas papistas, exclamó Susannah[16]. —Mejor es eso, joven, dijo Slop haciendo un gesto de asentimiento con la cabeza, que una falta absoluta de recursos.——¡Le desprecio a usted, señor!, exclamó Susannah al tiempo que se estiraba las mangas de la blusa hasta más abajo del codo. Es casi imposible imaginar a dos personas ayudándose mutuamente en una intervención quirúrgica con una cordialidad más atrabiliaria. Slop cogió airadamente la cataplasma;—Susannah hizo lo propio con la vela.——Un poco más hacia acá, dijo Slop. Al instante Susannah, que miraba hacia un lado y remaba hacia otro, le prendió fuego, sin querer, a la peluca de Slop, la cual, al ser abundante y estar además un tanto crasa, ardió por completo casi antes de haber entrado en contacto con la llama.———¡Zorra desvergonzada!, gritó Slop—(porque, ¿qué es la cólera sino un animal salvaje?);—¡zorra desvergonzada!, gritó Slop irguiéndose con la cataplasma en la mano.——Yo nunca le he echado a perder a nadie la nariz, dijo Susannah[17],—lo cual ya es más de lo que puede usted decir.——¿De veras lo es?, gritó Slop arrojándole la cataplasma a la cara.——¡Sí, de veras lo es!, gritó Susannah devolviéndole el cumplido con lo que quedaba en la cacerola.—— Capítulo cuatro El doctor Slop y Susannah presentaron sus respectivas y recíprocas denuncias en el salón; una vez hecho lo cual, y en vista de que la cataplasma habla constituido un fracaso, se retiraron a la cocina para prepararme allí un fomento;—y, mientras lo hadan, mi padre determinó sobre la causa como leerán ustedes a continuación: Capítulo cinco —Ya ven ustedes que ha llegado el momento, dijo mi padre dirigiéndose por igual a mi tío Toby y a Yorick, de que nuestra joven criatura sea arrebatada de las manos de esas mujeres y confiada a las de un preceptor particular. Marco Antonino ordenó que catorce preceptores se encargaran, a un mismo tiempo, de la educación de su hijo Cómodo,—y al cabo de seis semanas ya había tenido que sustituir a cinco de ellos;—estoy perfectamente al tanto, prosiguió mi padre, de que, cuando lo concibió, la madre de Cómodo estaba enamorada de un gladiador, lo cual explica muchas de las crueldades que Cómodo cometió siendo emperador;—pero aun así, soy de la opinión de que los cinco que Antonino despidió hicieron al carácter de Cómodo más daño, en tan breve espacio de tiempo, del que los otros nueve fueron capaces de reparar a lo largo de sus respectivas vidas[18]. —Bien: como considero a la persona que haya de estar junto a mi hijo como al espejo en el que él habrá de contemplarse desde la mañana hasta la noche y de acuerdo con el cual tendrá que regular sus ademanes, su comportamiento y tal vez incluso los sentimientos más íntimos de su corazón,—desearía que su preceptor, Yorick, si ello fuera posible, brillara en todos los aspeaos mencionados y se encontrara en perfectas condiciones para que, por así decir, mi hijo pudiese asomarse a su interior.——Eso es muy sensato, dijo mi tío Toby para sus adentros. ——Hay, continuó mi padre, un porte determinado y una manera de mover el cuerpo y todas sus partes (tanto al actuar como al hablar) que permite ver si un hombre es bueno por dentro; y no me sorprende en absoluto que Gregorio Nacianceno, al observar sus ademanes impacientes y poco dóciles, vaticinara que un día Juliano habría de convertirse en apóstata;—o que San Ambrosio pusiera de patitas en la calle a su Amanuense porque movía de forma indecente la cabeza, la cual balanceaba hacia adelante y hacia atrás como si fuera un mayal;—o que Demócrito pensara que Protágoras iba sin duda a ser un sabio al verle liar un haz de leña y empujar (como hacía) las ramitas más pequeñas hacia dentro[19].—Existen mil rendijas invisibles, prosiguió mi padre, por las que una mirada penetrante puede al instante atisbar el alma de un hombre; y sostengo, añadió, que un hombre sensato no cuelga el sombrero al entrar en una habitación,—o lo descuelga al salir de ella, sin que algo que revele su carácter se desprenda de ese gesto. —Por todas estas razones, continuó mi padre, el preceptor que yo elija no habrá de(21) tartamudear, ni bizquear, ni parpadear, ni hablar en voz muy alta, ni tener aspecto de ogro ni de idiota;—y tampoco habrá de morderse los labios, ni hacer rechinar la dentadura, ni hablar por la nariz, ni hurgársela, ni utilizar los dedos para sonársela.—— —No caminará ni rápido—ni despacio, y tampoco se cruzará de brazos,—porque eso indica pereza;—ni los dejará que cuelguen,—porque eso indica estupidez; ni se meterá las manos en los bolsillos, porque eso es señal de necedad.—— —No pegará, ni pellizcará, ni hará cosquillas,—ni se morderá o roerá las uñas, ni hará gargajos, ni escupirá, ni olisqueará, ni tamborileará con los dedos ni con los pies cuando esté en sociedad;—y tampoco (según Erasmo) le dirigirá a nadie la palabra mientras esté haciendo aguas,—ni señalará jamás con el dedo una carroña o un excremento[22].——Ya volvemos otra vez a los disparates, dijo mi tío Toby para sus adentros.—— —Será, prosiguió mi padre, alegre, divertido, jovial; al mismo tiempo, prudente, cuidadoso con los negocios, atento, agudo, perspicaz, imaginativo, rápido en la resolución de dudas y de problemas especulativos;—será sabio, juicioso y culto.——¿Y por qué no humilde y moderado, afable y bondadoso?, dijo Yorick.——¿Y por qué no, exclamó mi tío Toby, liberal, generoso, desprendido y valiente?——Lo será, mi querido Toby, le respondió mi padre poniéndose en pie y estrechándole la mano.——En ese caso, hermano Shandy, contestó mi tío Toby levantándose de su sillón y dejando a un lado la pipa para cogerle también la otra mano a mi padre,—te ruego humildemente que me permitas recomendarte al hijo del pobre Le Fever.—Al hacer la proposición, una lágrima de alegría (y de agua de la mejor calidad) brilló en uno de los ojos de mi tío Toby, y otra, su compañera y semejante, hizo lo propio en uno de los del cabo;—ya verán ustedes por qué cuando lean la historia de Le Fever.—¡Qué idiota he sido! Y lo peor es que ni siquiera logro recordar (ni ustedes tampoco tal vez), ni retroceder hasta el lugar en cuestión, qué fue lo que me impidió dejar que el cabo la relatara con sus propias palabras;—pero perdí la ocasión——y ahora no me queda más remedio que contarla con las mías. Capítulo seis La historia de LE FEVER Fue una noche de verano del año en que Dendermond fue tomada por los aliados[23] —(lo cual sucedió unos siete años antes de que mi padre se retirara al campo—y más o menos otros tantos después de que mi tío Toby y Trim se escaparan en secreto de la casa londinense de mi padre a fin de poner uno de los mejores sitios a una de las mejores ciudades fortificadas de Europa)—cuando, hallándose cenando mi tío Toby, con Trim sentado en un pequeño aparador a sus espaldas—(sí, digo sentado,—pues en atención a la rodilla lisiada del cabo, que a veces le producía intensísimos dolores, —mi tío Toby, cuando almorzaba o cenaba solo, nunca le consentía permanecer de pie; y la veneración del pobre hombre por su señor era tal que, con una artillería adecuada, mi tío Toby podría haber tomado la mismísima Dendermond con menos dificultades de las que encontraba a la hora de convencer al cabo de que le obedeciera a este respecto: pues muchas veces mi tío Toby, suponiendo que la pierna de Trim estaría en posición de descanso, se volvía y lo sorprendía de pie detrás de él en respetuosa actitud: este asunto suscitó más riñas entre ellos que todos los demás motivos de querella, juntos, a lo largo de veinticinco años).—Pero esto no viene a cuento aquí.—¿Que por qué hablo entonces de ello?—Pregúntenselo a mi pluma:—es ella quien me guía a mí,—y no yo a ella. Así pues, se hallaba mi tío Toby cenando una noche cuando el dueño de una pequeña posada de la aldea entró en el salón con una redoma vacía en la mano y pidió respetuosamente uno o dos vasos de vino blanco[24]. —Son para un pobre caballero,—creo que militar, dijo el posadero, que se puso enfermo aquí, en mi casa, hace cuatro días y que desde entonces no ha levantado cabeza ni ha querido probar bocado hasta ahora mismo, en que se le ha antojado un vasito de vino blanco y una rebanada fina de pan tostado;—Creo, ha dicho quitándose la mano de encima de la frente, que me sentarían bastante bien.—— ——Si yo no pudiera ni suplicar, ni pedir en préstamo, ni comprar lo que ese pobre caballero desea,—añadió el posadero,—creo que incluso llegaría a robarlo por dárselo a él, el pobre está tan enfermo——Por Dios santo espero que se restablezca, prosiguió;—estamos todos muy preocupados por él. —¡Eres un hombre de gran corazón y yo responderé por ti!, exclamó mi tío Toby; ¡tú mismo te vas a beber un vasito de vino blanco a la salud del pobre caballero!—Toma un par de botellas y llévaselas con mis respetos, y dile que las acepte cordialmente y que cuente con una docena más si cree que algún bien pueden hacerle. —Aunque estoy convencido, dijo mi tío Toby cuando el posadero hubo cerrado la puerta tras de sí, de que este hombre es un ser muy compasivo,—no puedo, sin embargo, Trim,—dejar de abrigar también una muy elevada opinión de su huésped; ha de haber algo en él que se salga de lo corriente para que en tan corto espacio de tiempo se haya ganado el afecta de su anfitrión hasta tales extremos.——Y el de toda su familia, añadió el cabo, porque todos parecen estar muy preocupados por él.——Alcanza al posadero, dijo mi tío Toby;—anda, Trim,—ve tras él y pregúntale si sabe cómo se llama el caballero. ——La verdad es que lo he olvidado por completo, dijo el posadero cuando reapareció en el salón acompañado del cabo,—pero se lo puedo preguntar nuevamente a su hijo.——¿Es que va un hijo suyo con él?, dijo mi tío Toby.——Un muchacho, respondió el posadero, de unos once o doce años;—aunque la pobre criatura apenas si ha probado más bocado que su padre; no hace más que llorar y lamentarse, día y noche.—Hace ya dos días que no se aparta ni despega un milímetro de la cama. Mi tío Toby dejó sobre la mesa el cuchillo y el tenedor y empujó a un lado el plato que tenía ante sí al oír esta información del posadero; y Trim, sin que nadie se lo ordenara, quitó la mesa sin decir una palabra y unos minutos después le llevó su pipa y su tabaco. —Quédate aquí un momento, le dijo mi tío Toby. —¡Trim!,——dijo de repente mi tío Toby tras encender la pipa y echar una docena de bocanadas de humo.—Trim fue a colocarse enfrente de su señor y le hizo una reverencia; —mi tío Toby siguió fumando sin añadir nada más.———¡Cabo!, dijo mi tío Toby:—el cabo volvió a hacer la reverencia de rigor.—Mi tío Toby no siguió adelante y, en cambio, acabó de fumarse su pipa. —¡Trim!, dijo mi tío Toby; me ronda la cabeza la idea de envolverme bien en mi roquelaure[25] y, aunque haga tan mala noche, ir a hacerle una visita a ese pobre caballero.——Usía no ha vuelto a ponerse su roquelaure, respondió el cabo, desde la víspera del día en que recibió su herida, cuando por la noche montábamos guardia en las trincheras ante la puerta de St Nicolas;—y además hace una noche tan fría y tan lluviosa que, entre el roquelaure y el mal tiempo, usía no conseguirá otra cosa que la muerte y que se le recrudezcan los dolores de la ingle. —Eso me temo, respondió mi tío Toby; pero mi espíritu está inquieto, Trim, desde que el posadero me habló de esta historia.—Desearía no haber sabido tanto acerca del asunto,—añadió mi tío Toby,—o haber sabido un poco más.—¿Qué podríamos hacer? —Con el permiso de usía, déjemelo usted a mí, dijo el cabo;—cogeré mi sombrero y mi bastón, iré a la casa en misión de reconocimiento y obraré en consecuencia; dentro de una hora usía dispondrá de un informe completo de la situación.——Muy bien, Trim, ve, pues, dijo mi tío Toby; aquí tienes un chelín para que invites a un trago al criado del caballero.——Se lo sacaré todo, dijo el cabo cerrando la puerta tras de sí. Mi tío Toby se preparó una segunda pipa; y de no haber sido porque de vez en cuando su mente se apartaba de la cuestión para considerar el problema de si realmente daba igual o no que la cortina de la tenaza formara una línea recta o una curva,—se podría haber dicho que, durante el tiempo que le llevó fumársela, no pensó en otra cosa que en el pobre Le Fever y su hijito. Capítulo siete Continuación de la historia de LE FEVER Sólo cuando mi tío Toby hubo sacudido ya las cenizas de su tercera pipa volvió el cabo Trim de la posada y le ofreció el siguiente relato: —Al principio desesperé, dijo el cabo, de poder traerle a usía la menor información relacionada con el pobre teniente enfermo.——Así pues, ¿es militar?, dijo mi tío Toby.——Sí, señor, dijo el cabo.——¿Y a qué regimiento pertenece?, dijo mi tío Toby—.——Se lo contaré todo a usía, respondió el cabo, en orden, tal y como yo lo fui averiguando. —En ese caso, Trim, me prepararé otra pipa, dijo mi tío Toby, y no volveré a interrumpirte hasta que hayas terminado; de manera que siéntate cómodamente en el marco de la ventana, Trim, y comienza de nuevo tu historia. El cabo hizo su acostumbrada reverencia (reverencia que por lo general venía a decir, con tanta claridad como podía hacerlo una reverencia, —Usía es muy amable)—y a continuación tomó asiento, como se le había ordenado,—y empezó a relatarle otra vez su historia a mi tío Toby, prácticamente con las mismas palabras que había empleado anteriormente. —Al principio desesperé, dijo el cabo, de poder traerle a usía la menor información relacionada con el teniente y su hijo; porque cuando pregunté dónde se encontraba su criado, a través del cual estaba seguro de averiguar cuanto fuera pertinente indagar———Esa es una excelente distinción, Trim, dijo mi tío Toby.———Se me respondió, con el permiso de usía, que no llevaba consigo ningún criado;—que había llegado a la posada con caballos alquilados que, al sentirse incapaz de proseguir (para unirse, supongo, a su regimiento), había despachado a la mañana siguiente de su llegada.—‘Si me pongo mejor, querido’, le dijo a su hijo al tiempo que le entregaba su bolsa para que pagara al hombre,—‘alquilaremos otros caballos desde aquí’.—Pero ‘¡Ay!, el pobre caballero no saldrá nunca de aquí, me dijo la posadera:—porque no he dejado de oír al anobio en toda la noche[26];—y cuando muera, el joven, su hijo, morirá también sin duda alguna: ¡ya ahora tiene destrozado el corazón!’ —Estaba yo escuchando tales pormenores, continuó el cabo, cuando el joven entró en la cocina para encargar la fina rebanada de pan tostado que mencionó el posadero.—‘Pero yo mismo se la prepararé a mi padre’, dijo el joven.—‘Permítame usted ahorrarle ese trabajo, joven caballero’, le dije yo al tiempo que cogía un tenedor al efecto y le ofrecía mi silla para que tomara asiento junto al fuego mientras yo le preparaba la tostada.—‘Creo, señor’, dijo él con gran modestia, ‘que yo sabré hacérsela más a su gusto’.—‘Estoy seguro’, dije yo, ‘de que a usía no le gustará menos la tostada porque se la haya hecho un viejo soldado’.—El joven me cogió de la mano y acto seguido se echó a llorar.——¡Pobre joven!, dijo mi tío Toby;—se ha criado en el ejército desde muy niño y la mención de un soldado, Trim, sonó en sus oídos como el nombre de un amigo;—me gustaría tenerle aquí. ——Nunca jamás, ni durante la marcha más larga, dijo el cabo, tuve tantas ganas de comer como en ese instante las tuve de llorar con él para hacerle compañía.—¿Qué cree usía que me pudo pasar, con su permiso? —Simplemente, Trim, dijo mi tío Toby sonándose las narices,—que eres un hombre de buen corazón: ni más ni menos. —Al darle la tostada, prosiguió el cabo, me pareció oportuno decirle que era el criado del capitán Shandy y que usía (aun siendo un desconocido) estaba enormemente preocupado por su padre;—y que si cualquier cosa que hubiera en la casa, o en la bodega, de usía—— (—Y también podrías haber añadido que en mi bolsa, dijo mi tío Toby)———Le podía servir de ayuda, era libre de hacer uso de ello.—La única respuesta que de él obtuve fue una profunda reverencia (dedicada a usía),—porque su corazón rebosaba emoción;—así que desapareció escaleras arriba con la tostada.—‘Le garantizo a usted, querido’, le dije en el momento de abrirle la puerta de la cocina, ‘que su padre se pondrá bueno otra vez’.—El vicario de Mr Yorick estaba allí, en la cocina, fumando en pipa junto al fuego;—pero no dijo una sola palabra, ni buena ni mala, para consolar al joven.—Lo cual me pareció muy mal, añadió el cabo.——A mí también me lo parece, dijo mi tío Toby. —Cuando el teniente hubo tomado su vaso de vino blanco y su tostada, se sintió algo restablecido y mandó un aviso a la cocina por el que me hacía saber que se sentiría muy complacido si yo subía a verle al cabo de diez minutos.—‘Creo’, dijo el posadero, ‘que se dispone a rezar sus oraciones,—porque encima de la silla que tiene al lado de la cama habla un libro, y, al cerrar yo la puerta, vi que el hijo cogía un almohadón’.—— —‘Creía’, dijo el vicario, ‘que ustedes, Mr Trim, los caballeros del ejército, no rezaban nunca sus oraciones’.—‘Yo oí anoche, con mis propios oídos (si no, no me lo hubiera creído)’, dijo la posadera, ‘cómo el pobre caballero rezaba sus oraciones con gran devoción’.—‘¿Está usted segura de ello?’, respondió el vicario.—‘Con el permiso de su reverencia’, dije yo, ‘un soldado reza tan a menudo (y sin que nadie se lo ordene) como un párroco;—y cuando está luchando por su rey y por su propia vida, y también por su honor, tiene más motivos que ninguna otra persona del mundo para rezarle a Dios’.——Muy bien dicho, Trim, dijo mi tío Toby.—‘Pero, con el permiso de su reverencia’, dije, ‘cuando un soldado lleva doce horas seguidas de pie en las trincheras, con el agua fría llegándole hasta las rodillas,—o cuando lleva’, dije, ‘meses y meses haciendo largas y peligrosas marchas,—hoy viéndose hostigado por la retaguardia, mañana hostigando él al enemigo,—destacado a este lugar,—recibiendo entonces la contraorden de desplazarse hasta aquel otro,—durmiendo una noche a campo raso sin más almohada que sus propios brazos[27],—sorprendido por los atacantes en camisón a la siguiente,—con las articulaciones anquilosadas por el frío,—tal vez sin tener en la tienda ni paja sobre la que arrodillarse,——entonces ha de rezar sus oraciones tomo y cuando pueda. —Creo’, dije—(pues me había ofendido mucho, dijo el cabo, que se pusiera en tela de juicio la buena reputación del ejército),—‘creo, con el permiso de su reverencia’, dije, ‘que cuando un soldado dispone de tiempo para rezar,—lo hace con tanto fervor como un párroco,—sólo que sin tanto alboroto e hipocresía’——No deberías haber dicho eso, Trim, le dijo mi tío Toby,—porque sólo Dios sabe quién es hipócrita y quién no lo es:—en la gran revista general que a todos se nos pasará, cabo, el día del juicio final (y sólo entonces),—se verá quién ha cumplido con su deber en este mundo—y quién no; y seremos ascendidos, Trim, en consecuencia.——Confío en que nosotros lo seamos, dijo Trim.——Está en las Escrituras, dijo mi tío Toby; ya te lo enseñaré mañana.—Pero mientras tanto, podemos confiar, para nuestro consuelo, dijo mi tío Toby, en la infinita bondad y justicia de Dios Todopoderoso, regidor del mundo, y en que si hemos cumplido con nuestro deber en él,—nunca se nos preguntará si lo hicimos vistiendo una casaca roja o una negra[28].——Confío en que no, dijo el cabo.——Pero prosigue, Trim, le dijo mi tío Toby, con tu historia. —Cuando subí, continuó el cabo, a la habitación del teniente, cosa que no hice hasta que los diez minutos hubieron expirado,—lo hallé recostado en la cama, con la cabeza apoyada sobre una mano, el codo encima de la almohada y un impecable pañuelo blanco de batista al lado.—El joven estaba agachándose para recoger el almohadón, sobre el que supongo que habría permanecido arrodillado durante las oraciones;—el libro estaba encima de la cama,—y el joven, al levantarse con el almohadón en una mano, estiró la otra para retirarlo de allí al mismo tiempo.—‘Déjalo ahí, querido’, le dijo el teniente. —No me dirigió la palabra hasta que me hube acercado al lecho.—‘Si es usted el criado del capitán Shandy’, me dijo, ‘hágame el favor de transmitirle mi agradecimiento a su señor, junto con el de mi hijo, por su amabilidad para conmigo’. —Luego, el teniente me preguntó—‘si usía era del regimiento de Leven’[29].—Le dije que sí.—‘Entonces’, dijo, ‘serví con él a lo largo de tres campañas en Flandes y le recuerdo muy bien;—pero lo más probable es que, como no tuve el honor de conocerle personalmente, él no sepa nada de mí.—Le dirá usted, sin embargo, que la persona a quien su buen corazón ha puesto en deuda con él es un tal Le Fever, teniente del regimiento de Angus[30];—pero no me conocerá’,—dijo por segunda vez, musitando;—‘aunque posiblemente sí conozca mi historia’,—añadió;—‘dígale, por favor, al capitán, que yo era el abanderado de Breda[31] cuya mujer fue muerta de la manera más desdichada por un disparo de mosquete mientras yacía en mis brazos en mi tienda’.—‘Yo mismo recuerdo muy bien la historia’, dije yo, ‘con el permiso de usía’.—‘¿De veras?’, dijo él al tiempo que se enjugaba las lágrimas con el pañuelo;—‘entonces bien puedo recordar yo también’.—Y al decir esto, se sacó del pecho un pequeño anillo que parecía llevar colgado al cuello con una cinta negra y lo besó dos veces.—‘Toma, Billy’, dijo:—el muchacho voló por la habitación hasta el lecho,—y arrodillándose, cogió el anillo y lo besó también;—a continuación besó a su padre, se sentó en el borde de la cama y se puso a llorar. —Ojalá, dijo mi tío Toby con un profundo suspiro, —ojalá todo esto no fuera más que un sueño, Trim. —Usía, respondió el cabo, está demasiado preocupado;—¿quiere usía que le sirva un vasito de vino blanco para acompañar la pipa?———Por favor, Trim, dijo mi tío Toby. —Recuerdo, dijo mi tío Toby volviendo a suspirar, la historia del abanderado y su mujer: con una circunstancia que su modestia ha omitido;—y recuerdo especialmente bien que tanto él como ella, por una u otra razón (me he olvidado de cuál era), fueron enormemente compadecidos por todo el regimiento[32];—pero termina tu relato, Trim.——Ya lo he terminado, dijo el cabo,—pues no pude permanecer allí ni un segundo más;—así que, deseándole que tuviera buena noche, me despedí de usía; el joven Le Fever se levantó de la cama y me acompañó hasta el pie de las escaleras; y mientras descendíamos juntos, me dijo que venían de Irlanda y que estaban en camino de unirse al regimiento en Flandes. —Pero, ¡ay!, dijo el cabo,—el último día de marcha del teniente ya ha llegado.——¿Y qué va a ser entonces de su pobre hijo?, exclamó mi tío Toby. Capítulo ocho Continuación de la historia de LE FEVER A mi tío Toby le honrará eternamente—(aunque lo digo solamente en honor de aquellos que cuando se encuentran aprisionados entre una ley natural y otra positiva——no saben, ni aun cuando de ello dependa la salvación de sus almas, qué partido tomar)—el hecho de que, a pesar de hallarse a la sazón enormemente atareado con el asedio de Dendermond, que llevaba a cabo paralelamente con los aliados (los cuales, por su parte, apremiaban tan vigorosamente a los suyos que a mi tío apenas si le dejaban tiempo para almorzar) [33],——el hecho, digo, de que a pesar de ello abandonara el asedio (cuando además ya había construido un atrincheramiento en la contraescarpa)—y dirigiera la totalidad de sus pensamientos hacia las muy concretas desventuras de la posada; y de no haber sido por que ordenó que se echara el cerrojo a la puerta del jardín (con lo que, podría decirse, convirtió el sitio de Dendermond en un bloqueo),—habría dejado abandonada a su suerte a la ciudad——para que el rey de Francia, según le pareciera oportuno, la liberara o no[34]; lo cierto es que mi tío Toby sólo se preocupó de la manera en que podría librar de sus males al pobre teniente y a su hijo. —¡Ese SER benévolo, amigo de los que carecen de amigos, te recompensará por ello! —Te has quedado corto en este asunto, le dijo mi tío Toby al cabo mientras éste le ayudaba a meterse en la cama,—y te diré por qué, Trim.—En primer lugar, porque cuando le hiciste a Le Fever el ofrecimiento de mis servicios, —sabiendo por lo demás que tanto las enfermedades como los viajes son caros y que él no es más que un pobre teniente con un hijo al que ha de mantener con su reducida paga,—no le ofreciste también mi bolsa; pues sabes muy bien, Trim, que si la hubiera necesitado, podría haber dispuesto de ella como yo mismo.——Usía sabe, dijo el cabo, que yo carecía de órdenes.——Cierto, dijo mi tío Toby;—e hiciste muy bien, Trim, como soldado,—pero muy mal, sin duda, como hombre. —En segundo lugar (aunque aquí, de hecho, tienes la misma excusa que antes), prosiguió mi tío Toby,—porque cuando le ofreciste todo lo que en mi casa hubiera,—deberías haberle ofrecido también la casa misma:—un hermano oficial, enfermo, ha de estar en el mejor cuartel posible, Trim, y si lo tuviéramos con nosotros,—podríamos atenderlo y cuidar de él.—Tú mismo, Trim, eres un enfermero excelente,—y entre tus cuidados, los de la vieja criada, los de su hijo y los míos propios, podríamos conseguir que se restableciera y que en seguida volviera a sostenerse en pie.—— ——En cuestión de dos o tres semanas, añadió mi tío Toby sonriendo,—estaría en condiciones de emprender la marcha.——Con el permiso de usía, el teniente no emprenderá ya más marchas en este mundo, dijo el cabo.——Emprenderá la marcha, dijo mi tío Toby levantándose del borde de la cama, donde estaba sentado, con un pie descalzo.——Con el permiso de usía, dijo el cabo, no emprenderá más marcha que la que le lleve a la tumba.——¡Emprenderá la marcha!, exclamó mi tío Toby al tiempo que marcaba el paso con el pie que aún conservaba zapato, aunque sin avanzar ni una pulgada;—emprenderá la marcha en pos de su regimiento.— —No podría aguantarla, dijo el cabo.——Se le prestará apoyo, dijo mi tío Toby.——Al final se derrumbará, dijo el cabo; y entonces, ¿qué será de su hijo?——No se derrumbará, dijo mi tío Toby con firmeza.——¡Ay, señor!—Hagamos lo que hagamos por él, dijo Trim sin ceder ni un palmo de terreno,—el pobre hombre morirá.——¡Por D—— que no morirá!, gritó mi tío Toby. —El ESPÍRITU ACUSADOR, que voló con el juramento hasta la cancillería celestial, se sonrojó al entregarlo;—y el ÁNGEL REGISTRADOR, al anotarlo, vertió una lágrima sobre la palabra y la dejó borrada para siempre[35]. Capítulo nueve —Mi tío Toby se llegó hasta su escritorio,—metióse la bolsa en uno de los bolsillos de sus calzones y, tras ordenarle al cabo que fuera en busca de un médico por la mañana temprano, en cuanto se levantara,—se acostó en la cama y se quedó dormido. Capítulo diez Conclusión de la historia de LE FEVER A la mañana siguiente el sol resplandecía para todos los ojos de la aldea a excepción de los de Le Fever y su afligido hijito; la mano de la muerte apretaba con fuerza los párpados del enfermo,—y la rueda de la cisterna a duras penas lograba ya girar sobre sí misma[36],——cuando mi tío Toby, que se había levantado una hora antes de lo habitual en él, entró en la habitación del teniente y, sin preámbulos ni disculpas, se sentó en la silla que había junto a la cama; y haciendo caso omiso de las formas y costumbres, descorrió las cortinas del lecho como lo habría hecho un viejo hermano y compañero de armas——y le preguntó cómo estaba,—si había descansado durante la noche,—cuál era su mal,—dónde le dolía—y qué podía hacer él para ayudarle;—y sin darle tiempo de contestar a ninguna de las interrogaciones, prosiguió——y le puso al corriente del pequeño plan que el cabo y él hablan concertado la noche anterior para el agonizante:—— ——Usted se vendrá a casa inmediatamente, Le Fever, le dijo mi tío Toby: a mi casa; y haremos que venga un médico para que vea qué es lo que pasa;—y también un boticario;—y el cabo le hará de enfermero;—y yo le haré de criado, Le Fever. Mi tío Toby era de una franqueza tal—(que además no era efecto de la familiaridad,—sino causa de ella)—que le permitía a uno atisbar al instante el interior de su alma, a la vez que le mostraba la bondad de su carácter; a esto se sobreañadía un no sé qué en sus miradas, en su voz y en sus ademanes,—que no cesaba de hacerle señas al infortunado para que se acercara y buscara cobijo junto a él; de modo que antes de que mi tío Toby le hubiera hecho al padre la mitad de sus generosos ofrecimientos, ya el hijo, inadvertidamente, se había pegado a sus rodillas y se le habla colgado de las solapas del abrigo, de las cuales tiraba hacia sí.—La sangre y los espíritus de Le Fever, que se estaban enfriando y adormeciendo en su interior, que se replegaban hacia su última ciudadela, el corazón,—se reagruparon de repente,—y por unos instantes le desapareció el velo de los ojos;—elevó hasta el rostro de mi tío Toby la mirada anhelante—y acto seguido la dirigió hacia el de su hijo:—y aquel lazo de unión, delgado y tenue como era,—no se rompió jamás.—— Al instante la naturaleza retrocedió nuevamente:——el velo volvió a ocupar su lugar,——el pulso se alteró,——se detuvo,——siguió su marcha,——vibró,——volvió a detenerse,——latió,——se detuvo—¿He de continuar?——No. Capítulo once Estoy tan impaciente por retornar a mi propia historia que lo que queda de la del joven Le Fever (es decir, desde este giro de su fortuna hasta el momento en que mi tío Toby lo recomendó como preceptor mío) lo contaré en pocas palabras en el próximo capítulo[37].—Lo único que en éste hay que añadir es lo siguiente:—— Que mi tío Toby y el joven Le Fever, cogidos de la mano, acompañaron al pobre teniente hasta su tumba en calidad de doloridos. Que el gobernador de Dendermond le rindió honores militares en todas sus exequias,—y que Yorick, para no ser menos,—le rindió los eclesiásticos——al enterrarlo en el presbiterio de su iglesia.—Y parece que asimismo predicó un sermón funerario en su memoria:—digo que parece——porque Yorick tenía la costumbre, que supongo generalizada en su profesión, de apuntar en la primera hoja de todos los sermones que componía——el día, el lugar y el motivo de su predicación; a lo que casi siempre solía añadir un breve comentario o crítica acerca del propio sermón:—crítica o comentario que, de hecho, muy pocas veces resultaba ventajosa o favorable. —Por ejemplo: Este sermón sobre la ley judía——no me gusta en absoluto;—aunque reconozco que hay en él todo un mundo de sabiduría WATER-LÁNDICA[38];—pero todo eso está ya muy manido, y la manera de manejarlo y hacer uso de ella, más manida todavía.——Es una composición sumamente floja y endeble; ¿en qué estaría yo pensando cuando la escribí? —N.B.[39] Lo que tiene de bueno este texto es que valdrá para cualquier sermón,—y la bondad de este sermón consiste——en que valdrá para cualquier texto.—— ——Por este sermón me colgarán,—pues la mayor parte de él está robada. Y el doctor Paidagunes me ha descubierto. ? A un ladrón ha de atraparlo siempre otro ladrón[40].—— Detrás de media docena de ellos aproximadamente——encuentro escrito Regular sin más;—y, en un par, Modéralo; por lo que, hasta donde uno puede colegir merced al diccionario de italiano de Altieri,—pero sobre todo gracias a la autoridad de un pedacito de látigo verde (mediante el cual debía de desatar Yorick sus invectivas) con el que, bien atados y en un paquete aparte, nos ha dejado los dos sermones con la indicación de Modéralo y la media docena de Regular,—es muy de suponer que con ambas palabras quisiera decir prácticamente lo mismo[41]. Surge solamente un problema en lo que se refiere a la verosimilitud de esta conjetura, y es el siguiente: que los moderatos son cinco veces mejores que los regulares;—que muestran diez veces mayor conocimiento del corazón humano;—que poseen setenta veces más ingenio y más brío;—y que (para ascender en el clímax como es debido)—denotan mil veces mayor genio;—y que, como colofón final, son infinitamente más divertidos que los que van unidos a ellos;—y por todas estas razones, cuandoquiera que sea que los sermones dramáticos de Yorick sean ofrecidos al mundo, si bien sólo admitiré en la selección uno del grupo de regulares, en cambio me arriesgaré a hacer imprimir los dos modéralos sin el menor escrúpulo ni prevención. Lo que Yorick pudiera querer decir con las palabras lentamente,—tenutè,—grave,—y a veces adagio [42]—aplicadas a composiciones teológicas,—y con las cuales ha dejado señalados algunos de estos sermones, es algo que yo no me aventuraré a tratar de adivinar.—Pero me hallo aún más confundido al encontrarme a l’octava alta! en uno;—Con strepito en la parte posterior de otro;—Siciliana en un tercero;—Alla capella en un cuarto;—Con l’arco en el de aquí;—Senza l’arco en el de allá[43].—Lo único que sé al respecto es que son términos musicales y que no carecen de sentido;—y como él era un gran aficionado a la música, no me cabe la menor duda de que, mediante una cierta y singular aplicación de tales metáforas a las composiciones en cuestión, conseguía imprimir en su fantasía ideas muy claras acerca de las diversas índoles de dichas composiciones,—independientemente de las impresiones que pudieran producir en las de los demás. Entre estas composiciones se encuentra, en concreto, el sermón que, inexplicablemente, me ha llevado a esta digresión:—el sermón funerario en memoria del pobre Le Fever, bellamente transcrito, probablemente a partir de un borrador apresurado.—Lo destaco del resto porque parece haber sido su composición preferida.—Versa de la mortalidad; y está ligado a lo largo y a lo ancho por unos cadillos de hilaza, y también envuelto y enrollado en medio pliego de sucio papel azul que, según todos los indicios, debió de ser un día la cubierta de una revista no especializada que todavía hoy apesta a medicina para caballos[44].—Dudo mucho que estas señales de humillación—fueran intencionadas,—porque al final del sermón (y no al principio)—Yorick había escrito algo que difería con mucho de su habitual manera de tratar al resto:— Bravo! —Aunque muy discretamente,—pues la exclamación está, por lo menos, a dos pulgadas y media de distancia (debajo) de la última línea del sermón, al mismísimo final de la página y en esa esquina de la derecha que, como ustedes saben, por lo general queda tapada por el pulgar del lector; y a fin de hacerle entera justicia, diré que además está escrita con minúscula letra italiana y pluma de córvido; el trazo es tan débil que apenas si llama la atención de la vista hacia el lugar, unto si uno tiene el pulgar puesto encima como si no;—de modo que, y aunque sólo sea por la manera en que está hecha, la observación queda ya medio disculpada; y como además la tinta empleada es muy pálida y se halla casi por completo diluida, —más parece un ritratto[45] de la sombra de la vanidad que de la VANIDAD misma:—más se asemeja a un tímido pensamiento de aplauso pasajero desperezándose secretamente en el corazón del compositor que a una tosca señal de vanagloria groseramente impuesta al mundo. Aun con todos estos atenuantes, me doy cuenta de que, al hacer público el comentario en cuestión, le rindo un flaco favor a la reputación de hombre modesto de que Yorick gozaba;—¡pero todo el mundo tiene sus debilidades! Y todavía hay algo que atenúa más ésta, que casi la borra y que es lo siguiente: la palabra, algún tiempo después (como lo demuestra el diferente color de la tinta), fue tachada con una raya que la atraviesa de un extremo a otro, así: BRAVO,——como si Yorick se hubiera retractado o sentido avergonzado de la opinión que un día le mereciera su sermón. Estos breves comentarios a sus sermones iban siempre, excepto en este único caso, en la primera hoja de la composición, que hacía las veces de portada; y por lo general en la parte interior de la misma, vueltos hacia el texto;—pero al final de sus peroratas, donde tal vez disponía de cinco o seis páginas, y a veces, quizá, hasta de una veintena para despacharse a gusto,—el giro que daba era mucho más extenso y, de hecho, mucho más fogoso:—como si aprovechara la ocasión para descolgarse con unas cuantas arremetidas en contra del vicio——más juguetonas y traviesas de lo que la severidad del púlpito le permitía.—Y si a pesar de ser ligeras y desordenadas (un poco a la manera de las de los húsares), no por ello dejan estas escaramuzas de estar del lado de la virtud,—dígame usted entonces, Mynheer Vander Blonederdondergewdenstronke[46], ¿por qué no habrían de imprimirse junto con el resto? Capítulo doce Cuando mi tío Toby lo hubo convertido todo en dinero y hubo saldado las cuentas, por un lado, entre el intendente del regimiento y Le Fever, y, por otro, entre Le Fever y el resto de la humanidad,—no le quedaron en las manos más que una vieja casaca militar y un sable; de modo que encontró muy poca o ninguna oposición por parte del mundo a sus deseos de encargarse de la administración de los susodichos bienes. La casaca, mi tío Toby se la dio al cabo.——Llévala, Trim, le dijo, mientras se conserve entera, en memoria del pobre teniente.—Y esto,—dijo mi tío Toby al tiempo que desenvainaba el sable y lo empuñaba en una mano;—y esto, Le Fever, lo guardaré para ti;—es toda la fortuna, prosiguió mi tío Toby colgándolo de un gancho y señalándolo con el dedo,—es toda la fortuna, mi querido Le Fever, que Dios te ha dejado; pero si al mismo tiempo te ha dado corazón para luchar con ello y abrirte paso en el mundo,—y lo haces como hombre de honor,—a nosotros con eso nos basta. En cuanto mi tío Toby hubo sentado los primeros cimientos de su educación (y le hubo enseñado a inscribir un polígono regular en un círculo), envió al joven Le Fever a una escuela pública[47], donde (exceptuando las vacaciones de Pentecostés y de Navidad, en que el cabo iba a buscarle puntualmente)—permaneció hasta la primavera del año diecisiete: cuando llegaron las primeras noticias de que el emperador enviaba su ejército a Hungría para luchar contra los turcos, una llamita se encendió en su pecho, abandonó el latín y el griego sin despedirse de ellos e, hincándose de rodillas ante mi tío Toby, le pidió el sable de su padre (y su propio permiso) para ir a buscar fortuna a las órdenes de Eugene[48]. —Por dos veces mi tío Toby se olvidó de su herida y exclamó: —¡Iré contigo, Le Fever, y tú combatirás a mi lado!—Y por dos veces se llevó la mano a la ingle e inclinó la cabeza con pesar y desconsuelo.—— Mi tío Toby descolgó el sable del gancho, de donde había pendido sin que nadie lo tocara desde la muerte del teniente, y se lo entregó al cabo para que le sacara brillo;—y, tras retener a Le Fever durante dos semanas para equiparle como era debido y tramitar su pasaje hasta Livorno,—puso el sable en sus manos.——Si eres valeroso, Le Fever, le dijo mi tío Toby, esto no te fallará;—pero la Fortuna, continuó (un poco musitando),—la Fortuna puede hacerlo;—y si lo hace,—añadió mi tío Toby abrazándole, vuelve a mí, Le Fever, y hallaremos otro rumbo distinto para ti. La mayor herida imaginable no podría haber oprimido el corazón de Le Fever más de lo que lo hizo la paternal bondad de mi tío Toby;—se despidió de él como el mejor de los hijos del mejor de los padres:—los dos derramaron lágrimas,—y mi tío Toby, al darle el último beso, le deslizó en la mano sesenta guineas metidas en una vieja bolsa que había pertenecido al padre del joven y donde asimismo se encontraba el anillo de su madre,—y le dijo: —¡Que Dios te bendiga! Capítulo trece Le Fever se incorporó al ejército imperial justo a tiempo para probar el metal de que estaba hecha su espada en la derrota de los turcos ante Belgrado[49]; pero desde aquel momento una serie de inmerecidas desventuras le había perseguido, pisándole implacablemente los talones durante los cuatro años siguientes: habría aguantado hasta el final todos estos reveses, pero la enfermedad hizo presa de él en Marsella y no tuvo más remedio que escribir desde allí a mi tío Toby diciéndole que había perdido el tiempo, la hoja de servicios, la salud y, en suma, todo menos su sable,—y que se hallaba a la espera del primer barco que le llevara de regreso a casa. Habiendo llegado esta carta unas seis semanas antes del accidente de Susannah, Le Fever era esperado de un momento a otro cuando aquél se produjo; y durante la totalidad del tiempo en que mi padre estuvo haciéndoles a él y a Yorick la descripción del tipo de persona que elegiría para preceptor mío, el hijo del teniente le rondó incesantemente la cabeza a mi tío Toby; sin embargo, al principio, considerando que los requisitos exigidos por mi padre eran un tanto fantasiosos, mi tío Toby se abstuvo de mencionar su nombre;—hasta que, al acabar por convertirse inesperadamente el personaje (gracias a la intervención de Yorick) en un hombre afable, generoso y bondadoso, la imagen de Le Fever y el interés que por él tenía——se le presentaron de manera tan insistente e imperiosa que al instante se levantó de su sillón y, dejando la pipa a un lado para cogerle las dos manos a mi padre, le dijo:——Te ruego, hermano Shandy, que me permitas recomendarte al hijo del pobre Le Fever.——Yo también se lo suplico, dijo Yorick a su vez.——Tiene muy buen corazón, dijo mi tío Toby.——Y valeroso además, con el permiso de usía, añadió el cabo. ——Los mejores corazones son siempre los más valerosos, Trim, respondió mi tío Toby.——Y, con el permiso de usía, los mayores cobardes de nuestro regimiento eran también los mayores sinvergüenzas:—estaba el sargento Kumber, y el abanderado—— ——Ya hablaremos de ellos, dijo mi padre, en otra ocasión. Capítulo catorce ¡Qué mundo tan alegre y jovial sería éste, con el permiso de sus señorías, si no fuera por ese inextricable laberinto de deudas, preocupaciones, calamidades, miseria, dolor, descontento, melancolía, viudedades, engaños y mentiras! El doctor Slop, como un verdadero hijo de p— (según expresión de mi padre, que le llamó así por ello:),—para engrandecerse a sí mismo,—me empequeñeció a mí hasta casi la muerte,—e hizo del accidente de Susannah diez mil veces más de lo que estaba justificado; de modo que al cabo de una semana o menos, ya se hallaba en los labios de todo el mundo que el pobre señorito Shandy * * * * * * * * * completamente.—Y el RUMOR, que gusta de duplicarlo todo,—al cabo de tres días más había jurado ya solemnemente que había visto con sus propios ojos——(y todo el mundo, como de costumbre, dio crédito a su testimonio)—‘cómo la ventana del cuarto de los niños no sólo había * * * * * * * * * * * * * * * * ;——sino que * * * * * * * * * * * * * * también’[50]. * *. * Si se hubiera podido demandar judicialmente al mundo como a una CORPORACIÓN,—mi padre habría iniciado un proceso contra él y lo habría vapuleado a base de bien; pero lanzarse al abordaje de individuos concretos,—teniendo en cuenta que cuantos habían mencionado el asunto lo hablan hecho con la mayor compasión imaginable,—habría equivalido a ofender e insultar gravemente a los mejores amigos.—Y sin embargo, someterse al rumor en silencio—era como reconocerlo abiertamente,—al menos en la opinión de medio mundo; y armar un nuevo alboroto para desmentirlo——era asimismo como confirmarlo, en la opinión de la otra mitad. ———¿Alguna vez se habrá encontrado un pobre caballero rural tan embrollado?, dijo mi padre. —Yo lo expondría públicamente, dijo mi tío Toby, en la cruz del mercado. ——Eso no surtiría efecto, dijo mi padre. Capítulo quince ——Pues a pesar de todo le voy a poner calzones, dijo mi padre,—diga el mundo lo que le venga en gana. Capítulo dieciséis Hay miles de resoluciones, señor, tanto eclesiásticas como estatales, así como relativas, señora, a asuntos de mayor privacidad,—que a pesar de tener todo el aspecto de haber sido tomadas y acometidas de una manera precipitada, irreflexiva y atolondrada, en realidad habían sido, a pesar de ello (y si ustedes o yo pudiéramos haber entrado en el gabinete, o haber permanecido ocultos detrás de una cortina, así lo habríamos comprobado), sopesadas, equiparadas y cotejadas, —discutidas,—escudriñadas,—investigadas y examinadas desde todos los ángulos con tanta frialdad que la misma DIOSA de la FRIALDAD (cuya existencia no me comprometo a demostrar) no podría haberlo deseado ni hecho mejor. De este género fue la resolución de mi padre de ponerme calzones: pues aunque la tomó en un momento—de arrebato, y poco menos que a guisa de desplante o desafío a toda la humanidad, lo cierto es, sin embargo, que mi madre y él habían ya calibrado todos sus pros y contras y habíanla discutido judicialmente en el transcurso de dos lechos de justicia que mi padre había convocado al efecto——alrededor de un mes antes[51]. El carácter de estos lechos de justicia se lo explicaré a ustedes en el próximo capítulo; y en el que le seguirá, usted, señora, vendrá conmigo detrás de la cortina con el único fin de escuchar de qué manera mi padre y mi madre debatieron entre sí esta cuestión de los calzones;—a partir de lo cual podrá usted hacerse una idea de cómo debatían, asimismo, todos los demás asuntos de menor importancia. Capítulo diecisiete Los antiguos godos de Alemania, que (el erudito Cluverius lo afirma con absoluta certeza)[52] en un principio ocupaban la región comprendida entre el Vístula y el Oder y más adelante recibieron la incorporación de los hércules, los bugios y algunas otras tribus vándalas[53],—tenían (todos ellos) la sabia costumbre de debatir dos veces todo lo que fuera de importancia para el estado, a saber:—una vez borrachos y otra sobrios.—Borrachos,—para que a sus consejos no les faltara vigor;—sobrios,—para que no les faltara discreción. Bien: mi padre no bebía más que agua y, a consecuencia de ello,—pasó largo tiempo en gran desazón tratando de hallar un medio de sacarle partido a esta costumbre, como hacía con todos los dichos y hechos de los antiguos; y no fue hasta su séptimo año de matrimonio cuando, tras mil ensayos y experimentos infructuosos, dio con un expediente que vino a resolverle el problema:——cada vez que en la familia tenía que tomarse una decisión sobre alguna cuestión grave y azarosa cuya determinación requiriese mucha calma y, al mismo tiempo, gran energía,—señalaba y reservaba, para discutir el asunto en la cama con mi madre, la noche del primer domingo del mes y la del sábado inmediatamente anterior. Y por medio de semejante estratagema, considerando, señor, que * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * A estas sesiones mi padre, con bastante humor, las llamaba sus lechos de justicia;—pues de estos dos diferentes consejos, celebrados en tan distintos estados de ánimo, salía por lo general un término medio, tan preñado de sabiduría como si se hubiera emborrachado y desemborrachado un centenar de veces. No debe ocultarse al mundo que este método da tan buenos resultados en las discusiones literarias como en las militares o conyugales; pero no todos los autores pueden intentar el experimento a la manera en que lo hacían los godos y los vándalos;—y si pueden, será siempre a costa de la salud de sus cuerpos; y si lo hicieran al estilo de mi padre,—estoy seguro de que entonces lo sería siempre a costa de la de sus almas.—— Mi procedimiento es el siguiente:—— Cada vez que, al tratar un tema difícil o delicado—(de los que, Dios lo sabe, mi libro está plagado),—me encuentro con que no puedo dar un solo paso sin correr el peligro de que bien sus señorías, bien sus reverencias, se me echen encima,—escribo la mitad repleto——y la otra mitad en ayunas;—o lo escribo todo repleto——y lo corrijo en ayunas;—o lo escribo en ayunas——y lo corrijo repleto: el resultado viene a ser siempre el mismo.—De modo que, variando el plan de mi padre en menor medida de lo que mi padre variaba el gótico,—me siento absolutamente a la misma altura que él en lo que se refiere a su primer lecho de justicia——y de ningún modo en inferioridad de condiciones en lo que respecta al segundo.—Estos efectos, tan dispares y casi irreconciliables, dimanan uniformemente del sabio y maravilloso mecanismo de la naturaleza:—a ella sola——quépale el honor.—Lo único que podemos hacer nosotros es poner en marcha y dirigir el dispositivo en pro del mejoramiento y superior factura de las artes y las ciencias.—— Bien: cuando escribo repleto,—lo hago como si no fuera a volver a escribir en ayunas en toda mi vida;—es decir, escribo libre de las preocupaciones, así como de los terrores, del mundo.—No hago recuento de mis cicatrices——ni se adentra mi imaginación en oscuros portales y rincones para anticipar las puñaladas que me aguardan.—En una palabra, mi pluma corre con entera libertad y yo escribo tanto desde la plenitud de mi corazón como desde la de mi estómago.—— Pero cuando, con el permiso de usías, redacto en ayunas, la cosa es bien distinta.—Le presto al mundo la mayor atención y le guardo el mayor respeto posible,—y (mientras dura el ayuno) me hallo en posesión de esa virtud inferior que es la discreción——tanto como el que más de ustedes.—De modo que, entre los dos estados, lo que escribo es una especie de libro—desenfadado, amable, disparatado, lleno de humor shandiano, que hará mucho bien a todos sus corazones—— ——Y a sus cabezas también,—siempre y cuando lo comprendan. Capítulo dieciocho —Deberíamos empezar, dijo mi padre dándose media vuelta en la cama y empujando un poco su almohada hacia la de mi madre al tiempo que, con estas palabras, daba por abierta la sesión:—deberíamos empezar a pensar, Mrs Shandy, en ponerle calzones a este niño.—— —Deberíamos,—dijo mi madre.——Lo estamos retrasando de una manera vergonzosa, dijo mi padre.—— —Tiene usted razón, Mr Shandy,—dijo mi madre. ——No es que al niño no le sienten bien, dijo mi padre, sus vestidnos y blusones: le sientan estupendamente.—— ——Sí, le sientan magníficamente,—respondió mi madre.—— ——Y por esa razón, añadió mi padre, quitárselos sería poco menos que un pecado.— ——Sí, lo sería,—dijo mi madre.——Pero lo cierto es que está creciendo mucho, es un chico muy alto,—replicó mi padre. ——En efecto, está muy alto para la edad que tiene,——dijo mi madre.—— ——No tengo ni idea, dijo mi padre (pronunciando la palabra en su forma bisilábica)[54], de a quién diablos puede estar saliendo.—— —A mí tampoco se me ocurre, ni idea,—dijo mi madre.—— —¡Hum!,—dijo mi padre. (El diálogo cesó durante unos instantes.) ——Yo soy muy bajito,—prosiguió mi padre con gran seriedad. ——En efecto, Mr Shandy, es usted muy bajito,—dijo mi madre. —¡Hum!, dijo mi padre para sus adentros por segunda vez; y al tiempo que mascullaba esta interjección, apartó un poco su almohada de la de mi madre,—y, dándose de nuevo la vuelta, dejó interrumpida la sesión durante tres minutos y medio. ——Cuando le hayan hecho los calzones, exclamó mi padre en un tono de voz más alto del que había empleado hasta entonces, parecerá un bicho con ellos. —Estará un poco raro al principio, respondió mi madre—— ——Y ya tendremos suerte si sólo es eso, añadió mi padre. —Mucha suerte, contestó mi madre. —Supongo, respondió mi padre——tras hacer una pausa,—que se le verá exactamente igual que a los niños de la demás gente.—— —Exactamente igual, dijo mi madre—— ——Aunque la verdad es que eso no me gustaría nada, añadió mi padre: y la sesión quedó de nuevo interrumpida. ——Tendrían que ser de cuero, dijo mi padre dándose la vuelta otra vez.—— —Son los que le durarían más, dijo mi madre. —Pero no podrían llevar forros, respondió mi padre.—— —No, no podrían, dijo mi madre. —Sería mejor hacérselos de fustán, dijo mi padre. —Sí, sería lo mejor, dijo mi madre.—— ——A no ser que se los hiciéramos de cotonía,—respondió mi padre.——Sería lo mejor,—respondió mi madre. ——Aunque lo que tampoco se puede es hacer que se muera de frío,—la interrumpió mi padre. —De ningún modo, dijo mi madre:—y el diálogo volvió a quedar suspendido. —Sin embargo, dijo mi padre quebrando el silencio por cuarta vez, lo que sí tengo decidido es que no lleven bolsillos.—— ——No le hacen ninguna falta, dijo mi madre.—— —¡Me refería al abrigo y al chaleco!,—exclamó mi padre. ——Y yo también,—respondió mi madre. ——Aunque si tiene trompos o perinolas——¡Pobres niños!, para ellos es como tener un cetro y una coronal—Debería tener donde guardarlos.—— —Ordene que se lo hagan todo a gusto suyo, Mr Shandy, respondió mi madre.—— ——Pero, ¿a usted no le parece bien así?, añadió mi padre presionándola. —Perfectamente, dijo mi madre, si a usted le gusta, Mr Shandy.—— ——¡Ya está!, gritó mi padre perdiendo la paciencia:—¡si a mí me gusta! ¡Nunca distinguirá usted, Mrs Shandy, ni tampoco lograré yo jamás enseñarle a hacerlo, entre una cuestión de gusto y una cuestión de conveniencia!——Todo esto sucedía la noche del domingo,—y este capítulo no dice ya más. Capítulo diecinueve Mi padre, tras discutir la cuestión de los calzones con mi madre,—fue a consultarle el caso a Albertus Rubenius; y Albertus Rubenius trató a mi padre en la consulta (si es que tal cosa es posible) diez veces peor de lo que mi padre había tratado a mi madre. Porque habiendo escrito Rubenius un libro en cuarto sobre el tema, De re Vestiaria Veterum[55],—lo lógico es que le hubiera podido aclarar un poco las cosas a mi padre.—Pero, por el contrario, ya podría mi padre haberse empeñado en sacarle las siete virtudes cardinales a una luenga barba—que le habría costado el mismo trabajo que sacarle a Rubenius una sola palabra acerca de la cuestión. Sobre todas las demás prendas de vestir de los antiguos Rubenius se mostró muy comunicativo con mi padre:—le proporcionó una información muy completa y detallada acerca de La Toga, o vestidura holgada y talar. La Chlamys. El Ephod. La Túnica, o Saco. La Synthesis. La Paenula. La Lacema, con su Cucullus. El Paludamentum. La Praetexta. El Sagum, o coleto militar. Las Trabae, de las que, según Suetonio, había tres clases diferentes[56].—— ——Pero, dijo mi padre, ¿qué tiene todo esto que ver con los calzones? Rubenius le puso en el mostrador todos los tipos de calzado que hablan estado de moda entre los romanos.——Estaba El zapato abierto. El zapato cerrado. El múleo. El zueco. El borceguí. El coturno. Y La bota militar claveteada, de la que habla Juvenal. Estaban Los chanclos. Las galochas. Los pantuflos. Los colodros. Las sandalias, con hebillas. Estaba El zapato de fieltro. El zapato de lino. El zapato con adorno de encaje. El zapato con adorno de galones. El calceus incisus. Y El calceus rostratas[57]. Rubenius le mostró a mi padre lo bien que ajustaban todos,—de qué manera se abrochaban,—con qué cordones, correas, amientos, agujetas, cintas, túrdigas y majuelas.—— ——Pero sobre lo que yo quiero informarme es acerca de los calzones, dijo mi padre. Albertus Rubenius le informó que los romanos fabricaban las telas con diversas texturas:—unas eran lisas,—otras listadas,—otras adamascadas con seda y oro a lo largo y ancho de la trama entera de la lana.—Le dijo que el empleo del lino no empezó a generalizarse hasta el declive del imperio, cuando los egipcios que llegaban para establecerse lo pusieron de moda. —Que las personas de rango y fortuna se distinguían por la calidad y blancura de sus ropas; y que era este color (después del púrpura, que era el más apropiado en las grandes ceremonias) el más apreciado e indicado para las fiestas de cumpleaños y demás celebraciones públicas.—Que, según se desprendía de las crónicas de los mejores historiadores de la época, mandaban con frecuencia la ropa al batanero para que la limpiara y blanqueara;—pero que las clases inferiores, para ahorrarse ese gasto, llevaban por lo general ropajes marrones de un tejido algo más basto——hasta comienzos del reinado de Augusto, en el que el esclavo empezó a vestir como su amo y prácticamente se perdieron todos los rasgos distintivos en lo referente a la indumentaria, a excepción del Latus Clavus[58]. —¿Y qué era el Latus Clavus?, dijo mi padre. Rubenius le dijo que la cuestión era todavía causa de litigio entre los eruditos:—que Egnatius, Sigonius, Bossius Ticinensis, Bayfius, Budaeus, Salmasius, Lipsio, Lazius, Isaac Casaubon y José Escaligero[59] diferían todos los unos de los otros,—y que él a su vez lo hacía de todos ellos; que, según unos, era el botón;—según otros, la misma prenda de vestir;—según otros, simplemente su color.—Que el gran Bayfius, en su Guardarropía de los Antiguos, cap. 12,—confesaba sinceramente ignorar de qué se trataba:—si de una tíbula[60], —si de un tachón,—si de un botón,—si de un lazo,—si de una hebilla,—si de broches y prendedores.—— —Mi padre perdió el caballo, pero no la silla.——Son el macho y la hembra de los corchetes, dijo:—y con corchetes mandó que se me hicieran los calzones. Capítulo veinte Vamos ahora a cambiar el escenario de los acontecimientos.—— —Dejemos, pues, los calzones en manos del sastre, con mi padre de pie junto a él leyéndole, mientras trabaja, un discurso sobre el latus clavus y señalándole con su bastón el lugar preciso de la cintura en que ha decidido que el susodicho latus clavus sea cosido.—— Dejemos a mi madre—(¡la más genuina de todas las Pro-curantes de su sexo!)[61] —absolutamente despreocupada por el asunto, como por todas las demás cosas del mundo que tuvieran que ver con ella;—es decir,—indiferente a que los calzones se hicieran de esta o aquella manera,—con tal de que se hicieran.—— Dejemos asimismo a Slop para que le saque el mayor partido posible a mi deshonra.—— Dejemos al pobre Le Fever para que se recupere y vuelva a casa desde Marsella como pueda.—Y por último,—ya que es lo más difícil de todo,—— Dejémosme, si la cosa es factible, a mí mismo.—Pero no lo es:——mucho me temo que tendré que seguir con ustedes hasta el final de la obra. Capítulo veintiuno Si el lector no tiene una idea perfectamente clara de la pértica y media de terreno que había al fondo del huerto de mi tío Toby, escenario de sus más deliciosas horas,—la culpa no es mía,—sino de su imaginación:—pues estoy seguro de haberle hecho una descripción tan detallada que en su momento casi me avergoncé de ello. Una tarde en que el DESTINO miraba hacia el futuro, hacia los grandes acontecimientos de los tiempos venideros,—al acordarse del fin que a esta pequeña franja de terreno le había asignado una ley indeleblemente inscrita en hierro,—le hizo una señal con la cabeza a la NATURALEZA——y aquello ya bastó:—la Naturaleza echó sobre el lugar media pala de su más fértil abono: y aquel abono contenía la suficiente cantidad de arcilla para que las formas de los ángulos y los surcos se conservaran,—y la cantidad justa, asimismo, para que no se quedara adherido a la pala y convirtiera, durante el mal tiempo, las gloriosas obras en porquería. Mi tío Toby, como ya se ha informado al lector, se retiró al campo llevándose consigo los planos de prácticamente todas las ciudades fortificadas de Italia y Flandes; de modo que ya podrían el Duque de Marlborough o los aliados haber puesto sitio a la ciudad que más les hubiese apetecido——que mi tío Toby estaba preparado para ello[62]. Su sistema, que era el más sencillo del mundo, consistía en lo siguiente: en cuanto una ciudad era sitiada—(e incluso antes, cuando la maniobra era previsible o se sabía), cogía el plano correspondiente y (fuera cual fuese la ciudad en cuestión) lo agrandaba a la escala que lo hiciera coincidir exactamente, en su tamaño, con las dimensiones de su campo de bolos; las líneas y trazos del papel los reproducía en la superficie del mencionado terreno valiéndose de un gigantesco carrete de bramante y de una serie de pequeñas estacas puntiagudas que clavaba en el suelo para señalar los diferentes ángulos y estrellas; a continuación estudiaba la elevación del lugar, junto con sus obras, a fin de determinar la profundidad e inclinación de las zanjas,—el talud del glacis y la altura exacta de las diversas banquetas, parapetos, etc.—y ponía al cabo manos a la obra,—que a partir de entonces iba progresando dulcemente:——la índole del terreno,—la índole del trabajo mismo,—y, sobre todo, la buena índole de mi tío Toby, que se pasaba el día entero, desde la mañana hasta la noche, sentado a poca distancia del cabo y charlando amigablemente con él de hazañas pasadas,—hacían que todo aquello no tuviera, de TAREA, prácticamente más que el nombre. Cuando la plaza estaba terminada y en condiciones de ser defendida en toda regla,—se la sitiaba,—y mi tío Toby y el cabo empezaban a cavar la primera paralela.—Ruego que no se me interrumpa en mi relato para decírseme que la primera paralela tendría que estar, por lo menos, a trescientas toesas de distancia del cuerpo principal de la playa,—y que yo no he dejado ni una sola pulgada de por medio,——pues mi tío Toby, a fin de disponer de más espacio para las obras del campo de bolos, se tomaba la libertad de comerle terreno al huerto, razón por la cual se veía obligado, por lo general, a cavar la primera y la segunda paralelas entre una hilera de berzas y otra de coliflores; las ventajas e inconvenientes de esto serán detenidamente estudiados a lo largo de la narración de las campañas de mi tío Toby y el cabo, de las cuales lo que estoy escribiendo ahora no es más que un bosquejo——al que, dentro de tres páginas, si los cálculos no me rallan, habré puesto fin (aunque nunca se sabe).—Las campañas ocuparían otros tantos libros por sí solas, y en consecuencia me temo que cantarlas (como en un momento dado tuve intención de hacer) en medio del grueso de la obra equivaldría a colgar un peso demasiado grande de esta débil armazón;—sin duda sería mejor hacerlas imprimir aparte.—Pero ya consideraremos la cuestión más adelante,—de modo que, mientras tanto, pueden ustedes ir leyendo el bosquejo siguiente: Capítulo veintidós Cuando la ciudad, con sus obras, estaba terminada, mi tío Toby y el cabo empezaban a cavar la primera paralela; —no a la buena de Dios, ni de cualquier manera,—sino respetando las posiciones y las distancias desde las que los aliados hubieran empezado a cavar la suya; y, regulando sus aproximaciones y ataques según las informaciones que mi tío Toby recibía diariamente de los periódicos,—iban avanzando paso a paso con los aliados durante todo el asedio. Cuando el Duque de Marlborough hacía un atrincheramiento,—mi tío Toby hacía un atrincheramiento también.—Y cuando el frente de un baluarte era demolido por un cañonazo, o una defensa reducida a escombros,—el cabo cogía su zapapico y hacía otro tanto,—y así sucesivamente;—iban ganando terreno y adueñándose de las obras, una detrás de otra, hasta que finalmente la ciudad caía en sus manos. Nadie que se regocije al ver felices a los demás——podría haber contemplado, en todo el mundo, un espectáculo más de su agrado que si, una mañana en la que el correo hubiera traído la noticia de que el Duque de Marlborough había abierto una brecha de consideración en el cuerpo principal de la plaza,—se hubiera apostado tras el seto de ojaranzo y hubiera admirado el espíritu con que mi tío Toby, con Trim a sus talones, avanzaba resueltamente:—el uno con la Gazette en la mano[63],—el otro con una pala al hombro, dispuesto a poner en práctica el contenido del boletín.—¡Qué espontáneo el aire triunfal de mi tío Toby al avanzar hacia las murallas! ¡Cuán intenso el placer que le bailaba en los ojos mientras, de pie junto al cabo y al tiempo que éste trabajaba, le leía el párrafo diez veces, no fuera a ser que por casualidad hiciera la brecha una pulgada demasiado ancha——o la dejara una pulgada demasiado estrecha!—Pero cuando batían chamade[64], y el cabo, con las enseñas en la mano, ayudaba a mi tío Toby a subir hasta las murallas para plantarlas allí,——¡cielos! ¡tierra! ¡mar!——pero, ¿de qué sirven los apostrofes?——ni aun con todos los elementos juntos, los húmedos y los secos, han compuesto ustedes jamás brebaje tan embriagador. Por este carril de felicidad, y a lo largo de muchos años, sin sufrir interrupciones (excepto en alguna que otra ocasión, cuando el viento poniente se pasaba una semana o diez días seguidos soplando e impedía la llegada del correo de Flandes, torturándoles así durante otras tantas jornadas: —aunque, al fin y al cabo y dicho sea de paso, se trataba de una tortura dichosa y llena de esperanzas);—por este carril, digo, marcharon mi tío Toby y Trim durante muchos años; y cada uno de estos años, y a veces cada mes, aportaba, gracias a la inventiva del uno o del otro, alguna nueva idea o artificio para el perfeccionamiento de las operaciones——cuya puesta en práctica siempre les proporcionaba nuevas fuentes de deleite y placer. La campaña del primer año fue llevada a cabo de principio a fin según el simple y sencillísimo método que ya he expuesto. Al segundo año, en el transcurso del cual tomó Lieja y Ruremond[65], mi tío Toby estimó que podía afrontar el gasto de cuatro hermosos puentes levadizos: de dos de ellos hice ya una precisa descripción en otra parte de la obra. A finales de este mismo año añadió un par de puertas con rastrillo;—estos fueron convertidos más adelante en tambores[66], por juzgárselos más necesarios; y durante el invierno del mismo año, mi tío Toby, en lugar de renovar su vestuario, que era lo que siempre hacía por Navidad, se regaló una preciosa garita de centinela, que colocó en una esquina del campo de bolos. Entre este punto y el pie del glacis quedó una especie de pequeña explanada para que el cabo y él pudieran conferenciar y celebrar sus consejos de guerra. —La garita de centinela era para cuando lloviera. A la primavera siguiente se le dio, a todo este material, una triple capa de pintura blanca, lo cual permitió a mi tío Toby iniciar la nueva campaña con gran esplendor. Mi padre solía decirle a Yorick que si cualquier otro mortal del universo que no fuera mi tío Toby hubiera hecho semejante cosa, el mundo lo habría tomado por una de las más refinadas sátiras de la manera petulante y ampulosa en que Luis XIV, desde el comienzo de la guerra, pero sobre todo aquel año en concreto, había iniciado sus campañas.——Pero no encaja en el carácter de mi hermano Toby, ¡alma bondadosa donde las haya!, añadía mi padre, el insultar a nadie. —Pero sigamos. Capítulo veintitrés Debo señalar que, aunque durante la campaña del primer año se mencionó con frecuencia la palabra ciudad,—por entonces todavía no había, sin embargo, ninguna en el polígono: esta adición no se hizo hasta el verano subsiguiente a la primavera en que se pintaron los puentes y la garita de centinela; es decir, hasta el tercer año de las campañas de mi tío Toby, —cuando, al tomar sucesivamente Amberg, Bonn y Rhinberg, así como Huy y Limbourg[67], al cabo se le ocurrió que hablar de la toma de tantas ciudades sin tener UNA sola que las representara——constituía una forma bastante disparatada de obrar, y así, propuso a mi tío Toby la construcción de un pequeño modelo de ciudad, con tablas sueltas de madera de pino que más tarde pintarían y pegarían en el interior del polígono dejándolo todo allí bien fijo y ensamblado,—para que hiciera las veces de todas las ciudades conquistadas. Mi tío Toby apreció lo oportuno del proyecto al instante, y al instante otorgó su beneplácito,——sólo que introduciendo dos singulares mejoras, de las que se mostró tan orgulloso como si él mismo hubiera sido el configurador original del proyecto. La primera consistía en construir la ciudad exactamente del mismo tipo de las que con mayor probabilidad representaría;—es decir, con ventanas enrejadas, los aleros de las casas sobresaliendo por encima de las calles, etc., etc.,—como Gante y Brujas y las demás ciudades de Brabante y Flandes. La segunda, en no construir las casas formando una especie de bloque compacto e inamovible, como el cabo proponía, sino en hacerlas cada una independiente de las demás a fin de poder engancharlas y desengancharlas y, así, disponerlas según el plano de la ciudad que se les antojase. Todos estos proyectos se pusieron inmediatamente en marcha, y mientras el carpintero realizaba su trabajo, mi tío Toby y el cabo se cruzaban innumerables miradas de congratulación recíproca. —Al verano siguiente, el resultado constituyó un verdadero prodigio:—la ciudad era un Proteo perfecto[68].—Fue Landen, y Trerebach, y Santvliet, y Drusen, y Hagenau,—y más tarde fue Ostende, y Menin, y Aeth y Dendermond[69]. —Sin duda nunca una CIUDAD, desde Sodoma y Gomorra, representó tantos papeles como la de mi tío Toby[70]. Al cuarto año, mi tío Toby, considerando que una ciudad sin iglesia ofrecía un aspecto más bien ridículo y algo idiota, le añadió una muy bonita, con campanario y todo. —Trim era partidario de incorporarle también las campanas, —pero mi tío Toby opinó que el metal era mejor fundirlo para fabricación de cañones. Esto dio lugar a que a la siguiente campaña hicieran su aparición media docena de cañones de bronce de pequeño calibre, que fueron colocados tres a cada lado de la garita de centinela de mi tío Toby; y, al cabo de poco tiempo, éstos se vieron acompañados ya por un tren de artillería de calibre algo más grueso,—y así se siguió—(como siempre ha de ser en las cuestiones de tipo caballuno): se empezó con cañones de media pulgada de calibre y se acabó con las botas de mi padre. Al año siguiente, durante el que se sitió Lisie y al final del cual tanto Gante como Brujas cayeron en nuestras manos[71],—mi tío Toby se vio, con gran tristeza de su corazón, en un terrible aprieto por falta de munición adecuada;—digo de munición adecuada——porque su artillería pesada no funcionaba con pólvora, lo cual, dicho sea de paso, fue una verdadera suerte para la familia Shandy:—pues desde el comienzo hasta el fin del asedio los periódicos llegaban tan repletos de noticias relativas al fuego incesantemente sostenido por los sitiadores,—y la imaginación de mi tío Toby se caldeaba tanto con ellas, que, indefectiblemente, habría acabado por demoler todas sus propiedades. En consecuencia (y en especial en uno o dos de los momentos más álgidos y violentos del asedio), se hacía necesario ALGO, algún sucedáneo, que mantuviera la ilusión de un fuego perpetuo;—y este algo el cabo, cuyo fuerte era la inventiva, lo proporcionó bajo la forma de un nuevo sistema de cañoneo, enteramente ideado por él,—sin el que, sin duda, los críticos militares se habrían pasado la vida objetando a mi tío Toby el no haber alcanzado uno de los mayores desiderata[72] de su complicado dispositivo. Todo esto no quedará peor explicado por el hecho de que, como suelo, me coloque, al empezar, a una cierta distancia del sujeto. Capítulo veinticuatro Junto a dos o tres chucherías más, sin interés en sí mismas pero de gran valor sentimental para el cabo, que Tom, su desventurado hermano, le había enviado con ocasión de su boda con la viuda del judío,—se encontraban: Una gorra de montero[73] y dos pipas turcas. La gorra de montero la describiré más adelante.—Las pipas turcas no tenían en sí nada de particular: montadas y adornadas como de costumbre, con tubos flexibles de tafilete e hilo dorado, las boquillas eran una de marfil——y la otra de negro ébano, rematada en plata. Mi padre, que todo lo veía a una luz diferente de la del resto del mundo, solía decirle al cabo que debía considerar aquellos dos presentes más como una prueba de la sutileza de su hermano que de su afecto.——Tom no tenía el menor interés, Trim, le decía, en ponerse la gorra o en fumar en la pipa de un judío.——¡Válgame Dios, usía!, decía el cabo (que se oponía rotundamente a esta teoría);—¿cómo puede usted decir cosas así? La gorra de montero era escarlata, de paño español muy fino teñido con grana, y estaba toda forrada de piel a excepción de una zona (de unas cuatro pulgadas aproximadamente) en la parte delantera, que iba cubierta por un sencillo bordado de color azul claro.—Al parecer, había pertenecido a un cuartelmaestre portugués, no de infantería, sino de caballería, como el propio nombre indica[74]. El cabo estaba no poco orgulloso de su prenda, tanto por ella misma como por ser obsequio de quien era; de modo que nunca, o muy pocas veces, se la ponía: sólo los días de gran GALA; y sin embargo, jamás sirvió para tantas cosas una gorra de montero: pues el cabo, cada vez que se producía una controversia, tanto si era de índole militar como culinaria,—juraba por ella,—o se la apostaba,—o la daba (siempre y cuando estuviera seguro de llevar la razón y las de ganar en la disputa). —En el presente caso la daba. —Me comprometo, dijo el cabo hablando consigo mismo, a darle mi gorra de montero al primer mendigo que llame a la puerta si no logro solucionar este asunto a la entera satisfacción de usía. El momento de dar esta satisfacción estaba ya a la vuelta de la esquina, pues a la mañana siguiente, sin ir más lejos, habría de efectuarse el asalto de la contraescarpa entre el bajo Deule y la puerta de San Andrés, a la derecha,—y entre la de Santa Magdalena y el río, a la izquierda[75]. Como éste era el ataque más memorable de toda la guerra,—en el que los dos bandos habíanse batido con mayor valor y empeño—(y debo añadir que también fue el más sangriento, pues los mismos aliados perdieron aquella mañana más de mil cien hombres),—mi tío Toby se preparó para él con mayor solemnidad de la acostumbrada. La víspera por la noche, al irse a la cama, dio las órdenes precisas para que su peluca ramallie[76], que llevaba muchos años vuelta del revés en el fondo de un viejo baúl de campaña que tenía junto al lecho, fuera desenterrada de allí y colocada encima de la tapa, lista para la mañana;—y la primerísima cosa que mi tío Toby hizo al levantarse, todavía en camisón, fue volverla del derecho——y ajustársela.—Hecho esto, procedió a ponerse los calzones: se abotonó la cintura y a continuación, sin demora, se abrochó el cinturón del sable; y ya tenía éste medio envainado——cuando pensó que aún le faltaba afeitarse y que hacerlo con el arma encima sería sumamente incómodo,—de modo que se la quitó.—Y al tratar de enfundarse en su casaca y chaleco militares, le halló el mismo reparo a la peluca,—de modo que se la quitó también. —Total, que entre unas cosas y otras, como ocurre siempre que se tiene mucha prisa,—ya hablan dado las diez, lo cual representaba un retraso de treinta minutos sobre su hora acostumbrada, antes de que mi tío Toby hubiera logrado salir de casa. Capítulo veinticinco Apenas si había doblado la esquina de su seto de tejo (que separaba el huerto del campo de bolos) cuando mi tío Toby advirtió que el cabo habla dado comienzo al ataque sin él.—— Permítanme detenerme y hacerles una descripción de los dispositivos del cabo y del cabo mismo en el momento álgido de este ataque, tal y como mi tío Toby lo sorprendió al volverse hacia la garita de centinela, donde se encontraba Trim en plena faena.—Pues no hay en toda la naturaleza una escena semejante,—ni puede ninguna combinación de lo que en sus obras hay de grotesco y extravagante producir su igual. El cabo—— —¡Pasad de puntillas sobre sus cenizas, hombres de genio,—pues era pariente vuestro! ¡Escardad su tumba y dejadla limpia e impecable, hombres de bien,—pues era hermano vuestro!—¡Oh, cabo! Si ahora te tuviera aquí conmigo,—ahora que puedo ofrecerte sustento y protección,—¡cómo te cuidaría! Llevarías puesta tu gorra de montero a todas horas del día durante todos los días de la semana;—y cuando ya se te hubiera roto a fuerza de usarla, te compraría otras dos iguales.—Pero, ¡ay! ¡ay! ¡ay!, ahora que podría hacer todo esto a despecho de sus reverencias,—la ocasión se ha perdido:—pues estás muerto;—¡tu genio voló hacia las estrellas, de las que procedía!—¡y ese cálido corazón tuyo yace ahora comprimido, junto con tus generosos y acogedores vasos[77], en un terrón del valle! —Pero, ¿qu闗qué es todo esto comparado con esa página futura y temida en la que dirigiré la vista hacia el paño mortuorio de terciopelo——decorado con las insignias militares de tu señor,—el primero,—el más noble de cuántos seres han sido creados?—Esa página en la que te veré a ti, ¡leal servidor!, atravesando sobre su féretro, con mano temblorosa, su sable y su vaina——para a continuación volver hasta la puerta, pálido como la ceniza, y coger por la brida a su caballo enlutado, dispuesto a seguir el fúnebre cortejo tal y como él te lo hubiera ordenado;—esa página——en la que todos los sistemas de mi padre se verán burlados por su dolor; y contemplaré cómo, a pesar de su filosofía, por dos veces se quita los lentes, al examinar la placa barnizada, para enjugar el rocío que la naturaleza habrá derramado sobre ellos.—Le veré entonces arrojar el romero con un aire de desconsuelo que, gritando, me traspasará los oídos:——¡Oh, Toby! ¿En qué rincón del mundo encontraré a tu igual? —¡Oh, sobrenaturales poderes llenos de gracia que en otro tiempo abristeis los labios del mudo en su desventura e hicisteis que la lengua del balbuciente se expresara con claridad!—Cuando llegue a esa página temida, no me tratéis, entonces, con parquedad. Capítulo veintiséis El cabo, que la noche anterior había decidido en su fuero interno dar cumplida satisfacción al gran desiderátum[78] de mantener la ilusión de un fuego incesante sobre el enemigo durante el apogeo del ataque,—no albergaba en su fantasía, en el momento de tomar dicha resolución, más idea que la de hacer que, mediante un artificio de su invención, uno de los seis cañones de pequeño calibre de mi tío Toby, que, como ya dije antes, se hallaban emplazados a ambos lados de la garita de centinela, fumara tabaco en contra de la ciudad; y como al mismo tiempo de ocurrírsele la estratagema se le ocurrió también la manera de ponerla en práctica, pensó que, a pesar de haber empeñado su gorra, ésta no corría ningún peligro,—pareciéndole del todo imposible que sus planes no dieran los resultados apetecidos. Al ponerse a darle vueltas al asunto en su cabeza, se dio cuenta al instante de que, por medio de sus dos pipas turcas, y con la ayuda suplementaria de tres tubos de gamuza de menor tamaño adaptados a cada uno de los extremos inferiores de las pipas y rematados por otros tantos conductos de estaño que se ajustarían a los fogones y se dejarían bien afianzados al cañón con arcilla para después unirlos herméticamente con trocitos de seda encerada a las diversas inserciones del tubo de tafilete,—podría disparar al mismo tiempo las seis piezas de artillería con tanta facilidad como si hiciera fuego con una sola.—— —Que nadie se atreva a decir de qué cajón de sastre[79] pueden salir indicios para el progreso del conocimiento humano y de cuáles no. Que nadie que haya leído tanto el primero como el segundo lecho de justicia de mi padre ose ponerse en pie y tratar de estatuir las clases de cuerpos que han de entrar en colisión para que se haga (o deje de hacerse) la luz que lleve a las artes y las ciencias a la perfección.—¡Señor! Tú sabes cómo las amo;—tú conoces los secretos de mi corazón, y sabes bien que en este mismo instante ciaría la camisa———Eres un idiota, Shandy, me dice Eugenius, porque sólo posees una docena y con esta afirmación——vas a echar a perder el juego entero.—— Eso no importa, Eugenius; ahora mismo me quitaría la camisa para que la hicieran arder como la yesca—si con ello lograra que un febril investigador averiguase el número de chispas que podrían hacer salir de los faldones un buen pedernal y un eslabón al primer golpe.—¿No crees tú que, al hacer salir las chispas,—tal vez (por casualidad) podría hacer que de ellas saliera alguna otra cosa? En mi opinión es algo tan seguro como un cañón.—— —Pero este proyecto era sólo un paréntesis. El cabo se pasó despierto la mayor parte de la noche perfeccionando el suyo; y tras poner suficientemente a prueba los cañones llenándolos de tabaco hasta los topes,—se fue a acostar muy satisfecho. Capítulo veintisiete El cabo se había deslizado fuera de la casa unos diez minutos antes que mi tío Toby con el propósito de dar a su dispositivo los últimos retoques y lanzarle al enemigo una o dos andanadas antes de que llegara su señor. A este efecto había arrastrado las seis piezas de artillería hasta tenerlas dispuestas, todas juntas, delante de la garita de centinela de mi tío Toby; y tan sólo había dejado un intervalo de aproximadamente yarda y media entre las tres de la derecha y las tres de la izquierda para así cargar con mayor comodidad, etc,—y, posiblemente, para, de esta manera, disponer de dos baterías, cosa que, seguramente a su juicio, era dos veces más honorable que no tener más que una. Detrás de los cañones y cubriendo este hueco, con la espalda pegada a la puerta de la garita por temor a verse atacado de flanco o por la retaguardia, había el cabo, sabiamente, tomado posiciones.—Y así, con la pipa de marfil (correspondiente a la batería de la derecha) entre el índice y el pulgar de la mano del mismo lado,—y la pipa de ébano remanda en plata (correspondiente a la batería de la izquierda) entre el índice y el pulgar de la otra mano;—con la rodilla derecha hincada en el suelo como si formara en primera línea de su pelotón y la gorra de montero en la cabeza, el cabo disparaba furiosa y simultáneamente sus dos baterías cruzadas——contra la contraguardia, situada frente a la contraescarpa y lugar en el que debía efectuarse el ataque aquella mañana. Su primera intención, como dije, era sencillamente echarle al enemigo una o dos bocanadas de humo;—pero el placer de ver salir las bocanadas, así como el de aspirarlas, se fue apoderando del cabo sin que él se diera cuenta; y cuando mi tío Toby se reunió con Trim, dicho placer le había conducido ya, de bocanada en bocanada, hasta el mismísimo apogeo del ataque. Fue una verdadera suerte para mi padre que mi tío Toby no tuviera, aquel día, que hacer su testamento. Capítulo veintiocho Mi tío Toby le quitó de la mano al cabo la pipa de marfil;—la observó durante medio minuto y se la devolvió. Pasados menos de dos minutos, mi tío Toby volvió a quitarle la pipa al cabo e hizo ademán de llevársela a la boca, pero cuando ya la tenía a mitad de camino,—se la devolvió apresuradamente por segunda vez. El cabo redobló el ataque;—mi tío Toby sonrió;—después se puso serio;—a continuación sonrió durante unos segundos——para luego quedarse serio un buen rato.——Dame la pipa de marfil, Trim, le dijo mi tío Toby,—y se la llevó a los labios:—acto seguido aspiró,—echó una rápida mirada por encima del seto de ojaranzo:—a mi tío Toby no se le hizo la boca agua de aquel modo, por una pipa, en toda su vida.—Mi tío Toby se retiró al interior de la garita de centinela llevando la pipa en la mano.—— —¡Querido tío Toby! ¡No entres en la garita con la pipa!—¡No hay quien prevea lo que le sucederá al hombre que se meta en tal rincón con tal objeto! Capítulo veintinueve Ruego aquí al lector que me ayude a meter entre bastidores toda la artillería de mi tío Toby,—a sacar del escenario la garita de centinela y, si ello es posible, a despejar el teatro de hornabeques y mediaslunas y a quitar de en medio el resto de su aparatoso dispositivo militar;—una vez hecho esto, querido amigo Garrick[80], despabilaremos las bujías para que alumbren bien,—barreremos la escena con una escoba nueva, —subiremos el telón y mostraremos a mi tío Toby en la piel de otro personaje acerca de cuyo comportamiento el mundo no puede tener ni la más remota idea: y sin embargo, si la piedad está emparentada con el amor,—y el valor no le es ajeno, ya han visto ustedes a mi tío Toby practicando lo primero y lo último lo suficiente——como para, con gran contento de sus corazones, ser capaces de rastrear los parecidos familiares existentes entre las dos pasiones (si es que a alguna de ellas se la puede llamar por este nombre). ¡Vana ciencia! No nos ayudas en los casos de esta índole——y en cambio nos confundes en todos los demás. Mi tío Toby, señora, tenía una ingenuidad de corazón que le apartaba tanto de las angostas y serpentinas sendas que los asuntos de esta índole siguen por lo general——que usted——que no puede usted hacerse idea: tenía además una manera de pensar tan llana y sencilla, con una tal ignorancia, desprovista de toda suspicacia, de los pliegues y dobleces del corazón femenino;—y tan desnudo e indefenso se encontraba ante ustedes, las mujeres, que (cuando no le rondara la cabeza un asedio) podrá usted perfectamente haberse apostado en cualquiera de sus sinuosos senderos——y haberle disparado al hígado con toda tranquilidad diez veces seguidas[81]; eso en el caso improbable de que nueve veces consecutivas no le hubieran bastado a usted, señora, para conseguir sus propósitos[82]. Además de esto, señora,—mi tío Toby poseía (cosa que lo enredaba todo en la misma medida que lo anterior, pero por el otro lado) esa sin par modestia de carácter de la que ya le hablé una vez[83] y que, dicho sea de paso, era una especie de perpetuo centinela de sus sentimientos; de modo que ya podría usted—Pero, ¿a dónde me dirijo? Estas reflexiones se agolpan en mi mente con un adelanto de por lo menos diez páginas y me roban un tiempo precioso que debería estar dedicando a los hechos. Capítulo treinta De los pocos hijos legítimos de Adán que jamás han sentido en sus respectivos pechos el aguijón del amor—(dando previamente por supuesto que todos los misóginos son bastardos),—de entre todos ellos, digo, los más grandes héroes de la historia antigua y de la moderna son los que se han alzado con nueve de las diez partes de tal honor; y, sólo por ellos, me gustarla sacar del pozo la llave de mi estudio[84] y disponer de ella durante cinco minutos, no más, a fin de poderles decir a ustedes sus nombres:—de recordarlos no soy capaz,—así que confórmense con (de momento) aceptar estos otros en su lugar:—— Estaba el gran rey Aldrovandus, y Bosforo, y Capadocio, y Dárdano, y Ponto, y Asio,—para no hablar de Carlos XII, el de corazón de hierro, de quien ni la propia Condesa de K***** logró sacar nada en limpio.—Estaba Babilónico, y Mediterráneo, y Polixenes, y Pérsico, y Prúsico, ninguno de los cuales (a excepción de Capadocio y Ponto, de los que se albergaron algunas sospechas) inclinó jamás el pecho ante la diosa[85].—La verdad es que todos ellos tenían otras cosas que hacer,—y lo mismo le ocurría a mi tío Toby;—hasta que el Destino,—hasta que el Destino, digo, envidiándole a su nombre la gloria de pasar a la posteridad en compañía del de Aldrovandus y los demás,—se sacó de la manga, demostrando gran bajeza por su parte, la paz de Utrecht[86]. —Créanme ustedes, señores, aquella fue la peor acción que cometió en el año. Capítulo treinta y uno Una de las muchas consecuencias funestas del tratado de Utrecht fue la de estar a punto de provocar en mi tío Toby un verdadero empacho de asedios; y aunque más tarde recuperó de nuevo el apetito, puede decirse, sin embargo, que la mismísima Calais no le dejó una cicatriz más profunda en el corazón a Mary de la que le dejó Utrecht al de mi tío Toby[87]. Nunca ya, hasta el fin de sus días, fue capaz de oír mencionar Utrecht por el motivo que fuera,—o ni tan siquiera leer una columna de noticias entresacadas de la Gaceta de Utrecht, sin al mismo tiempo exhalar un suspiro como si el corazón se le estuviera partiendo en dos. Mi padre, que era un gran TRAFICANTE EN MOTIVOS (y en consecuencia una persona muy peligrosa para sentarse al lado cuando se reía o lloraba,—pues por lo general sabía el motivo que uno tenía para hacer cualquiera de las dos cosas mucho mejor de lo que lo sabía uno mismo),—consolaba siempre a mi tío Toby, en estas ocasiones, de una manera que dejaba traslucir claramente lo que pensaba, a saber: que, de todo el asunto, nada afectaba tanto a mi tío Toby como la pérdida de su caballo de juguete.——No importa, hermano Toby, solía decirle:—con la bendición de Dios, cualquier día de éstos veremos cómo estalla nuevamente alguna guerra; y cuando tal cosa suceda,—hagan lo que hagan las potencias beligerantes, no podrán evitar que nosotros entremos en el juego.—Los desafío, querido Toby, añadía, a que tomen países sin tomar ciudades,—o a que tomen ciudades sin ponerles sitio. Mi tío Toby nunca se tomaba a bien estos comentarios, plagados de segundas intenciones, que mi padre dedicaba a su caballo de juguete.—Considerábalos golpes bajos; y tanto más cuanto que al golpear al caballo también le daba al jinete: y en la parte más deshonrosa a que un golpe puede ir a parar; de modo que, en estas ocasiones, siempre dejaba la pipa sobre la mesa con más ardor y ganas de defenderse de los acostumbrados. Ya le dije al lector, hace ahora dos años[88], que mi tío Toby no era elocuente; y en la misma página le di una muestra de lo contrario.—Repito la observación y pongo ante él un hecho que nuevamente la contradice.—No era elocuente;—no le resultaba fácil, no, a mi tío Toby hacer peroratas largas,—y detestaba los discursos floridos; pero había ocasiones en las que la corriente superaba al hombre y fluía con tanta fuerza en contra de su curso habitual que, en algunas partes y durante algunos momentos, mi tío Toby se ponía por lo menos a la altura de Tértulo[89];—pero en otras, en mi opinión, se elevaba infinitamente por encima de él. A mi padre le complació tanto uno de estos discursos apologéticos de mi tío Toby, concretamente uno que les soltó una noche a Yorick y a él, que se tomó el trabajo de ponerlo por escrito antes de irse a la cama. He tenido la gran suerte de hallarlo entre los papeles de mi padre con, aquí y allá, alguna inserción de su propia cosecha enmarcada por corchetes, así [ ], y el siguiente encabezamiento: Justificación, por parte de mi hermano TOBY, de sus propios principios y actitud en favor de la continuación de la guerra. Puedo decir, sin exagerar, que he leído y releído este discurso apologético de mi tío Toby un centenar de veces: y me parece un modelo de defensa tan esplendido,—y además revela un temperamento tan valeroso, tan dulce y tan lleno de buenos principios, que se lo brindo al mundo, palabra por palabra (con interlineaciones y todo), tal como lo encontré. Capítulo treinta y dos El discurso apologético de mi tío TOBY No soy insensible, hermano Shandy, al hecho de que cuando un hombre que tiene las armas por profesión desea, como yo lo he hecho, la continuación de la guerra,—la cosa no deja de presentar, a los ojos del mundo, un aspecto sumamente feo;—y tampoco se me escapa que, por muy justos y rectos que sus motivos e intenciones puedan ser,—se encuentra en una posición incómoda al tener que vindicarse a sí mismo de las acusaciones que sobre él pesan——de obrar según sus propios intereses particulares al desear tal cosa. Por esta razón, si el soldado en cuestión es hombre prudente (cosa que puede ser sin menoscabo alguno de su valor), procurará no manifestar su deseo en presencia de enemigos; porque, diga lo que diga, el enemigo no le creerá.—Será muy cauto incluso a la hora de revelárselo a un ¿migo,—no vaya a sufrir su estima por ello.—Pero si su corazón se siente oprimido, y su secreto anhelo por las armas necesita de un desahogo, lo guardará para los oídos de su hermano, que conoce a fondo su carácter y sabe cuáles son sus verdaderas ideas, inclinaciones y principios de honor. Cuáles espero que hayan sido los míos——sería impropio, hermano Shandy, que lo dijera yo:—sé que he sido mucho peor de lo que debiera,—y algo peor, tal vez, de lo que me creo. Pero tal como soy, tú, querido hermano Shandy, que has mamado de los mismos pechos que yo,—junto a quien fui educado desde la cuna——y a cuyo conocimiento no he ocultado, desde los días de nuestras primeras diversiones infantiles hasta el momento presente, una sola acción de mi vida y apenas algún pensamiento;—tal como soy, hermano, debes conocerme ya hoy por hoy: con todos mis vicios, y también con todas mis flaquezas, débanse a mi edad, a mi temperamento, a mis pasiones o a mi entendimiento. Dime, pues, querido hermano Shandy, cuál de estos vicios o flaquezas te indujo a pensar que cuando tu hermano condenó la paz de Utrecht y lamentó que la guerra no prosiguiera enérgicamente durante un poco más de tiempo, lo hacía impulsado por bajos intereses; o que, al desear que la guerra continuara, era lo bastante malvado como para desear también, meramente por su propio placer, que murieran más semejantes,—que se hicieran más esclavos y que más familias fueran arrancadas de sus pacíficas moradas.—Dime, hermano Shandy, ¿en cuál de mis actos te fundas para pensar tales cosas? [No sé de más acto tuyo, querido Toby, que uno que me costó cien libras: te las presté para que pudieras seguir adelante con tus malditos sitios.] Si, cuando era un colegial, no podía oír el redoble de un tambor sin que mi corazón se pusiera a latir al unísono,—¿tenía yo la culpa de ello?—¿Fui yo quien engendró mis propias inclinaciones?—¿Fui yo quien hizo sonar la alarma en mi interior? ¿O fue la Naturaleza? Cuando por el colegio circularon de mano en mano Guy, Conde de Warwick, y Parismus y Parismenus, y Valentine y Orson, y los Siete Campeones de Inglaterra,—¿no los había comprado yo todos con mi propio dinero?[90] ¿Y era eso egoísmo, hermano Shandy? Cuando leíamos sobre el sitio de Troya, que duró diez años y ocho meses—(aunque con un tren de artillería como el que teníamos en Namur la ciudad no hubiera resistido más de una semana),—¿no estaba yo más preocupado por la suerte de los griegos y los troyanos que ningún otro niño del colegio? ¿Acaso no recibí tres golpes de férula, dos en la mano derecha y uno en la izquierda, por llamar zorra a Helena, causante del enfrentamiento? ¿Acaso alguno de vosotros derramó por Héctor más lágrimas que yo? Y cuando el rey Príamo fue hasta el campamento griego a implorar que le entregaran su cuerpo y tuvo que volverse a Troya llorando sin él[91],—sabes muy bien, hermano, que aquel día no fui capaz de probar bocado durante el almuerzo.—— —¿Eso proclama mi crueldad? O, dime, hermano Shandy: porque mi sangre me empujara hacia la batalla y mi corazón suspirara por la guerra,—¿quedaba por ello demostrado que yo fuera incapaz de lamentar asimismo las desgracias de la guerra? ¡Oh, hermano! Para un soldado,—recibir laureles es una cosa,—y otra muy distinta sembrar cipreses.—[¿Quién te ha contado, hermano Toby, que el ciprés era símbolo de duelo entre los antiguos?] —Para un soldado, hermano Shandy, una cosa es arriesgar la propia vida,—ser el primero en caer sobre la trinchera enemiga, donde sabe que lo van a hacer pedazos;—una cosa es, por espíritu patriótico o por sed de gloria, atravesar la brecha en primer lugar,—mantenerse en primera línea y avanzar valerosamente al son de trompetas y tambores y entre un flamear de banderas:—una cosa es, digo, hermano Shandy, hacer esto;—y otra muy distinta reflexionar sobre los horrores de la guerra,—contemplar la desolación de naciones enteras y considerar las intolerables penas y fatigas que el propio soldado, instrumento de toda esta destrucción, se ve obligado (por seis peniques diarios el día que consigue cobrarlos) a padecer. ¿Cree usted, querido Yorick, que hace falta decirme, como hizo usted en el sermón funerario por Le Fever, que una criatura tan delicada y apacible como el hombre, nacida para el amor, la compasión y la bondad, no fue hecha para esto?—Pero, ¿por qué no añadió usted, Yorick,—que si no lo fue por la NATURALEZA,—sí lo fue en cambio por la NECESIDAD?—Porque, ¿qué es la guerra? ¿Qué es, Yorick, cuando, como la nuestra, se lleva a cabo en defensa de unos principios de libertad y honor?—¿Qué es sino la unión de gentes pacíficas e inofensivas que empuñan la espada con el solo propósito de mantener a raya a los ambiciosos y turbulentos? Y pongo a Dios por testigo, hermano Shandy, de que el placer que he obtenido con estas cosas,—y en particular ese inmenso goce que ha presidido mis asedios del campo de bolos, ha tenido por origen en mi fuero interno (y espero que en el del cabo también) la conciencia absoluta (que a ninguno de los dos faltaba) de que, al realizarlos, estábamos respondiendo a los grandes fines de nuestra creación. Capítulo treinta y tres Le dije al lector cristiano— (digo cristiano——esperando que lo sea,—y si no lo es, lo siento por él——y tan sólo le pido que examine la cuestión consigo mismo y no le eche la totalidad de la culpa a este libro),—— Le dije, señor——(porque, en verdad, cuando un hombre está contando una historia de una manera tan extraña como yo estoy relatando la mía, se ve obligado a ir hacia atrás y hacia adelante continuamente para mantenerlo todo bien unido y compacto en la imaginación del lector,—cosa que, en lo que a mí respecta, si no tuviera buen cuidado de hacer con mayor frecuencia que al principio, les diré que anda suelto por ahí tanto material equivoco y vacilante en movimiento, con tantos huecos e interrupciones de por medio,—y tan poca ayuda prestan las estrellas[92] que yo, sin embargo, voy dejando suspendidas en el aire en algunos de los pasajes más oscuros, sabedor de que el mundo está expuesto a perderse por el camino incluso cuando se ve iluminado por todas las luces que el mismísimo sol es capaz de proporcionar a mediodía——que ahora, ya lo ven ustedes, ¡yo mismo me he perdido!—— —Pero la culpa la tiene mi padre; y cuandoquiera que sea que me disequen los sesos, ustedes apreciarán, sin necesidad de lentes, que me dejó en herencia un filamento grande y desigual (como los hilachos que se ven a veces en los trozos invendibles de batista) que recorre longitudinalmente todo el tejido de una forma tan irregular que alrededor no podría ponérsele un** (aquí vuelvo a colgar un par de luces),—o una venda, o un dedil, sin que dejara de verse o de notarse.—— Quanto id diligentius in liberis procreandis cavendum, dice Cardan[93]. Considerando todo lo cual, y en vista de que, como pueden ustedes comprobar, me resulta moralmente imposible dar un rodeo tal que me permitiera volver a donde empecé,—— Doy comienzo al capítulo otra vez. Capítulo treinta y cuatro Le dije al lector cristiano, al principio del capítulo que antecedió al discurso apologético de mi tío Toby—(aunque con un tropo muy distinto del que ahora emplearía), que la paz de Utrecht estuvo a punto de crear, entre mi tío Toby y su caballo de juguete, los mismos extrañamiento y desazón que creó entre la reina y las demás potencias confederadas[94]. Hay hombres que a veces desmontan de sus caballos de una manera indignante, como diciéndoles: ‘Iré a pie, señor, el resto de mi vida antes que volver a recorrer una sola milla a lomos de usted’. Bien; no se puede decir que mi tío Toby desmontara de su caballo de esta guisa: pues si utilizamos la lengua con rigor, ni siquiera se puede decir que desmontara de su caballo en absoluto:—más bien fue el caballo quien lo lanzó despedido por los aires;—y además con cierto encono, lo cual hizo que mi tío Toby se lo tomara con diez veces menos connivencia. Pero dejemos que esta cuestión la determinen como más les plazca los jockeys profesionales.—La paz de Utrecht, digo, creó una especie de extrañamiento o desazón entre mi tío Toby y su caballo de juguete. —Entre los meses de marzo y noviembre, es decir, durante el verano siguiente a la firma del tratado, no lo cogió más que muy de vez en cuando y con el único propósito de darse un pequeño paseo hasta las fortificaciones y el puerto de Dunkerque y ver si se los demolía según lo estipulado. Durante todo aquel verano los franceses se mostraron tan reacios a poner el asunto en marcha, y Monsieur Tugghe, diputado de los magistrados de Dunkerque, presentó ante la reina tantas peticiones lastimeras,—implorándole a su majestad que se limitara a hacer caer sus rayos sobre las edificaciones militares que pudieran haber incurrido en su desagrado[95], —pero que indultara,—que indultara al muelle por amor del muelle: el muelle, que, en su desolada situación, no podía ser más que objeto de compasión;—y la reina (que al fin y al cabo no era más que una mujer), siendo su carácter piadoso,—y también sus ministros, ellos porque en el fondo de sus corazones no deseaban que la ciudad fuera desmantelada por las siguientes razones de índole secreta: Durante todo aquel verano * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * —— * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ; de modo que, entre unas cosas y otras, el asunto afectó gravemente a mi tío Toby; pues no fue hasta tres meses después de que el cabo y él hubieran terminado de construir la ciudad y ponerla en condiciones de ser destruida——cuando los diversos comandantes, comisarios, diputados, negociadores e intendentes le dieron permiso para emprender las obras de demolición.—¡Fatal intervalo de inactividad! El cabo era partidario de dar comienzo a la demolición haciendo una brecha en las murallas o fortificaciones principales de la ciudad.—No,—eso no surtiría efecto, cabo, le dijo mi tío Toby; porque, obrando de ese modo, la guarnición inglesa de la ciudad no permanecería segura ni una sola hora: pues si los franceses son tan traicioneros———Son tan traicioneros como el demonio, con el permiso de usía, dijo el cabo.——Es algo que siempre me da que pensar, Trim, dijo mi tío Toby, pues valor personal no les falta; el caso es que si se hace una brecha en las murallas, pueden entrar por allí y adueñarse de la plaza cuando les venga en gana.——Que entren, dijo el cabo levantando con ambas manos su laya de zapador como si se dispusiera a repartir golpes a diestro y siniestro en derredor suyo;—que entren, con el permiso de usía, si se atreven.——En casos como éste, cabo, dijo mi tío Toby deslizando la mano derecha hasta el palo de su bastón para a continuación blandido como un garrote, y con el dedo índice extendido,—un comandante no debe especular con los extremos a que llegará,—o dejará de llegar, la osadía del enemigo: ha de obrar siempre con prudencia. Empezaremos por las obras del exterior de las murallas, tanto las que se extienden hacia el mar como las de tierra adentro; concretamente por el fuerte Louis, la más distante de todas ellas y que derribaremos en primer lugar;—y luego el resto, una por una, tanto las de la derecha como las de la izquierda, a medida que vayamos retrocediendo hacia la ciudad;—a continuación demoleremos el muelle,—y después inutilizaremos el puerto;—y entonces nos retiraremos a la ciudadela y lo haremos volar todo por los aires; y una vez cumplida nuestra misión, cabo, embarcaremos rumbo a Inglaterra.——Pero si estamos en ella, dijo el cabo volviendo en si.——Muy cierto, dijo mi tío Toby——mirando hacia la iglesia. Capítulo treinta y cinco Una o dos ilusorias, deliciosas deliberaciones de este tipo entre mi tío Toby y Trim acerca de la demolición de Dunkerque——hicieron que las imágenes de aquellos placeres que se le estaban yendo de las manos volvieran momentáneamente a la mente del primero;—sin embargo,—sin embargo todo seguía su curso lánguido y pesado,—y los destellos de magia no hacían sino debilitar cada vez más los ánimos.—La QUIETUD, con el SILENCIO a sus espaldas, penetró en el solitario salón y echó su manto transparente sobre la cabeza de mi tío Toby;—y la INDIFERENCIA, con su fibra laxa y su vaga mirada, tomó silenciosamente asiento a su lado, en uno de los brazos del sillón.—Ya ni Amberg ni Rhinberg, ni Limbourg, ni Huy, ni Bonn un año,—ni la perspectiva de Landen, y Trerebach, y Drusen y Dendermond al siguiente[96],—le aceleraron el ritmo de la sangre.—Ya ni las zapas, ni las minas, ni las blindas, ni los gaviones, ni las empalizadas volvieron a rechazar a ese noble enemigo de la tranquilidad humana.—Ya no pudo mi tío Toby volver a atravesar las líneas francesas mientras cenaba sus huevos y adentrarse en el corazón de Francia:—cruzar el Oise y, tras dejar la Picardía entera libre a sus espaldas, marchar hacia las puertas de París para a continuación quedarse dormido con la cabeza llena de ideas de gloria.—Ya no volvió a soñar que clavaba el estandarte real en lo alto de la torre de la Bastilla, ni a despertarse con tal imagen recorriéndole la fantasía. —Visiones más sosegadas,—vibraciones más tenues se deslizaron suave y subrepticiamente entre sus sueños;—la trompeta guerrera se le cayó de las manos,—y lo que recogió fue un laúd, ¡dulce instrumento! ¡Entre todos el más delicado! ¡El más difícil!—¿Cómo lo tocarás, querido tío Toby? Capítulo treinta y seis Bien: ahora, porque con mi irreflexiva manera de soltar las cosas haya dicho una o dos veces que estaba completamente seguro de que, cuando tuviera tiempo para escribirla, la inminente narración del galanteo de mi tío Toby con la viuda Wadman se revelaría como uno de los sistemas más completos (tanto en la parte elemental o teórica como en la práctica) del arte de amar y del amorío que jamás se hayan ofrecido al mundo,—¿van ustedes acaso a imaginarse por ello que pienso empezar con una definición de lo que es el amor? ¿Si es en parte Dios y en parte Diablo, como afirma Plotino?[97] — —¿O que, con una ecuación más exacta, y suponiendo que el amor en su totalidad tenga diez partes,—empezaré por determinar con Ficino ‘cuántas le pertenecen——al uno,—y cuántas al otro’?—¿O si todo él es un gran Demonio, desde la cabeza a la cola, como Platón se ha encargado de proclamar?[98] Acerca de esta idea suya no diré mi opinión:—pero mi opinión sobre Platón es la siguiente: que, a juzgar por esta muestra de su pensamiento, parece haber sido un hombre de carácter y manera de razonar muy similares a los del doctor Baynyard, quien, siendo un denodado enemigo de los vejigatorios, y siendo asimismo de la opinión de que media docena de ellos aplicados a la vez llevaban a un hombre a la tumba con tanta prontitud como un carro fúnebre tirado por seis caballos,—llegó a la temeraria conclusión de que el mismísimo Demonio en persona no era otra cosa que una enorme y poderosa Cantárida[99].—— A aquellas personas que en medio de una discusión sería se toman este tipo de monstruosas libertades no tengo otra cosa que decirles que lo que Nacianceno le gritó (es decir, le dijo en tono polémico) a Filagrio:—— ‘???e!’ ¡Excelente! ¡Muy buen razonamiento, si señor!—‘dt? f???s?fe?? e? ???es?’——Y ciertamente buscas la verdad de la manera más noble al filosofar sobre ella en los más diversos estados de ánimo y pasiones[100]. Ni, por la misma razón, ha de imaginarse que piense pararme a investigar si el amor es una enfermedad,—o que vaya a enredarme, con Rasis y Dioscórides, sobre si se encuentra situado en el cerebro o en el hígado[101];— pues esto me llevarla a examinar las dos (completamente opuestas) maneras en que los pacientes del mal han sido tratados:—la primera es la de Aecio, que siempre comenzaba con un refrigerativo clister de cañamón y cohombros machacados——para luego continuar con unos sutiles brebajes hechos a base de ninfeas y verdolaga,—a los que agregaba un polvo de rapé extraído de la hierba Hanea——y, cuando se atrevía a aplicarlo,—su anillo de topacio[102]. —La otra es la de Gordonio, quien (en el cap. 15 de su de Amore) aconseja apalear a los enfermos amorosos ‘Ad putorem usque’,—hasta que vuelvan a apestar[103]. Todo esto son disquisiciones con las que mi padre, que había atesorado grandes cantidades de conocimientos de este tipo, se hallará muy ocupado durante el progreso y desarrollo de los amores de mi tío Toby: debo adelantar aquí que, de sus teorías sobre el amor (con las que, dicho sea de paso, se las ingenió para torturar la mente a mi tío Toby casi tanto como se la mortificaron sus propios amoríos),—no pasó a la práctica más que una sola vez:—en la que, mediante una tela aderezada con cera e impregnada de alcanfor que logró hacer pasar por bocací ante el sastre que en aquellos momentos le estaba confeccionando a mi tío Toby un nuevo par de calzones, produjo en éste los mismos efectos que Gordonio sólo que sin hacerle sufrir ignominia alguna[104]. Los cambios que esto trajo consigo es algo que se leerá en su debido lugar: lo único que hay que añadir a la anécdota es lo siguiente:—que cualquiera que fuese el efecto que hizo en mi tío Toby,—el que hizo en la casa fue nefasto;—y si mi tío Toby no lo hubiera contrarrestado a fuerza de fumar sin cesar, este nefasto efecto, ya mencionado, habría acabado por alcanzar a mi padre también. Capítulo treinta y siete —Ya saldrá por sí sola más adelante.—Lo único que quiero dejar bien claro es que no estoy obligado a empezar haciendo una definición de lo que es el amor; y mientras pueda proseguir mi historia de forma inteligible valiéndome de la palabra a secas, sin que implique ninguna otra idea que no sea la que tanto yo como el resto del mundo le asignamos, ¿por qué habría de apartarme de ella ni un segundo antes de tiempo?—Cuando ya no pueda seguir adelante,—y me encuentre perdido en medio de este laberinto místico,—entonces vendrá mi Opinión corriendo——y me sacará del atolladero. De momento espero que se me entienda lo suficiente si me limito a decirle al lector que mi tío Toby se enamoró: —No es que la frasecita me guste; en absoluto: porque decir que un hombre se ha enamorado,—o que está profundamente enamorado,—o enamorado hasta las orejas,—o incluso a veces enamorado hasta la coronilla,—conlleva algo así como la implicación idiomática de que el amor se halla por debajo del hombre[105]:—y ello equivale a reincidir en la opinión de Platón, la cual, con toda su divinidad a cuestas,—considero herética y condenable:—y esto es todo al respecto. Dejemos, por tanto, que el amor sea lo que quiera;—el caso es que mi tío Toby se enamoró. —Y posiblemente, amable lector, a ti te habría sucedido lo mismo——con semejante tentación: pues ten por seguro que tus ojos jamás han contemplado en este mundo, ni tu concupiscencia ambicionado, nada tan concupiscible como la viuda Wadman. Capítulo treinta y ocho Para hacerse usted una idea adecuada de ella,—pida pluma y tinta;—aquí, bien a mano, tiene usted listo el papel. —Tome asiento, señor, y píntela o descríbala a su entero gusto:—tan parecida a su querida como le sea posible,—tan distinta de su mujer como le permita la conciencia;—a mí me es exactamente igual:—no se preocupe más que de darle gusto a su propia fantasía. ——¿Hubo alguna vez en la Naturaleza algo tan dulce?—¿Algo tan exquisito? —En ese caso, querido señor, ¿cómo podría mi tío Toby haberse resistido? ¡Oh, libro triplemente afortunado! ¡Albergarás entre tus cubiertas una página, al menos, que la MALICIA no oscurecerá ni la IGNORANCIA podrá tergiversar! Capítulo treinta y nueve Bridget, por un mensaje que envió con un recadero, le comunicó a Susannah que mi tío Toby se había enamorado de su señora dos semanas antes de que tal cosa sucediera;—y como el contenido de dicho mensaje Susannah, a su vez, se lo transmitió a mi madre al día siguiente,—ello me brinda la oportunidad de empezar a hablar de los amoríos de mi tío Toby quince días antes de su existencia. —Tengo que darle una noticia, Mr Shandy, dijo mi madre, que le va a sorprender grandemente.—— En aquel momento mi padre se hallaba celebrando uno de sus segundos lechos de justicia; y, cuando mi madre rompió el silencio, se encontraba en plena cavilación sobre los molestos avatares de la vida matrimonial.—— ——‘Mi hermano Toby, dijo mi madre, va a casarse con Mrs Wadman’. ——Entonces, dijo mi padre, ya no podrá volver a tumbarse diagonalmente en la cama mientras viva. A mi padre le reventaba que mi madre jamás preguntara el significado de las cosas que no entendía. ——Ya sé, solía decir mi padre, que ella no tiene la culpa——de no ser una mujer de ciencia;—pero podría hacer algunas preguntas de vez en cuando. Mi madre nunca las hacía.—Para abreviar, les diré que al final abandonó el mundo sin haberse enterado de si giraba o se estaba quieto.—Mi padre, con enorme paciencia, se lo había dicho más de mil veces,—pero ella siempre lo olvidaba. Por todas estas razones, era muy infrecuente que una conversación entre ellos tuviera más continuidad que la de una proposición,—una réplica y una contrarréplica; al término de las cuales la conversación en cuestión por lo general se tomaba un respiro de varios minutos (como en el asunto de los calzones) para a continuación proseguir de igual manera. —Si se casa, nosotros saldremos perdiendo,—dijo mi madre. —En lo más mínimo, dijo mi padre:—lo mismo da que dilapide su fortuna en una bagatela que en otra. ——Eso es cierto, dijo mi madre: y aquí acabaron la proposición,—la réplica——y la contrarréplica de que les he hablado. —Aparte de todo, él se divertirá un poco así,—dijo mi padre. —Mucho, contestó mi madre, si tiene hijos.—— ——Que el Señor se apiade de mí,—dijo mi padre para sus adentros,—— * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * Capítulo cuarenta Ahora es cuando empiezo a entrar ya de lleno en el grueso de mi obra; y no me cabe la menor duda de que, con la ayuda de un régimen vegetariano y unas cuantas semillas frías[106], seré capaz de proseguir con la historia de mi tío Toby, y con la mía propia, en una línea tolerablemente recta. Bien: Inv.T.S Scul.T.S.[107] Estas son las cuatro líneas que he trazado, respectivamente, a lo largo de mis primero, segundo, tercero y cuarto volúmenes.—En el quinto lo he hecho muy bien:—la línea que en él he descrito ha sido exactamente la siguiente: En ella se ve claramente que, con excepción de la curva señalada A, en la que me fui a dar una vuelta por Navarra,—y de la curva dentada B, que corresponde al breve paseo que por allí me di en compañía de la dama Baussiere y su paje,—no hice una sola y retozona digresión hasta que los demonios de John de la Casse me condujeron a la redondeada que ven señalada ustedes con una D;—porque, en lo que se refiere a los signos ccccc, no son más que paréntesis y esas entradas y salidas fortuitas de las que tan llenas están las vidas de los ministros más grandes e importantes del estado; y si las comparamos con las que han hecho los hombres en general,—o con mis propias transgresiones de las letras A, B y D,—la verdad es que se quedan en nada. En este último volumen lo he hecho todavía mejor, —porque desde el termino del episodio de Le Fever hasta el inicio de las campañas de mi tío Toby,—apenas si me he desviado una yarda del camino. Si sigo corrigiéndome a esta velocidad, no es del todo imposible que,—con el permiso de los demonios de su gracia de Benevento,—en el futuro llegue a la siguiente perfección: una línea recta trazada con tanta rectitud como, ayudándome de la regla de un maestro de la escritura (que le pedí prestada al efecto), me ha sido posible trazarla: sin inclinarse ni hacia la derecha ni hacia la izquierda. Esta línea recta———¡La senda que los cristianos han de tomar!, dicen los teólogos.—— ——¡El emblema de la rectitud moral!, dice Cicerón.—— ——¡La mejor línea!, dicen los plantadores de coles.——Es la línea más corta, dice Arquímedes, que puede trazarse de un punto dado a otro[108]. Me gustarla, señoras mías, que se tomaran ustedes muy en serio esta cuestión la próxima vez que tengan que hacerse un vestido para asistir a una tiesta de cumpleaños. —¡Qué viaje! Por favor, antes de que escriba mi capítulo sobre las rectas,—¿pueden ustedes decirme (es decir, sin irritación ni malos modos)——por qué suerte de equivocación,—quién se lo dijo,—o cómo ha llegado a suceder que sus queridos hombres de genio y de ingenio lleven tanto tiempo confundiendo esta línea con la línea curva de la GRAVITACIÓN? FIN DEL SEXTO VOLUMEN VOLUMEN VII[1] LA VIDA Y LAS OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY Non enim excursus hic eius, sed opus ipsum est. —PLIN. Lib. quintus Epistola sexta.[2] Capítulo uno No,—creo que dije que escribiría dos volúmenes al año siempre y cuando la tos traidora que entonces me atormentaba, y a la que aún hoy temo más que al mismo diablo, me lo permitiera;—y en otro lugar—(aunque en cuál no logro acordarme en este instante), comparando mi libro a una máquina y mientras dejaba mi pluma y mi regla atravesadas sobre la mesa en forma de cruz a fin de que mi aseveración gozara del mayor crédito posible,—juré que la mantendría funcionando a este ritmo durante cuarenta años si la fuente de la vida se dignaba a bendecirme durante tanto tiempo con salud y buen humor[3]. Bien: en lo que respecta al humor, poco tengo que decir en su cargo;—tan poquísimo en verdad que (a menos que se considere motivo suficiente para su acusación el ser el causante de que yo me pase diecinueve de las veinticuatro horas del día montado sobre un largo bastón haciendo el indio), por el contrario, tengo mucho,—mucho que agradecerle: me has hecho recorrer alegremente la senda de la vida a pesar de llevar sobre mi espalda todas las cargas (a excepción de las preocupaciones) que ésta comporta; en ningún momento de mi existencia, que yo recuerde, me has abandonado, y tampoco has teñido jamás los objetos que se me cruzaban en el camino ni de sable ni de un verde enfermizo; cuando estuve en peligro, doraste mis horizontes con esperanza, y cuando la MUERTE en persona llamó a mi puerta,—le rogaste que volviera en otra ocasión; y lo hiciste en un tono de tan alegre y despreocupada indiferencia que ella llegó a dudar de su misión:—— ——‘Aquí debe de haber algún error’, dijo. Bien: no hay nada que deteste tanto en este mundo como ser interrumpido en medio de una narración;—y en aquel instante estaba contándole a Eugenius, a mi manera, una historia muy vistosa sobre una monja que se imaginó ser un molusco y un monje que se condenó por comerse un mejillón[4], y estaba asimismo mostrándole los considerandos y justicia del procedimiento judicial empleado para llegar a tal dictamen.—— ——‘¿Acaso un personaje tan serio como un monje se vio alguna vez mezclado en enredo tan indigno?’, dijo la Muerte interrumpiéndome. —Te has salvado de milagro, Tristram, me dijo Eugenius cogiéndome de la mano cuando hube terminado la historia.—— —Pero a este paso, Eugenius, respondile yo, no es mucha la vida que me queda: esa hija de puta ya ha descubierto mi morada.—— ——La llamas como se merece, dijo Eugenius,—porque, según se nos ha dicho siempre, fue a través del pecado como llegó al mundo.——No me importa por dónde haya llegado, dije yo, con tal de que no tenga mucha prisa en llevárseme de aquí con ella:—tengo cuarenta volúmenes que escribir, y cuarenta mil cosas que hacer y decir que nadie, en todo el mundo, dirá ni hará por mí excepto tú; y como ya ves que me tiene cogido por el gaznate (Eugenius lo veía, pues encontrándose frente a mí con tan sólo una mesa de por medio, a duras penas lograba oírme hablar) y que yo no soy adversario para ella en campo abierto, ¿no crees que lo mejor sería que, mientras aún me resten estos pocos ánimos, ya dispersos, y mientras estas dos patitas de araña mías (levantando una para enseñársela) sean capaces de sostenerme,—no crees, Eugenius, que lo mejor sería que tratara de salvar la vida huyendo? —Eso es precisamente lo que te aconsejo, querido Tristram, dijo Eugenius.——Entonces, ¡por todos los cielos!, la haré bailar a un son que poco se imagina:—galoparé, dije, sin volver una sola vez la vista atrás, hasta las márgenes del Garona; y si la oigo retumbar tras mis talones, —pondré pies en polvorosa y me llegaré al monte Vesubio;—de allí iré a Jafa, y de Jafa al fin del mundo; donde, si hasta allí me sigue, rézole a Dios para que se parta el cuello.—— ——Allí, dijo Eugenius, ella corre más peligro que tú. El ingenio y el afecto de Eugenius hicieron que la sangre me volviera a las mejillas, de donde llevaba varios meses desterrada;—fue un mal momento para decirse adiós; me acompañó hasta la silla de posta.——Allons![5], dije yo. El postillón hizo restallar el látigo,—salimos disparados como por un cañón, y al cabo de media docena de tumbos estábamos en Dover. Capítulo dos —Y ahora, ¡al diablo!, dije con la mirada vuelta hacia la costa francesa;—uno también debería saber un poco de su propio país antes de salir al extranjero,—y yo no le he echado ni un vistazo al interior de la iglesia de Rochester, ni he reparado en el muelle de Chatham, ni he visitado a Santo Tomás en Canterbury[6], a pesar de que los tres sitios me pillaban de camino.—— ——Pero el mío, en efecto, es un caso muy especial.—— De modo que sin discutir más la cuestión ni con Thomas o’Becket[7] ni con ninguna otra persona,—salté a la embarcación y cinco minutos después ya nos hacíamos a la vela y volábamos raudo como el viento. —Por favor, capitán, dígame usted, dije bajando a la cabina: ¿nunca le ha alcanzado la Muerte a nadie durante esta travesía? ——Bueno, lo cierto es que no da tiempo a que nadie se ponga enfermo[8], respondió él.——¡Condenado embustero!, dije para mis adentros; porque yo ya estoy tan enfermo como un caballo.—¡Vaya cerebro!—¡Vuelto del revés lo tengo!—¡Caramba! Las células, desperdigadas, andan mezcladas unas con otras, y la sangre, y la linfa, y los jugos nerviosos junto con las sales estables y las volátiles, todo está revuelto formando un amasijo.—¡Buen d——! Todo da vueltas, como mil vorágines, en mi interior.—Daría un chelín por saber si no escribiré con mayor claridad gracias a ello.—— —¡Enfermo! ¡Enfermo! ¡Enfermo! ¡Enfermo!—— ——¿Cuándo llegaremos a tierra? ¡Capitán——! Tienen el corazón de piedra.——¡Oh, estoy mortalmente enfermo! —Alcánzame eso, muchacho;—es la enfermedad más implacable y despiadada que——Ojalá estuviera en el fondo del mar.—¡Señora! ¿Cómo le va a usted? —¡Deshecha! ¡Deshecha! ¡Des——Oh! ¡Deshecha, señor!——¿Qué, es la primera vez?——No, es la segunda, la tercera, la sexta, la décima vez, señor.——¡Caramba!—¡Vaya estruendo el de las pisadas de ahí arriba!—¡Eh, muchacho, el de la cabina! ¿Qué sucede?—— —¡El viento ha cambiado! ¡Es la muerte![9] ——En ese caso, me enfrentaré cara a cara con ella. —¡Qué suerte!—Ha vuelto a cambiar, jefe.——¡Oh, el diablo lo haga cambiar!—— —Capitán, dijo ella, por amor de Dios, vayamos a tierra. Capítulo tres Para un hombre con mucha prisa es un gran inconveniente que haya tres rutas distintas entre Calais y París: los diversos diputados de las ciudades que se encuentran a sus respectivos pasos tienen tanto que decir en favor de cada una de ellas que con gran facilidad se pierde medio día en decidir cuál se va a tomar. La primera es la ruta de Lisie y Arras, que es la que da mayor rodeo——pero la más interesante e instructiva. La segunda es la de Amiens, que podrán ustedes tomar si quieren ver Chantilly.—— Y finalmente está la de Beauvais, que podrán ustedes tomar si les viene en gana hacerlo. Por esta razón la gran mayoría elige ir por Beauvais. Capítulo cuatro ‘Bien, antes de abandonar Calais’, diría un escritor de viajes, ‘no estaría de más hacer una breve descripción de la ciudad’.—Pues bien, a mí me parece que está pero que muy de más el hecho de que un hombre no’ pueda atravesar tranquilamente una ciudad y dejarla en paz si ella no se mete con él,—sino que tenga que ir rodando de un sitio a otro——con la pluma enarbolada para describir[10] todos los desagües con que se topa——por el simple placer, a fe mía, de describirlos; pues a juzgar por lo que sobre este tipo de cosas han escrito cuantos han escrito y galopado,—y cuantos han galopado y escrito, que es una manera de hacerlo diferente; y los que, para ser más expeditivos que los demás, han escrito-galopando, que es la manera en que yo lo estoy haciendo ahora,—no ría habido, desde el gran Addison (que lo hacía con su burjaca de libros escolares colgándole del c—— y desollándole la grupa a su animal a cada paso)[11],—ni un solo galopador, entre todos nosotros, que no pudiera haber pasado amblando tranquilamente sin salirse de su propio terreno (en el supuesto de que hubiera dispuesto de terreno propio) sin por ello haber dejado de escribir todo lo que hubiera tenido que escribir, independientemente de que lo hubiera logrado a pie enjuto o de mala manera. En lo que a mí respecta, como Dios es mi testigo y es a Él a quien siempre haré la última apelación,—no sé más de Calais (si exceptuamos lo poco que acerca de ella me contó mi barbero mientras afilaba la navaja) de lo que en este momento sé del Gran Cairo[12]; pues era de noche y estaba muy oscuro cuando desembarqué, y negro como el alquitrán por la mañana cuando partí; y sin embargo, gracias a saber, sencillamente, lo que cada cosa es, y a base de inferir esto de aquello en una parte de la ciudad, y de descifrar y combinar lo otro con lo de más allá en otra distinta,—estaría dispuesto a poner en juego cualquiera de mis objetos de viaje (y por desigual que fuera la apuesta) a que en este mismo instante les escribo un capítulo sobre Calais un largo como mi brazo; y con un detallamiento tan riguroso y satisfactorio de todos y cada uno de los apartados de la ciudad que merezcan la atención de un forastero——que me tomarían ustedes por el escribano de la propia Calais.—¿Y qué tendría eso, señor, de asombroso? ¿Acaso no era Demócrito, quien se rió diez veces más que yo,—escribano de Abdera? ¿Y no era (se me ha olvidado su nombre), quien tenía más discreción que cualquiera de nosotros dos, escribano de Efeso?[13] —Además, señor, el capítulo estaría escrito con tanto conocimiento y buen sentido, y verdad, y precisión—— —Bien,—si no me cree, puede usted leer el capítulo: le servirá de recompensa y escarmiento[14]. Capítulo cinco Calais, Catatium, Calusium, Calesium[15]. Esta ciudad, si podemos fiarnos de sus archivos, la autoridad de los cuales no veo razón para poner en entredicho aquí,—una vez no fue más que una pequeña aldea perteneciente a uno de los primeros Condes de Guiñes[16]; y como en la actualidad se jacta de tener no menos de catorce mil habitantes, sin contar las cuatrocientas veinte familias de la basse ville o arrabales[17],—es de suponer que debe de haber ido creciendo poco a poco hasta alcanzar su presente tamaño. Aunque hay cuatro conventos, no hay más que una sola iglesia parroquial en toda la ciudad; no tuve ocasión de tomar sus medidas exactas, pero es muy fácil hacer un cálculo relativamente aproximado de ellas,—pues si la ciudad tiene catorce mil habitantes y la iglesia los alberga a todos, debe de ser considerablemente grande;—y si no lo hace,—es una verdadera lástima que no dispongan de otra.—Está edificada en forma de cruz y consagrada a la Virgen María; el campanario, con chapitel, está emplazado en el centro de la iglesia, y se eleva sobre cuatro pilares bastante elegantes y ligeros pero al mismo tiempo lo suficientemente fuertes para sostenerlo;—la adornan once altares, la mayoría de los cuales son más vistosos que bellos. El altar mayor es una obra maestra en su estilo; es de mármol blanco y, según se me dijo, de casi sesenta pies de altura:—de haber sido mucho más alto, lo habría sido tanto como el mismísimo monte Calvario;—por tanto supongo que, en conciencia, su altura debe de ser la pertinente. Nada me llamó tanto la atención como la gran Plaza; aunque no puedo decir que esté bien pavimentada ni bien construida; pero se encuentra en el corazón de la ciudad, y la mayoría de las calles, sobre todo las de ese barrio, desembocan en ella; si pudiera haber habido una fuente en Calais (lo cual parece que no es posible), no es de dudar que, como tal, habría constituido un excelente adorno para la ciudad siempre y cuando sus habitantes la hubieran hecho erigir en el mismísimo centro de esta plaza;—la cual, bien mirado, no es propiamente una plaza,—pues de este a oeste es cuarenta pies más larga que de norte a sur; de modo que, a los franceses en general, no les falta razón al llamarlas Places en lugar de Plazas, cosa que, hablando en rigor, indudablemente no son[18]. El ayuntamiento parece ser un edificio lamentable, pésimamente conservado y aún peor restaurado; de no ser por todo esto, habría constituido el segundo gran ornato del lugar; sin embargo, cumple con su cometido, y sirve perfectamente para acoger en su seno a los magistrados, que de vez en cuando se reúnen allí en asamblea; de modo que (es de presumir) la justicia se distribuye con regularidad. He oído hablar mucho de él, pero lo cierto es que el Courgain no tiene nada en absoluto de particular; es un barrio concreto de la ciudad que está habitado únicamente por marinos y pescadores; consiste en una serie de callejuelas limpiamente trazadas y con edificios en su mayoría de ladrillo; es enormemente populoso, pero eso tampoco tiene nada de particular,—pues lo explica a la perfección el género de dieta que allí se observa.—El viajero puede ir a verlo para quedarse tranquilo;—sin embargo, bajo ningún concepto debe dejar de reparar en La Tour de Guet[19]; se llama así a causa de la misión que le está encomendada: sirve, en tiempo de guerra, para avistar y denunciar a los enemigos que se aproximan al lugar, ya por tierra, ya por mar;—pero es monstruosamente alta, y llama la atención de la vista de manera tan continua que, aunque quisiera, no podría uno evitar reparar en ella. Fue una gran decepción no lograr obtener permiso para llevar a cabo una detenida inspección de las fortificaciones, que son las más sólidas del mundo y que, desde su comienzo hasta su final, es decir, desde el momento en que fueron acometidas por Felipe de Francia, Conde de Boulogne[20], hasta la guerra actual (lapso de tiempo durante el cual se hicieron muchas reparaciones), han costado (como supe después por un ingeniero en la Gascuña)——más de cien millones de livres[21]. Es de destacar que haya sido en la Tete de Gravelenes[22], que es justa y naturalmente donde la ciudad está más expuesta, en lo que se hayan gastado más dinero; de tal modo que las obras exteriores a la muralla se adentran bastante en la campaña y, en consecuencia, ocupan un enorme trecho de terreno.—Sin embargo, después de cuanto se ha dicho y hecho, hay que reconocer que Calais nunca fue, en modo alguno, tan importante por sí misma como por su situación y por representar, en todo momento, un facilísimo punto de acceso a Francia para nuestros antepasados: aunque también presentaba sus dificultades, y no fue menos problemática para los ingleses en aquellos tiempos de lo que lo ha sido Dunkerque para nosotros en los nuestros: de modo que, merecidamente, se la tenía por la llave de ambos reinos, y es ésta sin duda la razón de que a lo largo de la historia se hayan suscitado tantas contiendas a la hora de determinar a quién correspondía su custodia: de tales contiendas, el sitio de Calais, o, mejor dicho, el bloqueo (pues se hallaba cercada tanto por tierra como por mar), fue la más memorable, ya que la ciudad resistió a las acometidas de Edward Tercero durante un año entero, y sólo cayó al final a causa del hambre y de la extremada miseria; la valentía de Eustace de St Pierre, que fue el primero en ofrecerse como víctima para salvar a sus conciudadanos, ha hecho que su nombre pasara a engrosar las filas de los héroes[23]. Y como no ocupará más de cincuenta páginas, cometería una injusticia con el lector si no le hiciera un minucioso relato de aquel romántico canje, así como del asedio mismo, con las propias palabras de Rapin[24]: Capítulo seis —Pero, ¡coraje, amable lector!—Desdeño la tentación.—Ya es bastante tenerte en mi poder:—pero aprovecharme de la ventaja que la fortuna de la pluma te acaba de sacar sería demasiado.—¡No!—¡Por ese ruego todopoderoso que da calor al cerebro visionario y alumbra a los espíritus en las regiones apartadas! Antes de imponer esta dura tarea a una criatura indefensa, y de hacerte pagar, ¡alma infeliz!, por cincuenta páginas que no tengo derecho a venderte,—desnudo como estoy pacerla en las montañas sonriéndole al viento del norte, que no me traerla ni cobijo ni sustento. —Así que, ¡adelante, valeroso muchacho! ¡Y saca el mayor partido que puedas de tu viaje hacia Boulogne! Capítulo siete —¡Boulogne!—¡Ah!—Henos aquí a todos reunidos, —deudores y pecadores ante el cielo; un buen grupo, alegre y festivo;—pero no puedo quedarme a beber con vosotros hasta apurar las copas:—a mí mismo me persigue un centenar de diablos, y van a alcanzarme antes de que hayan acabado de cambiarme los caballos.—Por amor de Dios, apresúrense.——Es por un delito de alta traición, dijo un hombre de pequeñísima estatura susurrándoselo en la voz más baja de que fue capaz a un hombre muy alto que estaba a su lado.——O, si no, por uno de asesinato, dijo el hombre alto.——¡Bien tirados, Seis-As![25], dije yo. —No, dijo un tercero, el caballero ha cometido———— —Ah! ma chère fille![26], dije yo al verla pasar trotando, de vuelta de sus maitines;—está usted tan rosada como la mañana (pues el sol estaba saliendo, lo cual hacía el cumplido más galante).——No, no puede ser eso, dijo un cuarto—(ella me respondió con una inclinación;—yo me di un beso en la mano)[27]; es por deudas, añadió. —Sin duda alguna es por deudas, dijo un quinto. —Yo no pagaría las deudas de ese caballero, dijo As, ni por mil libras. —Ni yo, dijo Seis, por seis veces esa suma.——¡Bien tirados otra vez, Seis-As!, dije yo;—pero no tengo más deuda que la de la NATURALEZA, a quien solamente pido que tenga paciencia,—y yo le pagaré cada cuarto de penique que le debo.——¿Cómo puede usted ser tan dura de corazón, SEÑORA, para detener a un pobre viajero que sigue su camino sin molestar a nadie y tan sólo se ocupa de sus asuntos? Detenga a ese bergante espanta-pecadores de semblante mortal y larga zancada que va en posta tras de mí;—nunca me habría perseguido de no ser por usted; —deténgalo, aunque sólo sea durante una o dos etapas, lo justo para que le saque un poquito de ventaja[28]; se lo suplico, señora,——queridísima dama, hágalo usted, por favor—— ——Ciertamente es una verdadera lástima, dijo mi posadero irlandés, que todo este galanteo tan bonito se haya desperdiciado; pues la joven y noble dama, tras pasar de largo, ya no ha podido oírle a usted ni una palabra.—— ——¡Simplón!, le dije yo. ——¿De modo que no tienen en Boulogne nada más digno de verse? ——(Por Jasús) Está el mejor SEMINARIO de HUMANIDADES.—— ——No puede haber otro mejor, dije yo. Capítulo ocho Cuando la precipitación de los deseos de un hombre hace que sus ideas vayan noventa veces más deprisa que el vehículo en que viaja,—¡ay de la verdad! ¡Y ay del vehículo y de su aparejo (estén hechas las piezas del material que sea), sobre los que el hombre exhalará toda la decepción de su alma encolerizada! Como nunca generalizo, ni sobre los hombres ni sobre las cosas, cuando me siento dominado por la ira, ‘cuanto mayor la prisa, menor la velocidad’ fue la única reflexión que acerca del asunto me hice la primera vez que sucedió;—la segunda, tercera, cuarta y quinta vez no se lo achaqué más que a las circunstancias correspondientes, y en consecuencia me limité a echarles la culpa al segundo, tercero, cuarto y quinto postillón sin ir más allá en mis reflexiones; pero al seguirme acaeciendo también lo mismo a partir de la quinta vez, es decir, la sexta, la séptima, la octava, la novena y la décima sin una sola excepción, no tuve más remedio que sacar de todo aquello una conclusión de alcance nacional que podría resumirse en las siguientes palabras: En las sillas de posta francesas siempre hay algo que va mal al poco tiempo de iniciarse un trayecto. O bien la proposición puede enunciarse así: Los postillones franceses siempre tienen que detenerse y descender del pescante antes de haberse alejado trescientas yardas de la ciudad que acaban de abandonar. ¿Qué pasa ahora?—Diable!—¡Se ha roto una cuerda!—¡Se ha deshecho un nudo!—¡Se ha soltado un cerradero!—¡El pestillo está a punto de saltar!—¡Hay que cambiar un herrete, un trapo, un diente, una correa[29], una hebilla o el clavo de la hebilla mencionada!—— Bien: cierto como todo esto es, nunca me considero por ello con poder para excomulgar ni a la silla de posta ni a su conductor;—y tampoco se me ocurre jurar por D—— vivo que antes iré a pie diez mil veces,—o que me condenaré, antes que volver a subirme a otra;—sino que considero fríamente la cuestión y me convenzo de que, a dondequiera que viaje, siempre habrá que cambiar algún herrete, o trapo, o diente, o pestillo, o hebilla, o clavo de hebilla;—de modo que jamás me burlo o ironizo, sino que acepto lo bueno y lo malo según se me van cruzando en el camino, y sigo adelante.——¡Hazlo, muchacho!, dije; ya había perdido cinco minutos en descender y emprenderlas con un mendrugo de pan negro que había logrado meter con grandes esfuerzos y a presión en la bolsa de la silla,—y ahora había subido de nuevo y marchaba pausadamente para saborearlo mejor.——Vamos, muchacho, le dije con viveza——pero en el tono más persuasivo que se pueda imaginar, pues al tiempo que él se volvía para mirar hacia atrás, hice tintinear contra el cristal una moneda de veinticuatro sous[30], llevando buen cuidado de que la parte plana de la misma le quedara bien a la vista: el muy perro sonrió de oreja a oreja con complicidad y su bocaza tiznada dejó al descubierto una hilera de dientes tan perlados que la mismísima Soberanía habría empeñado sus joyas por obtenerlos[31].—— ¡Cielo santo! { ¡Qué incisivos!—— ¡Qué pan!——Y así, mientras él le daba el último bocado, entramos en la ciudad de Montreuil. Capítulo nueve No hay en toda Francia una ciudad que, en mi opinión, presente en el mapa mejor aspecto que MONTREUIL;—reconozco que no lo tiene tan bueno en la guía de caminos de posta; pero cuando uno llega finalmente a verla,—el aspecto que ofrece es, sin duda, lamentable. Sin embargo hay en ella, en la actualidad, una cosa muy hermosa: la hija del posadero: ha asistido a clases en Amiens durante dieciocho meses, y en París durante seis; de modo que sabe hacer calceta y coser, y bailar, y coquetear (un poco) magníficamente.—— —¡Vaya zorra! Ha hecho repaso de su repertorio, y durante los cinco minutos que he permanecido mirándola, por lo menos ha dejado caer una docena de puntadas sobre una media de hilo blanco.—Sí, sí,—ya lo veo, ¡astuta gitanilla!,—es larga y cónica;—no hace falta que te la prendas en la rodilla:—es tuya,—te va como anillo al dedo.—— —¡Si la Naturaleza le hubiera dicho a esta criatura unas palabras sobre el pulgar de la estatuaria![32] —Pero como el ejemplar vale por todos los pulgares—(por otra parte, los suyos, así como el resto de sus dedos, van incluidos en el trato y puedo disponer de ellos si en algún momento me pueden servir de guía o de indicación),—y como además Janatone (pues así se llama)[33] es un modelo tan perfecto para un dibujo,—que nunca vuelva yo a dibujar, o, mejor dicho, que dibuje yo, durante lo que me queda de vida, como un caballo de tiro, a base de fuerza[34],—si no la dibujo ahora mismo con todas sus proporciones y con un trazo tan resuelto como si la tuviera ante mí ataviada con los ropajes más húmedos que se puedan imaginar.—— —Pero sus señorías sin duda prefieren que les dé la longitud, anchura y altura de la gran iglesia parroquial, o que les haga un dibujo de la fachada de la abadía de Santa Austreberte, que ha sido transportada desde el Artois hasta aquí[35];—todo está tal y como supongo que lo dejaron los albañiles y carpinteros,—y si la creencia en Cristo dura aún tanto como eso, seguirá así durante los próximos cincuenta años,—de modo que sus señorías y reverencias podrán tomarle las medidas sin ninguna prisa y con toda la tranquilidad del mundo;—pero el que te tome las medidas a ti, Janatone, tiene que hacerlo ahora:—llevas en ti los principios de la mutación; y considerando los azares de la vida transitoria, no respondería de ti ni durante un segundo; antes de que se hayan desvanecido y pasado veinticuatro meses, puedes haberte puesto como una calabaza y perdido tus formas,—o puedes haberte marchitado como una flor y perdido tu belleza,—quiá, puedes haberte largado como buena alhaja que estás hecha——y haberte perdido tú misma.—No respondería yo de mi tía Dinah si viviera, no;—a fe mía, a duras penas lo haría de su retrato——ni aunque fuera Reynolds quien lo hubiese pintado[36].—— Pero que me maten de un disparo si sigo con mi dibujo después de haber nombrado a ese hijo de Apolo.—— De modo que deben ustedes darse más que por contentos con el original; el cual verán, si hace bueno la noche que pasen por Montreuil, desde la ventanilla de su silla de posta mientras relevan los caballos: pero, a menos que tengan ustedes una razón tan poderosa como la que tengo yo para darse prisa,—más les valdría detenerse:—la joven tiene algo de la dévote[37]: pero eso, señor, es en realidad un tres a nueve a favor de usted.—— —¡El S——me ampare! No he logrado anotarme un solo tanto; así que me han picado, repicado y dado un capote de cien mil diablos[38]. Capítulo diez —Considerando todo lo cual, y que además la Muerte puede estar mucho más cerca de lo que me imagino,—desearía estar ya en Abbeville, dije, aunque sólo sea para ver cómo cardan e hilan la lana.—De modo que nos pusimos de nuevo en marcha. (39) de Montreuil à Nampont - poste et demi[41] de Nampont à Bernay - - - poste de Bernay à Nouvion - - - poste de Nouvion à Abbeville - - - poste —Pero todas las cardadoras e hilanderas se habían ido ya a acostar. Capítulo once ¡Qué gran cosa es viajar! Lo único es que lo acalora mucho a uno; pero para eso hay un remedio que extraerán ustedes del capítulo que viene. Capítulo doce Si estuviera en condiciones de estipular con la muerte (como lo estoy haciendo con mi boticario en este instante) la forma y el lugar en que su clister me será administrado,—sin duda alguna me declararía contrario a someterme a él en presencia de mis amistades; y, por tanto, nunca pienso seriamente en el modo y la manera en que esta gran catástrofe me sobrevendrá (modo y manera que por lo general ocupan y atormentan mis pensamientos tanto como la catástrofe misma) sin, invariablemente, acabar por correr la cortina de mi lecho y desear fervientemente que Él que todo lo dispone se digne a ordenar que no me acaezca en mi propia casa,—sino más bien en alguna posada decorosa:—en casa, lo sé bien,—la preocupación de mis amigos, y los últimos auxilios de enjugarme las sienes y alisarme la almohada que la temblorosa mano del pálido afecto me rendirá, me torturarán el alma de tal forma que moriré de una enfermedad de la cual mi médico no está al tanto. En cambio, en una posada, los escasos y tibios servicios que me serían necesarios se comprarían con unas cuantas guineas y se me rendirían con imperturbable pero puntual atención.——Pero tomen nota: esta posada no debería ser en modo alguno la posada de Abbeville;—aunque no hubiera ninguna otra en el universo entero, esa quedaría bien tachada en la capitulación: de manera que —Que los caballos estén enganchados a la silla de posta a las cuatro en punto de la madrugada.—Si, a las cuatro, señor,—¡o por Santa Genoveva[42] que armaré tal escándalo en la casa que hasta los muertos se despertarán! Capítulo trece ‘Haz que se asemejen a una rueda’[43] es, como todos los ilustrados saben, un amargo sarcasmo dirigido contra el grand tour[44] y contra ese espíritu inquieto que a él nos lleva y que David, proféticamente, previo que habría de obsesionar a los hijos de los hombres en épocas posteriores; y en consecuencia, como opina el gran obispo Hall, se trata de una de las imprecaciones más severas que jamás profiriera David contra los enemigos del Señor[45];—y viene a ser como si les hubiera dicho: ‘No les deseo peor suerte que la de que rueden siempre de un lado a otro’.—A tanto movimiento, prosigue el obispo (que era muy corpulento),—corresponde igual cantidad de desasosiego; y a tanto reposo, por la misma analogía, igual cantidad de cielo. Pues bien, yo (que soy muy delgado) opino de manera muy distinta: a tanto movimiento corresponde igual cantidad de vida y alegría;—y quedarse quieto, o marchar con lentitud, son señales de la muerte y del demonio.—— —¡Hola! ¡Eh!—¡El mundo entero está dormido!—¡Sacad los caballos!—¡Engrasad las ruedas!—¡Atad las bolsas del correo y clavadle un clavo a esa moldura!—¡No quiero perder un segundo!—— Ahora bien, la rueda de que estamos hablando, y en la cual (pero no a la cual, pues eso la convertiría en una rueda como la de Ixión)[46] David colocó, tornó y maldijo a sus enemigos (siempre según la constitución corporal del obispo), tuvo que ser, sin duda, una rueda de silla de posta, tanto si ya en aquellos tiempos existían en Palestina como si no;—y mi rueda, por las razones opuestas, y de manera igualmente indudable, ha de ser una de esas ruedas de carro que completan su chirriante revolución una vez cada siglo; y si me hiciera exégeta de la Biblia, no tendría el menor reparo en afirmar que en aquel país montañoso, por entonces, poseían ya una respetable cantidad de ruedas de ese tipo. Admiro a los pitagóricos (mucho más de lo que jamás me atrevo a confesarle a mi querida Jenny) por su ‘‘?????aµò? ??? t?? S?µat??, e?? t? ?a??? f???s?fe??,—[su] ‘capacidad para salirse del cuerpo a fin de pensar bien’ [47]. Nadie piensa correctamente mientras se encuentra en él, cegado como ha de estar por sus humores congénitos y claramente inclinado hacia un lado u otro, como lo hemos estado el obispo y yo, por una fibra o bien demasiado laxa o bien demasiado tensa.—La RAZÓN es, en un cincuenta por ciento, SENTIDO; y la medida del mismo cielo no es sino la medida de nuestros apetitos y maquinaciones de cada instante.—— ——¿Pero cuál de los dos cree usted que está más equivocado en el presente caso? —Usted, sin duda, dijo ella, por alborotar a una familia entera tan temprano. Capítulo catorce —Pero ella no sabía que yo estaba bajo voto de no afeitarme la barba hasta llegar a París;—mas detesto hacer un misterio de cualquier cosita;—tal clase de misterios no son más que la fría cautela de esas almas mezquinas con las que Lessius (lib. 13, de moribus divinis, cap. 24) ha hecho un cálculo que le ha permitido establecer que: una milla holandesa elevada al cubo[48] proporcionará espacio suficiente, y de sobra, para albergar a ochocientos mil millones, lo cual, según sus conjeturas, será el número de almas (contando a partir de la caída de Adán) que con toda probabilidad se condenará cuando llegue el fin del mundo. En qué se ha basado para hacer este segundo cálculo—(y a menos que haya sido en la paternal bondad de Dios)—es algo que ignoro.—Pero aún me encuentro mucho más desorientado cuando trato de imaginarme qué tendría en la cabeza Francisco Ribera, quien pretende hacernos creer que un espacio no menor a cien o doscientas millas italianas multiplicadas por sí mismas[49] sería lo indispensable para albergar el mismo número de Lessius;—sin duda debía de estar pensando en algunas de las antiguas almas romanas de sus lecturas, sin caer en la cuenta de lo mucho que, a lo largo de mil ochocientos años y a través de una decadencia tábida y gradual, indefectiblemente tenían que haber encogido las almas en general para que, cuando él escribía, se hubieran quedado prácticamente en nada. En tiempos de Lessius, quien parece ser el más frío de los dos, eran ya tan pequeñas como se pueda imaginar.—— —Ahora las encontramos más pequeñas todavía.—— Y el invierno que viene las encontraremos aún menores si cabe; de modo que si continuamos de poco a menos, y de menos a nada, no vacilo ni un segundo en afirmar que, a este paso, dentro de medio siglo ya no quedarán almas en absoluto; y siendo éste el plazo pasado el cual dudo asimismo que siga existiendo la fe cristiana, en realidad será una suerte que ambas cosas desaparezcan exactamente al mismo tiempo. ¡Bendito Júpiter! ¡Y benditos todos los demás dioses y diosas del paganismo! Pues ahora volveréis a entrar en escena, y con Prífapo pisándoos los talones[50].—¡Qué tiempos tan joviales!—Pero, ¿dónde estoy? ¿Y a qué deliciosos desenfrenos me estoy precipitando? Yo,—yo, cuya vida ha de verse cercenada en su mitad; yo, que no volveré a disfrutar de más goces que los que mi imaginación me preste;—la paz sea contigo, ¡generoso bufón!, y déjame proseguir. Capítulo quince ——‘De modo que detestando, digo, hacer un misterio de cualquier cosita’,—le confié mi secreto al postillón en cuanto hube abandonado el empedrado[51]; me devolvió el cumplido haciendo restallar el látigo; y con el limonero al trote y el otro caballo en una especie de sube y baja, fuimos bailando hasta Ailly-au-clochers, famosa antaño por poseer los mejores carillones de todo el mundo[52]; pero, al atravesarla, tuvimos que bailar sin música,—pues los carillones estaban—(como en verdad lo estaban en toda Francia) completamente estropeados. Y así, a la máxima velocidad posible, de Ailly-au-clochers fui a Hixcourt, de Hixcourt fui a Pequignay, y de Pequignay fui a AMIENS, ciudad acerca de la cual no tengo nada que decirles a excepción de lo que ya les dije antes una vez,—a saber:—que Janatone fue allí a estudiar. Capítulo dieciséis En todo el catálogo de las contrariedades que, como el viento racheado, atraviesan, hinchiéndolo, el velamen de un viajero, no hay ninguna de naturaleza más molesta y atormentadora que la que concretamente voy a describir ahora ——y contra la cual (a menos que uno lleve consigo un edecán que se vaya adelantando continuamente, cosa que muchos hacen a fin de evitársela)—no hay nada que hacer. Es la siguiente: Cuando uno siente la más dulce inclinación al sueño que se pueda imaginar—(incluso aunque en esos momentos esté tal vez pasando por una bellísima región),—y además va por las mejores carreteras,——y en el coche más cómodo y apropiado para echarse a dormir plácidamente;—¡qué digo!: cuando uno tiene la certeza de que podría dormir cincuenta millas de un tirón sin abrir los ojos ni una sola vez;—y aún diré: cuando uno está (tan) firmemente convencido (como pueda estarlo de cualquiera de las verdades de Euclides) de que, sin ningún género de dudas, podría estar viajando tan a gusto dormido como despierto;—¡qué digo!: e incluso tal vez mejor;—entonces los incesantes pagos que hay que efectuar por los caballos a cada etapa,—con la consiguiente e ineludible obligación de meterse la mano en el bolsillo y contar (sous por sous)[53] tres livres y quince sous, dan al traste con la casi totalidad del proyecto, que no se puede poner en práctica durante más de seis millas (o de nueve en el supuesto de que el recorrido sea de posta y media)—ni aun cuando de ello dependiera la salvación o condenación del alma del viajero. ——Voy a quedar en paz con todos ellos, me dije: voy a poner la cantidad exacta en un trocito de papel y la llevaré preparada en la mano durante todo el trayecto: ‘Así, lo único que tendré que hacer’, me dije (disponiéndome a descansar), ‘será dejarla caer suavemente en el sombrero del postillón sin necesidad de decir ni una palabra’.—Pero entonces resulta que quiere dos sous más para echarse un trago,—o que hay una moneda de doce sous de Louis XIV que ya no vale[54],—o que hay que pagar una livre y unos cuantos liards[55] que Monsieur olvidó abonar en la anterior etapa; y estas controversias (habida cuenta de que un hombre dormido no puede discutir muy bien) lo despiertan. Sin embargo, el dulce sueño es aún recuperable; y aún podría la carne vencer al espíritu y recobrarse de estos golpes:—pero entonces, ¡por todos los cielos!, resulta que uno no ha pagado más que por una posta,—cuando en esta ocasión es posta y media; esto le obliga a uno a sacar la guía de caminos de posta: y la letra en ella es tan diminuta que no le queda más remedio que abrir los ojos de par en par, tanto si quiere como si no. Entonces Monsieur le Curé[56] le ofrece un poco de rapé,—o un pobre soldado le enseña la pierna herida,—o un tonsurado su cepillo,—o la sacerdotisa del aljibe dice que va a regar las ruedas;—maldita la falta que les hace,—pero ella jura por su sacerdocio (perdiéndolo de esta manera) que claro que se la hace.—Entonces uno se encuentra con que tiene que discutir o reflexionar sobre todas estas cuestiones; y al hacerlo, las facultades racionales acaban por despertarse tan cabalmente——que uno se las verá y deseará para lograr que se vuelvan a dormir. A una de estas desgracias le debo enteramente el no haberme perdido las caballerizas de Chantilly[57].—— —Pero el postillón empezó a afirmar (para después porfiar en mis propias barbas) que no había ninguna señal en la moneda de dos sous y que por tanto no valía nada; así que abrí los ojos para convencerme,—y al ver allí la marca del troquel tan nítida como mi nariz,—salté fuera de la silla en un arrebato, y así fue cómo, en contra de mi voluntad, vi todo lo que en Chantilly había que ver.—Sólo lo probé durante tres postas y media, pero créanme que, para viajar rápidamente, no hay nada tan eficaz como estar enfurecido: porque como en ese estado de ánimo hay muy pocas cosas que nos parezcan tentadoras,—poco o nada le hace a uno detenerse; y por esa razón pasé por St Denis sin siquiera volver la cabeza en dirección a la Abadía[58].—— —¡La mayor riqueza de la tesorería nacional! ¡Desechos y tonterías!—A excepción de por las joyas, que son todas falsas, no daría ni tres sous por nada de lo que hay allí salvo la linterna de Jaidas[59],—y sólo porque cuando oscurece nos podría ser de gran utilidad. Capítulo diecisiete Cric-crac,—cric-crac,—cric-crac.——¡Así que esto es París!, dije (del mismo talante todavía);—¡y esto es París!—¡Hum!—¡París!, exclamé repitiendo el nombre por tercera vez.—— —¡La primera, la más bella, la más brillante——! ———Las calles, sin embargo, están hechas una porquería. —Aunque supongo que el aspecto de la ciudad es mejor que su olor. —Cric-crac,—cric-crac.——¡Vaya escándalo el que armamos!—Como si esas buenas gentes hubieran de estar interesadas en saber que un hombre de pálido semblante y vestido de negro tiene el honor de llegar a París a las nueve de la noche conducido por un postillón que lleva un coleto de color pardo con vueltas de calamaco rojo.—Cric-crac,—cric-crac,—cric-crac.—Ojalá tu látigo—— ——Pero ese es el espíritu de tu nación; de modo que sigue,—¡sigue cric-craqueando con tu cric-crac! —¡Ja!—¡Y nadie cede la pared![60] —Pero si en la mismísima ESCUELA de la URBANIDAD las paredes están cag——s,—¿cómo podría uno cederlas? —Y dime, ¿a qué hora se encienden las farolas? ¿Cómo?—¿A ninguna durante los meses de verano?—¡Jo! Es la época de las ensaladas.—¡Oh, maravilla! Ensalada y sopa, —sopa y ensalada,—ensalada y sopa, encoré[61].—— ——Es demasiado hasta para los pecadores. —Esta barbaridad sí que no la puedo soportar: ¿cómo puede ese desconsiderado cochero hablar con tanta grosería a ese pobre y delgaducho caballo? ¿Es que no ve usted, amigo, que las calles son tan miserablemente angostas que en todo París no hay espacio para que dé la vuelta ni una carretilla? No habría estado de más que, en la ciudad más grandiosa del mundo entero, las hubieran hecho una pizca más anchas; caramba, aunque sólo hubiera sido lo justo en cada calle para que un hombre pueda saber (sólo sea para su satisfacción) por cuál de las dos aceras está andando. Una,—dos,—tres,—cuatro,—cinco,—seis,—siete, —ocho,—nueve,—diez.—¡Diez tiendas de comida ya hecha![62] ¡Y el doble de barberías! ¡Y todas ellas en tres minutos de recorrido! Uno pensaría que todos los cocineros del mundo, en el transcurso de un gran festejo con los barberos, habían dicho de mutuo acuerdo: Venga, vámonos todos a vivir a París: a los franceses les gusta comer bien,—todos son gourmands[63],——y allí gozaremos de una elevada posición; si su dios es su barriga,—entonces sus cocineros han de ser caballeros. —Y puesto que la peluca hace al hombre, y el fabricante de pelucas hace a la peluca,—ergo, habrían dicho los barberos, nosotros gozaremos de una posición aún más elevada;—estaremos por encima de todos vosotros,—por lo menos seremos Capitouls(64);—pardi![66], todos llevaremos espada. ——Y así, uno juraría (aunque a la luz de las velas——no hay quien se fíe de lo que ve) que aún siguen llevándola hoy en día. Capítulo dieciocho A los franceses, sin duda, se les suele malentender: —ahora bien, si la culpa es de ellos por no explicarse lo suficiente o por no hablar con esas exactitud, precisión y justeza que uno esperaría en una cuestión de tanta transcendencia (con todas las probabilidades, además, de que nosotros la refutáramos),—o si la culpa no podría ser enteramente nuestra por no entender siempre su lengua de una manera lo bastante crítica como para saber ‘a dónde quieren ir a parar’,—es algo que yo no decidiré; pero para mí resulta evidente que cuando afirman ‘que los que han visto París ya lo han visto todo’, han de referirse necesariamente a los que lo han visto a la luz del día. A la luz de las velas——Prefiero no hablar:—ya he dicho antes que así no hay quien se fíe de lo que ve,—y lo vuelvo a repetir; pero no es porque las luces y las sombras sean demasiado pronunciadas,—o porque los colores y los matices se confundan,—o porque no hay belleza ni armonía, etc… pues eso no es verdad;—sino que la mencionada luz es muy precaria en el sentido de que si en París, como le dicen a uno, hay quinientos Hotels[67] ——y quinientas cosas interesantes (según un cálculo modesto, pues sólo se le concede una cosa interesante a cada Hotel) que como mejor se ven, sienten, oyen y entienden es a la luz de las velas (lo cual, dicho sea de paso, es una cita de Lilly)[68],—al diablo si uno solo de entre cincuenta de nosotros logra meter las narices en uno de ellos (y por ellos quiero decir tanto cosas interesantes como Hôtels). Esto no entra en los cálculos franceses: sencillamente, es así. De acuerdo con el último cómputo hecho el año mil setecientos dieciséis (y desde entonces la ciudad ha crecido considerablemente), París tiene novecientas calles; (viz.) En el barrio llamado la Ciudad,—hay cincuenta y tres calles. En San Jaime de los Mataderos, cincuenta y cinco calles. En San Oportuno, treinta y cuatro calles. En el barrio del Louvre, veinticinco calles. En el Palacio Real, o San Honorato, cuarenta y nueve calles. En Mont. Mártir, cuarenta y una calles. En San Eustaquio, veintinueve calles. En las Halles, veintisiete calles. En St Denis, cincuenta y cinco calles. En San Martín, cincuenta y cuatro calles. En San Pablo, o la Mortellerie, veintisiete calles. La Greve, treinta y ocho calles. En St Avoye, o la Verrerie, diecinueve calles. En el Marais, o el Templo, cincuenta y dos calles. En San Antonio, sesenta y ocho calles. En la Place Maubert, ochenta y una calles. En San Benito, sesenta calles. En San Andrés de Ares, cincuenta y una calles. En el barrio del Luxemburgo, sesenta y dos calles. Y en el de St Germain, cincuenta y cinco calles[69], por cualquiera de las cuales pueden ustedes pasear; y cuando las hayan visto bien, a plena luz del día, con todo lo que ofrecen:—sus puertas, sus puentes, sus plazas, sus estatuas —— — y además, como cruzados, hayan recorrido todas las iglesias parroquiales de la ciudad, sin omitir en modo alguno St Roch y St Sulpice[70] —— — y, como colofón, se hayan dado un paseo hasta los cuatro palacios que pueden ustedes ver tanto con como sin los cuadros y estatuas, como prefieran—— —Entonces habrán visto ustedes—— —Pero no hace falta que yo se lo diga, porque ustedes mismos lo leerán sobre el pórtico del Louvre, con las siguientes palabras: ¡LA TIERRA NO TIENE PUEBLO IGUAL!—¡Y NO HAY PUEBLO QUE HAYA TENIDO JAMÁS CIUDAD COMO PARÍS!—TRALARÁ-LARÍ-LORÁ.(71) Los franceses tienen una manera de tratar lo Grande pero que muy jovial; es lo único que puede decirse al respecto. Capítulo diecinueve La mención de la palabra jovial (como al final del último capítulo) le trae a uno (i.e., a un autor) a la memoria la palabra melancolía[73],—sobre todo si tiene algo que decir sobre ella: no es que a través de algún análisis,—o de alguna clasificación de interés genealógico se nos aparezcan más motivos justificados para relacionar estas dos palabras de los que hay para hacer lo propio con la luz y la oscuridad o con cualquiera de las más enemistadas parejas antagónicas de la naturaleza;—se trata, simplemente, de una artimaña que emplean los autores para mantener en buena armonía a las palabras (como hacen los políticos con los hombres)——por si acaso, en un breve plazo de tiempo, se ven en la necesidad de poner las unas junto a las otras;—una vez ganada esta batalla, ya puedo colocar mi palabra exactamente donde quiera, así que la escribo aquí debajo:—— MELANCOLÍA. Al dejar atrás Chantilly, declaré que no había en todo el mundo nada tan eficaz como este principio para viajar rápidamente; pero lo dije sólo como algo absolutamente opinable. Todavía albergo este sentimiento,—lo único es que entonces no tenía aún la suficiente experiencia de su funcionamiento para añadir lo siguiente: que aunque gracias a él uno logre ir a una velocidad vertiginosa, sin embargo la cosa, al mismo tiempo, resulta bastante incómoda para uno mismo; y por esta razón renuncio a ella aquí y ahora, del todo y para siempre, y cordialmente la pongo a disposición del que le interese:—me ha arruinado la digestión de una buena cena y me ha acarreado una diarrea biliosa que me ha hecho retornar a mi primer principio, aquel con que part헗y con el que ahora pondré pies en polvorosa hasta llegar a las márgenes del Garona.—— —No;—no puedo detenerme ni un instante para describir el carácter de la gente:—su genio,—sus maneras,—sus costumbres,—sus leyes,—su religión,—su gobierno,—sus fábricas,—su comercio,—sus finanzas, junto con todos los recursos y resortes ocultos que los sostienen: no, no puedo, calificado como estoy para hacerlo tras haber pasado tres días y dos noches entre ellos y habiendo sido precisamente esos temas el único objeto de mis investigaciones y reflexiones durante todo ese tiempo.—— Pero sin embargo,—sin embargo debo partir y seguir adelante:—las carreteras están pavimentadas,—las postas son cortas,—los días largos,—no es más que mediodía,—y llegaré a Fontainebleau antes que el rey.—— —¿Pero es que él iba a ir allí? No, que yo sepa.—— Capítulo veinte Bien: si hay algo que detesto es oír quejarse a una persona, sobre todo si es un viajero, de que en Francia las sillas de posta no son tan rápidas como en Inglaterra; cuando, de hecho, consideraos considerando[74], son muchísimo más rápidas; queriendo siempre decir con ello que si uno carga sus vehículos con las montañas de equipaje con que por lo general los carga (arriba, por delante y por detrás),—y a continuación se pone a pensar en la debilidad de sus caballos y en lo poco que les dan de comer,—no deja de ser asombroso que consigan dar un solo paso: sus sufrimientos son de lo menos cristiano, y para mí, en consecuencia, es evidente que un caballo de posta francés estaría desesperado y sin saber qué hacer consigo mismo de no ser por las dos palabras ****** y ****** de las que extrae tanto sustento como si se le diera un celemín de avena. Bien, como estas palabras no cuestan nada, ardo en deseos de decirle al lector cuáles son; pero he aquí el problema:—hay que decirlas con toda claridad, sin ambages y con la mejor articulación posible, o, si no, no sirven de nada;—y sin embargo, decírselas al lector con tanta claridad——Aunque sus reverencias podrían reírse en la alcoba,—sé perfectamente que se escandalizarían en el salón. Y por esta razón llevo ya un rato dándole vueltas y más vueltas al asunto en la cabeza (aunque sin ningún resultado), tratando de hallar una limpia treta o un giro gracioso mediante los cuales me fuera posible modularlas de tal manera que mientras satisficiera a ese oído que el lector decide prestarme,—no ofendiera, al mismo tiempo, a ese otro oído que se guarda para sí. —La tinta hace que me ardan los dedos en deseos de intentarlo;—pero cuando lo haya hecho,—las consecuencias serán más graves todavía:—lo que arderá (me temo) será el papel. —No;—no me atrevo.—— Pero si quieren ustedes saber cómo la abadesa de Andoüillets[75] y una novicia de su convento subsanaron la dificultad,—se lo contaré (no sin antes desearme el mayor éxito imaginable) con absoluta carencia de escrúpulos. Capítulo veintiuno La abadesa de Andoüillets, lugar que si consultan ustedes la extensa colección de mapas provinciales que en la actualidad se están editando en París encontrarán situado entre las colinas que separan a la Borgoña de Saboya, hallándose en peligro de padecer una Anquilosis o agarrotamiento de articulación (la sinovia de una rodilla se le habla endurecido por culpa de la larga duración de los maitines), y tras haber probado todos los remedios——(primero oraciones y acción de gracias; después, invocaciones a todos los santos del cielo promiscuamente;—luego, rezos a cada santo en concreto que hubiera tenido una pierna agarrotada antes que ella;—más tarde se tocó el miembro con todas las reliquias del convento, principalmente con el fémur del hombre de Listra, que había estado impedido desde su juventud[76];—a continuación se dedicó a envolvérselo en su velo al acostarse;—después se puso el rosario, atravesado, encima;—luego recurrió a la ayuda del brazo secular y se lo untó con aceites y grasa caliente de animales;—más tarde lo sometió a un tratamiento de fomentos emolientes y solutivos;——a continuación le aplicó cataplasmas de malvavisco, malva, bonus Henricus[77], azucenas y fenogreco;—después probó la madera, quiero decir sus humos balsámicos, al tiempo que sostenía su escapulario cruzado sobre el regazo;—luego, infusiones de achicoria silvestre, berros, cerafolio, Cecilia dulce y cochlearia)[78],—sin que ninguno de ellos surtiera el menor efecto, finalmente se dejó convencer para probar los baños calientes de Bourbon;—y así, tras obtener permiso por parte del inspector general de la orden para cuidar de la salud de su cuerpo,—mandó efectuar todos los preparativos de su viaje: una novicia del convento de unos diecisiete años de edad, que había tenido molestias a causa de un panadizo que se le había producido en el dedo corazón a fuerza de estarlo metiendo constantemente en las cataplasmas derretidas y demás tópicos de la abadesa,—se había granjeado las simpatías de ésta hasta tal punto que, pasando por delante de una anciana monja ciaticosa a quien los baños calientes de Bourbon podrían haber curado para siempre, fue ella, Margarita, la pequeña noviera, la elegida como compañera de viaje. Se dieron las órdenes precisas para que una vetusta calesa tapizada de frisa verde, propiedad de la abadesa, fuera aireada, desempolvada y puesta al sol;—el jardinero del convento, a quien se había nombrado mulatero, sacó de la cuadra a las dos mulas viejas para trasquilarles la cola y adecentarlas un poco, mientras que una pareja de legas se afanaron, la una en zurcir la tapicería y la otra en recoser los jirones de los materiales de refuerzo, que los dientes del tiempo habían deshilachado;—el ayudante del jardinero limpió el sombrero del mulatero con lías de vino caliente;—y un sastre puso manos a la obra en un cobertizo que había enfrente del convento, y contribuyó musicalmente colocando cuatro docenas de cascabeles en los arneses; y según los iba atando con correas, hacía bailar, de un silbido, a la bolita del interior de cada uno.—— —El carpintero y el herrero de Andoüillets celebraron una conferencia sobre las ruedas; y a las siete de la mañana siguiente todo ofrecía un aspecto muy pulido y reluciente y estaba listo, a la puerta del convento, para emprender la marcha hacia Bourbon y sus baños calientes:—las no afortunadas, alineadas en dos filas, estaban ya allí preparadas desde una hora antes. La abadesa de Andoüillets, apoyándose en Margarita, la novicia, avanzó lentamente hacia la calesa, las dos vestidas de blanco con sus rosarios negros colgándoles sobre el pecho—— —El contraste daba una impresión de sencilla solemnidad: subieron a la calesa; una serie de monjas, vestidas con el mismo hábito (dulce emblema de la pureza), ocuparon una ventana cada una y, al elevar la mirada la abadesa y Margarita, —todas (a excepción de la pobre monja ciaticosa),——todas hicieron ondear en el aire las puntas de sus velos en señal de despedida,—para a continuación darse un beso en sus respectivas manos de alabastro y extenderlas soltando el velo: la buena abadesa y Margarita cruzaron las manos sobre el pecho en actitud beatífica,—miraron hacia el cielo,—y luego hacia sus compañeras,—como diciéndoles: ‘Que Dios os bendiga, queridas hermanas’. Declaro que esta historia me interesa mucho y que me gustaría haber estado allí. El jardinero, a quien de ahora en adelante llamaré ya siempre el mulatero, era de esa clase de hombres bajitos, sencillos, robustos, bondadosos, parlanchines y bebedores a los que los cornos y cuándos de la vida producen pero que muy pocos quebraderos de cabeza; y así, había hipotecado su paga del convento de todo un mes a cambio de un borrachio[79] o barril de vino hecho de cuero, que había dispuesto en la parte trasera de la calesa con un gran redingote de color bermejizo encima para resguardarlo del sol; y como el tiempo era caluroso y él no era avaro de su trabajo (pues iba a pie diez veces más tiempo del que iba montado, conduciendo),—encontró más ocasiones de las que la naturaleza le brindaba para acercarse hasta la parte posterior del carruaje; hasta que, a causa de las frecuentes idas y venidas, sucedió que, antes de que hubiera concluido la primera mitad del viaje, todo el vino, gota tras gota, había desaparecido ya por la abertura u orificio legítimo del borrachio. El hombre es una criatura nacida para los hábitos. El día había sido bochornoso,—la noche era deliciosa;—el vino era estimulante,—la colina borgoñona donde había madurado era empinada;—una pequeña rama tentadora[80] pendía sobre la puerta de una fresca cabaña que había al pie de la susodicha colina y se balanceaba, vibrante, en completa armonía con las pasiones;—un aire suave susurraba distintamente a través de las hojas:—‘Ven,—ven, sediento mulatero, —pasa’. —El mulatero era hijo de Adán; no tengo que decir una palabra más. Propinó a las mulas, a cada una de ellas, un fuerte latigazo, y, mirando de frente a la abadesa y a Margarita (mientras lo hacía),—como diciéndoles: ‘Ya me ven, aquí estoy’,—dio un segundo y buen azote en el lomo a las mulas,—como diciéndoles: ‘Seguid adelante’,—para a continuación escabullirse por detrás de la calesa y entrar en la pequeña posada del pie de la colina. El mulatero, como les dije, era un hombre bajito, jovial, hablador, que no pensaba en el mañana, ni en lo que ya había pasado, ni en lo que estaba por venir con tal de tener asegurada su racioncita de borgoña y un poco de charla para acompañarlo; de manera que se enzarzó en una larga conversación: que si era el primer jardinero del convento de Andoüillets, etc., etc., que si por amistad hacia la abadesa y Mademoiselle Margarita, que aún estaba en el noviciado, las había venido acompañando desde los confines de Saboya, etc. - - etc. - - que si a la abadesa se le había hecho una hinchazón blanca por culpa de sus oraciones——y él le había procurado una verdadera legión de hierbas para modificarle los humores, etc., etc., y que si las aguas de Bourbon no le arreglaban aquella pierna,—lo mismo podía quedarse coja de las dos,—etc., etc., etc.—Y siguió relatando su historia con tanto entusiasmo que se olvidó por completo de la heroína de la misma,—y, con ella, de la pequeña novicia, y (lo cual era un punto más delicado que cualquiera de las dos para olvidarse de él)—de las dos mulas también; las mulas son criaturas que disfrutan del mundo al igual que sus progenitores disfrutaron al engendrarlas;—pero como no están en condiciones de devolver el favor en sentido descendente[81] (como lo están los hombres, las mujeres y los demás animales),—lo hacen de lado, y a lo largo, y hacia atrás,—y colina arriba, y colina abajo;—en suma: como pueden.——Los filósofos, aun con toda su ética, no han considerado jamás esta cuestión correctamente.—¿Cómo iba el pobre mulatero, entre copa y copa, a (ni siquiera) pensar en ello? Y, claro está, no lo hizo en lo más mínimo.—Pero ya va siendo hora de que lo hagamos nosotros; dejémosle, así pues, en el torbellino de su elemento: el más feliz y despreocupado de los mortales,—y ocupémonos durante unos instantes de las mulas, la abadesa y Margarita. Por obra y gracia de los dos últimos trallazos del mulatero, las mulas habían proseguido tranquilamente su camino, guiadas por sus propias conciencias colina arriba, hasta que hubieron conquistado, más o menos, la mitad de la misma; pero cuando la más vieja de las dos, un verdadero diablejo astuto y taimado, al doblar un ángulo de la carretera, y echar de reojo una mirada, vio que ya no había mulatero alguno a sus espaldas—— —¡Por mi higo!, dijo jurando; no seré yo quien siga adelante.——Pues que de mi pellejo hagan tambores, respondió la otra, si soy yo la que sigo.—— Y así, de mutuo acuerdo, se detuvieron.—— Capítulo veintidós —¡Vamos, vosotras, arre!, dijo la abadesa. ——¡Fiu - - - -chi—chi!,—gritó Margarita. —¡Ch - - - a—chu - u—chu - - u—ch - - au!,—chuchucheó la abadesa. ——¡Fiu—f—v—fiu—v—v—!, fiufió Margarita frunciendo sus dulces labios para emitir un sonido que se encontraba a mitad de camino entre una exclamación y un silbido. —¡Pam—pam—pam!,—estrepitó la abadesa de Andoüi llets golpeando con la punta de su bastón de empuñadura de oro——el suelo de la calesa.—— La mula vieja se tiró un p——[82]. Capítulo veintitrés —¡Estamos perdidas y sentenciadas, hija mía!, le dijo la abadesa a Margarita;—¡nos tendremos que quedar aquí toda la noche!—¡Nos pillarán!—¡Nos forzarán!—— ——¡Nos forzarán!, dijo Margarita con absoluta convicción. —Sancta Maria!, exclamó la abadesa (olvidándose del Oh!)—¿Por qué he dejado que me dominara esta inicua articulación agarrotada? ¿Por qué salí del convento de Andoüillets? ¿Por qué no permitiste que tu sierva llegara a la tumba inmaculada? —¡Oh, mi dedo! ¡Mi dedo!, gritó la novicia, enardecida al oír la palabra sierva;—¿por qué no me contenté con meterlo aquí o allá, en cualquier sitio antes que en este aprieto? ———¡Aprieto!, dijo la abadesa. —Aprieto,—dijo la novicia; pues el terror había afectado a sus entendimientos:—la una no sabía lo que se decía,—la otra lo que se contestaba. —¡Oh, mi virginidad! ¡Virginidad!, gritó la abadesa. —¡——inidad! ¡——inidad!, dijo la novicia sollozando. Capítulo veinticuatro —Querida madre, dijo la novicia volviendo un poco en sí,—hay dos palabras determinadas que, según he oído, obligan a cualquier caballo, o asno, o mula, a subir una colina tanto si quieren como si no; por muy obstinados o malévolos que sean, en el momento en que las oyen pronunciar, obedecen. —¡Son palabras mágicas!, exclamó la abadesa completamente horrorizada.——No; respondió Margarita con calma;—pero son pecado.——¿Y cuáles son?, dijo la abadesa interrumpiéndola. —Son pecado de primer grado, contestó Margarita:—pecado mortal;—y si nos fuerzan y morimos sin haber sido absueltas de ellas, las dos———Pero me las puedes decir a mí, dijo la abadesa de Andoüillets.——Querida madre, dijo la novicia, no se pueden decir en absoluto; hacen que toda la sangre del cuerpo se le agolpe a uno en el rostro.——Pero me las puedes susurrar al oído, dijo la abadesa. ¡Dios del cielo! ¿No tenías a tu disposición a ningún ángel de la guarda que fuera hasta la posada del pie de la colina? ¿No había ningún espíritu protector y generoso que estuviese desocupado,—ningún agente de la naturaleza que, con un escalofrío monitorio, reptara por la arteria conducente al corazón del mulatero y lo sacara de la embriaguez de su festín?—¿No disponías de una música celestial que llevara a su memoria la hermosa imagen de la abadesa y Margarita con sus rosarios negros? ¡Despierta! ¡Despierta!—Pero ya es demasiado tarde: —las hórridas palabras son pronunciadas en este instante—— ——¿Y cómo decirlas?—Vosotros, los que podéis hablar de todo lo que hay y existe sin que vuestros labios se contaminen,—instruidme,—guiadme—— Capítulo veinticinco —Según el confesor de nuestro convento, no hay ningún pecado, dijo la abadesa tornándose casuista ante el apuro en que se encontraban, que no sea mortal o venial: no hay más división que esa. Bien: el pecado venial es el menor y más leve de cuantos pecados hay;—así que si lo partimos en dos y,—o bien cometemos sólo una mitad sin caer en la otra para nada,—o bien lo cometemos entero y nos lo repartimos amigablemente otra persona y yo a partes iguales,—en ese caso el pecado se diluye y queda reducido a nada. —Bien: no veo yo que se cometa pecado alguno por decir bou, bou, bou, bou, bou, cien veces seguidas; y tampoco es ninguna deshonestidad pronunciar la silaba ger, ger, ger, ger, ger, ni aunque lo hiciéramos de maitines a vísperas. Por tanto, querida hija, continuó la abadesa de Andoüillets,—yo diré bou, y tú dirás ger; y alternativamente, y puesto que no es más pecado fou que bou,—tú dirás fou,—y yo entraré (igual que fa, sol, la, re, mi, ut[83] en las completas) con ter. Y así, la abadesa, dando el tono, comenzó de la siguiente manera: Abadesa, } Bou - - bou - - bou - - Margarita, ——ger, - - ger, - - ger. Margarita, } Fou - - fou - - fou - - Abadesa, ——ter, - - ter, - - ter.[84]Las dos mulas dieron muestras de reconocer las notas haciendo restallar las colas; pero nada más.——Poco a poco irá surtiendo el efecto deseado, dijo la novicia. Abadesa, } Bou- bou- bou- bou- bou- bou- Margarita, —ger, ger, ger, ger, ger, ger.—¡Aún más rápido!, gritó Margarita. Fou, fou, fou, fou, fou, fou, fou, fou, fou. —¡Aún más rápido!, gritó Margarita. Bou, bou, bou, bou, bou, bou, bou, bou. —¡Aún más rápido!——¡Dios me guarde!, dijo la abadesa.——¡No nos entienden!, exclamó Margarita.——¡Pero el Diablo sí!, dijo la abadesa de Andoüillets. Capítulo veintiséis ¡Qué de regiones he atravesado!—¡Cuántos grados he avanzado en dirección al cálido sol, y cuántas ciudades hermosas y atractivas he visto mientras usted, señora, leía y reflexionaba sobre esta historia! He pasado por FONTAINEBLEAU, y SENS, y JOIGNY, y AUXERRE, y DIJON, capital de la Borgoña, y CHALLON, y MÂCON, capital del Mâconese[85], y una veintena más de camino hacia LYON.—Las he recorrido de punta a punta,—y lo mismo daría que les hablara de otras tantas ciudades de la luna (con sus mercados y todo) que les dijera una sola palabra acerca de ellas: haga lo que haga, este capítulo por lo menos (si es que no éste y el siguiente) se habrá perdido por completo.—— ——¡Caramba, Tristram! ¡Esa historia que me has contado es bien extraña! ——¡Ay, señora! Si se hubiera tratado de una melancólica plática sobre la cruz,—sobre la paz de la mansedumbre o sobre lo satisfactorio de la resignación,—no me habría incomodado: o si se me hubiera ocurrido escribir mi historia sobre las más puras abstracciones del alma, y sobre ese alimento de la sabiduría, de la santidad y de la contemplación, sustentado por el cual el espíritu del hombre (una vez separado del cuerpo) habrá de subsistir eternamente,—habría usted vuelto de ella con mejor apetito.—— ——Desearte no haberla escrito jamás: pero como nunca tacho nada,—utilicemos algún medio honesto para quitárnosla de la cabeza inmediatamente. ——Haga el favor, alcánceme mi capirote;—me temo que está usted sentada encima de él, señora;—está debajo del cojín:—me lo pondr闗 —¡Válgame Dios! ¡Pero si hace ya media hora que lo lleva usted puesto en la cabeza!——En ese caso, dejémosle seguir ahí, con un Tra-lará chin chi y un tra-larí chin ch y un jai-dum—dai-dum tin- - - dumb – c.[86] Y ahora, señora, podremos aventurarnos, espero, a seguir un poco hacia adelante. Capítulo veintisiete —Lo único que tiene usted que decir acerca de Fontainebleau (caso de que le pregunten) es que está a unas cuarenta millas (al sur-algo) de París, en medio de un extenso bosque. —Que tiene algo de grandioso.—Que el rey va una vez cada dos o tres años con toda la corte para disfrutar de los placeres de la caza;—y que cualquier caballero inglés elegante (no tiene usted por qué olvidarse de sí mismo) puede participar en ese carnaval cinegético si aporta una jaca o dos y tiene cuidado de no adelantar, al galope, al rey.—— Aunque hay dos razones por las cuales no debe usted contarle esto en voz muy alta a todo el mundo: En primer lugar, porque eso haría que las susodichas jacas fueran cada vez más difíciles de conseguir; y En segundo, porque en todo ello no hay una sola palabra de verdad.—Allons![87] En cuanto a SENS,—puede usted despacharla con una sola frase:——‘Es sede arquiepiscopal’. —Y en cuanto a JOIGNY,—creo que cuanto menos diga uno acerca de ella, mejor será. Pero en lo que se refiere a AUXERRE,—podría pasarme la vida entera hablando de ella: pues en mi grand tour[88] a través de Europa, en el que, después de tantas dudas, fue mi padre en persona quien (no atreviéndose a confiarme a nadie) me acompañó, junto con mi tío Toby, y Trim, y Obadiah, y, de hecho, la mayor parte de la familia a excepción de mi madre, la cual, encontrándose ocupada a la sazón en un proyecto que consistía en tejerle a mi padre un amplio par de calzones de estambre—(la cosa no era una insensatez),—y no gustándole verse interrumpida en sus tareas, decidió quedarse en casa, en Shandy Hall, a fin de mantenerlo todo en orden mientras durara la expedición; durante la cual, digo, al obligarnos mi padre a detenernos dos días en Auxerre, y al ser siempre sus investigaciones de tal naturaleza que habrían dado frutos hasta en un desierto,—gracias a él me ha quedado bastante que decir acerca de AUXERRE. En suma: a dondequiera que mi padre fuese—(aunque la cosa resultó más evidente en este viaje por Francia e Italia que en cualquier otra etapa de su vida),—la carretera por la que él iba parecía encontrarse tan apartada de la que habían tomado todos los demás viajeros que le habían precedido;—veía a los reyes, y a las cortes, y a las sedas de todos los colores a una luz tan extraña;—y sus observaciones y razonamientos acerca de los caracteres, maneras y costumbres de las regiones que atravesábamos eran tan opuestos a los de los demás mortales, en especial a los de mi tío Toby y Trim—(para no hablar de mí mismo);—y, como colofón,—los lances y berenjenales en que (y con qué) continuamente nos metíamos (y topábamos) por culpa de sus teorías y opiniones——eran de una textura tan peculiar, mixta y tragicómica,—que el conjunto se aparece con un tinte y un matiz tan distintos de los de cualquier otro periplo que jamás se haya llevado a cabo por Europa,—que me aventuraré a decir——que la culpa será mía y sólo mía——si su narración no es leída por todos los viajeros y lectores de viajes desde hoy en día hasta que los viajes ya no existan,—o (lo que viene a ser lo mismo),—hasta que el mundo, finalmente, se decida a estarse quieto.—— —Pero no vamos a abrir ahora esta riquísima bala de mercancías; sólo desharemos un hilo o dos, y con el único propósito de desvelar el misterio de la estancia de mi padre en AUXERRE[89]. —Como ya lo he mencionado,—el hilo es ahora demasiado delgado para sostenerse suspendido; y lo cierto es que, inmerso en la totalidad del tejido, se queda prácticamente en nada. —Hermano Toby, le dijo mi padre: mientras se cuece el almuerzo,—iremos a la abadía de Saint Germain, aunque sólo sea para ver esos cuerpos que tanto ha alabado Monsieur Seguier[90].——Iré a ver a quien tú quieras[91], dijo mi tío Toby, que había sido todo sumisión a lo largo de los diversos trechos del viaje.——¡Válgame Dios!, dijo mi padre;—¡son momias!——Entonces no hará falta que nos afeitemos, dijo mi tío Toby —¡Afeitarnos! ¡No!,—exclamó mi padre:—y además, si vamos con barba, todos pareceremos más emparentados.—Y así, iniciamos la marcha, el cabo prestándole un brazo a su señor y formando con él la retaguardia, hacia la abadía de Saint Germain. —Todo es muy bonito, y muy rico, y muy soberbio, y muy magnífico, dijo mi padre dirigiéndose al sacristán, un joven hermano de la orden de los benedictinos;—pero nuestra curiosidad nos ha traído hasta aquí para ver los cuerpos que Monsieur Seguier ha descrito al mundo con tanta exactitud.—El sacristán hizo una reverencia y, tras encender una antorcha que siempre tenía en la sacristía preparada al efecto, nos condujo hasta la tumba de San Heribaldo.——Este, dijo el sacristán al tiempo que apoyaba una mano sobre la tumba, fue un renombrado príncipe de la casa de Baviera que, bajo los sucesivos reinados de Carlomagno, Louis le Debonnair y Carlos el Calvo, ejerció gran influjo en el gobierno y fue principal artífice del restablecimiento del orden y la disciplina[92].—— —Entonces fue tan grande, dijo mi tío, en el campo de batalla como en el gabinete;—me atrevería a asegurar que fue un valeroso soldado.——Era monje,—dijo el sacristán. Mi tío Toby y Trim buscaron consuelo el uno en la cara del otro,—pero no lo hallaron. Mi padre se dio un golpe con ambas manos en la martingala[93], gesto que solía hacer cuando algo le divertía enormemente[94]; pues aunque detestaba a los monjes y a su mismo olor más que a todos los demonios del infierno,—el hecho de que el disparo hubiera alcanzado a mi tío Toby y a Trim más de lleno que a él representaba un triunfo relativo que le puso del mejor humor del mundo. ——Y dígame, por favor, ¿cómo llaman ustedes a este caballero?, dijo mi padre en tono festivo. —Esta tumba, dijo el joven benedictino mirando hacia abajo, contiene los huesos de Santa MÁXIMA, que vino desde Rávena para tocar el cuerpo—— ——De San MÁXIMO, dijo mi padre adelantándose y proponiendo su santo antes de que el sacristán dijera el suyo;—fueron dos de los máximos santos de todo el martirologio, añadió mi padre.———Perdone usted, dijo el sacristán,——pero fue para tocar los huesos de San Germán, edificador de la abadía.——¿Y qué consiguió con ello?, dijo mi tío Toby.——¿Qué es lo que consigue con ello cualquier mujer?, dijo mi padre.——El MARTIRIO, respondió el joven benedictino haciendo una reverencia hasta el suelo y pronunciando la palabra con una cadencia tan humilde pero concluyente que dejó a mi padre desarmado durante unos instantes.—Se supone, prosiguió el benedictino, que Santa Máxima lleva en esta tumba cuatrocientos años, de ellos doscientos antes de su canonización[95].——Los ascensos son muy lentos, ¿eh, hermano Toby?, dijo mi padre, en el ejército de los mártires.——Desesperantemente lentos, con el permiso de usía, dijo Trim, a menos que se puedan comprar[96].——Antes que comprar un ascenso, malvendería todo lo que tengo, dijo mi tío Toby.——Soy enteramente de tu misma opinión, hermano Toby, dijo mi padre. ——¡Pobre Santa Máxima!, dijo mi tío Toby en voz baja y para sus adentros al alejarnos de la tumba. —Fue una de las damas más buenas y hermosas de Italia; y también de Francia, añadió el sacristán.——¿Y quién diablos está ahí enterrado, a su lado?, dijo mi padre señalando con su bastón una enorme tumba que vimos al avanzar un poco más.——Es San Optato, señor, contestó el sacristán.——¡Pues muy apropiadamente se ha colocado a San Optato!, dijo mi padre; ¿y cuál es la historia de San Optato?, añadió. —San Optato, respondió el sacristán, fue un obispo—— ——¡Me lo imaginaba, por todos los cielos!, exclamó mi padre interrumpiéndole;—¡San Optato!—¿Cómo iba a fallarme San Optato? Sacó su libreta, y mientras el joven benedictino le alumbraba con la antorcha para que pudiera escribir mejor, lo anotó todo considerándolo un nuevo puntal para su teoría de los nombres de pila[97]; y seré lo suficientemente osado como para decir que su búsqueda de la verdad era tan desinteresada—que el hallazgo de un tesoro en la tumba de San Optato no le habría hecho ni la mitad de rico. Fue la visita más satisfactoria que jamás se rindiera a los muertos; y tan complacida quedó su fantasía con cuanto había sucedido——que inmediatamente tomó la determinación de permanecer en Auxerre un día más. ——Mañana veré las demás cosas que esta buena gente tiene por aquí, dijo mi padre mientras atravesábamos la plaza.——Y mientras tú haces esas visitas, hermano Shandy, dijo mi tío Toby,—el cabo y yo subiremos a las murallas. Capítulo veintiocho —Bien: me encuentro ahora en medio de la madeja más enredada de todas;—pues en este último capítulo (en la medida, al menos, en que me ha valido para dejar Auxerre atrás) he estado avanzando en dos viajes distintos a la vez,—y con el mismo trazo de la pluma:—pues en el viaje que estoy escribiendo ahora, he salido ya totalmente de Auxerre, y en el que escribiré más adelante, puede decirse que sólo he salido a medias de esta ciudad.—En todas las cosas no se puede alcanzar más que un cierto grado de perfección; y ha sido al perseguir algo que estaba más allá como me he metido en semejante situación, situación en la que sin duda ningún viajero se habrá visto envuelto jamás antes que yo: porque en este momento me hallo atravesando la plaza del mercado de Auxerre en compañía de mi padre y de mi tío Toby, mientras volvemos de Saint Germain para almorzar;—y también en este momento estoy entrando en Lyon con mi silla de posta hecha mil pedazos;—y en este momento me encuentro, además, en un hermoso pabellón a la orilla del Garona, construido por Pringello(98) y que Mons. Sligniac[100] me ha prestado, sentado ante una mesa y cantando estos asuntos en forma de rapsodia. —Déjenme sosegarme y proseguir mi viaje. Capítulo veintinueve —Me alegro, dije ajustando cuentas conmigo mismo al entrar en Lyon a pie——y siguiendo a un carromato que se movía lentamente y llevaba, como carga, mi equipaje y los irreconocibles restos de mi silla de posta;—me alegro sinceramente, dije, de que se haya hecho añicos; así podré ir a Avignon directamente por vía fluvial, lo cual me hará avanzar ciento veinte millas en mi recorrido sin costarme ni siete livres;—y allí, proseguí con mis cálculos, puedo alquilar un par de mulas,—o de asnos si prefiero (ya que nadie me conoce aquí), y atravesar las llanuras del Languedoc prácticamente gratis.—Esta desgracia le va a proporcionar a mi bolsa cuatrocientas livres netas. ¡Y a mí me va a proporcionar placer valedero——valedero por el doble de dinero! ¡A qué velocidad, proseguí, frotándome las manos, descenderé por el rápido Ródano, con el VIVARES a mi derecha y el DELFINADO a mi izquierda, sin ver apenas las antiquísimas ciudades de VIENNE, Valence y Vivieres![101] ¿Qué llama no volverá a encenderse en la lámpara cuando, al pasar como una flecha junto a ellos, les arrebate unas uvas purpúreas al Hermitage y a la Côte rôtie[102] ¡Y con qué frescura correrá el arroyo de mi sangre cuando contemple en las márgenes, acercándose y alejándose, los castillos de los romances, de donde en otros tiempos los arrojados caballeros rescataban a las desventuradas!—¡Cuando vea, a una velocidad vertiginosa, las rocas, las montañas, las cataratas y toda la precipitación de la Naturaleza, con sus grandes obras en derredor! Mientras iba pensando todo esto, me pareció que mi silla, cuyos restos, al principio, habían ofrecido un aspecto bastante imponente, iba disminuyendo insensiblemente de tamaño; la capa de pintura ya no parecía reciente;—los dorados habían perdido su fulgor;—y el total se aparecía tan pobre ante mis ojos,—¡tan lamentable!,—¡tan despreciable!, y, en una palabra, tanto peor que la mismísima calesa de la abadesa de Andoüillets,—que ya estaba abriendo los labios para mandar la silla al diablo——cuando un atrevido empresario y reparador de carruajes, tras cruzar ágilmente la calle, preguntome si Monsieur deseaba que le arreglasen su silla de posta.——No, no, dije yo negando con la cabeza.——¿Monsieur preferiría venderla tal vez?, repuso el empresario.——De todo corazón, dije yo:—el hierro vale cuarenta livres——y el cristal otras cuarenta;—y en cuanto al cuero, se lo puede usted quedar si le sirve de sustento. —¡Vaya mina de oro, dije mientras él contaba el dinero, la que me ha proporcionado esta silla de posta! Y es éste el método con que acostumbro a llevar mí contabilidad, por lo menos en lo que se refiere a los desastres de la vida:—le saco un penique a cada uno según me van aconteciendo.—— —Anda, querida Jenny, cuéntale tú al mundo por mí ——cómo me comporté ante uno, el más doloroso en su género que podría haberle sobrevenido a un hombre orgulloso (como ha de estar) de su virilidad—— —Basta con eso, me dijiste acercándote mucho a mí, mientras yo, con las jarreteras en la mano, reflexionaba sobre lo que no había pasado.—Basta con eso, Tristram, ya estoy satisfecha, me dijiste susurrándome al oído las siguientes palabras: **** ** **** *** ******.—**** ** ****—Cualquier otro hombre se habría hundido hasta el fondo—— ——Todo tiene su lado bueno, dije yo. —Me iré a pasar seis semanas en Gales y a beber suero de leche de cabra,—y gracias al accidente ganaré siete años más de vida. Por esta razón creo que no tengo perdón por haber acusado a la Fortuna, tan a menudo como lo he hecho, de apedrearme durante mi vida entera, al igual que una duquesa descortés (como la llamé), con pequeñas desgracias: es indudable que si tengo algún motivo para estar enfadado con ella es por no habérmelas enviado grandes:—una veintena de buenas, malditas y exageradas catástrofes me habría venido tan bien como una pensión. —Una de cien al año, o así, es todo lo que deseo:—no quisiera echarme encima la peste de tener que pagar impuestos sobre las tierras por culpa de una pensión más elevada. Capítulo treinta Para aquellos que, sabiendo lo que son, a las contrariedades las llaman CONTRARIEDADES[103], no podría haber una mayor que: pasar la mejor parte del día en Lyon, la ciudad más opulenta y floreciente de Francia, enriquecida además por numerosísimas ruinas de la antigüedad,—y no poder verla. Verse impedido por cualquier motivo ha de ser una contrariedad; pero verse impedido por una contrariedad——ha de ser, sin duda, lo que la filosofía, justamente, llama CONTRARIEDAD tras CONTRARIEDAD. Ya me había tomado mis dos tazones de café con leche (mezcla que, dicho sea de paso, es excelente para la tisis; aunque tienen ustedes que hervir juntas las dos cosas:—de otra manera lo único que se consigue es café por un lado y leche por otro),—y como sólo eran las ocho de la mañana y el barco no salía hasta el mediodía, disponía de tiempo para ver de Lyon lo suficiente como para agotar, con mis observaciones acerca de ella, la paciencia de cuantos amigos tengo en el mundo. —Daré un paseo hasta la catedral, me dije consultando mi lista, y veré, en primer lugar, el maravilloso mecanismo de ese magnífico reloj de Lippius de Basilea[104].—— Bien: de todas las cosas de este mundo, de lo que menos entiendo es de mecánica:—no poseo ni talento, ni gusto, ni inclinación;—y tengo un cerebro tan absolutamente inepto para todo lo que esté relacionado con ella que declaro solemnemente no haber sido jamás capaz de comprender los principios del movimiento de una jaula para ardillas o de la rueda de un vulgar molinillo;—y eso que me he pasado muchas horas de mi vida admirando lo uno con gran devoción——y esperando junto a lo otro con la mayor paciencia que un cristiano pueda desarrollar.—— —La primerísima cosa que haré, me dije, será ir a ver los sorprendentes movimientos de ese gran reloj; y a continuación haré una visita a la gran biblioteca de los jesuitas, y procuraré, si ello es posible, echar un vistazo a los treinta volúmenes de la historia general de China, escrita en lengua y con caracteres (no tártaros, sino) chinos[105]. Bien: sé casi tan poco de la lengua china como del mecanismo de la obra de relojería de Lippius; de modo que la razón por la que estas dos cosas se han abierto paso hasta encaramarse a los dos primeros lugares de mi lista,—eso es algo que dejo a los investigadores como un misterio de la Naturaleza. Reconozco que tiene todo el aire de ser uno más de los desvíos de su señoría esta gran dama; y los que la cortejan están, sin duda, tan interesados como yo en descubrir en qué consiste el secreto de su humor. —Cuando hayamos visto estas curiosidades, dije medio dirigiéndome a mi valet de place[106], que se encontraba detrás de mí,—no NOS hará ningún mal ir a la iglesia de San Ireneo para ver el pilar al que Cristo fue atado;—y, después de eso, a la casa en donde vivió Poncio Pilatos[107].——Eso está en la siguiente ciudad, dijo el valet de place:—en Vienne. —Ah, pues me alegro mucho, dije yo levantándome de mi asiento con presteza y poniéndome a pasear por la habitación a zancadas dos veces más largas de lo que es mi paso habitual;—‘porque así veré antes la Tumba de los dos enamorados’[108]. Qué fue lo que motivó este movimiento, y el porqué de que diera tan largas zancadas mientras decía estas palabras, —eso es algo que también podría dejar a los investigadores para que lo averiguasen; pero como en esta cuestión no se halla involucrado principio de relojería alguno,—al lector le dará igual si yo mismo se lo explico. Capítulo treinta y uno ¡Oh! Hay en la vida del hombre una tierna edad (cuando el cerebro es blando y fibriloso y más se parece a una papilla que a otra cosa)—en que la lectura de la historia de dos apasionados amantes separados el uno del otro por padres crueles y por un destino aún más cruel— Amando——Él, Amanda——Ella,— ignorante cada uno del rumbo del otro, Él——hacia el este, Ella——hacia el oeste, Amando hecho cautivo por los turcos y llevado a la corte del emperador de Marruecos, donde la princesa de Marruecos, al enamorarse de él, le hace pasar veinte años en prisión por el amor que a su Amanda él profesa—— Ella—(Amanda), mientras tanto, errando descalza y con la cabellera desmelenada por rocas y montañas, preguntando por Amando—(¡Amando! ¡Amando!),—haciendo que el eco de cada colina y cada valle le devuelva sólo el nombre—— ¡Amando! ¡Amando! ——sentándose, en su desamparo, a las puertas de cada pueblo o ciudad:——¿Habrá Amando?—¿Habrá mi Amando entrado aquí?—Hasta que,—tras dar vueltas, y vueltas, y más vueltas alrededor del mundo,—el azar inesperado los conduce, a la misma hora de la noche aunque por caminos bien distintos, a las puertas de Lyon, su ciudad natal; y al llamarse el uno al otro en voz alta y en tonos que ambos bien conocen: Mi Amando, } ¿vive aun?, Mi Amanda,se arrojan el uno en brazos del otro y ambos se desploman, muertos de la alegría. Hay una dulce edad en la vida de todo mortal sensible en que tal historia le proporciona más pabulum[109] al cerebro que todas las Migajas, y Costras, y Orines de la antigüedad[110] que los viajeros le puedan preparar, guisar o condimentar. —Y eso fue, de todo lo que Spon y otros[111], en sus explicaciones sobre Lyon, habían tratado con gran esfuerzo de colarle dentro, lo único que se quedó en el lado bueno del colador del mío; y al descubrir, además, en algún Itinerario (aunque en cuál solamente Dios lo sabe),—que, consagrada a la fidelidad de Amando y Amanda, se había erigido, fuera ya de las puertas de la ciudad, una tumba que aún hoy en día los enamorados van a visitar para dar fe de la sinceridad de sus pasiones,—sucedió que ya no dejé, a lo largo de toda mi vida, de meterme en un enredo de esta índole sin que, de una u otra manera, esta tumba de los enamorados me viniera al final a la memoria;—¡pero qué digo!: había establecido tal suerte de dominio sobre mí que muy pocas veces podía pensar o hablar de Lyon—(y a veces ni siquiera ver un chaleco lionés) sin que inmediatamente este residuo de los tiempos pasados se apareciera ante mi fantasía; y a menudo he dicho, en mi alocada manera de decir las cosas—(y me temo que con cierta irreverencia),—’que consideraba este santuario (olvidado como estaba) tan importante como el de La Meca; e inferior en tan poco (sólo en lo que a riqueza se refiere) a la mismísima Santa Casa[112] que un día u otro irla en peregrinaje (aun cuando no tuviera nada más que hacer en Lyon) con el único fin de rendirle una visita’. En consecuencia, en mi lista de las Videnda[113] de Lyon, este monumento, aunque el último sobre el papel,—no era precisamente, como ven ustedes, el último en mi interés[114]; de modo que, tras dar una o dos docenas de zancadas, más largas de lo que es habitual en mí, a lo largo de la habitación (sólo mientras el pensamiento atravesaba mi cerebro), descendí, ya más sereno, a la Basse Cour[115] dispuesto a emprender la marcha; había ya pedido y pagado—(puesto que no era seguro que volviera a la posada) la cuenta;—le había dado, además, diez sous a la doncella; y ya estaba recibiendo los cumplidos finales de Monsieur Le Blanc, que me deseaba un agradable viaje Ródano abajo,—cuando me vi detenido en la misma puerta por—— Capítulo treinta y dos ——Era un pobre asno que acababa de aparecer con un par de enormes cuévanos sobre sus lomos y que limosneaba hojas de nabos y de col; e, indeciso, permanecía con las dos patas delanteras más acá del umbral y con las dos traseras aún en la calle, como si no supiera muy bien si por fin iba a pasar o no. Bien: es éste un animal al que (por mucha prisa que tenga) no soy capaz de golpear:—lleva escrita con tanta sencillez, en su aspecto y en su porte, la paciencia con que aguanta sus sufrimientos, y ello aboga en su defensa con tanta convicción, que siempre me desarma; y hasta tal punto que no me gusta, ni siquiera, hablarle con desconsideración: por el contrario, dondequiera que me lo encuentre,—tanto si es en ciudad como en el campo,—enganchado a una carreta o portando cuévanos,—en libertad o esclavitud,—por mi parte siempre tengo algo amable que decirle; y como una palabra engendra la siguiente,—por lo general (si él tiene tan poco que hacer como yo) me pongo a conversar con él; y, sin duda, nunca se encuentra mi imaginación tan atareada como cuando me pongo a descifrar sus respuestas en los aguafuertes de su semblante y—(cuando éstos no me permiten llegar a la suficiente profundidad)—vuelo desde mi corazón hasta el suyo para ver qué es lo que sería natural que pensara un asno:—lo mismo que un hombre, en ocasiones, En verdad es la única criatura de entre todos los seres de clases inferiores a la mía con quien puedo hacer esto: con los loros, cornejas y demás, —jamás cruzo una palabra;—y con los simios y demás, tampoco; y no lo hago con ninguno de ellos casi por la misma razón en ambos casos: así como los primeros hablan de memoria, los segundos actúan por el mismo procedimiento: y tanto una cosa como la otra me hacen enmudecer. Mi perro y mi gato, aunque a los dos los aprecio mucho—(y en lo que se refiere a mi perro, estoy seguro de que hablaría si pudiera), —carecen, sin embargo, por uno u otro defecto, de dotes para la conversación.—Cuando charlo con ellos, no logro ir más allá de la proposición, la réplica y la contrarréplica con que acababan las conversaciones de mi padre y mi madre en sus lechos de justicia:—una vez dichas las tres,—el diálogo siempre toca a su fin.—— —Pero con un asno puedo platicar indefinidamente. —¡Vamos, Honradez!, le dije——al ver que pasar entre la puerta y él era imposible;—¿piensas entrar o salir? El asno torció el cuello y miró en dirección a la calle.—— —Está bien,—respondí yo;—vamos a esperar un minuto a que venga tu arriero. —Volvió la cabeza meditabundo y miró atentamente hacia el lado contrario.—— —Te comprendo perfectamente, contesté yo;—si das un paso en falso en este asunto, él te apaleará hasta la muerte.—¡Bueno! Un minuto es sólo un minuto, y si le ahorra una paliza a un semejante, no se lo podrá tener por mal empleado. Mientras esta conversación tenía lugar, se iba comiendo el tallo de una alcachofa; y en medio de los pequeños y enojosos debates naturales entre el hambre y el mal sabor, lo había dejado caer de su boca media docena de veces para luego volverlo a recoger.——¡Dios te ampare, Asno![116], le dije; pues amargo es tu desayuno,—y amargas son tus muchas jornadas de trabajo,—y amargos son los muchos golpes que, me temo, debes de recibir en pago:—cualquiera que sea la vida de los demás,—la tuya es toda,—toda amargura.—Y ahora, si hubiera alguna manera de comprobarlo, me atrevería a decir que tienes la boca dominada por un sabor un amargo como el del hollín—(pues en aquel momento había dejado el tallo a un lado); ¡y tal vez no tengas en todo el mundo un amigo dispuesto a darte un almendrado!—Y mientras decía esto, saqué una bolsa de papel llena de ellos que acababa de comprar, y le di uno;—y en este instante en que lo estoy contando, el corazón se me retuerce de dolor y remordimiento al pensar que lo que presidió mi acción fue más la diversión que me producía la idea de ver cómo un asno se comía un almendrado——que el sentimiento de benevolencia que me impulsaba a dárselo. Cuando el asno se hubo comido su almendrado, le urgí a pasar:—el pobre animal iba terriblemente cargado,—sus patas parecían flaquear bajo el peso;—retrocedió un poco, y al tirar yo de su cabestro, éste se rompió y me quedé con parte de él en la mano.—El asno me miró a la cara con tristeza como diciéndome:—‘No me pegues con eso,—aunque, si quieres, puedes hacerlo’.——Si lo hago, dije yo, que en este mismo instante me conde—— Solamente había dicho la mitad de la palabra, como la abadesa de Andoüillets—(luego no había cometido aún pecado)[117],—cuando llegó un individuo que dejó caer un bastonazo atronador sobre la grupa del pobre animal, poniendo fin con ello a las ceremonias. —¡Afuera con eso![118], grité;—pero la exclamación resultó equívoca,—y me parece que también inoportuna:—porque el extremo de un mimbre que sobresalía por entre el tejido de uno de los cuévanos del asno se me había enganchado al bolsillo de los calzones, y, al dar la bestia su impetuoso salto al lado mío, me los desgarró en la dirección más desastrosa que se puedan ustedes imaginar;—de modo que el ¡Afuera con eso! es aquí, en mi opinión, donde habría encontrado su justo lugar;—aunque esto se lo dejo, para que sean ellos quienes lo determinen, a LOS CRÍTICOS LITERARIOS DE MIS CALZONES, Que a este efecto me han venido acompañando a lo largo de todo el camino. Capítulo treinta y tres Cuando todo estuvo nuevamente en orden, volví a bajar las escaleras hasta la basse cour con mi valet de place para emprender la marcha hacia la tumba de los dos enamorados, etc.;—y entonces me vi detenido en la puerta por segunda vez:—no por el asno,—sino por el individuo que lo había golpeado; el cual, para entonces, se había ya adueñado (como suele suceder tras infligir una derrota) del mismísimo espacio de terreno que antes había ocupado el asno. Era un empleado que me enviaba la oficina de postas: llevaba en la mano una orden de pago según la cual yo había de abonar seis livres y unos cuantos sous. —¿A santo de qué?, dije yo.——Es en nombre del rey, respondió el empleado encogiéndose de hombros.—— ——Mi buen amigo, dije yo,—tan cierto como que yo soy yo——y que usted es usted—— ——¿Y usted quién es?, dijo él.———No me enrede, dije yo. Capítulo treinta y cuatro ——Pero de lo que no cabe la menor duda, proseguí dirigiéndome al empleado, sólo que variando la forma de mi aseveración,—es de que al rey de Francia yo no le debo nada aparte de mis mejores respetos, pues es un hombre muy honrado al que deseo toda la salud y diversión del mundo.—— —Pardonnez-moi[119],—respondió el empleado: tiene usted con él una deuda de seis livres y cuatro sous por la próxima posta que va desde aquí hasta St Fons, en su camino hacia Avignon;—y al tratarse de una posta real, paga usted el doble por los caballos y el postillón;—de otra manera, la suma no habría ascendido más que a tres livres y dos sous.—— ——Pero yo no voy por tierra, dije. ——Puede usted ir si quiere, respondió el empleado.—— —Muy agradecido,—dije yo haciéndole una profunda reverencia.—— El empleado, con la grave sinceridad de una buena educación,—me correspondió con otra igualmente profunda. —En toda mi vida me he sentido tan desconcertado por una reverencia. ——¡El diablo se lleve el carácter circunspecto de estas gentes!, dije—(en un aparte); no entienden la IRONÍA más de lo que la entiende este—— El objeto de mi comparación estaba allí al lado, con sus cuévanos;—pero algo me selló los labios—y no fui capaz de decir el nombre en cuestión.—— —Señor, dije volviendo en mí,—no tengo intención de tomar la posta.—— ——Pero puede usted,—dijo él persistiendo en su primera respuesta;—puede usted tomar la posta si así lo desea.—— ——Y también puedo echarle sal a un arenque salado, dije yo, si así se me antoja—— ——Sólo que no se me antoja.—— ——Pero tiene usted que pagar por ella, tanto si la toma como si no. —¡Ya! Por la sal, dije yo (ya sé).—— ——Y por la posta también, añadió él. —¡Dios, ayúdame!, exclamé.—— —Yo voy por vía fluvial, viajo por agua:—esta misma tarde salgo Ródano abajo,—mi equipaje está ya a bordo——y, de hecho, ya he pagado nueve livres por mi pasaje.—— —C’est tout égal,—da lo mismo, respondió él. —Bon Dieu![120] ¡Tengo que pagar por el medio de transporte que utilizo y también por el que no utilizo! ——C’est tout égal, respondió el empleado. ——¡Y un diablo lo va a ser!, dije yo:—prefiero pasar por diez mil Bastillas antes que—— —¡Oh, Inglaterra, Inglaterra! ¡Tú, tierra de libertad y clima de sentido común! ¡Tú, la más tierna de todas las madres——y la más cariñosa de todas las nodrizas!, exclamé; y en el momento de dar comienzo a mi apostrofe, hinqué una rodilla en el suelo. Al aparecer en aquel mismo instante por allí el director de la conciencia de Madame Le Blanc y ver a una persona vestida de negro, con el rostro pálido como la ceniza, orando—(la palidez de mi faz se veía acentuada por el contraste de colores y el lamentable estado de mis ropas),—me preguntó si tenía necesidad de los auxilios de la iglesia—— —Viajo por AGUA,—dije yo,—y aquí hay otro que aún me querrá hacer pagar por viajar por ÓLEO[121]. Capítulo treinta y cinco Convencido ya de que el empleado de la oficina de postas acabaría por salirse con sus seis livres y cuatro sous, pensé que no me quedaba otra cosa que decir algo ingenioso, apropiado a la ocasión, que valiera y me resarciera de la mencionada cantidad. De modo que empecé así:—— ——Y dígame usted, Mr Empleado: ¿según qué ley de la hospitalidad se ha de tratar en este asunto a un extranjero indefenso exactamente al revés de como tratarían ustedes a un francés? —De ningún modo, dijo él. —Perdone, dije yo:—pero ha empezado usted, señor, por arrancarme los calzones,—y ahora quiere usted mis bolsillos—— —Mientras que——si se me hubiera llevado primero los bolsillos, como hacen ustedes con sus compatriotas,—y después me hubiera dejado con el c—o al aire,—habría sido yo un verdadero animal de haberme quejado—— —Pero en el orden en que usted lo ha hecho:—— ——Va en contra de las leyes de la naturaleza. ——Va en contra de la razón. ——Va en contra de los EVANGELIOS. —Pero no va en contra de esto,—dijo él——al tiempo que me ponía en la mano un papel impreso. PAR LE ROY[122] Es en verdad un enérgico prolegómeno, dije yo,—y continué leyendo:——————————————————————————————————————————————————————————————————————————————————————— ——De todo lo cual se desprende, dije después de haberlo leído de cabo a rabo, quizá con excesiva rapidez, que si un hombre emprende un viaje en silla de posta desde París,—tiene que seguir viajando en ella el resto de su vida,—o, si no, pagar por ello.——Perdone, dijo el empleado, pero el espíritu de la ordenanza es éste:—que si emprende usted un viaje con la intención de recorrer en silla de posta la distancia París-Avignon, etc., no podrá usted cambiar de intención o de medio de transporte sin antes satisfacer a los fermiers[123] el importe de las dos postas siguientes a la del lugar en que se haya arrepentido de su primera decisión;—y tiene su fundamento, añadió, en lo siguiente: en que las RENTAS DEL ESTADO no tienen por qué verse afectadas por sus veleidades.—— ——¡Oh, por todos los cielos!, exclamé.—Si hasta las veleidades están sujetas a impuesto en Francia,—entonces no nos queda otra cosa que llegar con ustedes a la paz más ventajosa que podamos.—— Y ASÍ SE FIRMÓ LA PAZ[124]. —Y si esta paz es mal negocio,—como fue Tristram Shandy quien puso la piedra angular,—nadie más que Tristram Shandy debe ser colgado por ello. Capítulo treinta y seis Aunque me daba cuenta de que ya le había dicho al empleado las suficientes cosas ingeniosas como para sentirme resarcido de las seis livres con cuatro sous, estaba, sin embargo, decidido a reseñar el abuso entre mis observaciones o notas de viaje antes de abandonar el lugar; de modo que me llevé la mano al bolsillo de la levita, y—(esto, por cierto, puede servir de advertencia a los viajeros para que en el futuro tengan un poco más de cuidado con las suyas) ‘me hablan robado mis observaciones’.—Jamás afligido viajero alguno armó por sus observaciones alboroto y barahúnda como los que yo armé por las mías en esta ocasión. —¡Cielos! ¡Tierra! ¡Mar! ¡Fuego!, exclamé, invocándolo todo en mi ayuda excepto lo que debía.—¡Me han robado las observaciones!—¿Qué voy a hacer ahora?—¡Mr Empleado! Dígame, por favor: ¿ha visto si se me caían unas observaciones mientras estaba aquí con usted?—— —Ha soltado usted bastantes, y bien singulares, me respondió.——¡Bah!, dije; esas eran sólo unas pocas que no valían más allá de seis livres y dos sous;—pero estas otras son mayor tajada.—Negó con la cabeza.——¡Monsieur Le Blanc! ¡Madame Le Blanc! ¿Han visto ustedes unos papeles míos?—¡Usted, la doncella de la casa, vaya arriba corriendo!——¡François, vaya usted tras ella!—— ——¡Tengo que encontrar mis observaciones!—¡Eran las mejores observaciones, exclamé, que se hayan hecho jamás!—¡Las más sabias!—¡Las más agudas!—¿Qué voy a hacer ahora?—¿Y a dónde me dirigiré? Sancho Panza, cuando perdió los ARREOS de su asno, no se quejó con más amargura[125]. Capítulo treinta y siete Cuando hubo pasado el primer acceso y los registros del cerebro empezaron a salir un poquito de la confusión a que este revoltijo de infaustos accidentes los había arrojado, —me vino al instante a la memoria que mis observaciones las había dejado en la bolsa de la silla de posta,—y que al vendérsela al reparador de carruajes, le había vendido, junto con ella, mis observaciones. Dejo este espacio en blanco para que el lector pueda poner en él el juramento a que esté más acostumbrado.—En lo que a mí respecta, si alguna vez, a lo largo de toda mi vida, he soltado un juramento entero en un hueco en blanco, me parece que fue aquí.—**** **** ** dije:—porque mis observaciones sobre Francia, que estaban tan repletas de ingenio como de alimento un huevo, que valían cuatrocientas guineas en tanta justicia como el susodicho huevo un penique,—habíaselas vendido a un reparador de carruajes——por cuatro Louis d’Ors[126],—dándole además, de balde (¡por todos los cielos!), una silla de posta que por lo menos valía seis; si hubiera sido a Dodsley, o a Becket, o a cualquier estimable librero[127] que o bien estuviera dejando el negocio y necesitara una silla de posta,—o bien estuviera entrando en él——y necesitara mis observaciones, y de paso dos o tres guineas,—habría podido soportarlo;—¡pero a un reparador de carruajes!——Lléveme hasta él en este mismo instante, François,—dije.—El valet de place se puso el sombrero y abrió la marcha;——yo me quité el mío al pasar junto al empleado y le seguí. Capítulo treinta y ocho Cuando llegamos a la casa del reparador de carruajes, tanto ésta como la tienda estaban cerradas: era ocho de septiembre, natividad de la bendita Virgen María, madre de Dios.—— —Tantarrá-ra-tan-tiví:—todo el mundo se iba a los mayos;—saltando por aquí,—brincando por allá,—a nadie le importábamos un botón ni mis observaciones ni yo; de modo que me senté en un banco que había al lado de la puerta y me puse a filosofar acerca de la situación: probablemente gracias a la intercesión de algún hado más benigno que el que me suele acompañar, no llevaba esperando aún media hora cuando la señora de la casa salió a quitarse los papillotes del pelo antes de ir a los mayos.—— A las mujeres francesas, dicho sea de paso, les gustan los mayos à la folie[128],—es decir, tanto como sus maitines; —ofrézcanles simplemente un mayo que, tanto si es en mayo como en junio, en julio como en septiembre—(la época les trae muy sin cuidado),—siempre será bien recibido:—para ellas representa comida, bebida, lavado y alojamiento;—y si tan sólo siguiéramos la política, con el permiso de sus señorías, de enviarles (habida cuenta de que la madera escasea un tanto en Francia) buenas cantidades de mayos—— Las mujeres se encargarían de empinarlos; y cuando ya lo hubieran hecho, bailarían a su alrededor (con los hombres para hacerles compañía) hasta quedarse todos ciegos. La mujer del reparador de carruajes salió, como les dije, a quitarse los papillotes del pelo:—la toilette no se detiene por nadie ni por nada:—de modo que, al tiempo que abría la puerta, se sacó el gorro de un tirón para dar comienzo a la tarea; y al hacerlo, uno de los papillotes cayó al suelo:—al instante vi que se trataba de mi propia letra.—— —O Seigneur![129], exclamé.—¡Se ha puesto usted todas mis observaciones en la cabeza, Madame!— —J’en suis bien mortifiée[130], dijo ella.——Menos mal, pensé yo, que se le han quedado en la superficie,—porque si se hubieran adentrado un poco más, ¡en la mollera de una mujer francesa!, habrían armado allí tal confusión——que más le habría valido seguir con ella lacia hasta el día de la eternidad. —Tenez[131],—dijo ella.—Y así, sin tener la menor idea acerca de la naturaleza de mi sufrimiento, se fue quitando mis observaciones, una por una, de los rizos, y las fue depositando solemnemente en mi sombrero:—la una estaba torcida hacia acá,—la otra hacia allᗗ—¡Ay, a fe mía, dije yo, que cuando se publiquen—— —Estarán más retorcidas todavía! Capítulo treinta y nueve —Y ahora, ¡a por el reloj de Lippius!, dije en el tono del hombre que ha superado todos los obstáculos;—nada nos podrá impedir que lo veamos, ni tampoco la historia china, ni todo lo demás. —Excepto el tiempo, dijo François,—porque ya son casi las once.——Entonces, cuanta más prisa nos demos, mejor será, dije yo al tiempo que emprendía la marcha, a grandes zancadas, hacia la catedral. Con sinceridad, no puedo decir que me contrariara en lo más mínimo el que, al entrar por la puerta oeste, uno de los canónigos menores me dijera——que el gran reloj de Lippius estaba completamente estropeado y que llevaba varios años sin funcionar.——Así dispondré de más tiempo, pensé, para examinar la historia china; y, además, sabré hacerle al mundo una descripción del reloj en su período de decadencia mejor de lo que se la habría sabido hacer en el de su florecimiento.—— —Y así, salí disparado hacia el colegio de los jesuitas. Bien: este proyecto de echarle un vistazo a la historia de China en caracteres chinos es,—como muchos otros que podría mencionar, de esos que sólo a distancia seducen a la fantasía: pues a medida que me iba acercando más y más al lugar,—la sangre se me fue enfriando,—el capricho se fue desvaneciendo gradualmente, hasta que, al final,—no habría estado dispuesto a dar ni un hueso de cereza por satisfacerlo——La verdad era que no tenía mucho tiempo y que mi corazón estaba en la Tumba de los Enamorados.——Pido a Dios, dije ya en el momento de levantar el aldabón, que la llave de la biblioteca se haya extraviado. La petición obtuvo respuesta: si no la exacta, sí, al menos, una aproximada que me servía por igual—— Porque a todos los JESUITAS les había dado un cólico,—y de tal gravedad como no lo recordaba ni el médico más viejo del lugar[132]. Capítulo cuarenta Como me conocía la situación geográfica de la Tumba de los Enamorados tan bien como si hubiera vivido veinte años en Lyon, es decir, sabía que, una vez atravesadas las puertas de la ciudad, no había más que girar a mano derecha, en dirección al Fauxbourg de Vaise[133],—despaché a François al barco a fin de poderle rendir al santuario, sin testigos de mi debilidad, el homenaje que desde hacía tanto tiempo le debía.—Me encaminé hacia el lugar con la mayor alegría que se pueda imaginar:—y cuando divisé la puerta que me separaba de la tumba, se me inflamó el corazón en mi interior.—— ——¡Fieles y amorosos espíritus!, exclamé dirigiéndome a Amando y Amanda.—¡Mucho,—mucho he tardado en verter esta lágrima sobre vuestra tumba!——¡Ya llego,——ya llego!—— Cuando llegué,—no había tumba alguna sobre la cual verterla. ¡Qué no habría yo dado por que en aquel momento mi tío Toby hubiera silbado el Lillabullero! Capítulo cuarenta y uno No importa cómo, ni en qué estado de ánimo,—pero volé desde la Tumba de los Enamorados—(o, mejor dicho, no volé desde allí,—pues tal cosa no la había), y llegué al barco justo a tiempo para no perder el pasaje;—y antes de que hubiera navegado cien yardas, el Ródano y el Saona se juntaron y me llevaron río abajo alegremente entre los dos. Pero ya he descrito este viaje Ródano abajo antes de hacerlo—— —De modo que ya estoy en Avignon, y como no hay nada que ver aparte de la vieja mansión en la que residiera el Duque de Ormond[134], ni nada que me obligue a detenerme más tiempo del que me lleve hacer una breve observación sobre el lugar, dentro de tres minutos me verán ustedes cruzar el puente[135] sobre un mulo, con François a caballo portando mi hatillo en la grupa, y con el dueño de las dos monturas precediéndonos a grandes zancadas, con una larga escopeta al hombro y un sable bajo el brazo a fin de evitar que, por ventura, nos escapemos con su ganado. Si hubieran visto ustedes cómo estaban mis calzones cuando llegué a Avignon—(aunque me los habrían visto mejor, creo, en el momento de montar),—la precaución no les habría parecido desmedida ni, sinceramente, la habrían juzgado muy ofensiva: yo, por mi parte, no me la tomé a mal sino con benevolencia; y decidí regalárselos al final del viaje por las molestias que le habían ocasionado al inducirle a armarse hasta los dientes contra ellos. Antes de seguir adelante, permítanme ustedes deshacerme de mi observación sobre Avignon, que es la siguiente: me parece mal que un hombre, por el mero hecho de que casualmente se le haya volado el sombrero la noche de su llegada a Avignon,—diga en consecuencia ‘que Avignon está más expuesta a los vendavales que ninguna otra ciudad de toda Francia’. Y por esta razón no hice hincapié en el incidente hasta no haberle preguntado al dueño de la posada al respecto; pero al decirme éste, con gran seriedad, que así era, en efecto,—y al oír, además, que en la región se hablaba de la ventosidad de Avignon como de algo proverbial,—tomé nota de la circunstancia con el único fin de preguntar a los expertos por la posible causa de ello;—los efectos ya los vi,—porque allí todos son Duques, Marqueses y Condes:—ni un solo Barón hay en todo Avignon.—De modo que apenas si puede cruzarse una palabra con ellos en un día de viento. —Amigo, dije, haz el favor de sujetarme el mulo un momento;—pues quería sacarme una de las botas, que me hacía daño en el talón.—El hombre estaba de pie, completamente ocioso y desocupado, a la puerta de la posada; y como se me había metido en la cabeza que algo tendría que ver con la casa o el establo, le puse la brida en la mano——y di comienzo a mis manejos con la bota.—Cuando hube terminado la operación, me volví para recoger el mulo y darle las gracias—— ——Pero Monsieur le Marquis había desaparecido: se había metido en la posada[136].—— Capítulo cuarenta y dos Ahora tenía a mi disposición, para recorrerlo en mi mulo con tranquilidad y a mi propio paso, todo el sur de Francia, desde las márgenes del Ródano hasta las del Garona; —con tranquilidad y a mi propio paso:—pues había dejado a la Muerte atrás, aunque sabe el Señor—(y sólo Él)—a cuánta distancia.—‘He seguido a muchos hombres a través de Francia’, dijo ella,—‘pero nunca a esta velocidad tan vertiginosa’.—Y sin embargo aún me seguía,—y yo aún seguía huyendo de ella:—pero huía con alegría.—Todavía me perseguía, sí,—pero como quien persigue a su presa sin esperanza.—A medida que se iba quedando atrás, a cada paso que perdía, sus facciones se suavizaban.—¿Por qué habría, pues, de huir a tanta velocidad? De modo que a pesar de cuanto el empleado de la oficina de postas había dicho, cambié de medio de transporte una vez más; y tras una carrera tan precipitada y atolondrada como la que había efectuado, mi imaginación se las prometía muy felices pensando en mi mulo y en que a sus lomos iba a recorrer las fértiles llanuras del Languedoc con tanta lentitud como a sus pezuñas se les antojara. No hay nada tan agradable para un viajero,—ni tan terrible para los escritores de viajes, como una inmensa y fértil llanura; sobre todo si no tiene grandes ríos ni puentes y solamente ofrece a la vista un invariable panorama de abundancia: porque una vez han dicho que ¡es algo delicioso!, ¡o encantador! (según el caso),—que la tierra es muy agradecida y que la naturaleza esparce por doquier su exuberancia, etc… se encuentran con una inmensa llanura entre las manos con la que no saben qué hacer;—y que de muy poco o nada les sirve salvo para llevarles hasta alguna ciudad; y esa ciudad tal vez les sirva de poco más que de nuevo punto de partida hacia la llanura siguiente;—y así sucesivamente. ——El trabajo es de lo más espantoso: juzguen ustedes si no me las arreglo mejor yo con mis llanuras. Capítulo cuarenta y tres No había recorrido aún más de dos leguas y media cuando el hombre de la escopeta ya se puso a mirar su cebo. Por tres veces me había entretenido en el camino quedándome intolerablemente atrás: por lo menos media milla cada vez; una, enfrascado en una conversación con un fabricante de tambores que abastecía a las ferias de Baucaira[137] y Tarascón:—no comprendía los principios de su arte.—— La segunda vez me detuve—(aunque hablando con propiedad no podría decir tal cosa) para saludar a una pareja de franciscanos que llevaban más prisa que yo; y al no poder ellos entender cabalmente lo que yo les decía e ir en la dirección contraria,—no tuve más remedio que desandar parte de lo andado en su compañía.—— La tercera fue por un asunto comercial: le compré a una comadre, por cuatro sous, una cesta de higos de Provenza; la transacción se habría llevado a cabo en un instante de no haber sido por un caso de conciencia que surgió al final: porque cuando ya había pagado por los higos, resultó que, en el fondo de la cesta, cubiertos con hojas de parra, había dos docenas de huevos.—Como no tenía la menor intención de comprar huevos,—no hice ningún tipo de reclamación sobre ellos;—y en cuanto al espacio que habían ocupado haciéndose pasar por higos,—¿qué más me daba en definitiva? Tenía higos suficientes por el valor de mi dinero.—— —Pero, en cambio, sí tenía intenciones de quedarme con la cesta;—y la comadre tenía asimismo intenciones de conservarla, pues sin ella no podía hacer nada con sus huevos;—y yo, a menos que me quedara con la cesta, podía hacer otro tanto con mis higos, que ya estaban demasiado maduros y en su mayoría abiertos por un lado: esto trajo consigo una breve discusión que terminó con diversas proposiciones acerca de lo que el uno y el otro deberíamos hacer.—— —De qué manera nos las arreglamos con los huevos y los higos, les desafío a ustedes, e incluso al mismo Diablo si no hubiera estado allí (pues estoy convencido de que allí se encontraba), a que traten de hacer conjeturas por inverosímiles que sean. Lo leerán y sabrán todo,——no este año, pues ahora voy a toda velocidad en pos de la historia de los amoríos de mi tío Toby,—sino en la compilación de las que han surgido del viaje por esta llanura;—a las cuales, en consecuencia, llamo mis HISTORIAS DE LA LLANURA[138] En qué medida mi pluma se ha fatigado, como las de otros viajeros, en este su viaje por un terreno tan estéril,—eso es algo que el mundo debe determinar;—pero las huellas que ha dejado, que en este instante están vibrando y resonando en mi memoria todas juntas, me dicen que ha sido el periodo más fructífero y atareado de mi vida; porque como no había establecido trato alguno respecto al tiempo con el hombre de la escopeta,—conseguí,—a base de pararme a hablar con todo el que me encontrara y no fuera a un trote excesivamente veloz,—de alcanzar a los grupos que iban delante de mí,—de esperar a todo el que iba detrás,—de saludar a los que llegaban por los atajos,—de detener a toda clase de pordioseros, peregrinos, violinistas, frailes,—de no pasar jamás junto a una mujer encaramada a una morera sin alabarle las piernas y tentarla a un poco de conversación con un pellizco de rapé;——en suma: a base de echar mano de todos los asideros, cualesquiera que fuesen su forma y su tamaño, que el azar me fue brindando a lo largo de este viaje.—Conseguí, digo, trocar mi llanura en ciudad.—Nunca me faltó compañía, y bien variada la tuve además: y como mi mulo era tan sociable como yo y por su parte siempre tenía algunas proposiciones que hacer a los animales con que se cruzaba,—estoy seguro de que ya podríamos haber empleado un mes entero en atravesar Pall Mall o St James’s Street[139], que no habríamos corrido tantas aventuras——ni visto tanto de la naturaleza humana. ¡Oh, esa vivaz franqueza que al instante desprende los alfileres a los pliegues de los vestidos de las mocitas del Languedoc!—¡Haya debajo lo que haya, siempre se parece tanto a esa sencillez que, en tiempos mejores que éstos, los poetas suelen cantar,—que engañaré a mi fantasía y creeré que de ella se trata! Fue en el tramo de carretera entre Nismes[140] y Lunel, donde se halla el mejor vino de Muscatto[141] de toda Francia; los viñedos, por cierto, son propiedad de los honrados canónigos de MONTPELLIER;—¡y caiga la inmundicia sobre el hombre que, habiéndolo bebido a su mesa, una sola gota les escatime! —El sol se había puesto ya;—el trabajo había terminado; las ninfas habían vuelto a recogerse los cabellos——y los zagales se preparaban para un festival;—mi mulo se paró en seco y quedóse en punto muerto.——Son el pífano y el tamboril, le dije.——Estoy aterrado, dijo él.——Es que van a bailar al corro del placer, le dije yo espoleándolo.——Por San Boogar[142] y por todos los santos que están al otro lado de la puerta del purgatorio, dijo él—(tomando la misma resolución que la mula de la abadesa de Andoüillets), que no pienso dar ni un paso más.——Muy bien, señor mío, le dije yo;—no discutiré con un miembro de su familia jamás mientras viva. Así que, de un salto, me apeé de sus lomos; y sacándome las botas de dos patadas, una en esta zanja y la otra en la de más allá,——Voy a echar un baile, le dije;—de modo que quédese usted quieto aquí. Una atezada hija del Trabajo, levantándose, se destacó del grupo y salió a mi encuentro mientras yo avanzaba hacia ellos: llevaba todo el cabello (que era de color castaño oscuro ya lindando con el negro) recogido en un moño a excepción de una única y larga trenza que le colgaba graciosamente. —Nos falta un caballero para completar las parejas, me dijo extendiendo las manos como quien las ofrece.——Pues caballero tendrán, le dije yo cogiéndoselas. ¡Si hubieras ido, Nannette, engalanada como una duquesa! —¡Pero ese condenado desgarrón en tu zagalejo! A Nannette le traía sin cuidado. —No sé cómo nos las hubiéramos arreglado sin usted, me dijo con espontánea y natural cortesía al tiempo que me soltaba una mano y de la otra me llevaba. Un joven cojo, a quien Apolo había compensado con una flauta (y a la que él, por propia iniciativa, había añadido un tamboril), recorrió dulcemente las notas del preludio, sentado en la ribera.———Recójame usted la trenza, rápido, me dijo Nannette poniéndome un pedacito de cordel en la mano. —Aquello me hizo olvidar que yo era un desconocido.—El moño entero se deshizo y desparramó en cataratas:—hacía siete años que nos conocíamos. El joven marcó el compás con el tamboril:—la flauta se le unió y empezamos a brincar:—‘¡El diablo se lleve ese desgarrón!’ La hermana del joven, que había robado la voz del cielo, cantaba alternándose con su hermano:—era un rondó gascón. VIVA LA JOIA! FIDON LA TRISTESSA![143] Las ninfas se les unieron en el mismo tono, y sus zagales en una octava más baja.—— Habría dado una corona por que se lo hubieran cosido.—Nannette no habría dado ni un sous[144].——Viva la joia!, exclamaban sus labios.——Viva la joia!, exclamaban sus ojos. Una fugaz chispa de afecto atravesó como una flecha el espacio que mediaba entre nosotros.—¡Su aspecto era adorable!—¿Por qué no podía yo vivir así, y así acabar mis días? —¡Justo dueño de nuestras penas y alegrías!, grité, ¿por qué razón no puede uno tomar asiento aquí, en el regazo de la dicha,—y bailar, y cantar, y rezar sus oraciones, e ir al cielo en compañía de esta doncella avellanada? Caprichosamente ladeaba la cabeza e, insidiosa, no cesaba de bailar.——Ya va siendo hora de marcharse, aunque sea bailando, me dije. De modo que, cambiando a cada etapa de pareja y de melodía, bailando fui de Lunel a Montpellier,—de allí a Peseras, Beziers;—pasé bailando por Narbona, Carcasona y Castillo Naudairy[145], hasta que por fin llegué (bailando) al pabellón de Perdrillo[146], donde, sacando un papel rayado en negro a fin de poder seguir todo recto hacia adelante, sin paréntesis ni digresión, en los amoríos de mi tío Toby—— Empecé así:—— FIN DEL SÉPTIMO VOLUMEN VOLUMEN VIII[1] Capítulo uno —Pero con tranquilidad,—porque desafío, en estas llanuras juguetonas y bajo este benigno sol, donde en este mismo instante todo humano hecho de carne corre de un lado a otro tocando la flauta y el violín y bailando en honor de la vendimia, donde el juicio, a cada paso que se da, se ve sorprendido por la imaginación, desafío, a pesar de cuanto se ha dicho acerca de las líneas rectas(2) en diversas páginas de mi libro,—desafío al mejor plantador de coles que jamás haya existido, tanto si las planta hacia atrás como si lo hace hacia adelante, a fin de cuentas la diferencia es poca (excepto en que tendrá más cosas de las que responder en el primer caso que en el otro),—le desafío a que aquí siga, fría, crítica y canónicamente, plantando sus coles una por una en líneas rectas y a distancias estoicas (sobre todo sí los desgarrones de los zagalejos están aún por coser)——sin desviarse continuamente ni adentrarse (aunque sea de perfil) en alguna bastarda digresión.—En Hielo-landia, en Niebla-landia y en algunas otras tierras que yo me sé,—tal cosa se puede hacer—— Pero en este límpido clima, de fantasía y transpiración, donde todas las ideas, sensatas o insensatas, encuentran expresión;—en esta tierra, mi querido Eugenius,—en esta fértil tierra de caballería andante y romances en que ahora me hallo, sentado, desenroscando el tapón de mi tintero para escribir los amoríos de mi tío Toby y con todos los meandros de la ruta que recorrió JULIA en busca de su DIEGO presentes en la vista que desde la ventana de mi estudio se me ofrece; —aquí, Eugenius, si no vienes tú y me llevas de la mano—— ¡No sabes bien qué obra es muy probable que me salga! Comencémosla. Capítulo dos Con el AMOR pasa lo mismo que con la CORNUDEZ[4].—— ——Pero ahora estoy hablando de cómo se empieza un libro, y hace ya tiempo que tengo en la cabeza una cosa que comunicarle al lector, y que, si no se le comunica ahora, no podrá comunicársele ya nunca mientras viva (en tanto que la COMPARACIÓN se le puede comunicar a cualquier hora del día).—Me limitaré a mencionarla y luego empezaré ya en serio. La cosa es la siguiente: Que de entre todas las diversas formas que de empezar un libro se practican hoy en día a lo largo y ancho del mundo conocido, estoy convencido de que mi propia manera de hacerlo es la mejor;—y estoy seguro de que es la más religiosa: —pues empiezo por escribir la primera frase——y acto seguido me encomiendo a Dios Todopoderoso para que me ayude con la segunda. Cualquier autor se vería para siempre curado de la tontería, alboroto y manía de abrir la puerta de su casa e invitar a pasar a sus vecinos, amigos y parientes, junto con el diablo y todos sus diablillos llevando sus máquinas y martillos, etc., con que simplemente observara de qué modo a una frase mía le sigue otra y cómo el plan sigue al conjunto. Me gustaría que vieran ustedes con qué confianza medio me levanto súbitamente de mi silla y, agarrándome a su codo[5], elevo la mirada hacia el cielo——y atrapo la idea: a veces, incluso, antes de que me haya llegado, antes de que haya recorrido, siquiera, la mitad del trayecto.—— Creo sinceramente que de esta manera intercepto muchos pensamientos que el cielo tenía destinados a algún otro hombre. Pope y su Retrato(6) son un par de idiotas comparados conmigo[7];—jamás mártir alguno estuvo tan repleto de fuego y de fe como yo lo estoy;—me gustaría poder decir que tampoco de buenas obras[8],—pero no tengo ni el Celo ni la Cólera;—ni la Cólera ni el Celo—— suficientes para hacerlas. Y hasta que los dioses y los hombres no convengan en llamar a estas dos cosas por el mismo nombre,—ni el TARTUFO más consumado de la ciencia,—la política——o la religión, logrará encender una sola chispa en mí de lo uno ni de lo otro, ni obtendrá, por parte mía, una palabra peor o un saludo más adusto——de los que encontrará en la lectura de mi próximo capítulo. Capítulo tres ——Bonjour!—¡Buenos días!—¡Así que, ya en esta época tan temprana, se ha puesto usted el capote!—Pero la mañana es muy fría y acierta usted, tiene razón en lo que atañe a esta cuestión:—mejor ir bien montado que marchar a pie;—y las obstrucciones de las glándulas son peligrosas.—¿Y cómo te va con tu concubina?—¿Y con tu mujer?—¿Y con los respectivos pequeños? ¿Ha sabido usted algo de sus padres, el anciano caballero y la anciana dama?—¿Y de su hermana, de su tía, de su tío y de sus primos?—Espero que ya estén mejor de sus constipados, toses, purgaciones, dolores de muelas, fiebres, estrangurrias, ciáticas, hinchazones y orzuelos.—¡Demonio de boticario! ¡Mira que sacar tanta sangre——y mandar tan asqueroso——¿purgante,—vomitivo,—cataplasma,—emplasto,—poción nocturna,—clister,—vejigatorio?!—¿Y por qué tantos granos de calomelanos? ¡Santa María! ¡Y semejante dosis de opio! ¡Haciendo periclitar, pardi, a la familia entera de usted, de cabo a rabo!—¡Por la vieja máscara de terciopelo negro de mi tía-abuela Dinah! Me parece que no había para tanto. Bien: como esta máscara se le había pelado un poco, a la altura de la barbilla, a fuerza de ponérsela y quitársela con muchísima frecuencia antes de quedar encinta del cochero,—ningún miembro de la familia la quiso llevar después. Ponerle terciopelo nuevo costaba más de lo que la MÁSCARA valía;—y llevar una máscara despeluchada, que dejaba entrever lo que había debajo, era como no llevar máscara ninguna.—— Esta es la razón, con el permiso de sus reverencias, de que en nuestra numerosísima familia no hayamos contado, a lo largo de las cuatro últimas generaciones, más que con un arzobispo, un juez gales, unos tres o cuatro regidores y tan sólo un charlatán.—— En el siglo dieciséis, nos vanagloriamos de haber tenido no menos de una docena de alquimistas. Capítulo cuatro ‘Con el Amor pasa lo mismo que con la Cornudez’:—la parte que los padece es por lo menos la tercera, pero por lo general la última persona de la casa en saber algo del asunto: la causa de esto es, como todo el mundo sabe, que tengamos media docena de palabras para una misma cosa; y mientras en este vaso[9] de la constitución humana lo que esté sea el Amor,—en aquel otro podrá estar el Odio,—el Sentimiento media yarda más arriba,—y el Sinsentido[10] ——no, señora,—ahí no,—me refiero al lugar que en este instante estoy señalando con el dedo índice——; y mientras todo siga así, ¿cómo podremos mejorar? De todos los hombres mortales (y de los inmortales también, con su permiso) que jamás hayan soliloquiado sobre este místico tema, mi tío Toby era el menos indicado para haber sacado sus investigaciones adelante por entre semejante maraña de sentimientos encontrados; e, indefectiblemente, los habría dejado seguir su curso normal (como solemos hacer con las cuestiones más peliagudas) para ver en qué paraban——de no haber sido por la prematura notificación que de ellos hizo Bridget a Susannah y de los consiguientes y reiterados manifiestos que de los mismos envió Susannah a todo el mundo: cosas éstas que obligaron a mi tío Toby a examinar y ocuparse del asunto. Capítulo cinco La razón de que los tejedores, los jardineros y los gladiadores,—así como todo hombre que (como resultado de alguna dolencia del pie) tenga una pierna escuálida o en mal estado,—dispongan siempre de alguna tierna ninfa a la que, en secreto, se le parte por ellos el corazón, es una cuestión que ha quedado perfecta y debidamente establecida y explicada por los fisiólogos, tanto por los antiguos como por los modernos. Un bebedor de agua, siempre y cuando lo sea declarado y no cometa fraudes ni haga trampas, está incluido en el mismo predicamento. No es que, a primera vista, haya ninguna consecuencia (o apariencia de) lógica en la siguiente proposición: ‘que por el hecho de que un riachuelo de agua fresca recorra gota a gota mis entrañas, instantáneamente tenga que encenderse una antorcha en las de mi Jenny——’ —(La proposición no es en absoluto convincente; por el contrario, parece ir, más bien, contra la corriente de los mecanismos naturales de causas y efectos)—— ——Sino que, de hecho, muestra la debilidad e imbecilidad de la razón humana. ——‘¿Y su salud es buena así?’ ——Tan perfecta,—señora, como la amistad en persona me podría desear.—— ——‘¡Y no bebe usted nada!—Nada más que agua, ¿verdad?’ —¡Fluido impetuoso! En cuanto haces presión contra las compuertas del cerebro,—¡contempla cómo ceden!—— ¡Allá va la CURIOSIDAD, nadando y haciendo señas a sus damiselas para que la sigan!—¡Se zambullen en busca del centro mismo de la corriente!—— ¡La FANTASÍA se sienta a la orilla a musitar, y, siguiendo con la mirada el curso del torrente, convierte las pajas y los juncos en mástiles y baupreses!—¡Y el DESEO, sujetándose las vestiduras por encima de la rodilla con una mano, los atrapa con la otra cuando a su lado pasan flotando!—— ¡Oh, vosotros, bebedores de agua! ¡Así que es por medio de esta ilusoria fuente como tan frecuentemente habéis logrado gobernar y hacer girar, como si de un molino de viento se tratara, este mundo a vuestro antojo!—¡Moliendo los rostros de los impotentes,—pulverizándoles las costillas, —rodándoles de pimienta las narices y cambiando a veces, incluso, la mismísima constitución y faz de la naturaleza!—— —Si yo fuera usted, dijo Yorick, bebería más agua, Eugenius.——Y si yo fuera usted, Yorick, le respondió Eugenius, también lo haría. Lo cual demuestra que ambos habían leído a Longino[11].—— Yo, por mi parte, estoy resuelto a no leer jamás libro alguno, mientras viva, excepto el mío. Capítulo seis Ojalá mi tío Toby hubiera sido bebedor de agua; pues eso habría explicado el hecho de que la viuda Wadman sintiera, desde el momento en que lo vio por vez primera, la sensación de que algo favorable a él se despertaba en su interior.—¡Algo!—Algo. —Algo, quizá, mayor que la amistad,—menor que el amor;—algo——no importa qué,—no importa dónde:—no estaría dispuesto a dar ni un pelo del rabo de mi mulo (además, me vería obligado a arrancárselo yo mismo, y, de hecho, no dispone el muy bellaco de muchos para regalar; y no es poco rencoroso, por si todo esto no bastara) por que sus señorías me permitieran entrar en el secreto.—— Pero lo cierto es que mi tío Toby no era bebedor de agua; no la bebía ni sola ni mezclada, de ninguna manera ni en ningún lugar; solamente la había probado, de modo fortuito, en algunos puestos avanzados, donde no se podía conseguir mejor licor,—y durante el tiempo que duró su curación: cuando el cirujano le dijo que el agua extendería las fibras y las haría entrar antes en contacto,—mi tío Toby bebió de ella por mor de la tranquilidad. Bien: como todo el mundo sabe que ningún efecto puede producirse en la naturaleza sin una causa, y como es igualmente sabido que mi tío Toby no era tejedor,—ni jardinero, ni gladiador—(a menos que, en tanto que capitán, se empeñen ustedes en considerarlo como tal:—pero en ese caso hay que tener en cuenta que solamente era capitán de infantería;—y, además, todo esto es una equivocación),—no nos queda sino suponer que la pierna de mi tío Toby——Pero eso de poco nos valdría en la presente hipótesis a menos que su herida se hubiera producido como resultado de alguna dolencia del pie;—y su pierna no era escuálida ni más delgada de lo normal como consecuencia de ninguna enfermedad del pie;—porque, de hecho, la pierna de mi tío Toby no tenía nada de delgada. La tenía un poco tiesa y envarada a causa de no haberla utilizado en absoluto durante sus tres años de postración y confinamiento en la casa de mi padre de la ciudad; pero era rolliza y musculada, y, en todos los demás aspectos, era una pierna tan buena y prometedora como la otra. Declaro no recordar ninguna opinión o episodio de mi vida en el que mi entendimiento se encontrara tan desorientado a la hora de atar cabos y forzar el sentido del capítulo que hubiera estado escribiendo para hacerlo encajar con el siguiente—como en el presente caso: uno pensaría, tal vez, que me complazco en meterme en dificultades de este género con el único fin de hacer nuevos experimentos para salir de ellas.—¡Un alma desconsiderada es lo que eres! ¡Cómo! ¿No te bastan, Tristram, los ineludibles apuros por los que, como autor y como hombre, te ves cercado por doquier?—¿Es que has de enredarte aún más? ¿No te basta estar ya en deuda, y tener todavía diez carretadas de tus volúmenes quinto y sexto por vender,—sin vender aún?[12] ¿Ni haber agotado ya prácticamente todos los recursos de tu ingenio buscando el medio de deshacerte de ellos? ¿Todavía no te ha torturado lo suficiente ese asma maligno que cogiste patinando con el viento de cara en Flandes?[13] ¿Y acaso no fue sino hace tan sólo dos meses cuando, al ver a un cardenal haciendo aguas como si fuera un niño cantor[14] (con las dos manos), te entró tal ataque de risa que se te rompió un vaso sanguíneo de los pulmones, cosa que te hizo perder, en el espacio de dos horas, otros tantos cuartos de sangre? ¿Y no te dijo la facultad[15] que, sólo con que hubieras perdido el doble de lo que perdiste,—la cantidad habría ascendido a un galón?[16] —— Capítulo siete —Pero, ¡por amor de Dios!, no hablemos de cuartos y galones;—vayamos directamente a nuestra historia, que nos está esperando; es tan delicada e intrincada que apenas si podrá soportar la transposición de una sola vírgula; y, no sé muy bien cómo, pero ya me han hecho ustedes arrojarme casi en medio de ella.—— —Les ruego que andemos con más cuidado. Capítulo ocho Mi tío Toby y el cabo habían huido en su silla de posta con tanto ardor y precipitación para tomar posesión del trecho de terreno de que tan a menudo hemos hablado (a fin de iniciar su campaña al mismo tiempo que el resto de los aliados) que se habían olvidado de uno de los artículos más imprescindibles de toda la operación; no se trataba de un azadón de zapador, ni de un pico, ni de una —Se trataba de una cama en la que dormir: de modo que, como Shandy Hall estaba por entonces aún sin amueblar, y la pequeña posada en la que muriera el pobre Le Fever no se había edificado todavía, mi tío Toby se vio forzado a aceptar, durante una o dos noches, un lecho en casa de Mrs Wadman: hasta que el cabo Trim (quien a su extenso repertorio de excelente criado, palafrenero, cocinero, costurero, cirujano e ingeniero añadió el papel de asimismo excelente tapicero), con la colaboración de un carpintero y un par de sastres, hubiera construido uno en casa de mi tío Toby. Más nos valdría que cuando una hija de Eva (pues tal era la viuda Wadman, y la única descripción que de ella pienso hacer consiste en decir—— —‘Que era una mujer perfecta’)[17] decide convertir a un hombre en el principal objeto de su atención,—se encontrara a cincuenta leguas de distancia,—o estuviera metida en su cama bien calentita,—o jugando con un cuchillo de monte[18],—o haciendo lo que ustedes quieran,—si se da la circunstancia de que la casa y todos los muebles le pertenecen a ella. Al aire libre y a pleno día, una mujer no puede, hablando físicamente, contemplar a un hombre más que a una sola luz;—pero aquí, en su propia casa, lo que no puede (ni aunque lo intente con toda su alma) es verle a ninguna luz sin al mismo tiempo asociarle con alguna de sus pertenencias o bienes muebles;—hasta que, a fuerza de reiterar semejantes actos de asociación de ideas, él pasa a formar parte del inventario.—— —Y entonces, adiós, muy buenas noches. Pero todo esto no es carne de SISTEMA, pues ya me deshice de tal cosa más arriba;—y tampoco es carne de BREVIARIO,—porque este credo es sólo mío;—ni es carne de HECHO[19],—al menos que yo sepa; sino que es carne copulativa e introductoria de lo que viene a continuación: Capítulo nueve No entro ni salgo en lo que se refiere a su tosquedad o a su blancura,—ni a la resistencia de sus escudetes,—pero díganme; ¿acaso los camisones no se diferencian de las camisas[20] tanto en la siguiente particularidad como en cualquier otra cosa que de distintivo pueda encontrárseles en todo el mundo, a saber: en que los primeros exceden tanto en longitud a las segundas que, cuando uno está enfundado en ellos, le caen (casi) tan por debajo de los pies como las camisas caénle por encima de éstos? Por lo menos los camisones de la viuda Wadman (como supongo que era la moda durante los reinados del rey William y de la reina Anne)[21] estaban cortados de esta forma; y si el modelo ha cambiado (en Italia los camisones se han quedado reducidos a nada),—tanto peor para la gente; tenían dos anas flamencas y media de longitud; de modo que si a una mujer de moderada estatura le asignamos dos anas, resulta que le sobraba media para hacer con ella lo que quisiera[22] Bien: como consecuencia de las pequeñas indulgencias obtenidas una detrás de otra a lo largo de las numerosas noches gélidas y decembrinas de siete años de viudedad, se había llegado, insensiblemente, a un estado de cosas (y en los dos últimos años lo que se explicará a continuación de este paréntesis había quedado estatuido como uno de los ritos del dormitorio) en el que,—en cuanto Mrs Wadman se había metido en la cama y había estirado al máximo las piernas (movimiento del que siempre advertía a Bridget),—ésta, con el conveniente decoro y tras haberle retirado las ropas de la cama hasta la altura de los pies, cogía la media ana de tela de que estamos hablando y, después de haber tirado de ella hacia abajo suavemente y con las dos manos, hasta hacerla alcanzar su máxima extensión, y de a continuación volverla a doblar lateralmente formando cuatro o cinco pliegues lisos e igualados, cogía un enorme alfiler que llevaba prendido en una manga y, con la punta dirigida hacia sí misma, atravesaba los pliegues, todos juntos y bien prietos, un poquito por encima del repulgo; y una vez hecho esto, lo recogía todo, bien tirante, de los pies de la cama, y, tras tapar y arropar debidamente a su señora, le deseaba que tuviera buena noche. Esta costumbre era inmutable, y no ofrecía más variación que la siguiente: las noches tempestuosas y escalofriantes, Bridget, al retirar las ropas de la cama hasta los pies de la misma, etc., para hacer cuanto acabo de explicar,—no consultaba otro termómetro que el de sus propias pasiones; y así, llevaba a cabo la operación de pie,—de rodillas——o en cuclillas, según los diferentes grados de fe, esperanza y caridad en que se hallara (y que su ánimo experimentara hacia su señora) cada noche. En todos los demás aspectos y pormenores, la etiquette[23] era sagrada y podría haber rivalizado con el más mecánico ritual del más inflexible dormitorio de toda la cristiandad. La primera noche, en cuanto el cabo hubo conducido a mi tío Toby escaleras arriba (lo cual sucedió alrededor de las diez),—Mrs Wadman se arrojó literalmente sobre su sillón y, tras cruzar la rodilla izquierda por encima de la derecha, procurándose así un punto de apoyo para el codo, reclinó la mejilla sobre la palma de la mano y, echándose hacia adelante, se estuvo rumiando los dos lados de la cuestión hasta la medianoche. La segunda noche se acercó a su escritorio y, tras ordenarle a Bridget que le trajera un par de velas sin usar y se las dejara encima de la mesa, sacó de allí su contrato matrimonial y se lo leyó de cabo a rabo con gran devoción. Y la tercera noche (que era la última de la estancia de mi tío Toby), cuando ya Bridget había estirado hacia abajo el camisón y se disponía a clavar el enorme alfiler—— ——De una patada propinada con los dos talones a la vez (aunque al mismo tiempo fue la patada más natural que Mrs Wadman podía haber dado en su posición:—pues suponiendo que su ******-***[24] fuera el sol en su meridiano, la patada tomó una dirección nordeste)——le quitó el alfiler de entre los dedos;—y la etiquette, que de él pendía, cayó: —cayó al suelo y se rompió en un millar de átomos. De todo lo cual se desprendía con gran claridad que la viuda Wadman estaba enamorada de mi tío Toby. Capítulo diez La cabeza de mi tío Toby, por aquel entonces, se hallaba muy ocupada con otras cuestiones, de modo que no fue hasta que se hubo efectuado la demolición de Dunkerque, y hubieron quedado bien zanjadas todas las demás diferencias europeas, cuando dispuso de tiempo libre para dedicarse a ésta. Ello representó un armisticio (en lo que respecta a mi tío Toby,—porque en lo que se refiere a Mrs Wadman lo que representó fue un vacío)——de casi once años. Pero como en todos los casos de esta naturaleza es el segundo impacto el que (cualquiera que sea la distancia que lo separe del primero) verdaderamente marca el comienzo de la refriega,—prefiero, por esta razón, hablar de los amorfos de mi tío Toby con Mrs Wadman que de los amoríos de Mrs Wadman con mi tío Toby. Y no es ésta una distinción indiferente. Y tampoco es como la cuestión de un sombrero viejo encopetado——y un viejo sombrero de copa[25], acerca de la cual sus reverencias han reñido tan a menudo los unos con los otros;—sino que aquí se trata de una diferencia que está en la naturaleza misma de las cosas—— Y permítanme decirles, gentry[26], que se trata de una gran diferencia además. Capítulo once Bien: como la viuda Wadman amaba a mi tío Toby,—y mi tío Toby no amaba a la viuda Wadman, a la viuda Wadman no le quedaban más que dos opciones: seguir amando a mi tío Toby——o bien dejar la fiesta en paz. La viuda Wadman no haría ni lo uno ni lo otro. —¡Santo cielo!—¡Pero si me olvido de que yo mismo tengo un poco su carácter! Porque cada vez que resulta (y es algo que me pasa con relativa frecuencia, por los equinoccios) que una diosa terrenal es esto, y lo otro, y lo de más allá para mí, hasta el punto de que por ella pierdo el apetito y no puedo ni desayunar,—y que en cambio a ella no le importa ni tres medios peniques que yo desayune o no—— ——¡La maldición cae sobre ella! Y a la Tartaria la mando, y de allí a la Tierra del Fuego[27], y así sucesivamente hasta el infierno: en suma, no queda un solo nicho del averno al que no envíe yo a su divinidad. Pero como el corazón es blando y en estas mareas las pasiones suben y bajan diez veces en el transcurso de un minuto, inmediatamente la hago volver; y como todo lo llevo hasta los últimos extremos, la coloco en el mismísimo centro de la vía láctea.—— ¡Oh, tú, de todas las estrellas la más resplandeciente! Derramarás tu influjo sobre alguno—— —Que el diablo se la lleve y a su influjo también,—porque ante esa palabra se me agota la paciencia.—¡Que le aproveche al elegido!—¡Por cuanto es hirsuto y espectral![28], exclamo quitándome mi gorro forrado de piel y enrollándomelo en un dedo;—¡no daría ni seis peniques por una docena así! —Y sin embargo es un gorro magnífico (me lo pongo en la cabeza y me lo calo hasta las orejas),—y caliente,—y suave; sobre todo si sabe uno ajustárselo bien[29];—pero, ¡ay!, yo nunca tendré esa suerte—(de modo que mi filosofía naufraga aquí otra vez) —No; jamás meteré el dedo en el pastel (así que aquí interrumpo la metáfora)—— Corteza y miga Por dentro y por fuera Cima y sima, por arriba y por abajo:—lo detesto, lo odio, lo repudio,—me enferma sólo verlo.—— Es todo pimienta, ajo, estragón, sal, y fimo de demonio;—¡por el gran archicocinero de todos los cocineros, que no hace otra cosa desde la mañana hasta la noche (me parece) que estarse sentado junto al fuego del hogar ideando platos incendiarios que servirnos! ¡No lo tocaría por nada del mundo!—— —¡Oh, Tristram! ¡Tristram!, exclamó Jenny. —¡Oh, Jenny! ¡Jenny!, respondí yo; y así proseguí con el duodécimo capítulo. Capítulo doce —‘Que no lo tocaría por nada del mundo’, fue lo que dije.—— ¡Señor, cómo se me ha calentado, con esta metáfora, la imaginación! Capítulo trece Lo cual demuestra, digan lo que digan al respecto sus reverencias y señorías (porque en lo que se refiere a pensar,—todos los que lo hacemos——lo hacemos en forma muy parecida, tanto sobre esta como sobre otras cuestiones)——que el AMOR es sin duda, al menos alfabéticamente hablando, uno de los más A gitadores B rujeriles C onfusos D iabólicos asuntos de la vida;—y la más E xtravagante Fútil G regüesqueril H uidiza I racunda (con la K no hay nada) y L írica de todas las pasiones humanas: y, al mismo tiempo, la más M alpensada N ecia O bturadora P ragmática S onora R idícula;—aunque, por cierto, la R tendría que haber ido antes[30].—Pero, en definitiva, el AMOR es de tal naturaleza que, como una vez le dijo mi padre a mí tío Toby al término de una larga disertación sobre el tema,——‘Casi no puedes’, le dijo, ‘hilvanar dos ideas seguidas acerca de ello, hermano Toby, sin incurrir en una hipálaga’.——‘¿Y qué es eso?’, exclamó mi tío Toby. —El carro delante del caballo, le respondió mi padre.—— ——¿Y el caballo qué tiene que hacer ahí?, exclamó mi tío Toby. —Sólo puede hacer una de dos, dijo mi padre: ponerse los jaeces——o bien dejar la fiesta en paz. Pues bien, la viuda Wadman, como les dije antes, no haría ni lo uno ni lo otro. Sin embargo se mantuvo preparada, enjaezada y atalajada con sus mejores galas——por lo que pudiera pasar. Capítulo catorce Las Parcas, quienes sin duda conocían todas de antemano estos amoríos de la viuda Wadman y mi tío Toby, habían ya, desde el mismo momento de la creación de la materia y el movimiento (y con más gentileza de la que suelen prodigar en esta clase de asuntos), establecido tan firme cadena de causas y efectos que apenas si habría existido alguna posibilidad de que mi tío Toby hubiera habitado casa en el mundo, u ocupado huerto de la cristiandad, que no hubieran sido la casa y el huerto adyacentes y paralelos a los de Mrs Wadman; esta circunstancia, unida a la ventaja que para ella representaba tener en su huerto un espeso emparrado cuyas raíces, sin embargo, arrancaban del seto divisorio del huerto de mi tío Toby, le ofreció en bandeja de plata todas las coyunturas que el combate amoroso requería: podía observar los movimientos de mi tío Toby, y dominaba, asimismo, sus conferencias bélicas; y como además mi tío, con su ingenuo y confiado corazón, había dado permiso al cabo para hacerle a la viuda Wadman una puertecita de mimbre que comunicara los dos jardines o huertos (so pretexto de ampliarle a la señora el círculo de sus paseos y gracias a la mediación de Bridget), aquello la capacitaba para llegar en sus avances hasta la misma puerta de la garita de centinela; y a veces, incluso, para, escudándose en la gratitud, llevar el ataque hasta (y tratar de seducir a mi tío Toby en) el mismísimo interior de la susodicha garita. Capítulo quince Es una verdadera lástima,—pero algo que la diaria observación del hombre certifica sin dejar lugar a dudas, que, como a una vela, se le pueda prender fuego por ambos extremos—(siempre y cuando sobresalga el pábulo suficiente para ello; si no lo hay,—no se hable más del asunto; y si lo hay,—pero se lo enciende por abajo, como en ese caso la llama tiene por lo general la desgracia de apagarse por sí sola,—que tampoco se hable más del asunto nuevamente). Por mi parte, si me dejaran pronunciarme y tener algún control sobre la manera en que mi propia quema se hubiere de efectuar—(pues no puedo soportar la idea de ser asado como un animal),—obligaría al ama de casa encargada de ello a encenderme siempre por arriba; porque así me iría consumiendo decentemente hasta el cañón del candelera; es decir: de la cabeza al corazón, del corazón al hígado, del hígado a las entrañas, y así sucesivamente, a través de las venas y arterias meseraicas y de todas las eses, recovecos e inserciones laterales de los intestinos y de sus tegumentos, hasta llegar al ciego[31].—— ——Por favor, doctor Slop, le ruego, dijo mi tío Toby interrumpiéndole al oírle mencionar el ciego en el transcurso de una conversación que el partero sostenía con mi padre la noche en que mi madre me dio a luz;—le ruego, dijo mi tío Toby, que me diga cuál es el ciego; porque, viejo como ya soy, le prometo que todavía no sé dónde está. —El ciego, contestó el doctor Slop, se halla entre el Íleon y el Colon.—— ——¿En el hombre?, dijo mi padre. ——Es exactamente lo mismo, exclamó el doctor Slop, en el hombre que en la mujer.—— —Pues eso es más de lo que yo sabía, dijo mi padre. Capítulo dieciséis —Y así, para asegurarse del éxito de los dos sistemas, Mrs Wadman decidió (con premeditación y alevosía) no encender a mi tío Toby ni por un extremo ni por otro; sino (como si se tratara de la vela de un verdadero manirroto, y si la cosa era factible) encenderlo por ambos extremos a la vez. Bien: si Mrs Wadman se hubiera pasado siete años seguidos revolviendo (y con Bridget para ayudarla) todos los cuartos trasteros que en el mundo hay destinados a guardar enseres militares (tanto de caballería como de infantería), desde el gran arsenal de Venecia hasta la Torre de Londres (exclusive)[32], no podría haber encontrado blinda o mantelete tan adecuados para sus propósitos como los que la eficaz expedición de los asuntos de mi tío Toby le habla puesto, ya listos y preparados, al alcance de la mano. Creo que no les he dicho—(aunque no lo sé,—posiblemente sí lo haya hecho:—sea como fuere, es una más de las múltiples cosas que a un hombre más le vale volver a hacer que discutir acerca de ello)—que a lo largo de toda la campaña, y fuera cual fuese la ciudad o fortaleza en que estuviese trabajando el cabo, mi tío Toby se cuidaba siempre de tener, en el muro interior de la garita de centinela que solía quedarle a la izquierda, un plano del lugar en cuestión, bien sujeto con dos o tres alfileres por la parte superior, pero suelto por la inferior a fin de poderlo consultar con mayor comodidad, etc… cuando lo requiriera la ocasión; de modo que cuando se decidía a iniciar una ofensiva, Mrs Wadman no tenía más que llegarse hasta la puerta de la garita y extender la mano derecha (al tiempo que introducía el pie izquierdo con un movimiento simultáneo) para coger el mapa (o plano, o alzado, o lo que fuese) y acercárselo a la vista—(a la vez que estiraba un poco el cuello para que la operación no resultara tan forzada); con esto tenía la certeza de que las pasiones de mi tío Toby se encenderían,——pues él, al instante, cogía el mapa por la otra esquina con la mano izquierda y (con la boquilla de su pipa en la derecha a guisa de puntero) daba comienzo a su explicación. Cuando el ataque había llegado hasta este punto,—el mundo comprenderá con facilidad las razones del siguiente golpe de estrategia de Mrs Wadman,—que consistía en quitarle de la mano, en cuanto le era posible, la pipa de tabaco a mi tío Toby; cosa que, con uno u otro pretexto pero por lo general con el de señalar con mayor precisión algún reducto o parapeto en el mapa, solía conseguir antes de que mi tío Toby (¡pobre hombre inocente!) hubiera logrado recorrer más de media docena de toesas con ella. —Lo cual obligaba a mi tío Toby a hacer uso del dedo índice. La diferencia que este ardid introducía en el ataque era la siguiente: cimentándolo, como en el primer caso, en las acometidas de la punta de su dedo índice contra la boquilla de la pipa de mi tío Toby, ya podría Mrs Wadman haberlo hecho desplazarse, a través de las líneas, desde Dan hasta Bersabé (en el supuesto de que las líneas de mi tío Toby hubieran llegado hasta tan lejos), que la operación no habría surtido el menor efecto: pues al no haber en la boquilla de la pipa el menor rastro de calor arterial o vital, el contacto no podía excitar ningún sentimiento;—ni podía tampoco encender llama alguna por latidos o pulsaciones;—ni recibirla por simpatía:—no había más que humo[33]. Mientras que si, por el contrario, Mrs Wadman seguía (muy de cerca) al dedo índice de mi tío Toby con el suyo a través de todas las pequeñas vueltas y recovecos de sus obras militares, haciendo presión contra su borde unas veces, —tocándole una uña con la yema otras,—ahora tropezando con él,—ahora rozándolo aquí,—luego allá, etc., etc.,—al menos algo se ponía en movimiento. Aunque éstas no eran sino ligeras escaramuzas bastante alejadas todavía del cuerpo principal, conseguían, sin embargo, que el resto viniera por sí solo; pues como el mapa, por lo general, acababa por soltarse y resbalar a lo largo del muro de la garita, mi tío Toby, con toda la inocencia de su corazón, solía plantar sin recelo la mano encima a fin de sujetarlo y proseguir con su explicación; y Mrs Wadman, con una maniobra tan rápida como el pensamiento, solía a su vez colocar la suya al lado, bien pegada; esto abría, al instante, una brecha de comunicación lo bastante grande como para que por allí pasara (o re-pasara) el sentimiento que más se le antojase a cualquier persona mínimamente versada o diestra en la parte más práctica y elemental del amorío.—— Al poner Mrs Wadman el índice paralelo (como antes) al de mi tío Toby,—aquel movimiento hacía, inevitablemente, entrar al pulgar en acción;—y una vez comprometidos el índice y el pulgar, la mano entera seguía sus pasos con gran naturalidad. La tuya, ¡querido tío Toby!, nunca estaba entonces donde debía.—Mrs Wadman se veía continuamente obligada a quitársela de encima o (con los empujoncitos más suaves, los empellones más delicados y las presiones más equívocas que una mano a la que se pretende alejar es capaz de recibir)—a apartarla (sólo un poquito) del camino de la suya. Claro que, mientras esto hacía, ¿cómo iba a olvidarse Mrs Wadman de hacerle notar a mi tío que era su pierna (y la de nadie más) la que, por abajo, ejercía una ligerísima presión sobre su pantorrilla?—Y así, ¿cómo podría sorprendernos que, viéndose mi tío Toby atacado de esta manera y tan tenazmente asediado por las dos alas,—en su grueso cundiera, de vez en cuando, el desconcierto?— ——¡Al diablo con todo ello!, decía mi tío Toby. Capítulo diecisiete Ya se imaginarán ustedes en seguida que estos ataques de Mrs Wadman eran de muy diferentes clases: variaban los unos de los otros como los ataques de que la historia está repleta——y por las mismas razones que éstos. Un espectador vulgar y profano apenas si les reconocería en absoluto su condición de ataques;—o, si lo hiciera, los confundiría todos y no sabría distinguirlos;—pero yo no escribo para ese tipo de espectador. Tiempo habrá de ser un poco más preciso en mis descripciones de los susodichos ataques, según vaya llegando a ellos, cosa que no sucederá sino hasta dentro de algunos capítulos; en este no tengo nada más que añadir a excepción de lo siguiente: que en un legajo de papeles y dibujos originales que mi padre se cuidó de enrollar separadamente de los demás, hay un plano de Bouchain[34] que se conserva en perfecto estado (y que así seguirá mientras a mí me queden fuerzas para conservar algo), en la esquina inferior derecha del cual todavía se pueden ver las huellas de un índice y un pulgar manchados de tabaco que, con toda la razón del mundo, se pueden imaginar como pertenecientes a Mrs Wadman; pues el margen opuesto, que a mi juicio era el que sostenía mi tío Toby, está absolutamente impoluto. Este plano tiene todo el aire de ser una verdadera y auténtica prueba o registro de uno de estos ataques, ya que en las esquinas superiores se encuentran vestigios de dos orificios, parcialmente cerrados pero aún visibles, que incuestionablemente son los producidos por los mismísimos alfileres con que se lo prendía al muro de la garita de centinela.—— ¡Por cuanto es sacerdotal! A esta preciosa reliquia, con sus estigmas y pinturas, yo le doy más valor que a las reliquias en pleno de la iglesia romana[35];—aunque, cuando escribo acerca de estos temas y cuestiones, exceptúo siempre los aguijones que penetraron en la carne de Santa Radagunda cuando estaba en el desierto: los cuales, si van ustedes de FESSE a CLUNY por carretera, les mostrarán las monjas de esa orden con todo el amor del mundo[36]. Capítulo dieciocho —Con el permiso de usía, dijo Trim, creo que ya están destruidas por completo las fortificaciones——y que la concha del puerto ha quedado igualada con el muelle.——Sí, creo que sí, respondió mi tío Toby con un suspiro medio ahogado;—pero pasa al salón, Trim, a firmar el tratado;—está encima de la mesa. —Ha estado ahí durante las últimas seis semanas, respondió el cabo, hasta que esta misma mañana la vieja ha encendido el fuego con él.—— ——En ese caso, dijo mi tío Toby, nuestros servicios no son ya necesarios para nada más. —Con el permiso de usía, es una verdadera lástima, dijo el cabo; y al tiempo que pronunciaba estas palabras, arrojó su azadón al interior de la carretilla que tenía al lado—con el ademán de desconsuelo más expresivo que se pueda imaginar; y ya se estaba volviendo con gran pesadumbre para ir en busca de su pico, su pala de zapador, sus piquetas y demás utensilios militares de menor tamaño y retirarlos del campo de batalla——cuando un ¡áyayay! procedente de la garita de centinela (que al estar hecha de chillas hizo que el lamento resonara con aún mayor tristeza en sus oídos) se lo impidió. ——No, se dijo el cabo; lo haré mañana por la mañana, cuando usía no se haya levantado todavía; de modo que recogió el azadón de la carretilla con un poco de tierra, como si se dispusiera a nivelar algo al pie del glacis—(pero con la intención, de hecho, de acercarse más a su señor y distraerle),—y, tras desprender un terrón o dos,—recortarles los bordes con el canto del azadón y darles un par de golpecitos suaves con el dorso del mismo, se sentó pegado a los pies de mi tío Toby y empezó a hablar de la siguiente manera: Capítulo diecinueve —Ha sido una verdadera lástima,—aunque me parece, con el permiso de usía, que lo que voy a decir es una tontería dicho en boca de un soldado —¡Un soldado, exclamó mi tío Toby interrumpiendo al cabo, tiene el mismo derecho a decir tonterías, Trim, que un hombre de letras!——Pero no a decirlas tan a menudo, con el permiso de usía, respondió el cabo. —Mi tío Toby asintió con la cabeza. —Ha sido una verdadera lástima, pues, dijo el cabo echándoles a Dunkerque y al muelle una mirada semejante a la que Servio Sulpicio, a su regreso de Asia (cuando zarpaba de Egina rumbo a Megara), les echara a Corinto y El Pireo[37] —— ——‘Ha sido una verdadera lástima, con el permiso de usía, tener que destruir estas obras;—pero también habría sido una verdadera lástima haberlas dejado en pie’.—— ——Estás en lo cierto en ambos casos, Trim, dijo mi tío Toby.——Esa, prosiguió el cabo, es la razón por la que, desde el comienzo hasta el final de la demolición,—ni una sola vez he silbado, o cantado, o reído, o gritado, o hablado de hazañas pasadas, o contándole a usía una historia, ni buena ni mala—— ——Tienes muchas virtudes, Trim, le dijo mi tío Toby, y no me parece la menor de ellas que, siendo como eres aficionado a contar historias, y habiéndome contado tantas como me has contado, ya para divertirme en mis momentos de dolor, ya para distraerme en los de gravedad,—muy pocas veces me hayas contado una mala.—— ——Eso es porque, con el permiso de usía, todas, a excepción de una sobre un Rey de Bohemia y sus siete castillos, —son auténticas; pues en realidad tratan de mí mismo.—— —No por ese motivo me gustan menos, Trim, dijo mi tío Toby; pero dime, ¿cuál es esa historia? Has excitado mi curiosidad. —Se la contaré a usía inmediatamente, dijo el cabo.——Siempre y cuando, dijo mi tío Toby volviendo a mirar con seria expresión hacia Dunkerque y el muelle;—siempre y cuando no sea una historia jocosa; a esas, Trim, les hace falta que el hombre que las escucha lleve ya consigo la mitad de la diversión que proporcionan; y la disposición en que me encuentro en este instante no os haría justicia ni a ti, Trim, ni a tu historia.——No es en modo alguno jocosa, respondió el cabo.——Pero tampoco me gustaría en absoluto escuchar una muy seria, añadió mi tío Toby.——No es ni lo uno ni lo otro, respondió el cabo; sino exactamente lo que a usía le conviene.——En ese caso, ¡te agradeceré de todo corazón que me la cuentes!, exclamó mi tío Toby; así que te ruego que empieces ya, Trim. El cabo hizo su acostumbrada reverencia; y aunque quitarse con gracia una gorra de montero raída no es tarea tan fácil como el mundo se imagina,—ni es, en mi opinión, un ápice menos difícil hacer una inclinación tan rebosante de respeto como las que el cabo solía prodigar——cuando se está en el suelo y en cuclillas, la verdad es, sin embargo, que Trim, al dejar que la palma de su mano derecha (que tenía vuelta hacia su señor) resbalara por la hierba, hacia atrás, hasta encontrarse a una cierta distancia del cuerpo y a fin de gozar así de una mayor amplitud de movimiento en su balanceo,—y al comprimir (al mismo tiempo) su gorra espontánea y voluntariamente con el pulgar, el índice y el corazón de la mano izquierda (por medio de lo cual el diámetro de la susodicha gorra se redujo de tal manera que podría decirse que,—más que quitársela de golpe, como arrebatada por el viento, la estrujo hasta hacerla desaparecer inadvertidamente),—se las ingenió para llevar a cabo las dos operaciones simultáneas con más soltura y elegancia de las que su postura permitía presagiar; y tras carraspear dos veces en busca del tono más adecuado tanto para su historia como para el estado de ánimo de su señor,—cruzó con él una sola mirada de afecto y comenzó del siguiente modo: LA HISTORIA DEL REY DE BOHEMIA Y SUS SIETE CASTILLOS.[38] —Érase un cierto rey de Bo - - he—— Aún se encontraba el cabo atravesando los confines de la Bohemia cuando mi tío Toby le obligó a detenerse un instante; Trim, que desde que al final del último capítulo se quitara su gorra de montero no la había vuelto a tocar y la había dejado a su lado tirada en el suelo, daba comienzo a su relato con la cabeza descubierta. —El ojo de la Virtud lo espía y lo ve todo,—de modo que antes de que el cabo hubiera logrado decir las cinco primeras palabras de su historia, ya, por dos veces, había mi tío Toby tocado interrogativamente su gorra de montero con la punta del bastón,—como diciéndole: ‘¿Por qué no te la pones, Trim?’ Trim la recogió con respetuosa lentitud y, tras echarle, mientras lo hacía, una mirada llena de humillación al bordado de la parte delantera, que estaba lamentablemente deslustrado (aparte de que algunas de las hojas principales[39] y de las partes más llamativas del modelo estaban todas deshilachadas), la volvió a depositar en el suelo, justo entre sus dos pies, con el fin de moralizar acerca del tema. ——¡Ay, sí: cualquiera de las cosas que estás a punto de decir, exclamó mi tío Toby, no será sino rigurosa y excesivamente cierta!—— —‘Nada en este mundo, Trim, está hecho para durar eternamente’. ——Pero cuando, querido Tom, hasta los símbolos y señales de tu amor y tu recuerdo se hayan desgastado, dijo Trim, ¿qué diremos entonces? —No hay razón ni posibilidad, Trim, dijo mi tío Toby, de decir ni una palabra más; y creo, Trim, que aunque uno se devanara los sesos en busca de ella hasta el día del Juicio Final, no encontraría ni una más que añadir. El cabo, dándose cuenta de que mi tío Toby tenía razón y de que sería en vano que el ingenio del hombre se empeñara en extraer de su gorra una moraleja más pura, renunció a ello y se la puso; y tras pasarse una mano por encima de la frente para borrar de allí una pensativa arruga que entre el versículo y el dogma habían engendrado, volvió, con el mismo aire y tono de voz, a su historia del rey de Bohemia y sus siete castillos: CONTINUACIÓN DE LA HISTORIA DEL REY DE BOHEMIA Y SUS SIETE CASTILLOS. —Érase un cierto rey de Bohemia, aunque durante qué reinado, a menos que sea el propio suyo, es algo sobre lo que no puedo darle a usía ninguna información—— —¡Ni quiero que en modo alguno me la des, Trim!, exclamó mi tío Toby. ——Érase un poco antes, con el permiso de usía, del tiempo en que los gigantes empezaron a dejar de reproducirse;—pero en qué año de nuestro Señor sucedió eso—— —No daría ni medio penique por saberlo, dijo mi tío Toby. ——Lo único, con el permiso de usía, es que este tipo de datos hace que una historia tenga mejor aspecto—— ——Es tu propia historia, Trim, de modo que adórnala a tu manera; y coge cualquier fecha, prosiguió mi tío Toby mirándole divertidamente,—coge cualquier fecha de entre todas las que en el mundo han sido, la que prefieras, y pónsela:—yo la aceptaré siempre de buen grado.—— El cabo hizo una reverencia; pues nada menos que todos los siglos, y todos los años de cada siglo, desde la creación del mundo hasta el diluvio de Noé; y desde el diluvio de Noé hasta el nacimiento de Abrahán y a través de todos los peregrinajes de los patriarcas hasta la salida de Egipto de los israelitas;—y a través de todas las Dinastías, olimpiadas, Urbeconditas[40] y demás épocas memorables de las diferentes naciones del mundo hasta la venida de Cristo; y desde entonces hasta el mismísimo instante en que el cabo estaba contando su historia,—la totalidad del vasto imperio del tiempo y de sus abismos era lo que mi tío Toby había puesto a sus pies; pero como la MODESTIA apenas si roza con la punta de los dedos lo que la LIBERALIDAD le ofrece con las manos bien abiertas,—el cabo se contentó, justamente, con el peor año de todo el racimo; y para evitar que usías de la Mayoría y de la Minoría[41] se arranquen la piel a tiras los unos a los otros en un debate sobre ‘si ese año no es siempre el último año-depuesto del último calendario-depuesto’,—les diré francamente que en este caso lo era; aunque por una razón distinta de la que ustedes saben[42].—— —Trim escogió el año que tenía más a mano,—y que era el año de nuestro Señor de mil setecientos doce, en el que el Duque de Ormond hizo de las suyas en Flandes[43];— el cabo lo cogió y con él volvió a emprender su expedición hacia la Bohemia. CONTINUACIÓN DE LA HISTORIA DEL REY DE BOHEMIA Y SUS SIETE CASTILLOS. —En el año de nuestro Señor de mil setecientos doce, érase, con el permiso de usía—— ——A decir verdad, Trim, dijo mi tío Toby, cualquier otra fecha habría sido mucho más de mi agrado, no sólo a causa de la triste mácula que sobre nuestra historia cayó aquel año al retirarse nuestras tropas y negarse a cubrir el sitio de Quesnoi a pesar de que Fagel estaba sacando adelante las obras con increíble vigor[44],—sino asimismo, Trim, por el bien de tu propia historia; porque si aparecen—(cosa que, por lo que hasta ahora has dejado entrever, sospecho que sucede),—si en ella aparecen gigantes—— —Solamente uno, con el permiso de usía.—— —Lo mismo da uno que veinte, respondió mi tío Toby;—y a ese uno deberías haberle hecho retroceder unos setecientos u ochocientos años para así evitarte los ataques tanto de los críticos como de la demás gente; y en consecuencia, te aconsejaría que, si en alguna otra ocasión vuelves a contarla—— ——Con el permiso de usía, dijo Trim, si vivo para acabar de contarla una sola vez, le aseguro que no volveré a contársela jamás ni a hombre, ni a mujer, ni a niño alguno.——¡Venga,—venga!, dijo mi tío Toby;—pero lo hizo en un tono de tan dulce ánimo y aliento que el cabo reanudó su historia con más alacridad que nunca: CONTINUACIÓN DE LA HISTORIA DEL REY DE BOHEMIA Y SUS SIETE CASTILLOS. —Érase, con el permiso de usía, dijo el cabo elevando la voz y frotándose alegremente las palmas de las manos al tiempo que empezaba de nuevo, un cierto rey de Bohemia—— ——Omite la fecha, Trim, dijo mi tío Toby echándose hacia adelante y apoyando amistosamente una mano en el hombro del cabo para suavizar la interrupción;—omítela enteramente, Trim; las historias y los cuentos funcionan a las mil maravillas sin estas sutilezas: a menos que uno esté absolutamente seguro de ellas.——¡Seguro de ellas!, dijo el cabo sacudiendo la cabeza.—— —Eso es, contestó mi tío Toby; a una persona educada (como tú y yo lo hemos sido, Trim) en y para las armas, a una persona, por tanto, que muy pocas veces mira hacia adelante más allá de la punta de su mosquete, o hacia atrás más allá de su mochila,—no le resulta fácil estar muy al corriente de estas cuestiones.——¡Dios bendiga a usía!, dijo el cabo, conquistado por la manera de razonar de mi tío Toby tanto como por el razonamiento mismo: ¡tiene otras cosas que hacer! Si no está en plena acción, o de marcha, o cumpliendo con su deber en la guarnición,—tiene, con el permiso de usía, que limpiar su fusil,—que cuidar de su equipo,—que remendarse el uniforme,—que afeitarse y mantenerse él mismo limpio y aseado para aparecer siempre como lo que es en los desfiles; ¿a santo de qué, añadió el cabo triunfalmente, tiene, con el permiso de usía, que saber un soldado nada de geografía? ——Deberlas haber dicho de cronología, Trim, dijo mi tío Toby; porque la geografía le es de gran utilidad; ha de estar íntimamente familiarizado con todos los países y fronteras a que su profesión le lleva; debería conocer todos los pueblos y ciudades, aldeas y villorrios, así como los canales, las carreteras y las hondonadas que conducen a ellos; no hay río ni riachuelo que atraviese, Trim, del que no debiera ser capaz, al primer golpe de vista, de decir cómo se llama,—en qué montañas tiene su nacimiento,—cuál es su recorrido,—hasta dónde es navegable,—en qué tramos vadeable—y en cuáles no; debería saber de la fertilidad de cada valle, así como de la clase de campesino que lo cultiva; y ser capaz de describir, o, si se le exige, de trazar y proporcionar a sus superiores——un mapa exacto y preciso de todas las llanuras y desfiladeros, fuertes, laderas, bosques y pantanos por los que su ejército haya de avanzar; debería conocer los productos de la tierra, sus plantas, sus minerales, sus aguas, sus animales, sus estaciones, sus climas, sus fríos y calores, sus habitantes, sus costumbres, su lengua, su política, e incluso su religión. —¿Cómo se puede concebir si no, cabo, prosiguió mi tío Toby poniéndose en pie (en el centro de la garita de centinela) al tiempo que empezaba a enardecerse ya en esta parte de la perorata,—que Marlborough fuera capaz de hacer avanzar a su ejército desde las márgenes del Maes hasta Belburg; desde Belburg hasta Kerpenord—(aquí el cabo ya no pudo permanecer sentado); desde Kerpenord, Trim, hasta Kalsaken; desde Kalsaken hasta Newdorf; desde Newdorf hasta Landenbourg; desde Landenbourg hasta Mildenheim; desde Mildenheim hasta Elchingen; desde Elchingen hasta Gingen; desde Gingen hasta Balmerchoffen; desde Balmerchoffen hasta Skellenburg, donde cargó sobre las obras enemigas; que forzara su paso por el Danubio; que cruzara el Lech——y que empujara a sus tropas hasta el corazón del imperio, marchando en cabeza a través de Fribourg, Hokenwert y Schonevelt, hasta llegar a las llanuras de Blenheim y Hochstet?—Grande como era, cabo, no podría haber dado un solo paso hacia adelante, ni haber hecho un solo día de marcha, sin la ayuda de la Geografía[45].—En cuanto a la Cronología, admito, Trim, prosiguió mi tío Toby, ya más calmado, volviendo a tomar asiento en la garita de centinela, que, de entre todas las demás, parece la ciencia de la que con más tranquilidad puede prescindir un soldado; y lo sería——si no fuera por las nociones que dicha ciencia ha de darle un día si quiere determinar, por ejemplo, cuándo se inventó la pólvora: pues la furibunda y tremebunda puesta en práctica de este invento, que como el trueno trastrueca cuanto tiene ante sí, se convirtió, para nosotros, en un nuevo campo de investigación y mejoramientos militares, cambiando tan cabalmente la naturaleza de los ataques y las defensas (tanto los de mar como los de tierra), y despertando, al hacerlo, tantas artes y talentos, que el mundo no podría ser nunca demasiado puntilloso a la hora de indagar el momento exacto de su descubrimiento, ni demasiado curioso a la de tratar de averiguar quién fue el gran hombre que la descubrió o las causas que dieron lugar a su aparición. —Nada más alejado de mis intenciones que contradecir, prosiguió mi tío Toby, lo que los historiadores han acordado, a saber: que en el año de nuestro Señor de 1380, bajo el reinado de Wenceslao, hijo de Carlos Cuarto,—un cierto sacerdote que se llamaba Schwartz enseñó a los venecianos a utilizar la pólvora en sus guerras contra los genoveses; pero no hay duda de que él no fue el primero; porque si hemos de creer a Don Pedro, Obispo de León———¿Cómo es que los sacerdotes y obispos, con el permiso de usía, llegaron a preocuparse tanto por la pólvora?———Dios sabe, dijo mi tío Toby:—su providencia extrae el bien de todas las cosas.—Y afirma, en su crónica sobre el rey Alfonso, que redujo Toledo, que en el año 1343 (es decir, treinta y siete años antes de entonces) el secreto de la pólvora era bien conocido, y empleado con éxito, tanto por los moros como por los cristianos; y no sólo en los combates marítimos de la época, sino también en la mayoría de los asedios más memorables de España y de Berbería.—Y todo el mundo sabe que Fray Barón no sólo había escrito expresamente acerca de la pólvora, sino que, generosamente, le había dado al mundo una receta con la que fabricarla más de ciento cincuenta años antes de que Schwartz incluso naciese.—Y que los chinos, añadió mi tío Toby, tratan de avergonzarnos (y aún más a nuestras explicaciones y discusiones) jactándose de haberla inventado varios cientos de años antes que el propio Bacon.—— ——¡Pues para mí que son un puñado de mentirosos!, exclamó Trim[46].—— ——De una u otra manera, dijo mi tío Toby, se engañan en este asunto, como (al menos para mí) se desprende con claridad del miserable estado actual de su arquitectura militar, que no consiste más que en un foso con un muro de ladrillo sin flancos;—porque lo que pretenden hacer pasar por bastiones ante nosotros, uno a cada ángulo, está tan bárbaramente construido que a los ojos del mundo entero más parece———Uno de mis siete castillos, con el permiso de usía, dijo Trim. Mi tío Toby, a pesar de encontrarse terriblemente apurado en busca de una comparación, rechazó cortésmente el ofrecimiento de Trim——hasta que éste le dijo que todavía le quedaban en Bohemia media docena más de la que no sabía cómo deshacerse;—a mi tío Toby le complació tanto la agudeza de corazón de que había hecho gala el cabo——que interrumpió su disertación sobre la pólvora——y le rogó a Trim que, sin más dilación, siguiera con su historia del rey de Bohemia y sus siete castillos. CONTINUACIÓN DE LA HISTORIA DEL REY DE BOHEMIA Y SUS SIETE CASTILLOS. —Este desdichado rey de Bohemia, dijo Trim———Pero entonces, ¿era desdichado?, exclamó mi tío Toby, pues se había envuelto en su disertación sobre la pólvora y demás cuestiones militares hasta tal extremo que, aunque le había pedido al cabo que siguiera, su fantasía no tenía las muchas interrupciones que había hecho lo suficientemente presentes como para pensar que por sí solas podían justificar el epíteto. —Pero entonces, ¿era desdichado, Trim?, dijo mi tío Toby patéticamente.—El cabo, tras desear primero que la palabra y todas sus sinónimas[47] se fueran al infierno, se puso acto seguido a repasar mentalmente los principales acontecimientos de la historia del rey de Bohemia; y al desprenderse de todos y cada uno de ellos que era el hombre más afortunado que jamás hubiera existido en el mundo,—el cabo, desconcertado, se vio en un brete: pues no quería retirar su epíteto,—pero menos aún explicar su error,—y todavía menos, si cabe, tergiversar su relato (como hacen los hombres de erudición y saber) en beneficio de un sistema;—elevó la mirada hacia el rostro de mi tío Toby buscando ayuda,—pero al ver que era eso mismo lo que mi tío Toby estaba esperando de él,—prosiguió tras un carraspeo y un balbuceo:— —El rey de Bohemia, con el permiso de usía, respondió el cabo, era desdichado por la siguiente razón:—divirtiéndole y gustándole sobremanera la navegación y toda suerte de asuntos marinos,—sucedía que en todo el reino de Bohemia no había ni una sola ciudad con puerto de mar, así que—— —¿Cómo diablos iba a haberla,—Trim?, exclamó mi tío Toby; no podría haber sido de otra forma dado que la Bohemia es enteramente interior, es país de tierra adentro.——Podría, dijo Trim, si a Dios le hubiera pluguido.—— Mi tío Toby nunca hablaba del ser y de los atributos naturales de Dios sin difidencia y vacilación.—— ——Creo que no, respondió mi tío Toby después de una pausa,—pues al ser tierra adentro, como he dicho, y tener al este la Silesia y la Moravia, la Lusacia y la Alta Sajonia al norte, la Franconia al oeste y la Baviera al sur, la Bohemia no podría haberse extendido hasta el mar sin dejar de ser la Bohemia;—y tampoco podría el mar, por otra parte, haberse llegado hasta la Bohemia sin inundar gran parte de Alemania y matar a millones de desgraciados habitantes que no se habrían podido defender de ello.——¡Infamante!, exclamó Trim.——Lo cual, añadió mi tío Toby con dulzura, denotaría tal falta de compasión por parte del que es padre de todas las cosas——que creo, Trim,—que semejante circunstancia no podría haberse dado en modo alguno. El cabo hizo una reverencia de convencimiento no fingido y prosiguió: —Bien: una espléndida noche de verano sucedió que el rey de Bohemia salió a pasear con la reina y sus cortesanos———¡Si, señor!, exclamó mi tío Toby; ¡ahí la palabra sucedió sí que es correcta y está bien empleada, Trim! Porque el rey y la reina de Bohemia podían haber salido a pasear o haber dejado de hacerlo:—era una cuestión de contingencia, que podía suceder o no, según lo dictara el azar[48]. —El rey William era de la opinión, con el permiso de usía, dijo Trim, de que en este mundo todo nos está ya predestinado; hasta el punto de que a menudo decía a sus soldados que ‘cada bala llevaba su propia esquela’. —Era un gran hombre, dijo mi tío Toby.——Y aún hoy en día creo, prosiguió Trim, que el balazo que me dejó inutilizado en la batalla de Landen no me fue asestado en la rodilla con otro fin que el de apartarme del servicio de su Majestad y ponerme al de usía, donde habría de verme mucho mejor atendido en mi vejez.——Nunca, Trim, lo interpretaremos de otro modo, dijo mi tío Toby. Los dos corazones, tanto el del amo como el del criado, eran igualmente propensos a inundarse repentinamente hasta rebosar de emoción;—un breve silencio se sucedió. —Además, dijo el cabo reanudando su discurso,—aunque en un tono más alegre,—de no haber sido por ese disparo, nunca, con el permiso de usía, me habría enamorado.—— —¡De modo que has estado enamorado una vez, Trim!, dijo mi tío Toby sonriendo.—— —¡De la cabeza a los pies!, respondió el cabo;—¡hasta la médula, con el permiso de usía! —Y dime, ¿cuándo fue eso? ¿Y dónde?—¿Y cómo ocurrió?—Jamás te había oído una palabra sobre este asunto, dijo mi tío Toby.——Pues me atrevería a decir, contestó Trim, que hasta los tambores del regimiento y los hijos de los sargentos estaban al tanto de ello.——Pues ya va siendo hora de que yo también lo esté,—dijo mi tío Toby. —Usía recordará con pesar, dijo el cabo, la absoluta confusión que cundió en nuestro campamento y entre las filas en general durante la derrota de Landen; cada cual quedó abandonado a su suerte y tuvo que mirar por sí mismo; y de no haber sido por los regimientos de Wyndham, Lumley y Galway, que nos cubrieron la retirada por el puente de Neerspeeken, apenas si habría podido ganar la otra orilla el mismo rey,—tan de firme le apretaban, como usía sabe, por los cuatro costados[49].—— —¡Valeroso mortal!, exclamó mi tío Toby arrebatado de entusiasmo.—Ahora mismo, cuando ya todo está perdido, le veo cruzar al galope por delante de mí, cabo, hacia la izquierda, dispuesto a reagrupar a los restos de la caballería inglesa, avanzar con ella en apoyo de la derecha y tratar de arrancar de las sienes de Luxembourg la corona de laurel si ello es posible aún[50].—Le veo, con el nudo de su banda recién deshecho por una bala, infundiendo nuevos ánimos al regimiento del pobre Galway,—cabalgando a lo largo de las líneas,—girando a continuación para cargar sobre Conti a la cabeza de las tropas maltrechas[51].—¡Un valiente! ¡Un valiente, por todos los cielos!, exclamó mi tío Toby:—se merece una corona.——¡Tanto como el ladrón la soga!, gritó Trim. Mi tío Toby no albergaba dudas respecto a la lealtad del cabo;—de no haber sido así, la comparación no le habría hecho la más mínima gracia;—tampoco a la imaginación del cabo complació en absoluto una vez hecha;—pero ya no podía revocarla,—de modo que la única solución que le quedaba era continuar. —Como el número de heridos era prodigioso y nadie tenía tiempo para pensar más que en su propia seguridad———Talmash, sin embargo, dijo mi tío Toby, supo sacar a la infantería de allí con gran prudencia[52].——Pero a mí me dejaron tirado en el campo de batalla, dijo el cabo. —Sí, ¿verdad? ¡Pobre hombre!, respondió mi tío Toby.——De modo que tuve que esperar hasta el mediodía del día siguiente, prosiguió el cabo, para ser canjeado y, con otros trece o catorce, metido en una carreta y conducido al hospital. —No hay, con el permiso de usía, parte del cuerpo en la que una herida produzca un dolor más intolerable que en la rodilla.—— —Excepto la ingle, dijo mi tío Toby. —Con el permiso de usía, respondió el cabo, sin duda el dolor de la rodilla ha de ser el más agudo, habida cuenta de los muchos tendones o como diablos se llamen que hay por allí. —Por esa misma razón, dijo mi tío Toby, la ingle es infinitamente más sensible,—ya que por allí no sólo hay muchísimos tendones o como diablos se llamen—(pues desconozco sus nombres tanto como tú),—sino que además está***—— Al instante Mrs Wadman, que durante todo este tiempo había permanecido bajo su emparrado,—contuvo la respiración,—desprendió el alfiler que le sujetaba la cofia a la altura de la barbilla y se quedó apoyada sobre una sola pierna—— Mi tío Toby y Trim sostuvieron su discusión con amigables e iguales fuerzas durante un rato; hasta que finalmente Trim, recordando que los sufrimientos de su señor a menudo le habían hecho llorar mientras que los suyos no le habían hecho derramar jamás una sola lágrima,—decidió ceder; pero mi tío Toby no se lo permitió.——Eso lo único que prueba, Trim, le dijo, es la generosidad de tu temperamento.—— De modo que si el dolor de una herida en la ingle (caeteris paribus)[53] es mayor que el dolor de una herida en la rodilla;—o Si el dolor de una herida en la rodilla no es mayor que el dolor de una herida en la ingle,—son cuestiones que aún hoy permanecen indecisas. Capítulo veinte —El dolor de la rodilla, prosiguió el cabo, era ya excesivo por sí solo; pero la incomodidad del carro, unida a la dureza y desigualdad de las carreteras, que estaban tremendamente agrietadas,—hacía lo malo aún peor:—a cada paso era como si me muriera: de modo que entre la pérdida de sangre, la falta de cuidados y, encima, una fiebre que sentí muy bien llegar —(—¡Pobre muchacho!, dijo mi tío Toby),——todo junto, con el permiso de usía, era más de lo que podía soportar. —Estaba hablándole de mis sufrimientos a una joven en casa de un labriego, donde nuestro carro, que era el último de la fila, se había detenido; me habían ayudado a entrar, y la joven se había sacado un cordial del bolsillo y me lo había dado mezclado con un poco de azúcar; y al ver que me confortaba, me había dado una segunda y una tercera dosis.—Así que estaba hablándole, con el permiso de usía, de los dolores que padecía, y le decía que me resultaban tan intolerables que prefería echarme en una cama, con el rostro vuelto hacia alguien que se encontrara en una esquina de la habitación,—y morir, que proseguir el viaje——cuando, en el momento en que ella trataba de conducirme efectivamente a un lecho, me desmayé en sus brazos. ¡Era un alma de lo más bondadoso!, dijo el cabo enjugándose las lágrimas, como usía comprobará. —Tenía entendido que el amor era algo alegre, dijo mi tío Toby. —Es la cosa más seria (a veces), con el permiso de usía, que hay en el mundo. —Gracias a las dotes persuasivas de la joven, prosiguió el cabo, el carro con los heridos partió sin mí: ella les había asegurado que yo expiraría de inmediato si se me volvía a meter en el carro. De modo que cuando volví en mí,—me hallé en una cabaña silenciosa y tranquila y sin nadie a mi alrededor a excepción de la joven, el labriego y su mujer. Estaba atravesado encima de la cama, en un rincón de la habitación, y con la pierna herida apoyada en una silla; y la joven estaba a mi lado, sujetando con una mano, junto a mi nariz, la punta de su pañuelo humedecido en vinagre, y frotándome las sienes con la otra. —Al principio la tomé por la hija del labriego (pues aquello no era una posada),—de modo que le ofrecí una pequeña bolsa con dieciocho florines que mi pobre hermano Tom (aquí Trim volvió a enjugarse las lágrimas) me había enviado como recuerdo poco antes de partir hacia Lisboa a través de un recluta—— ——Todavía no le he contado jamás a usía esta tristísima historia—(aquí Trim se enjugó las lágrimas por tercera vez). —La joven llamó al viejo y a su mujer para que acudieran a la habitación y mostrarles el dinero, y que de ese modo vieran que podía pagar por la cama y los pocos cuidados que me hicieran falta hasta que estuviese en condiciones de ser trasladado al hospital.—‘¡Vaya, vaya!’, dijo ella al tiempo que anudaba los cordones de la pequeña bolsa;—‘yo seré su banquero;—pero como ese oficio, por sí solo, no me mantendrá muy ocupada, seré su enfermera también’. —Por el modo en que dijo estas palabras, así como por su vestido, en el que entonces empecé a fijarme con más atención,—pensé que la joven no podía ser la hija del labriego. —Iba vestida de negro hasta las puntas de los pies, con el cabello oculto bajo una papalina de batista que le llegaba hasta la frente: era una de esas especie de monjas, con el permiso de usía, de las que, como usía sabe, hay muchas en Flandes a las que dejan ir sueltas por ahí.——Por tu descripción, Trim, dijo mi tío Toby, me atrevería a afirmar que se trataba de una joven Beguina, que no se encuentran más que en los Países Bajos españoles——a excepción de Amsterdam;—se diferencian de las monjas en lo siguiente: en que pueden salirse del convento si deciden contraer matrimonio; visitan y cuidan a los enfermos porque han hecho voto de ello;—aunque yo, por mi parte, preferiría que lo hiciesen por caridad. ——Ella solía decirme con frecuencia, comentó Trim, que lo hacía por amor a Cristo,—lo cual no me gustaba en absoluto[54].——Creo que los dos nos equivocamos, Trim, dijo mi tío Toby;—esta noche, en casa de mi hermano Shandy, le preguntaremos a Mr Yorick acerca de ello;—así que recuérdamelo cuando estemos allí, añadió. —Apenas le había dado tiempo de acabar de decirme ‘que sería mi enfermera’, prosiguió el cabo, cuando la joven Beguina se volvió rápidamente y empezó a oficiar como tal: a prepararme cosas, etc.;—y al cabo de un breve espacio de tiempo—(aunque a mí me pareció muy largo),—regresó con trozos de franela, etc., etc., y, tras pasarse un par de horas fomentándome vigorosamente la rodilla, etc., y darme de cenar un tazón de gruel[55] ligero,—me deseó un buen descanso y prometió volver por la mañana temprano.—Me deseó, con el permiso de usía, lo que no habría de tener. La fiebre me subió mucho aquella noche:—la figura de la Beguina turbaba y llenaba de tristeza mi interior;—a cada instante partía yo el mundo en dos——para darle a ella la mitad;—y a cada instante gritaba que no poseía para compartir con ella más que una mochila y dieciocho florines.—La hermosa Beguina, como un ángel, se pasó la noche entera junto a mi lecho, retirándome las cortinas y ofreciéndome cordiales; —y sólo desperté de mi sueño cuando ella apareció a la hora prometida y me los dio realmente. En verdad, casi nunca se apartaba de mí; y tan acostumbrado a recibir la vida de sus manos llegué a estar———que mi corazón enfermaba y yo perdía los colores cada vez que ella se marchaba de la habitación: y sin embargo, prosiguió el cabo (haciendo sobre ello una de las reflexiones más extrañas del mundo),—— ———‘Aquello no era amor’—pues durante las tres semanas que pasó casi ininterrumpidamente a mi lado, fomentándome la rodilla con sus propias manos noche y día,—puedo decir con toda sinceridad, y con el permiso de usía,—que * * * * * * * ni una sola vez. —Pues es muy raro, Trim, dijo mi tío Toby. —¡Si que lo es!,—dijo Mrs Wadman. —Nunca jamás, dijo el cabo. Capítulo veintiuno ———Pero tampoco es tan asombroso, prosiguió el cabo——al ver que mi tío Toby se quedaba cavilando acerca de ello;—porque el Amor, con el permiso de usía, es exactamente igual que la guerra en lo siguiente: en que aunque un sábado por la noche haga tres semanas justas y cabales que el soldado ha ido saliendo ileso de todas las batallas libradas,—eso no obsta para que el domingo por la mañana le puedan atravesar el corazón de un balazo.—Y eso fue lo que sucedió en esta ocasión, con el permiso de usía; y con tan sólo la siguiente diferencia, a saber:—que fue un domingo por la tarde cuando de repente me enamoré de golpe;—la cosa estalló dentro de mí, con el permiso de usía, como una bomba,—sin darme apenas tiempo de decir ‘Que Dios me bendiga’. —Tenía entendido, Trim, dijo mi tío Toby, que los hombres no se enamoraban nunca tan súbitamente. —Pues así es, con el permiso de usía, si el hombre en cuestión está ya en camino de ello,—respondió Trim. —Cuéntame, te lo ruego, dijo mi tío Toby, cómo sucedió semejante cosa. ——Con mucho gusto, dijo el cabo haciendo una reverencia. Capítulo veintidós —Durante todo ese tiempo, prosiguió el cabo, habla logrado escapar al enamoramiento, y así habría seguido hasta el final del capítulo de no haber estado ya predestinado a lo contrario:—no hay manera de eludir nuestro sino. —Fue un domingo por la tarde, como le decía a usía—— —El viejo y su mujer habían salido a pasear—— —En la casa y sus alrededores todo estaba tan silencioso y tranquilo como si fuera la medianoche—— —Ni un pato, ni una anadeja había en el corral—— ———Cuando la hermosa Beguina vino a verme. —Por entonces mi herida estaba ya en vías de curación:—la inflamación había desaparecido desde hacía algún tiempo, pero habíala sucedido, tanto por encima como por debajo de la rodilla, un picor tan insufrible que en toda la noche no había podido pegar ojo. —‘Déjeme ver’, dijo ella al tiempo que se arrodillaba en el suelo paralelamente a mi rodilla y apoyaba la mano justo debajo de la herida;—‘solamente hay que frotarla un poco’, dijo la Beguina; de modo que, tras taparme la pierna con las ropas de la cama, empezó a darme una fricción, debajo de la rodilla, con el dedo índice de la mano derecha, moviéndolo hacia atrás y hacia adelante exactamente junto al borde del trozo de franela que me sujetaba el vendaje. —Al cabo de unos cinco o seis minutos sentí levemente la punta de un segundo dedo,—que poco después se unió abiertamente al otro, y la joven siguió frotándome de ese modo, en sentido circular, durante un buen rato; fue entonces cuando me vino a la cabeza la idea de que me iba a enamorar: —me sonrojé al ver cuán blanca era su mano;—nunca, con el permiso de usía, volveré a contemplar otra mano tan blanca mientras viva.—— ——Desde luego, no en ese lugar, dijo mi tío Toby.—— Aunque para el cabo aquello constituía el más serio motivo de exasperación de la naturaleza entera,—no pudo por menos de sonreír. —La joven Beguina, prosiguió el cabo, al advertir que sus fricciones me aliviaban enormemente,—pasó,—de frotarme durante un buen rato con dos dedos, a hacerlo a continuación con tres,—hasta que poco a poco añadió un cuarto para finalmente acabar por frotarme con la mano entera: con el permiso de usía, no volveré a decir una palabra más acerca de las manos,—pero aquellas eran más suaves que el satén—— ——Por favor, Trim, te ruego que las alabes cuanto quieras, dijo mi tío Toby; ten por seguro que así escucharé tu historia todavía con más agrado.—El cabo dio las gracias a su señor con absoluta sinceridad y sin el menor asomo de sarcasmo o hipocresía; pero, no teniendo nada que decir acerca de las manos de la Beguina aparte de lo mismo otra vez,—pasó a hablar de los efectos del tratamiento. —La hermosa Beguina, dijo el cabo, siguió frotándome debajo de la rodilla con toda la mano—hasta que empecé a temer que su celo acabara por fatigarla.—‘Lo haría otras mil veces’, dijo ella, ‘por amor a Cristo’.—Y mientras decía esto, trasladó su mano por encima de la franela hasta la zona superior a la rodilla, de la que asimismo me había quejado, y me la frotó también. —Entonces me di cuenta de que estaba empezando a enamorarme.—— —Noté cómo, mientras ella seguía fru-fru-frotándo-me,—aquella sensación se extendía desde la piel que estaba en contacto con su mano hasta, con el permiso de usía, las partes más recónditas de mi esqueleto.—— —Cuanto más frotaba y más prolongadas eran sus caricias,—más se encendía el fuego en mis venas;—hasta que finalmente, tras dos o tres caricias más largas y prolongadas que las demás,—mi pasión alcanzó su más alta cota——y le cogí la mano.—— ——Y entonces te la llevaste a los labios, Trim, dijo mi tío Toby,—y le hiciste una declaración de amor. Si la historia de los amoríos del cabo terminaba precisamente del modo que propuso mi tío Toby es algo que poco importa; baste con decir que contenía los elementos esenciales de todos los romances amorosos que se han escrito desde que el mundo es mundo. Capítulo veintitrés En cuanto el cabo hubo terminado con la historia de sus amoríos—(o, mejor dicho, en cuanto mi tío Toby lo hubo hecho por él),—Mrs Wadman salió silenciosamente de su emparrado, volvió a prenderse el alfiler en la cofia, atravesó la puerta de mimbre y se dirigió lentamente hacia la garita de centinela de mi tío Toby: el estado en que Trim había dejado a la mente de su señor era una crisis demasiado favorable y propicia como para desaprovecharla.—— —Así pues, el ataque se decidió: Mrs Wadman lo vio aún más facilitado al ordenarle mi tío Toby al cabo que se llevara de allí, en su carretilla, la pala de zapador, el azadón, el pico, las piquetas y los demás utensilios militares que yacían esparcidos por el trecho de terreno en que se había erigido Dunkerque.—El cabo lo hizo y se marchó,—de modo que el campo estaba libre. Bien: considere usted ahora, señor, si no es una tontería, tanto al batallar como al escribir como al hacer cualquiera de las demás cosas que un hombre tiene son (independientemente de que también tenga ton o no) para hacer,—obrar de acuerdo con un plan; porque si alguna vez hubo un Plan, dejando de lado todas las circunstancias, que mereciera registrarse en letras de oro (quiero decir en los archivos de Gotham)[56],—ése fue sin duda el PLAN de ataque de Mrs Wadman a la garita de centinela de mi tío Toby, que, como ya hemos visto, siempre se fundaba EN LOS PLANOS[57].—Pero el Plano colgado del muro resultó ser en esta ocasión el Plano de Dunkerque;—y como la explicación de los episodios de Dunkerque era más reposada que lo contrario, toda la mella que ella pudiera hacer quedaba prácticamente anulada por este motivo[58]; por otra parte, además, aunque Mrs Wadman, pese a todo, se hubiera decidido a emprender este ataque contra la garita de centinela,—lo cierto era que el llevado a cabo por la hermosa Beguina en la historia de Trim hacía empalidecer de tal manera sus maniobras digitales y manuales——que en aquel preciso instante una ofensiva de semejante índole, por muy buenos resultados que hubiera dado con anterioridad,—habría quedado automáticamente convertida en el ataque más pusilánime que se pueda imaginar.—— Pero, ¡ay!, dejen ustedes sola a una mujer en asuntos de este tipo. Apenas Mrs Wadman había abierto del todo la puerta de mimbre——cuando ya su ingenio había hecho del cambio de circunstancias un verdadero juego de niños. —En un segundo había ideado ya una nueva ofensiva. Capítulo veinticuatro ——Ando medio loca, capitán Shandy, dijo Mrs Wadman sujetándose junto al ojo izquierdo su pañuelo de batista al tiempo que se aproximaba a la puerta de la garita de centinela de mi tío Toby,—con una mota,—o un poco de arenilla,—o no sé qué,—algo que se me ha metido en este ojo;—por favor, mire usted a ver:—no está en el blanco—— Y mientras decía esto, Mrs Wadman se deslizó dentro de la garita y se puso al lado de mi tío Toby; y haciéndose sitio en la esquina de la banqueta en que él se hallaba sentado, le evitó tenerse que levantar para llevar a cabo la inspección del ojo.——Mire usted a ver, por favor,— le dijo. ¡Alma candorosa! Miraste con tu corazón tan inocente como el de un niño al atisbar por un tutilimundi; haberte hecho daño en aquel instante habría sido tan pecado como habérselo hecho al niño. —Si un hombre mira cosas de semejante naturaleza por su propia voluntad,—entonces no tengo nada que decir ni que objetar—— Pero ese nunca fue el caso de mi tío Toby: y estoy más que dispuesto a responder de la siguiente afirmación: mi tío Toby podría haberse estado sentado tranquilamente en un sofá de junio a enero (tiempo que, como ustedes saben, abarca tanto los meses fríos como los calurosos) con unos ojos tan hermosos como los de la tracia Ródope(59) a su lado, que al final no habría sido capaz de decir si eran negros o azules. La verdadera dificultad estribaba en conseguir que mi tío Toby mirara a unos ojos alguna vez. Pero ya está superada. Y Aquí le tenemos, balanceando su pipa entre los dedos y con la ceniza cayéndosele encima,—mirando,—y mirando,—restregándose los ojos——y volviendo a mirar, con dos veces mejor intención de la que jamás pusiera Galileo en su búsqueda de manchas en la faz del sol[61]. —¡En vano! Porque, ¡por todos los poderes que animan el órgano de la vista!,—el ojo izquierdo de la viuda Wadman brilla en este momento con tanto fulgor como el derecho:—no hay ni mota, ni arenilla, ni polvillo, ni pajita, ni manchita, ni partícula de materia opaca alguna flotando en él.—¡No hay nada, querido tío paterno! Tan sólo una undulante y deliciosa llama que lanza disparos y destellos furtivos desde todos los ángulos y direcciones: y siempre dirigidos a tus ojos y a ti.—— —Si sigues mirando un segundo más en busca de esa motita,—estás perdido, tío Toby. Capítulo veinticinco Un ojo es exactamente igual que un cañón para todo el mundo en el siguiente aspecto: en que no son tanto el ojo o el cañón en sí mismos como sus respectivos comportamientos[62] ——los que hacen que tanto el uno como el otro estén capacitados para producir tan devastadores estragos. La comparación no me parece mala: sin embargo, y ya que la he hecho y colocado al comienzo del capítulo (tanto por lo que tiene de útil como por lo que de ornamento), lo único que deseo a cambio es que la tengan ustedes bien presente en su imaginación cada vez que hable de los ojos de Mrs Wadman (salvo en una sola ocasión, en el próximo periodo). —Le aseguro, señora, dijo mi tío Toby, que no veo en el interior de su ojo nada de nada. —No está en el blanco, dijo Mrs Wadman: mi tío Toby miró en la pupila con todas sus fuerzas.—— Bien: de entre todos los ojos que jamás fueron creados—(desde los suyos, señora, hasta los de la propia Venus, que fueron sin duda el par de ojos más venéreos que nunca hubo en cabeza alguna)—jamás, de entre todos ellos, existió un ojo tan idóneo para robarle a mi tío Toby la tranquilidad como (precisamente) el que en aquellos momentos estaba mirando;—no era, señora, un ojo bailarín,—ni tampoco travieso o juguetón,—ni chispeante,—ni petulante o imperioso,—ni denotador de elevadas pretensiones o de aterradoras exigencias que al instante habrían hecho que la leche de que estaba compuesta la naturaleza de mi tío Toby se hubiera cuajado;—sino que era un ojo lleno de dulces acogidas——y de tiernas respuestas,—que hablaba——no como el registro de trompeta de un órgano de baja calidad (timbre en el que muchos ojos que yo conozco suelen sostener groseras conversaciones),—sino en un suave murmullo,—como si se tratara de las últimas y quedas palabras de un santo agonizante,—y decía:—‘¿Cómo puede usted, capitán Shandy, vivir solo y sin consuelo, sin un seno sobre el que reclinar la cabeza——o al que confiar sus zozobras?’ Era un ojo—— Pero yo mismo me voy a enamorar de él si digo una sola palabra más acerca del dichoso ojo en cuestión. —Que bien se encargó ya de ajustarle las cuentas a mi tío Toby. Capítulo veintiséis No hay nada que muestre los caracteres de mi padre y de mi tío Toby a una luz más divertida que su diferente manera de comportarse ante un mismo accidente:—pues desgracia no me atrevo a llamar al amor, ya que estoy convencido de que el corazón de un hombre siempre será mejor si alberga tal sentimiento que si no lo hace.—¡Buen Dios! ¡Cómo debió de ponerse el de mi tío Toby, que ya era todo bondad sin necesidad de dio! Mi padre, como se desprende de muchas de sus cartas y papeles, estaba muy expuesto a esta pasión antes de casarse; —pero, a causa de una especie de impaciencia extravagante, bastante graciosa y un poco agria, cada vez que tal cosa le sobrevenía no se sometía a ella como un buen cristiano; sino que renegaba, y bufaba, y amenazaba, y pataleaba, y la mandaba al Diablo, y escribía, contra los ojos, las más amargas filípicas que jamás haya escrito hombre ninguno:—hay una en verso contra los ojos de alguien (ojos éstos que durante dos o tres noches seguidas debían de haberle robado el sueño) que, en un inicial arrebato de resentimiento hacia ellos por el tal suceso, empieza así: ‘Dos Diablos son,—y jamás pagano, turco o judío fue tan malsano’.(63) En suma, mientras le duraba el paroxismo, mi padre era todo insultos y palabras injuriosas: y no se quedaba muy lejos de la maldición:—lo único es que no hacía uso de ella con tanto método como Ernulfo:—era demasiado impetuoso; ni con su astucia:—pues aunque mi padre, con el espíritu más intolerante que darse pueda, maldecía tanto esto como aquello como todo lo que sobre la faz de la tierra ayudara o fomentara su amor,—nunca, sin embargo, concluía su capítulo de maldiciones sin maldecirse a sí mismo, de paso, como a uno de los más egregios idiotas y mequetrefes (solía decir) que jamás se hubieran dejado sueltos por el mundo. Mi tío Toby, por el contrario, se lo tomó como un corderillo:—se sentó en silencio y dejó que el veneno se infiltrara por sus venas sin oponer resistencia;—en las más agudas exacerbaciones de su herida (al igual que con la de su ingle) no soltó una sola palabra de enojo o de descontento;—no culpó ni al cielo ni a la tierra;—ni pensó o dijo nada injurioso de nadie ni de ninguna de las partes del cuerpo del susodicho nadie: se sentó, solitario y pensativo, con su pipa entre los labios;—se miró la pierna lisiada,—y a continuación exhaló un sentimental ¡áyayay! que, al salir mezclado con el humo, no incomodó a ningún mortal. Se lo tomó como un corderillo,—digo. Lo cierto es que al principio se lo tomó erróneamente: pues habiendo salido aquella misma mañana a dar un paseo a caballo en compañía de mi padre para tratar de salvar, si llegaban a tiempo y la cosa era aún posible, un hermoso bosque que el deán y su cabildo estaban talando para ayudar a los pobres(65) (el susodicho bosque se veía enteramente desde la casa de mi tío Toby y le resultaba de incalculable utilidad en sus descripciones de la batalla de Wynendael)[66],—había sucedido que, al ir a un trote demasiado vivo y presuroso en su afán por salvarlo,—y al ser mala e incómoda la silla,—el caballo aún peor, etc., etc., la serosidad de la sangre se le había acumulado (a mi tío Toby) entre las dos capas de piel de la parte más baja e inferior de su cuerpo;—y había tomado las primeras punzadas producidas por este fenómeno (pues mi tío Toby carecía de experiencia amorosa) por uno de los síntomas de su pasión:—hasta que al reventársele al poco tiempo una de las dos ampollas,— y permanecer, sin embargo, la otra,—mi tío Toby se convenció de que su herida no era superficial——sino que le había llegado hasta el corazón. Capítulo veintisiete El mundo se avergüenza de sus virtudes.—Mi tío Toby sabía poco del mundo; y en consecuencia, cuando se sintió enamorado de la viuda Wadman, no se le ocurrió en modo alguno que la cosa fuera algo de lo que hubiera que hacer más misterio que si, por ejemplo, Mrs Wadman le hubiera hecho un corte en el dedo con una navaja abierta. Aunque, de no haber sido así,—como sin embargo consideraba a Trim, más que un criado un amigo de humilde extracción,—y a cada día que pasaba encontraba nuevas razones para tratarlo como a tal,—la manera en que le comunicó la noticia no habría variado un absoluto. —‘¡Estoy enamorado, cabo!’, le dijo mi tío Toby. Capítulo veintiocho —¡Enamorado!,—dijo el cabo;—pero si usía estaba bien anteayer, cuando le estuve contando la historia del rey de Bohemia———¡Bohemia!, dijo mi tío Toby----quedándose pensativo durante un rato bastante largo----¿Qué fue de aquella historia, Trim? ——Se nos perdió en algún sitio a mitad de camino entre los dos, con el permiso de usía;—pero usía estaba entonces tan libre de enamoramientos como yo.——Fue justamente cuando tú te marchaste con la carretilla:—Mrs Wadman, dijo mi tío Toby;—me ha dejado una bala aquí incrustada,—añadió——señalándose el pecho.—— ——Con el permiso de usía, ¡no podrá resistir un asedio ni tampoco huir!,—exclamó el cabo.—— ——Pero dado que somos vecinos,—creo, Trim, que lo mejor será hacérselo saber cortésmente antes,—dijo mi tío Toby. —Bueno, dijo el cabo, si yo me atreviera a disentir de usía—— ——¿Y para qué, si no, hablo contigo, Trim?, dijo mi tío Toby con dulzura.—— ——En ese caso, con el permiso de usía, yo respondería a su andanada con una buena y atronadora ofensiva en primer lugar;—y se lo diría cortésmente después;—porque si ya de antemano está al tanto del enamoramiento de usía——¡El S——r la asista!—De momento no sabe más, Trim, dijo mi tío Toby,—que un niño que aún está por nacer.—— ¡Par de almas deliciosas!—— Mrs Wadman se lo había contado todo a Mrs Bridget, con gran detalle, veinticuatro horas antes; y en aquel mismo instante se hallaba sentada en su compañía conferenciando con ella acerca de algunas dudas y ligeros temores (relativos a la realización del proyecto) que el Diablo (quien jamás yacerá muerto en una zanja)[67] le habla metido a toda prisa en la cabeza——sin siquiera darle tiempo para acabar de cantar tranquilamente su Te Deum[68]. —Me da mucho miedo, en el caso de que me casara con él, Bridget, decía la viuda Wadman,—que el pobre capitán no disfrutase de buena salud con esa herida monstruosa que tiene en la ingle—— —No puede ser, señora, respondióle Bridget, tan grande como piensa usted;—y además creo, añadió,—que está ya completamente cicatrizada.—— ——Me gustaría saberlo con certeza,— por él más que nada, dijo Mrs Wadman. ——En un plazo de diez días sabremos hasta su anchura y su longitud,—contestó Mrs Bridget; porque estoy segura de que, mientras el capitán le esté haciendo avances a usted, —Mr Trim querrá hacerme a mí la corte;—y le dejaré hacérmela cuanto quiera,—añadió Bridget,—a fin de sonsacárselo todo.—— Se tomaron las medidas pertinentes de inmediato——y, mientras, mi tío Toby y el cabo prosiguieron con las suyas. —Bien: ahora, dijo el cabo poniendo el brazo izquierdo en jarras al tiempo que con el derecho describía en el aire una floritura promisoria del éxito de la empresa—(y de nada más),—si usía me permitiera trazar el plan de este ataque—— ——Nada me agradarte más, Trim, dijo mi tío Toby: extremadamente;—y como ya anticipo que en este asunto vas a desempeñar el papel de mi aid de camp[69], aquí tienes una corona para empezar y para que celebres el nombramiento con un trago, cabo. —En ese caso, con el permiso de usía, dijo el cabo (tras hacer una reverencia en señal de gratitud por el nombramiento),——lo primero que tenemos que hacer es sacar del gran baúl de campaña los uniformes de gala de usía para que se aireen bien, y ocuparnos de las mangas del azul y dorado, que están muy rozadas;—y me encargaré de volverle a poner caños a su peluca ramallie[70],—y haré venir a un sastre para que les dé la vuelta a sus calzones de fino paño escarlata—— ——Más me valdría ponerme los rojos de felpa, dijo mi tío Toby.——Esos son demasiado bastos,—dijo el cabo. Capítulo veintinueve ——Y me limpiarás y bruñirás el sable con un poco de tiza, ¿verdad?——El sable sólo le serviría de estorbo a usía, respondió Trim. Capítulo treinta ——Pero en cambio le volveré a afilar las dos navajas de afeitar,—y yo me cepillaré bien la gorra de montero y me pondré la casaca militar del pobre teniente Le Fever: usía me la dio para que la llevara en su memoria;—y en cuanto usía se haya afeitado,—y se haya puesto una camisa limpia junto con el uniforme azul y dorado, o el escarlata tan vistoso—(o unas veces puede llevar el uno y otras el otro),—y todo esté ya listo y dispuesto para la ofensiva,—avanzaremos arrojadamente, como si fuéramos a tomar un bastión de frente; y mientras usía, por la derecha, acomete contra Mrs Wadman en el salón,—yo atacaré a Mrs Bridget en la cocina por la izquierda; y una vez franqueado ese paso, dijo el cabo haciendo chasquear los dedos por encima de la cabeza,—yo le garantizo a usía que la victoria es nuestra. —Lo único que deseo es manejar bien el asunto, dijo mi tío Toby;—pero te aseguro, cabo, que realmente preferiría avanzar sobre el mismísimo borde de una trinchera. — ——Una mujer es algo completamente distinto,—dijo el cabo. ——Ya lo supongo, dijo mi tío Toby. Capítulo treinta y uno Si hubo algo en este mundo, de entre todas las cosas que mi padre solía decirle, capaz de soliviantar a mi tío Toby durante la temporada en que estuvo enamorado, aquello fue sin duda el uso perverso que mi padre hacía siempre de una expresión de Hilarión el ermitaño[71]; quien, al hablar de su abstinencia, de sus vigilias, de sus flagelaciones y demás partes instrumentales de su religión,—solía decir—(aunque con más sentido del humor del que por lo general tienen los ermitaños)——‘que no eran más que los medios de que se valía para hacer que su asno (queriendo decir su cuerpo) dejara de cocear’[72]. Aquella frase le gustaba mucho a mi padre: era una manera breve y eficaz no sólo de expresar,—sino al mismo tiempo de satirizar, los deseos y apetitos de nuestras partes más bajas; de modo que durante muchos años de su vida mi padre hizo de ella una de sus expresiones constantes y favoritas:—jamás empleaba la palabra pasiones,—sino siempre asno en su lugar.—De modo que en verdad podría decirse que todos aquellos años se los pasó sobre el espinazo (o a lomos) de su propio asno; o, si no, sobre el del asno de algún otro hombre. Debo aquí hacerles observar la diferencia entre El asno de mi padre y mi caballo de juguete,—a fin de mantener, en nuestras imaginaciones, a ambos personajes tan separados entre sí como sea posible cuando sigamos avanzando. Porque recordarán ustedes, si hacen un poco de memoria, que mi caballo de juguete no es un animal vicioso en modo alguno: apenas si tiene un solo pelo o facción del asno.—Es la pequeña bagatela que le lleva a uno fuera del momento presente[73]:—es un gusanillo, una mariposa, un cuadro, un arco de violín[74],—un asedio del tío Toby——o un cualquier cosa sobre el que un hombre pueda ingeniárselas para montar a horcajadas y salir arreando, escapando así de las preocupaciones y afanes de la vida.—Es un animal tan útil como el que más de toda la creación—y realmente no veo yo cómo podría el mundo arreglárselas sin él.—— —Pero en lo que respecta al asno de mi padre,——¡oh!, montar en él,—montar en él,—montar en él—(eso hace ya tres veces, ¿no es así?),—montar en él no se les ocurra:—es un animal concupiscente;—y caiga la vergüenza sobre el hombre que no sepa impedirle cocear. Capítulo treinta y dos —¡Y bien, querido hermano Toby!, le dijo mi padre la primera vez que lo vio después de su enamoramiento:—¿cómo va tu Asno [Culo]? Bien: mi tío Toby, pensando más en la parte donde le había salido la ampolla que en la metáfora de Hilarión—(y al tener nuestras ideas preconcebidas, como ustedes saben, tanto poder sobre los sonidos de las palabras como sobre las formas de los objetos), se imaginó que mi padre, quien no era muy ceremonioso a la hora de escoger sus palabras, le había preguntado por la parte en cuestión llamándola por su nombre; de modo que a pesar de que mi madre, el doctor Slop y Mr Yorick se hallaban delante, sentados todos en el salón, juzgó de mejor educación conformarse al término empleado por mi padre que no hacerlo.—He observado que cuando un hombre se encuentra cercado (entre la espada y la pared) por dos groserías y no tiene más remedio que incurrir en una de ellas,—siempre, decídase por la que se decida, el mundo le condenará;—de modo que no me sorprendería en absoluto que también condenara a mi tío Toby. —Mi C—o [A—o], dijo mi tío Toby, está ya mucho mejor,—hermano Shandy.—Mi padre había cifrado grandes esperanzas en su Asno al llevar a cabo esta embestida: tantas que habría vuelto otra vez a la carga; pero al echarse a reír inmoderadamente el doctor Slop,—y exclamar mi madre ‘¡El S——nos bendiga!’,—el Asno de mi padre quedó ya fuera de lugar;—y al hacerse a continuación la risa general,—no pudo ya conseguir que volviera a aparecer en escena durante un buen rato.—— Y así, la conversación prosiguió sin él. —Todo el mundo, dijo mi madre, comenta que estás enamorado, hermano Toby;—esperamos que sea cierto. —Creo, hermana, respondió mi tío Toby, que estoy tan enamorado como cualquier hombre cuando se enamora.——¡Hum!, dijo mi padre.——¿Y cuándo te diste cuenta de ello?, dijo mi madre.—— ——Cuando se me reventó la ampolla, respondió mi tío Toby. La respuesta de mi tío Toby hizo que mi padre recobrara su buen humor;—y en consecuencia volvió a cargar, esta vez a pie. Capítulo treinta y tres —Los antiguos coinciden, hermano Toby, dijo mi padre, en que hay dos clases distintas y diferentes de amor según la parte del cuerpo que se vea afectada,—el Cerebro o el Hígado.—Y creo que cuando un hombre está enamorado no le viene mal reflexionar un poco sobre a cuál de los dos tipos pertenece el suyo. —¡Qué importa, hermano Shandy, respondió mi tío Toby, a cuál de los dos pertenezca con tal de que sirva para que el hombre en cuestión se case, quiera a su mujer y tenga unos cuantos hijos! ——¡Unos cuantos hijos!, exclamó mi padre levantándose de su asiento y mirando a mi madre directamente a los ojos al tiempo que se abría paso entre ella y el doctor Slop;—¡unos cuantos hijos!, exclamó mi padre repitiendo las palabras de mi tío Toby mientras caminaba de un lado a otro de la habitación.—— ——No es, querido hermano Toby, exclamó recobrándose de repente y arrimándose al respaldo del sillón de mi tío Toby;—no es que yo fuera a lamentar que tú tuvieses una veintena;—al contrario: me alegraría mucho——y sería tan cariñoso como un padre, Toby, con todos y cada uno de ellos.—— Mi tío Toby, sin que nadie lo advirtiera, deslizó la mano por detrás del sillón para darle un apretón a la de mi padre.—— ——Y no sólo eso, prosiguió éste cogiendo la mano que mi tío Toby le ofrecía,—sino que además tú posees, querido Toby, tan gran cantidad de la leche de la naturaleza humana, y tan pequeña de sus asperezas,—que es una verdadera lástima que el mundo no esté, todo entero, poblado de criaturas que se te asemejen; y si yo fuera un monarca asiático, añadió mi padre enardeciéndose con el nuevo proyecto,—te obligaría, siempre y cuando ello no hiciera disminuir tus fuerzas,—o te secara el húmedo radical con excesiva rapidez,—o te debilitara la memoria o la fantasía, hermano Toby: esa gimnasia, si se la practica de una manera desordenada, puede producir tales efectos;—pero en el caso de que no fuera así, te procuraría las más hermosas mujeres de mi imperio y te obligaría, nolens, volens[75], a engendrar para mi reino un súbdito al mes.—— En el momento de pronunciar la última palabra de su sentencia,—mi madre tomó un pellizco de rapé. —Bueno, dijo mi tío Toby, la verdad es que yo no engendraría un hijo nolens, volens, es decir, tanto si quisiera como si no, para complacer ni al príncipe más grande de la tierra.—— ——Y sería una crueldad por mi parte, hermano Toby, forzarte a ello, dijo mi padre;—pero esto no es más que un ejemplo que te he puesto para demostrarte que no es al hecho de que tú engendraras un hijo—(suponiendo que fueras capaz),—sino a la teoría del Amor y del matrimonio en que te fundas, a lo que tendría que hacer algún reparo.—— —Pues al menos, dijo Yorick, hay buenas dosis de razón y de sentido común en la opinión del capitán Shandy sobre el amor; y he de decir que en mi juventud malgasté muchas horas de mi vida (de las que tendré que responder) leyendo a gran cantidad de poetas y retóricos floridos de los que jamás pude sacar tanto en claro.—— —Ojalá, dijo mi padre, hubieras leído a Platón, Yorick; porque así te habrías enterado de que hay dos AMORES[76].——Sé que para los antiguos, respondió Yorick, había dos RELIGIONES:—una——para la gente vulgar y otra para la gente culta;—pero me parece que con UN SOLO AMOR podrían habérselas arreglado todos perfectamente.—— —No, señor, respondió mi padre;—y por la misma razón: porque de estos dos Amores, según el comentario de Ficino a Valesius, el uno es racional—— ——y el otro es natural[77];—— el primero, más antiguo,—carece de madre:—Venus no tenía nada que ver con él; el segundo, engendrado por Júpiter y Dione[78] —— ——Perdona, hermano, dijo mi tío Toby, pero, ¿qué tiene que ver con todo esto un nombre que cree en Dios? Mi padre no se atrevió a detenerse para contestarle por temor a romper el hilo de su perorata.—— —Este último, prosiguió, participa enteramente de la naturaleza de Venus. —El primero, que es la dorada cadena descendida del cielo, incita al amor heroico, al cual comprende, y excita el deseo de filosofía y de verdad;—el segundo excita el deseo a secas.—— ——Yo creo, dijo Yorick, que la procreación de los hijos es tan beneficiosa para el mundo como la averiguación de la longitud[79].—— ——No cabe duda, dijo mi madre, de que el amor es lo que mantiene la paz del mundo.—— ——La de la casa,—querida, lo reconozco.—— ——Es lo que llena la tierra, dijo mi madre. — —Y lo que deja el cielo vacío,—querida, respondió mi padre. ——¡Lo que llena el paraíso, exclamó Slop triunfalmente, es la Virginidad! —¡Ya salió la monja!, dijo mi padre. Capítulo treinta y cuatro Mi padre tenía una manera de discutir un pendenciera, hiriente y cortante: avasallaba, laceraba y se hacía recordar por todos los presentes propinándoles, por turno, tales golpes——que, si en una reunión había veinte personas,—podía apostarse con seguridad a que en menos de media hora se las habría puesto en contra a todas. Una cosa que contribuía en no poco a dejarle sin un solo aliado era que si había alguna postura[80] más insostenible que las demás, siempre se abalanzaba sobre ella; y para hacerle justicia hay que decir que, una vez allí, la defendía con tanto arrojo que para cualquier hombre valiente o generoso habría constituido un motivo de pesar haberle visto expulsado de ella. Por esta razón Yorick, aunque le atacaba a menudo,—no era nunca capaz de hacerlo con todas sus fuerzas. La VIRGINIDAD del doctor Slop, al final del último capítulo, le había hecho ponerse por una vez del lado bueno de la muralla; y ya se disponía a atronarle los oídos a Slop con la voladura de todos los conventos de la cristiandad ——cuando el cabo Trim entró en el salón para comunicarle a mi tío Toby que no se podía contar con sus calzones de fino paño escarlata, enfundado en los cuales pensaba llevar a cabo su ofensiva contra Mrs Wadman; pues el sastre, al descoserlos para darles la vuelta, había descubierto que ya se les había dado la vuelta con anterioridad.——Pues entonces dásela otra vez, hermano, dijo mi padre rápidamente, porque todavía habrá que darles muchas más antes de que este asunto haya concluido.——Están ya tan asquerosos que parecen como podridos, dijo el cabo.——Entonces, dijo mi padre, no dejes en modo alguno de encargarte un nuevo par, hermano;—porque aunque ya sé, prosiguió mi padre volviéndose hacia la compañía, que la viuda Wadman lleva muchos años profundamente enamorada de mi hermano Toby, y que ha hecho uso de todas las tretas y artimañas que están al alcance de la mujer para arrastrarle mediante engaños a la misma pasión, sin embargo, ahora que ya le ha atrapado,—la fiebre le empezará a bajar.—— ——Ha ganado la partida. —Y en este caso (en el que Platón, estoy convencido, jamás pensó), prosiguió mi padre,—el Amor, como veis, no es tanto un SENTIMIENTO como una SITUACIÓN en la que un hombre se adentra, de la misma manera en que, por ejemplo, mi hermano Toby entraría en un cuerpo determinado:—da igual que el servicio le guste o no:—una vez en él, actuará como si le gustase y tomará todas las medidas necesarias para mostrarse como un hombre de gran valor. La teoría, como todas las de mi padre, era bastante plausible, y mi tío Toby sólo tenía una palabra que objetarle——(objeción en la que Trim estaba presto a secundarle);—pero mi padre aún no había llegado a su conclusión. —Por esta razón, prosiguió mi padre (volviendo a plantear la cuestión), y a pesar de que todo el mundo sabe que Mrs Wadman siente afecto por mi hermano Toby,—y que mi hermano Toby a su vez siente afecto por Mrs Wadman, y que por parte de la naturaleza no habría impedimento alguno para que las campanas tañesen esta misma noche, sin embargo yo os garantizo (y respondo de mi afirmación) que esa melodía no sonará durante los próximos doce meses. —No hemos hecho bien nuestros cálculos, dijo mi tío Toby mirando a Trim interrogativamente a los ojos. —Pues yo apostaría mi gorra de montero, dijo Trim—— Bien, como ya les dije una vez, Trim se pasaba la vida empeñando su gorra de montero; y como aquella misma noche la habla estado limpiando y cepillando con miras a la ofensiva,—la cuantía de la apuesta le pareció más considerable que de costumbre.—Apostaría, con el permiso de usía, mi gorra de montero contra un chelín,—en el caso, prosiguió Trim (haciendo una reverencia), de que fuera correcto ofrecer así algo en prenda en presencia de usías—— ——No es ninguna incorrección, dijo mi padre:—es una manera determinada de expresarse; porque al decir que apostarías tu gorra de montero contra un chelín——lo único que con eso quieres decir——es que crees—— ——Bueno, ¿qué es lo que crees? —Que la viuda Wadman, con el permiso de su señoría, no podrá resistírsenos ni diez días completos.—— —¿Y de dónde sacas, exclamó Slop con escarnio, todos esos conocimientos acerca de la mujer, amigo? —De haberme enamorado de una religiosa papista en una ocasión, dijo Trim. —Era una Beguina, dijo mi tío Toby. El doctor Slop estaba demasiado encolerizado para atender a la distinción; y al aprovechar mi padre esta crisis para caer implacable y atropelladamente sobre la orden de las Monjas y las Beguinas en pleno, ‘aquella pandilla de arpías cretinoides y fisgonas’,—el doctor Slop no pudo soportarlo ya más;—y al tener mi tío Toby y Yorick que tomar algunas medidas,—el uno relativas a sus calzones y el otro a la cuarta división general de su sermón,—ambos con vistas a sus respectivas ofensivas del día siguiente,—la compañía se disolvió: mi padre se quedó solo; y como todavía disponía de media hora hasta el momento de irse a acostar, pidió pluma, tinta y papel y escribió a mi tío Toby la siguiente carta con instrucciones: MI QUERIDO HERMANO TOBY: Lo que te voy a decir versa de la naturaleza de las mujeres y de cómo hacerles el amor; y probablemente es una gran suerte para ti—(si bien no lo es tanto para mí)——que haya motivos para que alguien te escriba una carta dándote instrucciones sobre dichos temas, así como que sea yo quien esté en condiciones de hacerlo. Si tal hubiera sido el deseo del que rige nuestros destinos—(y si poseer semejantes conocimientos no te hubiera hecho sufrir a ti), nada me habría gustado tanto como que hubieras sido tú, en vez de yo, quien en estos momentos estuviese mojando la pluma en el tintero; pero no siendo ese el caso——(Mrs Shandy se halla ahora a mi lado preparándose para acostarse),—he vertido sobre el papel, sin orden y según se me han ido viniendo a la cabeza, las sugerencias y testimonios que a mi juicio puedan serte de más utilidad; sin otra intención, al hacerlo, que darte una prueba de mi amor; y sin albergar la menor duda, querido Toby, acerca de la manera en que será recibida. En primer lugar y por lo que respecta a lo que a la religión atañe en este asunto:—aunque noto, por un cierto calor en las mejillas, que me sonrojo al ponerme a hablarte de este tema, sabiendo como sé, a pesar de tu silenciosa y natural modestia, cuán pocos de sus deberes dejas de observar,—no obstante te recordaría uno en especial para mientras dure tu trabajo: uno que no podría haber omitido y que es: no acometer nunca la empresa, tanto si es por la mañana como por la tarde, sin antes haberte encomendado a la protección de Dios Todopoderoso para que te defienda del maligno. Aféitate bien la coronilla (por lo menos una vez cada cuatro o cinco días pero con mayor frecuencia todavía si lo juzgas conveniente) para así evitar que ella, si por distracción te quitas la peluca en su presencia, pueda distinguir cuánto se ha llevado el Tiempo——y cuánto Trim con la navaja. —Es preferible mantener alejada de su imaginación toda idea de calvicie. Ten siempre bien presente, Toby (y obra en consecuencia como si se tratara de un principio inmutable),—— ‘Que las mujeres son tímidas’: y está bien que lo sean;—si no, no se podría establecer ningún comercio con ellas. Procura no llevar demasiado ajustados los calzones, y también que no te queden excesivamente holgados a la altura del muslo, como las anchas calzas de nuestros antepasados. —Un justo término medio impide sacar todo tipo de conclusiones. Sea lo que sea lo que tengas que decir, no olvides jamás, tanto si es poco como si es mucho, hacerlo en un tono de voz suave y bajo. El silencio, y todo lo que se le aproxima, teje en el cerebro sueños de mediasnoches secretas. Por esta razón, si lo puedes evitar, no armes nunca escándalos tirando al suelo las tenazas y el hurgón[81]. Evita todo tipo de chistes y de chanzas en tus conversaciones con ella, y haz al mismo tiempo cuanto esté en tu mano para mantenerla apartada de todos los libros y escritos que tiendan a ello: hay algunos folletos piadosos que, si logras inducirla a que los lea,—estará muy bien; pero no le permitas tener el menor contacto con Rabelais, Scarron o Don Quijote[82].—— —Todos esos libros provocan risa; y ya sabes, querido Toby, que no hay pasión tan seria como la sensualidad. Préndete un alfiler en la pechera de la camisa antes de entrar en su salón. Y si se te permite tomar asiento en el mismo sofá que ella, y ella te brinda ocasión de poner tu mano sobre la suya,—guárdate de cogérsela;—no puedes poner tu mano sobre la suya sin que ella deje de advertir la excitación y el temple de la tuya. Deja eso, y cuantas otras cosas de la misma índole te sea posible, totalmente indecisas; haciéndolo así, tendrás de tu parte su curiosidad; y si eso no la conquista y tu ASNO sigue dando coces todavía (como hay muchas razones para suponer que así sea),—entonces debes empezar por sacarte unas cuantas onzas de sangre de debajo de las orejas según la práctica de los antiguos escitas, que aplacaban de ese modo los más desenfrenados ataques de concupiscencia. Avicena es partidario de, después de esto, ungir la zona afectada con jarabe de eléboro y propiciar las evacuaciones mediante las oportunas purgas,—cosa que me parece muy acertada. Pero tienes que comer muy poca o ninguna carne de cabra; y tampoco de ciervo común;—y ni siquiera de potro: en absoluto; y has de procurar abstenerte—(es decir, tanto como te sea posible) de pavos reales, grullas, negretas, somormujos y pollas de agua[83].—— En cuanto a la bebida,—no hace falta que te diga que debes tomar infusiones de VERBENA y de la hierba HANEA, cosa que, según Eliano, surte mucho efecto;—y si el estómago se te harta de este régimen,—puedes interrumpirlo de vez en cuando y tomar cohombros, melones, verdolaga, nenúfares, madreselva y lechuga en su lugar[84]. Y de momento no se me ocurre más que decirte—— —Excepto que pienses en la posibilidad de iniciar una nueva guerra.—Deseándote todo lo mejor, querido Toby, Se despide de ti tu afectuoso hermano, WALTER SHANDY. Capítulo treinta y cinco Mientras mi padre escribía su carta con instrucciones, mi tío Toby y el cabo se hallaban muy atareados preparándolo todo para la ofensiva. Como el proyecto de darles la vuelta a los calzones de fino paño escarlata había quedado descartado (al menos por el momento), no había ya nada que obligara a posponerla para después del día siguiente; de modo que, en consecuencia, resolvieron llevarla a cabo a las once de la mañana. —Vamos, querida, le dijo mi padre a mi madre:—no haremos más que comportarnos como buenos hermano y hermana si tú y yo nos damos un paseo hasta la casa de mi hermano Toby——para prestarle nuestro aliento en este ataque suyo. Mi tío Toby y el cabo llevaban ya bastante rato vestidos y pertrechados cuando llegaron mi padre y mi madre; y ya se disponían a emprender la marcha, pues en aquellos instantes el reloj estaba dando las once——Pero la narración de todo esto merece mejor destino que el de verse cosida a los últimos hilachos del octavo volumen de una obra como la presente. —Mi padre no tuvo tiempo más que de meterle a mi tío Toby la carta con las instrucciones en el bolsillo de la casaca——y unir a los de mi madre sus deseos de un feliz ataque. —Me gustaría, dijo mi madre, mirar por el ojo de la cerradura; tan sólo por curiosidad.——Llámalo por su verdadero nombre, querida, le dijo mi padre—— —Y mira cuanto quieras por el ojo de la cerradura[85]. FIN DEL OCTAVO VOLUMEN VOLUMEN IX[1] LA VIDA Y LAS OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY Si quid urbanisculè lusum a nobis, per Musas et Charitas et omnium poetarum Numina, Oro te, ne me malè capias.[2] DEDICATORIA A UN GRAN HOMBRE[3] Habiendo tenido, a priori, la intención de dedicarle Los Amoríos de mi tío Toby a Mr***,—encuentro ahora más motivos, a posteriori, para dedicárselos a Lord *******[4]. Lamentaría desde lo más hondo de mi alma que este cambio me expusiera a los celos de sus Reverencias; porque a posteriori, en latín de corte, equivale a un besamanos para conseguir un privilegio,—o a un besa-cualquier-otra-cosa,—todo siempre con el mismo fin[5]. Mi opinión sobre Lord******* no es mejor ni peor que la que tenía acerca de Mr***. Los honores, como las impresiones de una moneda, pueden conferirle un cierto valor ideal y local a un trozo de vil metal; pero el Oro y la Plata recorrerán el mundo entero sin otra recomendación que la de su propio peso. La misma buena voluntad que me hizo pensar en ofrecerle a Mr*** media hora de diversión cuando estaba fuera de lugar[6] ——opera ahora con mayor fuerza todavía si tenemos en cuenta que la susodicha media hora de diversión le será más útil y refrescante después de pasar penas y fatigas que tras un refrigerio filosófico. Nada constituye una Diversión tan perfecta y cabal como un cambio de ideas total; y no hay ideas que difieran entre sí de una manera tan rotunda como las de los Ministros y las de los inocentes Enamorados: he aquí la razón por la que, al hablar de Hombres de Estado y de Patriotas asignándoles tales señas distintivas que las mismas, en el futuro, evitarán todo error y confusión respecto a ellos,—me propongo dedicarle este volumen a algún gentil Pastor, Al que la Ciencia orgullosa no Enseñó a caminar, Ni con la larga zancada del Estadista a alcanzar; Y empero, habíale dado la Naturaleza Esperanzas humildes de nublada cabeza; Abrazó un Mundo indómito en el bosque frondoso,— Una Isla feliz en el páramo acuoso;— Y una vez admitido en ese cielo de ensueño, Son los Perros fieles compañía del dueño.[7] En una palabra, haciendo así aparecer ante su Imaginación un puñado de objetos, enteramente nuevos, conseguiré sin ninguna duda Distraerle de sus apasionadas contemplaciones enfermizas de amor. En el entretanto, queda a su disposición EL AUTOR. Capítulo uno Pongo por testigos a todos los poderes del tiempo y del azar que en este mundo van frenándonos sucesivamente en nuestras carreras——de que en verdad no me ha sido posible enfrentarme cara a cara con los amoríos de mi tío Toby hasta este mismo instante en que la curiosidad de mi madre, como ella dio en llamarlo,—o bien otro impulso distinto que se agitó en su interior, como lo expusiera mi padre,—sintió deseos de echarles un vistazo por el ojo de la cerradura. ‘Llámalo por su verdadero nombre, querida’, le dijo mi padre, ‘y mira cuanto quieras por el ojo de la cerradura’. Nada sino la fermentación de ese humor un poco agrio del que con frecuencia he hablado y que en mi padre era habitual podría haber soltado semejante insinuación;—pero mi padre, a pesar de ello, era franco y generoso por naturaleza y estaba siempre dispuesto a admitir una confutación; de modo que apenas si había acabado de decir la última palabra de su mordaz y descortés observación cuando la conciencia ya le estaba reprendiendo. Mi madre, en aquel instante, estaba columpiándose conyugalmente con el brazo izquierdo enlazado al derecho de mi padre de tal manera que la palma de su mano descansaba sobre el revés de la de él:—mi madre levantó los dedos y los volvió a dejar caer:—difícilmente podría habérselo llamado una palmada; y si lo era,—un casuista se habría visto en un aprieto para determinar si se trataba de una palmada de reconvención o de reconocimiento de la propia falta: mi padre, que era todo sensibilidad, de la cabeza a los pies, la clasificó correctamente.—La conciencia redobló sus golpes:—mi padre volvió súbitamente la cara hacia el otro lado, y mi madre, suponiendo que aquello era una indicación para dar media vuelta y emprender el regreso a casa, y que al movimiento de la cabeza de mi padre le seguiría el de todo el cuerpo en la misma dirección, giró en sentido opuesto sobre la pierna izquierda con tanto ímpetu que vino a quedar justamente enfrente de él; y con lo que mi padre se encontró al volver la cabeza fue con los ojos de mi madre.——¡Nueva confusión! Lo que vio mi padre en ellos fueron mil razones para retirar su reproche y otras tantas para hacérselo, en cambio, a sí mismo:—unos cristales finos, azules, fríos, translúcidos, sus humores acuosos tan inmóviles y en reposo que se podría haber visto a la perfección la menor mota o manchita de deseo en el fondo, de haberla habido;—no la había:—y cómo es que yo en cambio soy tan lascivo (sobre todo un poco antes de los equinoccios vernal y otoñal)——es algo que sólo sabe el Dios del cielo.—Mi madre,—señora,—jamás lo fue, ni por naturaleza, ni por educación, ni por imitación. Por sus venas fluía ordenadamente una templada corriente de sangre: durante todos los meses del año por igual y en todo momento crítico, tanto del día como de la noche; y tampoco les sobreañadían el menor ardor a sus humores las efervescencias manuales de los folletos piadosos, a los que la naturaleza, al tener ellos por sí solos tan poco o ningún sentido, a menudo se ve obligada a encontrar uno[8].—¡Y en cuanto al ejemplo de mi padre! Estaba tan lejos de favorecer o fomentar aquellos sentimientos——que la preocupación de su vida entera había sido precisamente mantener exenta de todas las fantasías de este tipo la cabeza de mi madre.—La naturaleza había contribuido en gran medida a ahorrarle esta tarea; y (lo que no era de poca importancia) mi padre lo sabía.—Y heme aquí sentado ante una mesa este 12 de agosto (el de 1766), con un coleto púrpura, un par de zapatillas amarillas y la cabeza al descubierto (ni peluca ni sombrero): tragicómico cumplimiento de aquella predicción suya ‘de que yo no iba a pensar ni a obrar como el hijo de ningún otro hombre por esa misma razón’[9]. El error por parte de mi padre consistió en atacar los motivos de mi madre en vez de la acción en sí: pues sin duda los ojos de las cerraduras se hicieron con otros fines; y si se consideraba la acción como algo que se interfería con una proposición verdadera y que le negaba a un ojo de cerradura el derecho a ser lo que era,—entonces constituía una violación de la naturaleza; y en ese sentido, ya lo ven ustedes, la acción era criminal[10]. Y es ésta la razón, con el permiso de sus Reverencias, por la que los ojos y agujeros de las cerraduras dan pie a más pecados y maldades que todos los demás ojos y agujeros del mundo juntos. ——Lo cual me lleva a los amoríos de mi tío Toby. Capítulo dos Aunque el cabo había cumplido fiel y puntualmente con su palabra de ponerle caños a la majestuosa peluca ramallie de mi tío Toby, el tiempo era demasiado escaso, sin embargo, para que tal medida produjese grandes efectos en ella: se había pasado muchos años espachurrada en un rincón del viejo baúl de campaña; y como las malas costumbres son difíciles de corregir y el empleo de los cabos de vela[11] no se dominaba aún del todo, el asunto no era tan sencillo como habría sido de desear. El cabo, con los ojos brillantes y los brazos extendidos, se había alejado de la peluca una veintena de veces con la esperanza de comprobar que, merced a sus variados retoques, había logrado inspirarle un aire (si es que ello era posible) más digno y más gracioso: en vano las veinte veces.—Hasta a su señoría la MELANCOLÍA[12] le habría costado una sonrisa echarle un vistazo al postizo:—se rizaba por todas partes excepto allí donde el cabo quería; y en cambio, allí donde un bucle o dos, en su opinión, le habrían dado prestancia, igual de fácil le habría resultado hacer que los muertos salieran de sus tumbas. Tal era aquella peluca;—o, mejor dicho, tal aspecto habría ofrecido sobre las sienes de cualquier otro hombre; pero la dulce expresión de bondad que animaba el rostro de mi tío Toby asimilaba tan cabalmente cuanto hubiera a su alrededor, y además la Naturaleza había escrito con una letra tan clara y primorosa la palabra CABALLERO[13] en todas y cada una de las facciones de su semblante, que hasta su deslustrado sombrero con galones de oro y su enorme escarapela de ínfimo tafetán le sentaban bien; y aunque en sí mismas las dos prendas no valían ni un botón, sin embargo en el momento en que mi tío Toby se las ponía quedaban convertidas en objetos sumamente respetables y parecía enteramente que hubiéralas escogido la mano de la Ciencia con el fin de embellecerle. Ninguna otra cosa de este mundo podría haber contribuido tan eficazmente a producir tal efecto como el uniforme azul y dorado de mi tío Toby——si a la Gracia no le fuera necesaria, en cierta medida al menos, la Cantidad: en un plazo de quince o dieciséis años (desde que se lo habían hecho), la total inactividad de la vida de mi tío Toby (pues en muy pocas ocasiones iba más lejos del campo de bolos)——había conseguido que su uniforme azul y dorado se le quedara tan pequeño, raquítico y estrecho que no fue sino con los mayores esfuerzos que se puedan imaginar como el cabo logró que mi tío entrara en él; el estiramiento de las mangas no había servido de nada.—Sin embargo, el uniforme lucía galones en la espalda y en las costuras laterales, etc., según la moda imperante durante el reinado del rey William; y, para abreviar toda descripción, aquella mañana resplandecía tanto a la luz del sol, y ofrecía un aspecto tan metálico e ilustre, que aunque a mi tío Toby se le hubiera ocurrido atacar enfundado en una armadura, nada podría haberle creado tantas ilusiones a su imaginación. En cuanto a los calzones de fino paño escarlata, el sastre, tras descoserles las entrepiernas, los había abandonado a su suerte dejándolos en semejante estado.—— —Sí, señora;—pero dominemos nuestras fantasías. La noche anterior se los había dejado por imposibles: con eso basta; y como su guardarropa no le ofrecía ninguna otra alternativa, mi tío Toby decidió realizar el ataque embutido en los de felpa roja. El cabo iba ataviado con la casaca militar del pobre Le Fever; y con el cabello recogido bajo su gorra de montero, que habla limpiado y cepillado a conciencia para la ocasión, marchaba a tres pasos de distancia de su señor: una vaharada de orgullo marcial le henchía la camisa a la altura de las muñecas; y de una de ellas colgaba una correa de cuero negro (adornada con una borla por debajo del nudo) de la que a su vez pendía la vara del cabo.—Mi tío Toby llevaba su bastón como si fuera una pica. ——Pues tienen bastante buen aspecto, dijo mi padre para sus adentros. Capítulo tres Mi tío Toby volvía la cabeza con frecuencia para ver si el cabo le seguía y prestaba su apoyo; y cada vez que lo hacía, el cabo—(si bien no por presunción) blandía ligeramente su vara; y en el tono más dulce y respetuoso que se pueda imaginar, alentaba a usía diciéndole ‘que no tuviera miedo’. Sin embargo mi tío Toby tenía miedo; y un miedo espantoso además: no sabía distinguir siquiera (como mi padre le había reprochado) el lado bueno del malo de una Mujer; y en consecuencia nunca se encontraba enteramente a gusto cuando estaba cerca de una:—a menos que ella se hallara en un apuro o desconsolada; entonces——infinita era su compasión; y ni él más solícito caballero andante habría ido tan lejos (al menos no con una sola pierna útil: es decir, a la pata coja) para enjugar una lágrima en un ojo de mujer; y sin embargo, exceptuando una ocasión en que Mrs Wadman le indujo a ello con artimañas, jamás había mirado fijamente a ninguno; y a menudo le decía a mi padre, con su ingenuo corazón, que aquello era casi (si es que no lo era del todo) tan malo como decir una obscenidad.—— ——¿Y qué si lo es?, solía decirle mi padre. Capítulo cuatro —No puede, dijo mi tío Toby deteniéndose cuando ya habían avanzado hasta encontrarse a tan sólo veinte pasos de la casa de Mrs Wadman;—no puede, cabo, tomárselo a mal, ¿verdad?—— ——Se lo tomará, con el permiso de usía, dijo el cabo, exactamente igual que como se lo tomó la viuda del judío de Lisboa con mi hermano Tom.—— ——¿Y cómo se lo tomó?, dijo mi tío Toby volviéndose hacia el cabo. —Usía, respondió el cabo, sabe de las desgracias de Tom; pero este asunto no tiene nada que ver con ellas más que en lo siguiente: en que si Tom no se hubiera casado con la viuda,—o a Dios le hubiera pluguido que después de su matrimonio no hubieran metido más que carne de cerdo en las salchichas, al pobre hombre, todo honradez, nunca le habrían sacado de su cálido lecho para llevarle a rastras ante la inquisición.—Y es ese un lugar maldito,—añadió el cabo sacudiendo la cabeza:—una vez que una pobre criatura ha entrado allí, allí se queda, con el permiso de usía, para siempre jamás. —Eso es muy cierto, dijo mi tío Toby al tiempo que dirigía la mirada hacia la casa de Mrs Wadman——con gravedad. —No hay nada tan triste, prosiguió el cabo, como un encierro de por vida;—ni tan dulce, con el permiso de usía, como la libertad. —Nada, ¿eh, Trim?,—dijo mi tío Toby musitando.—— —¡Mientras un hombre sea libre——!, exclamó el cabo describiendo con su vara una floritura así:—— Ni un millar de los más sutiles silogismos de mi padre podría haber dicho más en favor del celibato. Mi tío Toby miró con ansiedad hacia su casita de campo y el campo de bolos. El cabo, involuntaria e imprudentemente, había invocado al Espíritu del cálculo con su varita; y la única solución que le quedaba era volver a conjurarlo mediante la narración de su historia; y así hízolo el cabo: con esta fórmula de Exorcismo tan poquísimo eclesiástica en verdad. Capítulo cinco —Como su empleo, con el permiso de usía, era cómodo——y el clima de Lisboa templado,—Tom empezó a pensar seriamente en establecerse allí y medrar; y como por aquel entonces sucedió que un judío que poseía una salchichería en la misma calle tuvo la mala suerte de morirse de una estrangurria dejándole a su viuda un negocio próspero y floreciente,—Tom pensó (pues todo el mundo en Lisboa hacía lo que podía para mejorar) que no haría mal a nadie si le ofrecía sus servicios para sacarlo adelante: de modo que, sin planear más introducción ante la viuda que la de comprar una libra de salchichas en su tienda,—Tom se puso en marcha hacia dicho lugar;—y mientras caminaba, iba haciendo sus cálculos: en el peor de los casos, por lo menos se llevarla una libra de salchichas a su justo precio;—pero si las cosas rodaban bien, entonces sentaría la cabeza ventajosamente, ya que no sólo se llevaría la libra de salchichas,—sino además una mujer——y, de balde (con el permiso de usía), una magnífica salchichería. —Todos los criados de la familia, de arriba abajo, desearon mucho éxito a Tom; y soy capaz de imaginarme, con el permiso de usía, que en este mismo instante le estoy viendo, con su chaleco y sus calzones de cotonía blanca y el sombrero un poco ladeado, andando por la calle alegremente, balanceando su bastón con una sonrisa y una palabra amable para todo el que pasara.—Pero, ¡ay, Tom! ¡Ahora ya no sonríes, no!, exclamó el cabo mirando lateralmente hacia el suelo como si se estuviera dirigiendo a su hermano en la mazmorra. —¡Pobre muchacho!, dijo mi tío Toby con gran sentimiento. —Era el hombre más honrado y de corazón más jovial, con el permiso de usía, que jamás calentara sangre alguna.—— ——Entonces se parecía a ti, Trim, dijo mi tío Toby rápidamente. El cabo se sonrojó hasta las puntas de los dedos:—y una lágrima de timidez sentimental[14],—otra de gratitud hacia mi tío Toby,—y una tercera de tristeza y pesar por las desventuras de su hermano, le asomaron por los ojos y se deslizaron suavemente por sus mejillas, las tres al mismo tiempo; las de mi tío Toby afloraron con la misma facilidad con que una lámpara enciende otra; y cogiendo a Trim por la pechera de su casaca (la que había pertenecido a Le Fever) como para apoyarse en él y descansar así la pierna coja pero en realidad con el propósito de satisfacer un sentimiento más noble,—se quedó en silencio durante minuto y medio: al cabo de este tiempo retiró la mano y Trim, tras hacerle una reverencia, prosiguió con la historia de su hermano y la viuda del judío. Capítulo seis —Cuando Tom, con el permiso de usía, llegó a la tienda, allí no había nadie a excepción de una pobre muchacha negra que estaba espantando moscas—(no matándolas) con un penacho de plumas blancas atado de mala manera al extremo de un largo bastón.——¡Muy bonita la imagen!, dijo mi tío Toby;—sin duda había padecido persecución y aprendido, Trim, a tener piedad.—— ——Con el permiso de usía, la muchacha era bondadosa tanto por naturaleza como por haber sufrido en el pasado; y en la historia de aquella pobre zarrapastrosa, que no tenía un solo amigo, hay detalles que harían derretirse a un corazón de piedra, dijo Trim; y alguna lóbrega noche de invierno, cuando usía esté de humor para ello, se los contaré todos, junto con el resto de la historia de Tom, de la que, de hecho, forman parte.—— —No te olvides de hacerlo, Trim, dijo mi tío Toby. —Con el permiso de usía, ¿los negros tienen alma?, dijo el cabo (dubitativamente). —No soy muy versado, cabo, dijo mi tío Toby, en asuntos de esa índole; pero supongo que Dios no les dejaría sin ella, como no nos ha dejado ni a ti ni a mí.—— ——Lo contrario equivaldría a poner a unos hombres por encima de otros: algo muy triste, dijo el cabo. —En efecto, así serla, dijo mi tío Toby. —¿Por qué entonces, con el permiso de usía, a una mujer negra se le suele dar peor trato que a una blanca? —No sé darte ninguna explicación, dijo mi tío Toby.—— ——¡Sencillamente, exclamó el cabo sacudiendo la cabeza, porque no hay nadie dispuesto a defenderla!—— ——Razón de más, Trim, dijo mi tío Toby,—para protegerla:—a ella y a sus hermanos; los azares de la guerra han hecho que seamos nosotros quienes ahora tengamos el látigo por el mango;—quién lo pueda tener en el futuro, ¡eso sólo Dios lo sabe!—Pero téngalo quien lo tenga, Trim, ¡no lo utilizará con saña si se trata de un valiente! ——¡Dios lo prohíba!, dijo el cabo. —Amén, respondió mi tío Toby llevándose una mano al corazón[15]. El cabo volvió a su historia, dispuesto a proseguirla: —pero se encontró, al hacerlo, con una dificultad que más de un lector en este mundo, aquí y allá, será incapaz de comprender: su voz se había adentrado a lo largo de la conversación por tales vericuetos a causa de las súbitas transiciones de una sincera y bondadosa emoción a otra——que había acabado por perder el tono festivo que daba viveza y sentido a su relato: por dos veces intentó reanudarlo sin hallar el timbre de su agrado; de modo que carraspeó con gran resolución (¡ejem!) a fin de reagrupar a los (buenos) humores que, dispersos, se batían en retirada, y, poniendo el brazo izquierdo en jarras y extendiendo un poco el derecho para así ayudar, al mismo tiempo, a la Naturaleza en sus esfuerzos,—el cabo logró acercarse a la nota deseada tanto como le fue posible y, en esa misma postura, continuó el relato. Capítulo siete —Como Tom, con el permiso de usía, no tenía por entonces nada que decirle a la chica mora, pasó directamente a la trastienda para hablarle de amor a la viuda del judío——y de su libra de salchichas también; como ya le he dicho a usía, era un muchacho abierto y alegre, y llevaba impresos los rasgos de su carácter tanto en su aspecto como en su manera de comportarse; así que cogió una silla, y, sin muchos preámbulos ni excusas (aunque con gran cortesía al mismo tiempo), la colocó delante de la mesa, muy cerca de la viuda, y se sentó. —No hay nada tan embarazoso, con el permiso de usía, como hacerle la corte a una mujer mientras está preparando salchichas.—De modo que Tom inició la charla hablando de ellas; primero en serio:—‘que cómo se hacían,—que con qué carnes, hierbas y especias’.—Después con un poco más de vivacidad:—‘que con qué piel,—que si nunca se reventaban,—que si no eran las más grandes las mejores’,—y así,—teniendo cuidado tan sólo, mientras hablaba, de sazonar las cosas que iba diciendo sobre las salchichas: aunque más bien de menos que de más,—para así disponer más adelante de sitio por el que moverse.—— —Precisamente el descuido de esa precaución, dijo mi tío Toby poniéndole una mano en el hombro a Trim, fue la causa de que el Conde de la Motte perdiera la batalla de Wynendael: se precipitó en meterse en el bosque; de no haberlo hecho. Lisie no habría caído en nuestras manos; y tampoco Gante, ni Brujas, que siguieron su ejemplo; la época del año era ya muy avanzada, continuó mi tío Toby, y el invierno que siguió fue tan terrible que si las cosas no hubieran salido como de hecho salieron, nuestras tropas habrían perecido inevitablemente a campo raso[16].—— ——¿Por qué no se librarán batallas, con el permiso de usía, ni se contraerán matrimonios en el cielo?—Mi tío Toby se quedó pensativo.—— La religión le inclinaba a decir una cosa, y su elevada opinión del arte militar le tentaba a decir otra; así que sintiéndose incapaz de hallar una respuesta que fuera enteramente de su agrado,—mi tío Toby no dijo nada en absoluto y el cabo concluyó su historia. —Como Tom advirtió, con el permiso de usía, que iba ganando terreno y que cuanto se le ocurría decir sobre el tema de las salchichas era bien acogido, dio un paso más y empezó a ayudarla en su preparación.—Primero, sujetando la tripa de la salchicha mientras ella embutía el relleno con la mano;—luego, cortando las cuerdas en trozos de adecuada longitud y sosteniéndolas en la mano mientras ella las iba tomando de allí una por una;—a continuación, poniéndoselas a la viuda en la boca para que así pudiera cogerlas como y cuando mejor quisiera;—y así paso a paso, hasta que al final se atrevió a atar él mismo la salchicha mientras ella sostenía la narizota.—— ——Bien: las viudas, con el permiso de usía, siempre eligen a su segundo marido tan distinto del primero como les sea posible: de modo que la cosa estaba ya más que medio decidida (mentalmente) por parte de ella antes de que Tom dijera una palabra. —Hizo, no obstante, un amago de defenderse agarrando una salchicha.—Tom, al instante, cogió otra.—— —Pero al ver que la de Tom tenía más ternilla—— —Firmó la capitulación——y Tom le puso el sello; y ahí se acabó la historia. Capítulo ocho —A todas las mujeres, prosiguió Trim (glosando su relato), desde la de condición más elevada a la del estrato más bajo, les gustan, con el permiso de usía, las bromas; la dificultad está en saber por qué patrón las prefieren cortadas; y la única manera de averiguarlo es ir probando y ensayando, como hacemos nosotros en el campo de batalla con nuestra artillería: subiendo o bajando las culatas hasta por fin dar en el blanco[17].—— ——Me gusta la comparación, dijo mi tío Toby, más que su mismo objeto.—— ——Eso es porque usía, dijo el cabo, ama más la gloria que el placer. —Confío, Trim, contestó mi tío Toby, en amar a la humanidad más que a cualquiera de esas dos cosas; y como es algo bien patente que la ciencia militar tiende a la felicidad y a la paz del mundo,—y que concretamente la rama que juntos hemos practicado en el campo de bolos no tiene otro fin que el de acortar las zancadas de la AMBICIÓN y proteger las vidas y las fortunas de los menos de los asaltos y pillajes de los más,—espero, cabo, que cada vez que oigamos redoblar ese tambor no nos falten, a ninguno de los dos, los sentimientos de humanidad y compañerismo necesarios para dar la cara y avanzar. Y diciendo esto, mi tío Toby dio media vuelta y avanzó resueltamente como si lo hiciera al frente de su compañía;—y el fiel cabo, echándose su vara al hombro como si fuera un fusil y dándose un golpe con la mano en el faldón de la casaca en el momento de arrancar,—avanzó asimismo tras el por la alameda. ——¿Qué estarán maquinando ahora esas dos molleras?, exclamó mi padre dirigiéndose a mi madre:—¡Por cuanto hay de raro en el mundo! ¡Están poniendo sitio en toda regla a la casa de Mrs Wadman! Ahora dan toda la vuelta marcando el paso para señalar las líneas de circunvalación. —Me atrevería a decir, dijo mi madre———Pero deténgase, querido señor,—porque lo que mi madre se atrevía a decir al respecto,—y lo que mi padre dijo a su vez,—así como las réplicas de ella y las contrarréplicas de él, todo ello será leído, examinado, parafraseado, comentado y discantado,—o, para decirlo todo en una palabra: será manoseado por el dedo gordo de la Posteridad en un capítulo aparte.—Digo por el dedo gordo de la Posteridad——y no me importa repetirlo;—porque, ¿qué ha hecho de malo este libro que no hayan hecho el Legado de Moisés o la Historia de un barril para no merecer salir, como ellos, de la alcantarilla del Tiempo?[18] No voy a discutir sobre esta cuestión: el Tiempo se desvanece con demasiada rapidez: cada letra que escribo me habla de la velocidad con que la Vida sigue a mi pluma; sus días y sus horas, ¡más preciosos, querida Jenny, que los rubíes que adornan tu garganta!, vuelan por encima de nuestras cabezas, como nubes ligeras de un día ventoso, para nunca más volver;—todo se precipita:—mientras tú te rizas ese mechón, —¡Mira!, se hace gris; y cada vez que te beso la mano para decirte adiós, y cada ausencia que sigue, son preludios de esa separación eterna que pronto habremos de padecer.—— —¡Que el cielo se apiade de los dos![19] Capítulo nueve Bien: por lo que el mundo piense de esta jaculatoria[20],—no daría ni cuatro peniques. Capítulo diez Mi madre había seguido con el brazo izquierdo enlazado al derecho de mi padre hasta que ambos hubieron llegado al fatal ángulo del viejo muro del jardín en el que Obadiah y su caballo de tiro habían derribado al doctor Slop dando con él en el suelo: como este recodo estaba justo enfrente de la fachada de la casa de Mrs Wadman, mi padre, al llegar allí, echó un vistazo; y al ver que mi tío Toby y el cabo se hallaban ya a sólo diez pasos de la puerta, se volvió hacia mi madre y le dijo:——‘Vamos a detenernos un segundo y veamos con qué ceremonial hacen su entrada mi hermano Toby y su criado Trim;—no nos llevará’, añadió mi padre, ‘ni un minuto’.——Aunque nos lleve diez no importa, dijo mi madre. ——No nos llevará ni medio, dijo mi padre. El cabo estaba empezando a contar la historia de su hermano Tom y la viuda del judío en aquel instante: la historia comenzó,—y siguió,—y se prolongó:—tenía múltiples episodios:—volvía atrás y se reanudaba:—se prolongaba más y más, y aquello no se acababa nunca:—el lector se impacientaba—— —¡Qué D—os perdone a mi padre! Renegó cincuenta veces de cada nueva postura de la pareja, y mandó la vara del cabo, con todas sus florituras y balanceos, a tantos diablos como hubo dispuestos a recogerlos. Cuando la disyuntiva de que se produzcan o no acontecimientos como los que mi padre está aguardando pende de los platillos de la balanza del destino, la mente sólo puede echar mano de un recurso si quiere verlos finalmente acontecer: el de cambiar por tres veces el motivo de la expectación. La curiosidad rige el primer impulso; el segundo es pura economía para justificar los gastos y dispendios del primero;—y en cuanto al tercero, cuarto, quinto y sexto impulsos, y así hasta el día del juicio final, de lo que ya se trata en ellos es de una simple cuestión de HONOR. No hace falta que se me diga que todo esto los moralistas se lo han atribuido a la Paciencia; pero me parece que esa VIRTUD tiene ya bajo su dominación la suficiente extensión de terreno propio (y bastante trabajo que hacer allí) como para verse en la necesidad de invadir los escasos y desmantelados castillos que el HONOR le haya dejado sobre la faz de la tierra. Mi padre, con la ayuda de estos tres recursos, resistió y aguantó como pudo hasta el final de la historia de Trim; y también hasta el final del panegírico que sobre las armas hizo mi tío Toby en el capítulo siguiente; pero al ver que en vez de encaminarse hacia la puerta de la casa de Mrs Wadman los dos daban media vuelta y se dirigían hacia la alameda, en sentido diametralmente opuesto al de sus esperanzas,—su cólera estalló en la forma de aquel acídulo y un poco bilioso humor que en determinadas situaciones distinguía a su carácter del de los demás hombres. Capítulo once ——‘¿Qué estarán maquinando ahora esas dos molleras?’, exclamó mi padre-- etc.----. —Me atrevería a decir, dijo mi madre, que van a construir fortificaciones.—— ———¡No osarán hacerlo en los predios de Mrs Wadman!, exclamó mi padre dando un paso atrás.—— —Supongo que no, dijo mi madre. —¡El diablo se lleve, dijo mi padre elevando la voz, la ciencia entera de la fortificación! ¡Con toda su hojarasca de zapas, minas, blindas, gaviones, falsas bragas y cunetas!—— ——Son todas idioteces,—dijo mi madre. Bien: mi madre tenía por sistema (y si algunas de sus reverencias, dicho sea de paso, se mostraran capaces de imitarla en ello, les daría en este mismo instante mi coleto púrpura y también, de balde, mis zapatillas amarillas)——no negar jamás su asenso ni su consenso a las proposiciones que mi padre establecía——por la sola y sencilla razón de que, o bien no las entendía, o bien no tenía ni la menor idea de lo que querían decir la palabra principal o el término técnico en torno a los que giraban el aserto o la proposición. Se contentaba, en su vida, con ver cumplidas todas las circunstancias que sus padrinos y madrinas le habían prometido:—no ansiaba más. Y así, era capaz de pasarse veinte años seguidos utilizando una palabra abstrusa,—o dándole la réplica (si se trataba de un verbo) con el perfecto empleo de todos sus modos y tiempos, sin molestarse ni una sola vez en preguntar su significado. Esta costumbre era una inagotable fuente de disgustos para mi padre; y yugulaba, recién nacidos, más diálogos prometedores entre ambos cónyuges de los que habría conseguido hacerlo la contradicción más petulante;—en cuanto a los pocos que lograban sobrevivir, más les habría valido no salir nunca de sus cunetas.—— ——‘Son todas idioteces’, dijo mi madre. ——Sobre todo las cunetas, respondió mi padre. Con aquello ya bastaba:—mi padre saboreó las mieles del triunfo——y prosiguió: ——En realidad no se podría hablar, si lo hacemos con propiedad, de los predios de Mrs Wadman, dijo corrigiéndose parcialmente a sí mismo,—pues ella no es, de hecho, más que una usufructuaria vitalicia—— ——Lo cual hace que la cosa cambie,—dijo mi madre.—— ——Para un idiota, quizá, respondió mi padre.—— —A menos que Mrs Wadman tuviera un hijo,—dijo mi madre.—— ——Antes tendría que convencer a mi hermano Toby para que se lo hiciera.—— ——Desde luego, Mr Shandy, dijo mi madre. ——Aunque si llega a convencerle,—dijo mi padre,—¡que el Señor se apiade de ellos! ¡De los dos! —Amén, dijo mi madre piano. —Amén, dijo mi padre fortissime[21]. —Amén, dijo nuevamente mi madre con un suspiro; —pero además lo hizo dotando de tal cadencia de autocompasión a la segunda sílaba de la palabra que hasta la última fibra del cuerpo de mi padre se estremeció de turbación;—al instante sacó su calendario; pero antes de que hubiera logrado desatar la cinta que lo anudaba, los miembros de la congregación de Yorick, que en aquel momento salían de la iglesia, le dieron la mitad de las respuestas que buscaba en él;—y al decirle mi madre que aquel día era, efectivamente, fiesta de guardar,—ya no le cupo la menor duda acerca de la otra mitad[22].—Así que volvió a meterse el calendario en el bolsillo. Si el primer Lord de la Tesorería hubiera regresado a casa cavilando sobre recursos y expedientes, no habría ofrecido un aspecto de mayor perplejidad[23]. Capítulo doce Al mirar hacia atrás, a partir del final del último capítulo, e inspeccionar la textura de lo que hasta ahora he escrito, se me ha aparecido como absolutamente necesaria la inserción de una buena cantidad de material heterogéneo en esta página y en las cinco próximas a fin de mantener ese justo equilibrio entre sabiduría y locura[24] sin el que un libro no podría aguantar ni el paso de un solo año: y no es precisamente por medio de una pobre y lánguida digresión (de esas que, al leerlas, y de no ser por el nombre, uno podría perfectamente pensar que todavía seguía andando por el camino real) como pienso llevar a cabo esta tarea:—no; si ha de haber una digresión, que sea retozona; y que trate de un tema retozón también, en el que no se pueda atrapar ni al caballo ni al jinete más que de rebote. La única dificultad está en hacer surgir los poderes adecuados a la naturaleza del empeño: la FANTASÍA es caprichosa,—al INGENIO no se lo debe buscar,—y la GRACIA (bondadosa mujerzuela como es) no acudiría a una llamada ni aunque fuera un imperio a rendirse a sus pies. —Lo mejor que puede hacer un hombre en semejantes circunstancias es rezar sus oraciones.—— Lo único es que si ello le trae a la memoria sus enfermedades e imperfecciones, tanto espirituales como corporales,—a los efectos que buscaba se encontrará, después de haberlas rezado, peor que antes;—a otros efectos se encontrará mejor. Por mi parte, creo que no hay sobre la faz de la tierra (o al menos no se me ocurre) ningún medio, ni moral ni material, que no haya intentado ya aplicar sin resultado en este caso: a veces, por ejemplo, me dirigía a mi propia alma y discutía una y otra vez con ella sobre el alcance de sus facultades:— —Jamás logré ensancharlas ni una mísera pulgada.—— Después cambié de sistema y probé a ver si se podía sacar algún provecho de ella por mediación del cuerpo, practicando la templanza, la moderación y la castidad. ‘Estas virtudes’, me dije, ‘son buenas en sí mismas,—son buenas en sentido absoluto,—son buenas en sentido relativo,—son buenas para la salud,—son buenas para alcanzar la felicidad en este mundo,—son buenas para alcanzarla en el mundo venidero—— En suma, eran buenas para todo menos para lo que se pretendía; y en lo que a aquello se refería, no servían de nada[25] excepto para dejar al alma exactamente igual que como Dios la hizo. En cuanto a las virtudes teológicas de la fe y la esperanza, es verdad que le infunden cierto valor; pero entonces viene esa virtud llorona que es la Mansedumbre (como siempre la llamaba mi padre) y se lo quita otra vez: de manera que volvemos a estar donde empezamos. Ahora bien, en los casos vulgares y corrientes he comprobado que no hay nada que dé mejor resultado que esto:— —(No cabe duda de que, si en alguna medida se puede confiar en la Lógica y yo no estoy cegado por el amor propio, algo de genio verdadero tiene que haber en mí, aunque sólo sea por el siguiente síntoma de ello: que no sé lo que es la envidia; pues cada vez que invento o descubro algo que pueda contribuir al progreso de la escritura, lo hago público al instante con el deseo de que la humanidad en pleno llegue a escribir tan bien como yo. —Cosa que sin duda hará cuando se pare a pensar sólo un poco: tan poco, incluso, como yo). Capítulo trece Bien: en los casos corrientes, es decir, cuando me siento completamente estúpido y los pensamientos me brotan lenta y pesadamente y se me quedan pegados a la pluma—— O cuando, sin saber cómo, me encuentro inmerso en una infamante vena de escritura fría y ametafórica y ni por la salvación de mi alma soy capaz de levantar el vuelo y salir de allí: de tal manera que me veo obligado a seguir escribiendo como un exégeta holandés[26] hasta el final del capítulo a menos que se haga algo para impedirlo—— —Lo que nunca hago es quedarme a discutir el asunto, ni durante un segundo, con la pluma y el papel; porque si un pellizco de rapé o un par de zancadas a lo largo de la habitación no me lo remedian,—entonces cojo inmediatamente una navaja y, tras probar el filo contra la palma de mi mano y sin ya más ceremonias (a excepción de la de enjabonarme antes la cara), me afeito la barba; teniendo tan sólo cuidado de que, si me dejo un pelo, no sea gris. Una vez hecho esto, me cambio de camisa,—me enfundo en una levita de mejor calidad,—ordeno que me traigan la última peluca que he comprado,—me pongo en el dedo mi anillo de topacio[27] y, en una palabra, me visto con tanta elegancia como me sea posible——de la cabeza a los pies. Pues bien: si esto no da resultado es que el rey de los infiernos ha tenido algo que ver; porque piense usted, señor, que no hay hombre a quien no guste estar presente durante el afeitado de su propia barba (aunque no hay regla sin excepción); y que, si él mismo interviene en la operación, es inevitable que mientras dura el proceso permanezca sentado frente a sí mismo:—la Situación, como todas ellas, tiene sus propias ideas que ofrece al cerebro.—— —Yo sostengo que los pensamientos de un hombre de áspera barba se hacen siete años más tersos y juveniles cada vez que se somete a la operación; y si no corrieran el peligro de acabar por desaparecer, podrían elevarse, a base de rasurados continuos, hasta las más altas cimas de la sublimidad.—Cómo es que Homero era capaz de escribir con una barba tan larga es algo que ignoro;—pero como va en contra de mi teoría, me da absolutamente igual.—Pero volvamos al Tocador. Ludovicus Sorbonensis hace del aseo un asunto exclusivamente corporal (e??te???? p?a???), lo llama[28];—pero se engaña: el alma y el cuerpo son copartícipes de cuanto obtienen: un hombre no puede vestirse sin que al mismo tiempo sus ideas se vistan también; y si se viste como un caballero, sus ideas se aparecen ante su imaginación tan ennoblecidas[29] como su propio aspecto;—de modo que lo único que ya tiene que hacer es tomar la pluma y escribir a su imagen y semejanza. Y por esta razón, cuando sus señorías y reverencias quieran saber si lo que yo escribo es limpio y bien legible, podrán obtener una respuesta igualmente justa y acertada mirando la factura de mi Lavandera que leyendo mi libro: puedo hacer constar que hubo un mes en el que ensucié treinta y una camisas por escribir con gran limpieza; y, después de todo, lo que escribí durante sólo aquel mes me valió más insultos, maldiciones, criticas y condenaciones (así como los movimientos desaprobatorios de mayor número de cabezas místicas) que lo que escribí durante todos los demás meses de aquel año juntos. —Pero sus señorías y reverencias aún no habían visto por entonces mis facturas. Capítulo catorce Como en ningún momento tuve la menor intención de empezar la Digresión para la cual estoy haciendo todos estos preparativos hasta que llegásemos al capítulo 15.º,—aún dispongo enteramente de éste para destinarlo al uso que me parezca conveniente:—en este mismo instante ya le tengo veinte a punto y preparados;—podría aprovecharlo para escribir en él mi Capítulo sobre los Ojales—— O mi capítulo sobre los Babs, que deberían ir a continuación—— O mi capítulo sobre los Nudos[30], en el caso de que sus reverencias hayan acabado ya con ellos;—pero me podrían llevar por el mal camino: lo más seguro es seguir los pasos de los ilustrados y poner objeciones a lo que he estado escribiendo ahora mismo, aunque ya declaro de antemano que no sé cómo responder a esas objeciones en mayor medida de lo que lo saben mis talones. Y se puede decir, en primer lugar, que en esta parte de la obra hay una especie de sátira tersítica e hiriente que es tan negra como la tinta con que ha sido escrita—(y, por cierto, quienquiera que sea el que esto diga, está en deuda con el comisario general de revistas del ejército griego, quien, al permitir que el nombre de un individuo tan indeseable y malhablado como Tersites siga en su nómina,—le brinda con su tolerancia la oportunidad de acuñar un nuevo epíteto)[31];—el acusador argüirá que en esta clase de producciones de ingenio todos los lavados y fregados corporales de la tierra no le harían ningún bien, de ningún tipo, a un espíritu abatido,—sino todo lo contrario, ya que cuanto más sucio esté el sujeto[32], mayor será, por lo general, el éxito de su empresa. A esto no tengo más respuesta—(al menos preparada)——que recordar que el Arzobispo de Benevento, como todo el mundo sabe, escribió su obsceno Romance del Galateo ataviado con una levita púrpura y con chaleco y calzones del mismo color; y que la pena que se le impuso (escribir un comentario sobre el libro de las Revelaciones), severa como le pareció a una parte del mundo, distó mucho de parecérselo a la otra——a causa (únicamente) de aquel Atuendo[33]. Otra objeción que puede ponérsele a este remedio contra las crisis de inspiración es su falta de universalidad: ya que la parte de los afeitados, en la que tanto hincapié se hace, resulta, por una inalterable ley de la naturaleza, completamente inútil para nada menos que la mitad de la especie. Lo único que puedo decir es que creo que las mujeres escritoras tanto de Inglaterra como de Francia podrán arreglárselas sin esa parte bastante bien.—— Y en cuanto a las damas españolas,—nada se me ha de reprochar[34].—— Capítulo quince Por fin ha llegado el Capítulo decimoquinto; pero no trae consigo más que la triste constatación de que ‘los placeres de este mundo se nos escapan cuando ya estamos encima de ellos’. Porque al hablar de mi digresión——¡pongo a Dios por testigo de que ya la he hecho! —¡Qué criatura un extraña es el hombre mortal!, dijo ella. —Muy cierto es eso, dije yo;—pero más vale que nos saquemos todas estas cosas de la cabeza y volvamos a mi tío Toby. Capítulo dieciséis Cuando mi tío Toby y el cabo llegaron al final de la alameda, cayeron en la cuenta de que su objetivo estaba por el otro lado; de modo que dieron media vuelta y marcharon directamente hasta la puerta de la casa de Mrs Wadman. —Yo le garantizo a usía que triunfará, dijo el cabo llevándose la mano a la gorra de montero al tiempo que se adelantaba un par de pasos a fin de ser él quien llamara a la puerta.——Mi tío Toby, contrariamente a como de manera invariable solía conducirse con su fiel criado, no dijo nada, ni bueno ni malo: la verdad era que aún no había ordenado del todo sus ideas; sentía deseos de celebrar otra conferencia y, mientras el cabo ascendía los tres escalones que había delante de la puerta,—tosió dos veces como queriendo decir algo:—a cada expulsión una porción de los espíritus más castos de mi tío Toby voló hacia el cabo; Trim, sin saber muy bien por qué, se quedó durante un minuto entero con el aldabón suspendido en la mano. Bridget, escondida, se hallaba detrás mismo de la puerta con el índice y el pulgar sobre el picaporte, transida de expectación; y Mrs Wadman, con la respiración contenida ante la perspectiva de ser desflorada otra vez, permanecía sentada tras la cortina de la ventana de su dormitorio, vigilando el acercamiento. —¡Trim!, dijo mi tío Toby;—pero justo en el instante de articular la palabra, el minuto expiró y Trim dejó caer el aldabón. Mi tío Toby, comprendiendo que aquello daba definitivamente al traste con todas sus esperanzas de una nueva conferencia,——se puso a silbar el Lillabullero. Capítulo diecisiete Como el índice y el pulgar de Mrs Bridget estaban ya sobre el picaporte, es evidente, pues, que el cabo no pudo llamar tantas veces como quizá acostumbre a hacerlo el sastre de usía.—La verdad es que podría no haberme movido de casa para dar con el ejemplo; porque al mío le debo, por lo menos, unas veinticinco libras; y me pregunto hasta dónde llegará la paciencia del hombre—— —Pero todo esto le trae al mundo sin cuidado: es tan sólo que andarse con deudas es una verdadera maldición; y parece como si a las tesorerías de algunos pobres príncipes[35] (concretamente los de nuestra casa real) las persiguiera una fatalidad a la que ninguna Economía pudiera echar cadenas. Yo, por mi parte, estoy convencido de que no hay en toda la tierra príncipe, prelado, papa o potentado, grande o pequeño, más sinceramente deseoso de estar monetariamente en paz con el mundo de lo que yo lo ansío;—o que tome medidas más plausibles para conseguirlo. Nunca doy más de media guinea,—ni voy con botas,—ni regalo mondadientes así como así[36],—ni echo un chelín en un cepillo en todo el año; y en cuanto a los seis meses que paso en el campo, mis gastos son tan reducidos que, dicho con toda la ecuanimidad del mundo, creo que supero a Rousseau en una barra de longitud[37]:——porque no sustento ni criado, ni mozo, ni caballo, ni vaca, ni perro, ni gato, ni nada que pueda comer o beber, a excepción de una pobre y delgada Vestal (para que me mantenga el fuego encendido)[38] que por lo general tiene tan mal apetito como yo;—pero si piensan ustedes que esto ya me convierte en filósofo,—no daría, ¡buenas gentes!, ni un comino por sus discernimientos. La verdadera filosofía——Pero no hay manera de hablar del tema mientras mi tío Toby siga silbando el Lillabullero. ——Así que entremos en la casa. ———————— Capítulo dieciocho * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ———————— Capítulo diecinueve * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ———————— Capítulo veinte * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * ——Verá usted el mismísimo lugar, señora, dijo mi tío Toby. Mrs Wadman se ruborizó,—desvió la mirada hacia la puerta,—empalideció,—volvió a ruborizarse ligeramente,—recobró su color natural,—se ruborizó más que nunca; todo lo cual, en consideración al lector poco instruido, traduzco así:—— ‘S——r! No puedo mirarlo.—— ¿Qué diría el mundo si lo mirara? Me desmayaría si lo mirara.—— Ojalá lo pudiera mirar.—— No puede haber pecado en mirarlo. —Lo miraré. Mientras todo esto recorría la imaginación de Mrs Wadman, mi tío Toby se levantó del sofá y se llegó hasta la puerta del otro lado del salón para darle a Trim, que estaba en el pasillo, las órdenes pertinentes al respecto.—— * * * * * * * * * *—Creo que está en el desván, dijo mi tío Toby.——Con el permiso de usía, lo he visto allí esta mañana, contestó Trim.——Entonces haz el favor de ir inmediatamente por él, Trim, dijo mi tío Toby, y tráelo al salón. El cabo no aprobaba las órdenes, pero las obedeció con alegría. Lo primero no era algo voluntario——y en cambio lo segundo sí; de modo que se puso su gorra de montero y fue a cumplirlas tan rápidamente como su pierna coja se lo permitía. Mi tío Toby regresó al salón y volvió a tomar asiento en el sofá. ——Podrá usted poner el dedo en el mismísimo lugar,—dijo mi tío Toby.——No, a tocarlo no llegaré, dijo Mrs Wadman para sus adentros. Esto precisa de una segunda traducción:——muestra cuán poco dicen las palabras por sí solas;—tenemos que remontarnos a los orígenes. Bien: ahora, y a fin de despejar la niebla que pende sobre estas tres páginas, debo procurar con todas mis energías ser yo mismo lo más claro posible. Frótense la frente con las manos por tres veces,—suénense la nariz,—descarguen sus emuntorios,—estornuden ustedes, ¡buenas gentes!—¡Jesús![39] —— Y ahora ayúdenme cuanto puedan. Capítulo veintiuno Como hay cincuenta fines diferentes (contándolos todos,—tanto los civiles como los religiosos) con los que una mujer puede tomar a un hombre por esposo, lo primero que hace es sopesarlos con gran cuidado para a continuación irlos separando y distinguiendo mentalmente hasta ver cuál, de todos ellos, es el suyo: después, valiéndose del razonamiento, la indagación, la argumentación y la inferencia, investiga y averigua si el que ella ha escogido es el bueno o no;—y si lo es——entonces, tirando de él suavemente hacia un lado y hacia otro, da un paso más y comprueba si posee la suficiente flexibilidad como para no romperse aunque se lo fuerce[40]. La imaginería de que se vale Slawkenbergius al principio de su tercera Década para imprimir en la fantasía de su lector este proceso——es tan cómica——que el respeto que le tengo al sexo no me permitirá reproducirla;—por otra parte, no está desprovista de humor. ‘Ella, en primer lugar’, dice Slawkenbergius, ‘detiene al asno[41], y, sujetándolo por el cabestro con la mano izquierda (para que no se escape), mete la derecha hasta el mismísimo fondo del cuévano, buscándolo’.—‘¿Buscando el qué?’ —‘No lo sabrá usted antes’, dice Slawkenbergius, ‘por interrumpirme’. ‘Yo no llevo más que botellas vacías, buena Señora’, dice el asno. ‘Y yo voy cargado de tripas’, dice el segundo. —‘Y tú no eres mucho mejor’, le dice ella al tercero; ‘porque en tus cuévanos no hay más que calzones anchos[42] y pantuflas’.—Y así con el cuarto y con el quinto: uno por uno va inspeccionando a todos los de la fila; hasta que, al llegar al asno que lo lleva, le vuelca el cuévano y lo mira,—lo considera,—lo prueba,—lo mide,—lo estira,—lo moja,—lo seca,—luego te muerde la trama y la urdimbre—— —‘¿A qué, por amor de Dios?’ ‘Estoy decidido’, contesta Slawkenbergius, ‘a que mi pecho no se deje arrancar jamás ese secreto, ni aun por todos los poderes de la tierra juntos’. Capítulo veintidós Vivimos en un mundo rodeado por todas partes de misterios y de enigmas:—así que uno más no importa;—sin embargo, resulta extraño que la Naturaleza, que tan bien lo hace todo para que cada cosa responda al fin que se le ha encomendado, y que muy pocas o ninguna vez yerra (a menos que lo haga por diversión) a la hora de conferir formas y aptitudes a los seres que pasan por sus manos (de tal manera que ya puede ir su obra destinada al arado, la caravana o el carro,—o modelar la criatura que se le antoje, aunque no sea más que un borriquillo, que uno estará siempre seguro de obtener exactamente lo que precisaba); resulta extraño, digo, que al mismo tiempo haga invariablemente una chapuza cada vez que le toca fabricar algo tan sencillo como un hombre casado. Si el problema radica en la elección de la arcilla,—o si es que ésta se estropea con enorme frecuencia al cocerla (por un exceso de cocción el marido puede salir demasiado áspero y duro, ya saben,—y no lo suficiente por un defecto de calor);—o si bien es que esta gran Artífice no atiende como debiera a las pequeñas exigencias platónicas de esa mitad de la especie para cuyo uso y provecho configura y fabrica a ésta otra,—o si es que a veces su Señoría tiene muy poca idea de la clase de marido que irá bien en cada caso,—todo eso es algo que yo no sé: hablaremos de ello después de la cena. Pero basta por ahora; que ni la observación misma ni el razonamiento acerca de ella vienen a cuento en absoluto: —más bien todo lo contrario, ya que, en lo que respecta a la idoneidad de mi tío Toby para el estado matrimonial, jamás se dio nada tan favorable: la Naturaleza lo había moldeado con la arcilla más dúctil y benigna:—la había suavizado con su propia leche e infundiéndole el espíritu más dulce;—y a él lo había hecho de lo más amable, generoso y humanitario que se pueda imaginar:—le había llenado el corazón de confianza y buena fe, y todos los conductos que hasta allí llevaban estaban perfectamente dispuestos para el libre paso de las más tiernas inclinaciones;—también había tenido muy en cuenta las demás causas por las que se prescribe el matrimonio—— Y en consecuencia, * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * Y aquel DON no había quedado afectado ni anulado por la herida de mi tío Toby. Ahora bien, la autenticidad de este último artículo era dudosa: tenía algo de apócrifo; y el Demonio, que es el gran perturbador de nuestra fe en este mundo, había suscitado escrúpulos al respecto en el cerebro de Mrs Wadman; y al mismo tiempo, como verdadero demonio que era, había coronado su obra convirtiendo la Virtud de mi tío Toby en botellas vacías, tripas, anchos calzones y pantuflas. Capítulo veintitrés Mrs Bridget había empeñado la totalidad del reducido capital de honor[43] que una pobre doncella puede poseer en este mundo al manifestar que llegaría al fondo de la cuestión en un plazo de diez días; y basaba su confianza en uno de las posdata[44] más admisibles de la naturaleza, a saber: que mientras mi tío Toby estuviérale haciendo el amor a su señora, el cabo no encontraría mejor ocupación que hacérselo a ella.—‘Y le dejaré hacérmelo cuanto quiera’, había dicho Bridget, ‘a fin de sonsacárselo todo’. La amistad tiene dos indumentarias: una exterior y otra interior. En la primera, Bridget estaba sirviendo a los intenses de su señora;—en la segunda, haciendo lo que más podía gustarle del mundo: de modo que tenía ante sí tantas bazas pendientes y dependientes de la herida de mi tío Toby como el mismo Diablo.—Mrs Wadman no tenía más que una,—y como muy bien podía ser la última, estaba decidida (sin por ello desalentar a Mrs Bridget ni poner en entredicho sus talentos) a jugar sus propias cartas. Y no precisaba de ayudas para hacerlo: hasta un niño podría haber leído en las manos de mi tío Toby:—jugaba sus triunfos con tal candor y sencillez, su desconocimiento del diez-as[45] estaba además tan desprovisto de suspicacias y recelos,—tan desnudo e indefenso se le veía sentado en el sofá con Mrs Wadman, que un corazón generoso habría llorado de ganarle una sola mano. Pero prescindamos de la metáfora. Capítulo veinticuatro —Y de la historia también,—si les parece: porque aunque he ido todo el rato a galope tendido para llegar cuanto antes a esta parte, con las ansias y el ardor que me infundía saber que éste era el bocado más exquisito que a mi disposición tema para ofrecerle al mundo, ahora que ya he llegado, sin embargo, será bien recibido cualquiera que desee tomar la pluma y proseguir con la historia en mi lugar;—veo las dificultades de las descripciones que voy a hacer——y noto que las fuerzas me flaquean. Una cosa, al menos, me consuela: haber perdido alrededor de ochenta onzas de sangre esta semana en el curso de una fiebre nada crítica que me atacó al comenzar este capítulo; de modo que todavía conservo ciertas esperanzas de que puedan quedarme más en las partes serosas o globulares de la sangre que en la sutil asara del cerebro;—sea como sea,—una Invocación no puede hacerme daño;—así que dejo enteramente la cuestión en manos del invocado, para que me inspire o me inyecte, según le parezca pertinente o acertado. La invocación ¡Gentil Espíritu del más dulce humor que antaño fuiste a posarte sobre la grácil pluma de mi adorado CERVANTES! ¡Tú, que a diario deslizábaste por entre su celosía y con tu presencia trocabas la penumbra de su celda en resplandor de mediodía;—que rociabas de Néctar celestial su pequeño cuenco de agua; que, mientras escribía sobre Sancho y su señor, cubrías con tu manto místico su muñón marchito(46), para más tarde extenderlo generosamente sobre todas las desdichas de su vida!—— —¡Vuélvete hacia aquí, te lo suplico!—¡Contempla estos calzones! ¡Son todo lo que en el mundo tengo!—Ese lamentable desgarrón me lo hicieron en Lyon—— ¡Mis camisas! ¡Fíjate en el cisma tan fatal que entre ellas tuvo lugar!—Pues los faldones se encuentran en la Lombardía mientras que el resto está aquí.—Lo más que nunca tuve fueron seis, y una lavandera gitana y trapacera les cortó en Milán, ¡a cinco de ellas!, los faldones delanteros.—Para hacerle justicia hay que decir que lo hizo con cierta consideración:—por entonces yo salía ya de Italia[48]. Y sin embargo, a pesar de todo esto, y de un yesquero con pistolas además (me lo birlaron en Siena), y de dos veces en que tuve que pagar por otros tantos huevos duros cinco Pablos (una en Raddicoffini, la segunda vez en Capua)[49], —no me parece que un viaje por Francia e Italia sea algo tan malo (siempre y cuando el que lo haga conserve la calma y el humor desde el principio hasta el final) como algunas personas te harían creer[50]: altibajos ha de haber, o si no, ¿cómo diablos descenderíamos hasta esos valles en que la Naturaleza despliega tantas y tan hospitalarias mesas?—Es una insensatez imaginar que le van a alquilar a uno sus voitures[51] para que las haga añicos a cambio de nada; y si no pagara uno doce sous por el engrase de las ruedas, ¿de qué manera conseguiría entonces el pobre campesino mantequilla para el pan?—Realmente esperamos demasiado;—y en cuanto a la livre o dos que por encima de la par nos cuestan las cenas y la cama,—a lo sumo equivalen solamente a un chelín con nueve peniques y medio:—¿y quién se enzarzaría en una discusión sobre la filosofía del francés por semejante cantidad? Por amor del cielo y por el suyo propio, pague,—pague usted la diferencia con las manos bien abiertas antes que dejar que el Desencanto asome, entristeciéndolos, por los ojos de la hermosa Posadera y sus Doncellas, que desde el zaguán contemplan su partida;—y además, mi querido señor, usted obtiene de cada una de ellas un beso fraternal que bien vale una libra;—por lo menos yo lo obtuve—— —Porque lo cierto es que los amoríos de mi tío Toby, que se pasaron todo el viaje correteando por mi cabeza, produjeron en mí los mismos efectos que si se hubiera tratado de los míos:—me hallaba en un estado de absoluto desprendimiento y buena voluntad; y a cada oscilación de la silla de posta, fuera del cariz que fuese, sentía vibrar dentro de mí la armonía más perfecta; de modo que del todo indiferente me resultaba que las carreteras fueran lisas o escabrosas; todo lo que veía o encontraba a mi paso conmovía algún secreto resorte de sentimiento o embeleso. —Fueron las notas más dulces que jamás oí; e inmediatamente bajé la ventanilla delantera para escucharlas con mayor nitidez.——Es Maria, dijo el postillón al advertir que yo les prestaba atención.——La pobre Maria, añadió (al tiempo que se echaba hacia un lado para dejármela ver bien, pues se interponía en línea recta entre ella y yo), está ahí, sentada en un montículo, tocando a vísperas con su flauta y con su cabritillo al lado. El hombre, un joven, pronunció estas palabras en un tono y con una expresión tan en perfecta consonancia con un corazón sensible que al instante me hice la promesa de darle una moneda de veinticuatro sous cuando llegáramos a Moulins.—— ———¿Y quién es la pobre Maria?, dije yo. —El objeto del amor y la compasión de todos los pueblos de alrededor, dijo el postillón;—hace tan sólo tres años que el sol dejó de brillar para esa doncella tan hermosa, vivaz, inteligente y amable; Maria merecía mejor suerte que ver cómo le prohibían las Amonestaciones por culpa de las intrigas del cura de la parroquia que las hizo públicas—— El joven iba a continuar cuando Maria, que había hecho una breve pausa, se llevó la flauta a los labios y empezó de nuevo el aire:—eran las mismas notas;——y sin embargo sonaban diez veces más dulces.——Es el servicio vespertino de la Virgen, dijo el joven;—pero quién se lo ha enseñado a tocar,—y de dónde sacó la flauta, nadie lo sabe; nosotros creemos que Dios la ha ayudado en ambas cosas; porque desde que se quedó perturbada mentalmente, parece ser su único consuelo:—nunca se separa de su flauta y se pasa, casi enteros, noche y día tocando ese servicio. El postillón contó todo esto con tanta discreción y con una elocuencia tan natural que no pude por menos de descifrar en su semblante ciertos signos que se elevaban por encima de su condición; y le habría preguntado por su propia historia si la pobre Maria no se hubiera apoderado tan completamente de mí. Por entonces casi habíamos llegado ya al montículo en que se hallaba sentada Maria: llevaba una chaquetilla blanca, y el cabello, a excepción de las dos trenzas, recogido en una redecilla de seda con unas cuantas hojas de olivo ceñidas un poco fantasiosamente a un lado;—era muy hermosa; y si alguna vez he sentido en toda su intensidad el sincero dolor de una herida en el corazón, fue sin duda en el momento en que la vi.—— ——¡Dios la ampare! ¡Pobre doncella! Más de cien misas, dijo el postillón, se han celebrado ya por ella en las diferentes iglesias y conventos parroquiales de la vecindad; —pero sin el menor efecto; todavía tenemos esperanzas (pues se muestra cuerda a cortos intervalos) de que finalmente la Virgen le devuelva la razón; pero sus padres, que son quienes mejor la conocen, ya no albergan esperanzas en ese sentido y creen que ha perdido el seso para siempre. Mientras el postillón decía todo esto, MARÍA se puso a tocar una cadencia tan melancólica, tan tierna y quejumbrosa, que salté de la silla para ofrecerle mis respetos y mi ayuda; y antes de que se me hubiera enfriado el entusiasmo, me encontré senado entre la cabra y ella. MARÍA se me quedó mirando fijamente durante un rato y después miró a su cabra;—luego a mí,—y luego a la cabra otra vez, y así alternativamente.—— ——Y bien, Maria, dije yo con suavidad:—¿qué parecido nos encuentras? Ruego al lector imparcial que me crea si le digo——que la única razón por la que hice esta pregunta fue mi más humilde convicción de que el hombre es un verdadero Animal; y que nunca sería capaz de gastar una broma inoportuna en la venerable presencia de la Desdicha ni aunque con ello me hiciera acreedor a todo el ingenio que dejara desperdigado Rabelais;—y sin embargo, he de reconocer que se me resintió el corazón, y que tanto me escoció la sola idea de semejante posibilidad que me juré aspirar siempre a la Sabiduría y no decir sino sentencias graves durante el resto de mis días;—y nunca,—nunca jamás, mientras tenga que vivir, volver a cometer con hombre, mujer o niño el delito de la alegría. En cuanto a lo de escribirles disparates,—creo que hice alguna reserva mental;—pero eso se lo dejo al mundo para que dictamine. —Adieu, Maria![52] —¡Adieu, pobre y desventurada doncella!—Tal vez algún día, pero no hoy, pueda escuchar de tus propios labios el relato de tus penas.—Pero me engañaba: porque en aquel instante cogió la flauta y empezó a contarme a través de sus notas una historia tan desgarradora que me puse en pie y me dirigí lentamente hacia la silla con paso quebrado e irregular. ——¡Qué posada tan magnífica la de Moulins! Capítulo veinticinco Cuando lleguemos al final de este capítulo (pero no antes), deberemos volver todos a los dos que quedaron en blanco, por cuya causa mi honor no ha cesado de sangrar durante la última media hora:—logro detener la hemorragia quitándome una de mis zapatillas amarillas y arrojándola con todas mis fuerzas a la otra punta de la habitación con la siguiente declaración inscrita en el tacón:—— —Que cualquiera que sea la semejanza que estos dos capítulos puedan tener con la mitad de los que se han escrito en el mundo o (por todo lo que yo sé) se están escribiendo ahora en él,—es algo tan casual como la espuma del caballo de Zeuxis[53]: por otra parte, me merece gran respeto un Capítulo que lo único que dice es nada; y considerando cuántas cosas hay peores en el mundo,—no me parece en modo alguno que sea el adecuado sustitutivo de la sátira—— —¿Por qué se lo dejó entonces así? Aquí, sin aguardar a mi respuesta, se me llamará necio, zote, zopenco, idiota, mentecato, bolonio, pazguato, lerdo, ca- -a-camas,—y demás epítetos de mal gusto untas veces como se los prodigaron los bolleros de Lerné a los pastores del Rey Gargantúa delante de sus propias barbas[54].—Y les dejaré hacerlo, como dijo Bridget, cuanto quieran; porque, ¿cómo podían mis insultadores prever la necesidad que yo tenía——de escribir el capítulo 25.º de mi libro antes que el 18.º, etc.? ——Así que no me lo tomaré a mal.—Lo único que deseo es que esto pueda servir al mundo de lección ‘para que de ahora en adelante deje que la gente atente sus historias a su manera’ El Capítulo Decimoctavo. Como Mrs Bridget abrió la puerta casi antes de que el cabo hubiera podido llamar del todo, el intervalo que medió entre aquel momento y el de la entrada de mi tío Toby en el salón fue un breve que Mrs Wadman sólo tuvo el tiempo justo para retirarse de tras la cortina,—colocar una Biblia sobre la mesa y dar un paso o dos en dirección a la puerta con el fin de salirle a recibir. Mi tío Toby saludó a Mrs Wadman al estilo en que los hombres saludaban a las mujeres en el año de nuestro Señor de mil setecientos trece;—a continuación, dándose media vuelta, avanzó con ella de frente hasta el sofá y, en tres sencillas palabras—(aunque no antes de sentarse——ni después de haberlo hecho,——sino mientras tomaba asiento), le dijo ‘que estaba enamorado’;—así que mi tío Toby se apresuró a soltar su declaración un poco más de lo necesario. Mrs Wadman, naturalmente, bajó la mirada y la dirigió hacia un descosido que se había estado zurciendo en el delantal, a la espera de que en cualquier insume mi tío Toby prosiguiera; pero careciendo de talento para la ampliación, y siendo además (de entre todos) el AMOR el tema en que menos experto era, —una vez que ya le había dicho a Mrs Wadman que la amaba, decidió callarse y dejar correr el asunto para que se desenvolviera por sí solo. A mi padre siempre le arrebataba de placer este sistema de mi tío Toby, como alevosamente lo llamaba, y a menudo decía que, sólo con que su hermano hubiera añadido una pipa de tabaco al procedimiento,—habría hallado (si podía uno fiarse de cierto proverbio español)[55] modo de abrirse paso hasta los corazones de la mitad de las mujeres del globo. Mi tío Toby no entendió nunca muy bien qué quería decir mi padre con aquello; y no presumiré yo de sacar más conclusión de ello que la condenación de un error en el que cae la mayor parte del mundo—(a excepción de los franceses, que como un solo hombre creen en ello casi tanto como en la PRESENCIA REAL)[56], a saber: ‘que hablar del amor es hacerlo ya’. ——Lo mismo me podría poner ahora a hacer una morcilla según esta receta. Prosigamos: Mrs Wadman se quedó esperando a que mi tío Toby hiciera tal cosa[57] casi hasta el primer segundo de ese minuto en el que por lo general el silencio, de una parte o de otra, se hace algo indecente: entonces, acercándose un poquito más a él y levantando la mirada (y no sin, al hacerlo, ruborizarse levemente),—recogió el guantelete—(o la conversación, si así lo prefieren) y comentóle a mi tío Toby lo siguiente: —Las preocupaciones e inquietudes del estado matrimonial o de casado, dijo Mrs Wadman, son muy grandes.—Ya lo supongo,—dijo mi tío Toby. —Y por eso, prosiguió Mrs Wadman, cuando una persona vive tan a gusto como usted,—y es tan feliz, capitán Shandy, consigo mismo, sus amigos y sus diversiones como lo es usted,—me pregunto qué razones pueden inclinarle a adoptar el estado—— Están escritas, dijo mi tío Toby, en el Libro de la Oración Común[58]. Hasta aquí llegó mi tío Toby, cautelosamente y sin aventurarse mar adentro, dejando que fuera Mrs Wadman quien navegara viento en popa por el golfo si así se le antojaba. ——En cuanto a los hijos,—dijo Mrs Wadman,—aunque son quizá uno de los fines principales de la institución y el natural deseo, supongo, de todos los padres,—¿no nos encontramos, sin embargo, con que son asimismo causa de indudables disgustos y en cambio un muy dudoso consuelo? ¿Y qué se recibe, querido señor, en pago por las angustias que provocan?—¿Cuál es la compensación de las numerosas, delicadas y desasosegadoras aprensiones de la madre sufrida e indefensa que los trae al mundo? —He de reconocer, dijo mi tío Toby traspasado de compasión, que no sé de ninguna; excepto, tal vez, la satisfacción de haber servido y complacido a Dios—— —¡Un rábano!, dijo ella[59]. El Capítulo Decimonoveno. Bien: existe una tal infinidad de notas, tonos, dejos, melodías, aires, ademanes y acentos con los que la palabra rábano puede pronunciarse en ocasiones como ésta (y cada uno de ellos la dota de un sentido o significado tan distinto del otro como lo es la suciedad de la limpieza)——que los Casuistas (pues por este motivo se trata de un caso de conciencia) cuentan no menos de catorce mil en los que, dependiendo de cuál se emplee, puede obrarse bien o mal. Mrs Wadman fue a dar justamente con el rábano que haría que la totalidad de la recatada sangre de mi tío Toby se le agolpara en las mejillas;—de modo que sintiendo en su fuero interno que de una u otra forma se había alejado de la costa, se detuvo en seco; y sin entrar en más detalles acerca de los sufrimientos y placeres del matrimonio, se llevó la mano al corazón y se ofreció a tomarlos como vinieren (tanto los unos cuanto los otros) y a compartirlos con ella de por vida fueren cuales fuesen las circunstancias. Una vez dicho esto, mi tío juzgó superfluo seguir insistiendo en ello; de modo que, al recaer su mirada sobre la Biblia que Mrs Wadman había colocado encima de la mesa, la cogió; y abriéndola al azar, ¡alma bendita!, justamente por el pasaje que, de entre todos, más podía interesarle—(y que era el sitio de Jericó),—se puso a leerlo con la aparente intención de llegar hasta el final,—dejando, como ya había hecho con su declaración de amor, que su propuesta de matrimonio se desenvolviera y surtiera sus efectos por sí sola. Pero lo que ocurrió fue que no surtió el efecto de un astringente ni tampoco el de un laxante; ni el del opio, ni el de la quina, ni el del mercurio, ni el del cambrón[60], ni el de ninguna de las drogas con que la naturaleza ha obsequiado al mundo;—en suma, no surtió en Mrs Wadman el menor efecto; y la causa era que ya antes había algo que estaba surtiendo en ella sus efectos.——¡Maldito charlatán! Ya he anticipado de qué se trataba por lo menos una docena de veces; pero aún le queda al tema mucha leña que quemar: —allons[61]. Capítulo veintiséis Es natural que un extranjero que va de Londres a Edimburgo pregunte, antes de partir, cuántas millas hay hasta York, que es más o menos la mitad del trayecto;—y nadie se asombra si a continuación va y pregunta por la Corporación, etc. --[62] Igual de natural era que Mrs Wadman, cuyo primer marido se había pasado media vida aquejado de Ciática, deseara saber si la cosa estaba más cerca de la cadera o de la ingle; así como si sus sentimientos tenían más o menos probabilidades de verse heridos y de sufrir en un caso que en el otro. Y al efecto se había leído la anatomía de Drake de cabo a rabo. Había hojeado el tratado de Wharton sobre el cerebro y pedido prestado el de Graaf sobre los huesos y los músculos(63); pero no había sacado nada en limpio de todo aquello[65]. Asimismo había hecho uso de sus propias facultades: razonó,—postuló teoremas,—extrajo consecuencias——y no llegó a ninguna conclusión. A fin de aclararlo todo, le había preguntado al doctor Slop, en dos ocasiones, ‘si había posibilidades de que el pobre capitán Shandy se recobrara de su herida alguna vez’—— ——Ya está recuperado, le había dicho el doctor Slop.—— —¡Cómo! ¿Del todo? ——Del todo, señora.—— —Pero, ¿qué entiende usted exactamente por recuperación?, le había dicho entonces Mrs Wadman. No había hombre en el mundo al que peor se le dieran las definiciones que al doctor Slop; de modo que Mrs Wadman no pudo obtener una respuesta satisfactoria: en resumen, no había más forma de averiguarlo que preguntárselo a mi tío Toby en persona. Hay un cierto tono humanitario y compasivo al hacer preguntas de este tipo que logra adormecer a la SOSPECHA hasta que esta acaba por quedarse como un tronco;—y estoy medio convencido de que la serpiente se acercó mucho a él en su conversación con Eva; porque la propensión a dejarse engañar del sexo——no podía ser tan grande en ella como para tener la audacia de estarse de charla con el diablo sin que mediara en el portento ese tono del que hablo:—ese tono humanitario—¿cómo describirlo?—Es un tono que cubre con un velo la parte en cuestión y que da al inquiridor derecho a examinarla——tan detalladamente como si del cirujano propio se tratara. ——¿Fue irremediable?—— ——¿Le resultaba más tolerable estando acostado? ——¿Le permitía echarse de los dos lados? ——¿No le impedía montar a caballo? ——¿No le resultaba perjudicial el movimiento?, et caetera; todas estas preguntas fueron dirigidas al corazón de mi tío Toby con tanta ternura que cada una de las palabras que las integraban le llegó diez veces más hondo de lo que jamás lo habían hecho los dolores de que eran objeto;—pero cuando Mrs Wadman, de camino hacia la ingle de mi tío Toby, dio un rodeo por Namur y le persuadió de atacar la cúspide de la contraescarpa adelantada y de tomar pêle-mêle[66] con los holandeses, sable en mano, la contraguardia de St Roch;—y cuando a continuación (y mientras dulces notas resonaban en sus oídos) le sacó sangrando de la trinchera, cogido de la mano, y le condujo hasta su tienda al tiempo que se enjugaba las lágrimas,——¡Cielos! ¡Tierra! ¡Mar!,—todo se elevó,—los resortes de la naturaleza se alzaron por encima de sus niveles,—era un ángel de misericordia quien se hallaba a su lado sentado en el sofá,—el corazón se le abrasó inflamado——y, de haber poseído un millar de ellos, todos, los habría perdido en favor de Mrs Wadman. ——¿Y más o menos dónde, querido señor, le dijo Mrs Wadman un poco categóricamente, recibió usted esa herida cruel?—En el momento de hacer esta pregunta, Mrs Wadman dirigió la vista disimuladamente hacia la cintura de los calzones de felpa roja de mi tío Toby, esperando, naturalmente, que él le daría la respuesta más breve y directa señalando con el dedo índice el lugar exacto.—Pero las cosas sucedieron de otra forma:—mi tío Toby había recibido su herida delante de la puerta de St Nicolas, en uno de los traveses de la trinchera y frente al ángulo saliente del medio-baluarte de St Roch; y en cualquier momento podía clavar un alfiler en el preciso y justo lugar en que se hallaba él cuando la piedra le golpeó: esta idea vino al instante a golpearle a su vez en el sensorio,—y junto a ella se le apareció, también allí, la imagen del enorme mapa de la ciudad, la ciudadela y los alrededores de Namur que había comprado y (con la ayuda del cabo) pegado con engrudo a un tablero durante su larga convalecencia:—se encontraba en el desván con otros trastos militares desde entonces, y en consecuencia se destacó al cabo hasta el susodicho lugar para que fuera a buscarlo y lo trajera. Mi tío Toby, con las tijeras de Mrs Wadman, midió treinta toesas a partir del ángulo entrante anterior a la puerta de St Nicolas; y con tan virginal pudor le cogió un dedo y se lo puso en el lugar exacto——que a la diosa de la Decencia, si es que aún existía por entonces—(si no, entonces fue a su sombra),—no le quedó ya más remedio que sacudir la cabeza, agitarle el índice a Mrs Wadman delante de los ojos ——y prohibirle aclarar el equívoco. ¡Infeliz Mrs Wadman! —Porque sólo un apóstrofe dirigido a ti puede hacer que este capítulo se despida con viveza y energía;—pero mi corazón me dice que en medio de semejante crisis un apostrofe no es sino un insulto con disfraz, y antes que propinarle uno a una mujer que está en apuros,—dejaría que el capítulo entero se fuera al diablo; siempre y cuando cualquiera de los críticos a sueldo[67] que diariamente se condenan——se tomara la molestia de llevárselo consigo. Capítulo veintisiete El Mapa de mi tío Toby es bajado a la cocina. Capítulo veintiocho —Aquí está el Maes——y éste es el Sambre[68], dijo el cabo señalándolos con la mano derecha un poco extendida hacia el mapa y la izquierda sobre el hombro de Bridget—(y no precisamente sobre el hombro que tenía más cercano);—y ésta, dijo, es la ciudad de Namur,—y ésta es la ciudadela:—allí estaban los franceses——y aquí estábamos usía y yo;—y fue en esa maldita trinchera, Mrs Bridget, dijo el cabo cogiéndola de la mano, donde usía recibió la herida que, lamentablemente, le dejó destrozado aquí.—Y al pronunciar la última palabra, apretó ligeramente contra la parte en cuestión el dorso de la mano de la doncella——y la soltó. —Teníamos entendido, Mr Trim, que había sido más hacia el centro,—dijo Mrs Bridget.—— —Eso nos habría dejado ya fastidiados para siempre jamás,—dijo el cabo. ——Y a mi pobre señora también la habría dejado igual,—dijo Bridget. Por toda respuesta a su agudo comentario, el cabo le dio un beso a Mrs Bridget. —Vamos,—vamos,—dijo Bridget——poniendo en sentido paralelo al plano horizontal la palma de la mano izquierda y deslizando por encima los dedos de la otra de una manera en la que habría resultado imposible hacerlo si en la primera mano hubiera habido la más mínima verruga o protuberancia.——¡Eso es falso hasta la última sílaba!, exclamó el cabo antes de que ella hubiera llegado siquiera a la mitad de la frase. ——Sé por testigos dignos de crédito, dijo Bridget, que el caso es ese. ——Por mi honor, dijo el cabo llevándose una mano al corazón y ruborizándose de sincera indignación mientras hablaba,—que esa, Mrs Bridget, es una historia tan falsa como el infierno.——No es que, dijo Bridget interrumpiéndole, a mí ni a mi señora nos importe ni medio penique que lo sea o no:——es solamente que, cuando una se casa, le gustaría tener eso por lo menos—— Haber dado comienzo al ataque con una demostración manual resultó a la larga algo bastante desafortunado para Mrs Bridget; porque inmediatamente el cabo * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * * Capítulo veintinueve La duda de ‘si Bridget se echaría a reír o a llorar’ fue como el momentáneo debate que suele tener lugar en los húmedos párpados de las mañanas de abril. Echó mano de un rodillo de amasar y lo levantó:—diez a uno a que se reía—— Lo soltó:—se echó a llorar; y si una sola de sus lágrimas hubiera tenido sabor amargo, el corazón del cabo habría lamentado profundamente la utilización del argumento por su parte; pero el cabo comprendía al bello sexo mejor que mi tío Toby por lo menos en lo que va de una cuarta a una tercera[69]; y en consecuencia atacó a Mrs Bridget del siguiente modo: —Sé muy bien, Mrs Bridget, dijo el cabo dándole un beso de lo más respetuoso que se pueda imaginar, que eres buena y casta por naturaleza, y que además eres una muchacha tan generosa que, si mal no te conozco, serías incapaz de herir a un insecto (no digamos de herir en su honor a un caballero tan valioso y valeroso como mi señor), ni aunque te hicieran condesa por ello;—pero te han embaucado e inducido, querida Bridget, como les sucede con frecuencia a las mujeres, ‘a complacer más a otras personas que a ti misma’.—— Los ojos de Bridget se pusieron a diluviar ante las sensaciones que el cabo, poco a poco, iba excitando en ella. ——Dime,—dime, pues, querida Bridget, prosiguió el cabo cogiéndola de la mano (que la joven tenía colgada e inerte a un lado)——y dándole un segundo beso:—¿de quién parten las sospechas que así te han engañado? Bridget sollozó una vez o dos——y a continuación abrió los ojos:—el cabo le secó las lágrimas con la punta de su delantal——y entonces ella le abrió su corazón de par en par y se lo contó absolutamente todo. Capítulo treinta Mi tío Toby y el cabo habían seguido por separado con sus respectivas operaciones a lo largo de la mayor parte de la campaña: careciendo cada uno de información acerca de lo que el otro hacía como si se hubieran encontrado efectivamente separados por el Maes o por el Sambre. Mi tío Toby, por su parte, se había ido presentando en casa de Mrs Wadman tarde tras tarde alternando su uniforme plateado y rojo con el azul y dorado, y, enfundado en ellos, había llevado a cabo infinidad de ataques sin saber que lo eran;—y así, no tenía nada sobre lo que dar información.—— El cabo, por la suya, había ganado terreno y obtenido considerables ventajas al conquistarse a Bridget;—y en consecuencia tenía mucha información que dar;—pero para explicar en qué consistían las ventajas,—así como la manera en que las había obtenido, hacía falta ser un narrador tan sutil que el cabo no se atrevió a aventurarse en el relato de sus triunfos; y, henchido de gloria como estaba, antes se habría resignado a seguir durante el resto de sus días con la cabeza descubierta y sin laureles——que torturar el pudor de su señor un solo instante. —¡Tú, el mejor, el más honrado y galante de todos los criados!—¡Pero ya te he apostrofado una vez, Trim!—Y si además te pudiera apoteosizar (es un decir) en buena compañía,—lo haría sin ceremonias en el acto, en la mismísima página que viene. Capítulo treinta y uno Bien: una noche había mi tío Toby dejado la pipa sobre la mesa y hallábase contando con los dedos de la mano (empezando por el pulgar) todas las perfecciones de Mrs Wadman una por una cuando, habiéndole ya sucedido en dos o tres ocasiones consecutivas que, bien por omitir unas, bien por contar otras dos veces, se había armado lamentablemente un lío hasta el extremo de no haber logrado pasar nunca todavía del dedo corazón,——¡Por favor, Trim!, le dijo volviendo a coger la pipa:—tráeme papel y pluma. Trim le llevó tinta también[70]. —¡Coge una hoja entera,—Trim!, le dijo mi tío Toby al tiempo que con la pipa le hacía una indicación de que tomara una silla y se sentara ante la mesa junto a él. El cabo obedeció,—se puso el papel delante,—cogió la pluma y la mojó en la tinta. ——¡Tiene mil virtudes, Trim!, dijo mi tío Toby.—— —¿He de irlas apuntando, con el permiso de usía?, dijo el cabo. ——Sí, pero deben ir en orden de importancia, respondió mi tío Toby; porque de todas ellas, Trim, la que más me cautiva (y que además es una garantía para el resto) es la faceta compasiva y la singular humanidad de su carácter;—te aseguro, Trim, añadió mi tío Toby elevando la mirada como si el destinatario de su aseveración fuera el techo,—que Mrs Wadman no podría preguntarme por mis padecimientos con más constancia y ternura si yo fuera mil veces hermano suyo; —aunque ahora ya ha dejado de hacerlo. La única respuesta del cabo a la aseveración de mi tío Toby fue una ligera tos;—mojó la pluma en el tintero por segunda vez; mi tío Toby acercó la punta de su pipa a la hoja cuanto pudo——para indicarle con ella la esquina superior izquierda del papel,—y el cabo anotó allí la palabra HUMANIDAD---- así. —Y dime, cabo, le interpeló mi tío Toby en cuanto Trim hubo terminado:——¿te pregunta con mucha frecuencia Mrs Bridget por la herida que en la batalla de Landen recibiste en la rodilla? —Con el permiso de usía, nunca me pregunta por ella. —Eso, cabo, dijo mi tío Toby con todo el aire triunfal que su bondadosa naturaleza le permitía,—eso muestra la diferencia de carácter entre la señora y la doncella;—si los azares de la guerra me hubieran deparado a mí esa desgracia, Mrs Wadman me habría preguntado un centenar de veces por todas y cada una de las circunstancias relacionadas con ella.——Con el permiso de usía, siempre le habría hecho diez veces más preguntas por la ingle de usía.——El dolor, Trim, es igualmente agudo en ambos sitios,—y la Compasión tiene tanto que ver con el uno como con el otro.—— ——¡Dios bendiga a usía!, exclamó el cabo;—¿qué tendrá que ver la compasión de una mujer con la herida de un hombre en la rodilla? Si a usía se la hubieran hecho diez mil astillas de un disparo durante la refriega de Landen, tenga por seguro que a Mrs Wadman le habría producido tan pocos quebraderos de cabeza como a Bridget; porque, añadió el cabo bajando la voz y articulando las palabras con gran claridad al exponer su razonamiento,—— —‘La rodilla se encuentra a bastante distancia del cuerpo principal,—mientras que la ingle, como usía sabe, está al lado mismo de la cortina de la plaza’[71]. Mi tío Toby emitió un prolongado silbido;—pero en una nota tan baja que apenas si se lo pudo oír al otro extremo de la mesa. El cabo había llegado demasiado lejos para ahora retroceder:—en tres palabras le contó el resto.—— Mi tío Toby dejó la pipa sobre el enrejado de la chimenea con tanta suavidad como si hubiera estado hecho con los hilos sueltos de una tela de araña.—— ———Vamos a casa de mi hermano Shandy, dijo. Capítulo treinta y dos Mientras mi tío Toby y Trim se encaminan hacia la casa de mi padre, tendré el tiempo justo para informarles que, algunas lunas antes, Mrs Wadman había convertido a mi madre en su confidente; y que Mrs Bridget, quien no sólo tenía que soportar la carga de su propio secreto sino además guardar el de su señora, le había traspasado felizmente ambos a Susannah detrás del muro del jardín. En lo que respecta a mi madre, no vio en ello la menor razón para armar ningún escándalo;—pero Susannah se bastaba y sobraba para, por sí sola, reunir la totalidad de los motivos y propósitos que entre todos ustedes juntos podrían aducir a la hora de exportar un secreto de familia: porque al instante se lo comunicó a Jonathan por señas;—Jonathan por gestos a la cocinera mientras ésta pringaba en el asador un lomo de carnero[72]; la cocinera se lo vendió, junto con un poco de la grasa del animal, por una moneda de cuatro peniques al postillón, quien a su vez se lo cambió a la lechera por alguna cosa de aproximado valor;—y aunque en el henil el secreto fue tan sólo susurrado, el RUMOR cazó al vuelo las notas con su trompeta de latón y las lanzó a los cuatro vientos desde lo alto del tejado.—En una palabra, no hubo comadre en la aldea, ni en cinco millas a la redonda, que no se enterara de las dificultades del asedio de mi tío Toby y de cuáles eran las cláusulas secretas que habían demorado la rendición.—— Mi padre, que tenía por costumbre forzar todos los sucesos de la naturaleza hasta convertirlos en teorías (por culpa de esta tendencia se puede decir que jamás hubo otro hombre que mortificara a la VERDAD con tanta frecuencia e intensidad como él solía),—acababa de enterarse de que corría aquella voz cuando mi tío Toby emprendió la marcha hacia su casa; y montando inmediatamente en cólera ante la ofensa que a su hermano se hacía con ello, estaba demostrándole a Yorick (a pesar de que mi madre estaba allí delante)——no sólo ‘que las mujeres tenían el demonio en el cuerpo y que en todo aquel asunto no había más que lujuria’, sino que la totalidad de los males y desórdenes del mundo, fueran de la clase y naturaleza que fuesen, desde la caída inicial de Adán hasta la de mi tío Toby (inclusive), se debían siempre, de una u otra forma, al mismo apetito desenfrenado. Yorick estaba tratando de matizar un poco las teorías de mi padre cuando, al entrar mi tío Toby en la habitación con señales de infinita benevolencia e indulgencia en el semblante, la elocuencia de mi padre volvió a encenderse en contra de la mencionada pasión;—y como no era muy escrupuloso en la elección de sus palabras cuando estaba iracundo,—en cuanto mi tío Toby se hubo sentado junto al fuego y llenado su pipa, estalló del siguiente modo: Capítulo treinta y tres ———Que se deban tomar medidas para asegurar la continuidad de la raza de un Ser tan grande y elevado, tan semejante a los dioses como el hombre,—es algo que estoy lejos de negar;—pero la filosofía habla de todas las cosas con entera libertad; y en consecuencia sigo creyendo y manteniendo que es una verdadera lástima que tal tarea haya de llevarse a cabo por medio de una pasión que merma las facultades y que representa un retroceso para la sabiduría, las contemplaciones y las operaciones del alma:—una posición, querida mía, prosiguió mi padre dirigiéndose a mi madre, que empareja e iguala a los sabios con los locos y que nos hace salir de nuestras cavernas y escondites más como sátiros y bestias cuadrúpedas que como hombres. —Ya sé que se dirá, prosiguió mi padre (valiéndose de una Prolepsis), que en sí misma y tomada aisladamente, esta pasión,—como el hambre, la sed o el sueño,—no es algo ni bueno ni malo,—ni vergonzoso ni lo contrario.—Pero, ¿por qué entonces las respectivas delicadezas de Diógenes y Platón recalcitraron tanto en contra de ella?[73] ¿Y por qué motivo apagamos la vela cuando nos disponemos a fabricar o engendrar un hombre? ¿Y cuál es la razón de que se considere imposible hablarle sin escándalo a una mente pura de todas las partes integrantes de este acto:—de sus congredientes[74],—de sus preparativos,—de sus instrumentos y de cuanto en él interviene, empléense los lenguajes, traducciones y perífrasis que sean? ——El acto de matar, de quitarle la vida a un hombre, prosiguió mi padre elevando la voz——y volviéndose hacia mi tío Toby,—es, ya lo ven, glorioso;—y las armas de que nos valemos para hacerlo son honrosas.—Marchamos con ellas al hombro.—Caminamos con arrogancia cuando las llevamos.—Les sacamos brillo.—Las labramos.—Les practicamos incrustaciones.—Las embellecemos.—¡Ya lo creo que sí! Aunque no se trate más que de un facineroso cañón, en seguida le ponemos un adorno en la culata[75].—— —Mi tío Toby dejó su pipa a un lado dispuesto a interceder por el cañón y a conseguir para él un epíteto más digno;—y Yorick ya se estaba levantando para reducir la teoría entera a escombros—— ——Cuando Obadiah irrumpió en medio de la habitación, portador de una queja que a voces exigía y clamaba por una audiencia inmediata. El caso era el siguiente: Mi padre, no sé si por alguna inveterada costumbre del señorío o si en su calidad de administrador de los grandes diezmos[76], tenía la obligación de mantener un Toro a disposición de la parroquia; y Obadiah había llevado a su vaca a hacerle una visita-relámpago en una u otra fecha del verano anterior;—digo en una u otra fecha——porque daba la casualidad de que había sido justamente el día de su boda con una de las doncellas de mi padre;—y así, las cuentas de la una servían para las de la otra. Y por eso, cuando la mujer de Obadiah dio a luz,—Obadiah lo que dio fueron gracias a Dios:—— ——Ahora, se dijo Obadiah, tendré un ternero. Y Obadiah iba diariamente a visitar a su vaca. —Parirá el lunes;—el martes;—el miércoles lo más tarde.—— La vaca no paría.——No,—ya no parirá hasta la semana que viene.—La vaca se retrasaba lamentablemente:—hasta que al término de la sexta semana las sospechas de Obadiah (como buen hombre que era) recayeron sobre el Toro. Bien: la parroquia era muy extensa, y el Toro de mi padre, a decir verdad, no estaba en modo alguno a la altura de las necesidades del departamento; sin embargo, de una u otra forma había sacado fuerzas de flaqueza y no era mal cumplidor de su tarea;—y como además desempeñaba el cargo con expresión solemne, mi padre tenía una muy elevada opinión de él. ——Con el permiso de su señoría, dijo Obadiah, la mayor parte de los habitantes de la aldea creen que toda la culpa la tiene el Toro. ——Pero, ¿y es que acaso las vacas no pueden ser estériles?, respondió mi padre volviéndose hacia el doctor Slop. —Nunca sucede, dijo el doctor Slop; lo que sí puede haber pasado con bastante facilidad es que la mujer de este hombre se haya adelantado a dar a luz;—dime, tú: ¿el niño tiene pelo en la cabeza?,—añadió el doctor Slop.—— ——Es tan peludo como yo, dijo Obadiah.—Obadiah llevaba tres semanas sin afeitarse.———¡Fiu - u - - - - u - - - - - - - - -!, exclamó mi padre comenzando la sentencia con un estridente silbido;—fíjate, hermano Toby, en lo que son las cosas: este pobre Toro mío, que jamás m—ó en el mundo Toro mejor que él, y que si tuviera dos patas menos——podría haberle servido hasta a la mismísima Europa en tiempos más puros[77], resulta que podrían haberlo conducido ante el juez de paz[78] y haber perdido su reputación,—cosa que para un Toro de Aldea, hermano Toby, viene a ser lo mismo que la vida—— —¡S——r!, dijo mi madre; pero, ¿qué es toda esta historia?—— —Ni más ni menos que una Fábula: sobre una POLLA y un TORO, dijo Yorick[79];—y es una de las mejores que en su género he oído jamás. FIN DEL NOVENO VOLUMEN[80] LOS SERMONES DE MR YORICK[1] Prefacio de Sterne a los dos primeros volúmenes de LOS SERMONES DE MR YORICK Habida cuenta de que el Sermón que dio pie a la publicación de estos otros se presentó ante el mundo como un sermón de Yorick, espero que el lector más serio no encuentre motivo de ofensa alguno en el hecho de que conserve, para estos volúmenes, el mismo título: por si no fuera así, he añadido una segunda portada con el verdadero nombre del Autor:—la primera favorecerá y ayudará al librero en sus intenciones, ya que el nombre de Yorick es posiblemente el más conocido de los dos[2];—y la segunda tranquilizará las mentes de aquellos que vean una burla, y los peligros que tras ella acechan, donde no se pretendía hacer ninguna[3]. Supongo que no hace falta comunicar al Público que la razón para imprimir estos sermones procede enteramente de la favorable acogida con que por parte del mundo se encontró el sermón ofrecido en Tristram Shandy a manera de muestra[4];—aquel sermón se imprimió, suelto, hace algunos años, pero no fue capaz de hallar compradores ni lectores; así que vi muy pocos riesgos en la promesa que me hice a mí mismo cuando se volvió a publicar: ‘que si el sermón gustaba, también los presentes se pondrían a la disposición del mundo’; aquí están, para ser fiel a mi palabra; y ruégole a Dios que sepan rendir los servicios que deseo. Tengo poco que decir en su defensa, sólo esto: que ninguno de ellos se compuso pensando en absoluto en su impresión,—que fueron escritos apresuradamente——y que consigo llevan signos inequívocos de ello.—Puede que ninguna de estas dos cosas sea una recomendación;—sin embargo, las menciono pretendiendo que lo sean; pues como los sermones versan principalmente de la filantropía y de las virtudes que le son afines (aquellas que en mayor estima tienen la ley toda y los profetas), confío en que no se sientan menos ni se acojan peor por la evidencia que comportan de provenir más del corazón que de la cabeza. No tengo nada más que añadir excepto que el lector no debe buscar, cuando se trate de temas ya viejos y trillados, muchos pensamientos nuevos;—se podrá dar por contento si encuentra un lenguaje nuevo; en tres o cuatro pasajes, donde no hallará ni lo uno ni lo otro, he citado al autor con quien me tomara libertades;—hay algunos otros pasajes en los que tengo la sospecha de haber podido tomarme las mismas libertades:—pero es sólo una sospecha, pues no recuerdo que así fuera, de otra forma se los habría restituido a sus verdaderos dueños; así que hago el inciso aquí más como una salvedad general que por la clara conciencia de tener mucho de lo que responder a ese respecto: tanto en esto, sin embargo, como en todo lo demás que ofrezco u ofreceré al mundo, quedo, con el corazón muy tranquilo, al amparo de los benevolentes e imparciales, de quienes ya he recibido muchos favores por los que pido permiso para dar las gracias:——gracias.—— EL LEVITA Y SU CONCUBINA Jueces XIX. 1, 2, 3. Y Sucedió por aquel tiempo, cuando no había rey en Israel, que un cierto levita que a la sazón moraba en la ladera del Monte Efraín tomó una concubina.[5] —¡Una concubina!—Pero la cosa ya queda explicada por el mismo texto, porque en aquel tiempo no había rey en Israel, y el levita, diréis, como todos los demás hombres del reino, hacía lo que mejor le parecía;—y su concubina también lo hacía, podéis añadir,—porque se portó con él como una zorra y se largó.—— —Que la vergüenza y el pesar vayan, pues, con ella, y que dondequiera que busque amparo le cierre las puertas la mano de la justicia.— No ocurrió así; porque se fue a casa de su padre, en Belén de Judá, y pasó con él cuatro meses enteros.—¡Bendito intervalo, perfecto para meditar sobre la inconstancia y la vanidad del mundo y de sus placeres! Ya veo al santo varón arrodillado,—las manos apretadas contra el pecho y los ojos elevados al cielo, dando gracias a Dios por que el objeto que durante tanto tiempo había participado de su amor se hubiera ido.—— El texto da una imagen bastante distinta de la situación: porque él se levantó y fue en busca de ella para hablarle cariñosamente y hacerla regresar, llevándose consigo a su criado y un par de asnos; y ella le invitó a entrar en la casa de su padre; y cuando el padre de la mujer lo vio, se alegró de conocerlo.—— —¡Un grupito de lo más sentimental!, diréis: y así, mi buen exégeta, es como el mundo habla de cuanto se le ofrece: limitaos a dibujar el esbozo de una historia,—y dejad que cojan el lápiz la Mojigatería o el Encono[6]: os la terminarán con unos trazos tan duros y un colorido tan sucio que para la Imparcialidad y la Indulgencia será un tormento contemplarla.—¡Espíritus benignos y virtuosos! A vosotros, que no sabéis lo que es ser intérpretes severos más que de vuestras propias faltas,—a vosotros me dirijo, desinteresados abogados del proceder de los descarriados:—¿desde cuándo el mundo no está ya celoso de vuestro oficio? ¿Con cuánta frecuencia tenéis que repetir ‘que el hecho de que tal persona haga esto o aquello’——no es por sí solo evidencia suficiente para aniquilar al acusado? ¿Que a nuestros actos los rodea un millar de circunstancias que no se aparecen al primer golpe de vista; —que las causas y orígenes primeros que impelieron a los desdichados a obrar mal yacen a aún mayor profundidad;—y que, de los millones que a cada instante son llevados al banquillo, miles pueden haber errado con la cabeza meramente y haber sido, de hecho, inducidos al mal mediante engaños; e incluso cuando han errado con el corazón,—que las dificultades y tentaciones bajo las que obraron,—la fuerza de las pasiones,—la perfecta adecuación del objeto a sus necesidades y los numerosos forcejeos de la virtud antes de caer——pueden constituir otras tantas apelaciones elevadas por la justicia hasta el lugar que en el juicio ocupa la piedad? Detengámonos un momento, pues, aquí, y oigamos por segunda vez la historia del levita y su concubina: como en todas, gran parte depende de la manera en que se la cuente; y como las Escrituras no nos han dejado ningún tipo de exégesis, es ésta una historia ante la que el corazón no puede hallarse desorientado respecto a qué decir, ni la imaginación respecto a qué suponer:—el peligro está en que la benevolencia puede decir, justamente, demasiado. Y sucedió por aquel tiempo en que no había rey en Israel, que un cierto levita que a la sazón moraba en la ladera del Monte Efraín tomó una concubina.—— ¡Oh, Abrahán, tú, padre de los que tienen fe! Si esto estaba mal,—¿por qué sentaste un ejemplo tan engañoso a los ojos de tus descendientes? ¿Y por qué el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y de Jacob, bendijo con tanta frecuencia las semillas de tales comercios y prometió multiplicarlas y hacer salir príncipes de ellas? DIOS puede dispensar de sus propias leyes; y por eso nos encontramos al más santo de todos los patriarcas, y a otros muchos personajes de las Escrituras que tendieron sus corazones a Dios, acomodándose como mejor podían a la dispensa: que Abrahán tuvo a Agar;—que Jacob, además de sus dos esposas Raquel y Lía, tomó también a Zelfa y a Bala, de las que descendieron muchas de las tribus;—que David tuvo siete mujeres y diez concubinas;—Roboam, sesenta;—y en cualquiera de los casos en que la cosa se hizo reprobable, no pareció ser tanto ella misma como su abuso lo que hizo que lo fuera; esto queda bien patente en el caso de Salomón, cuyos excesos llegaron a ser un insulto a los privilegios de la humanidad; pues como consecuencia del mismo plan de vida lujuriosa que le obligaba a tener cuarenta mil establos para caballos,—calculó mal, desgraciadamente, en lo que se refería a sus demás necesidades, y, así, tenía setecientas mujeres y trescientas concubinas.—— ¡Hombre sabio——pero extraviado! De no haber sido por que con tus buenas predicaciones compensaste un poco tus malas costumbres, ¡qué habría sido de ti! ——Trescientas.——Pero alejémonos, os lo suplico, de tan disparatado y triste botarate. El levita no tenía más que una. La palabra hebrea califica de concubina a una mujer, o a una ‘esposa’, para distinguirla de aquella otra especie más infame que acudía a las casas de los licenciosos carentes de principios. Nuestros exégetas nos dicen que, en la economía judía, las concubinas diferían poco de la esposa, sólo en algunas ceremonias y estipulaciones extrínsecas; en cambio, coincidían con ella en todo lo que del matrimonio es esencial, y se entregaban al marido (porque así se le llamaba) con promesa de fidelidad, sentimiento y afecto. Una de éstas quería el levita para compartir su soledad y llenar el desasosegador vacío que en el corazón se produce en situaciones semejantes; porque a pesar de cuanto encontramos en los libros, muchos de los cuales contienen sin duda una buena cantidad de cosas hermosas que se han dicho sobre las dulzuras de la vida retirada, etc… a pesar de ello, sin embargo, ‘no es bueno que el hombre esté solo’[7]: ni puede dar jamás una respuesta satisfactoria para la mente todo aquello con que acerca del tema nos atrona los oídos el pedante insensible y frío; en medio de los más estrepitosos alardes de la filosofía, la Naturaleza sentirá anhelos de compañía y amistad;—un buen corazón necesita de un objeto para su cariño,—y las partes mejores de nuestra sangre, y nuestros espíritus más puros, sufren enormemente bajo dicha privación. Que el entumecido Monje busque el cielo solo y sin consuelo.—¡Dios le ayude a hallarlo pronto! Por mi parte, me temo que nunca encontraría así el camino: déjame ser sabio y religioso——pero déjame ser HOMBRE: a dondequiera que tu Providencia me lleve, cualquiera que sea la senda que tome para llegar a ti,—dame allí un compañero de viaje, sólo sea para señalarle cómo se alargan nuestras sombras mientras el sol se pone;—a quien pueda decir: ¡qué fresco es el rostro de la naturaleza! ¡qué fragantes las flores del campo! ¡qué deliciosos estos frutos! ¡Ay! Con hierbas amargas, como en su Pascua[8], tomábalos el levita: porque así que caminaban juntos por el sendero de la vida,—ella se volvió hacia otro con lascivia y huyó de su lado[9]. Es la mitad apacible y pacifica del mundo la que por lo general se ve ultrajada y maltratada por la otra mitad:’ pero disponen de ventaja en lo siguiente: en que, cualquiera que sea el sentido de los agravios recibidos, el orgullo no es en ellos un guardián tan celoso del perdón como suele serlo cuando anida en el pecho de los fieros e indómitos: todos, creo, deberíamos ser más indulgentes de lo que somos; ¡ay, si el mundo nos lo permitiera!; pero es propenso a interponer sus malos oficios en las remisiones, sobre todo en las de la presente índole: lo cierto es que tiene sus propias leyes, en las que no siempre interviene el corazón; y se conduce, en todo caso sin distinción, de una forma tan parecida a una máquina insensible——que se necesita toda la firmeza de la más inconmovible benevolencia para oponerse a él. Muchas y amargas pugnas tuvo el levita que sostener sobre el daño que se le había infligido:—consigo mismo,—con su concubina,—y con los sentimientos de su tribu al respecto: —mucho tuvo que litigar——y muchas fueron las explicaciones embarazosas que por doquier tuvo que dar: a lo largo de un periodo de cuatro meses enteros, todas las pasiones fueron alternándose en el mando; y en las bajadas y subidas de las menos animosas, la PIEDAD encontraba momentos para hacerse oír,—la RELIGIÓN misma no guardaba silencio,—la CARIDAD tenía mucho que decir;—y así concertadas, cada objeto que el levita contemplaba en las lindes del Monte Efraín,—cada gruta o arboleda por la que pasaba[10], solicitaba de él que recordara el cariño de antaño y despertaba en su interior un abogado que defendía a la concubina con más eficacia y ardor de lo que lo hubiera hecho ningún otro. ‘Lo reconozco,—lo admito todo’,—exclamaba el levita.—‘¡Es impureza! ¡Es infidelidad!’—Pero, ¿por qué se le ha de cerrar para siempre a esta falta la puerta de la misericordia? ¿Y por qué ha de ser éste el único, triste crimen que el injuriado no pueda perdonar o la razón o la imaginación pasar por alto sin que quede cicatriz?—¿Acaso es el más negro? ¿En qué catálogo de las ofensas humanas está señalado como tal? ¿O es que, de entre todos, es el golpe que más doloroso resulta soportar?,—exclama el corazón. Así es. Pero dejadme preguntar a mí: ¿qué pasiones son las que le otorgan filo y fuerza al arma que me ha abatido? ¿Y no es acaso mi propio orgullo, tanto como mi virtud, el que en este momento está produciéndome la mayor parte del intolerable dolor de esa herida por la cual estoy acusándola? Pero, ¡Dios misericordioso! Si no fuera así, ¿por qué habría yo de perseguir a una infeliz[11] criatura tuya con un ansia de venganza tan feroz y un despecho tan rencoroso como los que el primer arrebato me exigía? ¿No tienen las faltas atenuantes?—¿No cuenta para nada que, una vez cometida la infracción, abandonara a su compañero de culpas y se fuera inmediatamente a casa de su padre? ¿Y no hay diferencia entre una persona que por gusto se sale de la senda para permanecer fuera de ella por su propia y depravada voluntad——y una pobre descarriada a la que con engaños se extravía y que cautamente vuelve sobre sus pasos?—¡Dulce aspecto el del pesar sentido por una ofensa cuando lo padece un corazón decidido a no cometerla nunca más!—Sólo ante ese altar podría yo ofrecer en sacrificio mis agravios. Es duro el castigo que una mente sincera se impondrá a sí misma impulsada por los remordimientos que le provocará la grave infracción cometida contra mí;—y si eso no deja la cuenta saldada,—¡Dios, tú que eres justo!, permíteme perdonar el resto. La misericordia es algo que al corazón de todas tus criaturas conviene,—pero sobre todo al de tu siervo, un levita que tantos sacrificios a diario te ofrece por las transgresiones de tu pueblo.—— —‘Pero de poco me valdría’, añadió, ‘haber servido ante tu altar, donde iba a implorar misericordia, si no hubiera aprendido a practicarla’. ¡La paz y la felicidad sean en la cabeza y en el corazón de todos los hombres capaces de pensar así! De modo que se levantó y fue en busca de ella para hablarle cariñosamente.—En el original,—‘para hablarle al corazón’;—para apelar a su antiguo y mutuo encarecimiento——y para preguntarle cómo era capaz de portarse tan mal, no sólo con él, sino sobre todo consigo misma.—— —De los apacibles y piadosos, hasta las reconvenciones están llenas de dulzura: no como los violentos forcejeos de los fieros e inexorables, que muerden y devoran a cuantos han puesto obstáculos en su camino; —sino que son sosegadas e indulgentes como el espíritu que vela por su carácter: ¿cómo va un temperamento semejante a suplicarle a la damisela[12] ——sin lograr su propósito de hacerla regresar? ¿O cómo iba el padre de la damisela a abrir su corazón, en una escena así, a otras emociones que no fueran las que el texto menciona:—que cuando lo vio, se alegró de conocerlo;—que día tras día le instó a quedarse con la más irresistible de todas las invitaciones:—‘Alegra el corazón y pasa aquí la noche, y deja que tu corazón esté contentó’? Si la Misericordia y la Verdad se unieron de este modo para saldar la cuenta, no cabe duda de que el Amor formó parte del grupo: grande,—grande es su poder para pegar lo que se ha roto y borrar los agravios hasta de la memoria misma: y así fue,—porque el levita se levantó, y con él su concubina y su criado, y partieron. No hace al caso proseguir con la historia más allá: la catástrofe es espantosa; y nos alejaría del propósito concreto con que me he extendido tanto en esta parte de ella,—y que es el siguiente: desacreditar el juicio temerario y poner de manifiesto, mediante la forma en que este drama es llevado, la indulgencia a que los dramatis personae[13] de cualquier otra pieza pueden tener derecho. Gastamos casi la mitad de nuestro tiempo en decir y oír maldades los unos acerca de los otros: —siempre hay en escena algún desventurado caballero[14],—y a cada instante hace o le acontece algo extraño y terrible con que llenar nuestra conversación y nuestro asombro. ‘¡Cómo puede la gente ser tan idiota!’,—y démonos por contentos si el cumplido queda en eso tan sólo, acaba ahí: de modo que no existe virtud social de la que haya una necesidad tan constante,—o, en consecuencia, que merezca tanto la pena cultivarse, como la que se opone a esta corriente hostil, poco amistosa;—muchos y rápidos son los manantiales que la alimentan, y variados e inesperados, Dios lo sabe, los aguaceros que nos la hacen peligrosa durante esa breve travesía que es nuestra vida: hagamos el discurso[15] lo más útil posible siguiendo el rastro de los más destacados hasta llegar a sus orígenes. Y, en primer lugar, hay un miserable conducto por el que se puede llegar hasta este mal y que, por cierto, si es de suponer que la especulación debe preceder a la práctica, es muy posible que provenga, por cuanto yo sé, de algunos de nuestros más atareados investigadores de la naturaleza: —consiste en explicar los fenómenos, con más celo que conocimiento, antes de estar seguros de su existencia.—Los romanos no tenemos por costumbre condenar a muerte (mucho menos al martirio) a ningún hombre, dijo Festo;—¿y acaso juzga nuestra ley a ningún hombre antes de haberle escuchado y de saber qué es lo que ha hecho?, exclamó Nicodemo; y el que resuelve, o determina, una cuestión antes de haberla oído,—se conduce de manera criminal y vergonzosa[16].—Por lo general nos apresuramos tanto a emitir nuestros propios fallos que nos olvidamos de tener en cuenta la justicia de los mismos,—y esto hace que el escenario cambie de tal modo que es nuestro crimen el único que entonces es real, mientras que el del acusado se convierte en algo imaginario: así ocurrirá por exceso de precipitación;—y entonces, o el dicterio queda anulado y pierde fuerza——o habremos criticado a nuestra propia sombra. Se nos presenta una segunda vía cuando el proceso se sigue de forma más ordenada, y empezamos por informarnos,—pero haciéndolo a través de esas sospechosas evidencias contra las que nuestro SALVADOR nos previene cuando nos manda ‘no juzgar según las apariencias’:—en verdad que es tras de éstas donde yacen ocultas la mayoría de las cosas que ciegan el juicio y el discernimiento humanos,—y, por el contrario, hay muchas cosas que parecen ser——y que no son:—Cristo resulta que comía y bebía:—¡he aquí a un borracho empedernido!—Se sentaba a la mesa de los pecadores:—era amigo de ellos:—en muchos casos de este tipo la Verdad, como una recatada matrona, desdeña la artimaña——y declina hacer presión hacia adelante para entrar en el círculo y ser vista:—base suficiente para que la Sospecha componga su libelo,—la Malicia aplique su tormento,—o el Juicio temerario se ponga en pie rápidamente y dicte su definitiva sentencia. Una tercera vía se aparece cuando los hechos que denotan mala conducta son menos discutibles pero se los expone con la áspera censura de que un temperamento indulgente o benévolo se abstendría: el aborrecimiento de lo criminal es un pretexto tan bueno para hacer esto, y tanto se parece de aspecto a la virtud, que en un sermón contra el juicio temerario sería improcedente sacarlo a debate;—y sin embargo yo os aseguro que, en medio del más caudaloso torrente de exclamaciones que los culpables puedan merecer, el simple apostrofe ‘¿Quién me hizo discrepar? ¿Por qué no fui yo un ejemplo?’ me conmovería más el corazón y me haría tener más confianza en los exégetas——que el periodo más corrosivo que pudierais añadir. El castigo de los malvados[17] es ya, me temo, bastante duro por sí solo;—y si no lo fuera,—resultaría en cualquier caso lamentable que la lengua de un cristiano, cuya religión es toda pureza e indulgencia, se erigiera en su ejecutor. En la conversación entre Abrahán y el hombre rico vemos que, aunque el uno estaba en el cielo y el otro en el infierno, el patriarca, pese a ello, le trató con lenguaje cortés:—¡Hijo!—Hijo, recuerda que tú en tu vida, etc., etc.[18];—y en la contienda sobre el cuerpo de Moisés entre el Arcángel y el demonio (en persona), San Judas nos cuenta que aquél no osó increparle en sus acusaciones;—habría sido indigno de su alta reputación,—y podría haber sido una imprudencia también[19]; porque si lo hubiera hecho, el demonio (como hace notar, hablando del pasaje, uno de nuestros teólogos) le habría increpado a su vez y con mayor dureza:—eran sus propias armas,—y los espíritus más bajos, siguiendo su ejemplo, son en ellas los más expertos. Esto me lleva a la observación de un cuarto y cruel conducto por el que se llega a este mal, y que es el deseo de que se nos tenga por hombres de ingenio y talento, así como la vana esperanza de hacernos honradamente con dicho título mediante reflexiones punzantes y sarcásticas sobre cuanto se haga y diga en el mundo. Esto es montar un negocio sobre las mercancías en ruinas de las quiebras de los demás,—tal vez de sus desgracias:—que a los que así hacen les aproveche el honor que logren obtener,—honor que en su más alto grado consistirá, creo, en ser alabados de la misma forma en que lo son algunas salsas picantes: con lágrimas en los ojos. Es un negocio de lo más mezquino; y como no precisa de un vasto capital, no son sino demasiados los que se embarcan en él; y mientras haya bajas pasiones que gratificar,—y malas cabezas para juzgar, ante ellas podrá pasar por ingenio[20], o cuando menos por uno de esos parientes despreciables de los que toda la familia se avergüenza pero que, incluso en medio de las mejores compañías, proclaman ser miembros de ella. Cualquiera que sea su grado de afinidad, ha contribuido a darle mala fama al ingenio, como si la esencia principal de éste fuera la sátira: es indudable que hay diferencias entre lo Amargo y lo Salado,—es decir,—entre el ingenio maligno y el festivo:—el primero es mera rapidez de aprehensión, desprovista de humanidad,—y es un talento diabólico; el segundo desciende del Padre de los Espíritus, tan puro y abstraído de las personas que, voluntariamente, no hace daño a nadie; y si roza el indecoro, es con esa destreza del genio verdadero que, más que nada, lo capacita para prestar un nuevo color al absurdo en cuestión y olvidarse de él a continuación.—Puede esbozar una sonrisa ante las formas del obelisco erigido a la grandeza de otro,—pero el ingenio maligno lo reducirá inmediatamente al nivel del suelo para edificar el suyo sobre las ruinas y los escombros.—— ¡Qué me decís, pues, temerarios censuradores del mundo! ¿No tenéis para vuestro crédito más mansiones que aquellas de las que habéis expulsado a los verdaderos propietarios? ¿No hay regiones en las que podáis resplandecer, que descendéis a buscarlas hasta las profundas cavernas del abuso y la criminación? ¿No disponéis, para tomar asiento,—de más sitio que el de los insolentes? Si el Honor ha errado su camino, o las Virtudes, en sus excesos, se han acercado demasiado a los confines del VICIO[21], ¿han de ser por ello arrojados al precipicio? ¿Debe la BELLEZA ser ya pisoteada para siempre en el fango por un paso,—por un solo paso en falso? ¿Y no se le permitirá a una sola virtud o buena cualidad——permanecer a su lado y ayudarla?—¿Ni a una sola de las mil que el penitente sincero puede haber dejado intactas?—¡Dios justo del Cielo y la Tierra!—— —Pero tú eres misericordioso, amoroso y equitativo, y desde las alturas juzgas con compasión los males que tus siervos se hacen los unos a los otros: por ellos perdónanos, te lo suplicamos, así como por todas nuestras transgresiones; que no tenga que recordarse que somos hermanos de la misma sangre y de la misma carne, con los mismos sentimientos y enfermedades.—¡Oh, Dios mío! No escribas en tu libro que nos haces misericordiosos a tu imagen y semejanza;—que nos has dado una religión tan indulgente,—tan bondadosa, —que cada uno de sus preceptos lleva consigo un bálsamo para aliviar el escozor de nuestras naturalezas y suavizar nuestros espíritus a fin de que en este mundo podamos vivir en una relación tan afable como la que nos será propia cuando convivamos todos juntos en uno mejor. DESCRIPCIÓN DE LA CASA DEL PLACER Y DE LA CASA DEL DOLOR[22] Eclesiastés VII 2, 3. Mejor es ir a la casa del dolor que a la casa del placer.—— Eso lo niego yo;—pero oigamos cuál es el razonamiento del sabio al respecto:—porque aquél es el fin de todo hombre, y el que vive reflexionará para sí: mejor es la tristeza que la risa:—para una orden de monjes cartujos sin seso lo admito, pero no para hombres de este mundo. ¿Con qué propósito os imagináis que nos ha hecho Dios? ¿Para los encantos sociales de los valles bien regados, donde nos ha plantado, o para los áridos y aciagos desiertos de la Sierra Morena?[23] ¿Acaso los lances funestos de la vida y los momentos sombríos que perpetuamente nos invaden, acaso no son ya bastante de por sí, que debemos salir en su busca,—contravenir a nuestros propios corazones y decir, como vuestro querido texto nos propone, que éstos son mejores que los momentos de alegría? ¿Acaso el Mejor de los Seres nos envió al mundo con este fin,—para que lo atravesáramos en llanto,—para que hiciéramos más penosa y corta una vida que ya lo es bastante? ¿Cree usted, mi buen predicador, que quien es infinitamente dichoso puede envidiar nuestros gozos? ¿O que un Ser de tan ilimitada bondad le escamotearía a un viajero apesadumbrado el breve reposo y los refrigerios necesarios para mantener el ánimo elevado durante las etapas de un fatigoso peregrinaje? ¿O que con gran severidad le haría rendir cuentas por haberse entregado apresuradamente en su camino a algunos placeres fugaces con el solo fin de endulzar un poco ese incómodo viaje que es la vida, y que le obligaría a resignarse a la aspereza de la carretera y a los duros encontronazos que sin duda en buen número le aguardan? Considerad, os lo suplico, la cantidad de provisiones y de consuelo que el Autor de nuestro ser nos ha preparado para que podamos seguir nuestro camino sin pesar:—cuántas caravaneras para nuestro descanso,—las numerosas fuerzas y facultades reparadoras que nos ha proporcionado a través de éste,—los objetos tan adecuados para entretenernos que nos ha puesto en el camino;—algunos los ha hecho tan perfectos, tan absolutamente exquisitos e idóneos para este fin, que tienen poder sobre nosotros para durante un rato embelesarnos y ahuyentar la sensación de pesadumbre; para alegrarnos el corazón, abatido por la pobreza y la enfermedad, y conseguir que avance sin volver a acordarse ya más de sus miserias. No entraré, de momento, en discusión con esta retórica[24]; preferiría continuar todavía un poco más con la alegoría y decir que somos viajeros, y, en el sentido más conmovedor y profundo de esa idea, que, como tales y aun cuando el objeto de nuestro viaje sea de la mayor importancia para nosotros y nos ataña muy de cerca, nos está sin duda permitido distraernos con las bellezas naturales o artificiales de la región que estemos atravesando sin que por ello haya de reprochársenos el olvido de la principal misión para la que fuimos enviados; y si podemos disponerlo todo de tal manera que la variedad de perspectivas, edificios y ruinas que solicitan y reclaman nuestra atención no nos desvíe de nuestra ruta, entonces cerrar los ojos sería un absurdo acto de santidad andante[25]. Pero no perdamos de vista la argumentación llevando el símil más allá. Recordemos que, diversos como son nuestros extravíos,—llevamos siempre, sin embargo, el rostro vuelto hacia Jerusalén;—que tenemos un lugar de reposo y felicidad hacia el que nos apresuramos, y que el medio de llegar a él no consiste tanto en complacer a nuestros corazones como en incrementar su virtud;—que el júbilo y el placer no son, por lo general, buenos amigos de los logros de este tipo,—y que, por el contrario, un periodo de aflicción es de alguna manera un periodo de piedad,—no sólo porque nuestros sufrimientos tengan la facultad de traernos a la memoria nuestros pecados, sino que además, por el freno y la interrupción que para nuestros intereses suponen, nos conceden lo que la precipitación y el bullicio del mundo con demasiada frecuencia nos deniegan,—es decir: un poco de tiempo para la reflexión, lo único que a la mayoría nos falta para convertirnos en hombres mejores y más sabios;—que en determinadas circunstancias a la mente de un hombre le resulta tan necesario que la obliguen a volverse hacia sí misma—que más le valdría, antes que le falten ocasiones, comprarlas a costa de su propia felicidad.—Mejor haría, como asegura el texto, en ir a la casa del dolor, donde hallará algo que mitigue sus pasiones, que a la casa del placer, donde es probable que la alegría y la jovialidad del lugar se las exciten.—Pues mientras en uno de estos lugares las diversiones y los agasajos déjanle el corazón expuesto y desguarnecido frente a las tentaciones, —en el otro los pesares se lo protegen y, naturalmente, lo ponen a cubierto de ellas. ¡Tan extraña e inexplicable criatura es el hombre! Está constituido de tal forma que no puede por menos de buscar la felicidad;—y sin embargo, salvo que a veces se sienta desdichado, ¡cuán propenso es a errar el único camino que puede llevarle a la consecución de sus propios deseos! En esto reside toda la fuerza de la declaración del sabio.—Pero, para hacer más justicia a sus palabras, yo trataría de que nos acercáramos todavía más a la cuestión.—A este efecto será necesario que nos detengamos aquí y, de pasada, echemos un vistazo a los dos lugares a que aquí hemos hecho referencia,—la casa del dolor y la casa del placer. Permitidme en consecuencia, os lo suplico, que por unos momentos haga llegar ambas moradas hasta vuestras imaginaciones, para, a partir de ahí, poder poner a vuestros corazones por testigos de la fidelidad y buen fundamento con que en el texto se dejan insinuar los efectos y operaciones que normalmente cada una de ellas produce en nuestras mentes. Y vamos a empezar por inspeccionar la casa del placer. Y aquí, para ser en su descripción lo más honestos e imparciales posible, no la haremos a partir de los peores originales, del tipo de los que meramente están abiertos para la venta de la virtud——y tan absolutamente calculados para este fin que los disfraces bajo los que todos y cada uno de ellos se ocultan no sólo confieren poder para dirigir el negocio sin riesgo, sino para llevarlo a cabo sin riesgo también[26]. No supondremos que es éste el caso;—y no imaginemos siquiera que la casa del placer es un escenario de intemperancia y exceso, semejante a los que la susodicha casa presenta con frecuencia;—por el contrario, partamos de un original lo menos excepcional posible,—donde no haya, o al menos no sea evidente, nada verdaderamente criminal,—sino donde todo tenga el aspecto de mantenerse dentro de los límites visibles de la moderación y la sobriedad. Imaginemos, pues, una casa del placer en la que, por acuerdo mutuo o invitación, un determinado número de personas de cada sexo se reúne sin más propósito que el de entretenerse y divertirse los unos con los otros, cosas, ambas, que supondremos que conseguirán sin recurrir a otros placeres que los que el uso autoriza y la religión no prohíbe terminantemente. Antes de entrar——vamos a examinar los posibles sentimientos de cada individuo previos a su llegada: encontraremos que, por mucho que puedan diferir los unos de los otros en temperamentos y opiniones, todos parecen coincidir en una cosa:—en que sería conveniente, puesto que se dirigen a una casa consagrada al júbilo y a la alegría, que se deshicieran de cuanto pudiese contradecir esa intención o ser inconsistente con ella.—Veríamos que, a tal efecto, cada uno había dejado tras de sí sus pensamientos graves——y sus reflexiones morales, y que había salido de casa con tan sólo aquellas disposiciones y alegría de corazón que fueran apropiadas a la ocasión y contribuyeran al proyectado júbilo, al previsto regocijo del lugar.—Imaginémoslos entrando en la casa del placer con este espíritu (que es de lo más inocuo que se pueda suponer, ya que no responderá sino al deseo de cada uno de resultar un invitado aceptable); con los corazones libres de toda constricción seria y abiertos ante la expectativa de recibir placer. No es necesario, como ya anticipé, hacer entrar a la intemperancia en escena,—ni suponer en la gratificación de los apetitos un exceso tal que hiciera fermentar la sangre y a los deseos inflamarse.—En este sentido no admitamos más, por tanto, que aquello que pueda producirles una leve agitación y les predisponga para las sensaciones que un trato tan benévolo naturalmente suscitará. En esta disposición así creada de antemano y posteriormente desarrollada con dicho fin,—daos cuenta de cuán mecánicamente los pensamientos y los ánimos se excitan;—qué rápida e insensiblemente superan la cota y los primeros confines que otros momentos de mayor serenidad habrían señalado. Cuando el aspecto festivo y sonriente de las cosas ha empezado ya a dejar desguarnecidos sin la menor consideración los pasadizos que conducen hasta el corazón del hombre, —cuando las apariencias afables y acariciadoras de todos aquellos objetos del exterior que pueden halagarle los sentidos han conspirado ya con el enemigo que hay en su interior para traicionarle y hacerle descuidar la defensa,—cuando asimismo la música ha prestado ya su ayuda y probado su influjo sobre las pasiones,—cuando las voces de los hombres y las voces de las mujeres, cantando y unidas al sonido de la viola y el laúd, han penetrado por la fuerza ya en su alma y, al compás de algunas notas delicadas, han tocado los secretos resortes del éxtasis,—en ese momento dirijámonos hacia su corazón e inspeccionémoslo:—¡mirad que cosa tan vana es! ¡qué débil! ¡qué vacua! Escudriñad sus diferentes recovecos, —esas mansiones de pureza concebidas para albergar a la virtud y a la inocencia:—¡triste espectáculo! Contemplad a aquellos honrados habitantes ahora desposeídos,—expulsados de sus sagradas moradas para hacerles sitio——¿a quiénes?—En el mejor de los casos a la ligereza y a la indiscreción,—tal vez al escándalo,—quizá a huéspedes aún más impuros que, en tan general confusión de la mente y los sentidos, posiblemente aprovechen la ocasión para entrar al mismo tiempo inadvertidos. En medio de una escena y una disposición de ánimo como las que acabamos de describir,—¿pueden los más cautos decir:—hasta aquí me llevarán mis deseos,—pero no más allá? ¿O dirán los más fríos y circunspectos, cuando ya el placer se haya adueñado por completo de sus corazones, que allí no saldrá a la luz ningún pensamiento o propósito que normalmente habrían ocultado?—En tales momentos de relajamiento y desprevención la imaginación no siempre sabe controlarse:—a pesar de la razón y la reflexión, conducirá forzosamente a veces a su dueño a donde éste no querría ir:—como el espíritu inmundo del que aquel padre hiciera tan terrible descripción al relatar el caso de su hijo, de quien se había apoderado y a quien con frecuencia arrojaba al fuego para destruirlo; y a dondequiera que el espíritu lo llevaba, allí lo atormentaba negándose a abandonarle[27]. Pero éste, diréis, es de entre todos el cálculo más pesimista de lo que a la mente puede sucederle aquí. ¿Por qué no podemos hacer suposiciones más favorables?—Por ejemplo, que muchos de los asistentes, a fuerza de práctica y experiencia en estas lides, aprenden gradualmente a desdeñarlas y a triunfar sobre ellas;—que hay cantidad de mentes que no son tan susceptibles a las sensaciones ardorosas o no están tan mal resguardadas contra ellas como para que el placer las corrompa o reblandezca fácilmente;—que lo difícil de suponer sería que, de las grandes multitudes que a diario se apiñan y estrujan en la susodicha casa del placer, no salieran muchos de ella con toda la inocencia con que entraron;—y que, si los dos sexos están incluidos en el cómputo, veremos numerosos y magníficos ejemplos de un carácter tan casto y puro que la casa del placer, con todos sus encantos y tentaciones, no habría sido capaz de suscitar un pensamiento o despertar una inclinación——ante los que la virtud tuviera que sonrojarse——o que la más escrupulosa conciencia no pudiera tolerar. Dios nos impida decir lo contrario:—naturalmente que muchas personas de toda edad y condición salen ilesas y escapan de este traicionero mar sin naufragar, pero ¿no ha de contárselas, sin embargo, entre aquellos aventureros a quienes la fortuna ha sonreído?—Y aunque uno no prohibiría terminantemente el experimento ni sería tan cínico como para condenar a todo el que lo probara (habiendo tantos como supongo, además, que no pueden hacer otra cosa sin perjuicio de sí mismos y a los que su condición y situación, en la vida obligan forzosamente a ello),—sin embargo, sí nos está permitido describir esta costa tan atrayente y lisonjera:—podemos señalar sus insospechados peligros y avisar al pasajero incauto de dónde yacen. Podemos mostrarle los riesgos que su juventud e inexperiencia correrán, cuán poco puede ganar en la temeraria empresa y cuánto más sabio (y mejor para él) sería [como queda implícito en el texto] buscar ocasiones de incrementar su pequeña provisión de virtud en vez de exponerla imprudentemente a un azar tan desigual, donde a lo más que puede aspirar es a volver con el tesoro que se llevó intacto——pero donde es muy probable que tenga la mala suerte de perderlo todo,—perderse a sí mismo——y verse ya arruinado para siempre. Esto en cuanto a la casa del placer; la cual, por cierto, aunque por lo general está abierta a lo largo y ancho del mundo entero en otras épocas del año, se supone que ahora, en los países cristianos, se halla en todas partes cerrada a cal y canto(28). Y lo cierto es que si me he extendido más de lo normal en mis prevenciones contra ella, no ha sido sólo a instancias de la razón,—sino en atención a estas fechas en las que nuestra iglesia nos exige una abstención y una abnegación mayores en este punto, circunstancia que se añade a los motivos que para privarse de los festejos y el placer ya ha sugerido la presente exposición sobre el tema. Alejémonos, pues, aquí, de esta alegre escena; y permitidme llevaros conmigo durante unos instantes a un lugar mucho más apropiado para la meditación. Entremos en la casa del dolor, convertida en tal simplemente por las aflicciones que en ella han introducido los reveses y desastres, vulgares y corrientes, a que nuestra condición siempre está expuesta: —donde, tal vez, se hallan unos padres de edad ya avanzada con el corazón deshecho, con el alma traspasada de dolor a causa de los extravíos e indiscreción de un hijo ingrato:—el hijo de sus plegarias, en quien habían cifrado todas sus esperanzas e ilusiones;—o quizá una escena aún más conmovedora: —una virtuosa familia acosada por la indigencia en la que el desventurado sostén de la misma, tras haber forcejeado durante largo tiempo con una verdadera cadena de desgracias y haber luchado valerosamente contra ellas,—se ve ahora lamentablemente abatido en el último eslabón,—anonadado por un golpe cruel que ni la previsión ni el ahorro podrían haber esquivado.—¡Oh, Dios! Mira sus aflicciones.—Contémplale abrumado por tanto pesar, rodeado por las tiernas prendas de su amor y su compañera de zozobras:—sin pan que darles, —incapacitado para trabajar la tierra——por el recuerdo de tiempos mejores;—para mendigar,—por la vergüenza. Cuando penetramos en una casa que, como ésta, ha invadido el dolor,—es imposible ofender a los desventurados ni aun con una mirada inconveniente,—por grande que sea el estado de ligereza o disipación en que el corazón se encuentre. Semejante espectáculo prende en nuestros ojos,—prende asimismo en nuestra atención, reagrupa y hace volver a nuestros dispersos pensamientos, los obliga a conducirse con cordura y sensatez. Una conmovedora escena de sufrimiento como la que se ha esbozado aquí, ¿cuánto tarda, decidme, en proveer a la mente con materiales que la hagan ponerse en funcionamiento? ¿En qué no medida la impulsa a considerar las miserias y desgracias, los peligros y calamidades a que la vida del hombre está sometida? Sosteniendo tal espejo ante la mente, se la fuerza a ver y a reflexionar sobre la vanidad,—sobre la perecedera condición e incierta tenencia de todas las cosas de este mundo. A partir de estas reflexiones de tan grave índole, los pensamientos nos llevan insensiblemente más allá;—y una vez que hemos considerado lo que somos,—la clase de mundo en que vivimos y los males que en él nos sobrevienen, nos hacen seguir mirando hacia adelante, pensar en lo que posiblemente seremos,—en la clase de mundo a que estamos destinados,—en los males que allí nos pueden sobrevenir——y en la provisión que contra ellos deberíamos hacer ya aquí, mientras aún tenemos tiempo y ocasión. Si estas lecciones son tan inseparables de la casa del dolor aquí imaginada,—el lugar nos parecerá una escuela de sabiduría aún más instructiva cuando le echemos un vistazo a la luz, más dramática, que el sabio parece asignarle exclusivamente en el texto, en el que yo creo que, por la casa del dolor, entiende esa concreta escena de pesar en la que hay lamento y duelo por los muertos. Volveos hacia aquí, os lo suplico, durante unos instantes. Contemplad a ese hombre muerto, a punto ya de ser trasladado hasta la tumba: el único hijo de su madre; ella,—viuda. O quizá un espectáculo aún más conmovedor:—un padre de familia numerosa, bondadoso e indulgente, yace exánime, —en la plenitud de su vida arrebatado,—en hora funesta desprendido de sus hijos y del seno de una mujer desconsolada. Contemplad a esas gentes de la ciudad que, en gran número, se congregan para juntar sus lágrimas; con el pesar asentado en sus semblantes, se dirigen lentamente hacia la casa del dolor para asistir a ese último oficio melancólico que, una vez saldada la deuda de la naturaleza, estamos moralmente obligados a rendirnos los unos a los otros. Si el triste motivo que le ha conducido hasta allí no lo ha hecho ya, fijaos en el grave y devoto estado de ánimo a que el hombre se ve reducido en el momento de atravesar este umbral de la aflicción.—¡Mirad cómo han decaído los espíritus bulliciosos y alborotados que en la casa de la alegría solían llevarle de un objeto de regocijo a otro! ¡Ved con qué mansedumbre se han apaciguado!—Ved qué pensativo está ese corazón ligero y despreocupado que hasta ahora no sabía lo que era meditar en esta lúgubre mansión de sombras e inquietantes nieblas que del alma se apoderan[29]: ved qué blando, qué susceptible, qué rebosante de sentimientos religiosos; ved cuán profundamente herido está por el buen sentido y el amor a la virtud. Si pudiéramos, en esta crisis, mientras dura este imperio de razón y religión y el corazón se halla animado de sabiduría y ocupado en la contemplación divina, —si pudiéramos verlo desnudo como está,—despojado de todas sus pasiones, sin mácula del mundo e indiferente a sus placeres,—entonces podríamos deponer ya sin peligro nuestra causa, amparados en esta sola evidencia, y poner a los más sensuales por testigos de si Salomón fue justo o no al dictaminar a favor de la casa del dolor[30];—no por ella misma, sino porque es fructífera en virtud y el origen de mucho bien en numerosas ocasiones. Sin este fin, reconozco que el pesar no tiene objeto fuera de acortar los días a los hombres;—y tampoco puede la gravedad, con toda su estudiada solemnidad de aspecto y porte, servir a ningún fin que no sea el de hacer reír a una mitad del mundo y engañar vilmente a la otra. Reflexionad sobre cuanto ha sido dicho y que Dios en su misericordia os bendiga. Amén[31]. EL CONOCIMIENTO DE UNO MISMO[32] 2 Samuel XII. 7 (1.ª parte). Y Natán le dijo a David: tú eres ese hombre. No hay pasajes históricos de las Escrituras que, como éste, en el que de los propios labios de David sale su declaración de culpabilidad, viéndose inducido por el profeta a condenar y a pronunciar una severa sentencia contra otro por un acto de injusticia que a sí mismo habíase pasado por alto y que posiblemente había conciliado con su conciencia,—no hay otro, digo, que ofrezca un ejemplo tan notable de la falacia del corazón humano para consigo mismo y de cuán poco, en verdad, nos conocemos a nosotros mismos. Uno sería dado a pensar que la del conocimiento de uno mismo no puede ser una lección muy difícil de aprender;—porque, ¿quién (diréis) puede realmente desconocerse a sí mismo, así como la verdadera disposición de su corazón? Si un hombre piensa, aunque sólo sea un poco, no puede ignorar lo que sucede en su corazón:—debe ser consciente de sus propios pensamientos y deseos, debe recordar sus pasados afanes y las causas y motivos verdaderos que, en general, han dirigido sus actos en la vida: puede enarbolar falsas banderas y engañar al mundo, pero, ¿cómo puede un hombre engañarse a sí mismo? Que el hombre puede——es evidente, porque continuamente lo está haciendo.—Las Escrituras nos dicen (y de ello nos dan muchas pruebas históricas apañe de la que el texto relata)——que el corazón del hombre es traicionero para consigo mismo y engañoso por encima de todo[33]; y la experiencia y el contacto de cada día con el mundo confirman la veracidad de esta aparente paradoja: ‘Que aunque el hombre es la única criatura dotada de reflexión, y en consecuencia la más capacitada para saber acerca de sí misma,—resulta, sin embargo, que por lo general es la que menos sabe al respecto;—y con todo el poder que Dios le ha dado para volver los ojos hacia sí mismo, escudriñar su propio interior y estar así al tanto de la cadena de sus pensamientos y deseos,—de hecho es, sin embargo, un observador tan poco atento por lo general, y en cambio siempre tan parcial de lo que ocurre, que a menudo es tan ignorante——¡qué digo!——es mucho más ignorante de su propia disposición y de su verdadero carácter que el resto del mundo sin excepción’[34]. Acerca de los medios por los que se ve sometido a tan manifiesto fraude, y de cómo es que tolera que se le engañe tan burdamente en una cuestión sobre la cual él puede saber mucho más que nadie, no es arduo dar una explicación ni hace falta que nos vayamos muy lejos a buscarla: la encontraremos entre las causas que continuamente están extraviándole la razón y apartándole del camino recto. Nos engañamos al juzgar sobre nosotros mismos (al igual que nos engañamos al juzgar sobre estas cosas) cuando nuestras pasiones e inclinaciones son solicitadas para que desempeñen el papel de consejeros y aceptamos ver y razonar hasta donde (y no más allá) ellas nos permiten. ¿Acaso no nos resulta difícil pronunciar un veredicto justo y equitativo en un asunto que atañe profundamente a nuestros intereses?—E incluso allí donde en conexión con la cuestión planteada no hay más que una remotísima consideración de nosotros mismos, ¿no basta tal cosa, sin embargo, para hacer pender sobre nuestras mentes un extraño sesgo del que es muy difícil librar enteramente a nuestros juicios? ¡De qué mala gana nos vemos obligados a pensar mal de un amigo al que queremos y estimamos desde hace mucho tiempo! Y aunque se dé el caso de que todas las apariencias estén claramente en contra suya, ¡qué propensos somos a pasarlas por alto o a interpretarlas de manera favorable! E incluso a veces, cuando nuestro fervor y nuestra amistad nos enajenan, a atribuirles los mejores y más rectos motivos a las peores y más injustificables manifestaciones de su conducta. Aún somos peores casuistas (y el engaño es proporcionalmente mayor) cuando el hombre se apresta a juzgarse a sí mismo, es decir:—a esa persona de su absoluta predilección,—que en tan estrecha relación está con él,—a la que tanto y desde hace tanto tiempo quiere,—de la que desde tan temprano concibió la más alta opinión y estima, y de cuyos méritos, sin duda, siempre ha hallado tantas razones para estar satisfecho. No es asunto fácil mostrarse severo allí donde nos sentimos tan impulsados a ser benévolos; o borrar de golpe todas las tiernas impresiones que a lo largo de la vida un amigo tan antiguo nos ha dejado: aquellas, justamente, que nos incapacitan para pensar en él tal como es y para verle a la luz a la que quizá todos los demás le ven. De modo que por muy fácil que a primera vista pueda parecer este conocimiento de uno mismo, comprobamos que no es así cuando acertamos a examinarlo de cerca; pues no sólo en la práctica, sino incluso en la especulación y en la teoría, nos resulta una de las lecciones más duras y dolorosas de aprender. Sin duda a algunos de los primeros educadores del mundo y de la humanidad les resultó también así, y por esa razón vieron enseguida la necesidad de hacer tanto hincapié en este gran precepto del conocimiento propio[35], el cual, por su elevado grado de sabiduría y utilidad, muchos de ellos supusieron un auspicio divino que provenía del Cielo y que abarcaba todo el círculo tanto del conocimiento como del deber del hombre. Y, en efecto, fácilmente podría concedérsele tan alto encomio al celo que aquellos sabios pusieron en la consecución de una virtud cuya carencia tan a menudo hacía fracasar sus enseñanzas y vanos e inútiles sus esfuerzos por enmendar los corazones. Porque, ¿a quién se le ocurriría enmendar las faltas ajenas sin saber bien dónde residen? ¿O ponerse a corregir defectos hasta no haber previamente llegado a una inteligencia de cuáles son los que están necesitados de dicha corrección? Pero a los educadores públicos siempre les había resultado mucho más fácil recomendar esta virtud que mostrar la manera de ponerla en práctica; y en consecuencia, otros que igualmente buscaban la reforma de la humanidad, al advertir que esta carretera que llevaba directamente a ello estaba en todos sus tramos bien guardada por el amor propio y que por tanto era muy difícil abrir brechas por allí, se dieron pronto cuenta de que era preciso seguir un recorrido diferente y más astuto; y como carecían de fuerzas para quitar de en medio a esta lisonjera pasión que se interponía en su camino y bloqueaba todos los accesos al corazón, intentaron sortearla mediante estratagemas y, si era posible, engañarla con una hábil argucia. Esto fue lo que dio origen a la antigua costumbre de transmitir las enseñanzas en forma de parábolas, fábulas y demás procedimientos indirectos, que, aunque no podían vencer a este principio del amor propio, sin embargo conseguían adormecerlo con frecuencia o, cuando menos, burlarlo durante unos instantes hasta la obtención de un veredicto justo. El profeta Natán parece haber sido un gran maestro en este tipo de argucias. Dios estaba enormemente disgustado con David por dos graves pecados que había cometido, y la misión del profeta consistía en hacer que el propio David los condenara y en lograr que su corazón se sintiera culpable por haberle arrebatado a Urías el honor y la vida. El santo varón sabía que, de ser aquél el caso de cualquier otro hombre que no fuera David, nadie habría sido tan penetrante a la hora de discernir la naturaleza de la ofensa, —ni habría estado tan dispuesto a repararla, ni habría sentido tanta compasión por la parte ultrajada como él mismo. Y así, en lugar de revelarle el auténtico propósito de su encomienda haciéndole una acusación directa y censurándole los crímenes que había perpetrado, el profeta se llega hasta él con la ficticia queja de un cruel acto de injusticia cometido por otro; y, en efecto, se inventa un caso no tan paralelo al de David como para suponer que vaya a despertar sus sospechas e impedirle escuchar con imparcialidad y paciencia, pero tampoco, sin embargo, tan desprovisto de semejanza en las circunstancias principales como para que deje de afectarle cuando se lo muestre a una luz adecuada. Natán llegó y le dijo: ‘Había en una ciudad dos hombres, el uno era rico y el otro pobre;—el rico poseía hatos y rebaños de ganado en gran abundancia, y el pobre no tenía más que una pequeña oveja que él mismo había comprado y criado:—y crecía junto a él y sus hijos,—comía de su propio plato y bebía de su propio vaso, y dormía en su seno y era para él como una hija;—y he aquí que llegó un viajero a la casa del rico, y éste, prefiriendo no tocar sus hatos y rebaños para dar de comer al caminante que había llegado a su casa, tomó la oveja del pobre y la aderezó para dársela al hombre que había ido a su casa’. El caso fue presentado con gran sabiduría y belleza—(bien detalladas las diversas circunstancias que más grave hacían el delito, tan indignante en verdad),—y clamaba tanto al cielo que a ningún hombre que previamente hubiera albergado un sentimiento de culpa en su mente le habría resultado posible defenderse del grado de remordimiento que, por pequeño que fuese, el relato tendría que haber naturalmente suscitado en él. La historia, aunque tan sólo hablaba de la injusticia y del tiránico acto de otro hombre,—apuntaba claramente, sin embargo, hacia lo que el propio David había hecho hacía poco, señalando sus circunstancias más agravantes;—y todo, además, iba dirigido al corazón y a las pasiones de una manera lo bastante enternecedora como para provocar al instante el mayor horror e indignación. Y así lo hizo,—pero no contra la persona indicada. En su arrebato, David se olvidó de sí mismo:—fuertemente encendido en cólera contra aquel hombre,—le dijo a Natán: ‘Como que el Señor vive, que el hombre que tal ha hecho ciertamente ha de morir; y además restituirá la oveja cuatro veces por haber hecho esto y no haber tenido piedad’. Apenas si puede dudarse aquí de que la cólera de David fuera real ni de que se encontrara como parecía encontrarse, es decir: enormemente irritado y exasperado con el transgresor: y su sentencia contra él prueba que, en efecto, había perdido todo sentido de la medida. Porque castigar al hombre con la muerte y obligarle además a pagar su falta por cuádruple partida era altamente injusto, y no sólo desproporcionado con la gravedad del delito, sino que se elevaba muy por encima del mayor rigor o severidad de la ley, que en un caso así admitía una expiación mucho más benigna, exigiendo tan sólo una amplia reparación o indemnización a efectuar en el género dañado. El juicio, sin embargo, parece haber sido en verdad sincero y bien intencionado, y más bien denotaba la temeraria rectitud de un juez poco suspicaz que la fría determinación de un hombre consciente y culpable que supiera que en realidad estaba dictando sentencia contra sí mismo. Subrayo esta circunstancia porque lleva a este ejemplo de engaño de uno mismo (que es el tema del sermón) a la luz más potente; y también porque demuestra cumplidamente, en este gran hombre, la verdad de un hecho que a diario se produce entre nosotros mismos, a saber: que un hombre puede ser culpable de muy malas y deshonrosas acciones y sin embargo reflexionar tan poco (o tan parcialmente) sobre lo que ha hecho——como para seguir teniendo la conciencia libre, no sólo de culpa, sino incluso de las más remotas sospechas de poder ser el hombre que realmente es y lo que el tenor y la evidencia de su vida ponen de manifiesto. Si examinamos el mundo con atención,—comprobaremos que el de David no es un caso infrecuente:—vemos continuamente a uno o a otro copiando de este mal original, presidiendo su propio juicio y oyendo su propia causa sin saber lo que está haciendo; ay, se apresura a dictar sentencia, e incluso también a ejecutarla lleno de ira sobre la persona de otro, cuando, con las palabras del profeta, uno podría decirle en justicia: ‘tú eres ese hombre’. De entre las muchas personas vengativas, codiciosas, falsas y malévolas de que nos quejamos que el mundo está plagado, decidme: aunque todos nos unamos en un clamor contra ellas, ¿cuál de nosotros es el hombre que, singularizándose, se presenta a sí mismo como un criminal? ¿A quién se le ocurre pensar alguna vez que forma parte de ese número?—¿Dónde hay un hombre tan malvado que no considere que la más grave y deshonesta imputación que puede hacérsele es justamente acusarle de cualquiera de esos vicios? Si jamás siente en sí mismo los síntomas con la fuerza y la nitidez que, tratándose de otro, le llevarían a dictaminar tal o cual enfermedad de manera infalible y sin titubeos, eso indica, entonces, que él no la padece.—Ve lo que nadie más ve: ciertas circunstancias a su favor, secretas y lisonjeras, que sin duda establecen una gran diferencia entre su caso y el de los individuos que condena. ¿Qué hombre habla con tanta frecuencia y vehemencia en contra del orgullo, o arroja una luz tan odiosa sobre la flaqueza que este vicio representa, o se siente tan herido cuando lo ve en otro——como el propio hombre orgulloso? Y lo mismo sucede con los iracundos, los insidiosos, los ambiciosos y algunos otros asiduos personajes de la vida; y siendo esto una consecuencia de la naturaleza de tales vicios (casi inseparables de ellos), sus efectos son por lo general tan zafios y absurdos que, allí donde la compasión no lo prohíbe, resulta divertido observar y seguirle al fraude la pista a través de los diferentes recodos y recovecos del corazón, así como detectarlo bajo todas las formas y apariencias de que se reviste. Al lado de estos casos de engaño de uno mismo y de profunda ignorancia de nuestra verdadera disposición y carácter (ignorancia consistente en no ver en nosotros mismos aquello que en otra persona nos disgusta), hay otra especie, aún más peligrosa y falaz, en la que hasta los más precavidos están continuamente cayendo——cuando formulan diferentes juicios acerca de los vicios según sus respectivas edades y complexiones y los diversos niveles de descenso o crecida a que se hallen sus pasiones y deseos. Para comprender bien esto, basta con que cualquier hombre examine atentamente su propio corazón y observe los distintos grados de abominación en que allí se encuentran multitud de acciones, aun cuando, en sí mismas, todas sean igualmente malas y depravadas: en seguida advertirá que aquellas que una fuerte propensión o la costumbre hanle impelido a cometer——están por lo general pintadas y adornadas con todos los falsos encantos que una mano suave y aduladora les puede conferir; y que aquellas otras por las que no siente ninguna inclinación se le aparecen al instante desnudas y deformes, rodeadas de todas las verdaderas circunstancias de su vergüenza y su deshonra. Cuando David sorprendió a Saúl en la caverna y le cortó la orla del manto, leemos que su corazón le reprendió por lo que había hecho[36];—¡curioso! Porque no le reprendió en el asunto de Urías, donde había razones mucho más poderosas para hacer sonar la alarma.—Ya había pasado casi un año desde la comisión de aquella injusticia cuando el profeta fue enviado a censurarle,—y en todo ese tiempo no se nos habla ni una sola vez de remordimientos o dolor de corazón por lo que había hecho: y no cabe la menor duda de que si el profeta se hubiera encontrado con él cuando regresaba de la caverna,—y le hubiera dicho que, escrupuloso y concienzudo como entonces parecía y creía ser, en realidad se estaba engañando; que era capaz de cometer las más viles y deshonrosas acciones;—que un día asesinaría a un valiente y leal servidor al que en justicia debería haber amado y respetado;—que sin compasión le heriría primero en lo más sensible, arrebatándole su más preciada posesión,—para a continuación quitarle la vida despiadada y traicioneramente;—si Natán le hubiera anunciado a David, con espíritu profético, que no sólo era capaz de todo esto, sino que un día llegaría efectivamente a nacerlo, y además sin otro motivo que la momentánea gratificación de una pasión baja e indigna, éste habría escuchado con horror el vaticinio y posiblemente habría dicho lo mismo que Jazael en una ocasión similar:—¿Qué? ¿Acaso es tu siervo un perro, para hacer tamañas atrocidades?[37] Y sin embargo, lo único que con toda probabilidad faltaba en aquel mismísimo instante para inducir a David al pecado que más adelante se adueñó de él era el grado de tentación equivalente y una pareja oportunidad. Y así se sigue dando el caso entre nosotros. Cuando las pasiones están candentes y el pecado que se ofrece se ajusta con exactitud al deseo, observad cuán impetuosamente se precipita el hombre a él, obrando en contra de todos los principios de honor, justicia y misericordia.—Un segundo después hablad con él acerca de la naturaleza de cualquier otro vicio al que no sea adicto y del que tal vez su edad, su temperamento o su rango le resguardan:—fijaos en lo bien que razona,—en la equidad con que determina,—en la sincera indignación y acritud que contra ello expresa y en lo insensiblemente que su cólera se va encendiendo contra el hombre que en el mencionado vicio ha caído. Así, somos puntillosos con los granos y escrúpulos, —pero en cambio bribones en los asuntos de una libra de peso;—estamos batallando continuamente para que no entren mosquitos y, por contra, tragándonos camellos:—engañándonos de manera miserable y atormentando a nuestra razón para que nos proporcione, sobre el pecado en cuestión, el informe que más convenga al apetito o inclinación del momento. La mayoría conocemos a la perfección y aparentamos detestar las descaradas muestras de esa hipocresía con la que los hombres se engañan entre sí, pero somos pocos los que vemos o estamos en guardia contra esa otra hipocresía, más funesta, con la cual engañamos y embaucamos a nuestros propios corazones. Es ésta una enfermedad lisonjera y peligrosa, que ha hecho perderse a miles:—con nosotros traemos al mundo sus gérmenes,—que insensiblemente se van desarrollando junto con nosotros desde la niñez;—durante largo tiempo yacen ocultos y sin que nada les moleste, y para cuando hemos alcanzado la edad del entendimiento y la reflexión, ya han arraigado por lo general tan profundamente en nuestra naturaleza que hemos de recurrir a cuanto tenemos a nuestra disposición para defendernos de sus efectos. Para hacer el caso aún peor en la parte que nos atañe, pasa con ésta como con todas las graves dolencias del cuerpo: —los remedios son peligrosos y dudosos en directa proporción a nuestra errónea comprensión o ignorancia de la causa: pues en los casos de engaño de uno mismo, aunque la cabeza esté ya muy afectada y el corazón entero desfallezca, el paciente casi nunca sabe qué le aqueja:—de todas las cosas que sabemos y aprendemos, este conocimiento tan necesario es el que nos llega en último lugar. En razón de qué principios ocurre así, he procurado mostrarlo en la primera parte de este sermón, que ahora concluyo con una enérgica exhortación a luchar contra ellos; cosa que sólo podremos lograr conversando con nosotros mismos más (y con mayor frecuencia) de lo que por lo general nos permiten los negocios y diversiones del mundo. Albergamos en nuestra mente una verdadera cadena de pensamientos, deseos, compromisos y ratos de ocio que siempre recordamos en sus debidos momentos y orden;—yo os lo suplico: reservémonos una pequeña parte del día y asignémosela a este propósito——de retirarnos a nosotros mismos, ahondar en los oscuros rincones y entresijos del corazón y tomar nota de lo que allí sucede. Si un hombre logra llevar a cabo esta tarea con ojo curioso e imparcial, pronto comprobará que los frutos obtenidos harán más que compensarle por el tiempo y el esfuerzo dedicados. Verá en su interior diversas irregularidades e insospechadas pasiones en las que jamás había reparado;—descubrirá en su progresión numerosos recodos y recovecos secretos del corazón que desconocía por completo y que ahora, gradualmente, se le van abriendo y revelando ante su mirada más cercana y penetrante; rastreando por estos laberintos llegará hasta las causas y motivos ocultos de muchas de sus acciones más aplaudidas, y le harán sentirse, más que orgulloso, apesadumbrado y avergonzado de sí mismo. En una palabra, comprenderá sus errores, y entonces, al igual que David, verá la necesidad de rogarle a Dios que le libre de sus secretas faltas——y de decir con esperanza y confianza, como lo hiciera aquel gran hombre tras haberse condenado a sí mismo:—‘¡Júzgame, oh, Dios! Escudriña el fondo de mi corazón,—pruébame y examina mis pensamientos, mira bien si hay en mi algún sendero de maldad y condúceme hasta el camino imperecedero’[38]. Nos encomendamos a Dios padre, etc., etc. CONSIDERACIÓN DE LAS OBSERVACIONES DE JOB SOBRE LA BREVEDAD DE LA VIDA Y SUS MISERIAS Job XIV. 1, 2. El hombre nacido de mujer vive corto tiempo y lleno de miserias:—brota como una flor y se marchita; pasa de largo como una sombra y no subsiste. Hay algo tan hermoso y verdaderamente sublime en esta reflexión del santo Job acerca de la brevedad de la vida y la inestabilidad de las cosas humanas que uno se atrevería a desafiar a los escritos de los más celebrados oradores de la antigüedad a que presentaran una muestra de elocuencia tan elevada y profundamente conmovedora. Si este efecto es debido en alguna medida a la naturaleza patética del tema objeto de reflexión, o si lo es al modo oriental de expresión, cuyo estilo es más noble y apropiado a un tema tan grandioso, o si (lo cual es la explicación más plausible) se debe a que en rigor son las palabras de ese ser que en un principio infundió el lenguaje al hombre y enseñó a su garganta a articular, que abrió los labios del mudo e hizo elocuente la lengua del niño,—a cuál de estas razones hemos de atribuir la belleza y sublimidad del texto, así como las de otros, innumerables pasajes de las Sagradas Escrituras, es una cuestión que puede carecer ahora de importancia; pero es indudable que, aun sin estas ayudas, jamás hombre alguno estuvo tan calificado para hacer justas y elevadas reflexiones acerca de la brevedad de la vida y la inestabilidad de las cosas humanas como Job, quien personalmente había vadeado un negro mar de problemas, que habíase encontrado a su paso con numerosas vicisitudes de cielo tormentoso y despejado, y que alternativamente había experimentado los dos extremos de la felicidad y la desdicha absolutas de que el hombre mortal es heredero. El comienzo de sus días estuvo coronado por cuanto la ambición podría desear;—era el hombre más grande y acaudalado de todo el Oriente,—tenía vastas posesiones que no conocían las fronteras, y, sin duda, disfrutaba de todas las comodidades y ventajas que aquéllas, en esta vida, le podían proporcionar.—Diréis, tal vez, que un hombre prudente no debería dar rienda suelta a esta clase de felicidad sin tener alguna garantía para su conservación más segura que la mera posesión de tales bienes de fortuna, que con frecuencia se nos deslizan de entre los dedos y que a veces, inexplicablemente, echan alas por sí solos y emprenden el vuelo.—Pero también tenía esa garantía,—porque la mano de la providencia, que hasta entonces le había protegido, aún le llevaba, bien cogido, hacia adelante y parecía empeñada en la preservación y mantenimiento de estas bendiciones;—por todos lados había Dios levantado una valla en torno a él y cuanto poseía; había bendecido todas las tareas que sus manos habían acometido, y su sustancia aumentaba día a día. Cierto que aun con esta garantía las riquezas, para quien no tiene hijo ni hermano, como observa el sabio, resultan a veces, en lugar de una ayuda, una penosa fatiga y una carga.—La mente del hombre no siempre se siente satisfecha con la razonable certeza de sus propios goces, sino que mirará más allá, como si descubriera algún vacío imaginario, la falta de algún objeto querido que después de él hubiera de ocupar su sitio; a menudo se desasosegará en vano y dirá:—‘¿por quién trabajo yo, privándome de descanso?’[39] Este impedimento de su felicidad también habíaselo quitado Dios de en medio bendiciéndole con una numerosa prole de hijos e hijas, los presuntos herederos de su presente felicidad.—¡Placentera reflexión! ¡Pensar que las bendiciones que a uno ha concedido Dios serán transmitidas y perpetuadas a la propia semilla! ¡Cuán poco difiere esto de un segundo disfrute de ellas para un padre amantísimo, que naturalmente mira hacia el futuro con tanto interés por sus hijos como si él mismo fuera a vivir de nuevo en su propia posteridad! ¿Qué podría faltar para completar semejante cuadro de un hombre feliz?—Nada, indudablemente, a excepción de una virtuosa disposición[40] que le permitiera sacar partido de estas bendiciones y le indicara cómo hacer adecuado uso de ellas.—Y esto también lo tenía, porque era un hombre cabal y recto, que temía a Dios y rehuía el mal. En medio de toda esta prosperidad, la mayor que podría tocarle en suerte a un solo hombre;—cuando el mundo entero, ofreciendo un aspecto jovial, le sonreía, y todo a su alrededor parecía presagiar (en el supuesto de que tal cosa hubiera sido aún posible) un incremento de su felicidad,—en un instante todo se tornó dolor y profunda desesperación.—— Por muy sabias razones plúgole a Dios devastar las fortunas de su casa y cortar de raíz todas sus esperanzas de posteridad, y, en un día luctuoso, hizo pasar a este gran príncipe——de su palacio al estercolero. Sus hatos y rebaños, que constituían la base de sus abundantes riquezas, fueron en parte consumidos por un fuego celestial y el resto arrebatados por la espada del enemigo: sus hijos e hijas, a quienes lo natural es imaginar que un hombre tan bueno habría educado inculcándoles tan alto sentido del deber como para poder albergar la razonable esperanza de que sus vidas futuras fueran a proporcionarle grandes alegrías y satisfacciones—(¡perspectiva hacia la que resulta natural que un hombre, alimentándola, dirija la vista en la confianza de verse un día recompensado por las muchas preocupaciones e inquietudes que las respectivas infancias de sus hijos le han costado!); estas queridas prendas de su futura felicidad le fueron todas, todas sin excepción, arrebatadas de un solo golpe——justo en el momento en que uno se imagina que estarían empezando a ser ya el consuelo y alegría de su vejez, cuando más necesitado estaría de tales báculos para apoyarse;—y si las circunstancias pueden agravar los males, en esta ocasión no se privaron de hacerlo en absoluto;—porque la calamidad no sólo se produjo por un infausto accidente que ya era bastante doloroso en sí, sino que vino a sumarse a sus otras desgracias, cuando peor preparado estaba Job para encajar un golpe tan brutal; y para agravarlo todo aún más, ocurrió en el momento en que menos motivos tenía para esperárselo, cuando, naturalmente, creía a sus hijos a salvo y fuera de todo peligro. ‘Porque mientras estaban celebrando una fiesta y divirtiéndose en la casa de su hermano el primogénito, un huracán del desierto conmovió las cuatro esquinas de la casa y ésta cayó sobre ellos’. Tal concurrencia de desgracias no suele reservárselas el destino a muchos: y sin embargo, hay casos de hombres que han sufrido pruebas tan severas como éstas y han luchado bravamente contra ellas; tal vez por su natural entereza de ánimo, su buen estado de salud y el apoyo cordial de un amigo. Y con semejantes ayudas, ¿qué no podrá un hombre soportar?—Pero no fue éste el caso de Job; porque apenas habíanle acaecido todos estos males——cuando no sólo se vio postrado por una grave enfermedad que le afectó desde la coronilla de la cabeza hasta la planta de los pies, sino que la dolencia aquejó asimismo a sus tres amigos, en cuyos cariñosos consuelos podría haber hallado alivio y medicamento;—e incluso la mujer de su corazón, cuyo deber habría sido paliar con dulzura todas sus penas, en vez de hacer esto le insultó cruelmente y se erigió en reproche de su integridad. ¡Oh, Dios! ¿Qué es el hombre cuando así lo aplastas y tanto más pesada haces su carga cuanto sus fuerzas más se debilitan?—¿Quién que se hubiera visto a sí mismo como ejemplo de los muchos cambios y azares de esta vida mortal; —que súbitamente se hubiera encontrado despojado y destituido de las múltiples y preciosas bendiciones que un segundo antes tu providencia había derramado sobre su cabeza;—que hubiera reflexionado sobre este jubiloso y radiante conjunto tan firmemente edificado en apariencia, tan placenteramente rodeado de cuantas cosas podían halagar sus esperanzas y deseos y en un instante lo hubiera contemplado todo arrasado, la perspectiva entera desvanecida junto a ello como la descripción de un encantamiento;—quién, digo, que hubiera observado y sentido el impacto de una revolución tan repentina——no se habría visto asaltado inmediatamente por justas y hermosas reflexiones al respecto y no habría dicho con Job, según rezan las palabras del texto, ‘que el hombre nacido de mujer vive corto tiempo y lleno de miserias:—que brota como una flor y se marchita; que pasa de largo como una sombra y no subsiste’? Las palabras del texto son un epítome de la vanidad natural y moral del hombre, y contienen dos distintas aseveraciones acerca de su estado y condición en cada una de ellas. La primera, que es una criatura que vive corto tiempo; y la segunda, que este tiempo está lleno de miserias. Haré algunas reflexiones sobre cada una en su debido orden, y concluiré extrayendo una lección práctica del todo. Y en primer lugar tenemos que vive corto tiempo. La comparación de que se vale Job, ‘que el hombre brota como una flor’, es de gran belleza y más eficaz que la argumentación más elaborada que se pueda concebir, la cual, en verdad, el tema no admitiría fácilmente,—pues la brevedad de la vida es un hecho del que todas las épocas, desde el diluvio, se han lamentado de manera tan general, y tan universalmente sentido y reconocido por la totalidad de la especie, como para no precisar de más evidencia que la de la similitud; similitud cuyo propósito no consiste tanto en probar el hecho cuanto en ilustrarlo y llevarlo a una luz que nos conmueva y nos transmita la sensación de un modo más penetrante. El hombre, dice Job, brota como una flor y se marchita;—es enviado al mundo como la mejor y más noble muestra de todas las obras de Dios,—moldeado a imagen y semejanza de su creador en lo que respecta a la razón y a las grandes facultades de la mente; brota glorioso como la flor del campo; y así como sobrepasa en belleza al mundo vegetal, así también supera al animal en la dignidad y excelencia de su naturaleza. La flor,—si ningún accidente prematuro la malogra, en seguida alcanza su más alto grado de perfección;—le está permitido resplandecer durante unos instantes y luego es arrancada de raíz en su máximo esplendor, en el estadio más exultante de su ser:—y si por casualidad escapa a las manos de la violencia, inevitablemente enferma por sí sola a los pocos días y se extingue. El hombre, asimismo, aunque su progresión sea más lenta y su duración algo más larga, experimenta, sin embargo, tanto en su naturaleza como en su forma, prácticamente los mismos periodos de crecimiento y declinar. Si escapa a los peligros que acechan sus más tiernos años, alcanza pronto su total madurez y fuerza vital; y si tiene la suerte de no verse obligado entonces a abandonar precipitadamente ese estadio por culpa de un accidente o de su propia insensatez e intemperancia,—si escapa a todas estas cosas, entonces él mismo empieza a declinar de manera natural;—rápidamente se apodera de él un periodo más allá del cual no está destinado a perdurar,—como una flor o un fruto, que pueden ser arrancados por la fuerza antes de alcanzar el tiempo de su madurez y sin embargo no pueden exceder en crecimiento el periodo en que han de languidecer y caer por su propio peso; sin que ni las artes del botánico puedan sostener a los unos ni la habilidad del médico preservar de la muerte al otro más allá de los límites que sus estructuras y constituciones originales tenían marcados para desarrollarse. Así como Dios ha fijado y determinado los diferentes periodos de crecimiento y declinación de la raza vegetal, así, evidentemente, parece haber prescrito las mismas leyes para el hombre y para todas las criaturas vivas, en cuyos primeros rudimentos ya están contenidas las facultades específicas de sus respectivos desarrollo, duración y extinción; y cuando las evoluciones de esas facultades animales se han agotado y tocan ya a su fin, la criatura expira y muere por sí sola, como el fruto maduro cae del árbol o la flor que ha logrado sobrevivir a su momento de máximo esplendor se marchita y perece sobre el tallo. Esto en cuanto a la primera comparación de Job, que, a pesar de ser muy poética, da una idea justa y clara de lo que se quiere decir con ella.—‘Que pasa de largo como una sombra y no subsiste’——no es una representación menos fiel ni inferior de la brevedad y vanidad de la vida humana; y la mejor manera de explicarla es recurriendo al original de donde se tomó la imagen.—Pues, ¿acaso no pasan en rapidísima sucesión sobre nuestras cabezas los días, los meses y los años?—¿Y no es bien cierto que, como una sombra fugitiva, se desvanecen insensiblemente sin apenas dejarnos señal? —Cuando nos esforzamos por hacerlos volver mediante la reflexión, y por considerar de qué modo han transcurrido, ¡en qué ridícula medida somos capaces los más dotados de hacer una relación plausible!—Y de no ser por algunas etapas más notables que hacen destacarse unos cuantos periodos en medio de esta veloz progresión,—volveríamos la vista atrás, hacia todo ello, como Nabucodonosor hacia su sueño cuando despertó por la mañana[41];—era consciente de que habían ocurrido muchas cosas que, además, le desasosegaban; pero se habían sucedido tan rápidamente que tras ellas no había quedado huella alguna que le capacitara para seguirles el rastro hasta el final.—¡Melancólica condición la de la vida del hombre! Por lo general transcurre de manera tan vertiginosa que apenas si nos concede tiempo para reflexionar sobre la forma en que ha pasado. ¿Cuántos son los años iniciales que se nos escapan en los inocentes juegos de la niñez, durante la cual aún no somos capaces de meditar sobre ellos?—¿Cuántos años más se nos escabullen durante nuestra despreocupada juventud, cuando somos reacios a la reflexión y en cambio buscamos la diversión con tanto ahínco como para no disponer de tiempo que perder en hacer un alto y cavilar sobre ellos? Cuando llegan años más serios y más maduros y empezamos a pensar que ya va siendo hora de que nos corrijamos y convirtamos en hombres juiciosos y responsables de nuestra conducta, entonces los intrincados negocios e intereses de este mundo y las interminables tramas y maquinaciones para sacarle el mayor partido posible nos ocupan tan enteramente que estamos demasiado atareados para hacer reflexiones sobre un tema tan poco remunerador.—A medida que la familia y los hijos van aumentando, lo hacen también nuestros afectos, y con ellos se multiplican nuestros afanes y fatigas en pos de su seguridad y estabilidad;—todo lo cual ocupa tan apretadamente nuestros pensamientos y se enseñorea de ellos durante tanto tiempo que con frecuencia nos alcanzan los cabellos grises sin que nos demos cuenta y sin que hayamos encontrado un momento de respiro para considerar hasta dónde hemos llegado,—qué hemos estado haciendo——y con qué fin nos envió Dios al mundo. Así como del hombre se puede decir justamente que vive corto tiempo si lo consideramos en relación a esta precipitada sucesión de las cosas que en seguida lo conduce hasta el declinar de su vida, asimismo puede decirse que pasa de largo como una sombra y no subsiste——cuando se compara su duración con la de otras muestras de la obra de Dios y aun con las de la suya propia, la de sus manos, que le sobrevive muchas generaciones;—su propia generación, en cambio——Al igual que las hojas, como observa Homero, se marchita una generación y surge otra, para, a su vez, caer y ser olvidada. Pero cuando además contemplamos su vida a la luz con que principalmente deberíamos mirarla, tal y como ante su vista se aparece, ¡oh, Dios!, para Quien un millar de años no son sino un ayer; cuando pensamos que este palmo de vida es cuanto se nos otorga de esa eternidad para la que el hombre ha sido creado, ¿acaso no se desvanece entonces su fugaz instante en la comparación——hasta quedar reducido a nada? Bien es verdad que al mayor plazo de tiempo imaginable le ocurrirá otro tanto cuando se lo compare con lo que aún ha de venir; y en consecuencia, un plazo tan breve y transitorio como son setenta años, más allá de los cuales se asegura que ya todo es fatiga y pesar, puede concederse fácilmente: y sin embargo, ¡cuán inseguros estamos de ese plazo, breve como es! ¿Acaso no rompen diez mil accidentes el delgado hilo de la vida mucho antes de que se lo haya podido alargar hasta alcanzar esa extensión?—El niño recién nacido, fácil presa, sucumbe y vuelve a convertirse en polvo como un tierno capullo brotado en hora precoz.—El esperanzado joven se trunca en la belleza y esplendor de su vida: alguna enfermedad implacable o un imprevisto accidente le obligan a caer postrado en tierra, (para seguir con la comparación de Job) al igual que una flor naciente es herida y marchitada por una maligna ráfaga de viento.—En este periodo de la vida los peligros que nos acechan se multiplican,—las semillas de las afecciones son sembradas por la intemperancia o el descuido,—las enfermedades infecciosas se contraen más fácilmente, una vez contraídas escuecen con mayor violencia, y el éxito, en muchos casos, es tanto más dudoso cuanto que los que se han especializado en esta clase de cómputos nos dicen ‘que una mitad de la totalidad de la especie que llega al mundo vuelve a salir de él, muriendo todos, en un espacio de tiempo tan corto como son los primeros diecisiete años’[42]. Estas reflexiones bastan para ilustrar la primera parte de la declaración de Job: ‘que el hombre tiene corta vida’. Examinemos ahora lo que hay de verdad en la otra y veamos si no está efectivamente llena de miserias. Y aquí no debemos ir a buscar nuestra información en el lisonjero exterior de las cosas, que por lo general están embellecidas por una apariencia bastante deslumbrante, sobre todo en lo que se ha dado en llamar la vida acomodada.—Ni tampoco podemos confiar sin riesgo en el testimonio de los más festivos y despreocupados de nosotros, que están tan volcados a los goces de la vida que muy pocas veces reflexionan sobre sus miserias;—ni en el de los que, tal vez porque aún no han recibido esa parte de su herencia, se imaginan que no tendrán que participar del destino que a todos es común. —Ni finalmente hemos de formarnos una idea de ello a partir de las engañosas historias de unos cuantos pasajeros más dichosos que, con inmensa fortuna, han surcado las más crudas penas y calamidades y escapado ilesos de ellas. Sino que hemos de buscar nuestras informaciones en un detenido reconocimiento de la vida humana y del verdadero cariz de las cosas, ambos despojados de cuanto pudiera paliarlos y dorarlos. Debemos escuchar el lamento general de todos los tiempos y leer las historias del género humano. Si las examinamos y penetramos en ellas hasta el fondo, ¿qué contienen sino la narración de tristes y desconsoladas travesías que un hombre de buen corazón no puede leer sin que el espíritu se le acongoje?—Considerad la espantosa sucesión de guerras en uno u otro lugar de la tierra, perpetuadas de un siglo a otro con tan pocas interrupciones que la humanidad apenas si ha tenido tiempo para tomarse un respiro de ellas desde que la ambición llegó por primera vez al mundo; considerad sus terribles efectos en todas esas bárbaras devastaciones acerca de las cuales leemos, en las que naciones enteras han sido pasadas a cuchillo o arrojadas al hambre y a la intemperie para hacer sitio a los recién llegados. Como ejemplo de esto, reflexionemos sobre la historia relatada por Plutarco en la que, por orden del senado romano, setenta populosas ciudades fueron saqueadas y arrasadas por sorpresa, a una hora fijada de antemano, por P. Emilio, quien hizo cautivos a ciento cincuenta mil desdichados para que fueran vendidos al mejor postor y acabaran sus días en medio de un sufrimiento atroz [43].—Considerad la elevadísima proporción que de la totalidad de la especie ha sido pisoteada, en todas las épocas y hasta ahora, por las botas de tiranos crueles y caprichosos que ni escuchaban sus gritos ni se apiadaban de su dolor.—Considerad la esclavitud:—lo que es,—el brebaje tan amargo que resulta y los muchos millones que se han visto forzados a beber de él;—si puede emponzoñar toda felicidad terrena cuando solamente es sometido el cuerpo a ella, ¿qué será cuando no sólo afecte a éste, sino también a la mente?—Para haceros una idea no tenéis más que examinar la historia de la iglesia romana[44] y de sus tiranos (o, mejor dicho, de sus verdugos), que parecen haberse complacido en los estertores y convulsiones de sus semejantes.—Asomaos a las cárceles de la inquisición, oíd las melancólicas notas que resuenan en cada celda.—Considerad el espanto de los simulacros de juicio y de los exquisitos tormentos subsiguientes, aplicados sin la menor compasión a los desventurados, cuyas almas torturadas y exhaustas a menudo deseaban decir su último adiós——sin que, cruelmente, se les permitiera expirar.—Considerad la cantidad de infelices desamparados que en todos los periodos de esta usurpación tiránica han sido arrastrados por la fuerza a padecer en las matanzas y hogueras a las que una religión falsa y sangrienta los condenaba. Si esta triste y detallada historia de las causas más públicas de las miserias del hombre no os basta, contemplémosle a otra luz, a la de las causas más íntimas, y veamos si su vida no está aquí igualmente llena de desgracias y si no ha nacido para ellas casi tan naturalmente como saltan hacia arriba las chispas que despide el fuego. Si consideramos al hombre como a una criatura acosada por carencias y necesidades (tanto reales como imaginarias) que por sí mismo no es capaz de subsanar, ¿qué cadena de decepciones, vejaciones y dependencias que turbarán su ser y harán que se sienta agobiado no se establecerá a partir de ahí?—¿Cuántos tropiezos y duros enfrentamientos hemos de padecer para abrirnos camino en el mundo?—¿Acaso no nos vemos brutalmente frenados?—¿Con frecuencia vilmente derrotados cuando a lo único que aspiramos es a un poco de pan?—¿Y cuántos de nosotros no lo conseguimos nunca,—al menos no cómodamente,—sino que por diversas e ignotas causas——nos pasamos la vida entera comiéndolo con amargura? Si cambiamos de escena y miramos hacia arriba, hacia aquellos cuya situación en la vida parece ponerlos a resguardo de esta clase de sinsabores, ¿encontramos, sin embargo, que asimismo están libres de otros? ¿Acaso no se topan los hombres de todo rango y condición con funestos accidentes e innumerables calamidades que, aunque se produzcan en otros terrenos, a menudo les hacen ya marchar apesadumbrados durante el resto de sus vidas? ¿Cuántos se ven aquejados de enfermedades crónicas que les hacen insoportables y desasosegadores tanto los días como las noches?—¿Cuántos del más alto rango viven atormentados por la ambición o agriados por las decepciones? ¿Y cuántos más languidecen en silencio por mil ocultos motivos de inquietud y deben sus muertes al pesar y al abatimiento del corazón?—Si dirigimos la vista hacia las clases y condiciones más bajas de la vida,—la escena es aún más melancólica:—¡millones de semejantes nuestros nacidos sin otra herencia que la pobreza y la desgracia! ¡Forzados por la inevitabilidad de sus destinos a realizar ingratas tareas y desempeñar sufridos empleos con los que, además, apenas si logran ganar lo suficiente para mantenerse con vida ellos y sus familias!—Así pues, tras hacer recuento y una vez examinados el auténtico estado y condición de la vida humana y hechas algunas concesiones a sus escasos, fugaces y engañosos placeres, no se puede encontrar prácticamente nada que contradiga la descripción que de ella hace Job.—Sea cual sea la dirección en que miremos, siempre vemos algunos caracteres legibles de lo que Dios nos anunció desde el principio: ‘Que con dolor comeríamos el pan hasta que volviéramos a la tierra de la que fuimos tomados’(45). Pero alguien dirá: ¿por qué hemos de vernos privados de amor en la vida humana? ¿Cuál es el propósito de enseñarnos su lado oscuro, o el de espaciarse en los males que le son naturales y que, precisamente por ello, no está en nuestra mano reparar? Yo a esto respondo que, pese a todo, la cuestión es de suma importancia, pues es necesario que cada criatura tenga clara conciencia de su presente estado y condición a fin de así no olvidar conducirse de acuerdo con ellos.—Un examen imparcial del hombre,—la acción de mantener este espejo en alto para mostrarle sus defectos y flaquezas naturales,—¿no contribuye a curarle de su orgullo y a revestirle de humildad, el atuendo más apropiado para una infeliz criatura de corta vida?—Y la consideración de la brevedad de nuestra existencia,—¿no nos convence de cuán sabia medida es consagrar tan efímero espacio de tiempo a los grandes fines de la eternidad?—— Y finalmente, cuando pensamos que este palmo de vida, breve como es, se halla sin embargo tan salpicado de desgracias que nada hay en el mundo que nazca (o de lo que se pueda disfrutar) sin mezcla de pesar, ¿no nos inclina insensiblemente eso a apartar los ojos y nuestro afecto de una perspectiva tan sombría y a ponerlos en ese reino más dichoso hasta donde no nos pueden seguir las aflicciones y en el que Dios nos enjugará todas las lágrimas del rostro por los siglos de los siglos? Amén. GLOSARIO (entre paréntesis el término correspondiente en el original) A ación (stirrup-leather): correa de que pende el estribo en la silla de montar. agrión (clap): tumefacción dura y dolorosa que suelen padecer los caballerías en las patas. aguadura (greaze): absceso que se forma dentro del casco de las caballerías. almohazar (to curry): restregar a las caballerías con la almohaza para limpiarlas. amblar (to amble): andar moviendo a un tiempo la pata delantera y trasera de un mismo lado, como las jirafas y algunas otras caballerías que lo aprenden. amiento (thong): correa para atar zapatos que se usaba antiguamente. ana (ell): medida de longitud que, según los sitios, era un poco más larga o más corta que el metro. anadear (to waddle): andar, a semejanza de los ánades, moviendo las caderas de un lado a otro, casi siempre por tener cortas las piernas. aposiopesis (aposiopesis): figura retórica consistente en dejar un pensamiento intencionadamente incompleto mediante una brusca interrupción o corte de la oración. asperiega (pippin): dícese de la manzana de forma aplastada, carne granulosa y sabor algo agrio, que sirve para hacer sidra. B baivel (sector): escuadra falsa con uno de los brazos recto y el otro curvo. balista (ballista): máquina usada antiguamente para arrojar piedras de gran peso contra las murallas y fortalezas. banqueta (banquet): obra de fortificación, de tierra o mampostería, a modo de banco corrido, al cual se sube por una rampa desde el interior de la fortificación, y tiene amplitud bastante para que los soldados se coloquen sobre él en dos filas, resguardados detrás de pared, parapeto o muralla hasta la altura de los hombros. basilicón (basilicon): ungüento supurativo cuyo principio medicinal es la pez negra. blinda (blind): viga gruesa que con zarzas, tierra, estiércol, etc., constituye un cobertizo defensivo. C calamaco (calamanco): tela de lana delgada y angosta. calceus incisus (calceus incisus): zapato calado o perforado. calceus rostratus (calceus rostratus): zapato de puntera aguda. camino-cubierto (covered way): terraplén que rodea y defiende el foso, y desde el que puede hacer fuego la guarnición. catacresis (catachresis): tropo retórico consistente en usar una palabra con sentido traslaticio para designar una cosa que carece de nombre especial. catástasis (catastasis): punto culminante del poema épico o dramático. catástrofe (catastrophe): desenlace del poema dramático. chilla (thin slit deal): tabla delgada de ínfima calidad. colodro (brogue): antiguo calzado de madera. contraescarpa (counterscarp): pared, en talud, del foso, enfrente de la escarpa; también llamada contrafoso. contraguardia (counter-guard): obra exterior que forma un ángulo delante de los baluartes para cubrir sus frentes. cortina (curtin): lienzo de muralla entre dos baluartes. crasis (crasis): antiguamente, complexión, constitución. cristus (Christ-cross-row): cruz que precede al abecedario en la cartilla. cuartelmaestre (quartermaster): oficial encargado del avituallamiento y vestimenta de las tropas. cuculla (cucullus): especie de capucha antigua, suelta. cuneta (cuvette): zanja de desagüe en medio de los fosos. D dar un capote (to capot): en algunos juegos de naipes, hacer uno de los jugadores todas las bazas en una mano. diente (jag): especie de clavo grande. discantar (to discant): comentar algo en exceso, cualquier materia. doble tenaza (double tenaille): obra exterior de fortificación con dos ángulos retirados, sin flancos, situada delante de la cortina. E efod (ephod): vestidura litúrgica, corta y sin mangas, que se ponían los sacerdotes israelitas sobre todas las demás. epifonema (epiphonema): en retórica, exclamación deducida de lo que anteriormente se ha dicho. epítasis (epitasis): nudo o enredo del poema dramático. erotesis (erotesis): pregunta de carácter retórico. escarpa (scarp): plano inclinado que forma la muralla del cuerpo principal de una plaza fuerte, desde el cordón hasta el foso y la contraescarpa. escorpión (scorpio): máquina de guerra, de figura de ballesta, que usaban los antiguos para arrojar piedras. escrúpulo (scruple): peso antiguo en farmacia, equivalente a 24 gramos. escudete (gusset): pedacito de lienzo en forma de escudo o corazón, que sirve de refuerzo en las aberturas de la ropa blanca. espaldón (epaulment): valla artificial que sirve de parapeto. esparaván (spavin): tumor que aparece en la parte interna e inferior del corvejón de las caballerías. estrangurria (strangury): obstrucción y posterior emisión de la orina, gota a gota, pero con gran frecuencia; las ganas de orinar son continuas. estrella (redan): fuerte de campaña que forma ángulos entrantes y salientes. F falsabraga (fausse-bray): muro bajo de las fortificaciones que, para mayor defensa, se levanta delante del muro principal. florete (superfine): tela entrefina de algodón. fogón (touch-hole): oído de las armas de fuego. frisa (frieze): estacada o empalizada oblicua que se pone en la berma de una obra de campaña. G galocha (patin): antiguo calzado de madera o de hierro para caminar por la nieve. garganta: ver gola. gavión (gabion): en las fortificaciones, cestón de mimbre lleno de tierra para defender a los que abren la trinchera. glacis (glacis): explanada en declive que se continúa desde el camino cubierto hacia la campaña. gola (gorge): entrada desde la plaza al baluarte, o distancia de los ángulos de los flancos. gorgorán (sarcenet): tela de seda con cordoncillo. gotera (gutter): cenefa que cuelga alrededor del dosel, o del cielo de una cama. grano (grain): medida de peso antigua equivalente a 48 miligramos. H hipalage (hypallage): figura retórica consistente en intercambiar la relación sintáctica entre dos términos. hoja (leave): mitad de cada una de las partes principales de que se compone una prenda de vestir. hornabeque (horn-vork): fortificación formada por dos medios baluartes trabados con una cortina. hoyuelo (chuck-farthing): juego de muchachos consistente en meter monedas o bolitas en un hoyo pequeño. huélfago (broken-wind): enfermedad de los animales que les hace respirar agitadamente, jadear. L lacerna (lacerna): capa o manto que los antiguos llevaban sobre la toga. limonero (thill-horse): dícese del caballo que va entre las dos varas de un carruaje. lustrina (lute-string): tela lustrosa y vistosa; se usaba mucho para ornamentos de iglesia. M majuela (end): correa para atar zapatos. mantelete (mantelet): tablero grueso forrado de chapa, que servía de resguardo contra los tiros del enemigo, a manera de escudo. martingala (cod-piece): pieza de madera o (en las armaduras) metal, que se llevaba sobre el sexo para protegerlo y a veces como adorno. mayal (flail): instrumento para la trilla del centeno, compuesto de dos palos, uno más largo que otro, unidos por una cuerda. mayo (May-pole): árbol o palo alto, adornado, que se pone en un lugar público donde van a celebrarse fiestas o danzas; los que bailan, a veces, lo hacen en torno a él. media-culebrina (demi-culverin): pieza antigua de artillería, larga y de escaso calibre. media-luna (half-moon): obra de fortificación que se construye delante de las capitales de los baluartes. medio-baluarte (demi-bastion): mitad de la obra de fortificación de figura pentagonal que sobresale del muro exterior llamada baluarte. meseraico (meseraic): mesentérico, perteneciente o relativo al mesenterio o prolongación del peritoneo, que cubre por delante los intestinos. múdeo (slip shoe): calzado que usaban los romanos, con la punta vuelta hacia el empeine. N navegar a dos puños (to sail before the wind): navegar a gran velocidad; ver puño. O obra exterior (outwork): en las fortificaciones, la que queda fuera de la muralla; también se la llama avanzada. opiata (opiate): preparación farmacéutica hecha con miel en cuya composición entra el opio. P paenula (paenula): antiguo manto de lana que cubría el cuerpo entero. paludamento (paludamentum): manto de púrpura bordado de oro, que usaban principalmente (aunque no exclusivamente) los emperadores romanos. papillote (papilliote): rizo sujeto con un papel. paralela (parallel): trinchera con parapeto, que el sitiador abre paralelamente a las defensas de una plaza fuerte. pedrero (paderero): antigua boca de fuego de artillería, destinada a disparar grandes piedras esféricas. peripecia (peripetia): accidente imprevisto que desencadena la tragedia en los poemas dramáticos. persiana (persian): tela de seda con grandes flores tejidas. pértica (rood): medida agraria de longitud que equivale aproximadamente a 2 metros y 70 centímetros. picar (to pique): en el juego de los cientos (naipes), contar el que es mano sesenta puntos cuando en principio sólo debía contar treinta. piróbalo (pyrabolus): antigua máquina de guerra para lanzar proyectiles incendiarios. polígono (polygon): en fortificación hay dos, el exterior y el interior, según que sus líneas estén formadas por los baluartes o las cortinas. pretexta (praetexta): especie de toga orlada con una tira de púrpura, que solían llevar los magistrados romanos. prolepsis (prolepsis): en retórica, lo mismo que anticipación. prótasis (protasis): exposición o primera parte del poema dramático. puño (córner [of a sail]): ángulos de las velas. R rebellín (ravelin): obra de fortificación que se construye detrás de las capitales de los baluartes. reducto (redoubt): obra de campaña compuesta de parapeto y una o más banquetas. rehilete (shuttlecock): volante para jugar a la raqueta con él. repicar (to repique): en el juego de los cientos (naipes), contar un jugador noventa puntos antes que cuente uno solo el contrario. repulgo (hem): dobladillo de costura. respigón (twitter-bone): llaga que se hace en los pulpejos a las caballerías. roblón (rivet): clavija o clavo de hierro con cabeza en un extremo, y que después de colocado en su sitio se remacha hasta formar otra cabeza en el extremo opuesto. S sagum (sagum): manto cuadrado o rectangular de lana basta que solían llevar los galos y los soldados romanos. sargantana (newt): especie de lagartija. sextil (sextile): dícese del aspecto de dos casas celestes cuando distan entre sí 60 grados. silletero (chairman): portador de una silla de manos. sillico (close-stool): bacín o vaso para excrementos, más antiguo que el orinal. síntesis (synthesis): vestimenta suelta de los romanos que a veces sustituía a la toga, mis formal. solutivo (resolving): dícese del medicamento laxante. surtida (sally-port): paso o puerta pequeña que se hace en las fortificaciones; también es la salida oculta que hacen los sitiados contra los sitiadores. T tambor (orgue): pequeña plaza, que forma una especie de cancel delante de las puertas de las fortificaciones. tenaza (tenaille): obra exterior con un ángulo retirado, sin flancos, situada delante de la cortina. tepe (gazon): pedazo de tierra cubierto de césped y muy trabado con las raíces de esta hierba, que se usa para hacer muros y malecones. terebra (terebra): artefacto inventado por los romanos para abrir brechas en los muros fortificados. toesa (toise): antigua medida francesa de longitud, equivalente a poco menos de dos metros. torno de asador accionado por humo (smoak-jack): aparato para hacer girar el asador, fijado a una chimenea y puesto en movimiento por la corriente de aire que entra por el cañón de aquella. trábeas (trabae): vestiduras talares de gala, que usaban los soberanos y ciertos sacerdotes en la antigua Roma. través (traverse): muro o parapeto rudimentario, generalmente de sacos, tierra, etc. trino (trine): dícese del favorable aspecto astrológico de dos casas celestes que distan entre sí 120 grados. tritón (asker): especie de lagartija acuática. trusas (trouse): gregüescos con cuchilladas que llegaban a mitad del muslo. tutilimundi (raree-shew-box): cajón con un cosmorama portátil u otro artificio óptico, exhibido en ferias y lugares públicos. U uñeta (shuffle-cap): juego de muchachos muy semejante al hoyuelo. V vinea (vinea): especie de cobertizo móvil y protector, que los antiguos sitiadores de tiempos de Roma utilizaban para avanzar contra la fortaleza enemiga. Z zapa (sap): en las fortificaciones, excavación de galería subterránea o de zanja al descubierto. LAURENCE STERNE (1713-1768), novelista anglo-irlandés, es sin duda uno de los escritores más innovadores e influyentes de todos los tiempos, y el «más libre», según Nietzsche. Autor poco prolífico debido a sus tardíos inicios y a su salud perennemente delicada, constituye sin embargo un vínculo imprescindible entre los grandes satíricos y humoristas de la literatura universal, en cierto modo precursores de la novela moderna (de Luciano a Cervantes, de Rabelais a Swift), y la más arriesgada narrativa del siglo XX: Joyce, Beckett, Cabrera Infante o Kundera son descendientes directísimos y confesos de Sterne. NOTAS A LA PRESENTE EDICIÓN LA VIDA Y LAS OPINIONES DEL CABALLERO TRISTRAM SHANDY INTRODUCCIÓN (1) En el original, thou art scabby: scabby quiere decir, por un lado; cubierto de costras, y, por otro, vil, despreciable. He ahí el bon mot o juego de palabras. << (2) Ver nota (79) del volumen IX. << (3) La tonada es como sigue en el original: Please to remember / The Fifth of November / Gunpowder treason and plot; / I know no reason / Why gunpowder treason / Should ever be forgot. << (4) Ver nota (25) del volumen I. << (5) Ver nota (79) del volumen IX. << VOLUMEN I [1] En el mismo título hay ya un juego de palabras en clave con el nombre del personaje: Tristram, como resulta evidente para el lector español pero no para el inglés, recuerda por su raíz a la palabra triste, que Sterne conocía en sus formas latina y francesa; Shandy o sban, en el dialecto de algunas zonas del condado de Yorkshire —donde Sterne vivió gran parte de su vida—, significa indistintamente alegre, voluble y chiflado. << [2] La cita pertenece al capítulo V del Enquiridion, recopilación del pensamiento del filósofo estoico romano Epicteto (c. 50-c. 120), hecha por su discípulo el historiador Arriano (c. 85-c. 175), y podría traducirse aproximadamente así: No son las cosas mismas, sino las opiniones sobre las cosas, las que perturban a los hombres. << [3] Los volúmenes I y II de Tristram Shandy se publicaron por primera vez el 1 de enero de 1760. Fueron objeto de una segunda edición en abril del mismo año debido a su enorme e instantáneo éxito. << [4] Esta dedicatoria no apareció hasta la segunda edición de los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy y cuando la obra ya había alcanzado un resonante éxito. Ya en la primera edición Sterne había deseado dedicarle el libro a William Pitt (1708-1778), el famoso político y orador inglés, que a la sazón ere secretario de estado; pero temiendo que tal cosa pudiera parecer presunción por parte de un clérigo al que nadie conocía, no se atrevió a hacerlo finalmente. Cuando apareció la segunda edición —sólo tres meses después de la primera—, Sterne le pidió permiso a Pitt e insertó la presente dedicatoria. << [5] Para la medicina de la Antigüedad y de la Edad Media, los cuatro humores o elementos del cuerpo animal eran la sangre, la flema, la bilis y la atrabilis (o bilis negra). Según el predominio de cada uno de ellos en el cuerpo del hombre, a éste le correspondían, respectivamente, las complexiones o temperamentos sanguíneo, flemático, colérico y melancólico. La sangre era caliente y húmeda; la flema, fría y húmeda; la bilis, caliente y seca; y la atrabilis, fría y seca. Se consideraba esencial para la salud, tanto física como mental, el perfecto equilibrio de estos cuatro elementos. << [6] Desde el Renacimiento hasta el siglo XVII, pero sobre todo a partir de Descartes (1596-1650), que la modifico, la teoría de los espíritus animales —debida a Galeno (c. 130-c. 200) en su forma original— se aceptó casi universalmente como explicación del medio por el que el alma obraba sobre el cuerpo. Se creía que los espíritus aimales eran partículas (tal vez de la sangre) muy sutiles y casi incorpóreas que atravesaban el cuerpo por los conductos formados por los nervios hasta llegar al cerebro y al centro del sistema nervioso. La volición y las sensaciones dependían de ellos. << [7] Las exclamaciones como ¡Por Dios!, ¡Dios mío!, etc., tienen en inglés un matiz mucho más irreverente que en español. De aquí que Sterne no complete la palabra y que el padre del narrador cuide al mismo tiempo de moderar la voz. << [8] En el original, HOMUNCULUS, forma latina que se ha conservado en inglés: literalmente, hombrecito; de hecho, el espermatozoide, al que se imaginaba como a un ser humano, perfectamente acabado, en miniatura. << [9] Juego de palabras: minute quiere decir tanto minucioso como diminuto. << [10] El Lord Chancellor es el equivalente en Inglaterra del Ministro de Justicia. << [11] Tully es Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.); Puffendorff es Samuel von Puffendorf (1632-1694), escritor alemán que ejerció cierta influencia en el pensamiento político europeo de los siglos XVII y XVIII: su obra principal, a la que Sterne alude, fue De Jure Naturae et Gentium (1672). << [12] Los ingleses distinguen entre natural philosopher y moral philosopher: el primero es el que se ocupa del universo y de los fenómenos (en la actualidad el término ha quedado reservado para el físico), y el segundo es el que se ocupa de cuestiones de ética y moral, el filósofo propiamente dicho según la tradición cristiana occidental. << [13] El viaje del peregrino o The Pilgrim’s Progress es la obra más famosa de John Bunyan (1628-1688), clérigo inglés y autor de numerosos libros alegórico-religiosos. La obra a que Sterne hace referencia es una visión alegórica de la vida contada en forma de viaje que efectúa el personaje principal, Christian. Gozó de gran popularidad en su tiempo debido a que, pese a sus intenciones espirituales, se trataba también de una amena narración muy realista y detallística. << [14] Sterne está haciendo referencia al siguiente párrafo: Je m’ennuye que mes Essais servent les dames de meuble commun seulement, et de meuble de sale: ce chapitre me fera du cabinet… (Michel de Montaigne (1533-1592), Essais, Livre III, cap. V, Sur des vers de Virgile). Sterne cita probablemente a partir de la traducción, no del todo exacta, de Charles Cotton (1630-1687): I am vex’d that my Essays only serve the Ladies for a common moveable, a Book to lye in the Parlour Windov; this Chapter shall prefer me to the Closet. Montaigne era uno de los autores predilectos de Sterne y fuente de algunas de las ideas contenidas en Tristram Shandy. << [15] Ab Ovo: literalmente, desde el huevo. Horacio (65-8 a. C.) elogia a Homero en su Ars Poetica por introducir al lector, desde el principio, en medio de la guerra de Troya, en vez de rastrear toda la historia en su orden cronológico, es decir desde el huevo de Leda, del que nació Helena. Este rechazo por parte de Sterne de los preceptos del crítico literario de la Antigüedad que mis se admiraba en el siglo XVIII indica claramente su voluntad de escribir un libro contra la corriente. << [16] Probablemente, por el número de espacios que ocupa el guión, Yorkshire, habitual lugar de residencia de Sterne. << [17] Un lugar común sobre Tristram Shandy y Laurence Sterne es el de considerar que las teorías del filósofo inglés John Locke (1632-1704) sobre la asociación de ideas en su Essay Concerning Human Understanding constituyeron no sólo la mayor fuente de inspiración en lo que atañe a la estructura de la novela, sino también la justificación filosófica de la misma, tan arbitraria aparentemente. Locke había escrito: …ideas that in themselves are not at all of kin, come to be so united in some men’s minds that it is very hard to separate them; they always keep in company, and the one no sooner at any time comes into the understanding, but its associate appears with it; and if there are more than two which are thus united, the whole gang, always inseparable, show themselves together (Ob. cit. II, cap. XXXIII, apdo. 5). Es decir: …ideas que en sí mismas no tienen ninguna relación llegan a quedar tan asociadas entre sí en las mentes de algunos hombres que resulta muy difícil separarlas; siempre van juntas, y en cuanto una se le presenta, en cualquier momento, al entendimiento, su asociada aparece al instante con ella; y si son más de dos las que van así unidas, entonces todo el grupo, siempre inseparable, se presenta unido. Este parece ser el caso aquí con Mrs Shandy. Sin embargo, como bien ha señalado John Traugott en su obra Tristram Shandy’s World (ver Bibliografía), la estructura de la novela de Sterne, más que ampararse en las doctrinas de Locke, las sigue irónicamente (como el lector verá quizá más adelante) si tenemos en cuenta que, al mismo tiempo, Locke previno contra la exacerbación de la asociación de ideas llamándola idea madness o locura de la idea y considerándola como una enfermedad, algo irracional y peligroso: I shall be pardoned for calling it by so harsh a name as «madness»… This strong combination of ideas, not allied by nature, the mind makes in itself either voluntarily or by chance; and hence it comes in different men to be very different, according to their different inclinations, educations, interests, etc. Custom settles habits of thinking in the understanding, as melt as of determining in the will, and of motions in the body; all which seem to be but trains of motion in the animal spirits, which, once set a-going, continue in the same steps they have been used to, which, by often treading, are worn into a smooth path, and the motion in it becomes easy, and as it were natural (Ob. cit., II, XXXIII, 4…6). Es decir: Se me perdonará que le dé un nombre tan áspero como el de «locura»… Esta potente combinación de ideas no aliadas por la naturaleza, la mente llévala a cabo voluntariamente o por azar; y por eso es muy diferente en diferentes hombres, según sus diversas inclinaciones, educación, intereses, etc. La costumbre establece en el entendimiento hábitos de pensamiento, así como de determinaciones de la voluntad y de movimientos corporales; todos los cuales no parecen ser sino series invariables de movimiento de los espíritus animales, que, una vez puestos en mareta, siguen ya siempre dando los mismos pasos a que se han acostumbrado, pasos que, a fuerza de repetirse con suma frecuencia, forman una senda lisa y llana, y el movimiento por ella acaba haciéndose fácil y como si fuera natural (compárese este párrafo con la paráfrasis que de él hace Sterne al comienzo del capítulo uno). Este tipo de asociación de ideas Locke lo vela como causado por alguna pasión irracional en tanto que la asociación era inevitable y no correspondía, como en el primer caso, a un método voluntario y eficaz de pensamiento. Y, como se verá a lo largo de la novela presente, no es esta asociación de ideas metódica la que siguen tanto los personajes de Sterne como él mismo en su estructura, sino más bien el segundo tipo, la «locura de la idea». Es decir, que Sterne, efectivamente, utilizó las teorías de Locke pero para hacer justamente lo que él condenaba y veía como un peligro y un trastorno. Por otra parte, el sistema de ir asociando ideas tenía muchos precedentes en literatura, por ejemplo en Montaigne y Rabelais (1494-1553), a los que Sterne admiraba enormemente, y en consecuencia su gusto por la digresión se apoyaba más en una tradición ya existente que en las formulaciones lockianas ya mencionadas. << [18] En el original, como en el título de la obra, Gentleman. En Inglaterra es el de rango menor entre los títulos nobiliarios, quizá el equivalente al hidalgo español. << [19] Aquí no se trata necesariamente de una broma: en Inglaterra existía gran afición al patinaje en el siglo XVIII, y el propio Sterne era un verdadero entusiasta de este deporte. << [20] ¡Oh, día insigne! << [21] Una milla inglesa son 1482 metros. << [22] Sterne detestaba la jerga legal y la ridiculizó con frecuencia. << [23] Este personaje es una caricatura del doctor Francis Topham (¿?-¿?), abogado eclesiástico de Yorkshire con quien Sterne tuvo numerosos altercados debidos a las insaciables aspiraciones de Topham, que pretendía para sí todos los cargos eclesiásticos relacionados con su profesión que iban quedando vacantes en la diócesis. La tensión entre los dos clérigos culminó con un panfleto de Topham, en 1758, al que Sterne respondió con su opera prima: A Polítical Romance o The History of a Good Warm Watch-Coat, alegoría tan venenosa que Topham calló y se mostró dispuesto a renunciar a sus aspiraciones; tanto lo sería que hasta los aliados de Sterne le rogaron que hiciera desaparecer el opúsculo de la circulación, a lo que éste accedió a regañadientes. Se piensa que fue esta circunstancia (el éxito de su prosa y su posterior supresión) la que le impulsó a acometer Tristram Shandy poco después. Tal vez el nombre de Didius sea una alusión a Juliano Severo Didio, que en 193 le compró a la guardia pretoriana el Imperio Romano ante la indignación del pueblo, que se rebeló y obligó al Senado a condenar y ejecutar al mencionado Didio (135-193). << [24] Sterne fue muy criticado por considerarse que bajo este nombre había una referencia al doctor Richard Mead (1673-1754), famoso médico londinense primero y más tarde médico oficial del rey George II. Al parecer, las criticas no carecían de justificación, pues Mead era un excelente profesional, autor de muchos tratados y muy innovador. Sterne, sin negar ni afirmar que Kunastrokius fuera Mead, se defendió de las crítticas diciendo que, en primer lugar, le había hecho un honor al hablar de él como de un gran hombre; y que, en segundo, se había limitado a aludir a una flaqueza suya conocida y contada ya con anterioridad por todas las doncellas y lacayos del reino y, en consecuencia, no sacada a la luz por el propio Sterne. << [25] En el original, HOBBY-HORSES, de donde procede la palabra hobby. << [26] Maggots y Butterflies (gusanos y mariposas) quieren decir también, respectivamente, fantasías y antojos. << [27] Sobre gustos no hay discusión. << [28] Aquí Sterne recurre a sus propias aficiones: en efecto, tocaba el violín y solía pintar en sus ratos libres. << [29] Esta dedicatoria burlesca iba ya dirigida, sin explicitarlo, a William Pirt, así como los párrafos inmediatamente anteriores. Sterne, por modestia, tuvo que contentarse con ella en la primera edición del libro. Ver nota (4) del volumen I. << [30] En el original, daubing, que tiene en mayor medida que embadurnamiento el doble sentido de pintarrajear y de dar coba. << [31] En el original, design, que quiere decir tanto diseño como designio o intención. << [32] En el todo, en el conjunto. << [33] James Dodsley (1724-1797) y su hermano Roben (1703-1764) fueron los primeros editores y libreros de Sterne. Ellos publicaron los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy. << [34] Dos de los personajes del Candide de Voltaire (1694-1778), publicado y traducido al inglés en 1759, el año en que Sterne está escribiendo este volumen. << [35] En el original, Rosinante. << [36] Ver Miguel de Cervantes (1547-1616), Don Quijote, Primera Parte, cap. XV: No se había curado Sancho de echar sueltas a Rocinante, seguro de que le conocía por tan manso y tan poco rijoso, que todas las yeguas de la dehesa de Córdoba no le hicieran tomar mal siniestro… Sucedió, pues, que a Rocinante le vino en deseo de refocilarse con las señoras facas, y saliendo, así como las olió, de su natural paso y costumbre, sin pedir licencia a su dueño, tomó un trófico algo picadillo y se fue a comunicar su necesidad con ellas. Sterne probablemente conocía la obra en la versión inglesa de Peter Anthony Motteux (1663-1718) y John Ozell (¿?-1743), no muy fidedignos traductores de la época. << [37] En el original, Don Quixote. << [38] Empolvados de oro. << [39] Sic: en el original, steed. << [40] Cuando Sterne habla de ingenio (wit), hay que tener en cuenta que éste era para él un medio de comunicar conceptos intuitivos que se oponía a la determinación discursiva de la lógica que es el juicio (judgment). El establecimiento de esta antítesis se debe al filósofo inglés Thomas Hobbes (1588-1679) (ver Leviathan, Parte I, capítulo VIII). Posteriormente se distinguió entre verdadero ingenio o true wit y falso ingenio o false wit: el primero consistía en lo ya expuesto; el segundo, en juegos de palabras, argucias, metáforas extravagantes y gratuitas, trucos tipográficos y bromas obscenas utilizados como fines en sí mismos. << [41] O el ánimo: en el original, spirits. << [42] Sobre la vanidad del mundo y el veloz paso del tiempo. El acento circunflejo de fuga indicaba en el siglo XVIII que se trataba de ablativo. << [43] Recuérdese que calzones o breeches eran los pantalones que se usaban comúnmente en el siglo XVIII y que llegaban hasta por debajo de las rodillas. << [44] Ver nota (40) del volumen I. << [45] En años normales. << [46] En el original, the impotent, que tiene el doble sentido de impedidos y de impotentes sexuales. << [47] Puesto que el propio Sterne era párroco, todo este episodio se ha tomado a menudo como indicación de que el novelista no se llevaba bien con sus feligreses: parece ser que no era así y que, por el contrario, Sterne era muy apreciado por los miembros de su parroquia. << [48] Por otra parte, y a pesar de que el propio Sterne utilizó para sí en libros y cartas el nombre de Yorick (véanse en este mismo volumen Los sermones de Mr Yorick), no debe pensarse que este personaje es un retrato suyo, como tampoco que lo es el del mismo Tristram Shandy. Puede decirse que todos los caracteres, incluidos el padre y el tío Toby, tenían rasgos de Sterne sin ser ninguno de ellos cabalmente su alter ego o caricatura. << [49] Esto y los párrafos siguientes es una sátira que sólo se comprende si se conoce la proverbial afición de los ingleses a discutir sobre la ortografía de los nombres y apellidos y a considerarlos más o menos nobles según la misma (por ejemplo, se piensa que Browne, con e final, es mucho más distinguido que el más corriente Brown). << [50] Según el Libro III de la Historia Danica de Saxo-Gramático (que floreció hacia 1200), Horwendillus era el padre de Amlethus, de cuya historia sacó Shakespeare (1564-1616) Hamlet. << [51] Sic: la ortografía Shakespeare no se generalizó hasta el siglo XIX. Antes había convivido con Shakespear, Shakspere, etc. << [52] Alegría de corazón. << [53] Una de las famosas Máximes de Francote de la Rochefoucauld (1613-1680), el gran ingenio francés. << [54] Agudeza. << [55] En el original, Mortgager y Mortgagie: el primero (Hipotecador) sería el que hace a su posesión objeto de hipoteca, y el segundo (Hipotecado), el que paga por hipotecar. << [56] En el original, upon, all-four, literalmente a cuatro patas. Quiere decir que la comparación no falla por ninguno de sus cuatro componentes. << [57] El personaje de Eugenius, que a lo largo del libro aparece como un alma prudente y bondadosa, es un retrato irónico del mejor amigo de Sterne, John Hall-Stevenson (1718-1785), compañero de la Universidad, autor de disparatados poemas y de Crazy Tales, propietario de un castillo en Yorkshire (Skelton Castle o Craizy Castle) en el que Sterne solía reunirse con él y otros amigos excéntricos para beber, reír y hacer bromas de ingenio. Los contactos con este grupo, que se autodenominaba los Demoniacos en provinciana imitación de un célebre puñado de nobles británicos que poco antes se había retirado a la abadía de Medmenham para llevar una vida ‘monjil’ de invocaciones y ritos satánicos, dañaron mucho, durante algún tiempo, la reputación de Sterne, quien, sin embargo, mantuvo hasta el fin de sus días su amistad con Hall-Stevenson. Este, a la muerte de Sterne, completó, con poca fortuna, el supuestamente inacabado A Sentimental Journey through France and Italy (1768), quizá la obra maestra del novelista irlandés. Hall-Stevenson era conocido por sus extravagancias, su intemperancia y su general alocamiento, justamente las virtudes opuestas a las que se atribuyen a Eugenius. << [58] El texto en itálica está parafraseado del Discourse by Way of Introduction de Thomas Tenison (1636-1715), arzobispo de Canterbury, en su obra Baconiana, or Certain Genuine Remains of Sr. Francis Bacon (1679), estudio de este clérigo (muy conocido en Inglaterra por sus controversias con los jesuitas) sobre el célebre filósofo inglés (1561-1626). << [59] Alusión a los ataques de que Sterne fue objeto en 1745 aproximadamente por parte de su tío Jaques Sterne (1695-1758), prebendado de la Catedral de York a la sazón, y de sus aliados, al parecer por diferencias de opinión en asuntos políticos. Laurence Sterne, pese a contar con el apoyo de algunos altos cargos eclesiásticos, salió mal parado del altercado: su tío montó una bien organizada campaña de difamación en contra suya, en la que le acusaba de no ocuparse debidamente de su madre viuda y de su hermana huérfana, y la reputación de nuestro autor sufrió muy duros reveses. Parece ser que las mencionadas acusaciones eran totalmente infundadas: producto de la maquinación. << [60] Ver Don Quijote, Primera Parte, capítulo VII: …porque tengo para mí que, aunque lloviese Dios reinos sobre la tierra, ninguno asentaría bien sobre la cabeza de Mari Gutiérrez. << [61] Ver Hamlet, Acto V, Escena 1, línea 185 aproximadamente. << [62] Probablemente Sutton (la longitud del guión coincide: seis espacios) o Sutton-in-the-Forest, en el condado de York. Sterne fue durante bastantes años párroco de esta pequeña población. << [63] En el original, Alas, poor YORICK! (Ver Hamlet, Acto V, Escena 1, línea 180 aproximadamente). << [64] En efecto, y tal vez en parte por culpa de sus propias y descaradas predicciones, los dos primeros volúmenes de la obra de Sterne fueron objeto de numerosas críticas y ataques por parte de la prensa y los intelectuales ingleses —entre éstos, los novelistas Samuel Richardson (1689-1761), Oliver Goldsmith (1728-1774), Tobias Smollett (1721-1771) y Horace Walpole (1717-1797) y el crítico Samuel (Dr) Johnson (1709-1784)—, alternados, eso sí, con los más encendidos elogios —entre los defensores se hallaban el famoso actor David Garrick (1717-1779), el poeta Thomas Gray (1716-1771), el biógrafo de Johnson, James Boswell (1740-1795), y los pintores William Hogarth (1697-1764) y Joshua Reynolds (1723-1792). << [65] Jack Hickathrift es seguramente un error o errata por Tom Hickathrift, héroe de un cuento popular inglés semejante a los del Sastrecillo valiente o el propio Pulgarcito (Tom Thumb en inglés). << [66] Sterne no pudo cumplir su promesa: los volúmenes I y II de Tristram Shandy, como ya se ha dicho, se publicaron en 1760; los III y IV, en 1761; los V y VI, también en 1761; los VII y VIII, en 1765; y el IX y último en 1767. No existe certeza sobre si la novela quedó completa o no. << [67] Esqrs. es la forma abreviada de Esquires. El Esquire es un título inglés de poca distinción, equivalente al don español. << [68] En el original, fall out, chance, happen or otherwise come to pass. Cada uno de estos verbos ingleses posee un matiz diferente que sus equivalentes españoles no aciertan a compartir. Así, fall out tiene un sentido de sorpresa, de algo inesperado; chance indica azar; happen tiene a veces el sentido de desgracia, de algo que acontece en contra de la voluntad; y come to pass indica normalidad, tiene el estricto sentido de suceder (al menos en este caso, si bien no necesariamente siempre). << [69] Presumiblemente York por razones ya obvias. << [70] Coverture: el estado o condición de mujer casada, la cual, según las leyes de Inglaterra, no podía contratar sin permiso de su marido. << [71] Junto a la traducción libre y correcta, incluyo también la literal para conservar el ritmo y la rima de la frase (en el original, ingress, egress and regress). << [72] Soltera de nuevo. << [73] Algunos de los términos legales empleados en estos párrafos son intraducibles por carecer de su correspondiente el castellano; otros, pese a ser traducibles, lo son de manera defectuosa. Trataré de explicar los que puedan prestarse a confusión: a) las vistas de frankpledge (en el original, views of Frank-pledge) eran las sesiones (o vistas) que se celebraban periódicamente para comprobar si los miembros de frank-pledge habían cumplido con sus obligaciones: el frank-pledge era un sistema por el que, con ciertas excepciones, cada miembro de una decena (tithing o agregado de diez familias que se unían antiguamente para formar una subdivisión política en algunas provincias de Inglaterra) que tuviera 12 años de edad o más era responsable de la buena conducta de los demás miembros de la decena; es decir, la responsabilidad era mutua entre todos los miembros; b) los bienes caducos (en el original, escheats) eran las tierras que los herederos de su arrendatario, una vez muerto éste, no eran capaces de seguir manteniendo y que, en consecuencia, le eran devueltas al señor o terrateniente; c) las compensaciones por el privilegio de herencia arrendaticia (en el original, reliefs) eran las cantidades que percibía el señor de un territorio por permitir que, a la muerte de un arrendatario, fueran los herederos de éste quienes siguieran arrendando el terreno en cuestión; d) las posesiones y bienes muebles de reos y fugitivos (en el original, goods and chattels of felons and fugitiva) eran los de aquellos hombres o mujeres que, al convertirse (repito) en reos o fugitivos de la justicia por la comisión de un delito, perdíanlos y pasaban estos a manos de los señores del territorio o de la Corona, según el caso; e) los deodands eran aquellos animales u objetos que, por haber sido causa de la muerte de una persona en ataque o accidente, eran confiscados por la Corona y destinados a usos piadosos; f) el patronazgo… (en el original, advowson…) era el derecho que tenía el terrateniente a presentar sus candidatos a los beneficios eclesiásticos de su curato o parroquia. << [74] Cada vez. << [75] De las tres Parcas de la mitología griega (Cloto, Laquesis y Atropos), una hilaba, otra devanaba y la tercera cortaba el hilo de la vida humana. << [76] Richard Manningham (1690-1759), el más célebre comadrón de la época en Inglaterra, autor de un Artis Obstetricariae Compendium (1740). << [77] Alusión al doctor John Burton (1710-1771), médico y anticuario muy conocido de Yorkshire, autor, entre otros opúsculos sobre el arte de la partería, de un Essay on Midwifery (1751). Ver nota (47) del volumen II. << [78] Si bien Jenny parece ser a lo largo de todo el libro (e indudablemente lo es en la parte final, en sus apariciones del volumen IX) una mera idealización de la mujer amada, se la ha identificado a veces (en sus apariciones de la primera parte de la obra) con Miss Catherine Fourmantelle o Fourmantel (¿?-¿?), una cantante profesional con la que Sterne, ya casado, mantuvo relaciones al parecer un tanto inocentes durante 1759-60, mientras ella actuaba en un teatro de York, él escribía el presente volumen y la mujer del novelista Elizabeth Lumley (1714-1773), con la que nunca se llevó bien, sufría sus primeros ataques de locura, durante los que se creía reina de Bohemia. Esta identificación se basa, en parte, en la existencia de cartas de Sterne a Miss Fourmantelle con el encabezamiento Mi querida, mi queridísima Kitty. << [79] La yarda son 91 centímetros. << [80] Elizabeth o Isabel I (1533-1603), hija de Henry VIII y Ana Bolena. << [81] Francia fue la gran potencia enemiga de Inglaterra a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII. En este periodo hubo dos guerras entre ambas naciones (1689-97 y 1702-13). << [82] La Squirality o Squirearchy es la clase social de los squires o terratenientes. << [83] A pesar de que en el siglo XVIII la distribución del poder era en Inglaterra muy distinta de la de Francia, en donde llevaría a la Revolución de 1789, también en aquel país hubo intentos por parte de la nobleza de hacerse con una mayor concentración de privilegios, a lo que Sterne, que no era del todo ajeno al espíritu burgués de su época, alude en este párrafo. << [84] Castillos. La palabra, francesa, no va en itálica porque está incorporada a la lengua inglesa. << [85] Louis XIV (1638-1715). << [86] La gentry era la clase social intermedia entre la nobleza y la yeomanry o clase de los pequeños terratenientes y hacendados. Dentro de la misma gentry (de aquí gentleman, el título de Tristram Shandy) se distinguían varios estratos. << [87] En el original, constitution en su doble sentido estatal y conyugal (en el segundo la constitución sería la pareja matrimonial). << [88] Sir Roben Filmer (¿?-1653), escritor político inglés cuya obra principal Patriarcha, or the Natural Power of Kings asserted (1680) era objeto de risa cuando Sterne escribía, hacia 1760. En ella Filmer basaba su defensa del derecho divino de los reyes en la teoría de que el gobierno de la familia por parte del padre era el modelo original y verdadero de toda forma de gobierno: el rey era como el supremo padre de sus súbditos. << [89] Himno de agradecimiento por la victoria. << [90] En el original, sentimental. La palabra no tenía entonces el mismo sentido que ahora, sino que significaba elevado o relativo al análisis de los pensamientos y sentimientos más refinados. << [91] Ver Don Quijote, Primera Parte, capítulos VII y VIII, por ejemplo: Frestón y Dulcinea. << [92] Hermes Trismegisto o Hermes tres veces el más grande es un nombre tardío del dios griego Hermes identificado con el dios egipcio Thoth, inventor de la escritura y de los números; se utilizó el nombre para dar autoridad a los escritas de un grupo de filósofos alejandrinos: se suponía que los 42 libros del mítico autor contenían la totalidad del conocimiento posible acerca de la astrología, la religión, el derecho, la medicina, la cosmografía, la geografía, la filosofía, la física y demás ciencias; durante siglos el nombre de Trismegisto fue venerado por los alquimistas, magos y astrólogos. Arquímedes es, obviamente, el famoso matemático e inventor griego (c. 287-212 a. C.). Nyky puede ser un diminutivo de Nicholas o Nicodemo. Simkin lo es de Simeón. << [93] En el original, NICODEMUS’D, a partir de Nicodemus o Nicodemo, el fariseo que creía en Cristo pero no se atrevía a declararlo públicamente (ver Evangelio de Juan, III, 1-13 y VII, 45-53). En consecuencia Nicodemizado equivaldría a temeroso, pusilánime. << [94] El argumentum ad hominem es el argumento retórico que consiste en apelar al individuo con quien se discute, a sus creencias, reputación, prejuicios o sentimientos personales. << [95] Enseñado o adiestrado por Dios. << [96] Ver Shakespeare, Julius Caesar, Acto V, Escena 5, líneas 73-75: His life was gentle, and the elements so mix’d in him, that Nature might stand up and say to all the world, «This was a man!» << [97] Los tratados Orator, De Oratore y Brutus, de Cicerón, constituyen un sistema muy completo del arte de la oratoria, al igual que el Institutio Oratoria de Marco Fabio Quintiliano (c. 35-c. 95). El griego Isócrates (436-338 a. C.) era famoso por sus enseñanzas sobre la elocuencia, y Aristóteles (384-322 a. C.) es mencionado en función de la Retórica. Casio Longino (c. 210-273) es el supuesto autor del célebre Sobre lo sublime, que tanto influyó en los ilustrados del siglo XVIII, conocido también como excelente retórico: esto entre los antiguos. Entre los modernos, Vossius es Gerhard Johann Voss o Vos (1577-1649), escritor holandés que vivió parte de su vida en Inglaterra (fue nombrado canónigo de Canterbury en 1629) y cuyas obras principales son Historia Pelagiana y Ars Rhetorica; Skioppius es Caspar Schoppe (1576-1649), autor alemán cuya obra más célebre fue una Grammatica philosophica; Ramus es el humanista francés Pierre de la Ramee o Petrus Ramus (1515-1572), cuyo sistema lógico fue adoptado y enseñado en toda Europa; Farnaby es Thomas Farnaby (1575-1647), el famoso humanista inglés amigo de Ben Jonson (1573-1637): estudió en España y fue autor de un Index Rhetoricus (1625) y de un Systema Grammaticum. << [98] Crackenthorp es Richard Crakanthorpe (1567-1624), teólogo inglés famoso como lógico y argumentador, cuya obra principal es Lógicae libri quinqué de Praedicabilibus (1622); Burgersdicius es el lógico holandés Frans Burgersdyk (1590-1629), autor de Institutionum Logicarum Libri Duo. Los lógicos y comentaristas holandeses eran irónicamente célebres por su prolijidad y por lo aburrido y pedante de sus comentarios. << [99] El argumentum ad ignorantiam consistía en hacer afirmaciones improbables confiando en la ignorancia del auditorio u oponente. << [100] Aunque los guiones no coinciden, Jesus College está en Cambridge y el propio Sterne estudió allí entre 1733 y 1740. << [101] En el original, tutor: en las universidades británicas, alumno que es responsable de la disciplina y aplicación de estudiantes de menor edad puestos a su cargo (tutelados). << [102] Viva la Bagatela. << [103] La naturaleza de las cosas. << [104] Es curioso que, junto a la gran erudición humorística de Sterne, aquí olvide al famoso Tristán del romance medieval (Tristram también en inglés). Tal vez no fue olvido, sino voluntaria omisión. << [105] Ver nota (1) del volumen I. << [106] Plinio el Joven (62-113) dijo tal cosa en sus Epístolas, pero no refiriéndose a sí mismo: el que nunca leía libros tan malos… era su tío, Plinio el viejo (23-79). << [107] Parismus, príncipe de Bohemia, y su hijo Parismenus eran los héroes legendarios de un romance popular originado en el siglo XII. En tiempos de Sterne, y en imitación de las novelas de caballería españolas, se tomó a estos dos personajes para construir relatos románticos baratos; los Siete Campeones de Inglaterra puede ser un error por los Siete Campeones de la Cristiandad (San Jorge de Inglaterra, San Denis de Francia, Santiago de España, San Antonio de Italia, San Andrés de Escocia, San Patricio de Manda y San David de Gales), acerca de cuyas hazañas circularon asimismo numerosos relatos y baladas desde la Edad Media. << (108) El Ritual romano[109], en casos de peligro, aconseja el bautismo del niño ames de que éste haya nacido;—pero con la condición de que alguna parte del cuerpo del niño, cualquiera que sea, esté a la vista del que lo bautiza.——Pero los Doctores de la Sorbonne, a raíz de una sesión deliberatoria que celebraron el diez de abril de 1733,—han ampliado los poderes de las parteras al determinar que, aunque no sea visible ninguna parte del cuerpo del niño,——el bautismo deberá, no obstante, serle administrado por inyección,—par le moyen d’une petite canulle,—Anglicè una cánula[110].——Es muy extraño que Santo Tomás de Aquino, que tenía una cabeza tan habilidosa tanto para hacer como para deshacer tos nudos de la teología escolástica,—se diera finalmente por vencido en esta cuestión, después de haberle dedicado tantos esfuerzos,—considerándola como una segunda La chose impossible[111]:—’Infantes in maternis uteris existentes (dice Santo Tomás) baptizari possunt nullo modo’[112].—¡Oh, Tomás! ¡Tomás! Si el lector tiene curiosidad por ver cómo les fue planteada la cuestión del bautismo por inyección a los Doctores de la Sorbonne, así como la deliberación de éstos al respecto, lo encontrará un poco más adelante. << [109] En la nota de Sterne, por romano no dice Roman, sino Romish, término despectivo utilizado por los protestantes ingleses. << [110] Por medio de una pequeña cánula. Anglicè es una pervivencia del latín vulgar o medieval que significa en inglés (el acento grave indicaba ablativo). << [111] La cosa imposible. << [112] Esa cita de la Summa theologica de Thomas de Aquino (c. 1227-1274) quiere decir: Los niños que aún están en el útero materno no pueden ser bautizados de ningún modo. << [113] Para indecorosas Sterne emplea el adjetivo gross, que tiene el doble sentido de indecente y zafio. << [114] Todas estas críticas a la manera de leer son ataques velados a algunos novelistas de la época, que, como el famoso Richardson, lo contaban todo con excesivo detalle sin recurrir nunca a la insinuación y a la sutileza. << (115) Vide Deventer, edic. París, 4to, 1734, p. 366.[116] << [116] Sterne añadió esta nota en la segunda edición para que no cupiera duda acerca de la autenticidad del texto que viene a continuación, extraído de las Observations importantes sur le manuel des accouchements del médico holandés Heinrich van Deventer (1651-1724). Su inclusión en la novela es, claro está, una mofa de la Iglesia Católica, de la que Sterne, como buen protestante, era acérrimo enemigo. La traducción de dicho texto es la siguiente: MEMORIA presentada a los Señores Doctores de la SORBONNE Un Cirujano Comadrón expone a los Señores Doctores de la Sorbonne que hay casos, si bien muy raros, en los que una madre no puede dar a luz y en los que el niño está encerrado de tal manera en el seno de su madre que no deja aparecer ante la vista ninguna parte de su cuerpo, en cuyo caso contrario, según los Rituales, podría administrársele el bautismo, al menos de forma condicional. El Cirujano que hace la consulta pretende poder bautizar directamente al niño por medio de una pequeña cánula, sin hacerle ningún daño a la madre. Pregunta si este medio que acaba de proponer está permitido y es legítimo y si puede servirse de él en los casos que acaba de exponer. RESPUESTA. El Consejo estima que la cuestión planteada ofrece grandes dificultades. Por un lado, los Teólogos establecen por principio que el bautismo, que es un nacimiento espiritual, supone un nacimiento previo; es necesario haber nacido en el mundo para renacer en Jesucristo, como ellos lo enseñan. S. Tomás, 3 part. quaest. 88, art. 11, sigue esta doctrina como una verdad permanente; no se puede, dice este S. Doctor, bautizar a los niños que están encerrados en el seno de su madre, y S. Tomás se funda en que, si los niños no han nacido, no se les puede contar entre los demás hombres; de lo que concluye que no pueden ser objeto de una acción exterior mediante cuya administración reciban los sacramentos necesarios para la salvación: Los niños que aún están en el útero materno no han salido todavía a la luz como para poder llevar una vida entre los demás hombres; por tanto no pueden ser objeto de acciones humanas mediante cuya administración por parte de los hombres reciban los sacramentos necesarios para la salvación. Los rituales siguen en la práctica lo que los teólogos han establecido sobre dichas materias, y todos prohíben de manera unánime bautizar a los niños que estén encerrados en el seno de su madre si no dejan ver alguna parte de su cuerpo. El acuerdo de los teólogos y de los rituales, que conforman las reglas de las diócesis, parece establecer una autoridad que da por terminada la presente cuestión; sin embargo, considerando el consejo, en conciencia, que, por una parte, el razonamiento de los teólogos se funda tan sólo en una razón de conveniencia, y que la prohibición de los rituales supone que no se puede bautizar directamente a los niños así encerrados en el seno de la madre, lo cual va en contra de la presente suposición; y considerando, por otra parte, que los mismos teólogos afirman que pueden arriesgarse los sacramentos que Jesucristo ha establecido como medios sencillos pero necesarios para santificar a los hombres; y estimando, además, que los niños encerrados en el seno de su madre podrían ser capaces de salvarse, ya que lo son de condenarse; por estas consideraciones, y en lo que se refiere a lo expuesto, según lo cual se asegura haber hallado un medio seguro de bautizar a estos niños así encerrados sin hacerle ningún daño a la madre, el Consejo estima que se podría utilizar el medio propuesto en la confianza que tiene de que Dios no ha dejado a esta clase de niños desamparados, y suponiendo, como se ha expuesto, que el medio de que se trata es adecuado para procurarles el bautismo; sin embargo, como se trataría, al autorizar la práctica propuesta, de cambiar una regla establecida universalmente, el Consejo cree que quien hace la consulta debe dirigirse a su obispo y a quien corresponda juzgar sobre la utilidad y peligro del medio propuesto, y como, bajo sumisión al parecer del obispo, el Consejo estima que habría que recurrir al Papa, quien tiene derecho a interpretar las reglas de la iglesia y a derogarlas en el caso de que la ley no pueda obligar, por muy sabia y muy útil que pueda parecer la manera de bautizar de que aquí se trata, el Consejo no podría aprobarla sin el acuerdo de estas dos autoridades. Se aconseja cuando menos a quien hace la consulta que se dirija a su obispo y le haga partícipe de la presente decisión a fin de que, si el prelado comparte las razones en que los doctores abajo firmantes se apoyan, quien hace la consulta pueda ser autorizado, en casos de necesidad en los que se arriesgaría demasiado esperando a que el permiso fuera solicitado y otorgado, a emplear el medio que él propone, tan beneficioso para la salvación del niño. Por lo demás el Consejo, aún estimando que se podría emplear el medio en cuestión, cree sin embargo que si los niños de que aquí se trata llegan al mundo en contra de las expectativas de los que se habrían servido del mencionado medio, sería necesario bautizarles de forma condicional; y en este aspecto el Consejo está en conformidad con todos los rituales, que, al autorizar el bautismo de un niño que deja ver alguna parte de su cuerpo, prescriben y ordenan, no obstante, que se le bautice de forma condicional (bajo condición) si llega al mundo felizmente. Deliberado en la Sorbonne el 10 de abril de 1733. A. LE MOYNE. L. DE ROMIGNY. DE MARCILLY. << [117] Por medio de una pequeña cánula y sin hacerle ningún daño al padre. << [118] Que la inconstancia del clima inglés era la causa de la gran variedad de caracteres constituía un lugar común entre los escritores de los dos siglos precedentes al de Sterne. Sin embargo John Dryden (1631-1700), el famoso ensayista y autor de teatro inglés, fue efectivamente el primero en hacer la afirmación que Sterne le atribuye en su Essay of Dramatick Poesie. El rey William es William III (1650-1702), que reinó desde 1689 hasta su muerte. << [119] Joseph Addison (1672-1719), autor y editor de la famosa publicación periódica del siglo XVIII The Spectator, habló del tema en el número 371 de la mencionada revista. La reina Anne es Anne I y única (1665-1714), que reinó desde 1702 hasta su muerte. << [120] En el original, romantical, adjetivo que en tiempos de Sterne hacía referencia a la cultura medieval. << [121] Acmé, cima. << [122] Me ha resultado imposible rastrear el origen de este proverbio. << [123] El historiador romano Tácito (c. 55-c. 117) es famoso, entre otras cosas, por su estilo oscuro y elíptico. << [124] En el original, natural modesty; la palabra modesty tiene aquí un sentido ambiguo, quizá más cercano al de recato que al de modestia. << [125] Las referencias históricas de Tristram Shandy, y en especial las que atañen a las campañas militares del tío Toby forman a lo largo de toda la obra una especie de esquema temporal velado de gran coherencia que contrasta con la aparente inconsistencia de la estructura temporal de la misma novela. El tío Toby participó en lo que en Inglaterra se conoce como The Two Wars against France o Las dos guerras con Francia. La primera tuvo lugar entre 1689 y 1697, bajo el reinado de William III, y es también conocida como la Guerra de la Liga de Augsburgo: se libró en Alemania, los Países Bajos de dominio español, España misma, el norte de Italia, Irlanda e incluso Norte América, el Caribe y la India; no puede decirse que hubiera un claro perdedor (en todo caso los franceses) y el fin de la guerra supuso un equilibrio hegemónico entre Inglaterra, Francia y Austria. La segunda tuvo lugar entre 1702 y 1713, bajo el reinado de Anne I, y no es otra que la Guerra de Sucesión Española, habida tras la muerte de Carlos II: se libró aproximadamente en los mismos escenarios que la anterior y terminó con la Paz de Utrecht (1713), que a la larga otorgaría la hegemonía europea a Inglaterra. La toma de Namur, en la actual Bélgica, en 1695, fue la más importante victoria bélica británica de la Primera Guerra: el asedio duró tres meses. << [126] Retrogradación o movimiento de retroceso, aparente o real, de un planeta en el zodiaco. Ver Nicolás Copérnico (1473-1543). << [127] Platón es amigo mío, pero mayor amiga es la verdad, proverbio originado en una frase que dice Sócrates en el Fedón, 91. << [128] El foro o tribunal de la ciencia. << [129] Lillabullero o Lilli-Burlero-Bullen-a-la era la contraseña que emplearon los católicos irlandeses durante una matanza de protestantes que tuvo lugar en 1641. Posteriormente las palabras se convirtieron en el estribillo y título de una disparatada canción que entonaban los protestantes de Irlanda como burla y protesta contra el virrey —Richard Talbot, Conde de Tyrconnel (1630-1691)— que allí envió el católico rey James II (1633-1701, reinó entre 1685 y 1688) en 1687. La canción se hizo muy popular y jugó un papel de cierta importancia durante la gran Revolución de 1688, que trajo consigo el destronamiento de James II y el advenimiento de William III: la tonada, al parecer, enardecía a los ejércitos protestantes de éste, que la iban cantando durante las batallas al tiempo que avanzaban. La letra de Lillabullero se debía al político Lord Philip Wharton (1613-1696) y como melodía se tomó un ejercicio para el clave de Henry Purcell (1658-1695). << [130] El Argumentum ad Verecundiam consiste en apelar a la modestia del oponente o a su reverencia por algún nombre o autoridad; ex Absurdo consiste en confutar una proposición demostrando lo absurdo de una o más de sus consecuencias; ex Fortiori consiste en probar un argumento con una razón más poderosa que las empleadas con anterioridad en la discusión. << [131] El Argumentum Fistulatorium: literalmente, el argumento del que toca la flauta (en consecuencia, del silbador); el Argumentum Baculinum: literalmente, el argumento del palo (en consecuencia, del mis fuerte); el Argumentum ad Crumenam: literalmente, el argumento a la bolsa (en consecuencia, a la avaricia del oponente). << [132] El Argumentum Tripodium: literalmente, el argumento a la tercera pata, pierna o pie; el Argumentum ad Rem: literalmente, el argumento a la cosa (en consecuencia, al verdadero punto de la cuestión). Con todos estos términos Sterne se está burlando del arte de la Lógica, acuñando expresiones mitad reales, mitad imaginarias. << [133] Joseph Hall (1574-1656) fue obispo de Exeter y Norwich sucesivamente. Autor de sátiras y polémicas, sus obras principales son Hard Mensure (1647), The Shaking of the Olive-Tree (1660) y Observations of some Specialities of Divine Providence. << [134] Momo, el dios de la crítica y la censura en la antigua Grecia, le reprochó a Vulcano no haber colocado una ventana en el pecho de la forma humana que éste había hecho de arcilla para así poder conocer los pensamientos más secretos del hombre. Momo aparece en Hesiodo como hijo de la Noche. << [135] En el original, window-money, impuesto que se pagaba por tener ventanas en las casas. << [136] En el original, maggots, que, aparte de fantasías, quiere decir gusanos: de aquí la utilización por parte de Sterne del verbo rastrear y del adjetivo reptante. << [137] Las voces de la Fama o Rumor (siempre representadas como trompetas) proclamaron a los cuatro vientos la pasión de Dido por Eneas. Ver Virgilio (70-19 a. C.), Eneida, Libro Cuarto. << [138] Este oscuro pasaje parece ser una alusión a los castrati italianos que habían llegado en buen número a Inglaterra contratados por la nobleza para cantar ópera. Las clases media y baja los miraban con muy malos ojos. << [139] Para el pueblo o populacho (tiene un matiz algo despectivo). << [140] Es decir, dolor a trabajo duro y esforzado, llevado a cabo de noche, a la luz de la lámpara. << [141] En el original, Non-Naturals, término médico que indicaba las seis cosas que, por no formar parte de la composición del cuerpo, no se consideraban naturales, pero que, sin embargo, eran esenciales para la salud y susceptibles de provocar enfermedades por su abuso o por accidente; eran éstas: el aire, la evacuación y la retención, la comida y la bebida, el movimiento y el reposo, el sueño y la vigilia, y las afecciones mentales. La alusión de Sterne podría ser un sarcasmo contra su enemigo el doctor John Burton (ver nota (77) del volumen I), que en 1738 había publicado un Treatise of the Non-natu-rals. << (142) Pentágrafo: instrumento para sacar mecánicamente copias de grabados y de cuadros en cualquier tamaño o proporción. << [143] En el original, Camera, seguramente la cámara oscura. << [144] Es decir, del Norte al Sudeste y del Sudeste al Sudoeste de Inglaterra (y viceversa). << [145] Referencia a Zenón de Elea (siglo V a. C.) y al cínico Diógenes de Sínope (c. 412-323 a. C.). El primero sostenía con argumentos lógicos y matemáticos irrefutables que el movimiento no existía, y el segundo, para demostrarle que sí, se puso en pie y anduvo. << [146] El os pubis es el pubis; el coxendix es el coxis; el os ilium es el ilion. << VOLUMEN II [1] Se publicó, constituyendo la primera entrega de la obra junto con el volumen I, en enero de 1760. << [2] Es decir, la historia de la Primera guerra contra Francia o Guerra de la Liga de Augsburgo (1689-1697). William III solía dirigir en persona sus campanas. << [3] El río Maes o Maas, más conocido en la actualidad como Meuse, nace en el noreste de Francia y muere en el Mar del Norte, ya en Holanda; el Sambre o Samber recorre asimismo el noreste de Francia y parte de Bélgica y, efectivamente, se une al Maes en Namur. << [4] Hipócrates (c. 460-c. 377 a. C.), el médico griego considerado como el más antiguo de toda la historia, a cuya obra De Morbis Vulgaribus hace Sterne referencia. James Mackenzie (1680-1761) era un célebre médico escocés en cuya obra The History of Health and the Art of preserving it (1758) juzgaba indispensable para la conservación de la salud la absoluta sumisión de las pasiones a la razón. << [5] En el original, gentry: ver nota (86) del volumen I. << [6] En el original, Go look: es decir, que Vaya usted a saber tiene el doble sentido de Averígüelo usted mismo y ¿A mí qué me dice usted? << [7] Ver nota (17) del volumen I. << [8] Nicolás Malebranche (1638-1715), el filósofo francés autor de obras tan conocidas en tiempos de Sterne como De la recherche de la vérité (1674), Traité de la nature et de la grâce (1680) y Traité de la morale (1684). Todo este pasaje y el siguiente son una paráfrasis y una ilustración del Essay Concerning Human Understanding, de Locke (Libro II, cap. XXIX, apdo. 3). << [9] Renombrado y prestigioso club de Londres. << [10] La esencia y la sustancia. Sterne hace alusión a la teoría de que son ‘cosas distintas que en nada se diferencian’. << [11] Ver nota (2) del volumen I. << [12] Sic. Lo más probable es que el mapa del tío Toby llevara como adorno, o a modo de logotipo distintivo de la casa fabricadora, el dibujo de un elefante. << [13] Los anotadores anglosajones de Tristram Shandy suelen identificar esta obra con la Descriptio belli ivoniae (1578), del escritor polaco Leonard Gorecki (c. 1525-c. 1580), cuyo nombre latinizado era Leonardus Gorecius. << [14] Sébastien le Prestre de Vauban (1633-1707), a partir de 1703 Mariscal de Francia y gran ingeniero militar, estaba al mando de las tropas francesas en la batalla de Namur (1693). La abadía de Salsines era reducto de los franceses. << [15] Expertos en algo específico. La palabra, aun siendo francesa (connaiseur exactamente) está incorporada a la lengua inglesa. << [16] Ramelli es Agostino Ramelli (1531-1590), ingeniero italiano, autor de Le Diverse ed artificiose machine (1588); Cataneo es Girolamo Cataneo (¿?-¿?), autor del Libro di fortificare, offendare e diffendere (1564); Stevinus es el matemático y físico flamenco Simón Stevin (1548-1620), que escribió sobre fortificación, decimales y conservación de libros; lo que Sterne llama su estudio (que aparece varias veces a lo largo de este volumen) se titulaba Nieuve Maniere van Sterctebou door Spilsbuysen (1618), que Sterne leyó en su versión francesa, La Nouvelle manière de fortification; Marolis es Samuel Marolois, ingeniero francés del siglo XVII, autor de Fortification, ou architecture militaire (1615); el Chevalier de Ville es Antoine de Ville (1596-1656), matemático e ingeniero francés, autor de Les Fortifications (1629); Lorini es Buonajute Lorini (1540-1611), famoso ingeniero italiano experto en fortificaciones, autor de Delle fortificationi (1609); Cochorn es el barón holandés Menno van Coehoorn (la errata de Sterne en la ortografía del nombre es aquí probablemente intencionada), militar y experto en fortificación (apodado ‘el Vauban holandés’), autor de Nieume Vestingbouw (1702), que Sterne leyó en su versión francesa, Nouvelle maniere de fortifier les places: Coehoorn fue el encargado de fortificar y defender Namur; Sheeter es Johann Bernhard von Scheither o Scheiter, oficial que participó en la Guerra de los Treinta Años y autor de una Novisima praxis militaris; el Conde de Pagan es Blaise-François de Pagan, conde de Merveilles (1604-1665), ingeniero militar francés, autor de un Traité des fortifications (1645) e inventor de sistemas de ataque y defensa que luego perfeccionaría el Mariscal Vauban (ver nota (14) del volumen II) en su obra capital De l’attaque et de la défense des places (1737-42), así como en la práctica; Mons. Blondel es Nicolás-François Blondel (1617-1686), matemático, ingeniero y arquitecto francés, autor de L’Art de jetter les bombes (1685) y de una Nouvelle manière de fortifier les places. No ha de pensarse, por este alarde de erudición, que Sterne mismo fuera un experto en el arte de la logística: Sterne era un gran coleccionista de libros raros y curiosos sobre todos los temas, y probablemente tenía todas estas obras en su biblioteca (que se sabe de unos mil volúmenes), sin que ello quiera decir que las hubiera leído, al menos todas. Para la alusión a Don Quijote, ver esta obra, Primera Parte, capítulo VI:… y bailaron más de cien cuerpos de libros grandes, muy bien encuadernados, y otros pequeños. << [17] N. Tartaglia es Niccolò Tartaglia (1499-1557), geómetra italiano de Brescia cuya obra Questi ed invenzione diverse (1546) probó lo que Sterne relata referente a la trayectoria de una bala de cañón. << [18] El viejo Maltus es François Malthus (¿?-1658), commissaire ordinaire de l’artillerie de Francia, que en su obra Pratique de la guerre (1650) daba instrucciones muy precisas sobre el manejo de las bombas, los morteros y la artillería en general; Galileo Galilei (1564-1642) demostró en su cuarto diálogo sobre mecánica que la trayectoria descrita por un proyectil es, a menos que el aire haga resistencia, una parábola; Torricellius es Evangelista Torricelli (1608-1647), físico y matemático italiano, amanuense de Galileo y autor de un tratado De Motu en el que hablaba de los proyectiles. << [19] Lado recto. << [20] Se llamaba húmedo radical (en el original, radical moisture) a la humedad natural e inherente de todo animal o planta, siendo su presencia algo imprescindible para la vitalidad de unos y otras. El término se empleaba desde la Edad Media. << [21] En el original, a groat, nombre de la moneda de dicho valor. << [22] Con un grano de sal. << [23] Etienne Ronjat (¿?-¿?), Cirujano Mayor de William III. << [24] Trim quiere decir, en inglés, atavío, adorno: a trimmed person es una persona muy compuesta, muy acicalada. << [25] En el original, Change (Exchange), el lugar de reunión de los comerciantes en Londres para efectuar negocios y transacciones. << [26] En el original, Yes, an’ please your honour, coletilla que empleará siempre Trim al hablar. Entre las varias posibilidades que se me ofrecían para your honour (vuestra señoría, vuecencia, etc.), he optado por usía, trato que en castellano daban los militares de menor a los de mayor graduación, como es el caso de Trim con el tío Toby. << [27] Butler quiere decir criado; en tiempos de Sterne era concretamente el encargado de servir en la mesa los vinos y licores. << [28] La batalla de Landen (o, como también se la conoce, de Neerwinden) tuvo lugar el 29 de julio de 1693. Se enfrentaron los ingleses, a las órdenes de William III, y los franceses, superiores en fuerza, bajo el mando de François-Henri, Duque de Luxembourg (1628-1695), Mariscal de Francia. La batalla duró ocho horas y, si bien la victoria fue francesa, ésta fue más bien estéril: pusieron en fuga a los ingleses a costa de la pérdida de 10.000 hombres, pero aquéllos, gracias a la serenidad del rey, se retiraron con tanto orden que al día siguiente estaban ya otra vez prestos para la lucha. Landen o Neerwinden está en la actual Bélgica, no lejos de Lieja. << [29] No Caballuno en sí. << [30] La referencia es a la iniciación de las campañas de la Segunda Guerra contra Francia o Guerra de Sucesión Española (1702-1713). Su Majestad es William III y los Aliados la gran coalición que formaron Inglaterra, Austria, Prusia, Dinamarca, Portugal, Saboya y los Países Bajos para enfrentarse a Louis XIV, apoyado por España, Baviera y Colonia. << [31] En el original, a pudding’s end, literalmente una punta de morcilla. Tiene el sentido del y un rábano español. << [32] Ver nota (12) del volumen I. << [33] En el original, Not choose to let come a man so near her. Her significa, por un lado, el pronombre personal ella en sus formas de acusativo y dativo, y, por otro, el pronombre posesivo su o sus (de ella). Así, Sterne pone en práctica un juego de palabras equívoco e intraducible: cuando el tío Toby hace su comentario, a her le siguen guiones (parece sobreentenderse que la frase no está concluida y que her significa sus…); cuando Mr Shandy lo repite, a her le sigue punto (en ese caso significa ella sin más, y el lector se descubre como un mal pensado). << [34] Es decir, en 1714: las fortificaciones francesas de Dunkerque fueron demolidas al término de la Guerra de Sucesión Española, durante el otoño de 1713, en virtud de lo prescrito en el tratado de paz de Utrecht, del mismo año. << [35] En el origina], the right end of a woman from the wrong, que tiene el doble sentido de bueno y malo y de correcto y equivocado. Sin que sea evidente (Sterne es, claro, muy ambiguo en estas cosas), podría tratarse de un equívoco de carácter sexual. << [36] Sterne se refiere a una traducción inglesa de las obras de Aristóteles (Aristotle’s Works Compleated, de 1733, Londres), una de cuyas partes se titulaba Aristotle’s Masterpiece (La Obra Maestra de Aristóteles): or, the Secrets of Generation Displayed in all the Parts Thereof. De todas formas, según James Aiken Work (ver Bibliografía), Sterne se equivocaba y su cita está en otra parte: en Aristotle’s Book of Problems, with other Astrommers, Astrologers, Physicians, and Philosophers. La cita no es exacta, sino una paráfrasis. << [37] En el original, man in the moon. Es como se llama en inglés a la cara que desde la Tierra parece verse dibujada en la Luna. << [38] En el original, two handles. Conservo la literalidad en vez de poner lo que en castellano sería más correcto (dos caras) para respetar la semejanza entre esta palabra y la que Mr Shandy propone a continuación como alternativa (hands). << [39] En el original, to be safely deliver’d of it. Deliver tiene el doble sentido, con el que Sterne juega, de librarse de y parir. << [40] En el original, scholastic, escolástico no en su sentido de perteneciente o relativo al Escolasticismo, sino a las escuelas. Todo este párrafo sobre la idea de la duración es una versión muy libre, al parecer mediatizada por las elaboraciones de Addison (ver nota (117) del volumen I), de las teorías de Locke al respecto (ver su Essay Concerning Human Understanding, Libro II, cap. XIV). << [41] A lo largo de todo este Capítulo Sterne comete un error: no hace alrededor de hora y media de lectura relativamente rápida que mi tío Toby hizo sonar la campanilla…, sino que lo ha hecho hace tan sólo unas cuantas páginas (ver capítulo 6). Sterne debió de pensar que el tío Toby había ya llamado a Obadiah al comienzo del capítulo veintiuno del volumen I, donde efectivamente se abre un paréntesis que durará hasta el inicio del capítulo seis del volumen II. << [42] Alusión a la falta de coherencia y de respeto para con las tres unidades narrativas que en el siglo XVIII los críticos rígidos solían imputarles a los Romances. Apócrifo está aquí utilizado en su acepción de fabuloso y no en la de falso. << [43] Es decir, alrededor de un metro cuarenta y cinco centímetros, << [44] En el original, with a breadth of back. Back significa tanto espalda como culo. Lo anchísimo, así, podría ser también esto último. << [45] La guardia montada o horse-guards era una brigada de caballería del ejército inglés; de ella procedían siempre los integrantes de las escoltas reales. La alusión a la enorme barriga de los sargentos de este cuerpo aristocrático tal vez se deba a que gozaban de bastantes privilegios. Para sesquipedal, ver Glosario. << [46] Este cumplido a William Hogarth (ver nota (64) del volumen I), cuya obra The Analysis of beauty (intento de fijar las fluctuantes ideas sobre el Gusto) había aparecido en 1753, le fue devuelto a Sterne por parte del ilustre pintor en forma de dos ilustraciones para Tristram Shandy (ver notas (76) del volumen II y (61) del volumen IV). << [47] Este personaje es una caricatura del doctor John Burton (ver nota (76) del volumen I), al parecer médico competente, con estudios en Leyden y Reims, autor de obras de diversa índole (Treatise of the Non Naturals, British Liberty Endanger’d, Monasticon Eboracense and Ecelesiastical History of Yorkshire, etc.). La razón del odio de Sterne hacia él fueron las sospechas que de pro-catolicismo se levantaron en torno a Burton en 1745: bajo la instigación del furibundo anti-católico Jaques Sterne (ver nota (59) del volumen I), el doctor fue encarcelado, acusado de jacobita y de traición a la corona: posteriormente se le declaró inocente y fue liberado. Cuando Sterne escribía este volumen aún compartía la fobia anticatólica de su tío. Sus sentimientos a este respecto cambiaron mucho tras sus viajes a Francia e Italia, donde comprobó que el papismo no era tan feroz como lo imaginaba. Slop significa lamparón, mancha de líquido. << [48] William Whiston (1667-1752), teólogo, obispo de Norwich y estudioso de las teorías de Isaac Newton (1642-1727), experto en terremotos, meteoros y eclipses, había explicado en su New Theory of the Earth (1696) que un cometa había provocado el Diluvio Universal y que otro traerla consigo el fin del mundo y la destrucción de la Tierra. << [49] Es decir, casi tres centímetros. << [50] Alusión al catolicismo de Slop: entre las Iglesias de Roma e Inglaterra había desacuerdo sobre la naturaleza de la Transubstanciación o Eucaristía. << [51] Es decir, sin haber recibido la extremaunción. << [52] Ver Hamlet, Acto I, Escena 5, líneas 77-79, de las que el párrafo anterior es una parodia. << [53] Nueva alusión al catolicismo de Slop: los católicos ingleses, que estaban obligados a jurarle adhesión a la Iglesia Anglicana si deseaban ejercer determinadas profesiones, solían prestar este juramento con reservas mentales. << [54] Ver nota (33) del volumen II. << [55] Ver nota (16) del volumen II. << [56] En el original, this work of imagination: tiene también un sentido irónico, el de esta gran obra de imaginación. << [57] Conservo la literalidad (Truce! - Truce, good doctor Slop!), aunque quizá sería más correcto en castellano ¡Alto! - ¡Alto, buen doctor Slop! << [58] Lucina, ‘la que trae a la luz’, era el nombre que se le daba a Juno en Roma cuando se la asociaba a los partos y nacimientos, siendo uno de sus atributos presidir aquéllos. << [59] Pilumno y Picumno eran dos deidades romanas de atributos algo vagos: al parecer, influían en la agricultura, y Pilumno (de aquí la referencia de Sterne) protegía a las mujeres encintas en la hora del alumbramiento. << [60] Tire-tête, literalmente tira-cabezas, era el nombre genérico de los diferentes instrumentos que servían para tirar de la cabeza del niño durante el parto cuando la criatura no salía con facilidad. << [61] Aquí liberación (en el original, deliverance) tiene doble sentido: el que le confiere su proximidad a la palabra salvación y a la palabra cánula, por un lado, y el de parto, simplemente, por otro. << [62] La palabra en inglés para hornabeques es born-works, en la que la mención de cuernos es mucho más evidente que en español. Horn-works seria, literalmente, obras de cuernos. << [63] El famoso crítico, poeta y dramaturgo John Dennis (1657-1734), autor, entre otras obras, de The Advancement and Reformation of Modern Poetry (1701), atacó duramente los juegos de palabras o puns, considerándolos un mero signo de estupidez. << [64] Charles Dufresne, Sieur Du Cange (1610-1668), historiador francés, gran filólogo, autor de un Glossarium ad scriptorts mediae et infimae latinitatis (1678) y de otro Glossarium ad scriptores mediae et infimae graecitatis (1688). La cita de Sterne pertenece al primero. << [65] Obra de cuerno (ver nota (62) del volumen II). << [66] Comadrón, partero, igualmente; pero el empleo del término francés en lugar de su exacto equivalente inglés parecía darle más prestigio a la profesión. << [67] Sterne nos lo dijo, de hecho, en el Capítulo segundo. << [68] Letras humanas o Humanidades. << [69] En el original, in a family way. Family-way quiere decir también embarazo de una mujer. Slop está haciendo un nuevo juego de palabras: por un lado, ‘supone’ que Mr Shandy sólo engendrará hijos en el seno de la familia, y, por otro, que lo hará según el procedimiento habitual, es decir, embarazando a una mujer. << [70] Ver Julius Caesar, Acto IV, Escena 2, línea 52, punto en el que, según las indicaciones de escena del siglo XVIII, todos menos Bruto y Casio exeunt. << [71] Entre los inventos más famosos de Stevinus se contaban, efectivamente, un ingenioso sistema de canales y una carroza de vela. Esa fue utilizada varias veces, alrededor de 1600, por Maurice, Príncipe de Orange y Conde de Nassau (1567-1625) —a cuyo servicio estaba Stevinus—, para desplazarse a lo largo de la costa entre Petten y Scheveningen (Schevling). Al parecer, la carroza, impulsada tan sólo por el viento, era capaz de llevar veintiocho pasajeros y de ir a una velocidad mayor que la de ocho caballos. << [72] Schevling es Scheveningen, ciudad costera de la actual Holanda, al noroeste de La Haya. << [73] Nicolas-Claude Fabri de Peiresc (1580-1637), arqueólogo y naturalista francés muy célebre en su tiempo: gran amigo de Rubens (1577-1640), su nombre era reverenciado por artistas, anticuarios e historiadores. Fue asimismo un gran numismático. << [74] Ver nota (86) del volumen I. << [75] Habría obtenido la siguiente alabarda: es decir, habría ascendido a sargento. << [76] A partir de esta pictórica descripción, Hogarth hizo uno de los grabados que mencioné en la nota (46) del volumen II. El grabador fue Simón François Ravenet (1721-1774), de gran prestigio en su época. << [77] La línea de la belleza (en el original, the line of beauty) era, según Hogarth y algunos otros críticos de la época, una cierta curva parecida a una S de trazo fino y alargado, cuya presencia era necesaria para lograr un efecto de belleza en cualquier combinación de línea y forma. << [78] Este sermón, titulado The Abuse of Conscience (El engaño de la conciencia), fue predicado por Sterne en 1750 (diez años antes de aparecer este vol. II) en la catedral de York. Su inclusión en Tristram Shandy tuvo tan buena acogida y constituyó tal éxito que Sterne se apresuró a preparar dos volúmenes de sermones que, bajo el titulo de The Sermons of Mr Yorick, vieron la luz en mayo de 1760, es decir, tan sólo cuatro meses después de la primera edición de los volúmenes I y II. << [79] Esta comparación no tiene mucho sentido en castellano: Slop juega con la semejanza entre las palabras bear (oso) y beard (barba). << [80] En el original, he would have an old house over his head. To have an old house over one’s head es una expresión proverbial que significa meterse en líos. La idea que a las palabras antigua casa asocia el tío Toby acto seguido me obliga a traducir literalmente el giro. << [81] Paráfrasis del Eclesiastés, 8. 17. << [82] Paráfrasis de I Reyes, 18. 27. << [83] Las itálicas de cegada (en el original, blinded) se deben probablemente a la coincidencia en inglés entre las palabras ciego y blinda, ambas blind. Parecen anunciar los equívocos que más adelante se producirán a causa del empleo metafórico, en el sermón, de algunos términos de significado militar. << [84] Ver I Samuel, 24. 4-5. << [85] Ver II Samuel, 11. 2-12. << [86] Paráfrasis de I de San Juan, 3.21. << [87] Paráfrasis muy libre del Eclesiástico, 14. 1-2 y 13. 25-26. << [88] Temple Church (literalmente, Iglesia del Templo) se encuentra en el mismo distrito londinense (también llamado Temple) que los Inns of Court o Colegios de Abogados; los miembros de éstos solían acudir en gran número a los oficios religiosos de Temple Church, cuya sola mención ofrecía, así pues, connotaciones de tipo legal. << [89] Cuerpo de Guardia. << [90] Golpe de mano. << [91] Es decir, una guardia tan numerosa como el destacamento que tiene a sus órdenes un cabo (en el original, Corporal’s Guard). << [92] Tablas (de la ley) por mandamientos. << [93] Recuérdese que Slop no es médico (physician), sino partero (manmidwife), de grado inferior. << [94] Traduzco literalmente porque los protestantes van más, efectivamente, a la iglesia que a misa. << [95] Paráfrasis muy libre del Eclesiastés, 5.13. << [96] En el original, Romish church (ver nota (109) del volumen I). << [97] La exclamación de Slop no se presta en el original al posible equívoco castellano: They may thank their own obstinacy; es decir, se trata de la propia obstinación de las víctimas, nunca de la de la iglesia romana. << [98] En el original, D——n them all. La palabra está incompleta porque en inglés expresiones como Maldición o Maldita sea tienen un carácter irreverente y grosero del que carecen en español (ver nota (7) del volumen I). << [99] San Mateo, 7. 20. << [100] Forma anglo-latina de fin. << [101] Como hemos visto en la nota del vol. II, fue Sterne, a la sazón prebendado de la catedral de York, quien predicó el sermón: concretamente el 29 de julio de 1750. El 7 de agosto del mismo año lo hizo, efectivamente, imprimir. Más adelante volverá a publicarlo por tercera vez en 1766, formando parte integrante del cuarto volumen de The Sermons of Mr Yorick. << [102] Nueva referencia a los ataques de que Sterne fue objeto a lo largo de su carrera eclesiástica (ver nota (59) del vol. I). << [103] Jingling (tintineo) tiene una connotación sexual de la que carece su equivalente español. << [104] Como Soberanas. << [105] En infinitas partes. << [106] Zenón de Cicio (342-270 a. C.) fue el fundador de la escuela estoica; Crisipo (c. 280-c. 206 a. C.) fue un discípulo del anterior y escribió unas setecientas obras de las que sólo quedan fragmentos. Inventó el argumento llamado Sorites. << [107] Descartes expuso la teoría de que el alma debía de encontrarse en la glándula pineal al estar ésta en medio del cerebro, allí donde se suponía que la mente y los espíritus animales (ver nota (6) del vol. I) se encontraban. Como la mayoría de las teorías de Descartes, esta idea era objeto de burla y escepticismo en la Inglaterra del siglo XVIII. << [108] Quod erat demonstrandum, es decir, lo cual habrá de demostrarse, fórmula procedente de las demostraciones geométricas. << [109] Coglionissimo Borri es Giuseppe Francesco Borri (1627-1695), químico de cierto renombre en su época y —al parecer: apenas si he podido encontrar datos sobre él— hereje; Bartholine es Thomas Bartholine o Bartholin (1616-1680), médico danés, autor de De Phrenitide (1645) y de varios estudios de matemáticas y anatomía. La carta a que Sterne hace referencia es la que Borri escribió a Bartholine bajo el título De Ortu Cerebri et Uso Medico. Coglionissimo es término acuñado por Sterne a partir de coglione: probablemente tenía en cuenta los dos sentidos de esta palabra italiana (por un lado, imbécil, mentecato; cojón, por otro). << [110] El Animas, masculino, era el alma racional; el Anima, femenina, el espíritu animal. Nada se sabe de Metheglingius: el nombre es probablemente una invención de Sterne, quizá a partir de metheglin, bebida alcohólica hecha a base de miel fermentada y agua (vendría a ser una especie de aguamiel). Cabe pensar que Sterne quiso decir que quienquiera que hubiese establecido la división Animu s Anima era un borracho. << [111] Medida oblonga u oblongada. << [112] Causa sin la cual no, es decir, argumento, indispensable. << (113) El autor, aquí, se equivoca por partida doble;—en primer lugar, porque Lithopaedus deberla escribirse así: Lithopaedii Senonensis Icon. La segunda equivocación es que este Lithopaedus no es un escritor, sino un dibujo de un niño petrificado. La explicación de esto, publicada por Albosius en 1580, puede verse al final de las obras de Cordaeus, en Spachius. Mr Tristram Shandy se ha visto inducido a este error, bien por haber hallado últimamente el nombre de Lithopaedus en un catálogo de escritores ilustres hecho por el doctor——, bien por haber confundido Lithopaedus.con Trinecavellius—dada la gran similitud existente entre ambos nombres[114]. << [114] Esta disparatada nota de Sterne es una burla de un ataque que el doctor John Burton (es decir, Slop) hizo contra un colega suyo de Glasgow, el doctor William Smellie (es decir, Smelvogt) (1697.1763), acusándole de haber confundido el título de un dibujo de un niño petrificado (eso quiere decir la palabra griega ???pa???) con el nombre de un autor. Evidentemente, el dibujo y la palabra aparecían en algún viejo tratado médico que ambos comadrones tenían. Véase A Letter to William Smellie, M. D. (1753), de John Burton. << [115] Averdupoise o avoirdupois es un término técnico de origen francés, pero incorporado al inglés, que simplemente quiere decir de peso. << [116] Durante los siglos XVII y XVIII estuvo muy en boga la teoría de que el aire y el clima de Gran Bretaña eran especialmente idóneos para la aparición y proliferación de filósofos (sobre la influencia del clima en otros campos, ver nota (118) del vol. I). << [117] El os coxygis es lo mismo que el coxendix: es decir, el coxis. << [118] Según Plinio, tanto Publio Cornelio Escipión, el Africano (237-183 a. C.), como Tito Manlio Torcuato (235-203 a. C.), los dos famosos generales romanos que entraron victoriosos en Cartago, nacieron de la manera descrita por Sterne. En cuando a Edward VI (1537-1553), hijo de Henry VIII (1491-1547) y de su tercera mujer Jane Seymour (1509-1537), la causa de que ésta muriera doce días después de haber dado a luz al niño fue, según tradición no muy fidedigna, la cesárea que hubo de practicársele para sacar a la criatura, Edward VI murió, tísico, a los dieciséis años. En lo que se refiere a Hermes Trismegisto, la mención de Sterne no deja de pertenecer a la leyenda (ver nota (92) del vol. I). << [119] Es decir, la cesárea. << [120] Hasta bien entrado el siglo XIX, el porcentaje de madres que morían al practicárseles la cesárea superaba el cincuenta por ciento; en el XVIII, además, no existía, por supuesto, ningún tipo de anestésico. << [121] Don Belianís de Grecia (1547-79) es un libro de caballerías del español Jerónimo Fernández (¿?-¿?), que Sterne sin duda conocía sólo a través del Quijote, donde aparece mencionado varias veces, al igual que sus personajes Alquife y Urganda (ver, por ejemplo, Primera Parte, cap. XLIII: …allí llamó a los sabios Lirgandeo y Alquife …allí invocó a su buena amiga Urganda…). << VOLUMEN III [1] Los volúmenes III y IV de Tristram Shandy se publicaron por primera vez el 28 de enero de 1761. << [2] La cita pertenece al Policraticus (primera edición conocida del año 1476), de John of Salisbury (c. 1115-1180), obispo de Chartres y no de Leyden, como dice Sterne (Episcopus Lugdun). La traducción de la cita es aproximadamente la siguiente: No temo los juicios de la masa ignorante; sin embargo les pido benevolencia para con mi opúsculo, —en el que mi propósito ha sido siempre pasar de lo festivo a lo serio y de lo serio a lo festivo otra ver. Sterne alteró el final de la frase, que originalmente rezaba así: —in quibus fuit propositi semper à nugis ad bona transire seria, es decir: —en el que mi propósito ha sido siempre pasar de las bromas a la más digna seriedad. John of Salisbury fue también autor de un Metalogicus, un Entheticus y una Vita Sancti Anselmi. << (3) Vid. Vol. II, capítulo dieciocho [4]. << [4] Página 159 de la edición original. << [5] En el original, without a head or with one, que indica con mayor claridad que en castellano la ambivalencia de la palabra head como cabeza y talento. << [6] Lo que Sterne llama el plinto del friso de la pared es la parte inferior de la faja o banda que solía haber, a media altura, en las paredes, siendo por lo general de distinto color que éstas. << [7] El pintor Joshua Reynolds le había hecho un retrato a Sterne entre marzo y abril de 1760. Le haría otros dos en 1764 y 1768, si bien este último quedaría inacabado al morir Sterne aquel mismo año. << [8] La reina Anne reinó entre 1702 y 1714; George I (1660-1727) lo hizo entre 1714 y 1727. << [9] La palabra inglesa fortunate remite con mayor fuerza y claridad a los dos sentidos de adinerado y con suerte. << [10] Todos estos personajes fueron estoicos declarados o practicaron en sus vidas un cierto estoicismo tácito: Zenón de Cicio (ver nota (106) del vol. II) fue el fundador de la escuela estoica y predicó la resignación del hombre ante la Necesidad; Cleantes (331-232 a. C.), llamado ‘el asno’ por su gran capacidad de aguante, fue discípulo del anterior, le sucedió en la jefatura de la escuela y murió de inanición por su propia voluntad; Diógenes Babilonio o de Babilonia (c. 240-152 a. C.) también ostentó en su tiempo la jefatura de la escuela y predicó el estoicismo en Roma, donde fundó una importante secta; Dionisio Heracléata o de Heraclea (c. 328-248 a. C.) no fue un estoico tan convencido como los anteriores: al no poder soportar los dolores de una enfermedad, se unió a los eléatas; Antípatro de Tarso (del siglo II a. C.) sucedió a Diógenes Babilonio en la jefatura de la escuela y se suicidó a edad muy avanzada; Panecio (c. 185-c. 110 a. C.) sucedió a Antípatro en Atenas, si bien se interesó más por la ética que por el estoicismo puro; Posidonio de Apamea (c. 135-51 a. C.) fue discípulo de Panecio y tuvo fama de ser el hombre más culto de su tiempo; fue amigo de Cicerón; Marco Porcio Catón (95-46 a. C.), llamado el Uticense porque murió en Utica, fue, además de gran y austero militar, filósofo estoico: se suicidó en Utica al alba, tras haber pasado la noche leyendo el Fedón de Platón; Marco Terencio Varrón (116-27 a. C.), el más célebre y prolífico autor de su época (su obra consistió en 620 libros), fue un ‘platónico estoizante’, aunque durante el siglo XVIII todavía se le consideraba erróneamente un estoico puro y militante; Lucio Anneo Séneca (c. 4 a. C.-65) sintió preferencias por el estoicismo y murió cortándose las venas; Panteno (tuvo su auge hacia el año 200), jefe de la escuela catequística de Alejandría, había sido estoico con anterioridad; Clemente Alejandrino o de Alejandría (c. 150-c. 215), griego, padre de la iglesia, combinó las doctrinas estoicas con el cristianismo; Montaigne pasó de un cierto estoicismo de actitud al más absoluto escepticismo. << [11] Desde la aparición de los dos primeros volúmenes de The Sermons of Mr Yorick (en mayo de 1760), no habían cesado de llover críticas sobre Sterne por haberlos publicado con el nombre de un bufón, lo cual, tratándose de un sacerdote y de un libro religioso, parecióles una verdadera irreverencia a muchos de sus contemporáneos (ver nota (1) de Los sermones de Mr Yorick). << [12] La Monthly Review, que dirigía Ralph Griffiths (1720-1803) y en la que colaboraba asiduamente Oliver Goldsmith (ver nota (64) del vol. I), fue la revista literaria que más duramente arremetió contra Sterne por su utilización del nombre de Yorick. << [13] El músico inglés Charles Avison (1710-1770), autor de un Essay on Musical Expression (1752), hizo una edición de doce conciertos de Giuseppe Domenico Scarlatti (1685-1757) en 1744. << [14] El término conserva itálicas al no estar ‘en español’, sino ‘en italiano’. << [15] Himen era el dios griego del matrimonio; la palabra inglesa para tintinear (jingle) tiene, como vimos en la nota (103) del volumen II, connotaciones sexuales: quiere decir, también, moverse agitadamente. << [16] En el original, mix’d case, con el doble sentido de mixto y confuso. << [17] James Scott, Duque de Monmouth y Buccleuch (1649-1685), era hijo natural de Charles II (1630-1685) y capitaneó una sublevación protestante contra James II en 1685. Fue abortada y le costó la vida, al igual que a muchos de sus compañeros, a quienes él mismo acabó por denunciar. << [18] Di buena fe. << [19] Este misterioso comentario de Sterne no lo es tanto en el original: knots se dice tanto del nudo como del lazo, y lo que en castellano se llama lazos matrimoniales, en inglés se expresa como marriage knots. << [20] En el original la palabra sífilis no aparece tan inequívoca como no tiene más remedio que aparecer en español, pues pox, a secas, como dice el doctor Slop en esta frase, quiere decir efectivamente sífilis, pero goza de cierta ambigüedad al coexistir en inglés con small-pox, que significa viruelas. << [21] Texto de la Iglesia de Rochester, por el obispo Ernulfo. Ernulfo o Arnulfo (1040-1124) fue obispo de Rochester y procedía de los benedictinos. Su Textus Roffensis es un compendio de leyes, decretos papales y documentos relativos a su diócesis. La transcripción de Sterne (como su traducción) es exacta, y probablemente la hizo a partir de la edición que del Textus Roffensis sacara el anticuario Thomas Hearne (1678-1735) en 1720. << (22) En vista de que la autenticidad de la deliberación de la Sorbonne acerca del problema del bautismo fue puesta en duda por algunos y negada por otros,——se ha juzgado conveniente imprimir el original de esta excomunión; Mr Shandy les queda sumamente agradecido al bibliotecario del deán y al cabildo de Rochester por haber dado su conformidad para la presente reproducción. << [23] Ver Números, 16. 1-35. << [24] Son el mismo personaje; la traducción debería rezar: Que San Juan el Precursor y Bautista de Cristo…; Sterne, al escribir pre-cursor con guión, llama la atención sobre un juego de palabras intraducible: cursor quiere decir en inglés maldecidor. << [25] En el original, la interjección es Hey day!, que por el sonido aspirado de la h se parece más al silbido sustitutivo que ¡Caray! << [26] En todo este párrafo, sus queridísimas, etc., es your, etc.; es decir, ese sus es siempre de ustedes. << [27] La referencia es, al parecer, a la obra de Varrón (ver, nota (9) del vol. III) Antiquitates Rerum Divinarum. Sin embargo, los encargados de las ediciones de Tristram Shandy que he consultado estiman que Sterne tomó la cita equivocadamente de The Anatomy of Melancholy de Roben Burton (1577-1640), donde lo que se dice es que Hesiodo habla de 30.000 deidades y Varrón de 300 Júpiteres. Lo más probable es que Sterne citara de memoria: de ahí el error. << [28] Ver el Quijote, Segunda Parte, capítulo XLVIII: Aquí hace Cidi Hamete un paréntesis, y dice que por Mahoma que diera, por ver ir a los dos así asidos y trabados desde la puerta al lecho, la mejor almalafa de dos que tenía. << [29] Sic en el original. << [30] Sterne alude a la moneda del mismo nombre, la guinea. << [31] David Garrick (ver nota (64) del vol. I), el famosísimo actor shakespeariano, era íntimo amigo de Sterne desde que se dedicó a ensalzar (fue el primero en hacerlo en todo Londres) los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy, el año 1760. << [32] Ese nuevo libro del que todo el mundo batía sin parar es, evidentemente, el propio Tristram Shandy. << [33] Rene Le Bossu (1631-1680), uno de los críticos literarios que más influjo ejercieron en su época, había establecido, basándose en ejemplos clásicos, las muy concretas reglas que, según él, debían respetarse siempre al escribir poemas épicos; dichas reglas se hallan expuestas en su Traité du poème épique (1675), que debió de tener bastante difusión en Inglaterra, ya que Addison, Dryden y Alexander Pope (1688-1744) lo conocían bien. << [34] Sterne se burla aquí de los críticos de arte mencionando las virtudes que, tópica y reiteradamente, más se alababan en el siglo XVIII en cada uno de estos pintores, cuyos nombres repito completos y (en su caso) correctamente escritos: Tiziano Vecelli (c. 1477-1576), Peter Paul Rubens (1577-1640), Raffaello Santi o Sanzio (1483-1520), Domenico Zampieri, Domenichino (1581-1641), Antonio Allegri da Correggio (c. 1494-1534), Nicolas Poussin (1594-1665), Guido Reni (1575-1642), Annibale (t540-1609), Ludovico (1555-1619) y Agostino Carracci (1557-1602), Michelangelo Buonarroti (Ángel) (1475-1564). << [35] Apolo aparece a veces, en la literatura clásica (por ejemplo, en las Églogas de Virgilio), como dios de la música y la poesía; Hermes, siempre como mensajero. << [36] Sterne alude probablemente en este comentario a Richard III (1452-1485), que reinó desde 1483 hasta su muerte, el cual solía jurar a menudo por San Pablo, y a Charles II (ver nota (17) del vol. III), que reinó a su vez desde 1660 hasta su muerte, quien acostumbraba a jurar por ‘Od’s fish’ (por el pescado de Dios), indudable eufemismo de God’s flesh (la carne de Dios). << [37] En el original, G-d damn you (al respecto, ver notas (7) del vol. I y (98) del vol. II). << [38] La elaboración del Corpus Juris Civilis de Flavio Anicio Justiniano (483-565), emperador de Constantinopla desde 527 hasta su muerte, fue encargada a una comisión de juristas dirigidos por Triboniano (c. 475-545), quien también colaboró en las Digesta o Pandectae y en las Institutiones. << [39] El celebérrimo William the Conqueror o Guillermo el Conquistador (1027-1087), que reinó en Inglaterra desde 1066 hasta su muerte, solía jurar by the splendour and resurrection of God (por la gloria y la resurrección de Dios). << [40] La referencia es aquí confusa y errónea: los franceses rindieron Lille el 25 de octubre de 1708, y no el año Diez. Durante el crudo invierno de 1709-10 la falta de alimentos y el frío provocaron numerosas revuelas tanto entre la población flamenca como entre las tropas conquistadoras, pero no se tiene noticia de que se produjera ninguna ni en Lille ni en Gante. << [41] A propósito. << [42] Literalmente, en el pecho; es decir, oculta. << [43] En el original, a scar, que además de un escaro puede ser también una cicatriz. << [44] De las catorce Filípicas de Cicerón contra Marco Antonio (83-30 a. C.), la segunda tenía alrededor de cincuenta páginas. << [45] En el original, trunk-hose, calzones ahuecados y semejantes a bolsas que estuvieron muy en uso durante los siglos XVI y XVII. Supongo que eran parecidos (si no los mismos) a los que aún hoy en día lleva la Guardia Suiza del Vaticano. En tiempo de Sterne, en cambio, los breeches o calzones se llevaban ajustados a la pierna. << [46] Ver nota (40) del vol. II. << (47) Vide Locke [48]. << [48] El texto en itálicas que viene a continuación es una paráfrasis del Essay Concerning Human Understanding de Locke (Libro II, capítulo XIV, apdo. 3). << [49] Alusión al panfleto humorístico The Clockmaker’s Outcry against the Author of the Life and Opinions of Tristram Shandy, aparecido en mayo de 1760, en el que un relojero anónimo se quejaba de que, a raíz y por culpa de la escena inicial de Tristram Shandy, ninguna dama se atreviera ya a comprar relojes por temor a los comentarios irónicos y a los dobles sentidos que la palabra suscitaba. << [50] En el original la palabra para cadena es train: de aquí la sugerencia del tío Toby. << [51] Luciano de Samosata (c. 117-180), el famoso satírico griego. << [52] La batalla de Messina o de Cabo Passero tuvo lugar el 31 de julio de 1718, durante la Guerra de la Cuádruple Alianza, entre una flota británica de 21 navíos y una española de 29. Aunque ambos bandos sufrieron considerables pérdidas, puede decirse que la victoria fue de los ingleses, que destruyeron o capturaron no menos de 15 embarcaciones españolas. Es, sin embargo, extraño que Sterne hable del asedio de Messina y no de batalla. << [53] Todos estos nombres son invenciones de Sterne: Agelastes quiere decir ‘el que nunca ríe’; Triptolemo era el héroe griego mitológico que enseñó la agricultura a los hombres y les dio leyes: también era juez en el Hades; Phutatorius significa ‘el que copula’. << [54] Locke había distinguido entre ingenio (como asociación de ideas similares) y juicio (como disociación de ideas cuya similitud fuera meramente verbal o accidental). Ver su Essay Concerning Human Understanding (Libro II, Capítulo XI, apartado 2) y la nota (40) del vol. I. << [55] Sobre las falacias de los pedorreos y las explicaciones. Para Didius, ver nota (23) del vol. I. << [56] En el original, opacular matter. El adjetivo es de Sterne, mezcla de opaque y ocular. << [57] Paráfrasis de la primera frase del Prólogo de Gargantúa de Rabelais, que dice así: Beuveurs tres illustres, et vous, Verolez tres precieux, car à vous, non à aultres, sont dediez mes escriptz… << [58] Nombres acuñados por Sterne; es probable que cada uno de ellos hiciera referencia a personajes de él conocidos: Monopolus es ‘monopolista’; Kysarcius (latinización de arse-kisser o besa-culos) está probablemente inspirado en el Baise-cul del Pantagruel de Rabelais (ver caps. X a XIII); Gastripheres significa ‘barrigón’; Somnolentius es ‘dormilón’. << [59] Quantum es cantidad; modicum, ración o porción. << [60] Nova Zembla es Novaya Zemlya (Tierra Nueva), dos islas situadas al noreste de Rusia, en el Océano Ártico. << [61] Angermania es un área del norte de Suecia; el lago Botnia es el Golfo de Botnia, al norte del mar Báltico; la Botnia oriental y occidental son los territorios que se hallan a ambos lados del Golfo; la Carelia es un área de Finlandia que se encuentra al este del Golfo; la Ingria se halla al este de Estonia y al sureste del Golfo de Finlandia; la Tartaria rusa y asiática se extiende desde el mar del Japón hasta el río Dnieper. << [62] En el original, more luxuriant, es decir, más fértil o más lujuriosa. << [63] Suidas, el supuesto autor de un Lexicon griego del siglo X. Nada se sabe de él, aunque se lo localiza en Bizancio hacia el año 975. << [64] Esculapio era hijo de Apolo, médico y dios de las artes curativas. << [65] John o’Nokes y Tom o’Stiles son el equivalente, en la jerga legal, a Fulano de Tal y Mengano de Cual. << [66] Acción judicial: Sterne omite el adjetivo para que también pueda entenderse como acción militar. << [67] El pasaje entrecomillado es una transcripción casi literal (exceptuando la frase final) de Gargantúa y Pantagruel de Rabelais (ver Libro III, cap. XVI). << [68] Ver nota (87) del vol. I. << [69] Locke atacó el abuso de ingenio (ver su Essay Concerning Human Understanding, Libro II, Capítulo XI, apartado 2). << [70] La referencia de Sterne es a la Carta Magna o Constitución que en 1215 los nobles ingleses obligaron a firmar al rey John Lackland (Juan Sin Tierra) (1167-1216), que reinó en Inglaterra desde 1199 hasta su muerte. << [71] La batalla de Marston Moor tuvo lugar en 1644 entre las tropas de Oliver Cromwell (1599-1658) y las de Charles I (1600-1649), que reinó desde 1625 hasta el año de su ejecución. << [72] Ver nota (34) del vol. II. << [73] La causa o razón principal era que, a petición de Sterne, Garrick había accedido a leer e interesarse por los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy al poco tiempo de su aparición, y que, después, no sólo los había recomendado y elogiado ante la sociedad elegante de Londres, sino que además se había encargado de introducir a Sterne en estos mismos círculos, así como en los literarios. La petición de Sterne, sin embargo, no fue directa; nuestro autor recurrió a la siguiente argucia: el 1 de enero de 1760 escribió una carta a Miss Fourmantelle (ver nota (77) del vol. I) indicándole que la copiara de su puño y letra y se la enviara a Garrick haciéndola pasar por suya. En ella ‘Miss Fourmantelle’ se permitía llamar la atención del gran Garrick sobre los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy, rogándole que los leyera (pues la obra gozaba de a great Character as a smart witty Book y el autor as a man of Learning and wit) e hiciera pública su opinión si ésta era favorable (ver también nota (29) del vol. III). << [74] Aristóteles: la referencia es a la Poetisa; Marco Pacuvio (c. 220-130 a. C.), autor de Antiope y de Armorum Judicium, fue uno de los más antiguos y celebrados poetas trágicos romanos; para Bossu, ver nota (33) del vol. III; Ritaboni es probablemente Luigi Riccoboni o Lodovico Riccaboni (1675-1753), actor italiano afincado en Francia que había escrito algunos tratados teorizantes acerca del drama; aunque también podría ser su hijo, Francesco Riccoboni (1707-1772), quien, a su vez, había publicado su obra L’Art du théâtre en 1750. << [75] Se suponía en Inglaterra que Madame Pompadour (1721-1764), dados sus célebres excesos, iba siempre en vis-à-vis (gran carruaje para cuatro o más personas que iban sentadas las unas frente a las otras). << [76] Ver nota (137) del vol. I. << [77] El título de Mrs o mistress, literalmente señora en la actualidad, se daba indistintamente en el siglo XVIII a solteras y casadas. En todo este pasaje hay un juego de palabras intraducible: puente es en inglés bridge, y bridget sería un posible diminutivo de dicha palabra. << [78] Limb en el original: el doble sentido del comentario de Mr Shandy no resulta, pues, tan evidente y descarado en inglés como en castellano; es más velado y menos perceptible. << [79] Para todos estos términos militares latinos, ver el Glosario, generalmente bajo sus correspondientes formas españolas: vinea, balista, piróbalos, terebra y escorpión. Alejandro Magno (356-323 a. C.) destruyó Tiro en el 332 a. C. Marcelino es el famoso historiador romano Amiano Marcelino (c. 330-390), autor de una historia del Imperio Romano entre los años 353 y 378: de los 31 libros que constituían la obra sólo se conservan 18. << [80] El cardenal Giulio Alberoni (1664-1752), primer ministro de Felipe V (1683-1746, reinó desde 1700 hasta su muerte), siguiendo una política exterior agresiva y ambiciosa, violó la paz de Utrecht en 1718 al invadir la Cerdeña y provocó de este modo la Guerra de la Cuádruple Alianza (Inglaterra, Francia, Austria y Holanda) contra España. << [81] Spira es Speier, ciudad alemana situada al sur de Mannheim; Breisach es Alt-Breisach, ciudad asimismo alemana situada al oeste de Friburgo. << [82] Acta Eruditorum, Leipzig, año 1695. El marqués d’Hôpital es el geómetra francés Guillaume-François-Antoine de l’Hôpital, Marques de Saint-Mesme y Conde d’Entremont (1661-1704); fue alumno o discípulo del efectivamente más joven Bernouilli y escribió un Analyse des infiniment petits pour l’intelligence des ligues courbes (1696) y un Traité analitique des sections coniques (1707). Jacques Bernouilli o Bernoulli (1654-1705), a quien los anotadores ingleses y americanos de Tristram Shandy consideran que Sterne hace referencia, fue un matemático suizo, famoso por sus investigaciones sobre las cicloides y las curvas transcendentales y de quien el marqués habría aprendido los secretos del ‘infinito geométrico’; sin embargo, teniendo en cuenta que los matemáticos de la familia Bernouilli fueron innumerables, así como el apodo que le da Sterne (el joven), también podría tratarse de Jean Bernouilli (1667-1748). << [83] A lo largo de los siglos XVII y XVIII se indagó constantemente para hallar un método sencillo e infalible por el que los marinos pudieran calcular la longitud en alta mar. En Inglaterra, el Parlamento ofreció 20.000 libras en 1714 al que lo descubriera: este premio encontró destinatario, finalmente, cuando Sterne escribía el presente volumen: John Harrison, de Foulby (1693-1776), lo obtuvo por su cronómetro. << [84] En el original, jointure, es decir, viudedad en su acepción de usufructo del caudal conyugal que durante su viudez goza el consorte superviviente. << [85] Ver nota (12) del vol. I. << [86] Los dos primeros volúmenes de Tristram Shandy habían sido acusados de indecencia y obscenidad por buena parte de la crítica. << [87] Página cincuenta y dos en la primera edición de la obra; en la traducción es la 88. << [88] Ver el Pantagruel de Rabelais, Libro IV, capítulo IX. << [89] La viudedad que pagan los abuelos del narrador sigue siendo la de la bisabuela del mismo: el pasaje es un poco confuso en el original. << [90] Sic: Harry es un diminutivo de Henry. << [91] Aunque los triunfos existen en numerosos juegos de naipes, el original indica que en este caso la referencia es al whist. << [92] Recuérdese que Sterne empezó publicando dos volúmenes de Tristram Shandy al año. << [93] Ex confesso: reconocidamente. Los párrafos que vienen a continuación son una parodia de Locke (ver Two Treatises of Government, Libro II, cap. V, apdos. 27 y siguientes). << [94] El nombre Tribonio es seguramente una adaptación del de Triboniano (ver nota (38) del vol. III). << [95] Este Gregorio, del que casi nada se sabe a excepción de que vivió y enseñó en Beirut, es el supuesto autor del Codex Gregorianus, recopilación de leyes imperiales hecha a finales del siglo III; Hermógenes (150-201) fue un precoz retórico griego de Tarso: lo más probable es que la intención de Sterne fuera escribir Hermogeniano (de quien sólo se sabe que vivía el año 324), autor del Código que lleva su nombre, especie de apéndice del Gregoriano: ambos códigos bizantinos fueron el punto de partida del de Justiniano; Louis es Louis XIV, quien estableció un importante código de leyes; Des Eaux es probablemente un error voluntario (una broma) de Sterne: el código de Louis XIV relativo a la protección de bosques se titulaba Ordonnance des eaux et fôrets (1669). << [96] Bruscambille era el pseudónimo del actor y escritor cómico francés Nicolas Deslauriers o Du Laurier (¿?-¿?), autor, entre otras obras, de las Prédictions grotesques du docteur Bruscambille pour l’année 1619, de los Prologues tant sérieux que facétieux (1610) y de las Fantaisies ou Pensées facétieuses (1612). El volumen que el padre de Tristram Shandy encuentra debe de ser este último, si es que los Prologues y las Fantaisies no son la misma obra con diferente título, como parece posible. En las Fantaisies el autor se imagina a sí mismo en un escenario, ofreciéndole al público desde allí prólogos y paradojas sobre diversos temas, entre los que, al parecer, se halla el de las narices cortas y largas. Bruscambille trabajó eminentemente en la Borgoña. << [97] La palabra no va en itálicas por estar incorporada a la lengua inglesa, sobre todo en los medios literarios y teatrales. << [98] ‘Prignitz y Scroderus, como Hafen Slawkenbergius, son nombres sin duda inventados por Sterne: Prignitz podría ser una combinación de la palabra inglesa prig (presuntuoso, pisaverde) y la francesa nez (nariz); Scroderus podría ser un derivado de scrotum (escroto); en cuanto a Hafen Slawkenbergius, en alemán coloquial hafen quiere decir orinal, y schlaekenberg, en el mismo idioma, significa montón de escoria o de excrementos; las Conversaciones Nocturnas de Bouchet son las Serées del magistrado de Poitiers Guillaume Bouchet de Brocourt (1526-1606): se trataba de una serie de historias entrelazadas que se iban contando entre sí un grupo de ciudadanos de Poitiers al anochecer: Bouchet no dejó de publicar serées entre 1584 y 1598; Andrea Paraeus es Ambroise Paré, a quien más adelante Sterne llamará ya por su verdadero nombre (ver nota (112) del vol. III). << [99] Se trata del diálogo De Captandis Sacerdotiis, de los Colloquia Familiaria de Desiderio Erasmo (1466-1536). << [100] En el original, squirt it: squirt quiere decir jeringa o cánula; en esa ocasión he optado por recurrir a la primera para aprovechar el sentido figurado que de molestar tiene el verbo español jeringar; pero debe tenerse en cuenta la palabra cánula para apreciar como es debido el doble sentido de squirt it (Satán) en el original. << [101] Ab urbe condita o desde la fundación de la ciudad (Roma), punto de referencia habitual para las fechas de los historiadores romanos. << [102] Paraltipomerton o pa?a?e?p?µe?o? quiere decir cosa o estrilo omitido, desatendido. << [103] El ignorante lector de Sterne deberá acudir al Pantagruel de Rabelais (Libro IV, cap. XIII): La poultre, toute effrayée, se mist au trot, à petz, à boudz, et au gualot, à ruades, fressurades, doubles pédales et pétarrades: tant qu’elle rua bas Tappecoue, quoyqu’il se tint à l’aube du bast de toutes ses forces. Titkletoby es la traducción inglesa de Tappecoue, que en francés coloquial significa pene. << [104] La traducción literal y no intencionada (la de Sterne lo es) de las dos frases latinas seria: a) Esta nariz no me desagrada; b) No hay razón para que te desagrade. << [105] Aquí Sterne altera el texto original a fin de que todo cuadre con el siguiente párrafo: Erasmo dice conducet excitando fóculo (servirá para avivar el brasero). La intención de Sterne al sustituir fóculo por focum se verá en la próxima nota’. << [106] Focum puede haber quedado convertido ficum (higo, es decir, el sexo femenino) o en locum (que, aparte de su significado de lugar, también tenía en latín el de sexo de la mujer). << [107] Sic el original. << [108] George Whitefield (1714-1770) fue el líder de los metodistas calvinistas de su época: según él, el alma era capaz de saber o intuir, sin hacer uso de la razón, quién dirigía sus actos, si Dios o el Diablo. Tuvo muchos seguidores en Estados Unidos. << [109] Como se llamaba a veces en el siglo XVIII a la Crimea. << [110] Juego de palabras con la palabra fancy, que quiere decir fantasía y amor. << [111] Aquí se comprende la confusión habida en el capítulo treinta y cinco del volumen III, en el que Sterne llama Andrea Paraeus a Ambroise Paré. << [112] Ambroise Paré (1517-1590) fue un famoso cirujano francés, autor de Cinq livres de chirurgie (1562), que mejoró notablemente el tratamiento de las heridas de bala; se le conoce como ‘el padre de la cirugía moderna’. << [113] Paré fue cirujano mayor de François I (1494-1547, reinó desde 1515), Henri II (1519-1559), reinó desde 1547), François II (1544-1560, reinó desde 1559), Charles IX (1550-1574, reinó desde 1560) y Henri III (1551-1589, reinó desde 1575). Francisco Nono de Francia, que jamás existió, es una mezcla de François I y Charles IX, probablemente intencionada. Taliacotius es Gasparo Tagliacozzi (1546-1599), cirujano italiano de Bolonia, célebre por sus reparaciones de narices heridas, a las que trasplantaba piel de los brazos; al parecer, el error cometido por Paré fue decir que lo que Tagliacozzi trasplantaba era carne o músculo, en vez de piel. << [114] A su legítimo tamaño. << [115] Esta es la explicación que del porqué de las narices largas da Frere Jean en el Gargantúa de Rabelais (Libro I, cap. XL): Pourquoi (dist Gargantua) est ce que Frere Jean a si Beau nez?… (dit le moyne). Selon vraye philosophie monastique, c’est parce que ma nourrice avoit les tetins moletz: en la laictant, mon nez y enfondroit comme en beurre, et là s’eslevoit et croissoit comme la paste dedans la met. Les durs tetins de mourrices font les enfans camuz. << [116] Ponócrates es el tutor o preceptor de Gargantúa; Grand-gousier es su padre (ver el Gargantúa de Rabelais, Libro I, cap. XL): Pourquoi (dist Gargantua) est ce que Frere Jean a si beau nez?… Parce que (dist Ponocrates) qu’il feut des premiers à la foyre des nez. Il print des plus beaulx et plus grands. Parce (respondit Grandgousier) que ainsi dieu l’a voulu, lequel mus faiçt en telle forme et telle fin, selon son divin arbitre, que faict un potier ses vaisseaulx. Ver la explicación de las narices largas del tío Toby en el capítulo cuarenta y uno del volumen III. << [117] Término medio. << [118] La frase es una paráfrasis de Locke, An Essay Concerning Human Understanding, Libro IV, cap. XVII, aptdo. 18. << [119] Pregunta. << † Es posible que tu lector de libros electrónicos no reproduzca adecuadamente el texto de esta columna y que aparezca cortado. Si ese es el caso, puedes leer el texto integro a continuación. (N. del E. D.) << ——Atque omnium coelestium virtutum, angelorum, archangelorum, thronorum, dominationum, potestatum, cherubin ac seraphin, et sanctorum patriarcharum, prophetarum, et omnium apostolorum et evangelistarum, et sanctorum innocentum, qui in conspeau Agni soli digni inventi sunt canticum cantare novum, et sanctorum martyrum et sanctorum confessorum, et sanctarum virginum, atque omnium simul sanctorum et electorum Dei,——Excommunicamus, et an- vel os s athematizamus huno furem, vel os s vel hunc malefactorem, N. N. et a liminibus sanctae Dei ecclesiae sequestramus, et aeternis suppliciis excruciandus, vel i n mancipetur, cum Dathan et Abiram, et cum his qui dixerunt Domino Deo, Recede à nobis, scientiam viarum tuarum nolumus: et sicut aquá ignis extinguitur, sic extinguatur vel eorum lucerna ejus in secula secu- n lorum nisi resipuerit, et ad n satisfactionem venerit. Amen. os Maledicat illum Deus Pater qui hominem creavit! os Maledicat illum Dei Filius qui pro homine passus est! os Maledicat illum Spiritus Sanctus qui in baptismo effusus est! os Maledicat illum sancta crux, quam Christus pro nostrâ salute hostem triumphans ascendit! os Maledicat illum sancta Dei genetrix et perpetua Virgo Maria! os Maledicat illum sanctus Michael, animarum susceptor sacrarum! os Maledicant illum omnes angeli et archangeli, principatus et potestates, omnisque militia coelestis! os Maledicat illum patriarcharum et prophetarum laudabilis numerus! os Maledicat illum sanctus Johannes praecursor et Baptista Christi, et sanctus Petrus, et sanctus Paulus, atque sanctus Andreas, omnesque Christi apostoli, simul et caeteri discipuli, quatuor quoque evangelistae, qui sua praedicatione mundum universum converterunt! os Maledicat illum cuneus martyrum et confessoram mirificus, qui Deo bonis operibus placitus inventus est! os Maledicant illum sacrarum virginum chori, quae mundi vana causa honoris Christi respuenda contempserunt! os Maledicant illum omnes sancti qui ab initio mundi usque in finem seculi Deo dilecti inveniuntur! os Maledicant illum coeli et terra, et omnia sancta in eis manentia! i n n Maledictus sit ubicunque fuerit, sive in domo, sive in agro, sive in viâ, sive in semitâ, sive in silva, sive in aquâ, sive in ecclesiâ! i n Maledictus sit vivendo, moriendo,— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— —— manducando, bibendo, esuriendo, sitiendo, jejunando, dormitando, dormiendo, vigilando, ambulando, stando, sedendo, jacendo, operando, quiescendo, mingiendo, cacando, flebotomando! i n Maledictus sit in totis viribus corporis! i n Maledictus sit intus et exterius! i n Maledictus sit in capillis! i n Maledictus sit in cerebro! i n Maledictus sit in vertice, in temporibus, in fronte, in auriculis, in superciliis, in oculis, in genis, in maxillis, in naribus, in dentibus, mordacibus sive molaribus, in labiis, in guttere, in humeris, in harnis, in brachiis, in manubus, in digitis, in pectore, in corde, et in omnibus interioribus stomacho tenus, in renibus, in inguinibus, in femore, in genitalibus, in coxis, in genebus, in cruribus, in pedibus, et in unguibus! i n Maledictus sit in totis compagibus membrorum, a vértice capitis, usque ad plantam pedis!—Non sit in eo sanitas! os Maledicat illum Christus Filius Dei vivi toto suae majestatis imperio. ‡ Es posible que tu lector de libros electrónicos no reproduzca adecuadamente el texto de esta columna y que aparezca cortado. Si ese es el caso, puedes leer el texto integro a continuación. (N. del E. D.) << ‘Por la autoridad de Dios Todopoderoso, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y de la inmaculada Virgen María, madre y protectora de nuestro Salvador, y de todas las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, potestades, querubines y serafines, y de todos los santos patriarcas, profetas, de todos los apóstoles y evangelistas, y de los santos inocentes, que a los ojos del santo Cordero son dignos de cantar la canción nueva, de los santos mártires y de los santos penitentes, y de las santas vírgenes, y de todos los santos, junto con los elegidos de Dios, que’ (Obadiah) ‘se condene’ (por haber hecho estos nudos).——‘Lo excomulgamos y anatematizamos, y de los umbrales de la santa iglesia de Dios Todopoderoso lo apartamos, para que sea atormentado, vendido y entregado junto con Datan y Abirón[23] y junto con aquellos que a nuestro Señor Dios le dicen: Aléjate de nosotros, nada queremos saber de Ti. Y al igual que el fuego se apaga con agua, así su luz se apague por siempre jamás si no se arrepiente’ (Obadiah, de los nudos que ha hecho) ‘y ofrece reparación’ (por ellos). ‘Amén’. —‘Que el Padre, que creó al hombre, lo maldiga.——Que el Hijo, que por nosotros padeció, lo maldiga.——Que el Espíritu Santo, que nos fue dado en el bautismo, lo maldiga (a Obadiah).——‘Que la santa cruz, a la que Cristo ascendió por nuestra salvación venciendo a sus enemigos, lo maldiga’. —‘Que la santa y eternamente Virgen María, madre de Dios, lo maldiga.——Que San Miguel, defensor de las santas almas, lo maldiga.——Que todos los ángeles y arcángeles, poderes y potestades, y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan’. [—Nuestros ejércitos de Flandes juraban espantosamente, exclamó mi tío Toby,—pero aquello no era nada comparado con esto.—En lo que a mí respecta, no tendría coraje para maldecir así ni a un perro.] —‘Que San Juan el precursor y San Juan Bautista[24], y San Pedro y San Pablo, y San Andrés, y todos los demás apóstoles de Cristo, lo maldigan al unísono. Y que el resto de sus discípulos y los cuatro evangelistas, que con sus predicaciones convirtieron al mundo universal, y la santa compañía de mártires y penitentes, a los que por sus santas obras Dios Todopoderoso encuentra dignos de Sí, lo maldigan’ (a Obadiah). —‘Que el santo coro de santas vírgenes, que por amor a Cristo han despreciado y renunciado a todas las cosas del mundo, lo maldigan.——Que todos los santos que desde el principio del mundo hasta el tiempo imperecedero Dios ha amado, que todos lo maldigan.——Que los cielos y la tierra, y todas las cosas santas que en ésta quedan, lo maldigan: a él’ (a Obadiah) ‘o a ella’ (o a quienquiera que haya tenido parte en estos nudos). —‘Maldito sea’ (Obadiah) ‘allí donde esté,——tanto en la casa como en la cuadra, en el huerto como en los campos, en el camino real o en el sendero, en el bosque, en el agua o en la iglesia.—Maldito sea en la vida como en la muerte’. [Aquí mi tío Toby, aprovechando una mínima de la segunda barra de su tonada, dejó suspendido su silboteo en una sola nota prolongada, que duró hasta el final del párrafo,——mientras la sarta de maldiciones del doctor Slop la acompañaba a la manera de un bajo continuo.] ‘Maldito sea cuando coma y cuando beba, cuando tenga hambre y cuando tenga sed, cuando ayune, cuando duerma y cuando dormite, cuando ande y cuando esté parado, cuando esté sentado y cuando esté tumbado, cuando trabaje y cuando descanse, cuando mee y cuando cague, ¡y cuando sangre también!’ —‘¡Malditas le sean todas las facultades del cuerpo!’ (a Obadiah). —‘Maldito sea interior y exteriormente.——Maldito sea el cabello de su cabeza.——Malditos sean sus sesos y su vértice’ (—Terrible maldición es esa, dijo mi padre), ‘sus sienes, su frente, sus orejas, sus cejas, sus mejillas, sus mandíbulas, sus fosas nasales, sus dientes y sus muelas, sus labios, su garganta, sus hombros, sus muñecas, sus brazos, sus manos, sus dedos’. —‘Malditos sean su boca, su pecho, su corazón y sus demás interioridades, hasta el mismísimo estómago’. —‘Malditos sean sus riñones y sus ingles’ (—El Dios del cielo lo prohíba, dijo mi tío Toby),——‘sus muslos, sus genitales’ (Mi padre movió la cabeza de un lado a otro, no sé si en señal de dolor o de desaprobación), ‘y sus caderas, sus rodillas, sus piernas, sus pies y las uñas de los dedos de dichos pies’. —‘Malditas sean todas las junturas y articulaciones de sus miembros, que desde la coronilla de su cabeza hasta las plantas de sus pies no haya salud en él’. —‘Que Cristo, el Hijo de Dios vivo, con toda la gloria de su Majestad,——’ VOLUMEN IV [1] Se publicó, constituyendo la segunda entrega de la obra junto con el volumen III, en enero de 1761. << (2) Dado que existen contadísimos ejemplares del de Nasis de Hafen Slawkenbergius, creo que al lector culto no le importará echar un vistazo a unas cuantas páginas del original; la única observación que haré al respecto es que el latín del autor es mucho más conciso en sus cuentos que en su filosofía—y que en aquéllos es, además, más latino. << [3] Ver nota (106) del vol. II. << [4] El supuesto original latino dice aquí christianus; que en el texto inglés aparezca como catholic se debe probablemente a los fuertes sentimientos antipapistas de Sterne en aquella época. << [5] San Nicolás, patrón de Rusia del siglo IV, protege, según la religión católica, a los jóvenes, a los estudiantes, a los marinos, a los comerciantes, a los ladrones y a los viajeros. << [6] Probablemente del verbo pe????µ??, estar en torno de, ceñirse. Ver nota (5) del vol. IV. << [7] El apéndice que no oso traducir es revelado al instante: la martingala, como se denominaba (además de a la pieza de la armadura que cubría la rodilla) a un apéndice de la indumentaria masculina que estuvo en uso hasta el siglo XVII: por lo general de madera, alargada o en forma de concha (en este caso se la solía llamar coquilla), la martingala cubría y protegía el pene; se llevaba encima de los calzones y resultaba perfectamente visible: en España también se la conocía por el nombre de carajera. La palabra, en su forma inglesa al menos (cod-piece), servía también para designar eufemísticamente el miembro mismo que cubría. << [8] Santa Radagunda (518-587) fue la fundadora, hacia 577 en Poitiers, de la doble orden (monjas y monjes) de la Santa Cruz. Sterne la conocía bien por ser la patraña del Jesus College de Cambridge, donde él había estudiado. Se dice que Santa Radagunda (y esto sin duda llamó la atención de Sterne a la hora de mencionarla en este pasaje) se mortificaba clavándose en la carne una puntiaguda cruz de metal al rojo vivo. << [9] Ver Romeo and Juliet de Shakespeare, Acto I, Escena 4, líneas 53-58: Queen Mab, la partera de las hadas… que vuelve del revés las narices de los hombres mientras duermen. << [10] Ciudad de la Sajonia cuyas abadesas poseyeron durante mucho tiempo desacostumbrado poder eclesiástico y político. << (11) Hafen Slawkenbergius se refiere a las monjas benedictinas de Cluny, orden fundada el año 940 por Odo, abad de Cluny. << [12] La tercera orden de San Francisco o terciarias eran congregaciones laicas que seguían los preceptos del fundador y su modo de vida pero sin renunciar a la vida ni hacer voto de castidad; las monjas de Monte Calvario, propiamente Bénédictines de Notre-Dame du Calvaire, era una orden fundada en Poitiers a principios del siglo XVII por el acólito de Richelieu François Leclerc du Tremblay, conocido como père Joseph (1577-1683), y Antoinette d’Orléans (1572-1618); las premonstratenses son las monjas de la orden de canónigos del mismo nombre fundada por San Norberto (1092-1134); las cluniacenses, a pesar de la nota de Sterne, se fundaron en 910 por el abad Bruno o Berno (850-927), a quien sucedió Odo (864-941) el año 927; las cartujas (monjas) no existen: se tratarla de la orden de monjes del mismo nombre fundada por San Bruno (c. 1030-1101) en 1084 en Chartreuse. << [13] El fuego de San Antonio (o de San Antón, como se dice en castellano) era la erisipela, que causó grandes estragos hasta el siglo XVI. << [14] Las monjas de Santa Úrsula o ursulinas es una orden fundada en 1535 por Santa Angela Merici (1470-1540), si bien Sterne también podría referirse a la Sociedad de Hermanas de Santa Úrsula de la Virgen Santa, orden fundada en 1606 por la venerable Anne de Xainctonge (1567-1621). << [15] En el original, butter’d buns, que además de su significado literal, también quiere decir mujeres con abundantes relaciones sexuales o, más concretamente, mujeres que se dejan poseer por varios hombres en rápida sucesión: la levadura del siguiente párrafo tiene, pues, asimismo un doble sentido. << [16] Martin Lutero (1483-1546) fue muy combatido en Estrasburgo por Johannes Sturm (ver nota (27) del vol. IV). << (17) Mr Shandy presenta sus disculpas a los oradores;—se da perfecta cuenta de que aquí Slawkenbergius ha variado su metáfora: ——de ello sólo él tiene la culpa;—Mr Shandy ha hecho cuanto ha podido a lo largo de toda la traducción para obligar al autor a ser consecuente consigo mismo;—pero en esta ocasión la cosa le ha resultado en verdad enteramente imposible[18]. << [18] La nota de Sterne indica que dishes (platos) es un eufemismo de otra palabra, que podrá ser wishes (deseos) o swishes (movimientos sibilantes: se dice sobre todo del fru-frú de las faldas). << [19] Para Crisipo, ver nota (106) del vol II; Crántor de Soles (c. 335-c. 275 a. C.), filósofo de la Academia, fue el primer exégeta de Platón: sus comentarios al Timeo ejercieron gran influjo sobre sus seguidores. << [20] En el original, the faculty: se refiere a la de medicina. << [21] En el útero. << [22] Sic en el original: cuando se emplea en un texto en inglés, literati tiene el amplio y vago sentido de gente ilustrada. << [23] Petición de principio, es decir, puesta en duda del principio mismo en que se apoya una demostración. << [24] Espontáneamente, por propia iniciativa. << (25) Nonnulli ex nostratibus eadem loquendi formulâ utun. Quinimo et Logistate et Canonistae—Vid. Parce Barne Jas in d. L. Provincial. Constitut. de conjec. vid. Vol. Lib. 4. Titul. 1 n. 7. quâ etiam in re conspir. Om de Promontorio Nas. Tichmak. ff, d. tit. 3. fol. 189. passim. Vid. Glos. de contrahend. empt. etc. nec non J. Scrudr. in cap. § refut. ff. per totum. Com his cons. Rever. J. Tubal, Sement. et Prov. cap. 9 ff. 11,12. obiter. V. et Librum, cuit Tit. de Terris et Phras. Belg. ad finem, cum comment. N. Bardy Belg. Vid. Scrip. Argentotarens. de Antiq. Ecc in Episc. Archiv. fid. coll. per Von Jacobum Koinsboven Folio Argent. 1583, praecip. ad finem. Quibus add. Rebuff in L. obvenire de Signif. Nom. ff. fol. et de Jure, Gent. et Civil, de protib. aliena feud. per federa, test. Joha. Luxius in prolegom. quem velim videas, de Analy. Cap. 1,2, 3. Vid. Idea[26]. << [26] Esta nota de Sterne, burla de las citas de autoridades frecuentes en su época, es seguramente inventada, así como los nombres propios que a lo largo de ella se intuyen. Sin embargo, Rebuff podría tener sentido, ya que en inglés significa refutación. << [27] Jacobus Sturmius es Johannes Sturm (1507-1589), quien, a instancias de la propia ciudad de Estrasburgo en 1536, fundó su universidad, efectivamente, dos años después: aunque protestante, tuvo grandes diferencias con Lutero; el archiduque Leopold de Austria es Leopold I (1640-1705), emperador del Sacro Imperio Romano desde 1658 hasta su muerte. << [28] Sic en el original: el acento grave indica probablemente ablativo. << (29) Haec mira, satisque horrenda. Planetarum coitio sub Scorpio Asterismo in nonâ coeli statione, quam Arabes religióni deputabant, efficit Martinum Lutherum sacrilegum hereticum, christianae religionis hostem acerrimum atque prophanum, ex horoscopi directione ad Martis coitum, religiosissimus oblit, ejus Anima scelestissima ad infernos navigavit—ab Alecto, Tisiphone et Megara flagellis igneis cruciata perenniter. —Lucas Gauricus in Tractatu astrológico de praeteritis multorum hominum accidentibus per genituras examinatis.[30] << [30] Lutero nació, a pesar del insignificante reparo de los doctores luteranos, el año 1483 en Eislaben y, efectivamente, el día de San Martín, que sin embargo no es el 10 de noviembre sino el de diciembre. << [31] La nota de Sterne reproduce el texto latino de donde sacó esta teoría sobre Lutero; él probablemente lo vio, a su vez, reproducido en el artículo sobre Lutero del Dictionnaire historique et critique (1696) del famoso filósofo francés Pierre Bayle (1647-1706). Su traducción es aproximadamente la siguiente:Es asombroso y bastante horrible. La conjunción de [cinco] planetas con Escorpión en la novena casa celeste, que los árabes adscriben a la religión, hizo que Martín Lutero fuera un hereje sacrílego, acérrimo y profano enemigo de la religión cristiana; por la orientación del horóscopo hacia la conjunción de Marte, es evidente que murió en la más absoluta [ir] religiosidad, y que su alma profundamente pérfida navegó hasta los infiernos—para allí ser azotada eternamente por Alecto, Tisífone y Megara.—Lucas Gauricus en su Tratado astrológico sobre los accidentes pasados de muchos hombres según el examen de sus nacimientos. Lucas Gauricus era el obispo, poeta, matemático y astrólogo italiano Luca Gaurico (1476-1558); Alecto, Tisífone y Megara son los nombres de las tres Furias de la mitología griega. << [32] La incendiada biblioteca de Alejandría poseía, al parecer, alrededor de 450.000 volúmenes manuscritos. << [33] Es decir, un birrete académico. << [34] En las primeras ediciones de Tristram Shandy se lee no puede (cannot): obviamente ha de ser una errata. << [35] Tomás de Aquino se ocupa de esta cuestión en varias partes de la Summa Theologica. << [36] Ver el Pantagruel de Rabelais, Libro IV, cap. I. << [37] La referencia es a la Poética de Aristóteles. Ver el Glosario para el significado de los términos, que en su mayoría son, sin embargo, post-aristotélicos. << [38] Personajes del drama. << [39] Sic en el original, probablemente una confusión entre signor y seigneur, provocada por la inexistencia de la ñ en inglés. << [40] Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), el gran hombre de estado y ministro de Louis XIV, propuso al monarca alcanzar la Monarquía Universal y gloria infinita obligando a los súbditos a dedicarse exclusivamente a la agricultura, el comercio y la guerra, las más importantes y remunerativas actividades según Colbert. << [41] Estrasburgo cayó en poder de Francia en 1681. << [42] Ver nota (90) del vol. I. << [43] Hugh Mackay (1640-1692), general escocés, jefe de la división británica en Flandes durante la Guerra de la Cuádruple o Gran Alianza. Murió en la batalla de Steenkerke. << [44] El fresco se halla en el Vaticano, en la Stanza della Segnatura. << [45] Sterne, en efecto, se había ofrecido más de una vez a escribirle un drama a Garrick, cosa que éste no aceptaba ni rechazaba: hacia 1760 la fama del actor era tan grande que puede decirse que, en semejante clase de asociaciones, el beneficiado siempre era el autor y Garrick quien hacía el favor. << [46] En aquel momento reinaba George III (1738-1820), exactamente desde el mismo año, 1760, en que Sterne componía este volumen; y el hermano del nuevo monarca, 10.º Duque de York, se llamaba Edward (1739-1767): así, la elección de los nombres no es en absoluto casual. << [47] Ver nota (92) del vol. I. << [48] El original repite aquí la palabra chance, que, según el contexto, hay que traducir como casualidad, posibilidad, oportunidad o azar. << [49] En el original, roasted horse: to roast, al igual que asar en castellano, puede tener en inglés (como de hecho tiene aquí) el sentido de poner verde, si bien en la presente expresión lo comparte también con el de trillar. En suma, contarle al mundo la historia de un caballo asado viene a querer decir contarle una sarta de tópicos manidos y desprestigiados. << [50] Para Longino, ver nota (97) del vol. I. La referencia a Diana está en función de la austeridad (y tal vez castidad) de la diosa romana. << [51] Era muy conocida la leyenda de que el filósofo árabe Avicena o Abu Ibn Sina (980-1037) había leído cuarenta veces la Metafísica de Aristóteles (y que incluso la había memorizado) sin entender una sola palabra, hasta que, al toparse con un texto de su maestro Al Farabius o Alfarabi (-950), se le hizo la luz sobre la obra aristotélica; en cuanto a Liceto, ver nota (54) del vol. IV. Aquí la referencia es a su libro De Ortu Animae Humanae (1602). << [52] Sobre todo lo que se puede escribir. << (53) Ce Foetus n’étoit pas plus grand que la paume de la main; mais son père l’ayant examiné en qualité de Médecin, et ayant trouvé que c’étoit quelque chose de plus qu’un Embryon, le fit transponer tout vivant à Rapallo, où il le fit voir a Jérôme Bardi et à d’autres Médecins du lieu. On trouva qu’il ne luí manquoit rien d’essentiel à la vie; et son père pour faire voir un essai de son expérience, entreprit d’achever l’ouvrage de la Nature, et de travailler à la formation de l’Enfant avec le même artífice que celui dont on se sert pour faire éclore les Poulets en Egypte. II instruisit une Nourrice de tout ce qu’elle avoit à faire, et ayant fait mettre son fils dans un four proprement accommodé, il réussit à l’élever et à lui faire prendre ses acroissemens nécessaires, par l’uniformité d’une chaleur étrangère mesurée exactemem sur les degrés d’un Thermomètre, ou d’un autre instrument équivalent. (Vide Mich. Giustinian, ne gli Scritt. Liguri à Cart. 223. 488.) On auroit toujours été très satisfait de l‘industrie d’un Père si expérimenté dans l’Art de la Génération, quand il n’auroit pu prolonger la vie à son fils que pour quelques mois, ou pour peu d’années. Mais quand on se represente que l’Enfant a vecu près de quatrevingts ans, et qu’il a composé quatre-vingts Ouvrages différents tous fruits d’une longue lecture,—il faut convenir que tout ce qui est incroyable n’est pas toujours faux, et que la Vraisemblance n’est pas toujours du côte de la Vérité. II n’avoit que dix neuf ans lorsqu’il composa Gonopsychanthropologia de Origine Animae humanae. (Les Enfam célèbres, revu et corrigé par M. de la Monnoye de l’Académie Françoise.)[54] << [54] Gonopsychanthropologia es el título griego de De Ortu Animae Humanae (1602), la obra más célebre de Liceti junto con De Lucernis antiquorum reconditis. << [55] Liceto es el médico y erudito italiano Fortunio Liceti (1577-1657). Se aseguraba que su nombre de pila era debido al hecho d(47) Liceto es el médico y erudito italiano Fortunio Liceti (1577-1657). Se aseguraba que su nombre de pila era debido al hecho de haber sobrevivido a su nacimiento enormemente prematuro, cosa casi insólita en su época. La nota de Sterne pertenece a la obra Les enfants devenus célèbres par leurs études et par leurs écrits (1688), ingente y el más popular trabajo (junto con los Jugements des savants sur les principaux ouvrages des auteurs, de 1685-86) del crítico francés Adrien Baillet (1649-1706). La traducción de su texto es aproximadamente la siguiente: Este Feto no era mayor que la palma de la mano; pero habiéndolo examinado su padre en calidad de Médico, y habiendo encontrado que ya era algo más que un Embrión, lo hizo llevar, vivo aún, a Rapallo, donde consiguió que lo vieran Jérôme Bardi y otros Médicos del lugar. Se descubrió que no le faltaba nada esencial para la vida; y su padre, a fin de llevar a cabo un experimento, acometió la empresa de finalizar la obra de la Naturaleza y trabajar en la formación del Niño mediante el mismo artificio de que se valen en Egipto para incubar los Pollos. Instruyó a una Nodriza sobre cuanto habría de hacer y, tras meter a su hijo en un horno adecuado a sus propósitos, logró criarlo y hacerle alcanzar las dimensiones necesarias mediante la uniformidad de un calor artificial medido con exactitud según los grados de un Termómetro o de algún otro instrumento equivalente. (Ver Mich. Giustinian, ne gli Scritt. Liguri a Cart. 223. 488.) Se podría uno haber dado por satisfecho con la habilidad de un Padre tan experimentado en el Arte de la Generación aunque no hubiera podido prolongar la vida de su hijo más que durante unos meses o unos cuantos años. Pero cuando se piensa que el Niño ha vivido cerca de ochenta años, y que ha escrito ochenta Obras diferentes, todas ellas fruto de largas lecturas,—hay que convenir en que no todo lo increíble es siempre falso, y en que la Verosimilitud no siempre está del lado de la Verdad. No tenía más que diecinueve años cuando compuso Gonopsychanthropologia de Origine Animae Humanae. (Los Niños célebres, revisado y corregido por M. de la Monnoye, de la Academia Francesa.) Liceti no escribió la obra mencionada a los diecinueve años, sino a los veinticinco: por lo demás, la narración de Baillet es bastante exacta. Jérôme Bardi es el historiador y religioso italiano Girolamo Bardi (1544-1593), muy venerado en su época; Mich. Giustinian es indudablemente el historiador y bibliógrafo italiano Michele Giustiniani (1612-1680): la obra a que Baillet hace referencia es una historia de las familias nobles de la Liguria (1667); M. de la Monnoye es el erudito y académico francés Bernard de La Monnoye (1641-1728), que, efectivamente, corrigió y aumentó varias obras de Baillet. << [56] Ver Job, 1.3 y 42.12. << [57] Los volúmenes III y IV de Tristram Shandy se escribieron y publicaron justo un año después que los volúmenes I y II. << [58] Ver nota (15) del vol. I. << [59] Nueva alabanza a George III (ver nota (46) del vol. IV). << [60] Por si cupiera error respecto al sentido de esta frase, en el siglo XVIII las plumas para escribir solían ser de ganso. << [61] Esta escena, inspiró a Hogarth el segundo grabado con que obsequió a su amigo Sterne para la segunda edición de Tristram Shandy (ver nota (49) del vol. III). << [62] Traduzco la cita parafrástica de Sterne. El texto del Quijote (Segunda Parte, cap. LXVIII) dice así: —y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos… El original, como siempre que hace referencia al escudero de Don Quijote, habla de Sancho Panza. << [63] El pasaje que viene a continuación es una libérrima paráfrasis de algunos párrafos de Montaigne que Sterne ha ensamblado (ver Essais, Libro III, cap. XIIL De l’expérience). << [64] La Verosimilitud no siempre está del Lado de la Verdad. Sin duda Sterne se olvidó de traducir el genitivo latino al decir Liceti; en cuanto a Baylet, se trata de Adrien Baillet (ver nota (54) del vol. IV para todos estos extremos). << [65] Pitágoras (c. 582-c. 500 a. C.), además de fundarla, decretó las leyes de su sociedad; la referencia a Platón está, probablemente, en función del Gorgias, el Político, la República y las Leyes; Solón (c. 638-c. 559 a. C.) reformó la constitución y las leyes atenienses; Licurgo (situado hacia el 800 a. C.) es el legendario (quizá mítico) legislador de Esparta; las leyes musulmanas están, casi en su totalidad, inspiradas en el Corán tal y como se le reveló a Mahoma (570-632). << [66] Ver nota (104) del vol. I. << [67] El calor y la humedad naturales y fundamentales del cuerpo (ver nota (20) del vol. II). << [68] Ver nota (141) del vol. I. << [69] La referencia es al obispo de Gloucester William Warburton (1698-1779), íntimo amigo del poeta Pope y personaje de gran predicamento en el mundo literario, eclesiástico y político de su época. Se corrió la voz por Londres de que Sterne iba a caricaturizarlo como el preceptor de Tristram Shandy; al negarlo públicamente Sterne, Warburton se sintió agradecido, lo protegió e incluso le entregó una bolsa llena de guineas (que Sterne no dejó de aceptar); pero cuando el patronazgo de Warburton llegó hasta el extremo de aconsejarle a Sterne que cuidara más su estilo y no fuera tan obsceno, éste hizo caso omiso de sus advertencias y se produjo un distanciamiento entre ellos que terminó en enemistad declarada. << (70) Vide Menagiana, vol. I[71]. << [71] Menagiana ou les bons mots et remarques critiques, historiques, morales et d’erudition, de Monsieur Ménage (1715) es, como su título indica, una colección de anécdotas y opiniones del lexicógrafo y crítico francés Gilles Ménage (1613-1692), en la que se menciona de pasada la cómica historia que Sterne elabora a continuación. Ménage, autor de un erudito Dictionnaire étymologique (1650), era personaje más bien grotesco, ridiculizado como Vadius por Molière en Les femmes savantes (1672). << [72] Ver Daniel, 3.12-30. << [73] No hubo nunca un François IX (ver nota (113) del volumen III), por lo que, evidentemente, Sterne no podía, pretender pisotearlo. Sin embargo, en el supuesto de que se tratara de un error y no de una broma (cosa, a mi juicio, poco probable), es posible que, como apunta James Aiken Work (ver Bibliografía), la referencia fuera al Duque d’Alençon et d’Anjou (1554-1584), llamado François y hermano menor de Charles IX, muy satirizado en su época a causa de su tremebunda nariz picada de viruela. << [74] El segundo Duque de Ormonde (1665-1745) se llamaba James Buder, al igual que Trim: luchó en las mismas batallas que éste y el tío Toby en Flandes y fue hecho prisionero en Landen. Son demasiadas similitudes para pensar que Sterne, al menos tangencialmente, no se refiriera en efecto a Ormonde, personaje al que debía de profesar antipatía por su catolicismo militante, que le llevó a ser traidor a Inglaterra. << [75] En el original, -spleen, que, además de bazo, significa melancolía. << [76] York. Las visitations eran las inspecciones que regularmente llevaban a cabo los obispos en las iglesias de sus diócesis. Solían ir acompañadas de almuerzos con los respectivos párrocos. Sterne debió de asistir a más de una visitation en York: los capítulos XXVI, XXVII, XXVIII y XXIX de este volumen son sin duda una mofa de ellas. << [77] Labeo Turpilio (situado hacia el año 60 de nuestra era) fue un caballero y pintor romano de Venecia que, como Hans Holbein el joven (1497-1543), nacido en Augsburgo y no en Basilea, era zurdo. << [78] La bend-sinister o barra diagonal de izquierda a derecha en un escudo de armas denotaba bastardía. A partir de ahora la llamaré barra siniestra. La que va de derecha a izquierda se llama en inglés bend-dexter. << [79] Sobre las Parcas, ver nota (75) del vol. I. << [80] Cuando Sterne escribía esto, toda su obra se reducía a los primeros volúmenes de Tristram Shandy y al opúsculo A Political Romance (aparte de los Sermons). Tanto el Journal to Eliza como el perfecto A Sentimental Journey through France and Italy son muy posteriores. << [81] En inglés el juego de palabras no es un trabajoso: donde yo he puesto el siete (como en castellano se denomina a veces al ano), Sterne dice siege, que literalmente quiere decir sitio o asedio pero que asimismo es una palabra arcaica para denominar el ano. Es de suponer que ciertas composiciones muy bajas y romas sean, en consecuencia, los pedos. << [82] Homenas (el que dice homilías) es un personaje, obispo de Papimania, del Pantagruel de Rabelais (ver Libro IV, cap. XLVIII-LIV). << [83] Todo este pasaje es una paráfrasis de Montaigne, Essais, Libro I, cap. XXV, De l’institution des enfants: Il m’adveint, l’aultre jour, de tumber sur un tel passage: j’avois traisné languissant aprez des paroles françoises si exsangues, si descharnées et si vuides de matière et de sens, que ce n’estoit voirement que paroles françoises; au bout d’un long et ennuyeux chemin, je veins à rencontrer une pièce haulte, riche, et eslevée jusques aux nues. Si j’eusse trouvé la pente doulce et la montée un peu alongée, cela eust esté excusable; c’estoit un precipite si droict et si coupé, que, des six premières paroles, je cogneus queje m’envolois en l’aultre monde; de là je descouvris la fondrière d’où je venois, si basse et si profonde, que je n’eus oncques puis le coeur de m’y ravaler. Si j’estoffois l’un de mes discours de ces riches despouilles, il esclaireroit par trop la bestise des aultres. << [84] Low Countries (Países Bajos) podría entenderse también como Regiones inferiores; y recuérdese que Kysarcius significa besaculos (arse-kisser). << [85] En el original, Zounds!, imposible de traducir con una sola palabra, como exige el texto: es una contracción eufemística de God’s wounds! (las heridas de Dios, es decir, las de Cristo en la cruz). Recuérdese lo ya comentado sobre la irreverencia de determinadas exclamaciones y juramentos en inglés; por eso la palabra es tan ilegal y no canónica. << [86] En el original dice monosílabo al referirse a Zounds. << [87] A Dictionary of the English Language (1755), famosa obra gigantesca del no menos célebre Dr. Johnson (ver nota (64) del volumen I). << [88] En efecto, las puertas del templo consagrado al dios romano Jano (janua es puerta en latín) sólo se abrían en tiempo de guerra. << [89] Nombres acuñados por Sterne: Acrites quiere decir ‘sin discernimiento’; Mythogeras significa ‘chismoso’. << [90] Sobre la manutención de las Concubinas. << [91] El renombrado geómetra griego Euclides vivió entre los siglos IV y III a. C. << [92] Los asteriscos sustituyen en la traducción a la palabra bragueta, obviamente la que elude Sterne. << [93] Sic en el original, en vez de Somnolentius, como lo llamó Sterne la primera vez. << [94] Ver Hamlet de Shakespeare (Acto V, Escena 1, línea 179 aproximadamente): …a fellow of infinite jest… << [95] Ver nota (20) del vol. IV. << [96] De lo relativo al concubinato. << [97] En Inglaterra el bautismo dejó de administrarse obligatoriamente en latín con el cisma, de Henry VIH. << [98] Ver nota (65) del vol. III. << [99] Haciendo caso omiso de las desinencias, el hijo de Tom o’Stiles habría sido bautizado en el nombre de la patria y de la hija y del espíritu santo. << [100] En el nombre del padre, etc. << [101] Según James Aiken Work, hay un pronunciamiento a este respecto en una decretal del papa Inocencio III (1160-1216), pero nada parecido en una de León III (c. 750-816). Quien estableció que los errores de forma en el bautismo sólo invalidaban éste si la equivocación era intencionadamente herética, pero no si era debida a ignorancia del sacerdote, fue eld papa San Zacarías, cuyo papado duró desde el 741 al 752, año de su muerte. << (102) Vid. Swinburn sobre los Testamentos, Parte 7, 8 [103]. << [103] La nota de Sterne hace referencia a la obra A Briefe Treatise of Testaments and last Willes (1590), del letrado eclesiástico Henry Swinburne (1560-1623), de donde nuestro autor sacó la historia que viene a continuación. << (104) Vid. Brook, Abridg. Tit. Administr. N. 47[105]. << [105] La nota de Sterne hace referencia a la obra La Graunde abridgement, del político y letrado eclesiástico Robert Broke o Brooke (¿?-1558) citado por Swinburne. << [106] Este Duque de Suffolk es probablemente Charles Brandon (1484-1545) a pesar de haber muerto dos años antes de que comenzara (ver el siguiente pasaje) el reinado de Edward VI. Quizá se trate de un error de Sterne, posiblemente lo sea mío: pero el caso es que este Duque de Suffolk tuvo relaciones, cuando menos, con cuatro mujeres: Margaret Mortymer, Ann Brown, Katharine Willoughby y Mary Tudor, esta última hermana de Henry VIII. Asimismo se vio obligado a anular matrimonios y tuvo problemas legales con sus hijos e hijas. << [107] La referencia debe de ser a The Institutes of the Laws of England (1628-44) del juez y jurista Edward, Lord Coke (1552-1634). << [108] Ver nota (118) del vol. II. El hijo de Henry VIII reinó entre 1547 y 1553. << [109] Se trata del vigésimo primer año de reinado de Henry VIII, es decir, de 1529. << [110] Sic en el original, es decir, los términos van en latín. << (111) Mater non numerator inter consanguineos. Bald. in ult. C. de Verb. signific[112]. << [112] La referencia, tomada de Swinburne, es a la obra la Sextum Codicis Commentaria, Tit. De verborum el rerum significatione, del escritor y jurista italiano Pietro Baldi de Ubaldis (1327-1406). << [113] Imposible saber quién era esta Duquesa de Suffolk (ver nota (106) del vol. IV). << [114] Los hijos son de la sangre del padre y la madre, pero el padre y la madre no son de la sangre de los hijos. << (115) Vide Brook, Abridg. Tit. Administr. N. 47 [116]. << [116] Ver nota (105) del vol. IV. << [117] John Selden (1584-1654), jurista que adquirió fama como orientalista merced a su obra De Diis Syris (1617), relata esta historia en su Table Talk (1689), recopilación póstuma hecha por su secretario. << [118] Argumento común, el que es igualmente apropiado para las dos partes de una causa o litigio. << [119] Los tricornios dieciochescos llevaban cintas como adorno; dejárselas caer era señal de luto en algunas zonas de Gran Bretaña. << [120] Ver nota (4) del vol. II. << [121] Ox-moor en el original. << [122] En el siglo XVII se consideraba que la educación de los hijos no era completa sin haber realizado un periplo por lo que los ingleses llaman el Continente. << [123] El aventurero y financiero escocés John Law (1671-1729) montó en Francia una compañía para la explotación de la Louisiana en 1717; la operación, llamada Mississippi-scheme, acabó siendo un desastre económico que arruinó a muchos accionistas en 1720. << [124] De nuevo en el original: ingress, egress and regress (ver nota (71) del vol. I). << [125] Vale lo que suena. << [126] En el original, lasts. El last era una medida de peso que se solía estimar en 4.000 libras pero que, según los diferentes géneros y localidades, variaba lo suficiente como para admitir la traducción de tonelada en muchas ocasiones. << [127] En el original, the more gross and solid parts: el adjetivo gross tiene también el sentido de obsceno o grosero, que Sterne evidentemente aprovechó, como se infiere del final del párrafo. << [128] Ver notas (78) del vol. I y (35) del vol. II. << [129] Ver Don Quijote, Primera Parte, cap. XXIX: ¿Qué más me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida? << [130] Respecto a la maldita tos: Sterne estaba tísico, padecía continuas hemorragias y toses a causa de una tuberculosis pulmonar que nunca se le acababa de curar (ver nota (3) del vol. VII). << † Es posible que tu lector de libros electrónicos no reproduzca adecuadamente el texto de esta columna y que aparezca cortado. Si ese es el caso, puedes leer el texto integro a continuación. (N. del E. D.) << Véspera quâdam frigidulâ, posteriori in parte mensis Augusti, peregrinus, mulo fusco colore insidens, manticâ a tergo, paucis indusiis, binis calceis, braccisque sericis coccineis repletâ, Argentoratum ingressus est. Militi eum percontanti, quam portus intraret, dixit, se apud Nasorum promontorium fuisse, Francofurtum proficisci, et Argentoratum, transitu ad fines Sarmatiae mensis intervallo, reversurum. Miles peregrini in faciem suspexit—Dî boni, nova forma nasi! At multum mihi profuit, inquit peregrinus, carpum amento extrahens, e quo pependit acinaces: Loculo manum inseruit; et magnâ cum urbanitate, pilei parte anteriore tactâ manu sinistrâ, ut extendit dextram, militi florinum dedit et processit. Dolet mihi,ait miles, tympanistam manum et valgum alloquens, virum adeo urbanum vaginam perdidisse: itinerari haud poterit nudâ acinari, neque vaginam toto Argentorato habilem inventet.——Nullam unquam habui, respondit peregrinus respiciens,——seque comiter inclinans—hoc more gesto, nudam acinacem elevans, mulo lentò progrediente, ut nasum tueri possim. Non inmerito, benigne peregrine, respondit miles. Nihili aestimo, ait ille tympanista, e pergamenâ factitius est. Prout christianus sum, inquit miles, nasus ille, ni sexties major sit, meo esset conformis. Crepitare audivi, ait tympanista. Mehercule! sanguinem emisit, respondit miles. Miseret me, inquit tympanista, qui non ambo tetigimus! Eodem temporis puncto, quo haec res argumentata fuit inter militem et tympanistam, disceptabatur ibidem tubicine et uxore suâ qui tunc accesserunt, et peregrino prattereunte, restiterunt. Quantus nasus! aeque longus est, ait tubicina, ac tuba. Et ex eodem metallo, ait tubiten, velut sternutamento audias. Tantum abest, respondit illa, quod fistulam dulcedine vincit. Aeneus est, ait tubicen. Nequaquam, respondit uxor. Rursum affirmo, ait tubicen, quod aeneus est. Rem penitus explorabo; prius, enim digito tangam, ait uxor, quam dormivero. Mulus peregrini gradu lento progressus est, ut unumquodque verbum controversiae, non tantum inter militem et tympanistam, verum etiam inter tubicinem et uxorem ejus, audiret. Nequaquam, ait ille, in muli collum fraena demittens, et manibus ambabus in pectus positis, (mulo lentè progrediente) nequaquam ait ille, respitiens, non necesse est ut res isthaet dilucidata foret. Minime gentium! meus nasus nunquam tangetur, dum spiritus hos reget artus—ad quid agendum? ait uxor burgomagistri. Peregrinus illi non respondit. Votum faciebat tunc temporis sancto Nicolao, quo facto, in sinum dextrum inserens, e quiâ negligenter pependit acinates, lento gradu processit per plateam Argentorati latam quat ad diversorium templo ex adversum ducit. Peregrinas mulo descendens stabulo includi, et manticam inferri jussit: quâ apertâ et coccineis sericis femoralibus extractis cum argenteo laciniato ?e????µate[6] (4 bis), his sese induit, statimque, acinaci in manu, ad forum deambulavit. Quod ubi peregrinus esset ingressus, uxorem tubicinis obviam euntem aspicit; illico cursum flectit, metuens ne nasus suus exploraretur, atque ad diversorium regressus est—exuit se vestibus; braccas coccineas sericas manticae imposuit mulumque educi jussit. Francofurtum proficiscor, ait ille, et Argentoratum quatuor abbinc hebdomadis revertar. Bene curasti hoc jumentum (ait) muli faciem manu demulcens —me, manticamque meam, plus sexcentis mille passibus portavit. Longo via est! respondet hospes, nisi plurimum esset negoti. —Enimvero ait peregrinus a nasorum promontorio redii, et nasum speciosissimum, egregiosissimumque quem unquam quisquam sortitus est, acquisivi. Dum peregrinus hanc miram rationem, de seipso reddit, hospes et uxor ejus, oculis intentis, peregrini nasum contemplantur—Per sanctos, sanctasque omnes, ait hospitis uxor, nasis duodecim maximis, in toto Argentorato major est!—estne, ait illa mariti in aurem insusurrans, nonne est nasus praegrandis? Dolus inest, anime ì ait hospes—nasus est falsas. Verus est, respondit uxor— Ex abiete factus est, ait ille, terebinthinum olet—— Carbunculos inest, ait uxor. Mortuus est nasus, responda hospes. Vivus est, ait illa,—et si ipsa vivam tangam. Votum feci sancto Nicolao, ait peregrinus, nasum meum intactum fore usque ad—Quodnam tempest? illico respondit illa. Minimè tangetur, inquit ille (manibus in pectus compositis) usque ad illam horam——Quam horam? ait illa.——Nullam, respondit peregrinas, donec pervenio, ad—Quem locum,—obsecro? ait illa —Peregrinus nil respondens mulo conscenso discessit. ‡ Es posible que tu lector de libros electrónicos no reproduzca adecuadamente el texto de esta columna y que aparezca cortado. Si ese es el caso, puedes leer el texto integro a continuación. (N. del E. D.) << Érase un atardecer fresco y reparador tras un bochornoso día de finales del mes de agosto, cuando un extranjero, montado en un mulo pardo y con un hatillo a la espalda en el que guardaba unas cuantas camisas, un par de zapatos y unos calzones de satén carmesí, entró en la ciudad de Estrasburgo. Al centinela que le interrogó al cruzar las puertas le dijo que venía del Promontorio de las NARICES,—que seguiría hasta Francfort—y que volvería a pasar por Estrasburgo al cabo de un mes exacto, de camino hacia los confines de la Tartaria Crimea[3]. El centinela alzó la mirada hasta el rostro del extranjero:—¡en su vida había visto una nariz igual! ——Buen negocio he hecho con ella, dijo el extranjero;—y, tras sacar la muñeca del lazo negro al que la llevaba sujeta y del que pendía una cimitarra corta, se metió la mano en el bolsillo y, tocándose el ala del sombrero con la mano izquierda, en señal de cortesía, al tiempo que le alargaba la derecha al centinela,—le puso un florín en la mano a éste y siguió adelante. —Lamento, dijo el centinela dirigiéndose a un tamborilero enano y patizambo, que un hombre tan amable como éste haya perdido su vaina:——no puede viajar con la cimitarra desenfundada, y no encontrará en todo Estrasburgo una vaina adecuada para ese tipo de arma.——No he tenido nunca vaina, respondió el extranjero volviéndose hacia el centinela y llevándose de nuevo la mano al sombrero al hablar;—la llevo así, añadió,—levantando la cimitarra desnuda y sin que el mulo dejara de avanzar lentamente en su marcha,——a propósito: para mejor defender mi nariz. —Bien lo vale, amable extranjero, respondió el centinela. ———No vale ni un ochavo, dijo el tamborilero patizambo;—la nariz es de pergamino. —Tan cierto como que soy buen católico[4], dijo el centinela,—es que esa nariz es como la mía,—aparte de que sea seis veces más grande. ———La he oído crujir, dijo el tamborilero. —¡Idiota!, le dijo el centinela; yo la he visto sangrar. —¡Es una lástima, exclamó el tamborilero patizambo, que no se la tocáramos ninguno de los dos! Al mismo tiempo que el centinela y el tamborilero sostenían esta discusión,—un trompetero y su mujer, que rondaban por allí y se habían detenido para ver al extranjero, se encontraban debatiendo la misma cuestión. —¡Válgamt Dios!——¡Qué nariz! Es tan larga, dijo la mujer del trompetero, como una trompeta. —Y de igual material, dijo el trompetero, como puedes comprobar por el sonido de sus estornudos. —Son tan melodiosos como una flauta, dijo ella. ———Es de latón, dijo el trompetero. ———Es una verdadera morcilla,——dijo la mujer. —Te repito, dijo el trompetero, que es una nariz de bronce. —Yo lo averiguaré, dijo la mujer del trompetero, porque antes de que me vaya a dormir la habré tocado con mis propias manos. El mulo del forastero avanzaba a un paso tan lento que éste pudo oír, palabra por palabra, la discusión: no sólo la del centinela y el tamborilero, sino también la del trompetero y su mujer. —¡No!, dijo soltando las riendas (que cayeron sobre el cuello del mulo) y llevándose las manos al pecho, la una encima de la otra en actitud parecida a la de los santos (mientras el mulo no cesaba de avanzar sosegadamente). —¡No!, dijo elevando los ojos al cielo;—no le debo tanto al mundo,—calumniado y engañado como he sido,—para encima tener que darle semejantes pruebas;—¡no!, dijo, nadie me tocará la nariz mientras el cielo siga dándome fuerzas———¿Para hacer qué?, dijo la mujer de un burgomaestre. El extranjero hizo caso omiso de la mujer del burgomaestre:——estaba haciéndole un voto a San Nicolás[5]; una vez lo hubo hecho, y tras descruzar los brazos con tanta solemnidad como los había cruzado, volvió a coger las riendas de la brida con la mano izquierda, se metió la derecha en el pecho, con la cimitarra colgándole descuidadamente de la muñeca, y reanudó su marcha (con la misma lentitud con que una pata del mulo seguía a la otra) a través de las principales calles de Estrasburgo, hasta que el azar lo condujo a las puertas de la gran posada de la plaza del mercado, justo enfrente de la iglesia. Nada más desmontar, el extranjero dio las órdenes precisas para que su mulo fuera llevado al establo y su hatillo al interior de la posada; a continuación lo abrió, y, tras sacar los calzones de satén carmesí con un—(apéndice que no oso traducir) adornado con flecos plateados,—se los puso, con la martingala de flecos y todo[7], y, sin más dilación, salió al gran Paseo con la cimitarra en la mano. El extranjero había recorrido el Paseo tres veces cuando de repente divisó a la mujer del trompetero al otro lado de la calle;—dio media vuelta, temeroso de que intentara tocarle la nariz, y regresó inmediatamente a la posada:—se desvistió, metió los calzones de satén carmesí y lo demás en el hatillo y pidió su mulo. —Voy a proseguir mi camino hacia Francfort, dijo el forastero,—y estaré de vuelta en Estrasburgo justo dentro de un mes. —Espero, añadió dándole con la mano izquierda una palmada en el morro al mulo antes de montarse en él, que hayáis tratado bien a este fiel esclavo mío;—nos ha llevado a mi hatillo y a mí, añadió al tiempo que le daba unos suaves golpecitos en el lomo, a través de más de seiscientas leguas. ———Es un largo viaje, señor, respondió el dueño de la posada;—la razón para emprenderlo tiene que haber sido importante.——¡Tate, tate!, dijo el extranjero; he estado en el Promontorio de las Narices; y la que he conseguido es, gracias a Dios, una de las más hermosas y robustas que jamás le haya tocado en suerte a hombre alguno. Mientras el extranjero les daba esta extraña información acerca de sí, el dueño de la posada y su mujer no le quitaban ojo de encima a su nariz.———¡Por Santa Radagunda![8], se dijo la mujer del posadero; ¡abulta más que las doce narices más grandes de Estrasburgo juntas! ¿No te parece, agregó al oído de su marido, que es una nariz muy esplendida? —Es un fraude, querida, díjole el dueño de la posada; una nariz postiza.—— —¡Es de verdad!, dijo su mujer. —Está hecha de madera de abeto, dijo él;——huelo la trementina.—— —Pues tiene un grano, dijo ella. —Esa nariz no tiene vida, replicó el posadero. ——Ya lo creo que la tiene, dijo la mujer del posadero; y además se la voy a tocar: tan cierto como que estoy viva yo. —Hoy le he hecho un voto a San Nicolás, dijo el extranjero, de que nadie me tocaría la nariz hasta que——Aquí el extranjero, interrumpiéndose, elevó los ojos al cielo.———¿Hasta cuándo?, dijo ella rápidamente. —Nadie la tocará, dijo él juntando las manos y llevándoselas al pecho, hasta que llegue el momento.——¿Qué momento?, exclamó la mujer del posadero.——¡Nadie!—¡Nadie!, dijo el extranjero, ¡nadie hasta que haya llegado——!—Por amor del cielo, ¿a qué lugar?, dijo ella.——Pero el extranjero se puso en marcha y partió sin decir una palabra más. VOLUMEN V [1] Los volúmenes V y VI de Tristram Shandy se publicaron por primera vez en diciembre de 1761. << [2] La cita es de las Satirae de Horacio. Al parecer, Sterne la tomó indirectamente, a través de The Anatomy of Melancholy de Roben Burton (ver nota (27) del vol. III), y está por ello un poco alterada. Se puede traducir así: Si dijere algo demasiado jocoso, me juzgaréis con indulgencia. << [3] Esta otra cita es del Moriae Encomium o Elogio de la locura de Erasmo. También la tomó Sterne de Burton y se puede traducir así: Si alguien censurare mis escritos considerándolos más ligeros de lo que conviene a un teólogo, o más mordaces de lo que conviene a un cristiano,—no fui Yo, sino Demócrito, quien lo dijo.— El filósofo griego Demócrito (c. 465-c. 357 a. C.) era de gran causticidad. << [4] El vizconde Lord John Spencer (1734-1783) era uno de los mejores amigos y protectores de Sterne. << [5] El sentido exacto de este propósito hay que deducirlo del contexto de este primer capítulo: con cerrar la puerta de mi estudio, etcétera, Sterne quiere decir alejarme de aquellos autores a los que en mi biblioteca suelo plagiar. Este párrafo, así como los que le siguen, están dominados por la deliberadísima ironía de que, tratándose de una tremenda embestida contra los autores poco originales y plagiarios y de un propósito de enmienda a este respecto por parte del propio Sterne, dichos párrafos están, a su vez, plagiados de The Anatomy of Melancholy de Burton, concretamente del prefacio (titulado Democritus Junior to the Reader). Hay que señalar, sin embargo, que lo que yo he llamado, quizá un tanto temerariamente, plagios de Sterne son más bien adaptaciones (a menudo enriquecidas) de textos que él admiraba o por los que se sentía influido. Y si se compara la recreación de estos textos con los textos mismos, se comprobará que a Sterne no puede acusársele de plagiario, sino que más bien hay que reconocerle un inusitado talento para parafrasear. Por otra parte, conviene también indicar que Sterne, al menos cuando ‘tomaba prestado’ de sus favoritos (Cervantes, Rabelais, Montaigne y Burton), confiaba justificadamente en que el lector culto reconociera las fuentes: es decir, en ningún momento trataba de ocultar la procedencia de semejantes pasajes, sino más bien al contrario: procuraba dar las pistas. << [6] El título en griego del libro de Zoroastro o Zaratustra (situado hacia el siglo X a. C.) significa Sobre la naturaleza o esencia; el Shekinab, palabra hebrea derivada del verbo shakan (morar), es la Manifestación Divina, a través de la cual la presencia de Dios es sentida por el hombre: aunque el padre griego de la iglesia San Juan Crisóstomo (c. 347-407) la empleó algunas veces en sus exégesis, homilías y epístolas, la palabra es propia de la teología hebraica. << [7] En el original, shag-rag and bob-tail: ambas palabras tienen el sentido figurado de deficiente e impotente (eunuco). << [8] Para disfrute póstumo. << [9] La reina de Navarra es Marguerite d’Angouleme et de Navarre (1492-1549), famosa autora del Héptameron (publicado en 1558), Le Navire (1546) y Les Prisons (1548). Algunas de las figuras que aparecen en este Fragmento son personajes reales de la corte de Margarita. << [10] En el original, page, que en tiempos de Sterne aún tenía predominantemente el sentido de joven que va a tomar las armas (un futuro caballero, por tanto). << [11] Es de suponer que esta extraña afirmación hace referencia a la doble ventaja de los eufemismos en un caso semejante: aconsejables desde el punto de vista de la devoción, divertidos desde el de la galantería. << [12] Algunos de estos nombres podrían tener (y en algún caso tienen) cierto sentido en francés: La Battarelle parece derivado del verbo battre (batir, golpear); La Maronette, del verbo maronner (refunfuñar, rezongar); La Sabatiere, de la acepción figurada de sabbat (algazara, alboroto); La Rebours, evidentemente, del mismo adjetivo rebours (intratable, arisco); La Fosseuse, de fosse (boyo, fosa) o fossé (zanja). << [13] El dinero era una antigua moneda de plata; la orden de la merced es en este caso un mercedario. << [14] Aún en el siglo de Sterne (no digamos en el XVI), llevar la cabeza descubierta era signo inequívoco de pobreza y plebeyez. << [15] Probable alusión a un personaje real: el franciscano Diego de Estella (1524-1578), natural de esta población navarra y autor de una Rhétorique ecléesiastique, ou traité de l’art du prédicateur, así como de un Tratado de la vanidad del mundo (1576): Sterne puede referirse a cualquiera de estos dos libros, seguramente al primero. << [16] Poco le importa aquí a Sterne (y poco importa, de hecho) el anacronismo: recuérdese que Estrasburgo cayó en poder de los franceses en 1681 y que Margarita de Navarra reinó entre 1544 y 1549. << [17] Nicholas Sanson (1600-1667), cartógrafo francés de la casa real. << [18] Los viajes en posta se iban abonando por etapas, parcialmente, de manera similar a la de las actuales autopistas, según tarifas fijas y sin que el viajero pudiera salirse de los llamados caminos de posta más que pagando un plus. << [19] En el original, He’s gone!, literalmente ¡Se ha ido! pero empleado frecuentísimamente en inglés para decir que alguien ha muerto. De aquí que la confusión suscitada por la frase esté más justificada en el original. << [20] La referencia es a Agripina la Mayor (¿?-33), mujer de Germánico César (15 a. C.-19). La narración de su dolor es, sin embargo, un extraño cruce de dos pasajes distintos de los Anales de Tácito (ver Libro III, apartado 1, y Libro XIII, apartado 16). << [21] Esta larga lista de autoridades es una burla amistosa de las que Burton, en The Anatomy of Melancholy, enumera con gran pedantería de vez en cuando para sustentar lugares comunes como que llorar por la pérdida de nuestros hijos o amigos es una reacción natural e irrefrenable. La lista de Sterne está sacada, de hecho (al igual que las líneas directrices de este tercer capítulo en su totalidad) de la obra de Burton, con tan sólo cinco omisiones (ver The Anatomy of Melancholy, Second Partition, Section 3, Member I). En cuanto a los autores que no han aparecido aún a lo largo del texto, el historiador Plutarco (c. 46-c. 120) habla del tema en sus Ensayos morales; Lucio Anneo Séneca el viejo (c- 54 a. C.-39) lo hace en sus Controversiae; Jenofonte (c. 435-354 a. C.), en sus obras socráticas; Teofrasto (c. 372-286 a. C.), el sucesor de Aristóteles, en sus Caracteres; Cardan es Girolamo Cardano (1501-1576), matemático, naturalista, médico y filósofo italiano, autor de De propria vita y De subtilitate entre más de cien tratados sobre todas las ciencias; Budaeus es el insigne humanista francés Guillaume Budé (1467-1540), fundador del Collège de France y autor de los Comentarii Linguae Graecae (1519); Francesco Petrarca (1304-1374) habla del tema en su Canzoniere; el monje inglés Isaac of Stella (¿?-1169) lo hace en su tratado De Anima; San Agustín de Hipona (354-430), en sus Confesiones; San Cipriano o Tascio Cecilio Cipriano (c. 200-258) fue obispo de Cartago; y Bernardo es San Bernardo de Clairvaux (1090-1153), fundador de la abadía de su nombre, gran teólogo y reformador de su tiempo. << [22] Ver nota anterior. << [23] Para David y Absalón, ver II Samuel, 18. 33-19. 4.; el emperador romano Publio Aelio Adriano (76-138) lloró la muerte de su favorito Antinoo (que se ahogó en el Nilo en 122) y le incluyó entre los dioses; Níobe, hija de Tántalo, lloró la muerte de sus catorce vástagos, atravesados por las flechas de Apolo y Artemisa, hasta que se convirtió en una columna de piedra de la que siguieron manando lágrimas; el llanto de Apolodoro y Critón por Sócrates está narrado en el Fedón de Platón. << [24] La cita es una exageración de lo que en diversos lugares dijo Cicerón acerca del alivio que halló escribiendo su De Consolatione. << [25] Las citas que vienen a continuación están parafraseadas de The Anatomy of Melancholy (Second Partition, Section 3, Member V): Es un azar… es un arreglo del propio Burton sobre una frase del filósofo romano Anicio Manlio Scverino Boecio (480-524); asimismo son de Boecio Que la muerte de mi hijo… y Los monarcas…; Morir es la gran deuda… y ¿Dónde están Troya y Micenas… son del griego Pausanias (siglo II a. C.); Cuando, volviendo yo desde Asia… es del orador y jurista romano Servio Sulpicio Rufo (105-43 a. C.); Entre el bien y el mal… y ¡Mi hijo ha muerto!… son de Séneca; ¡Pero nos ha dejado… y lo que sigue es una mezcla de frases de Virgilio, Plutarco y Luciano; Los tracios lloraban… es de Sardo (¿?-¿?); Muéstrame un hombre…, ¿No es acaso mejor… y ¿No es acaso mejor hallarse… son de Platón; En el aspecto de la muerte… es de Epicuro (342-270 a. C.) ¡Morir no es nunca terrible… es de Séneca. Todas las citas, sin embargo, están muy alteradas de los originales, primero por Burton y luego por Sterne. << [26] Ver nota (70) del vol. III. << [27] El pasaje de la carta de Servio Sulpicio Rufo (ver nota (25) del vol. V) lo reproduce el propio Cicerón en sus Epistolae ad Familiares, de donde lo tomó Burton, fuente de Sterne como ya hemos dicho. << [28] Zante, Zákinthos o Zacynthus es una isla del Mar Jónico, situada al oeste de Grecia. << [29] La figura del judío que, mientras Cristo se dirigía hacia el Calvario con la cruz a cuestas, le instó a ir más deprisa y por ello fue condenado a errar por el mundo hasta la segunda venida de Jesús a la tierra, no aparece en ninguno de los evangelios: la leyenda, extendida por toda Europa, es, al parecer, de origen medieval. << [30] Los emperadores romanos mencionados murieron, de hecho, de las respectivas siguientes maneras: Tito Flavio Vespasiano (9-79), aquejado de todo tipo de desórdenes intestinales y en medio de una monstruosa diarrea, exclamó: ‘¡Me parece que me estoy convirtiendo en Dios!’; Servio Sulpicio Galla (3 a. C.-69), al ver las intenciones de sus asesinos, se dirigió a ellos diciéndoles: ‘¡Golpead, golpead si es por el bien del Imperio!’; Lucio Septimio Severo (146-211) urgió a sus ayudantes a que le dijeran si todavía quedaba algo que él pudiera hacer antes de morir; Tiberio Claudio Nerón (42 a. C.-37) trató de disimular cuanto pudo su salud en decadencia: y cuando ya se le creyó muerto y su sucesor Cayo César Calígula (12-41) había sido coronado, corrió la voz de que Tiberio tan sólo había sufrido un desmayo y se había recuperado; Octavio Cesar Augusto (63 a. C.-14) murió en brazos de su mujer diciendo: ‘Adiós, Livia; vive y no olvides los días de nuestro matrimonio’. Los relatos de estas muertes pueden hallarse mis detallados en Les doce césares de Suetonio y en los Anales de Tácito. << [31] Plinio el viejo cuenta en su Historia Naturalis que Cornelio Galo murió en el acto venéreo. Cabe la posibilidad de que este pretor fuera el poeta romano Cayo Cornelio Galo (c. 70-26 a. C.), gran amigo de Virgilio y Ovidio. << [32] El sonido así calificado es wife en el original. << [33] Me ha resultado imposible averiguar a qué relieve o grabado hace aquí referencia Sterne. << [34] El historiador francés Paul de Rapin (1661-1725), que se afincó en Gran Bretaña en 1688, escribió una magnifica Histoire d’Anglaterre (1724). Entre 1726 y 1731 se tradujo al inglés, y Rapin, al final de cada volumen y a medida que iban apareciendo, tenía por costumbre agregar un apéndice poniendo al día las cuestiones eclesiásticas de la nación. << [35] Ver nota (21) del vol. II. << [36] Para Catón y Séneca, ver nota (10) del vol. III; para Epicteto, nota (2) del vol. I. << [37] Sterne juega aquí con el sentido figurado de to have a green gown (tener un camisón verde), expresión que en inglés significa tener relaciones sexuales ilegítimas. << [38] Locke lo había escrito: ver An Essay Concerning Human Understanding, Libro III, cap. IX, Of the Imperfecion of Words. << [39] La expresión inglesa he’s dead and buried (está muerto y enterrado) es una frase hecha que, más que lo que literalmente significa, quiere decir está muerto y bien muerto: Sterne aprovecha el sentido literal para hacer una broma más. << [40] Barbati en el original; este término de barbados se emplea jocosamente aquí como alusión a cabras y filósofos. << [41] To have a green gown (tener un camisón verde) significa más concretamente (aparte de lo ya expuesto en la nota (37) del vol. V, desflorar a una doncella; figuradamente se llamaba old hat (sombrero viejo) al órgano sexual femenino. << [42] Ver nota (125) del vol. I. << [43] Ver nota (86) del vol. I. << [44] Alusión a la creencia de los antiguos de que el lodo del Nilo, calentado por el sol, podía ser generador de vida animal. << [45] El doble sentido de obstrucciones, claramente sugerido por la apostilla que sigue, no es tan evidente en el original (donde el término es suffocation). << [46] Ver la Apología de Sócrates de Platón. << (47) Este libro mi padre nunca consintió en publicarlo; está manuscrito y, junto con otros opúsculos suyos, obra en poder de la familia: todos ellos, o la mayoría, se editarán a su debido tiempo. << [48] De bella judaica o De las guerras judías es la obra más importante del historiador hebreo Flavio Josefo (37-c. 95). << [49] El guerrero judío Eleazar de Masada (¿?-73) no admite en su discurso lo que Sterne le atribuye, aunque sí menciona con admiración las cremaciones voluntarias de los filósofos hindúes (ver De las guerras judías, cap. 23); Alejandro Magno penetró en la India el año 330 a. C., y, efectivamente, murió en Babilonia el 323 a. C. << [50] Trazando este itinerario para el pensamiento en cuestión, Sterne se burlaba de los intentos, frecuentes en su época y en el siglo anterior, por rastrear el avance de las ciencias y las artes desde su supuesto punto de origen oriental hasta Europa. La burla podría ir dirigida concretamente contra la obra de William Temple (1628-1699) Reflections upon Ancient and Modern Learning (1692), muy popular en su tiempo. << [51] Sic en el original (esclarecimiento). << [52] En este capítulo conservo las formas onomatopéyicas del original. << [53] Calíope era la musa de la poesía épica en la mitología griega; el original dice, como la traducción, Caprichio. << [54] Es decir, mi violín de Cremona. << [55] Ver nota (35) del vol. III. << [56] La función de estas últimas palabras es eminentemente onomatopéyica también, pero al mismo tiempo diddle quiere decir engañar, hum significa tararear y drum tiene su traducción en tamborilear. << [57] La referencia es a la Cyropaedia de Jenofonte, que trata principalmente de la instrucción del rey Ciro (600-529 a. C.), fundador del imperio persa, al tiempo que sirve al historiador griego para exponer sus ideas generales acerca de la educación de los jóvenes. << [58] Ver nota (19) del vol. II. << [59] La palabra en itálicas, latina e incorporada al inglés, denomina el tamaño de un libro, o de sus páginas, resultante del pagamiento de cada hoja en doce, así como el libro de dicho tamaño, cuyas medidas son aproximadamente 5 pulgadas y cuarto por 8 pulgadas y un octavo. << [60] John de la Casse es el poeta y eclesiástico Giovanni della Casa, que efectivamente llegó a ser arzobispo de Benevento (1503-1556). Su obra principal, el Galateo, fue compuesta en realidad en el plazo de cuatro años (1551-54). << [61] El Galateo tiene poco más de cien páginas de reducido tamaño. El Almanaque Rider, que se emitía en duodecimo, era un calendario muy popular en el siglo XVIII, hecho por Cardanus Rider (¿?-¿?). << [62] El primero es la primera española. << [63] De buena fe, con buena fe. << [64] Esta oscura frase, que aún lo es más en el original, no parece ser otra cosa que una manera harto complicada de decir que el padre del narrador se habría quedado midiendo el tiempo pasado sin así alcanzar jamás el tiempo presente. << [65] Los asteriscos corresponden a la palabra chamber-pot (orinal). << [66] Imposible determinar las palabras empleadas por Susannah para pedirle al narrador que orine por la ventana. << [67] Louis XIV solía exigir de la Iglesia impuestos extraordinarios cuando le faltaba dinero para costearse sus largas campañas. << [68] Maniobra. << [69] La batalla de Steenkerke se libró el 3 de agosto de 1692. Se enfrentaron los ingleses, a las órdenes de William III, y los franceses, bajo el mando del Duque de Luxembourg (ver nota (28) del volumen II). El ataque inglés fue un fracaso (los franceses lo repelieron y obligaron al rey William a replegarse en orden) por culpa de Heinrich Maastricht, Conde de Solms-Braunfels (1636:1693), quien no supo apoyar la ofensiva de la brigada que comandaba Mackay (ver nota (43) del vol. IV). El Conde de Solms murió al año siguiente, alcanzado por una bala de cañón durante la batalla de Landen. Steenkerke se halla en la actual Bélgica, en la provincia de Hainaut. << [70] En el original, I mean of ancient days: el adjetivo ancient es ambiguo aquí, y puede hacer referencia tanto a los dramaturgos griegos (propiamente de la Antigüedad) como a los isabelinos (en este caso ancient days debería traducirse como viejos tiempos). << [71] El Barón John Cutts of Gowran (1661-1707), héroe del sitio de Namur, estaba al mando de una brigada durante la batalla de Steenkerke; Hugh Mackay (ver nota (43) del vol. IV), con el rango de teniente general, era responsable del grueso del ejército inglés además de comandar personalmente una brigada que fue destrozada (el máximo responsable de las fuerzas holandesas aliadas era Solms); James Hamilton, Conde de Angus (¿?-1692), murió durante el ataque; Charles Graham (¿?-¿?) y David Melville, Conde de Leven (1660-1728) iban al frente de sus respectivos regimientos. << [72] El Conde Solms murió en la batalla de Landen (ver nota (69) del vol. V). << [73] En el original, la palabra spouts (caños aquí) tiene un sentido muy amplio; se puede aplicar a cualquier orificio por el que salga líquido disparado y por ello la connotación sexual del comentario se hace mucho más evidente que en la traducción. << (74) Es de suponer que Mr Shandy no se refiere en realidad al legislador chino,—sino a **** *** ***, Esq., miembro del parlamento por ******[75]. << [75] Imposible averiguar qué miembro del parlamento recibía, en tiempos de Sterne, el apodo del filósofo chino Confucio (c. 550-479 a. C.). << [76] Ver el Pantagruel de Rabelais, Prólogo al Libro II: Pour tant, affin que je face fin à ce prologue, tout ainsi comme je me donne à mille panerés de beaulx diables, corps et âme, Itrippes et boyaulx, en cas que j’en mente en toute l’hystoire d’un seul mot. << [77] Las dos obras principales del hebraísta John Spencer, deán de Ely (1630-1693), inventor de la religión comparada, son De Legibus Hebraeorum y Dissertatio de Urim et Thummim: es la primera de ellas (De las leyes rituales de los hebreos según la titulación de Sterne) la que Mr Shandy se sube para consultar la sección sobre la implantación o más bien sobre el tema de la circuncisión; acerca del cual habla largo y tendido, explicando sus ventajas, el famoso filósofo judío de Córdoba Maimónides o Rabí Moisés ben Maimón (1135-1204) en su obra Moreh Nebujim. << [78] Esta cuestión se discute extensamente en la obra de John Spencer antes citada. << [79] Para Solón y Pitágoras, ver nota (65) del vol. IV. Se decía que Pitágoras había permitido que los egipcios lo circuncidaran para así poder ser iniciado en su filosofía mística. << [80] Para los términos astrológicos (todos ellos auténticos), ver el Glosario: la situación de los astros que describe Sterne es una aberración. En el pasaje (una burla de The Anatomy of Melancholy de Burton, Third Partition, Section 1, Member II) hay un juego de palabras intraducible: to play bo-peep significa a un mismo tiempo jugar al escondite y crear una situación astrológica monstruosa o imposible. << (81) ?a?ep?? ??s?? xal d????t?? apa??a??, ?? a???a?a ?a???sa.—FILÓN. << (82) ?? teµ??µe?a t?? ???&? t????????tata, xal p???a???a???tata ß??a? << (83) ?a?a???t?t?? e??e?e?—BOCHART [84]. << [84] Las dos primeras citas en griego son de Filón de Judea (c. 20 a. C.-c. 40), filósofo judío helenístico de Alejandría, autor, entre otras obras, de De Legatione y De Circumcisione; a esta última pertenecen las dos frases, que se podrían traducir así: (I) Remedio para una enfermedad terrible, y difícil de curar, que llaman ántrax; (II) Las rayas circuncisas son las más prolíficas y populosas. La tercera cita en griego se traduciría así: En pro de la higiene; aunque Sterne, al copiarla del libro de Spencer, se la atribuye al teólogo y filósofo francés Samuel Bochart (1599-1667), la frase es en realidad de Herodoto (c. 485-425 a. C.), el historiador de Halicarnaso. << (85) ‘? ‘???? ta a?d??a ?e??t?µ?eta?, ta?t? p???sa? ?a? t??? dµ’ a?t? s?µµ????? ?ata?a???sa?.—SANCHUNIATHO [86]. << [86] La traducción de esta cuarta cita en griego podría ser la siguiente: Ilo es circuncidado e insta a sus aliados a que hagan lo propio; Sanchuniaton o Sanchoniathon (localizado hacia el siglo X a. C.) es un autor fenicio del que habla el gramático e historiador Filón de Biblos (del siglo I de nuestra era); Sanchoniathon, a quien Filón pretendía haber traducido, es probablemente una figura imaginaria, inventada por este último. Al autor mítico se le atribuyen, entre otras, las siguientes obras: Física de Hermes, Costumbres de los tirios, Teología egipcia e Historia de los fenicios. << [87] Ilus o Ilo (a quien se sitúa hacia el siglo X a. C.) es el legendario fundador de Ilion o Troya, bisnieto de Dárdano, nieto de Erictonio, hijo de Tros, padre de Laomedón, abuelo de Príamo y bisabuelo de Héctor, París y Casandra, según Homero: la célebre ciudad debería sus dos nombres al suyo y al de su padre. El faraón Neco a quien alude Sterne es probablemente Neco II, rey egipcio de la vigésimo sexta dinastía que gobernó desde 611 hasta su muerte en 595 a. C. << [88] Sobre la grupa. << [89] Lo que lee Yorick pertenece al Gargantúa de Rabelais, Libro I, cap. XXXV: …ce que entendirent plusieurs de la bande, et départoient de la compaignie, le tout notant et considérant Gymnaste. Pour tant feist semblant descendre de cheval, et, quand feut pendent du consté du montouer, feist soupplement le tour de l’estrivière, son espée bastarde au cousté, et, par dessouhz passé, se lança en l’air et se tint des deux piedz sus la scelle, le cul tourné vers la teste du cheval. Puis dist: ‘Mon cas va au rebours’. Adoncq, en tel poinct qu’il estoit, feist la guambade sus un pied et, tournant à senestre, ne faillit oncq de rencontrer sa propre assiete sans en rien varier. Dont dist Tripet: ‘Ha! ne feray pas cestuy-là pour ceste beure, et pour cause’. ‘Bren! (dist Gymnaste) j’ai failly; je vois défaire cestuy sault’ Lors par grande forte et agilité feist en tournant à dextre la gambade comme davant. Ce faict, mist le poulce de la dextre sus l’arçon de la sctelle et leva tout le corps en l’air se soustenant tout le corps sus le muscle et nerf dudict poulce, et ainsi se tourna troys foys. A la quatriesme, se renversant tout le corps sans à ríen toucher, se guinda entre les deux aureilles du cheval, soudant tout le corps en l’air sus le poulce de la senestre, et en cest estat feist le tour du moulinet; puis, frappant du plat de la main dextre sus le meilleu de la selle, donna tel branle qu’il se assist sus la crope, comme font les damoiselles. Ce faict, tout à l’asise passe la jambe droicte par sus la selle et se mist en estat de chevaucheur sus la croppe. ‘Mais (dist-il) mieulx vault que je me mette entre les arsons’. Adoncq, se appoyant sus les poulces des deux mins á la croppe davant soy, se renversa tul sus teste en l’air et se trouva entre les arsons en bon maintien; puis d’un sobresault leva tout le corps en l’air, et ainsi se tint piedz joinctz entre les arsons, et là tournoya plus de cent tours… Traduzco del texto en inglés de Sterne, no del original francés. << [90] Angelo Ambrogini, llamado Poliztano por haber nacido en Montepulciano (1454-1494), humanista y poeta florentino, autor de un Orfeo, Stanze y Rime, así como de numerosas traducciones clásicas. << [91] La cita en griego pertenece a Los trabajos y los días de Hesiodo y su traducción es la siguiente: En primer lugar una casa, una mujer y un buey para el arado. << [92] En la sección décima del capítulo undécimo del primer libro de las Institutas de Justiniano el principio de que se trata es el que Sterne ha mencionado anteriormente (es decir, que los hijos no están sometidos al poder de la madre) y no que ‘el hijo debe respetarla’. << [93] Ver nota (101) del vol. I. << [94] Dicho así, en vez de penique y medio, pensando en la existencia de la moneda llamada halfpenny o mediopenique. << [95] Ver nota (67) del vol. IV. << [96] Francis Bacon (1561-1626), que era Barón Verulam y Vizconde de St Albans. << [97] El arte es largo y La vida breve, primero de los Aforismos hipocráticos. << [98] Los párrafos entrecomillados pertenecen a la Historia Vitae et Mortis de Bacon. << [99] Jean-Baptiste Van Helmont (1577-1644), médico y químico flamenco, autor de un Ortus Medicinae e inventor de la palabra gas. En el Supplementum a su mencionada obra hay un artículo titulado Humidum radicale. << [100] Después del coito, todo animal está triste, apotegma tradicionalmente atribuido a Aristóteles, que, si bien expuso la idea más de una vez a lo largo de diferentes obras, jamás lo hizo en esta forma concreta y rotunda. << [101] La ciudad y puerto de Limerick (Irlanda), situados en un islote del río Shannon, fueron sitiados con escaso éxito en 1690 por las tropas inglesas, durante la llamada Primera Guerra contra Francia (ver nota (125) del vol. I). En agosto del mismo año William III se vio obligado a levantar el sitio a causa de las fuertes lluvias. En esta Guerra los irlandeses fueron aliados de los franceses, quienes contribuyeron en gran medida a evitar la caída de Limerick. << [102] Limerick se halla enclavada en un estrecho y el acceso es muy difícil por mar. << [103] En el original, consubstantials, impriments and occludents, términos médicos ya en desuso empleados por Bacon en su Historia Vitae et Mortis. Los consustanciales son medicamentos diferentes hechos de las mismas sustancias en proporciones diversas; los imprimentes son medicamentos que se aplican por impresión; los ocluyentes son aquellos que cierran u obstruyen orificios. << [104] Es decir, desde el abecedario (ver cristus en el Glosario) hasta el final del Viejo Testamento. << [105] Machacar, t?pt? se empleaba antiguamente como paradigma de los verbos griegos. << [106] Es decir, en el estudio de la Lógica. << [107] El filósofo, humanista y científico Julio César Escaligero (1484-1558), nacido en Italia, gozó en su vejez de la mayor reputación imaginable en todos los campos que cultivó a pesar de no haber comenzado en serio sus estudios hasta la edad de cuarenta años: su obra más famosa es la Poética; San Pietro Damiani, obispo de Ostia (c. 1007-1072), autor de excelentes poesías en latín y de numerosas obras teológicas y ascéticas, se hizo religioso a una edad ya avanzada tras una juventud pasada en la pobreza y la ignorancia; la anécdota de Petrus Balduas (ver nota (112) del vol. IV) es, en cambio, falsa: Pietro Baldi de Ubaldis, por el contrario, obtuvo su título de doctor en Derecho Civil a la temprana edad de diecisiete años; Eudamidas I, hijo de Arquidamo III, fue (como su padre) rey de Esparta en el siglo IV a. C.; el filósofo griego Jenócrates (396-314 a. C.) fue discípulo de Platón y presidió la Academia ateniense: la anécdota que narra Sterne se halla en los Apophthegmata de Plutarco. << [108] El paso del noroeste es como se llamaba al atajo que se buscó durante mucho tiempo para pasar del Atlántico al Pacífico a través de la costa septentrional de América. << [109] El poema latino Culex, dudosa y tradicionalmente atribuido a Virgilio, cuenta cómo el poeta, dormido, va a ser atacado por una serpiente cuando la picadura de un mosquito le despierta. << [110] Ramón Llull (c. 1235-1315), el célebre humanista mallorquín, autor del Llibre de contemplació, intentó reducir todas las demostraciones científicas a unas cuantas fórmulas limitadas; Pelegrini el viejo es Matteo Pellegrini (¿?-1652), humanista italiano, autor de las obras Delle acuteze che altrimenti spiriti, vivezze e concetti volgarmente si appellano (1639) y Fonti dell’ingegno ridotti ad arte (1650), en las que desarrollaba el sistema educativo que Sterne ridiculiza a continuación: dicho sistema venía reproducido en Of Education, Especiallly of Young Gentlemen (1673), del prestigioso educador y teólogo inglés Obadiah Walker (1616-1699), a través de quien (sin duda) Sterne conoció las teorías de Pellegrini. << [111] He procurado acoplar en lo posible al castellano los verbos auxiliares ingleses, que en el original son: am; was; have; had; do; did; make; made; suffer; shall; should; will; would; can; could; owe; ought; used; is wont. << VOLUMEN VI [1] Se publicó, constituyendo la tercera entrega de la obra junto con el volumen V, en diciembre de 1761. << [2] En el original, Jack-Asses (asnos en el sentido figurado de necios); Sterne aplica el epíteto a los críticos literarios que habían atacado los volúmenes III y IV, cuya acogida, de hecho, no había sido muy favorable: incluso algunos de sus defensores iniciales se convirtieron en detractores y le acusaron de ‘repetirse’. << [3] En el original, Hom they view’d and review’d us: el verbo to review significa también hacer una crítica o reseña de un libro. << [4] En el original, in G-sol-re-ut, expresión que en inglés es (o era en el siglo XVIII) relativamente corriente y que alude a los sonidos estridentes. << [5] La referencia es a las diez categorías o predicamentos de Aristóteles, a saber: sustancia, cantidad, cualidad, relación, lugar, tiempo, posición, posesión, actividad y pasividad. << [6] El cardenal y poeta italiano Pietro Bembo (1470-1547) menciona, en su obra De Culice Virgilii, al humanista, filósofo y diplomático Vincenzo Quirino (1479-c. 1514) como un caso insólito de precocidad; el famoso teólogo español Alfonso Tostado (c. 1405-1455), autor del Tratado de cómo al ome es necesario amar y a quien Sterne llama en el original Alphonsus Tostatus, obtuvo su doctorado a la temprana edad de veintidós años; para Peireskius, ver nota (76) del vol. III; para Stevinus, nota (18) del vol. II. << [7] Lo que su padre encomendó a Peireskius en realidad fue que cuidara de su hermano Palamède (1582-¿?) en el colegio al que ambos iban. << [8] Crotius es el jurista y teólogo holandés Huig van Groot (1583-1645), quien a los nueve años escribía versos en latín y a los doce entró en la universidad: sus escritos De Jure Belli et Pacis (1625) y De Veritate Religionis Christianae (1627) tuvieron gran influencia en Locke y Hobbes; Scioppius es Gaspar Schoppe (ver nota (97) del vol. I), quien a los veinticuatro años ya había escrito una docena de obras; Heinsius puede ser tanto Daniel Heyns (1580-1655) como su hijo Nicolaas Heyns (1620-1681), filólogos y diplomáticos holandeses que fueron enormemente precoces: Sterne se refiere, probablemente, al primero, quien entró en la universidad de Leyden a los catorce años y fue catedrático de la misma a los veinticinco; Angelo Poliziano (ver nota (90) del vol. V) tradujo parte de la Ilíada a hexámetros latinos cuando sólo contaba dieciséis años; Blaise Pascal (1623-1662) hizo algunos descubrimientos geométricos a los dieciséis años; el erudito italiano José Justo Escalígero (1540-1609), hijo de Julio César Escalígero (ver nota (101) del vol. V), dominaba trece lenguas siendo adolescente; el médico y teólogo español Fernando de Córdova (1425-1486), a quien Sterne llama en el original Ferdinand de Cordouè, hizo una celebrada edición de las obras de San Alberto Magno (1193-1280) siendo muy joven. Lo más probable es que Sterne sacara su información sobre niños-prodigio de la obra de Adrien Baillet ya citada en la nota (54) del vol. IV. << [9] Es decir, el estudio de la metafísica. << [10] Servio es Mario (o Mauro) Servio Honorato, gramático latino del siglo V, célebre por sus comentarios sobre Virgilio; Marciano Mineo Félix Capella, también del siglo V, era el autor de una especie de enciclopedia del saber titulada Satiricon: ambos escritores fueron muy apreciados y estudiados durante toda la Edad Media y aun en el Renacimiento. << (11) Nous aurions quelque intérèt, dice Baillet, de montrer qu’il n’a rien de ridicule s’il étoit véritable, au moins dans le sens énigmatique que Nicius Erythraeus a tâché de lui donner. Cet auteur dit que pour comprendre comme Lipse, il a pu composer un ouvrage le premier jour de sa vie, il faut s’imaginer, que ce premier jour n’est pas celui de sa naissance charnelle, mais celui au quel il a commencé d’user de la raison; il veut que ç’ait été à l’âge de neuf ans; et il nous veut persuader que ce fut en cet âge, que Lipse fit un poeme.—Le tour est ingénieux, etc., etc. [12]. << [12] Este largo párrafo pertenece a la obra de Adrien Baillet ya citada en la nota (48) del vol. IV, y se podría traducir de la siguiente manera: Tendríamos cierto interés, dice Baillet (este inciso está en inglés en el original), en mostrar que, caso de ser verdad, no hay en ello nada de ridículo, al menos en el enigmático sentido que Nicius Erythraeus ha tratado de conferirle. Este autor dice que para comprender cómo Lipsio pudo componer una obra el primer día de su vida, hay que suponer que este primer día no es el de su nacimiento carnal, sino aquel en el que empezó a tener uso de razón; pretende que tal cosa le sucedió a la edad de nueve años; y nos quiere convencer de que fue a esta edad cuando Lipsio escribió un poema.—La explicación es ingeniosa, etc., etc. Janus Nicius Erythraeus era el pseudónimo del escritor, médico y humanista italiano Giovanni Vittorio Rossi (1577-1647), autor, entre otras obras numerosas, de Orationes IX (1603) y Dialogi XII (1642). << [13] El gran Lipsio es el humanista flamenco Joest Lips (1547-1606), famoso en su tiempo por sus ediciones de Tácito y Séneca y conocido en España por su correspondencia epistolar con don Francisco de Quevedo (1580-1645). << [14] El porqué de esta respuesta no queda demasiado claro en castellano: el tío Toby, haciendo gala una vez más de su mentalidad literal, entiende que el gran Lipsio compuso una obra el día que nació (en el original, who composed a work…) como que obró, y de ahí su contestación. << [15] En este caso, obviamente, decorum no tiene el sentido aristotélico de la palabra, sino el de decencia. << [16] La afirmación de Susannah puede quedar explicada mediante la nota (53) del vol. II. << [17] Alusión a los devastadores efectos de la sífilis. << [18] En efecto, a pesar de que el piadoso emperador Marco Aurelio Antonino (121-180), autor de las Meditationes, cuidó personalmente de la educación de su hijo Lucio Aurelio Cómodo (161-192), éste acabó revelándose como uno de los más crueles emperadores de la historia de Roma. << [19] El obispo y teólogo San Gregorio Nacianceno (c. 328-390) fue compañero de estudios del emperador Flavio Claudio Juliano, más conocido como Juliano el Apóstata (c. 331-363), contra quien el primero escribió dos Invectivae el año 361; San Ambrosio (c. 339-397) fue obispo de Milán: la anécdota que narra Sterne (o una parecida) se encuentra, según James Aiken Work, en la obra De Officiis Ministrorum; en cuanto a la anécdota de Demócrito (ver nota (3) del vol. V) y el sofista Protágoras (c. 485-411 a. C.), pertenece a la leyenda, sí bien hay que señalar que ambos filósofos nacieron en la misma ciudad de Abdera. << [20] Es decir, el conjunto de obras de Maneo Pellegrini (ver nota (110) del vol. V). << (21) Vid. Pellegrina [20]. << [22] Erasmo dice tales cosas (aproximadamente) en sus Celloquia, concretamente en In Primo Congressu. << [23] La ciudad de Dendermonde o Termonde (en la actual Bélgica) fue tomada por el Duque de Marlborough (ver nota (62) del vol. VI) en 1706. << [24] En el original, sack, que el Webster Dictionary define así: Antiguamente, varias clases diferentes de vino blanco y fuerte de la Europa meridional. << [25] Capa que llegaba hasta las rodillas, así llamada en honor del Duque Antoine-Gaston de Roquelaure (1656-1738), mariscal de Francia. << [26] El ruido de tic-tac que hace el anobio se consideraba anunciador de muerte, sobre todo en los medios rurales: el anobio se llama death-watch en inglés, es decir, reloj de la muerte literalmente. << [27] La palabra arms quiere decir brazos y armas. << [28] Recuérdese que él uniforme del ejército inglés era rojo y que los clérigos protestantes siempre llevaron casaca y no sotana. << [29] Ver nota (71) del vol. V. << [30] Ver nota (71) del vol. V. << [31] Breda (en la actual Holanda) se utilizaba con frecuencia como cuartel de invierno. << [32] En el siglo XVIII era corriente que las mujeres e hijos de los soldados acompañaran a éstos en sus campañas: el propio Sterne pasó una infancia nómada siguiendo a su padre, militar, de un acuartelamiento a otro. << [33] Ver nota (125) del vol. I. << [34] El rey de Francia era Louis XIV a la sazón. << [35] Ver nota (7) del vol. I. << [36] En inglés se llama cistern a la totalidad de humores del cuerpo humano. << [37] La impaciencia de Tristram-Sterne puede entenderse literalmente: Sterne incluyó en este volumen la historia de Le Fever que acaba de concluir para paliar, en alguna medida, los negativos efectos que la ‘obscenidad’ de los volúmenes III y IV había tenido sobre las ventas de la obra, y a fin de demostrar que también sabía escribir à la maniere sentimental (como Richardson y otros) cuando se lo proponía. Así pues, la historia de Le Fever fue, en parte, lo que se llama un pegote, y es lógico que Sterne estuviera impaciente por volver al tono y al estilo de su predilección: dicho sea de paso, Sterne logró sus propósitos con la susodicha historia de Le Fever, que le reportó grandes elogios, hizo aumentar las ventas y le devolvió el favor de la crítica casi en pleno. << [38] Adjetivo derivado del nombre del teólogo inglés Daniel Waterland (1683-1740), a quien Sterne plagiaba a veces en sus sermones. Por otra parte, water significa agua y land quiere decir tierra. << [39] Nota Bene. << [40] El doctor Paidagunes sería el doctor Pedagogo: Sterne aludía probablemente a algún compañero de púlpito conocido suyo. << [41] Látigo (whip-lash en el original) tiene aquí el claro sentido de cordel; el Dizionario italiano ed inglese (inglese ed italiano) de Ferdinando Altieri (¿?-¿?) apareció en 1726-27 en dos volúmenes. << [42] Tenutè es sostenido. << [43] Siciliana indica como para una danza siciliana, es decir, lento: alla capella es para capilla; con l‘arco es lo contrario del pizzicato; senza l’arco o sin el arco es el pizzicato. << [44] Este párrafo es una hiriente alusión a la cubierta azul de la Critical Review. publicación que había atacado duramente Tristram Shandy y que dirigía el novelista rival Tobias Smollett (ver nota (64) del vol. I), quien sólo se había dedicado a la literatura y el periodismo tras fracasar como médico. << [45] Retrato. << [46] Este nombre, acunado por Sterne, no es sino una burla de la proverbial pedantería de los exégetas y comentaristas holandeses de la época. Sin embargo, analizando los elementos que lo componen, vendría a querer decir algo así como Miseñor de los Superobtusozopencos. << [47] Por una de esas incomprensibles paradojas típicamente inglesas, se llaman public schools (escuelas públicas) las que son precisamente más privadas y elitistas, caso de Eton, Rugby o Harrow, por ejemplo. << [48] Las referencias de este párrafo son a la campaña que contra los turcos inició el emperador Kart VI (1685-1740) en 1717 para ayudar a Venecia, y al Príncipe François-Eugene de Savoie-Carignan (1663-1736), celebre militar que estaba al mando de las tropas alemanas. La campaña contra los turcos duró, de hecho, de 1716 a 1718. << [49] La victoria de Eugene en Belgrado, el mismo año 1717, fue una verdadera catástrofe para los turcos, que perdieron alrededor de 150.000 hombres. << [50] Imposible averiguar lo que el RUMOR juró haber visto con sus propios ojos. En casos semejantes omitiré la nota de ahora en adelante. << [51] El lit de justice era como se llamaba el trono que ocupaba el rey en Francia cuando asistía a las sesiones del parlamento. Más tarde el término vino a denominar las imposiciones del monarca sobre dicha corporación. Sterne lo traduce al inglés literalmente como bed of justice. << [52] El erudito Cluverius es el historiador y geógrafo alemán Philipp Clüwer (1580-1622), cuya principal obra es una monumental Germania Antiqua. << [53] La región comprendida entre el Vistula y el Oder la ocupa en la actualidad Polonia principalmente. << [54] El padre de Tristram dice en el original I can not imagine (que yo traduzco como No tengo ni idea): así, la forma bisilábica a que Sterne hace referencia es a la de can not, poco frecuente en inglés (sólo se emplea enfáticamente), al contrario que la forma monosilábica can’t (en ambos casos no puedo). << [55] Albert Rubens (1614-1657), hijo del célebre pintor y de Isabella Brant (1591-1626), arqueólogo, anticuario y numismático, escribió el mencionado libro, De Re Vestiaria Veterum, Praecipue de Lato Clavo (De la indumentaria de los antiguos, en especial del Latus Clavus), en 1665. << [56] Ver el Glosario: clámide, efod, síntesis, pénula, lacerna (que es la ortografía correcta, en vez de lacema), cuculla, paludamento, pretexta, sagum, trábeas. La obra de Cayo Suetonio Tranquilo (75-160) aludida es De Genere Vestium. << [57] Ver el Glosario para los términos que no se conozcan, incluidos los dos calcei finales. La obra de Décimo Junio Juvenal (55-140) aludida es las Sátiras (XVI, versos 24 y 25). << [58] El reinado de Octavio César Augusto (ver nota (30) del vol. V) empezó el año 27 a. C. Latus Clavus quiere decir, literalmente, clavo ancho; se designaba con este nombre la banda de color púrpura que llevaban en la túnica los patricios romanos. << [59] Los nombres de esta ristra pertenecen a eruditos y humanistas del Renacimiento: Egnatius es Joannes Baptista Egnatius, pseudónimo del historiador veneciano Giovanni Battista Cipelli (1473-1553); Sigonius es el anticuario y erudito italiano Cario Sigonio (1524-1584), autor de la obra De nominibus Romanorun (1553); Bossius Ticinensis, así llamado seguramente por provenir de alguna ciudad de Italia atravesada por el río Ticino, es el humanista Matteo Bossi (1428-1502), más conocido como Matthaeus Bossus; Bayfius es Lazare de Baïf (1496-1547), entre cuyos trabajos destacan traducciones al francés de Sófocles y Eurípides y estudios sobre la indumentaria, el mobiliario y las naves (De Re Navali) de los antiguos; Budaeus es Guillaume Budé (ver nota (21) del vol. V); Salmasius es el humanista francés Claude de Saumaise (1588-1653), bastante conocido en Inglaterra por su Defensio Regio pro Carolo I (1649), a la que el poeta John Milton (1608-1674) contestó con su célebre opúsculo Pro Populo Anglicano Defensio (1651); para Lipsio, ver nota (13) del vol. VI); Lazius es el médico y anticuario alemán Wolfgang Lazius (1514-1565), cuya obra principal es De gentium aliquot migrationibus, sedibus fixis, reliquiis, linguarumque initiis, etc. (1600); Isaac Casaubon (1559-1614) era un distinguido teólogo huguenote que escribió De Satyrica Graecorum Poesi et Romanorum Satira (1605) y murió en Londres; para José Escaligero, ver nota (8) del vol. VI. << [60] Sic en el original, probablemente errata por fíbula, hebilla parecida a un imperdible. << [61] Poco-curantes: personas apáticas e indiferentes. << [62] John Churchill, Duque de Marlborough (1650-1722), estaba al mando de las tropas británicas durante la llamada Segunda Guerra contra Francia o Guerra de Sucesión Española. << [63] La Gazette era un boletín oficial que aparecía dos veces por semana con información relativa a los asuntos del Estado. << [64] Lo que en español se conoce como batir llamada (ver llamada en el Glosario). << [65] Las plazas fuertes de Lieja y Rüremonde (en las actuales Bélgica y Holanda, respectivamente) fueron tomadas en 1702. << [66] Para el sentido de tambores aquí, ver el Glosario. << [67] Todas estas plazas fuertes fueron tomadas en 1703: Amberg, Bonn y Rhinberg se hallan en la actual Alemania Federal; Huy y Limbourg, en la actual Bélgica. << [68] Proteo, deidad marina de la mitología griega, tenía los dones de la profecía y la metamorfosis. << [69] La batalla de Landen pertenece a la Primera Guerra contra Francia o Guerra de la Liga de Augsburgo (ver nota (125) del vol. I) y se libró en 1693: así pues, la referencia de Sterne a Landen debe de estar, aquí, en función de la dramática marcha que Marlborough hubo de hacer hasta esta pequeña ciudad de Bélgica en 1705; la batalla de Trerebach (en la actual Alemania Federal) tuvo lugar en 1704; las de Santvlied (actual Bélgica), Drusen y Hagenau (actual Alemania Federal), en 1705; finalmente, las de Ostende, Menin, Aeth y Dendermon de (actual Bélgica), en 1706 (ver nota (23) del vol. VI). << [70] La referencia a tantos papeles está, probablemente, en función de la diversidad de actos sexuales achacados a Sodoma y Gomorra. << [71] La ciudad de Lille fue sitiada por las tropas del Príncipe Eugenio de Saboya (ver nota (48) del vol. VI) el 12 de agosto de 1708; los franceses, a las órdenes de Louis-François, Duque de Bouffleurs (1644-1711), Mariscal de Francia, se defendieron con acierto y valor hasta el 25 de octubre del mismo año, en que rindieron la plaza tras haber perdido alrededor de 7.000 hombres. Gante y Brujas, efectivamente, cayeron en poder de los aliados el mismo año de 1708. << [72] Cosas deseadas. << [73] En el original, Montero-cap. << [74] La observación de Sterne se comprende mejor en el original: quartermaster (cuartelmaestre) recuerda a la palabra quarters (entre otras cosas, cuartos de los cuadrúpedos). << [75] Las referencias son al sitio de Lille (ver nota (71) del vol. VI). << [76] Sic en el original: este tipo de peluca, así llamada en conmemoración de la victoria de Marlborough sobre los franceses el año 1706 en Ramillies (actual Bélgica), se caracterizaba por su larga trenza sujetada por dos lazos, de los cuales uno era grande y el otro pequeño. << [77] Vasos sanguíneos, es de suponer. << [78] Deseo. << [79] En el original, taggs and jaggs, que tiene un matiz sexual del que carece cajón de sastre: libremente, podría traducirse como salientes y colgajos. << [80] Ver nota (31) del vol. III. << [81] Fue muy popular la teoría de que el lugar de las pasiones amorosas era el hígado. << [82] Las sospechas (tímidamente apuntadas por los especialistas anglosajones en Sterne) de que el clérigo irlandés se inspiró en gran medida en su propio padre, Roger Sterne (1692-1731), para crear el personaje del tío Toby, se ven fortalecidas y poco menos que confirmadas si comparamos el último párrafo con la descripción que nuestro autor hizo de su progenitor en A Life of the Author, Written by Himself (título con que se conoce la breve autobiografía que Sterne escribió en 1767, un año antes de su muerte); la descripción dice así: My father was a little smart man—active to the last degree, in all exercises—most patient of fatigue and disappointments, of which it pleased God to give him full measure—he was in his temper somewhat rapid, and hasty—but of a kindly, sweet disposition, void of all design; and so innocent in his own intentions, that be suspected no one; so that you might have cheated him ten times a day, if nine had not been sufficient for your purpose. Es decir: Mi padre era un hombre pequeño y listo—activo hasta los mayores extremos en todas las tareas—paciente ante la fatiga y las desilusiones, de las que Dios se complació en enviarle una buena cantidad—era algo rápido de temperamento, y también apresurado—pero tenía una disposición amable y dulce, desprovista de toda premeditación; y sus propias intenciones eran tan inocentes que nunca sospechaba de nadie; de modo que podrían ustedes haberle engañado perfectamente diez veas al día, en el caso de que nueve no les hubieran bastado para conseguir sus propósitos. A esto puede añadirse que Roger Sterne era abanderado (dicho sea de paso, recuérdese que Le Fever también lo era) y que participó en las campañas de la Segunda Guerra contra Francia o Guerra de Sucesión Española. << [83] Ver nota (124) del vol. I. << [84] Ver nota (5) del vol. V. << [85] De esta improvisada lista de misóginos, sólo dos personajes son reales: Aldrovandus es el médico y naturalista italiano Ulisse Aldrovandi (1522-1605), a quien Sterne conocía, probablemente, a través de Burton, que cita sus obras a menudo en The Anatomy of Melancholy; su inclusión entre los misóginos se debe, sin duda, a que el grueso de sus escritos versa sobre las aves, los insectos y los moluscos; en cuanto a Carlos XII de Suecia (1682-1718), nunca se casó y tenía verdadera fama de misógino: cuando Augusto II el Fuerte, rey de Polonia (1670-1733), envió a su amante, la legendaria beldad Marie Aurora, Condesa de Königsmark (1668-1728), a la corte de Suecia para lograr la paz, Carlos XII no estuvo dispuesto ni a recibirla; la Condesa de Königsmark, dicho sea de paso, acabó sus días como abadesa de Quedlinburg (ver nota (10) del vol. IV). << [86] La paz de Utrecht, que puso fin a la Segunda Guerra contra Francia o Guerra de Sucesión Española, se firmó en 1713. << [87] Mary es la reina de Inglaterra Mary I (1516-1558), hija de Henry VIII y Catalina de Aragón (1485-1536), que reinó desde 1553 hasta su muerte: se cuenta que cuando perdió Calais, última posesión británica en suelo francés, en 1558, dijo: ‘Cuando muera y mi cuerpo sea abierto, se hallará el nombre de Calais inscrito en mi corazón’. << [88] Recuérdese nuevamente que Sterne empezó publicando dos volúmenes de Tristram Shandy al año. << [89] Tértulo fue el letrado judío que, haciendo un verdadero alarde de elocuencia, acusó a San Pablo (¿?-c. 340) ante el Sanedrín (ver Hechos de los Apóstoles, 24. 1-8); sin embargo, podría tratarse también de una errata de Sterne por Quinto Septimio Florencio Tertuliano (c. 160-220), el famoso orador romano y cristiano. << [90] Guy, Conde de Warwick es el héroe de un romance popular inglés que, desde su aparición en el siglo XII, ha sido contado y recontado innumerables veces, en diferentes épocas y formas; Valentiné y Orson es un romance francés del ciclo de Carlomagno, aparecido por vez primera en inglés en el siglo XVI; para Parismus y Parismenus y Los Siete Campeones de Inglaterra, ver nota (107) del vol. I. << [91] Según Homero, Príamo volvió con él. << [92] Stars (en el original) quiere decir estrellas y asteriscos. << [93] Cuánto más cuidado deberíamos poner al engendrar hijos; para Cardan, ver nota (21) del vol. V. << [94] La reina es Anne I de Inglaterra (ver nota (8) del vol. III); para las demás potencias confederadas, ver nota (30) del vol. II. << [95] Me ha resultado imposible identificar a Monsieur Tugghe, pero lo cierto es que Francia, en efecto, hizo todo lo que pudo para demorar la demolición de Dunkerque, acordada en el Tratado de Utrecht de 1713. << [96] Ver nota (69) del vol.VI. << [97] El famoso neoplatónico griego Plotino (205-270) afirma en sus Enéadas que el amor es doble: el amor superior es un dios y el inferior es un daimon o espíritu intermedio entre los dioses y los hombres. Traducir daimon por Devil en el sentido cristiano (como hace Sterne) es una tergiversación, posiblemente intencionada en nuestro autor. << [98] El médico y filósofo neoplatónico Marsilio Ficini (1433-1499), italiano, fue autor de unos célebres Commentaria sobre Platón, obra a la que alude Sterne; la afirmación que éste achaca parafrásticamente a Platón se halla en el Banquete, 202: la palabra empleada por Platón era daimon asimismo. << [99] Efectivamente, tal afirmación se encuentra en la obra The History of Cold-Bathing (1719) de los médicos ingleses Edward Baynard (1641-¿?) y John Floyer (1649-1734); el primero escribió además un poema que gozó de cierta popularidad en el siglo XVIII: Health, a Poem (1719). << [100] La traducción del texto griego seria aproximadamente: ¡¡Magnífico! Que filosofes en medio del sufrimiento. Para Nacianceno, ver nota (19) del vol. VI; Filagrio (de quien se tienen noticias alrededor del año 370) era un amigo y corresponsal de San Gregorio. La cita pertenece a la Epístola 32: Philagrio, de Nacianceno. << [101] El médico árabe Mohammed Abu Bekr Ibn Zacarías, conocido como Rasis o Razes (850-923), escribió una especie de inventario de las ciencias de los antiguos titulado Mansury o Liber ad Almansorem; Pedanius (o Pedacius) Dioscórides (a quien se localiza alrededor del año 75 de nuestra era) fue un médico griego que dejó una voluminosa Materia Medica, en la que principalmente trataba de hierbas y drogas. << [102] Amideno Aecio (de quien se tienen noticias alrededor del año 540) fue un médico griego que escribió un Tetrabiblios de gran importancia, en el que menciona las hierbas citadas por Sterne: todas ellas son hierbas refrigerantes a excepción de la Hanea, que, según Graham Petrie y James Aiken Work, es una mala transliteración de a????, mata o arbusto aromático que servía para mantener la castidad. En cuanto al topacio, según los lapidarios medievales tenía la virtud de apaciguar la sensualidad. No cabe duda de que toda esta información médica la extrajo Sterne de The Anatomy of Melancholy de Burton. << [103] La frase en latín es una paráfrasis del Opus Lilium Medicinae, principal escrito del médico francés Bernardus de Gordonio o Bernard de Gordon (¿?-1319), de quien también habla Burton en The Anatomy of Melancholy. << [104] En determinadas telas untadas de cera se aplicaban medicamentos de acción externa y se utilizaba el total a manera de venda; por otra parte, se creyó, durante mucho tiempo (principalmente en la Edad Media y el Renacimiento), que el alcanfor evitaba la formación y condensación de semen. << [105] Esta implicación idiomática resulta más patente en inglés, pues enamorarse se dice to fall in love (literalmente, caer en amor). << [106] Lo que el original llama cold seeds son las de la calabaza, el pepino, el cohombro, etc., plantas que, según se creía antiguamente, tenían un efecto apaciguador sobre las pasiones. << [107] Inv. T.S. y Scul. T.S. quieren decir, respectivamente, Tristram Shandy lo inventó y Tristram Shandy lo grabó. << [108] Cicerón fue uno de los primeros en emplear la expresión recta via en un sentido moral; la frase atribuida al matemático e inventor griego Arquímedes (c. 287-212 a. C.) es una paráfrasis del primer postulado de su obra De la esfera y el cilindro. << VOLUMEN VII [1] Los volúmenes VII y VIII de Tristram Shandy se publicaron por primera vez en enero de 1765. << [2] La cita de la Epístola sexta del Libro quinto de las Epístolas de Plinio el joven (ver nota (106) del vol. I) podría traducirse aproximadamente así: Pues esto no es una digresión de la obra, sino la obra misma (ver nota (3) del vol. VII). << [3] Sterne dejó transcurrir tres años entre la aparición de los volúmenes V y VI y los volúmenes VII y VIII: las causas principales de este largo periodo de silencio (sólo roto por la publicación de antiguos sermones) fueron su delicada salud y una prolongada crisis creativa. Lo primero le hizo abandonar Inglaterra en busca de climas más benignos en enero de 1762, y ya permanecería en Francia, de donde volvió bastante mejorado de su tisis (provocada, según algunos críticos, por una sífilis contraída en su juventud), hasta mayo de 1764, es decir, más de dos años. Durante este tiempo la salud de Sterne sufrió enormes altibajos, y en varias ocasiones fue verdaderamente tan precaria que le llevó al borde de la muerte: se vio obligado a dejar París (donde se le había dispensado una gran acogida en los salones literarios y filosóficos de Paul-Henri, Barón d’Holbach (1723-1789) y Mademoiselle Julie de Lespinasse (1732-1776), entre otros, y donde había hecho buena amistad con Denis Diderot (1713-1784) y demás ilustrados) por Toulouse; Toulouse por Montpellier, etc., siempre hacia el sur. Su debilidad, y una cierta sensación de que las posibilidades de Tristram Shandy se habían ya agotado con los volúmenes V y VI, le impidieron escribir durante largos meses. Finalmente recobrado, volvió a Inglaterra para acometer la redacción de los volúmenes VII y VIII, el primero de los cuales, como se verá, representa un rotundo cambio con respecto a los anteriores: falto de inspiración para seguir sacándoles jugo a Trim, al tío Toby y a Mr Shandy, prescindió de ellos y echó mano de sus notas de viaje, creando así el primer borrador de su obra maestra A Sentimental Journey through France and Italy (1768) y una originalísima sátira de los libros de viajes que no fue bien entendida por el público. Sin embargo, recuperada la confianza, ya en Inglaterra, volvió a sus personajes en el volumen VIII con renovados bríos y fecunda imaginación, de tal suerte que, pese al desconcierto producido por el susodicho volumen VII (que sólo se puede comprender cabalmente como una recreación autobiográfica), la cuarta entrega de Tristram Shandy constituyó un verdadero éxito de crítica y ventas. << [4] Probablemente una referencia al siguiente párrafo de The Anatomy of Melancholy de Burton (First Partition, Section 1, Member III): …many examples: as of him that thought himself a shell-fiss, of a nun, and of a desperate monk that would not be persuaded but that he was damned. << [5] ¡Vámonos! << [6] Es decir, el sepulcro del famoso santo y arzobispo de Canterbury Thomas a Becket (1118-1170), asesinado y enterrado en la catedral de dicha localidad. << [7] Sic en el original: debería decir Thomas à Becket. << [8] Sick en el original, que quiere decir enfermo y (cuando se está en el mar) mareado. De ahí la respuesta de Tristram-Sterne. << [9] Juego de palabras con la exclamación s’Death! del original, que literalmente quiere decir ¡Es la muerte! (como se la toma Tristram-Sterne), pero que de hecho tiene el sentido de ¡Maldición! << [10] El verbo empleado en el original es to draw, que quiere decir tanto describir como dibujar. Sterne ataca, pues, a un mismo tiempo, a pintores y escritores. << [11] La alusión es al libro de Addison (ver nota (119) del vol. I) Remarks on Several Parts of Italy, en cuya introducción el gran ensayista afirmaba haber comparado los paisajes que se le iban ofreciendo con las descripciones que de ellos habían hecho los autores clásicos. << [12] Así se solía llamar, en la Inglaterra del siglo XVIII, a El Cairo. << [13] Demócrito (ver nota (3) del vol. V) era de la ciudad de Abdera, en la Tracia, y antiguamente se le daba el sobrenombre absurdo de ‘el filósofo reidor’; Heráclito (c. 540-c. 475 a. C.) dejó su cargo de magistrado en Efeso, su ciudad natal, para consagrarse a la filosofía, y antiguamente, en oposición a Demócrito, se le conocía como ‘el filósofo llorón’. << [14] En el original, you may read the chapter for your pains; la expresión for your pains tiene aquí el sentido con que libremente la traduzco, es decir: pains puede entenderse como molestias (en este caso Sterne vendría a decir: puede usted tomarse la molestia de leer el Capítulo, que le compensará) o como castigos (en este otro caso lo que Sterne vendría a decir sería: puede usted leer el Capítulo en castigo por no creerme capaz de escribirlo). << [15] Antiguas formas ortográficas de Calais: esta clase de comienzo era típico de la pedantería de los escritores de viajes, a quienes Sterne imita burlonamente a lo largo de todo el volumen. << [16] Quizá al más famoso de todos ellos, Raoul de Guines (¿?-1350). << [17] En Francia se llamaba basse ville (literalmente, baja ciudad) concretamente a las partes que quedaban fuera del recinto amurallado. << [18] Para entender este pasaje, hay que tener en cuenta dos cosas: primera, que plaza, en inglés, se dice square, palabra que literalmente significa cuadrado; segunda, que place quiere decir tan sólo lugar en dicha lengua. << [19] Es decir, en La Atalaya (literalmente, La Torre de Acecho). << [20] Philippe Hurepel o el Erizado (1201-1234), Conde de Boulogne e hijo bastardo del rey Philippe II de Francia (1165-1223), inició las fortificaciones de Calais en 1228. << [21] La antigua moneda francesa livre se dice en español libra, pero, a fin de distinguirla en nuestro texto de la libra inglesa (pound), he preferido dejar la palabra sin traducir y conservar la forma original francesa. << [22] Es decir, en la parte de las fortificaciones más cercana a Gravelines, al este de Calais. << [23] Cuando Calais cayó en manos de los ingleses en 1347, tras un año de asedio, y el rey Edward III (1312-1377) se disponía a llevar a cabo una matanza entre la población, el burgués Eustache de St Pierre (1287-1371) y otros cinco acaudalados ciudadanos se presentaron ante el conquistador pidiendo clemencia con los pies descalzos, sogas al cuello y las llaves de la ciudad en la mano; gracias a la intercesión de su esposa, Philippa of Hainaut (1314-1369), Edward se mostró indulgente y perdonó la vida a los habitantes de Calais. << [24] En su L’Histoire d’Angleterre, Rapin (ver nota (34) del vol. V) relata con bastante detalle el sitio de Calais. << [25] En el original, Size-Ace: Sterne piensa en los resultados máximo y mínimo que pueden dar los dados al llamar así a la conjunción del hombre de pequeñísima estatura y el hombre muy alto que estaba a su lado. << [26] ¡Ah! ¡Mi querida niña! << [27] El beso en la propia mano era frecuente en el siglo XVIII como cariñosa señal de despedida. << [28] Ver nota (18) del vol. V. << [29] En el original estas cuatro palabras riman: a tag, a rag, a jag, a strap. Ver Glosario para el sentido de diente. << [30] El sou es el céntimo francés. << [31] La referencia es a las famosas joyas de la Corona de Inglaterra. << [32] Es decir, sobre el canon o regla de la estatuaria. << [33] Janatone: sic. Así debía de sonarle al oído británico de Sterne el diminutivo francés de Jeanne, Jeanneton. << [34] Aquí hay un juego de palabras, en el original, con el verbo inglés to draw, que, además de describir y dibujar, significa tirar. << [35] La antigua abadía de Santa Austreberthe, en Montreuil-sur-Mer, había sido convertida en fortaleza en tiempos de Sterne; en cuanto al Artois, sólo sé que la santa (633-704) nació en dicha región. << [36] Ver notas (7) del vol. III y (66) del vol. I. << [37] Beata. << [38] Estos términos indican derrota absoluta en el juego de los cientos o piquet (ver Glosario); un tres a nueve es una ligera ventaja en el mismo juego de naipes. << (39) Vid. Guía de los caminos de posa franceses, página 36, edición de 1762 [40]. << [40] La guía que cita Sterne es la Liste génerale des postes de France, que se publicaba anualmente en París bajo la dirección del geógrafo y topógrafo Jean-Baptiste-Michel Renou de Chauvigné-Jaillot (¿?-1780) y otros miembros de la familia Jaillot. << [41] Posta y media: cada posta eran seis millas. << [42] Santa Genoveva (422-500), que fue monja, es la patrona de París. << [43] Paráfrasis muy libre de Salmos, 83. 13. << [44] Gran viaje o periplo. << [45] La referencia es a las Occasional Meditations del obispo Joseph Hall (ver nota (133) del vol. I). << [46] Según la mitología griega, Zeus castigó a Ixión, por mostrarse ingrato y pretender el amor de Hera, encadenándolo a una rueda ardiente que giraba eternamente en el Hades. << [47] Pitágoras sostenía que eld cuerpo era la tumba del alma y que sólo una vida libre de las pasiones y flaquezas de la carne era capaz de garantizar la inmortalidad de aquella. << [48] Lessius es el teólogo jesuita belga Leonard Leys (1554-1623), cuyas obras principales son De Perfectionibus Moribusque Divinis (que Sterne menciona) y Hygiasticon. Una milla holandesa es algo más de siete kilómetros. << [49] El jesuita español Francisco Ribera (1537-1591), a quien Sterne llama en el original Franciscus Ribbera, fue confesor de Santa Teresa de Jesús (1515-1582) y sus obras principales son el Apocalipsis (a la que nuestro autor se refiere) y La vida de la Madre Teresa de Jesús (1590). Una milla italiana es casi kilómetro y medio. << [50] Príapo, hijo de Dionisos y Afrodita, era el dios de la potencia engendradora masculina. << [51] Es decir, en cuanto me hube metido en la silla de posta. << [52] Ailly-au-clochers significa, de hecho, Ailly de los campanarios. << [53] Sic en el original, en vez de sou por sou. << [54] En 1738, bajo el reinado de Louis XV (1710-1774), se había producido un cambio de moneda. << [55] Un liard era un cuarto de sou, y un sou era la vigésima parte de una livre aproximadamente. Más tarde, la livre fue convertida en el franco. << [56] El Señor Cura. << [57] Los celebres y grandiosos establos de Chantilly fueron construidos entre 1719 y 1735 (es decir, se terminaron veintisiete años antes de que Sterne efectuara su viaje y pasara por allí) por Louis-Henri, Duque de Bourbon (1692-1740). << [58] La famosa abadía de St Denis, a ocho kilómetros al norte de París, fue fundada el año 626. << [59] Sic en el original: se decía que la linterna y la copa de Judas Iscariote se conservaban en la abadía de St Denis. << [60] En el siglo XVIII, cuando apenas había aceras en las calles y las calzadas estaban completamente embarradas, era un signo de cortesía ceder el lado de la pared, que se suponía algo más limpio y preservado de las salpicaduras de los vehículos. << [61] Siempre. << [62] Así es como Sterne llama en el original a las rôtisseries. << [63] Glotones. << (64) Magistrado principal de Toulouse, etc., etc., etc. [65]. << [65] Los capitouls o cónsules eran los encargados de la administración de la ciudad de Toulouse en la Edad Media: su número oscilaba entre cuatro y doce. << [66] Literalmente, ¡por Dios!, pero sin el sentido irreverente que esa misma exclamación tendría en inglés. << [67] Los Hôtels eran las mansiones privadas de los miembros de la nobleza. << [68] Lilly es el gramático inglés William Lily (1468-1522), autor de unos Grammatices Rudimenta muy admirados en su época. << [69] He respetado la anárquica nominación de Sterne de los barrios de París, traduciendo al castellano los nombres que en el original vienen en inglés. << [70] El estilo barroco de estas dos iglesias, que habían sido completadas unos veinte años antes de la visita de Sterne, era especialmente admirado por los viajeros del siglo XVII. << (71) Non Orbis gentem, non urbem gens habet ullam —————— ulla parem [72]. << [72] La tierra no tiene pueblo igual, ni hay pueblo que tenga igual ciudad. << [73] En el original, spleen, que no es exactamente melancolía, hipocondría ni mal humor, sino una intraducible mezcla de las tres cosas. << [74] Considerando lo que hay que considerar. << [75] Andouillettes significa en francés salchichitas. Rabelais utiliza esta palabra con frecuencia dándole un sentido sexual. << [76] Por impedido Sterne dice impotent en el original, con la connotación sexual que esta palabra lleva (ver nota (46) del vol. I); el hombre de Listra, a quien curó San Pablo (ver Hechos de los Apóstoles, 14. 8-10), era inválido de los pies. << [77] El bonus Henricus (o buen rey Enrique) es una planta de connotación sexual (ver nota (46) del vol. I). << [78] La cochlearia es una hierba anti-escorbútica. Para las demás, ver Glosario. << [79] Sic en el original: es lo que en español se llama borracha. << [80] Una rama de árbol colgada indicaba una taberna. << [81] Las mulas, por lo general, son estériles. << [82] En el original, the old mule let a f——. Fart es pedo en inglés. << [83] Ut es Do en francés. << [84] El verbo bouger (moverse) era un vulgarismo en la Francia del siglo XVIII, y bugger, en inglés, significa sodomita: Sterne tuvo probablemente en cuenta estas dos cosas al elegir la palabra bougre, que es, de hecho, una interjección bastante suave (algo así como diantre) en francés; fouter es un eufemismo del verbo foutre (joder). << [85] Conservo la ortografía incorrecta de Sterne: Challon es Chalon y el Mâconese es el Mâconnais. << [86] Aquí he procurado ‘españolizar’ los sonidos onomatopéyicos del original, que eran inconfundiblemente ‘británicos’. << [87] ¡Adelante! << [88] Ver nota (44) del vol. VII << [89] Aquí hay un juego de palabras con el verbo to unravel, que quiere decir desvelar y deshilar. << [90] Dominique Séguier (1593-1659), obispo de Auxerre, abrió las tumbas de los santos enterrados en la abadía y redactó un informe oficial sobre el buen estado en que se hallaban los cuerpos. << [91] En el original. I’ll go see any body: anybody significa cualquiera, y body (la palabra que Mr Shandy ha empleado en la frase anterior) quiere decir cuerpo y cadáver. << [92] San Heribaldo (¿?-857), monje benedictino, fue obispo de Auxerre y, efectivamente, tuvo cierta influencia durante los reinados de Carlomagno (742-814), su hijo Louis I le Débonnaire (778-840) y su nieto Charles I le Chauve (823-877). Entre los tres reinaron más de un siglo, de 768 a 877. << [93] Ver nota (7) del vol. IV. << [94] Nuevo juego de palabras: el original dice when anything bugely tickled him; el verbo to tickle, además de divertir, quiere decir hacer cosquillas. Así pues, el final de la frase también podría traducirse cuando algo le cosquilleaba enormemente. << [95] San Germán o Germain (378-448) fue obispo de Auxerre habiendo nacido en esta ciudad; en cuanto a Santa Máxima, el santoral reseña que hubo siete; y finalmente, en lo que se refiere a San Máximo, al parecer no hubo menos de treinta y cinco. << [96] Trim alude a la costumbre, que había en el ejército británico, de comprar los nombramientos. << [97] San Optato (¿?-530) fue también obispo de Auxerre; optatus, en latín, significa, querido, deseado. << (98) El mismo Don Pringello, célebre arquitecto español, de quien mi primo Antony ha hecho tan honrosa mención en un escolio al Relato que a aquél se atribuye.—Vid. p. 129, edic. pequeña [99]. << [99] La alusión es a uno de los Crazy Tales de John Hall-Stevenson (ver nota (55) del vol. I), supuestamente atribuido a un arquitecto llamado Don Pringello. A Hall-Stevenson sus amigos y compañeros de bromas de Skelton Castle le llamaban Antony (todos ellos tenían un apodo o ‘nombre de guerra’; el de Sterne era Blackbird (Mirlo), probablemente por el color negro de su traje de clérigo). << [100] El casero de Sterne durante su estancia en Toulouse era un tal Monsieur Sligniac. << [101] Ver nota (85) del vol. VII: el Vivares es el Vivarais y Vivieres es Viviers. << [102] Famosos viñedos de las orillas del Ródano. << [103] En el original, vexations, que tiene un poco el sentido de vejaciones aun cuando la traducción correcta en este caso sea contrariedades o molestias. << [104] El reloj astronómico de la catedral de St Jean, en Lyon, construido por el suizo N. Lippius (¿?-¿?) en 1598, tenía fama de ser el más complicado y mejor del mundo después del de Estrasburgo. << [105] Esta historia de China era algo único en Francia según el historiador y geógrafo Jean-Aimar Piganiol de la Force (1673-1753), de cuyas obras Nouveau voyage de France y Description historique de Paris Sterne sacó mucho material para este volumen VII. << [106] Guía. << [107] El pilar al que Cristo fue atado era una columna de mármol a la que, según la leyenda, se había encadenado a algunos mártires en tiempos de los romanos: posteriormente se la empezó a asociar con Cristo en persona; la casa en donde vivió Poncio Pilotos era una fantasía popular suscitada por la existencia de una torre en Vienne (ver la siguiente frase del texto) en la que había habitado un italiano apellidado Pilati. << [108] Antigua tumba, de origen incierto, que en el siglo XVIII se hallaba en las afueras de Lyon. << [109] Pábulo. << [110] Las tres palabras en itálicas riman en el original: the Frusts, and Crusts, and Rusts. << [111] Sterne, a juzgar por estos últimos capítulos, conocía bien la obra Recherche des antiquités et curiosités de la ville de Lyon (1683), del médico y anticuario francés Jacques Spon (1647-1685). << [112] La Santa Casa de Loreto era enormemente rica y suntuosa y estaba llena de lujosas ofrendas votivas en el siglo XVIII. << [113] Cosas que ver. << [114] En el original hay un juego de palabras muy corriente en inglés con los adjetivos last (último) y least (mínimo). << [115] Corral o patio inferior. << [116] En el original, Tristram-Sterne le llama Jack, que, aun siendo un nombre propio (diminutivo de John), quiere decir también Asno como abreviatura Jack-Ass (ver nota (2) del vol. VI). << [117] En el original, la palabra interrumpida es d——d (damned); el verbo to damn no sólo es condenar, sino también maldecir: de ahí que Tristram-Sterne hable de pecado. << [118] La exclamación del original (Out upon it!) tampoco es muy clara: es de suponer que eso (it) es el bastón del individuo en un principio. << [119] Perdone usted. << [120] ¡Buen Dios! << [121] Esta referencia a la extremaunción es bastante jocosa porque la costumbre de darla no existe casi entre los protestantes. << [122] Por [orden d] el rey. << [123] Los fermiers son en este caso los recaudadores de los impuestos derivados del uso del sistema de postas, sobre el que se aseguraban el monopolio mediante el pago anual de una elevada cantidad de dinero al rey. << [124] Sterne hace referencia a la Paz de París de 1763, que puso fin a la Guerra de los Siete Años (1756-63) entre Inglaterra y Prusia, de un lado, y Francia, Austria y Rusia, del otro, con menos ventajas para los teóricos vencedores de lo que se había esperado. << [125] La inexacta alusión es a un pasaje del Quijote (Primera Parte, cap. XXIII) que no apareció hasta la segunda edición (Madrid, 1605) de dicha obra: Salió el aurora alegrando la tierra y entristeciendo a Sancho Panza, porque halló menos su rucio; el cual, viéndose sin él, comenzó a hacer el más triste y doloroso llanto del mundo, y fue de manera que don Quijote despertó a las voces, y oyó que en ellas decía: —¡Oh, hijo de mis entrañas, nacido en mi mesma casa, brinco de mis hijos, regalo de mi mujer, envidia de mis vecinos, alivio de mis cargas, y, finalmente, sustentador de la mitad de mi persona, porque con veinte y seis maravedís que ganaba cada día mediaba yo mi despensa! << [126] Sic en el original: el Louis d’or era una moneda de oro que valia veinte livres o francos. << [127] Los hermanos Robert y James Dodsley (ver nota (33) del vol. I) publicaron los cuatro primeros volúmenes de Tristram Shandy; Thomas Becket (¿?-¿?) y Peter Abraham DeHondt (¿?-¿?) publicaron los cinco últimos. << [128] Con locura. << [129] ¡Oh, Señor! << [130] Estoy bien mortificada. << [131] Tenga usted. << [132] Alusión a la controversia sobre la legalidad de la constitución de los jesuitas, que dio como resultado la supresión de la orden en Francia en 1764. << [133] Sic en el original, en vez de Faubourg de Vaise. << [134] Esta, afirmación de que no hay nada que ver en Avignon es una clara arremetida contra el catolicismo por parte de Sterne, ya que el atractivo de la ciudad reside, en gran parte, en el famoso Palacio de los Papas, del siglo XIV; para el Duque de Ormond, ver nota (74) del vol. IV. << [135] Esta manera natural de referirse al puente es probablemente una alusión a la famosa canción Sur le pont d’Avignon, dando así a sobreentender que la ciudad es más célebre por ella que por cualquiera de sus monumentos (ver nota (134) del vol. VII). << [136] En el siglo XVIII dirigirse a un caballero en el tono en que lo hace Tristram-Sterne era un verdadero insulto. << [137] Sic en el original, en vez de Beaucaire. << [138] En el original, Plain Stories, que puede querer decir dos cosas: Historias de la Llanura e Historias simples. << [139] Calles del centro de Londres. << [140] Sic en el original, en vez de Nimes. << [141] Es decir, el mejor moscatel. << [142] Nombre inventado a partir de bougre o bugger (ver nota (84) del vol. VII). << [143] ¡Viva la alegría! ¡Abajo la tristeza! Sterne parece haber oído estas exclamaciones en provenzal: Fidon es, probablemente, lo que entendió por fi-donc. << [144] Ver nota (53) del vol. VII. << [145] Ver notas (69) y (85) del vol. VII: Pesçnas es Pézenas, Beziers es Béziers y Castillo Naudairy es Castelnaudary. << [146] Sin duda un error o errata por Pringello (ver nota (99) del vol. VII). << VOLUMEN VIII [1] Se publicó, constituyendo la cuarta entrega de la obra junto con el volumen VII, en enero de 1765. << (2) Vid. Vol. VI.[3]. << [3] Página 152 de la edición original. De la traducción es el capítulo cuarenta del volumen VI. << [4] En el original, cuckoldom, neologismo de Sterne a partir del sustantivo cuckold (cornudo). << [5] Sic en el original (elbow). << (6) Vid. El Retrato de Pope. << [7] Sterne se refiere con toda seguridad a alguno de los numerosos retratos que, en la época, solían ilustrar las ediciones del famoso y venerado poeta Alexander Pope (1688-1744); en estos grabados es frecuente ver a Pope enarbolando su pluma en el momento de recibir la inspiración por parte de las Musas, Apolo, Flora o Mercurio. << [8] En el original no existe el posible doble sentido de buenas obras: good works quiere decir, evidentemente, buenos libros. << [9] Vaso sanguíneo, es necesariamente de suponer. << [10] En el original, Nonsense, que además significa disparate. << [11] En un fragmento en la actualidad perdido de Sobre lo sublime, Longino (ver nota (97) del vol. I) relataba una supuesta conversación entre Alejandro Magno y su consejero Parmenio (c. 400-330 a. C.) en la que, al parecer (y según el historiador Arriano, que la repite en su Anábasis), al instar el segundo al primero a que aceptara los términos de paz propuestos por los persas, Alejandro le contestó: ‘Yo los aceptaría si fuera Parmenio’. Para las fechas de Arriano, ver nota (2) del vol. I. << [12] Ver nota (3) del vol. VI. A pesar del éxito de la historia de Le Fever, los volúmenes V y VI se habían vendido bastante mal en comparación con los cuatro primeros. << [13] Ver nota (19) del vol. I. << [14] En el original, a quirister, palabra anticuada con la que se denominaba a los niños que tatuaban en los toros de las iglesias. << [15] Ver nota (20) del vol. IV. << [16] La medida inglesa para líquidos llamada galón equivale a unos cuatro litros y medio. << [17] El adjetivo perfect evoca en la misma medida los sentidos de impecable (que hoy en día prevalece en perfecto español) y completo, cabal. << [18] En el original, case-knife, que no indica más particularidad que la de cuchillo con funda: así, la metáfora sexual resulta mucho más evidente en el texto inglés. << [19] La palabra que yo traduzco en este caso por carne (apoyándome en expresiones españolas como es carne de presidio) es matter en el original; y matter-of-fact quiere decir cuestión de hecho. << [20] En el original, camisones es night-shirts (literalmente, camisas de noche) y camisas es day-shirts (literalmente, camisas de día). Téngase en cuenta para comprender el doble sentido de los párrafos siguientes. << [21] Los reinados consecutivos de William III y Anne I se extendieron de 1689 a 1714. << [22] Un ana flamenca equivalía a 822 centímetros. << [23] Etiqueta. << [24] Los seis primeros asteriscos corresponden probablemente a algún adjetivo entusiasta imposible de inferir; pero los otros tres ocultan sin duda las palabras ass o fan (ambas culo). << [25] En el original, an old hat cock’d y a cock’d old hat: como vimos en la nota (41) del vol. V, en inglés se llamaba figuradamente old hat (sombrero viejo) al órgano sexual femenino: pues bien, la palabra cock (gallo) denomina al órgano sexual masculino (su equivalente español sería polla); y, así, mientras a cock’d old hat (donde cock’d es adjetivo) quiere decir, en efecto, un viejo sombrero de copa, en cambio an old hat cock’d (donde cock’d hace las veces de participio de un supuesto verbo to cock o joder) significa, siempre figuradamente, un sexo femenino jodido. << [26] Ver nota (86) del vol. I. << [27] En el original, Terra del Fuogo (1) << [28] Por espectral el original dice gashly, forma anticuada de ghastly (lúgubre, espectral) pero palabra que también quiere decir hendido, rajado: la proximidad del adjetivo hirsuto no deja lugar a dudas sobre la intencionalidad de la ambigüedad que ofrece el término gashly. << [29] La utilización del verbo to stroke en el original (ajustar, pero también acariciar) da la clave, por si cupiera duda alguna, del sentido sexual de que Sterne dota a la palabra gorro (cap) en este párrafo. << [30] He procurado adecuar en lo posible al castellano el significado de la correspondiente lista de adjetivos ingleses: teniendo en cuenta que había de respetar las iniciales de éstos al traducirlos, se comprenderá que el resultado no haya sido totalmente fiel; por ello incluyo aquí los calificativos del original. Son los siguientes: Agitating, Bewitchbing, Confounded, Devilish, Extravagant, Futilitous, Galligaskinish, Handy-dandyish, Iracundulous, Lyrical, Misgiving, Ninnyhammering, Obstipating, Pragmatical, Stridulous, Ridiculous. << [31] El ciego es blind gut en inglés: estas dos palabras tienen un sentido muy amplio en esta lengua, significando, por extensión, cualquier tubo cerrado; esta acepción ha de tenerse en cuenta para entender la pregunta que, unas líneas más adelante, hará Mr Shandy. << [32] La Torre de Londres, en sus orígenes una fortaleza, era ya en el siglo XVIII un importantísimo arsenal, además del lugar de confinamiento de los presos políticos de la Corona. << [33] Por encender llama el original dice give fire, que también tiene el sentido de abrir fuego. << [34] La fortaleza de Bouchain, cerca de Valenciennes (Francia), fue sucesivamente tomada por las tropas aliadas y francesas el año 1712, casi al término de la Guerra de Sucesión Española. << [35] Ver nota (109) del vol. I. << [36] Ver nota (8) del vol. IV. << [37] Ver nota (27) del vol. V. << [38] Como ya vimos en la nota (77) del vol. I, Elizabeth Lumley, la mujer de Sterne, sufría algunos ataques de enajenación mental durante los que se creía reina de Bohemia; así pues, parece indudable que el título de esta historia es una broma privada: el rey de Bohemia sería el propio Sterne, quien, dicho sea de paso, solía seguirle la corriente a su esposa durante las crisis con bastante buen humor. << [39] Para el significado de hojas (leaves) en este caso, ver el Glosario. << [40] Ver nota (101) del vol. III. << [41] Es decir, los whigs (posteriormente liberales) y los tories (posteriormente conservadores), los dos grandes partidos ingleses durante el siglo XVIII. << [42] Nueva broma privada de Sterne: la razón distinta de la que ustedes saben es que Laurence Sterne nació en 1713, por lo que 1712 (el año que Trim escoge en el párrafo siguiente) es el último año-depuesto del último calendario-depuesto. << [43] Ver nota (74) del vol. IV: el Duque de Ormonde fue nombrado general en jefe de las tropas británicas de Flandes en 1712, tras la caída en desgracia del Duque de Marlborough (ver nota (62) del vol. VI), y posteriormente relevado del mando en 1714 a causa de sus simpatías por la causa jacobita. << [44] La fortaleza de Le Quesnoy, cerca de Avesnes (Francia), fue sucesivamente tomada por las tropas aliadas y francesas el año 1712; Fagel es Frans Nicolas, Barón Fagel (1645-1718), a la sazón general en jefe de las tropas holandesas, aliadas de las británicas: fue él quien, en efecto, perdió Le Quesnoy. << [45] La gran victoria de Marlborough en Blenheim y Hochstaedt tuvo lugar el año 1704. << [46] Existen varios errores y confusiones en la información de Sterne sobre la pólvora, que, según James Aiken Work y Graham Petrie, sacó de la Cyclopaedia (1728) del inglés Ephraim Chambers (¿?-1740): el benedictino alemán Berthold Schwartz (c. 1318-c. 1384), que vivió principalmente durante los reinados de Karl IV de Bohemia (1316-1378) y su hijo Wenceslao o Wenzel IV (1361-1419), ambos emperadores del Sacro Imperio Romano-Germánico, pasó injustificadamente por haber sido el inventor de la pólvora para cañones, cuando lo único que de él se sabe con certeza a este respecto es que fundió los primeros cañones de bronce empleados por los venecianos en sus guerras contra los genoveses; por otra parte, Sterne confundió al cronista Don Pedro, Obispo de León (¿?-1112) con Pedro de Mexía (1496-1552): el primero venía citado en el artículo Gunpowder de la Cyclopaedia de Chambers como autoridad demostrativa de que las armas de fuego se habían utilizado ya en el siglo XII en España, mientras que es el segundo quien, en su Silva de varia lección (1542), relata cómo los moros hicieron uso de cañones, por primera vez en la historia de Europa, contra Alfonso XI de Castilla (1310-1350) durante los sitios de Tarifa en 1340 (y no de Toledo en 1343, como dice Sterne) y Algeciras en 1342; en cuanto a Fray Bacon, se trata del científico, filósofo e inventor inglés Roger Bacon (c. 1214-1294), quien, en su obra De Mirabili Potestate Artis et Naturae, describe con bastante conocimiento y detalle un cierto tipo de pólvora; finalmente, como es bien sabido, Trini se equivoca al llamar a tos chinos un puñado de mentirosos. << [47] Sic en el original, donde se dice synonimas en lugar de synonyms, como es habitual y correcto en inglés. << [48] Sucedió es happening to (forma impersonal) en el original (ver nota (68) del vol. I), si bien aquí el verbo to happen participa más del sentido de azar que del de desgracia). << [49] Para la batalla de Landen, ver nota (28) del vol. II. Los tres militares mencionados por Trim son: Hugh Wyndham (¿?-¿?), general que tuvo una destacada actuación en las campañas de Flandes y (sobre todo) de España; Henry Lumley (1660-1722), general de infantería del ejército británico en Flandes; y Henri Massue de Ru-vigny, Conde de Galway (1648-1720), que estaba al mando de la caballería inglesa y huguenote durante la batalla de Landen. << [50] Para Luxembourg, ver nota (28) del vol. II. << [51] François-Louis de Bourbon, Príncipe de Conti (1664-1709), luchó en Landen al lado de los franceses y obtuvo resonantes éxitos en las campañas de Flandes. << [52] «El general inglés Thomas Talmash o Tollemache (1651-1694) estaba al mando de la infantería inglesa durante la batalla de Landen: el caballo que montaba fue abatido de un disparo. << [53] Siendo las demás cosas iguales. << [54] El nombre de Cristo se menciona muy infrecuentemente entre los protestantes, que lo consideran poco menos que una irreverencia. << [55] El gruel es una especie de caldo espeso (en este caso ligero, especifica aquí Sterne) hecho de harina de trigo o maíz bien hervida en agua. << [56] Los habitantes de Gotham, en Nottinghamshire, tuvieron fama de locos e idiotas durante siglos: según la leyenda, la cosa empezó cuando se hicieron pasar por tales, a fin de evitar que el rey John Lackland (ver nota (70) del vol. III) los castigara por una ofensa que habían cometido contra él. << [57] Plan y Plano se dicen igual en inglés: Plan. << [58] Ver nota (96) del vol. VI: efectivamente, no hubo mucha acción en Dunkerque y su demolición fue muy demorada. << (59) Rodope Thracia tam inevitabili fascino instructa, tam exactè oculis intuens attraxit, ut si in illam quis incidesset, fieri non posset, quin caperetur [60].—No sé yo quién. << [60] La cita en latín, tomada de la Historia de Etiopía de Heliodoro de Emesa (siglo III) a través de The Anatomy of Melancoly de Burton, se puede traducir aproximadamente así: Ródope de Tracia producía una fascinación tan ineludible, y atraía de tal manera a la gente con sus ojos cuando los dirigía hacia ellos, que si uno se encontraba con ella, le resultaba imposible no quedar cautivado. Ródope o Rhodopis (la de mejillas de rosa) de Tracia fue una célebre cortesana griega del siglo VI a. C., a quien Safo (cuyos principales poemas datan del año 600 a. C. aproximadamente) atacó con el nombre de Dorija. << [61] Galileo descubrió las manchas solares en 1610, y publicó sus famosas cartas sobre el tema tres años más tarde, en 1613. << [62] Aquí hay un juego de palabras: carriage significa comportamiento y también cureña de cañón. << (63) Esta filípica se imprimirá junto con la Vida de Sócrates de mi padre, etc., etc. [64]. << [64] El pareado original es así: A Devil ’tis and mischief such doth work / As never yet did Pagan, Jew, or Turk. Su autor es el oscuro poeta y traductor inglés Robert Tofte (¿?-1620), y Sterne lo copió de The Anatomy of Melancholy de Burton (Third Partition, Scction 2, Member IV), donde aparece atribuido simplemente a R. T. << (65) Mr Shandy debe de referirse a los pobres de espíritu, habida cuenta de que el dinero obtenido por la madera se lo repartieron entre ellos. << [66] Ver nota (16) del vol. IX. << [67] En el original, …the Devil, who never lies dead in a ditch, frase hecha cuyo equivalente castellano seria quizá… el Diablo, que jamás descansa. << [68] Ver nota (89) del vol. I. << [69] Sic en el original en vez de aide de camp (ayudante de campo, edecán). << [70] Ver nota (76) del vol. VI. << [71] Es decir, San Hilarión (291-371), introductor del sistema monástico en Palestina: la expresión en cuestión viene en la Vita S. Hilarionis Ertmitae, de San Jerónimo (c. 331-420), y se la menciona en The Anatomy of Melancholy (Third Partition, Section 2, Member V). << [72] Ass, en inglés, quiere decir asno y culo, cosa que Sterne aprovechará para producir equívocos en las próximas páginas. Pese a esta advertencia, en algunas ocasiones pondré ambas palabras separadas por el signo / a fin de recordar el doble sentido del término. << [73] Por bagatela Sterne dice filly-folly; y filly quiere decir potranca o muchachita coqueta y retozona; folly es locura en un sentido suave. << [74] Ver nota (26) del vol. I; a fiddle-stick es un arco de violín y también una fruslería. << [75] Tanto si quisieras como si no. << [76] Ver el Banquete, 180, de Platón. << [77] Para Ficino, ver nota (98) del vol. VI; Valesius es el médico castellano Francisco Valles (1524-1592), llamado ‘el Galeno español’; estuvo en la corte al servicio de Felipe II (1527-1598) y su obra principal fue Controversiarum medicarum et philosophicarum (1563). La alusión de Sterne, tomada una vez más de The Anatomy of Melancholy, es una confusión: Ficini nunca comentó a Valles, sino ambos a Platón. << [78] Dione (el nombre de Zeus en femenino) aparece en algunos poetas de la Antigüedad (si bien no en Hesiodo) como mujer de Júpiter y madre de Afrodita. << [79] Ver nota (83) del vol. III << [80] En el original, post, que también significa poste: de ahí la utilización del verbo abalanzarse a continuación. << [81] En el original, the tongs and poker. Hay en esta recomendación un juego de palabras intraducible: por un lado, Mr Shandy le dice al tío Toby (de una manera bastante rara, bien es cierto) que procure no hacer ruido; al mismo tiempo, tongs (tenazas) quiere decir, en argot, calzones, y en cuanto a poker (hurgón), su sentido sexual es evidente. Así pues, el otro valor de la recomendación seria: no armes nunca escándalos sacándote los calzones y el pene. << [82] El poeta, dramaturgo y novelista francés Paul Scarron (1610-1660), autor de Le Roman comique y Le Virgile travesti, fue uno de los más aventajados seguidores de Rabelais e influyó en Moliere. Sterne, al parecer, le profesaba gran admiración. << [83] Para Avicena, ver nota (51) del vol. IV; el eléboro es muy purgante y antiguamente se creía que curaba la locura y aplacaba las pasiones; en cuanto a las carnes mencionadas, se las suponía alimentos afrodisiacos. Todo este párrafo y el siguiente están asimismo sacados de The Anatomy of Melancholy (Third Partition, Section 2, Member V). << [84] La verbena (ver el Glosario) tenía efectos astringentes y tranquilizantes; para la hierba Hanea, ver nota (102) del vol. VI; la obra principal del médico y filósofo romano Claudio Eliano (que vivió desde fines del siglo II hasta mediados del siglo III) se llamaba De natura animalium; las plantas mencionadas en la lista tenían también efectos calmantes. << [85] En el original, And look through the key-hole as long as you will, que también podría traducirse como imperativo plural, es decir: Y miren ustedes cuanto quieran por el ojo de la cerradura. << VOLUMEN IX [1] El volumen IX, constituyendo la quinta y última entrega de la obra, se publicó por primera vez en enero de 1767. Tristram Shandy, así pues, apareció a lo largo de siete años. << [2] La traducción de la cita es la siguiente: Si sobre algo hemos bromeado demasiado burlonamente, por las Musas y las Gracias y la divina voluntad de los poetas todos, te ruego que no te lo tomes a mal ni me lo tengas en cuenta (en inglés, como en la nota (80) del vol. VIII, la segunda persona apostrofada puede ser plural, en tal caso los lectores). Sterne tomó la cita de The Anatomy of Melancholy (Third Partition, Section 1, Member I), y es un ruego que le hizo Julio César Escalígero (ver nota (107) del vol. V) a Girolamo Cardano (ver nota (22) del vol. V). << [3] William Pitt (ver nota (4) del vol. I) a quien en 1766 se había nombrado Vizconde Pitt y Conde de Chatham. << [4] Los asteriscos corresponden, respectivamente, a Pit (sic) y Chatham. << [5] Sterne juega aquí con los diversos sentidos de la palabra posterior, sobre todo con la forma posteriors (trasero). << [6] Nuevo doble sentido: Pitt se había mantenido algo alejado de la política, con el subsiguiente abandono de su cargo, entre 1761 y 1766, año este en el que volvió a ejercer funciones de primer ministro. << [7] Para conservar la rima, me he visto obligado a traducir este poema muy libremente. El original, que es una adaptación de algunos versos de la obra An Essay on Man (1733-34), de Alexander Pope (ver nota (7) del vol. VIII), dice así: Whose Thoughts proud Science never taught to stray, / Far as the Statesman’s walk or Patriot-way; / Yet simple Nature to his hopes had given / Out of a cloud-capp’d bead a humbler heaven; / Some untam’d World in depth of woods embraced,— / Some happier Island is the watry-waste;— / And where admitted to that equal sky, / His faithful Dogs Should bear him company. << [8] Sterne, al hablar de las efervescencias manuales de los folletos piadosos, debe probablemente de aludir al hecho de que las beatas, por lo general seres nerviosos, solían manosear hasta la saciedad sus libros de oración y demás opúsculos religiosos. << [9] Ver volumen I, capítulo cuatro. << [10] Este párrafo, según Graham Petrie (quien a su vez agradece la información al profesor J. C. Maxwell), es una aplicación burlesca de las teorías morales del filósofo inglés William Wollaston (1660-1724), expuestas principalmente en su obra The Religion of Nature Delineated (1724). << [11] Los caños con que se rizaban y enderezaban las pelucas fueron de distintos materiales según las épocas: de ahí que Sterne utilice la palabra genérica pipes: cualquier caño, tubo u objeto con forma de tales es susceptible de ser llamado así en ingles. << [12] En el original, spleen (ver nota (73) del vol. VII). << [13] En el original, Gentleman (ver nota (18) del vol. I). << [14] Ver nota (90) del vol. I. << [15] El 21 de julio de 1766 Sterne recibió una carta en la que se le rogaba que accediera a ocuparse en sus escritos del problema de la esclavitud: la firmaba Ignatius Sancho (1729-1780), un criado negro de los Condes de Cardigan, lleno de preocupaciones sociales y bastante letrado, que acabaría escribiendo algunos poemas y dramitas y posando para Thomas Gainsborough (1727-1788) y William Hogarth, entre otros. Sterne, que desde la aparición de la tierna historia de Le Fever en el volumen VI había recibido numerosas peticiones de nuevos episodios de carácter sentimental, contestó a Sancho diciéndole que justamente acababa de redactar un cuento sobre las desventuras de una pobre muchachito negra, y que, si se las ingeniaba para insertarlo de alguna manera en Tristram Shandy, pronto vería (Sancho) satisfechos sus deseos. Si efectivamente Sterne había escrito esta anécdota antes de su correspondencia con Sancho, o si por el contrario (como parece más probable) la redactó a raíz de su petición, nunca llegaremos a saberlo: lo único que queda al respecto son las cartas mencionadas. Y Sterne, ya lo hemos visto, era bastante aficionado a mentir. << [16] La batalla de Wynendael (poco más que una escaramuza pero de gran importancia estratégica para el desenlace de la Guerra de Sucesión Española en Flandes) tuvo lugar el 28 de septiembre de 1708: los generales británicos William Cadogan (1675-1726) y John Richmond Webb (1667-1724) infligieron una severa derrota a las tropas francesas comandadas por el Conde de Lamothe (¿?-¿?); ello, efectivamente, facilitó la caída de Lille, Gante y Brujas. Dicho sea de paso, esta batalla aparece narrada con gran detalle en la novela The History of Henry Esmond (Libro II, capítulo 15), del famoso escritor William Makepeace Thackeray (1811-1863). << [17] Juego de palabras con el sustantivo breeches, que significa culatas y calzones. << [18] Esa interrogativa es un nuevo ataque al obispo William Warburton (ver nota (69) del vol. IV), que de esta manera veía su más importante obra teológica, The Divine Legation of Moses Demonstrated on the Principles of a Religious Deist, emparejada a la sangrienta sátira de Jonathan Swift (1667-1745) A Tale of a Tub (1704), dedicada, dicho sea de paso, a Prince Posterity burlonamente. << [19] Para las fechas en que Sterne escribía este volumen, es muy posible que Jenny hubiera dejado de ser la mujer ideal o Catherine Fourmantel (ver nota (79) del vol. I) para convertirse en Mrs Elizabeth Draper (1744-1778), último amor (senil, platónico y sentimental) de Sterne. Fue ella quien le inspiró su famoso y sorprendente Journal to Eliza, no editado hasta 1910. << [20] En el original, ejaculation, que tiene el doble sentido de jaculatoria y eyaculación. << [21] Sic en el original. << [22] Por fiesta de guardar el original dice sacrament day (literalmente, día de sacramento): en la Inglaterra del siglo XVIII se solía administrar la comunión mensualmente, casi siempre el primer domingo de cada mes. Recuérdese que Mr Shandy reservaba esta misma fecha para cumplir con algunas otras pequeñas obligaciones domésticas (ver capítulo cuatro del volumen I). << [23] El Lord of the Treasury era el equivalente del Ministro de Hacienda. << [24] En el original, betwixt wisdom and folly: folly también significa tontería, idiotez. << [25] No servían de nada se dice en inglés they were good for nothing (literalmente, eran buenas para nada), lo cual, en el original, permite a Sterne seguir con la fórmula son / eran buenas… hasta el final del párrafo. << [26] Los exégetas y comentaristas holandeses eran los más densos y pesados de todos (o al menos esa fama tenían). << [27] El topacio se consideraba antiguamente un remedio contra la sensualidad. << [28] Cuestión externa. Me ha resultado imposible identificar a Ludovicus Sorbonensis: probablemente se trata de un personaje ficticio, inventado por Sterne. << [29] En el original, genteelized, cuya raíz coincide con la de gentleman (caballero), que aparece en la misma línea. << [30] Ver nota (19) del vol. III. << [31] En la Ilíada, Tersites aparece como el más feo, camorrista y malhablado de los componentes del ejército griego. << [32] En el original esta frase goza de una ambigüedad que en castellano se pierde: el verbo to be significa ser y estar, de modo que también puede entenderse: …cuanto más sucio sea el sujeto. << [33] Ver nota (60) del vol. V. Sterne se equivoca al hablar aquí del Galateo, tratado en prosa sobre la conversación refinada y las buenas maneras; seguramente lo confundió con la obra de della Casa titulada Capitolo del Forno, poema licencioso que más tarde el arzobispo lamentó haber escrito. << [34] Esta insinuación de que las mujeres españolas son peludas no debe extrañar en demasía: sin duda en el siglo XVIII lo eran (o lo parecían) por lo general. << [35] En el original, some poor princes: al ir en inglés el adjetivo siempre delante del sustantivo, también se podría leer como algunos príncipes pobres. << [36] El no ir con botas como señal de ahorro ha de entenderse en el sentido de que las botas eran un artículo algo lujoso: en consecuencia había que procurar que duraran y no gastarlas innecesariamente. << [37] Cuando Sterne escribía este volumen, el filósofo Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), preconizador del retorno a formas de vida más sencillas y primitivas, se hallaba exiliado en Inglaterra, viviendo de la manera propuesta por él (aunque a regañadientes, sin embargo) en una modesta casa (en Derbyshire) que le había conseguido su amigo (que también lo era de Sterne) David Hume (1711-1776). La palabra barra (bar) está seguramente empleada en su sentido musical. << [38] Evidentemente, Sterne juega con los dos sentidos de la palabra vestal: virgen en general y custodia del fuego sagrado de la diosa romana Vesta. << [39] En el original, God Bless you! (literalmente, ¡Dios les bendiga!), fórmula que suele acompañar en inglés a los estornudos. << [40] En el original, la palabra fines es ends, que también quiere decir extremos: léase extremos donde pone fines en este párrafo, y se entenderá a la perfección el sentido metafórico y eufemístico de los comentarios de Sterne al respecto. << [41] Ver nota (72) del vol. VIII. << [42] Ver nota (45) del vol. III. << [43] Honour quiere decir tanto honor como honra. << [44] Postulados. << [45] En el original, ten-ace, combinación de dos cartas de cualquier palo, consistente en tener las inmediatamente más alta y más baja de la más alta poseída por el adversario. << (46) Cervantes perdió la mano en la batalla de Lepanto [47]. << [47] Ver Don Quijote, Prólogo: Y así, ¿qué podrá engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación? De estas palabras se desprende que Cervantes concibió Don Quijote estando en prisión, durante alguno de los encarcelamientos que sufrió en Sevilla (según Marti de Riqucer, en 1592,1597 o 1602-03, este último problemático). La batalla de Lepanto se libró en 1571. << [48] Sterne hizo un periplo por Italia entre octubre de 1765 y mayo de 1766. << [49] El paolo era una antigua moneda italiana de escaso valor (el original dice Pauls). << [50] Alusión a la obra de Tobias Smollet (ver nota (44) del vol. VI) Travels through France and Italy (1766), que acababa de aparecer: en ella, el médico novelista no cesaba de quejarse y protestar de cuanto había visto y le había acontecido en el Continente. Smollett es caricaturizado en la obra maestra de Sterne, A Sentimental Journey through Francet and Italy (1768), bajo el nombre de Smelfungus (Huele-a-hongo). << [51] Coches, carruajes. << [52] ¡Adiós, María! << [53] Sterne probablemente confunde al famoso pintor Zeuxis (464-398 a. C.) con el menos conocido Nealces (del siglo III a. C., bastante posterior en consecuencia), quien, según Plinio el viejo en su Naturalis Historia, logró en un cuadro el efecto de la espuma de un caballo arrojando la esponja sobre el lienzo. << [54] Ver el Gargantúa de Rabdais (Libro 1, cap. XXV): A leur requeste [les fouaciers de Lerné] ne feurent aulcunement enclinez les fouaciers, mais (que pis est) les oultragerent grandement [aulx bergiers), les appellans tropditeulx, breschedens, plaisans rousseaulx, galliers, chienlictz, averlans, limes sourdes, faictneans, friandeaulx, bustarins, talvassiers, riennevaulx, rustres, challans, hapelopins, trainneguainnes, gentilz flocquetz, copieux, landores, malotruz, dendins, baugears, tezez, gaubregeux, gogueluz, claquedans, byoyers d’etrons, bergiers de merde, et aultres tels epithetes diffamatoires, adjoustans que poinct à eulx n’apartenoit manger de ces belles fouaces, mais qu’ilz se debvoient contenter de gros pain ballé et de tourte. << [55] Posiblemente Pocas palabras son señal de amor o algún otro proverbio parecido. << [56] Es decir, en el cuerpo y la sangre de Cristo en la Eucaristía. Sterne, siendo protestante, no cree apenas en ello; por tanto la lectura del paréntesis, de acuerdo con su intención, sería más bien que… creen en ello casi tan poco como en la presencia real. << [57] En el original hay mayor ambigüedad todavía sobre si tal cosa es hablar del amor o hacer una morcilla, con las connotaciones sexuales que lo segundo evidentemente tiene. << [58] El Libro de la Oración Común o Common-Prayer Book es el equivalente del Misal católico en la Iglesia Anglicana; las razones que en él se dan para el matrimonio son: procreación de la especie, evitación del pecado y la fornicación y mutua compañía, ayuda y consuelo entre los cónyuges. << [59] En el original, A fiddlestick! (ver nota (74) del vol. VIII). << [60] El cambrón (ver el Glosario) se utilizaba antiguamente como catártico. << [61] En este caso, sigamos. << [62] Es decir, la Corporación o cuerpo de autoridades municipales de Londres. << (63) Esto debe de ser un error de Mr Shandy; porque Graaf escribió sobre el jugo pancreático y los órganos de la generación [64]. << [64] La nota de Sterne es una broma: Graaf escribió sobre los tres temas, es decir, sobre los huesos y los músculos, el jugo pancreático y los órganos de la generación. La nota, así pues, no es sino una astuta manera de subrayar cuál de las tres obras podía interesar a Mrs Wadman. << [65] Los libros que Mrs Wadman leyó fueron probablemente los siguientes: el popular tratado médico Anthropologia Nova, or a New System of Anatomy, del doctor James Drake (1667-1707); la obra Adenographia; sive Glandularum Totius Corporis Descriptio (en la que se trata de la naturaleza del cerebro) del anatomista Thomas Wharton (1614-1673); y, finalmente, De Virorum Organis Generationi Inservientibus, del célebre médico holandés Regnier de Graaf (1641-1673). Ver nota (64) del vol. IX. << [66] En desorden, atropelladamente. << [67] En el original, in keeping, es decir, literalmente mantenidos, y por tanto controlados por el editor; en una palabra, mercenarios. << [68] Ver nota (3) del vol. II. << [69] Términos de los juegos de naipes: una marta es la secuencia de las cuatro cartas más altas de un palo; una tercera es una secuencia de tres cartas, sin necesidad de que sean las más altas del palo; las palabras, en el original, son a quart major y a terce. << [70] Aquí he cambiado el orden de las palabras, pues lo que en español, como frase hecha, es traer papel y pluma, es en inglés traer pluma y tinta (to bring a pen and ink): en consecuencia, lo que también le lleva Trim al tío Toby en el original es papel (paper). << [71] En el original, place, que significa plaza fuerte y lugar a secas. << [72] En el original, a loin of mutton: loin es lomo, pero también existe en inglés la tradición (procedente de las traducciones de la Biblia, donde el término es corriente en este sentido) de llamar loin a las partes pudendas. << [73] Al parecer, Diógenes de Sínope (ver nota (145) del vol. I) criticó la dependencia que el hombre tiene de la mujer para su gratificación sexual, ya que ello, según él (quien no hacia el reparo precisamente por delicadeza), restringía la libertad del varón; por su parte, Platón, a través de un dialogante, advierte en las Leyes contra los peligros de las pasiones carnales. << [74] Sic en el original: congredients, palabra inexistente en inglés. << [75] Ver nota (17) del vol. IX. << [76] En el original, impropriator of the great tythes, persona civil que se encargaba de la administración de los diezmos eclesiásticos, por lo general consistentes en grano, madera y animales que servían de ayuda a los párrocos. << [77] Europa, hija del rey de Fenicia Agenor, cautivó a Zeus con su belleza, y éste, adoptando la forma de un toro, la raptó y llevó a Creta, donde ella le dio tres hijos. << [78] En el original, Doctors’ Commons, el edificio que ocupan en Londres los doctores en Derecho Civil, y donde se tramitan las licencias de matrimonio y los divorcios. Traduzco juez de paz porque éste es un término que, a través del cine más que de la literatura seguramente, resulta ya familiar al lector español con una cierta connotación de bodas y divorcios. << [79] Lo que Yorick dice en el original es: A COCK and a BULL, como respuesta a la pregunta de Mrs Shandy: What is all this story about? Hay aquí un triple sentido que vale la pena examinar: a cock-and-bull story (literalmente, una historia de un gallo y un toro) es una expresión inglesa que el Webster Dictionary define así: dícese de aquellos cuentos que, siendo inventados, pretenden pasar por verdaderos pese a ser enormemente fantasiosos y exagerados: posiblemente así llamados a raíz de la fabulosa y legendaria potencia sexual de gallos y toros; es decir, lo que en español sertía una fábula; por otra parte, como ya vimos en la nota (23) del vol. VIII, la palabra cock significa también polla, el órgano sexual masculino dicho de una manera ‘grosera’. Así pues, el triple sentido se podría desgajar del siguiente modo: 1) Yorick, con su respuesta, confirma a Mrs Shandy lo que Mr Shandy, en tono festivo y jocoso, ha insinuado en el párrafo anterior, a saber: que el hijo nacido de la mujer de Obadiah es en realidad del toro (véase la alusión a Europa, la palabra m-ó, y obsérvese que Yorick no dice exactamente a cock-and-bull, como es la expresión inglesa, sino a cock and a bull); se trata, pues, de una fábula sobre una polla y un toro: este sentido se conserva en la traducción, y además se le añade otro por una de esas coincidencias milagrosas del lenguaje: polla, en castellano, es también la gallina nueva, que no pone huevos o que empieza a ponerlos, como es el caso metafórico de la mujer de Obadiah; 2) Yorick, con su respuesta, tranquiliza a Mrs Shandy diciéndole que lo que Mr Shandy insinúa son fantasías: a cock and a bull [story]: este sentido, que es el de la definición del Webster Dictionary libremente reproducida más arriba, se pierde lamentablemente en la traducción: de ahí esta larga nota; y 3) Yorick, con su respuesta, resume lo que para Sterne, indudablemente, era su libro, la totalidad de Tristram Shandy; a cock-and-bull story y, como dice el final de la frase, one of the best of its kind, I ever heard. << [80] No se sabe con certeza si este es el auténtico final del libro o si a Sterne le cogió finalmente la muerte antes de poderlo continuar: pues aunque existen cartas de nuestro autor en las que habla de un futuro volumen X, parece ser que ya estaba cansado de Tristram Shandy y que, al menos durante una larga temporada, no pensaba proseguir. Y téngase en cuenta a este respecto que A Sentimental Journey through France and Italy apareció después del volumen IX, y que el final de la obra, tal y como está, tiene bastante aspecto de definitivo final. << LOS SERMONES DE MR YORICK [1] Sterne publicó siete volúmenes de sermones: prácticamente en su totalidad habían sido escritos, apresurada e imperfectamente (el lector advertirá que su prosa no es demasiado fluida y que a veces incluso chirría, sin que en esta ocasión, dicho sea en mi descargo, la culpa pueda achacársele al traductor), antes del éxito de Tristram Shandy, que fue, de hecho, lo que le animó e impulsó a editarlos. Los volúmenes I y II aparecieron en mayo de 1760; los volúmenes III y IV, en enero de 1766; y los volúmenes V, VI y VII, en junio de 1769, póstumamente y traicionándose la voluntad de Sterne, que si no los había ofrecido al mundo en vida fue por considerarlos impresentables. La presente selección pretende un sólo dar una muestra de ellos y arrojar un poco de luz sobre ‘el otro Sterne’, el desconocido predicador de Yorkshire que solía perder la mitad del auditorio nada más subir al púlpito. Los títulos originales de los sermones incluidos son: The Levite and His Concubine, The House of Feasting and the House of Mourning Described, Self-Knowledge y Job’s Account of the Shortness and Troubles of Life Considered. << [2] En el siglo XVIII lo corriente era que el editor fuera también librero (o viceversa): de ahí que Sterne hable aquí de ayudar al librero. << [3] Ver nota (11) del vol. III. << [4] Ver nota (78) del vol. II. << [5] Las citas bíblicas de Sterne son casi siempre absolutamente parafrásticas (probablemente citaba de memoria): yo traduzco a partir de dichas paráfrasis del original, y no del texto exacto de la Biblia. << [6] En el original, Spleen (ver nota (73) del vol. VII). << [7] Génesis, 2. 18. << [8] Los judíos comen hierbas amargas en el almuerzo de Pascua para rememorar los sufrimientos de los esclavos israelitas de Egipto. << [9] Por con lascivia el original dice wantonly, adverbio menos definido que podría traducirse también como caprichosamente. << [10] En el original hay aquí un juego de palabras fonético: every grot and grove he pass’d by. << [11] En el original, unhappy, adjetivo que, según el contexto, tiene el sentido de infeliz, malvado o descarriado. << [12] Sic en el original: damsel. << [13] Ver nota (38) del vol. IV. << [14] Knight en el original, y no Gentleman, como ha aparecido varias veces a lo largo de Tristram Shandy: es decir, caballero andante, medieval. << [15] Sic en el original extrañamente: lo normal, aquí, habría sido la palabra sermón. << [16] Sexto Pompeyo Festo (del siglo II) fue un famoso gramático y lexicógrafo romano, cuya obra, principal es De Verborum Signifiícatu; para Nicodemo, legislador judío, ver nota (93) del vol. I << [17] Ver nota (11) de Les sermones de Mr Yorick. << [18] Ver Evangelio de Lucas, 16. 25. << [19] Ver Epístola de San Judas, 9. << [20] Ver nota (40) del vol. I. << [21] La palabra inglesa vice, que yo traduzco por vicio, tiene por lo general un sentido más amplio, casi de pecado. << [22] A fin de conservar la sonoridad propia del título, me he visto obligado a traducir así lo que en el original (y en la Biblia) más bien sería: Descripción de la casa en fiesta y de la casa en luto. Téngase en cuenta a lo largo de todo este sermón. << [23] Sic en el original, probablemente una manera encubierta de atacar a España y, en consecuencia, a la Inquisición. << [24] Sic en el original: es de suponer que aquí la palabra inglesa rhetorick tiene el mismo sentido que retóricas (plural) familiarmente en español. << [25] Traducción más aproximada que he podido hallar para la forma saint errantry del original. << [26] Por si cupiera duda, este oscuro párrafo no lo es tanto en el original: la referencia es a los burdeles encubiertos. << [27] Ver Evangelio de Marcos, 9.17-18. << (28) Predicado en Cuaresma. << [29] Por nieblas el original dice damps, que también significa humedades. << [30] La referencia debe de ser a I Reyes, 4. 16-28. << [31] Después de leer este sermón, aconsejo ver la nota (56) del vol. I. << [32] Gran parte de las ideas de este sermón están sacadas de las obras Upon Self-Deceit, del famoso teólogo inglés Joseph Butler (1692-1752), y The Difficulty of Knowing One’s Seif, de Jonathan Swift (ver nota (18) del vol. IX), quien asimismo fue predicador. Este sermón es además una buena muestra de cómo Sterne aprovechaba una misma idea hasta la saciedad dándole diferentes sesgos (compáreselo con el titulado The Abuse of Conscience, en el volumen II). << [33] Jeremías,17.9. << [34] Aunque este pasaje está entrecomillado, es de hecho una paráfrasis bastante libre del opúsculo de Swift mencionado en la nota (31) de Los sermones de Mr Yorick. << [35] A lo largo de todo este pasaje Sterne, indudablemente, pensaba en el célebre precepto de Delfos Conócete a ti mismo. << [36] Ver I Samuel, 24.4-5. << [37] Ver II Reyes, 8. 13. << [38] Ver Psalmos, 139. 23-24. << [39] Ver Eclesiastés, 4. 8. << [40] Es decir, la proporcionada por Dios: en inglés se llama a Este con frecuencia Disposer of all things (Disponedor de todas las cosas, literalmente). << [41] Nabucodonosor, rey de Babilonia del siglo VI a. C., tomó Jerusalén el año 586 a. C. << [42] Esta extraña estadística, pese a ir entrecomillada, debe de ser apócrifa: hasta 1801 no se hizo en Gran Bretaña un verdadero censo que permitiera este tipo de cómputos; si bien es posible que Sterne sacara esta información de los registros parroquiales, a la sazón la única fuente de datos relativos a nacimientos y muertes digna de confianza. << [43] Ver Aemilius Paulus, 22, de Plutarco (c. 46-c. 120); el personaje que Sterne llama P. Emilio debe de ser Publio Cornelio Escipión Emiliano, el Africano (ver nota (118) del vol. II). << [44] Ver nota (109) del vol. I. << (45) N. B. La mayoría de estas reflexiones sobre las miserias de la vida están sacadas de Wollaston [46]. << [46] Ver nota (10) del vol. IX. <<

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